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alejandrolanglois · 1 month
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alejandrolanglois · 1 month
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La importancia de hacerse el boludo
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El primero fue Felipe Solá. Quien por entonces era el ministro de agricultura del presidente Carlos Menem. Le respondió a un periodista de televisión que para sobrevivir en política había saber "hacerse el boludo". Tal fue el arte de Felipe que nació a la política desde el peronismo católico conservador y terminó su carrera sentado en las reuniones del ultra progresista Grupo de Puebla.
Otro que confesó haber aplicado la técnica fue Adolfo Bioy Casares, en su caso, para mantenerse con vida.
Cuenta Carlos Álvarez Insúa que una tarde tomaba un café en el porteño bar La Rambla, acompañado por el artista plástico Federico Peralta Ramos, cuando de repente entró Adolfito. El Gordo Peralta Ramos le dijo a Álvarez: “este sí que es vivo: una vez le pregunté por qué, siendo tan buen escritor, siempre labura de boludo al lado de Borges".
La respuesta de Bioy habría sido: "como juego al tenis a un gran nivel, he hecho el amor con todas las mujeres que quise, soy muy buen conductor, sé manejar un avión de fumigación, escribo bien y soy rico, si no me hago el boludo en este país me pegan un tiro”.
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alejandrolanglois · 2 months
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Isabel Sarli y el ciervo engripado
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El escritor Enrique Medina, autor del best seller Las tumbas, escribió un artículo sobre la 8° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, para la revista Línea, de mayo de 1982.
Al parecer la feria, en plena guerra de Malvinas, fue un fracaso tanto en la cantidad de público, como en presencia de escritores.
Medina cuenta que las ausencias más rutilantes fueron las de Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato e Isabel Sarli.
Dice que Borges faltó para evitar que le pregunten sobre Malvinas. Sábato porque "en una actitud ética que lo enaltece" había prometido no asistir a ninguna feria mientras hubiera censura a libros y autores. Por úlitmo, la Coca Sarli se ausentó "porque su ciervito tenía fiebre".
Leí la crónica en un libro de Enrique Medina, que recopila textos de no ficción, llamado Colisiones, editado en 1984 por la editorial Galerna. Como la excusa de una diva para no asistir a una feria del libro me parecía perfecta, pero aún así me generaba dudas.
Sin embargo, haciendo unas mínimas averiguaciones vi que el dato que aportaba Medina era completamente verosímil. La relación de la Coca con los ciervos estaba documentada.
En primer lugar, una revista Gente de los setenta refiere que "en su casa de Martínez" - la que compartía con su marido Armando Bó- "formó un zoológico, cuidando de perros, tortugas, papagayos y hasta un ciervo".
Pero la prueba definitiva la aportaría Diego Curubeto, el crítico cinematográfico de Ámbito Financiero, que dirigió a la estrella en el documental "Carne sobre carne" (2007), en una semblanza que escribió en 2019.
Alli Curubeto refiere que durante una cena el Festival de San Sebastián, en uno de los mejores restaurantes del país vasco, "ella preguntó qué iban a servir y le dije “pollito”, pero cuando le sirvieron lo miró, se levantó con el plato en la mano y preguntó qué era eso: la chef pronunció la palabra "ciervo”. ¡Yo tenía un Bambi!, gritó".
Curubueto añade que su hija Isabelita, presente en la cena, le recordó que también había tenido un ternerito y no por eso no dejaba de comer bife. Isabel Sarli le dio la razón , pero igual no probó el ciervo.
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alejandrolanglois · 5 months
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Los collage eróticos de Rodolfo Galimberti y Osvaldo Lamborghini en España
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Vivían exiliados en España para la misma época, en diferentes ciudades. Un guerrillero en fuga y un escritor en estado de desesperación tuvieron una extraña coincidencia. Ambos, en algún momento, con diferentes motivaciones, se dedicaron a hacer collage donde incluían fotografías pornográficas que les proveían en abundancia las revistas que circulaban en el incipiente destape español de inicios de los ochenta. 
Madrid, 1982
Cuenta Marcelo Larraquy  en su biografía de Galimberti que para ese tiempo se hospedaba en la casa de un pintor argentino exiliado que apoyaba su causa. “Nunca se acostaba antes de las 5 de la mañana, pero tampoco se levantaba antes de las tres de la tarde. Un día, aburrido, empezó a retirar las pinturas de los marcos, las arrumbó en un rincón y empezó a reemplazarlas por esquemas de la acción política, organizativa y logística de su grupo y también por fotos de mujeres desnudas y perros de raza que había recortado de Play-Boy y revistas caninas. Una mañana, mientras dormía, llegó el artista y se indignó tanto que tuvieron que abandonar la casa al día siguiente”. 
