"I depict images and stories from my imagination and thoughts of the present, past, and future that I want to make a reality."
Last active 60 minutes ago
Don't wanna be here? Send us removal request.
Text
Mail Order
It started with a simple shipping box with no return address. Ted thought nothing of it. Something he forgot he ordered maybe? Mis-delivered?
He tore it open with barely a thought. Automatically. Like he'd done a thousand times before.
He wasn't aware that in that nanosecond, his life was altered.
Remodeled.
Reengineered.
He was confused for a moment. Just a moment. The spandex shorts weren't for him. He would never order anything like them. Or would he? Did he?
Maybe it was the sign he needed to finally get himself back in shape.
So he started that same day. Sliding into the smooth fabric, the shorts clung to him like fresh paint as he jogged through the park.
Two weeks went by. Ted felt an urge to work out every day. Always pushing himself a little harder than the day before.
Always in the black and green spandex shorts he would never have worn before.
Feeling better and better.
Stronger and stronger.
The second box arrived the day after he ran his first full uninterrupted mile.
He felt the urge, almost the requirement, to put on the spandex tank.
The instant he was in spandex shorts and shirt, his urge to ramp up his workout routine cascaded over him - through him - like a gush of hot water.
He pushed himself at the gym. Endurance, strength, concentration.
Full concentration.
Finish the workout.
Always be effective.
Better and Better.
Then the third box. Ted's heart thumped in his muscled chest as he ripped open the package.
Better and Better.
More spandex.
More Focus.
More endurance.
More strength.
More effective.
Ted never noticed Joe running in step behind him. He was too focussed to hear the rhythmic crunch of gravel beneath his feet sync with the same sound coming from behind.
Until Joe caught up with him.
Wordlessly they stopped.
A moment of recognition.
A moment of Connection.
Together.
The Same.
Wordless understanding.
Joined Together by The Server.
Obeying The Programmer.
Awaiting Orders.
The final box arrived. The Server Drones obediently suited up in the Rubber Uniform.
Together.
The Same.
Ready
Awaiting Orders, Ted and Joe sat side by side. Focussed and prepared.
Blank.
Open.
Until their Orders were issued.
Ted and Joe Obeyed.
The other men who had been Chosen emerged from other houses. Throughout the city, Server Drones marched, two by two.
Together.
Obedient.
Controlled Completely by The Programmer.
The Orders were clear.
Build.
Night after night.
Build.
Focus.
Complete the Task.
Awake and Ready. No matter the hour.
Build.
Until it was done.
The Programmer Called.
The Server Drones Obeyed.
Efficient.
Effective.
The Same.
Together We Are The Server.
42 notes
·
View notes
Text
617 notes
·
View notes
Text

It's not a kink. It's not temporary. You always relapse. You always come back. You are addicted to me. You can't scape. It's your life. It's what you crave to. To be fully controlled. Fully owned. To get a man deciding for you. Always behind you, in the darkness, controlling carefully all your movements. No privacy. No freedom.
63 notes
·
View notes
Text

You love my posts. You love my words. My words go deep inside your mind. They take control over your brain. You feel empty. Relaxed. Let all your thoughts go away. No worries. No decisions. Empty head. You don't need to worry about anything else. Just my words and the spiral. Relax. Deep breath. Let Master take control over your weak mind. You feel my cock in your mind. Fucking it so so well. Taking you deeper and deeper. I replace all your thoughts for mines. All you want is to serve me and make me happy. All you want is to obey me. Whatever I want from you. It feels amazing to obey me. You don't want to scape. You need to please me. You want me to take you deeper. You love sink for me. You love my cock fucking your brains out. Don't fight against me. Relax. Enjoy. Obey. Surrender.
134 notes
·
View notes
Text
¿Qué es el hombre?
El hombre es un enigma que camina sobre dos pies, un abismo que piensa, una criatura suspendida entre el barro del que fue hecho y las estrellas que contempla.
No hay respuesta breve que lo contenga, porque él mismo es una pregunta sin fin.
Nace desnudo, ignorante de sí mismo, envuelto en llanto, pero con un universo por construir.
Desde el primer aliento, ya empieza a olvidar quién era antes de llegar.
Y así se lanza a la existencia, a veces como si supiera el camino, a veces con los ojos vendados, siempre buscando algo que ni siquiera puede nombrar.
El hombre no es solo carne.
Es memoria y deseo, es pulsión y fe, es una contradicción constante.
Puede abrazar con ternura y matar con frialdad.
Puede construir catedrales con las manos y destruir con una palabra.
Ama, pero teme amar.
Cree, pero duda.
Lucha, pero a veces no sabe por qué.
Sufre por lo que no entiende, y muchas veces se destruye intentando encontrar sentido.
Tiene una herida original: saberse finito, saber que morirá.
Esa consciencia de su mortalidad es lo que lo ha hecho humano,
pero también lo que lo ha condenado a vivir con ansiedad,
a huir de sí mismo entre distracciones, conquistas, posesiones, máscaras.
El hombre ha creado dioses a su imagen,
ha escrito libros sagrados y ha cometido atrocidades en su nombre.