Barcelona, 1983
En la exhaustiva biografía de Osvaldo Lamborghini que escribió Ricardo Strafacce se refiere que para este tiempo el escritor, ya con mala salud y con miedo por su situación migratoria, casi no salía de su casa. Pasaba las horas en un “tallercito” que había montado sobre su cama. Allí trabajaba con temperas y marcadores interviniendo fotografías de revistas para adultos que luego pegaba sobre libros de otros autores, sobre los que escribía epigramas y otros textos. 
Muchas de esos collage terminaron formando parte de la obra “Teatro Proletario de Cámara”, una serie de siete carpetas, que años más tarde sería publicada como libro. 
Para ese entonces, Galimba ya había iniciado la deriva existencial que lo llevaría de ser un joven líder revolucionario a convertirse en un opaco empresario de la seguridad. Osvaldo  estaba en el tiempo final de una etapa de sufrimiento y soledad que culminaría con su muerte, apenas dos años después. 
Cabe conjeturar que los dos, a su modo, uno en la política y el otro en la literatura,  siempre habían hecho collage, si lo entendemos como un procedimiento que consiste en ensamblar elementos diversos para crear un nuevo todo unificado. Galimberti lo había intentado con el peronismo, el marxismo y el catolicismo. Lamborghini con la literatura, el psicoanálisis y la poesía. Solo que ahora, exiliados en una tierra que empezaba a respirar una libertad que no habían conocido en la suya, le añadían a sus materiales esos pequeños retazos de sensibilidad erótica. 
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Osvaldo Lamborghini en su tallercito
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alejandrolanglois · 2 years
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Carta de César Aira rechazando el premio Nobel de Literatura
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Queridos amigos del Comité del Premio Nobel de Literatura,
Es con gran humildad y agradecimiento que he recibido la noticia de que he sido seleccionado para recibir este prestigioso premio. Sin embargo, después de mucha reflexión y consideración, he decidido declinarlo.
No me malinterpreten, el Premio Nobel de Literatura es un gran honor, y me siento profundamente agradecido de haber sido considerado. Sin embargo, en mi opinión, el valor de mi obra no depende de la recepción o el reconocimiento que pueda obtener de instituciones establecidas. Mi labor como escritor siempre ha sido guiada por una pasión inquebrantable por la literatura, no por la ambición de premios o reconocimientos.
He dedicado mi vida a la creación de una obra literaria que desafía las convenciones y explora nuevos territorios narrativos. Mi trabajo se caracteriza por la experimentación con la forma, el estilo y la estructura, y la exploración de temas y obsesiones personales que reflejan mi visión del mundo. En mis libros, he buscado siempre romper los moldes establecidos y dar rienda suelta a mi imaginación.
En mi carrera, he escrito más de cien novelas y ensayos, cada uno de ellos una exploración única y apasionada de las posibilidades de la literatura. Desde "La luz argentina" hasta "Cómo me hice monja", cada obra ha sido un intento de capturar y transmitir mi visión del mundo, de una forma única e inimitable.
En resumen, mi decisión de rechazar el Premio Nobel de Literatura no es una negación de la importancia de este premio, sino una afirmación de mi compromiso con la literatura como un medio para la exploración y la creatividad sin límites. Espero que mi decisión pueda inspirar a otros escritores a seguir su propio camino literario y crear obras que desafíen las convenciones y exploren nuevas fronteras.
Atentamente,
César Aira
(Texto redactado por la inteligencia artificial del ChatGPT luego de solicitarle que "escriba una carta con el estilo del escritor argentino César Aira rechazando el premio Nobel de Literatura" el martes 7 de marzo de 2023 )
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alejandrolanglois · 2 years
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Siete pequeñas escenas de la lengua
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1) “No tenés acento argentino. No pareces argentino”. Unos colegas uruguayos y brasileños, durante un congreso de jóvenes políticos convocados por la OEA, ensayaban con esa afirmación una suerte de elogio velado, incómodo y sutilmente violento. Años después, y gracias a que la agenda de lo políticamente correcto se apoderó de la cultura y de todas nuestras interacciones sociales, supo que había sido víctima de algo llamado micro agresión. 
2) El drama de las traducciones literales entre el portugués y el español queda de manifiesto en la siguiente historia. Se cruzan dos buggy en el acceso a una playa en Buzios. El que ingresa, ocupado por surfers brasileños, pregunta al que se va, conducido por un argentino con dos acompañantes: —¿Ey cara, a praia tem ondas? . Los argentos, excitados por el sol y la sal, y seguros en la idea de que en esos tres días que llevan en Brasil ya manejan con destreza el portugués, responden que sí, que tiene mucha onda. Cuando los surfos cariocas llegan a la playa comprueban con perplejidad que el mar no tiene ni una sola miserable ola.  
3) Una tarde, mientras se tomaba una caña de cerveza en un bar de la cuesta de Santo Domingo, en Madrid, observó a un comensal que pagó, se despidió con un saludo afectuoso y se fue. Apenas se retiró, el mozo que lo había atendido comenzó a burlarse diciendo: se fue el argentino, come paesha el argentino, se va para la cashe. Decía eso mientras se reía y buscaba complicidad en el resto de los comensales que ocupaban la barra semicircular, sin saber que uno de ellos también era argentino. A partir de ese momento, ese argentino empezó a suavizar la she cuando pedía una cerveza en algún bar madrileño y se prometió dejar un testimonio escrito de ese episodio.
4) Claudia, ecuatoriana , estudiante de finanzas y Francisco, mexicano, abogado de una empresa de energía eólica, se conocen en un bar de Amsterdam. Se gustan. Beben Duvel roja en abundancia, la charla fluye con música de acid jazz de fondo. Cuando la conversación se pierde, se demora en la interpretación de algún giro del español propio de su tierra que el otro no conoce, recurren al  inglés o a la cita de alguna película de Hollywood.
5) Becaria colombiana: ¿me regala un café, por favor?
Mozo catalán: regalar, regalar, lo que se dice regalar, acá no regalamos nada. Le puedo vender uno si usted quiere.  
6) Lali y Diego, hermanos menores de una familia numerosa;  nacidos en Argentina, de padres argentinos; criados entre Venezuela y Brasil. Hicieron el primario y el  secundario en un colegio bilingüe de Río de Janeiro. En la casa familiar todos hablan el español, pero ellos dos, cuando se enojan entre ellos, se pelean a los gritos y se insultan en la lengua de su infancia, se putean en portugués. 
7) El creador de la lengua auxiliar planificada conocida como esperanto, Ludwik Lejzer Zamenhof, polaco de nacimiento, fue oftalmólogo, traductor y profesor de lenguas. Vivió una parte de su vida en París, donde se enamoró de la actriz Rachel Binord. Zamenhof era un políglota que llegó a manejar con soltura nueve idiomas. Murió en Varsovia en 1917. Sus últimas palabras fueron en francés. 
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alejandrolanglois · 2 years
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Apollinaire, el caribe y el pájaro sin pico
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Dice Apollinaire que “hay un poema para escribir sobre el pájaro de un ala”. Pero no, yo no voy hablarles de ese pájaro. Voy a hablarles, en cambio, de otro pájaro. Un pájaro sin pico. O dicho mejor, voy a contarles la historia, lo poco que sé, sobre el tucán de pico falso.
El animal, al que luego bautizaron Grecia, vivía muy tranquilo en el valle central de Costa Rica, hasta que un día dos adolescentes -en sentido amplísimo -lo golpearon con un palo y se lo quebraron: “de rojo a verde todo amarillo muere”, dice Apollinaire en ese mismo poema.
No sé si el poeta francés habrá estado alguna vez en el caribe, pero en otro verso del mismo poema habla de “cuando los guacamayos cantan en los bosques nativos”. Eso también me disparó la evocación del pobre pájaro sin pico.
Yo lo conocí en el centro de recuperación de fauna de Costa Rica, Zooave. Allí, con una impresora 3D, un grupo de científicos logró construir una prótesis plástica para reemplazar el pico quebrado. Cuentan que le llevó un tiempo adaptarse al artefacto, pero finalmente el bicho pudo volver a comer con cierta normalidad, y así salvó su vida.
Supe que el pájaro sin pico no podía cantar, del mismo modo que el pájaro sin ala de Apollinaire no podría volar, al menos sin transgredir alguna de las leyes de la termodinámica. Grecia volvió a cantar luego de que le insertaron en el morro el pico de plástico. Aunque según los veterinarios, va a ser difícil que recupere alguna vez su tono de canto natural. Para un ave eso debe ser el equivalente a perder el habla para un ser humano, o a algo mucho más perverso, a hablar un idioma que nadie más que uno conoce.
Vuelvo al poema de Guillaume y encuentro entre sus versos, no sin esfuerzo, lo acepto, nuevas marcas proféticas sobre el destino del tucán: “El pobre joven voló su nariz en su corbata blanca” o “lo enviaremos por teléfono traumatismo gigante”. ¡Oh, el surrealismo!
El pico no sólo le sirve a Grecia para comer y cantar. Al parecer, el pico de los tucanes tiene otras varias funciones. Por su tamaño y colores, sirve como un disuasor para los predadores. Si estos no se disuaden, el pico hace las veces de arma para defenderse. Además, tiene una serie de vasos sanguíneos que ayudan a regular la temperatura corporal del ave.
¿Habrá visto Apollinaire alguna vez un tucán o una guacamaya en persona? Su poema se cierra con un verso que menciona a otra criatura del reino animal, que también se puede ver en las playas de Costa Rica.
“Soles múltiples y erizo de mar al atardecer La ventana se abre como una naranja Hermosa fruta de luz”.