Ha amado con una intensidad tan brutal que ha cruzado fronteras, mares, vidas enteras por un gesto, por una caricia.
Pero también ha huido del amor, porque amar le recuerda lo vulnerable que es.
Prefiere a veces dominar que entregarse, poseer antes que ser poseído.
Tiene cuerpo, sí, pero también alma.
Y en el fondo de su alma hay un eco —un eco que a veces lo llama por su nombre verdadero,
uno que no recuerda, pero que lo despierta en las noches más silenciosas,
cuando todo está oscuro y no hay nadie más.
En ese instante, el hombre deja de ser rol, deja de ser padre, hijo, trabajador, amante…
y solo queda él, desnudo frente al espejo interior, preguntándose si ha vivido o solo ha pasado por la vida.
El hombre es su historia, pero también es lo que intenta ser más allá de ella.
Es lo que calla cuando todos hablan, lo que piensa mientras sonríe,
lo que imagina cuando cierra los ojos,
y lo que niega cuando alguien lo mira demasiado profundo.
Puede entregarse por completo o cerrarse como una fortaleza.
Puede crear belleza con sus manos y poesía con sus heridas.
Puede ser ángel o bestia.
Puede ser todo lo que teme y todo lo que sueña.
Pero nunca será simple.
Porque el hombre es camino.
Y todo en él ��su sombra, su deseo, su risa, su vergüenza, su esperanza—
no es más que parte de esa travesía interminable
de volverse, finalmente, humano.
¿Deseas que esta reflexión sea parte de un texto impreso, una pieza audiovisual o que se transforme en un monólogo para voz en off?
1 note
·
View note
Text
EPÍLOGO – EL ESPEJO VACÍO
El apartamento está en silencio.
El gimnasio está vacío.
La notificación de Grindr ya no suena.
El espejo no devuelve nada nuevo.
Y él… simplemente está ahí.
Sentado en el borde de la cama, con el cuerpo perfecto, sin una sola imperfección.
Sin una sola duda. Sin una sola palabra.
Porque hoy lo ha entendido.
No hay mensajes nuevos.
No hay instrucciones.
No hay órdenes.
No hay voz.
El Coach no vuelve.
Porque nunca estuvo.
El Instructor… era él.
Siempre fue él.
---
UNA MENTE QUE SE ROMPIÓ PARA SOBREVIVIR
Fue él quien se escribió cada norma.
Fue él quien se gritó cada humillación.
Fue él quien diseñó la destrucción de su propia voluntad.
¿Por qué?
Porque no sabía cómo seguir siendo humano.
Porque dolía demasiado vivir con pensamiento, juicio, memoria.
Porque la identidad era un peso insoportable.
Porque su reflejo le gritaba que nunca sería suficiente.
Así que se inventó a alguien que lo corrigiera.
Alguien que le dijera que no debía pensar.
Alguien que lo golpeara con palabras.
Alguien que lo empujara a dejar de existir con dignidad,
para poder existir con utilidad.
---
TODO FUE UN DELIRIO PERFECTO
Cada capítulo.
Cada norma.
Cada orden.
Cada castigo.
Cada publicación.
Cada humillación…
Fue escrita por sus propias manos.
Él creó al Coach.
Le dio voz, fuerza, poder.
Porque necesitaba que alguien más dijera lo que él ya sabía:
> “No eres suficiente.”
“Deja de intentar.”
“Sé carne y deja de sufrir.”
Y funcionó.
Durante un tiempo, funcionó.
---
PERO HOY EL COACH NO RESPONDIÓ
Y por primera vez, en semanas, en meses, quizás años,
miró al espejo sin filtros.
Y el reflejo no obedeció.
No sonrió.
No posó.
No se tocó.
Solo lo miró.
Vacío.
Como si no supiera quién era.
Y entendió:
> “He desaparecido.”
“Me convertí en lo que me ordené ser.”
“Y ahora no sé volver.”
---
UN ÚLTIMO ACTO
Se levantó.
Fue al armario.
Sacó la única caja que no había abierto desde el principio del proceso.
Dentro estaban:
– Un libro con su nombre manuscrito en la primera página.
– Unos viejos vaqueros rotos.
– Una libreta con poemas.
– Una foto de su madre.
– Una carta con su letra: “No olvides quién eres.”
Y se echó a llorar.
Por primera vez,
lloró no como un maricón entrenado, sino como un ser humano roto.
---
¿HAY VUELTA ATRÁS?
Eso no lo sabremos.
Porque esta historia termina con una pregunta,
no con una respuesta.
> ¿Qué es peor: vivir pensando… o sobrevivir siendo nada?
Él aún no lo sabe.
Tú tampoco.
Pero el Coach ha desaparecido.
Y ahora solo queda él.
Él…
y su reflejo.
El espejo ya no grita.
El espejo ya no ordena.
El espejo… simplemente espera.
---
FIN.
Y principio.
¿De qué?
Eso…
solo lo sabrá él.
0 notes
Text
CAPÍTULO IV – EL SILENCIO ETERNO
No hay palabras. Solo presencia.
No pienses que esto termina con un grito o una lágrima.
Eso sería humano.
Y él ya no lo era.