Tan naranja como era la papaya que comía Grecia con su pico ortopédico, el día que lo conocí, allá en su jaula de Zooave, mientras esperaba el tiempo de volver a la selva, al mar.
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alejandrolanglois · 2 years
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El Redoxon en el rock argentino
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"Oye, te hacen falta vitaminas"  (Gustavo Cerati)
Siempre que se piensa en la relación entre drogas y rock and roll uno se imagina la sustancia dentro del músico, en su organismo, estimulando sus terminales nerviosas con fines diversos.
Pero qué pasa cuando la droga permanece fuera del músico, e incluso se transforma en un instrumento. Esto es lo que parece haber sucedido con el Redoxon, esa pastilla efervescente, llena de vitamina C, que en contacto con el agua produce un sonido que, al parecer, logra cautivar a los músicos.
El primer antecedente se dio en 1975, durante la grabación del disco de Porsuigieco (el supergrupo conformado por Raúl Porchetto, León Gieco y Sui Generis) en los viejos estudios Phonalex, en el Bajo Belgrano.
Refiere Porchetto que durante la grabación él estaba resfriado y le habían recomendado tomar Redoxon. Es así que instantes antes de iniciar una grabación decidió tomarse uno. Puso la pastilla adentro del vaso de agua y escuchó. Luego, acercó el vaso al micrófono y sonó "fshh, fshhh, fshhh". Les mostró a los demás el particular sonido de la pastilla y decidieron grabarlo. Bautizaron a la pista como Burbujas musicales y lo firmaron los cuatro. Así aparece en el disco.
"Yo recordaba que habíamos hecho algo con agua entre todos, pero tenía el recuerdo de que habíamos soplado los cuatro al mismo tiempo con pajitas en un vaso", evoca Nito Mestre.
Años después, el Mono Fontana (el músico argentino que más admiró Luis Alberto Spinetta) que tocaba con Pedro Aznar y Lito Epumer en el mítico Madre Atómica usaba en vivo unas pastillas de Redoxon a las que hacía efervescer en líquido cerca de un micrófono para darle un color distinto a la música del trío.
"Yo empecé a coleccionar sonidos de ambiente a los trece años. De chico ponía un grabador Sanyo en la terraza con un casette en la terraza y lo dejaba. Al final del día tenía perros, un auto paando, vecinos peleando. Después los empecé a usar con mis sintetizadores", contó alguna vez Fontana.
"Él en Madre Atómica tocaba la batería. Y me contaba que él ponía un vaso y una pastilla de Redoxon para comenzar el show, y lo escuchaba el que estaba adelante, pero a él lo motivaba eso, no le daba igual. Laburó mucho con eso, y por suerte fue cambiando la tecnología y ahora lo hace con un iPhone", comenta Florencia Ruíz, su actual socia musical.
Ya lejos de las búsquedas creativas de los setenta, hoy la relación entre música y pastillas efervescentes se puede ver en ese nuevo rubro llamado "música para relajarse" o meditar, o incluso "música para dormir" (género involuntariamente creado por Pink Floyd) algunas de cuyas piezas incluyen grabaciones de tabletas diluyéndose lentamente en agua.
Donde también se utiliza el sonido burbujeante es en las piezas de audio y video que en redes sociales buscan provocar una "Respuesta Sensorial Meridiana Autónoma" (ASMR, en inglés), que no es otra cosa que el "chucho" o escalofrío, agradable y relajante, que tenemos como respuesta a determinados estímulos visuales o auditivos.
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alejandrolanglois · 2 years
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Arte poética
Es en la noche la sed del verbo. Cuando blancas la hoja y la luna se entregan al ansia de la pequeña espada.
Así, se escribe el pasado, para abrazar a los muertos. Se escribe en el presente, para curarse el alma. Se escribe al futuro, para que los hijos canten. 
Mi padre me enseñó que las palabras sirven para jugar, para buscar la belleza y para decir la verdad. 
Y en todo verso, un saber.
Y en cada verso, el deseo
Y en un verso, la rosa, la idea y la idea de la rosa.
Y en mi verso, todas las formas del misterio. 
Y ver entonces, con ellos,  la infinita aventura del mundo. 
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alejandrolanglois · 3 years
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"Invente pero sin tergiversar"
Harto del hostigamiento preguntón de la poeta y periodista Tamara Kamenszain , quien lo perseguía por un pasillo, Juan L. Ortiz, le dice que no lo moleste más y que para poder terminar la entrevista, “a partir de aquí, invente pero sin tergiversar”.
La anécdota la contó Mauro Libertellla, hijo de Kamenszain, tomándo la frase de Juanele como un punto de referencia sobre cómo se pueden escribir en textos literarios diálogos que ocurrieron en la vida real.
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alejandrolanglois · 3 years
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El pasaje Velas
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El pasaje Velas
En el pasaje Velas estaba la tienda de los turcos. Vendían dátiles, arenques, pan pita y otros productos libaneses. Cuando la planta de uva chinche de la madre de Betty, la vecina, se secaba, íbamos con mi tía Zulema a lo de los libaneses y les comprábamos un frasco de hojas de parra mendocinas, para hacer el sarmá, los niños envueltos.
Pegado a los turcos, en la casa chorizo, vivían Eduardo y Don Flores. Los dos estaban en silla de ruedas. Era una casa del Estado, se la pagaba el gobierno por la discapacidad. Eduardo tenía una silla de ruedas tipo triciclo, las que se movían haciendo girar unas manijas ubicadas en el manubrio. Era ceramista. El artículo más barato de su taller, que daba a la calle, eran unas campanillas con flores pintadas a mano. Le compré varias, para los cumpleaños de mi madre, mi abuela, para la tía Zulema y para la tía Tero.
Don Flores era zapatero. Vivía en la casa del fondo y tenía el taller en una de las piezas que olía a pegamento y a pomada de lustrar. A veces se paraba y caminaba un poco. Tenía una pierna más corta y la compensaba con un zapato de taco alto de madera. Hacía ruido cuando golpeaba el taco en el piso que también era de madera. Sonaba como tap en tiempo de blues. Seguro que el zapato ortopédico se lo hacía él mismo.
El árbol de palo borracho del pasaje Velas era relativamente fácil de trepar, una vez que te aprendías como eludir las espinas. Desde esa posición repelí la avanzada de la pandilla de la calle Mendoza arrojándoles venenitos, porque así llamábamos a los frutos de la planta de ricino, que además de tener púas, cuando impactaban sobre el enemigo le impregnaba una especie de leche blancuzca, olorosa y muy pegajosa. La banda de Mendoza era liderada por tres hermanos que vivían en una casa del pasaje Velas, que era a la vez una unidad básica peronista. Salvo por un par de años en los que fue también un local de la Unión del Centro Democrático (UceDé). Fue en esa casa, en una actividad cultural para el barrio, que vi por primera vez la película ET.
El pasaje tenía un único terreno baldío. Al parecer por un trámite de sucesión eterno en el seno de una familia problemática. Allí era donde crecía nuestro arsenal de venenitos. Ahí armábamos chozas con maderas y hojas y nos escondíamos a darnos los primeros besos. El baldío nos proveía para la guerra y para el amor.
La casa más alta en el pasaje tenía tres plantas. Vivían tres hermanas solteras, mayores de sesenta años, un piso para cada una. Se decía que el padre había sido millonario, socio del cubano Goar Mestre en el viejo Canal 13 de televisión. Se habían repartido las casas en función de la edad, por el asunto de las escaleras. La más joven vivía en el segundo piso y la más anciana en la planta baja. Aunque un tiempo, que la más joven no estuvo bien de salud, bajó al primer piso. Una tarde me la crucé a una de ellas en la farmacia, estaba comprando gotas para los ojos. Ya me ves, me dijo, mi hermana encerrada en casa que no para de llorar y yo acá comprando lágrimas artificiales.
Durante algunos años vivió una familia de pentecostales en uno de los chalets pequeños. Empotraron en la pared del frente de la casa una hornacina vidriada y colocaron una Biblia para que los vecinos que pasaban caminando por la vereda pudieran leerla. Todos los días pasaban una hoja y ofrecían un texto nuevo. Cinco años después, cuando se terminó el libro del Apocalipsis, se mudaron.
Sobre la mesa ratona de mi tío Edgardo, jubilado con cuarenta años de servicios en el Correo Nacional, encontré ayer un libro que explicaba el origen de los nombres de las calles de la ciudad. Fui directo a las páginas de la ve corta a buscar Velas. Se le había impuesto ese nombre al pasaje, a partir de una ordenanza impulsada por el concejal Rodolfo Palestro en 1916, para homenajear a doña Gregoria Velas, la casera de Juan Manuel de Rosas que, a partir de un descuido, había descubierto el dulce de leche.
La evocación de ese manjar me abrió el apetito. Por suerte, el tío Edgardo guardaba en su heladera un bol con humus, una bolsa con pan pita y una bandeja con arenque ahumado libanés.
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alejandrolanglois · 3 years
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Borges y Le Pera
Para Abelardo Castillo, el primer párrafo de El aleph, de Borges, es demasiado “palabrero”. Lo ponía como ejemplo en sus talleres.
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.
Según Castillo, Alfredo Le Pera había logrado decir lo mismo con apenas nueve palabras:
Sus ojos se cerraron
Y el mundo sigue andando
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alejandrolanglois · 3 years
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Milonga en vuelo
En esa pieza de Astor se ven vaivenes. Son las curvas y contra curvas de los violines de Agri que se cruzan en la autopista de cuatro carriles que le presenta el contrabajo. Y hay lomadas, cuchillas uruguayas, hijas de la milonga oriental; hechas de quiebres, cortes y síncopes rotos.