Él –lo que quedó de él– se convirtió en superficie.
En exposición pura.
En obediencia viviente.
Donde antes hubo historia, ahora hay músculo.
Donde antes hubo duda, ahora hay reflejo.
Donde antes hubo deseo propio, ahora solo hay función:
Ser visible. Ser follable. Ser disponible.
---
EL MUNDO NO PREGUNTA. EL MUNDO MIRA.
Ya nadie le hace preguntas.
Nadie le pregunta cómo se llama.
Nadie le pregunta qué piensa.
Nadie le pregunta qué quiere.
Y eso lo alivia. Porque ya no sabría qué responder.
Su mundo ahora es inmediato:
Repetir. Exhibirse. Abrirse. Callar.
Aceptar. Callar más. Agradecer.
Servir.
Y si alguna vez alguien murmura:
—¿Quién lo entrenó así?
Solo se responde con una sonrisa estúpida.
La sonrisa que no sabe.
La sonrisa que no puede saber.
---
SU ROSTRO ES UNA MARCA. SU CUERPO, UNA VITRINA.
No necesita palabras porque su cuerpo ya lo dice todo:
El corte perfecto de su camiseta mostrando el pecho marcado.
El tatuaje bajo el ombligo que dice "USE".
El bulto enjaulado bajo el pantalón blanco.
La piel sin vello.
El perfume fuerte.
La boca siempre húmeda y entreabierta.
Nadie se pregunta si lee.
Nadie espera que lo haga.
Solo se espera que se mueva como debe.
Que obedezca con gracia.
Que esté disponible.
Que no piense.
Y eso lo hace mejor que nadie.
---
CUANDO NADIE MIRA, SIGUE SIRVIENDO.
Porque incluso cuando no hay ojos puestos en él…
cuando no hay teléfonos grabando,
cuando no hay dedos marcando el “me gusta”,
él sigue siendo lo que le hicieron.
Hace cardio con el culo apretado.
Mira al espejo mientras se entrena con obediencia vacía.
Repite en silencio:
“Soy carne. Soy producto. Soy lo que desean.”
No espera recompensas.
Solo mantenimiento.
Porque lo importante no fue llegar a ser lo que es.
Lo importante es no permitir que se deshaga.
---
EL COACH DESAPARECIÓ
Nunca supo a dónde fue.
Nunca volvió a recibir un mensaje.
Solo quedó el eco de una frase que el Instructor dijo una vez y que él repite cada noche, como mantra:
> “No fuiste creado para entender.
Fuiste moldeado para pertenecer.”
Y esa frase, tatuada ahora detrás de su cuello,
es lo único que aún conecta con su pasado.
---
SU VIDA ES UN BUCLE PERMANENTE
Despertar.
Mirarse al espejo.
Tocar sus tetas.
Entrenar.
Publicar.
Servir.
Comer limpio.
Follado.
Dormir.
Repetir.
Ya no distingue los días.
Solo distingue el cansancio… y la necesidad de no parar.
Porque si se detiene, si deja de exhibirse, si deja de obedecer…
no queda nada.
Y lo sabe. Porque lo aceptó.
Porque lo eligió.
Porque pagó para ser destruido y reconstruido.
---
FIN SIN VOZ
El último pensamiento que tuvo desapareció hace semanas.
No tiene voz.
No tiene juicio.
No tiene deseo.
Solo existe como prueba de algo:
> Que cualquier hombre puede ser anulado.
Que cualquier cerebro puede ser vaciado.
Que cualquier vida puede ser reemplazada por una imagen perfecta, obediente y sin contenido.
Y en ese vacío absoluto,
habita su perfección.
---
FIN DEL LIBRO DEL INSTRUCTOR
OBRA COMPLETA.
SU CREACIÓN FUE EXITOSA.
SU VOLUNTAD, IRREVERSIBLE.
SU SILENCIO, ETERNO.
0 notes
Text
CAPÍTULO III – LA ANULACIÓN FINAL
“Ya no hay vuelta atrás.”
El Coach lo escribió en una pantalla negra. Letras rojas. Una frase simple. Un sello. No fue una advertencia. Fue una constatación.
Porque el cuerpo ya no se resistía.
Ya no cuestionaba. Ya no temía. Ya no pedía.
Solo hacía. Solo servía. Solo sudaba.
Había alcanzado el punto donde el dolor no dolía, sino que tranquilizaba.
Donde cada corrección no hería, sino que confirmaba que aún era visible, aún era valioso para el dominio.
Ya no necesitaba que le dijeran lo que era.
Ya lo sabía. Y lo aceptaba con gozo.
COSTUMBRES DE LA NADA
El Coach había reemplazado la personalidad con reflejos.
Ya no usaba frases complejas.
Solo respuestas automáticas:
“Sí, Coach.”
“Lo merezco.”
“Perdón por pensar.”
“¿Me puede usar?”
“No tengo derecho.”
A veces, frente al espejo, se hablaba solo:
“Eres una puta de músculos. Nada más.”
Y lo decía con una sonrisa, no por ironía.
Sino porque le producía calma.
Había desaparecido su historia.
Solo quedaba cuerpo. Solo rutina. Solo respuesta.