Dos compases después de la intro, el bandoneón levanta vuelo como un dron, como un ángel, como un cóndor y sobrevuela toda Buenos Aires, cruza el Río de la Plata y aterriza, suave, en una playa de Pocitos.
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alejandrolanglois · 3 years
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The news caffe
En estas cafeterías la gente no bebe café. Al menos, no bebe café solo. Los chicos lo piden mezclado con frutillas, con jarabes de vainilla o desmesuradas cremas chocolatadas. Cafés con leche psicodélicos, tuneados con los siropes de los pancakes de las kermesse estadounidenses.
Pido mi macchiato y un joven empleado, que pareciera estar en su primer día,  me explica que me van a preparar mi bebida con un café certificado como “comercio justo”. Un sello que garantiza que la empresa le pagó bien a los productores guatemaltecos y que no se usó trabajo infantil para su recolección. El muchacho, que repite con soltura el speech de responsabilidad corporativa recién aprendido, probablemente tenga un contrato temporal, o algún tipo de pasantía, cobre el mínimo y jamás se le permita sindicalizarse. El capitalismo que se mira en su propio espejo. Con profilaxis social en forma de contraseña en la cerradura de las puertas de los baños.
Yo paré durante los cinco años de mi carrera universitaria, casi  todos los días que cursé, en el café “Mar Azul”. Creo que jamás, ni Francisco, el mozo;  ni el adicionista, cuyo nombre no recuerdo; ni Segundo, el bachero;  me llamaron por mi nombre. Creo que jamas me lo preguntaron. Sin embargo, a Nahuel (leo en un prendedor sobre su pecho) no le lleva más de quince segundos decirme “Ale” y escribirlo en mi vaso venti.  Habiendo forjado mi identidad como parroquiano de café en los últimos quince años del siglo veinte, esa sobreactuación, ese esfuerzo por convertir un “no lugar” en un lugar, todavía me resulta una incómoda invasión.
Con sus mesas amplias, sus cómodos sillones, la proliferación de enchufes para cargar dispositivos, su temperatura regulada, el WIFI de más de tres rayitas asegurado y la ausencia de una vigilancia estricta del tiempo de permanencia o el consumo,  este tipo de lugares se prestan muy bien para las estancias prolongadas. Allí, se deja ver el desamparo de unos escolares con padres eternamente demorados en reuniones de trabajo. Por allá, dos o tres emprendedores monotributistas que aún no alcanzan el status del coworking o la utopía (literal) de la oficina propia. En la otra mesa, en general por por la mañana, un  grupo de mamis de alumnos de colegios bilingües se hidratan con grandes vasos de exprimidos de naranjas después de la clase de funcional en Megatlón, con los rostros perlados de sudor iluminados por las manzanitas fulgurosas de las MacBook y los IPhone.
Me pregunto dónde se encontrarán a beber café los revolucionarios de estos tiempos. Pero seguro tiene que ser en lugares como este. Sería imposible hacer una revolución a través de las redes sociales, por ejemplo, con la calidad del WIFI del Café La Paz o del bar La Ópera. Con mozos que no saben el nombre de la red, no conocen la contraseña o te la traen escrita, de veinte letras y números, en un papel raído, ilegible: “todo con minúscula”. No, imposible. Salones de doscientos metros cuadrados con veinte mesas o más, y apenas dos enchufes. Imposible. Si hasta para poder poner las TV, en los noventa, esos lugares tuvieron que hacer extensiones o recurrir a las insufribles “zapatillas”. No, hoy las conspiraciones precisan baterías de celdas de litio rebosantes de 220 voltios.
En estos locales se ensaya otro tipo de experimento social a escala masiva. Los puestos donde se endulzan y condimentan las bebidas, ponen a disposición del público una gama variada de productos y objetos que se pueden robar muy fácil. Sin embargo, pese a estar en un ecosistema social proclive al saqueo de “lo gratis”,  pareciera ser que dentro de estas cafeterías no tienen lugar esas conductas. Como si la franquicia, creada en un país desarrollado, viniera incluida con los patrones culturales civilizatorios de origen. Los frascos de canela, cacao y nuez moscada permanecen en su lugar. La gente toma sólo los sobres de azúcar, edulcorantes o envases de miel que necesita y no más.
Aunque existe dentro de este experimento una instancia más. La última antes de retirarse. La que divide en dos, incluso a los clientes honestos y establece, en cierto modo, una jerarquía dentro del universo de los buenos modales. Estamos hablando de quiénes retiran sus bandejas y vasos sucios de sus mesas y los depositan en los lugares destinados a tal fin y aquellos que no lo hacen, y contribuyen a generar una suciedad que , por momentos, los solícitos  empleados que siempre son pocos, no logran controlar.
Doña Sara entra al local, tal vez por curiosidad o porque se lo topa en el camino y es lo único que tiene a mano. Es una señora que se debe estar acercando a los setenta años. Intuyo que puede haber sido una niña de vainillas mojadas con leche tibia en La Martona.  Se sienta en una mesa y espera en vano por largos minutos que algunos de los muchachos o muchachas de uniforme y gorra se acerque a tomarle el pedido, hasta que advierte que debe realizar la orden en las cajas. Observa con estupor la oferta plurilingüe de la cartelera con el menú. No llega a decodificar dónde está el café con leche. Cuando llega su turno lo pide en criollo. “Floppy” le pregunta en qué tamaño lo quiere. A Sara esos tres baldes de cartón que le muestran le parecen una desmesura. Lo pide en taza. “Floppy” pone mala cara porque deberá ir hasta la alacena para retirar una de las pocas tazas de cerámica que tienen reservadas para este tipo de clientes, y no  se le será dado el gusto de poder escribir el nombre de Sara con el confianzudo fibrón negro. Igual, Floppy cumple al pie de la letra la instrucción de su capacitadora y le pregunta el nombre. Sara busca una mesa vacía en el salón y se sienta a beber. Mientras acerca la taza a los labios se pregunta: qué será “extra shot”.  Se le viene a la mente la publicidad de Susana Giménez, mientras se entrega al voluptuoso y antiguo goce del café.
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alejandrolanglois · 3 years
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Naturalezas muertas
El pasto crecido de meses y meses, y el agua, se devoró el camino que va de la ruta a la casa. El perro, enjuto y amarronado, duerme sobre una mata de flores blancas y amarillas. Se ve sobre una tabla de madera húmeda, el resplandor vaporoso de un calor infernal. El perro no ladra hace más de un año.
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En la despintada alacena de hojalata, ya sin puertas, se ve una jarra de metal esmaltado, una bombilla manchada de negro y un paquete de yerba mate de un rojo furioso. El piso de la alacena está tapizado de antiguos restos de yerba. Nada más. En la mesa, la mitad de una galleta que es más aire que harina.
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Un cuero de oveja blanca cubre el colchón pequeño ubicado en el centro de la única pieza de la casa.
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alejandrolanglois · 3 years
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Bailanta
Si íbamos a avanzar con lo de la bailanta, tenía que ser en el barrio de Constitución. Los dos, Carlos, mi socio y yo veníamos de ser encargados en bailantas del conurbano, habíamos juntado una plata, y nos queríamos largar solos.
Hicimos construir un galpón bien grande, sobre un terreno que encontramos sobre la avenida Juan de Garay. No fue fácil al principio: demoramos un mes en retirar los escombros de la antigua y demolida propiedad, antes de hacer los pozos del cimiento. Los de la inmobiliaria nos habían advertido que los planos señalaban la presencia de un sótano, y a Carlos, siempre de ideas audaces que impulsaba sin miedo, le pareció que podíamos montar ahí una segunda pista más pequeña, donde se  hiciera sonar a la nueva camada de bandas de cumbia “estilo colombiano”, y aprovechar también a ese otro público.
Había una ansiedad general por largar en noviembre y así aprovechar el verano. Yo, en cambio, era de la idea de avanzar con pasos firmes y esperar a que todo estuviera en orden.
El salón principal estaba casi listo. El sistema de audio estilo “noventas”, las luces de la pista central y la barra gigante de hormigón le daban al boliche un toque entre austero y moderno que a mi me gustaba.  No se precisaba mucho más; sabíamos que a nuestro público le preocupaba más que nada la música en vivo y el precio de las bebidas.
Pablo, el disc jockey nuevo que había contratado Carlos para manejar el salón del sótano, me pidió ese viernes que lo acompañara a hacer una primera prueba de luces y sonido. La recién restaurada escalera era bastante empinada y daba la impresión de que en cualquier momento uno iba rodar escalón abajo. Bajamos los equipos con dificultad.
-¡Apagamos luces centrales en uno, dos, tres!, gritó Pablo y se encendieron las luces de colores y empezó a sonar la música. Todo iba bien. El ambiente general era placentero.
Unos segundos después, en un instante de oscuridad plena, de repente, se empezaron a proyectar unas imágenes extrañas sobre una de las paredes. - ¿Alguien sabe qué es eso?, preguntó Pablo por micrófono. Debe ser algún chiche nuevo de Carlos, pensé yo. Algún proyector láser que tira imágenes al ritmo de la música, me dije.
Sobre la pared enfrentada a la escalera, se podía ver una sucesión veloz de una serie de imágenes que no guardaban ninguna relación entre sí.