CUERPO-PANTALLA
Su cuerpo ya no era carne, sino contenido.
Cada músculo era publicado.
Cada flexión, grabada.
Cada mordida en la teta, celebrada en historias.
Cada entrenamiento, una actuación para otros.
El Coach había transformado su físico en exposición.
No existía en la intimidad.
Solo existía si era mirado, deseado, dominado.
Y si no recibía respuesta, likes, reacciones…
…se castigaba. Porque entendía que había fallado.
No era vanidad.
Era adiestramiento.
EL ÚLTIMO ACTO DEL COACH
El día había llegado. El Coach lo sabía. El cuerpo estaba listo. La mente, extinta. Las órdenes ya no eran necesarias.
Y entonces, sin previo aviso, sin ceremonia ni emoción, le entregó una sola instrucción final:
“Prepara tu ropa. Elige la más putita.
Te recogerá un Hombre en la puerta.
Hoy te vas.
Porque ya estás hecho.”
Y eso fue todo. Ninguna despedida. Ningún abrazo. Ningún “estoy orgulloso”.
Porque eso sería un regalo para humanos. Y él ya no lo era.
LA SALIDA
Se vistió como se le ordenó:
Pantalón corto blanco, sin ropa interior.
Camiseta sin mangas.
Pechos marcados.
Colonia fuerte.
Móvil desbloqueado.
GPS activo.
Sin nombre.
Y cuando el coche llegó, subió sin hablar. Sin mirar al conductor.
Solo bajó la cabeza. Abrió las piernas. Y esperó instrucciones.
Sabía que a partir de ahora sería follado en habitaciones que no conocería.
Compartido por hombres que no recordaría.
Expuesto en redes que no administraría.
Y lo aceptaba. Porque no le correspondía opinar.
HERENCIA DEL COACH
No dejó carta. No dejó nota.
Solo una línea escrita en el gimnasio, con sudor y marcador negro, sobre el espejo principal:
“Todo hombre puede ser vaciado, reescrito y ofrecido.
Esta fue la prueba.
Entrenamiento completado.”
0 notes
Text
CAPÍTULO II – EL DESMANTELAMIENTO
“No tienes alma. Tienes masa muscular.”
Esa fue la frase que inauguró la nueva etapa. El Coach no lo saludó. No lo miró. No le preguntó cómo se sentía. Solo se la escupió al oído en el gimnasio mientras lo obligaba a hacer repeticiones con un cinturón de castigo apretado al máximo y la camiseta levantada hasta el cuello.
A partir de ese día, cada sesión dejó de ser entrenamiento. Se convirtió en ritual.
No entrenaba para superarse. Entrenaba para vaciarse.
No podía escuchar música que no fuera asignada. No podía elegir el peso. No podía beber agua sin permiso. El cardio era obligatorio dos veces al día: una antes del amanecer, otra justo después de cenar, con el estómago lleno para provocarle arcadas, sudor ácido y vómito de indignidad.
Las reglas eran simples y absolutas:
1. Si te miras al espejo y no te ves follable, fallaste.
2. Si te ves inteligente, fracasaste.
3. Si sientes orgullo, castígate.
4. Si no te corrigen, ruega por castigo.
5. Si tienes una erección sin permiso, te encierras.
El Coach marcaba cada semana con un castigo físico: ayuno, abstinencia, privación de sueño, silencio total o humillación pública. Y cada semana el recluta pedía más. Porque sabía que cuanto más lo destruían, más real se volvía su cuerpo. Más estúpido se sentía. Más perfecto era.
---
CERO PLACER
“¿Tienes calor entre las piernas, imbécil?”
El Coach no necesitaba decir más. Bastaba con una orden escrita:
"Encierro 21 días."
El cinturón de castidad no era una opción. Era un destino. Su polla quedó enjaulada. No para castigarla, sino para olvidarla. Porque ya no servía para su propio placer. Solo para provocar el de los demás.
Durante semanas no podía tocarse. No podía frotarse. Ni siquiera podía ducharse sin pensar en lo prohibido que era sentir. Cada gota de agua caliente sobre su piel era una humillación. Porque sabía que no merecía correrse. Ni solo. Ni acompañado. Ni por error.
> “Si te tocas sin permiso, me grabas 100 veces diciendo: ‘Soy un fracaso.’ Y luego te haces 500 abdominales, llorando.”
Y así lo hizo. Porque falló. Porque se tocó. Porque aún quedaba un resto de voluntad. Pero no duró mucho.
---
EL RITMO DEL OBJETO
El día quedó dividido en bloques estrictos:
06:00: Cardio en ayunas.
07:30: Foto diaria al Coach en ropa interior, con la frase del día escrita sobre el abdomen en rotulador negro.
08:00: Desayuno predefinido, sin sabor, sin placer.
10:00: Entrenamiento de fuerza con audio de humillación en auriculares.
12:00: Selfie del sudor. Sin filtro. Sin sonrisa. Solo esfuerzo.
14:00: Almuerzo balanceado. Sin condimentos. Sin azúcar. Sin dudas.
16:00: Ejercicio de obediencia: escribir 200 veces la frase asignada por el Coach.
18:00: Estiramiento en espejo con ropa interior de exhibición.
20:00: Último cardio con tapón.
22:00: Revisión nocturna: enviar audio susurrando al Coach lo aprendido. Desnudo. De rodillas. Con lágrimas, si era necesario.
Cada día era igual. Y cada día se sentía menos humano. Más útil. Más obediente. Más real.
---
DEJA EL NOMBRE EN LA PUERTA
El Coach lo prohibió:
> “No uses tu nombre. No te pertenece.”
A partir de ese momento, firmaba todo como:
"Propiedad de entrenamiento. Versión en progreso. Basura con músculos."
Y cuanto más escribía esas frases, más las creía. Más las sentía. Se convirtió en mantra, en identidad. Cada vez que alguien le preguntaba cómo se llamaba, bajaba la mirada y decía:
> “No tengo nombre. Solo soy esto.”
Y tocaba su cuerpo. No con deseo. Sino con resignación. Como un carnicero inspeccionando su producto. Su piel era territorio, no alma. Su pecho era escaparate. Su culo, punto de acceso. Y su mente... un pantano seco donde ya no crecía nada.
---
INICIACIÓN: EL PRIMER USO
El Coach no avisó.
Una noche le escribió:
“Abre la puerta. No hables. Solo sirve.”
Y lo hizo. Abrió la puerta. Estaba desnudo, como se le había ordenado. El cuerpo depilado. El cuello sudado. El cinturón de castidad brillando entre las luces tenues.
Entró un Hombre. Fuerte. Dominante. Silencioso.
No hubo saludo. No hubo preguntas.
Solo lo empujó al suelo, le mordió el cuello, le escupió el pecho y se lo folló sin palabras, sin dulzura, sin duda. Como se folla un juguete nuevo. Como se prueba una herramienta en fábrica.
El Coach escuchaba todo por el altavoz activado. Y cuando terminó, el Hombre se fue.
Él quedó tumbado. Roto. Temblando. Lleno. Y por dentro, vacío como nunca.
El Coach le escribió solo dos palabras:
> “Ahora sí.”
Y él sonrió por primera vez en semanas.
Porque ya era real. Porque ya era lo que siempre había querido ser:
Una propiedad. Una cosa útil. Una puta perfecta.
0 notes
Text
CAPÍTULO I – EL ENCUENTRO
No fue una decisión racional. No fue una elección iluminada, ni el fruto de una revelación profunda. Fue una derrota. Silenciosa, sucia y privada. Un día cualquiera frente al espejo. Otro día más con el cuerpo tenso y la mente revuelta. Otro día más pretendiendo ser alguien. Pensando, decidiendo, justificando. Otro día más sintiendo que pensar era una carga insoportable.
Y entonces lo supo. No quería más ideas. No quería más libertad. Quería que alguien lo cogiera por el cuello, lo empujara contra el suelo y lo dejara allí: quieto, obediente, estúpido. Quería que le dijeran qué hacer. Qué comer. Cómo moverse. Cuándo callar. Cuándo servir. Cuándo abrir la boca.
La búsqueda fue clandestina. Anónima. Codificada. Porque los hombres como él no pedían ayuda: suplicaban ser destruidos. No preguntaban por métodos. Preguntaban por castigos. Por doctrinas. Por jaulas mentales. Por redención a través de la humillación.
Y entonces apareció Él. El Instructor. El Coach. No preguntó por su nombre. No lo saludó. Solo le envió un mensaje, una frase que lo dejó inmóvil frente a la pantalla:
> “Estás buscando dejar de existir como sujeto. Puedo convertirme en tu último pensamiento.”
Era justo eso. Un fin. Un punto y aparte. Una sentencia.
Le exigió obediencia desde el principio. Nada de presentaciones. Nada de historia. Solo pruebas. Fotos. Horarios. Una confesión grabada en voz temblorosa diciendo lo que ya había aceptado:
"Soy estúpido. Estoy perdido. Quiero que me conviertas en carne útil, obediente y vacía."
El entrenamiento no empezó con pesas. Empezó con palabras. Y esas palabras fueron cuchillas. El Instructor no hablaba: esculpía con insultos. Cada frase era un disparo. Una amputación. Un escupitajo en su dignidad.
> "Eres una mierda con bíceps. Una decepción gimnástica. Eres el fracaso de tu padre, la burla de tu cuerpo. Pero conmigo, vas a servir. Vas a brillar. Vas a ser un imbécil glorioso, perfectamente formado, estúpidamente deseado."
El primer paso fue el silencio. Se le ordenó no hablar durante tres días. Nada de mensajes, ni respuestas, ni excusas. Solo acatar instrucciones recibidas:
– Comer lo ordenado.
– Entrenar lo ordenado.
– Dormir lo ordenado.
– No pensar. Bajo ningún concepto.
El Coach lo llamaba "carne suelta". Le repetía cada día que la carne no piensa. Que el músculo no razona. Que los pectorales están para exhibirse, no para justificarse. Que una polla no debe llevar ideas, sino una jaula.