Vi el mar, vi un atardecer, una hormiga cargando una hoja roja, vi una feria de ropa en Florencio Varela, vi el pasillo inundado de una villa de Floresta; vi balas, porro y dólares falsos; vi un par de de Converse negras colgadas de los cables de la luz de las torres de Lugano, vi una vela apagada por el viento en el monasterio de Montserrat, vi la pollera amarilla de la Bomba Tucumana, vi cuatro terrenos ocupados por familias bolivianas, vi la tapa del primer disco de Tambó Tambó, vi el tajo fatal que un Tramontina hizo en la panza de un pibe chorro, vi la fachada de la casa donde nació mi padre (era Colón), vi la bolilla que le faltó a El Turco para completar la línea un sábado infernal en el bingo de Liniers; vi un tigre estampado sobre la campera de cuero de un percusionista filipino, vi a un tipo acostado sobre las viejas baldosas de ese mismo sótano, inmóvil, mirando fijamente hacia la escalera; vi en su pupila izquierda el reflejo de una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor.
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alejandrolanglois · 4 years
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"Santanita"
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¿Por qué Wiquipedia censuró esta entrada? ¿Quiénes son los Caballeros de la Orden de San Juan? Aquí rescatamos el texto con la biografía de Alberto Santana que fue dada de baja por la enciclopedia colaborativa. 
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Alberto Santana (Salto, Uruguay, 1932. Ciudad de Malta, 1989)
Alberto Santana ("Santanita", "El Mariscal de la TV") fue un destacado locutor, actor, animador, conductor, periodista y poeta (1) uruguayo que brilló en la televisión charrúa durante las décadas de los cincuenta y sesenta, siendo uno de los pioneros de dicho medio en ese país. Su programa más recordado es "Estamos todas las tardes de domingo", un exponente típico del formato televisivo conocido como "ómnibus", que alcanzó su pico de rating histórico de 85 puntos en 1964 durante la visita del conjunto británico de rock The Rolling Stones (2), en su única y recordada actuación en el Río de la Plata durante la década de 1960.
Biografía
Alberto Santana nació un helado 5 de mayo de 1932 en la ciudad de Salto, en la República Oriental del Uruguay. Hijo único de padre tendero y madre ama de casa, desde pequeño mostró un inusitado interés por las cuestiones artísticas, resultando ser el campeón regional de zapateo americano más joven de la historia de Salto, con apenas seis años de edad (3).
A los 12, luego de un accidentado paso por la escolaridad formal, comenzó a trabajar en la radio de Salto interpretando personajes infantiles en algunas radionovelas. Sus carismáticas intervenciones  llegaron a los oídos del productor y zar de la TV rioplatense, Goar Mestre, quien lo contrata para trabajar en el  viejo Canal 5 de Montevideo. A partir de allí, su vida se convierte en un camino irresistible hacia la cima del espectáculo uruguayo. 
De fungir como extra en un par de comedias de tono familiar, Santana saltó al mundo publicitario, en donde brilló en piezas promocionales de productos como dentífricos, lavadoras y automóviles.
Pocos meses después ya se ubicaba al frente de su propio programa como conductor principal. En el programa "Estamos todas las tardes de domingo", Santana no se privó de desplegar el amplio rango de sus virtudes artísticas: el baile, el canto, el retrato a mano alzada, la actuación, la cocina oriental,  la entrevista intimista, el recitado, la ejecución del tambor repique y la improvisación de versos en modalidad payada fueron acometidos por Santana con impar destreza.
No están del todo claras las razones por las cuales Santana desaparece de la TV y de las tertulias sociales de Montevideo (4). Una niebla de misterio cubrió su paradero hasta 1989, cuando un cable interno del consulado uruguayo en La Valeta, Malta, se transmite al edificio del Ministerio de Relaciones Exteriores del Uruguay, en Montevideo con el texto: "murió Santana".
(1) En 1958 se publica en Montevideo su poemario "Soy del río, soy del agua" del que también se edita un disco en el que el propio Santana recita sus poemas. Ambas piezas son hoy inhallables. Un coleccionista japonés publicó un aviso a página completa en el diario El País de Montevideo el 4 de julio de 1988, en donde ofrecía hasta 20 mil dólares por un ejemplar del registro fonográfico de Santana.
(2) "¿ Qué pasó entre Brian Jones y la novia de Alberto Santana?" revista RadioShow Nº 345, páginas 14 y 15. Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Uruguay. 
(3) En un especial sobre su vida emitido en la TV uruguaya, una tía abuela de Santana reveló que en el jurado eran todos familiares suyos. 
(4) En 1997, la  "Radio Televisión Belga de la Comunidad Francesa" emite un documental sobre Los Caballeros de la Orden de San Juan, cuya sede central está ubicada en Malta, en el que se deja ver una fotografía de una tenida de la orden en la que aparece un Alberto Santana ya maduro.
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