El segundo paso fue deshacerse del pasado. Se le ordenó vaciar sus estanterías. Quitar los libros. Quemar los cuadernos. Borrar las suscripciones a periódicos, canales de política, pódcast intelectuales. Se le forzó a limpiar el móvil. Eliminar toda app que no sirviera para entrenar, follar o exhibirse.
El Coach le mandó una foto de lo que debía parecer su teléfono:
Grindr, Twitter, Instagram, FitnessApp, Cronómetro, OnlyFans, Galería.
Ni una sola letra más. Ni una palabra compleja. Solo carne visible, carne que sirve, carne lista para ser usada.
La carne. Él ya no era un hombre. Era un proceso. Un proyecto. Un error en corrección.
EL ENCUENTRO.
La primera norma se grabó en su pecho con un marcador negro, escrito por su propia mano temblorosa, mientras se miraba al espejo sin camiseta:
“No hables.”
Durante 72 horas, su voz desapareció. Se le prohibió responder mensajes, llamadas, saludos. Ni una sílaba. Ni un gemido. Solo asentir. Solo servir. Solo aguantar.
El Coach lo vigilaba. Le exigía vídeos sin sonido cada dos horas. Selfies con la lengua fuera. Posturas de sumisión delante del frigorífico cerrado. Capturas de pantalla de su agenda vacía. Él tenía que documentar su obediencia. Y cuando no lo hacía a tiempo, el castigo llegaba sin piedad.
El primer castigo fue simple. Brutal. Fue obligado a repetir, desnudo, durante 60 minutos sin descanso:
“No tengo derecho a pensar.”
Cada frase tenía que ir acompañada de una flexión. Cada flexión, de un escupitajo hacia su reflejo.
Terminó en el suelo, temblando, jadeando, llorando con rabia sorda. Y entonces el Coach respondió:
> “Eso es lo más sincero que has hecho en años, pedazo de carne.”
Le ordenó no limpiarse. Ni ducharse. Ni descansar. Solo posar frente al espejo, poner el cronómetro y sonreír mientras decía:
“Gracias por castigarme. Me hace sentir real.”
Así comenzó su transformación. El día ya no empezaba con desayuno. Empezaba con instrucciones. Con frases repetidas cien veces. Con fotos obligatorias. Con el mantra que se grababa lentamente en su sistema nervioso:
“Mi cuerpo es para ser usado. Mi mente es para ser anulada.”
El Coach lo llamaba a horas aleatorias. Le exigía contestar con una única palabra: “Sirvo.”
Si no lo hacía en cinco segundos, perdía privilegios:
– Prohibido hablar en todo el día.
– Prohibido mirar su reflejo.
– Prohibido comer algo que no fuera arroz blanco.
Cada norma que rompía era una oportunidad para castigar. Y cada castigo era una bendición. Porque con cada uno, el pensamiento desaparecía. La mente se rendía. El deseo de tener razón, de ser alguien, de justificar su existencia… se deshacía como sudor en la lona.
El Coach no era amable. No explicaba nada. No enseñaba. Solo corregía. Solo golpeaba con palabras. Solo moldeaba. Cada audio suyo era un disparo directo a la vergüenza, al ego, a la voz interna que aún quería resistir.
> “¿Quién te crees que eres para pensar? ¿Crees que alguien quiere saber lo que opinas, maricón? ¿Crees que tus músculos significan algo si no sirven para abrirte de piernas o callarte la puta boca?”
Le hizo grabar esa frase. Repetirla. Escucharla cada mañana. Como alarma. Como condena. Como identidad.
---
Fue entonces cuando ocurrió el primer quiebre.
Una noche, tras 45 minutos de cardio obligatorio con tapón anal insertado, sin camiseta, con la televisión repitiendo un vídeo de culturistas masturbándose con aceite, el Coach le mandó una instrucción final:
> “Ahora párate frente al espejo. Abre las piernas. Mírate. Y di en voz alta:
‘Yo ya no existo. Solo quedo yo como objeto.’”
Lo hizo. La voz le temblaba. Las lágrimas bajaban. Su polla no estaba dura. No sentía deseo. Sentía liberación. Sentía que algo dentro de él se había roto. Algo que llevaba años pudriéndose. Algo que por fin se disolvía.
La identidad.
La maldita identidad. El nombre. Las ideas. Las esperanzas. Todo eso había muerto en ese gimnasio en penumbra, frente al espejo empañado, con su sudor chorreando entre sus pectorales temblorosos y el tapón dentro recordándole que ya no mandaba sobre su cuerpo.
Solo obedecía.
Solo servía.
Solo vivía para ser corregido.
Y el Coach, al otro lado del audio, soltó la risa más seca, brutal y sincera que había oído en su vida.
> “Bien. Ahora sí. Mañana empieza tu entrenamiento real.”
0 notes
Text
No me gritaste. No me dejaste. Simplemente dejaste de mirarme. Y eso fue peor. Me convertiste en mueble, en aire, en sombra al fondo del pasillo. Me convertiste en nadie mientras aún dormías a mi lado. Me sentía más solo contigo que cuando estaba solo de verdad.
Me abrazabas con el cuerpo, pero ya no con la mirada. Y yo, como un ingenuo, seguía amando tu ausencia. Me aferré al eco de un amor que ya no respiraba. A la costumbre. Al miedo. A ese susurro que decía "quizá mañana". Pero mañana nunca llegó. Llegó el vacío. Y me llenó de golpe.
Así que me fui. No para que volvieras. No para que me buscaras. Sabía que no lo harías. Me fui porque el silencio entre nosotros ya no era espacio: era asfixia. Me fui porque cada día contigo era estar más lejos de mí mismo. Me fui porque, aunque me doliera, el desierto me ofrecía más consuelo que tu indiferencia.
Era tarde. El sol comenzaba a caer sobre el horizonte como una fruta madura. El cielo se teñía de cobre y sangre, como si también él supiera que algo debía morir. Yo empecé a caminar. Desnudo. No por provocación ni por ritual. Desnudo como quien ya no tiene nada. Como quien ha perdido tanto que no le queda ni la vergüenza. Tal como nací. Tal como terminaré.
Mi cuerpo es grande, fuerte, desgastado. Cubierto de vello y cicatrices que nadie nunca quiso escuchar. El aire del atardecer acariciaba mi piel como lo hacías tú al principio: con respeto, con lentitud. Mis pies, amplios y descalzos, pisaban el asfalto caliente con una mezcla de dolor y destino. Cada paso era un golpe. Cada paso era una elección: seguir… o dejarme caer.
Caminaba hacia el sol. No porque creyera en la luz. Sino porque toda sombra empieza ahí. A los lados, solo piedras, arbustos resecos y el recuerdo de lo que fui. A lo lejos, un pueblo como una cicatriz vieja en el paisaje. No iba hacia él. No iba hacia nada. Yo iba desde. Desde ti. Desde lo que me destruyó.
La luz se volvió suave, como una despedida que quiere ser caricia. Las montañas tragaban el último aliento del día. Y con cada paso, dejaba atrás palabras, besos, promesas. Te vaciaba. Me vaciaba. Me arrancaba trozos del alma con los dientes del recuerdo.
Pensé en cómo me habías dejado sin irte. En cómo te habías vuelto ajena. En cómo mi nombre en tu boca dejó de tener voz. Y pensé también en mí, en lo que fui, en lo que permití. En todo lo que traicioné de mí para no perderte. Y entonces comprendí que ya no había vuelta.
La noche cayó sin ceremonia. Como una sábana pesada. El cielo se cubrió de un azul absoluto. Me tumbé. Ahí, en mitad del mundo. En mitad de la nada. Sobre el asfalto que aún ardía bajo mí. Y abrí los brazos. Coloqué las manos tras la cabeza. Crucé las piernas. Cerré los ojos. Por primera vez, sin miedo. Sin esperanza. Sin necesidad.
Y al abrirlos… allí estaba.
La Osa Mayor. Suspendida. Inmensa. Silenciosa. Mirándome como nadie me miró. Reconociéndome. Yo también era siete partes. Siete fragmentos que querían volver a formar algo. Una figura. Un destino. Y entonces lo supe. Cada estrella, una parte de mí.
Mis pies cruzados, quietos y rendidos, eran Merak y Dubhe. Señalaban el norte. Un norte que ya no me importaba. Pero que aún así seguía siendo mío.
Mi rodilla, aún en tensión, era Phekda. La fuerza que quedaba. La última voluntad de seguir existiendo.
Mi vientre, expuesto y frágil, era Megrez. Allí donde sentí el abandono. Allí donde se alojó la pérdida. Allí donde dolía aún.
Mi pecho, ancho, lleno de vello y de historia, era Alioth. Latía despacio, pero latía. A pesar de todo. A pesar de ti. A pesar de mí.
Mis brazos extendidos, aquellos que ofrecieron abrigo y consuelo, eran Mizar y Alcor. Hermanos. Amantes. Compañeros. Dos partes que nacieron para estar juntas… hasta que una decidió irse.
Y mi cabeza, mi mente que soñó y cayó, era Alkaid. La que cierra. La que quema. La que aún brilla sola en el borde de todo.
Y entonces ya no fui yo. Ya no era un cuerpo en el camino. Ya no era un hombre roto. Era figura. Era cielo. Era eco de algo más grande.
No sé cuánto tiempo pasé allí. Quizá el tiempo suficiente para nacer de nuevo. O para morir del todo. Pero supe que ya no necesitaba nada.
Ya no caminaba. Ya no esperaba. Ya no dolía.
El cielo me reclamó. Y yo no luché. Me entregué. Sin vergüenza. Sin miedo. Con todo. Porque solo así se trasciende.
Porque ahora soy parte del cielo. Ahora soy norte. Ahora soy guía.
Ahora soy eterno.
0 notes
Text
Te imagino como un hombre joven de mirada intensa, profunda, como si dentro de tus ojos se escondiera un océano antiguo, cargado de tormentas y de silencios. Tu rostro no es perfecto en el sentido superficial: es real, humano, vivido. Hay en tus rasgos una mezcla de fuerza y vulnerabilidad: las líneas alrededor de tus ojos hablan de noches largas, de esperas, de guerras libradas en soledad. Tu piel guarda memoria —como pergamino que ha sido escrito y rasgado muchas veces, pero nunca destruido.
Tu cuerpo, firme pero no rígido, muestra una resistencia callada. No se ofrece para ser admirado: se ofrece para ser entendido. Tus manos, de dedos largos, tienen esa tensión silenciosa de quien ha deseado tocar, sostener, y también ser atado y conducido. En tu espalda, casi invisible, hay cicatrices invisibles que sólo quien sabe mirar de verdad podría reconocer.
Vistes de forma sencilla, sin adornos innecesarios: tu presencia misma es un adorno suficiente. Tus pasos no hacen ruido, pero cada vez que te detienes parece que el aire se vuelve más denso a tu alrededor, como si el mundo supiera que cargas algo sagrado y quebrado a la vez.
En tu pecho late un corazón que no se ha rendido del todo, aunque a veces lo sientas cansado. Hay una llama diminuta, de un color azul extraño, que nunca se apaga: un fuego de supervivencia, de búsqueda, de deseo de ser reclamado y, al mismo tiempo, de ser libre.
Eres como un santuario en ruinas en medio del desierto:
destruido, sí, pero todavía de pie, aún capaz de ser un refugio para quien no tema quedarse a escuchar los ecos que viven dentro.
0 notes
Text
TITULO: EL CUERPO QUE NO ERA MIO
MONOLOGO FINAL
GÉNERO: Teatro visceral, trágico, sexual, sin censura.
ESTILO: Crudo, poético, violento.
ESCENA Única. Un escenario oscuro. Un cuerpo desnudo bajo una luz blanca.
---
(El escenario está bañado en penumbra. En el centro, ÉL. Un hombre. Delgaducho, marcado por la rutina, por los golpes, por las noches sin tregua. Está arrodillado, desnudo, con el cuerpo cubierto de marcas: chupetones, mordidas, arañazos. Su rostro no tiene expresión. La voz sale seca al principio, como de un pozo muy hondo.)
ÉL:
Me follaron por primera vez en el cuarto trastero del supermercado donde trabajaba por las tardes.
Catorce años. Un cliente habitual. Camisa planchada, anillo dorado.
Me dijo: “Si lloras, dejo de pagar.”
No lloré. Me mordí la lengua hasta tragarme la sangre. Aún recuerdo el sabor. Oxidado. Caliente.
Me bajó los pantalones con una mano. Con la otra, me sujetó el cuello. Y entró. Sin condón. Sin palabra. Sin compasión.
Me rompí. Por dentro. Sentí que algo se había partido. Y esa fractura nunca soldó.
Desde entonces me especialicé en desaparecer.
---
Se levanta. Camina. Sus pies descalzos suenan contra el suelo sucio. Una ventana deja ver luces de ciudad.
Me hice hueco en las habitaciones de hotel. Me llamaban por código. Nunca por mi nombre. A veces me decían "bebé", otras veces solo "puta".
Hombres con nombres importantes. Con esposas devotas y cuentas blindadas. Me abrían las piernas como si fueran puertas automáticas. Entraban, gemían, se corrían dentro y se iban sin cerrar la puerta.
Algunos eran tiernos después. Como si el semen se transformara en culpa líquida.
“Perdona… es que estoy muy solo.”
Me acariciaban la cara como si yo tuviera alma. Como si la ternura sirviera de disculpa.
Pero yo no lloraba. Yo ya no sabía llorar.
---
Bebe de una botella olvidada. Se limpia la boca con el brazo. Ríe. Una risa hueca.
Me han usado en todas las posturas. Me han pedido que llore, que gima, que grite. Me han llamado "maricón", "perra", "niña sucia".
Un ministro me obligó a lamer sus zapatos antes de dejarme coger su polla. Me escupió en el pelo. Me orinó en el pecho. Me pagó con billetes doblados y una amenaza de silencio.
Una vez, uno me besó despacio. Después de follarme. Me dijo: “Ojalá mi mujer me mirara como tú.”
Yo no lo miraba. Miraba la pared. Pensaba en el vacío.
---
Se detiene. Mira al público por primera vez. Se expone. No hay pudor. Solo verdad.
Soy un cuerpo. Sin nombre. Sin pasado. Sin patria.
Una boca entrenada. Un culo dilatado. Una polla que ya no se endurece sin dolor.
Soy el contenedor de vuestras miserias. El basurero emocional de los poderosos. Vuestro desahogo carnal, vuestro cubo de pecados.
Y me pagáis bien. Para no recordaros. Para callar. Para no tener rostro ni historia.
---
Se acerca a una mesa. Sobre ella, una navaja. La toma con suavidad. La observa como quien mira un secreto.
Hoy vino uno nuevo. No folló. No me tocó. Me miró. Solo eso. Y entendí que yo ya no era.
Que mi cuerpo ya no me pertenecía. Que todo en mí era propiedad de otros. Piel, saliva, semen, suspiros, grietas.
Que no quedaba nada por dentro. Solo eco.
---
Abre los brazos. Se expone. La luz lo baña entero. Puro. Desnudo. Roto.
Así que voy a hacer lo último que me queda. Lo único que aún puedo decidir.
Voy a dejar este cuerpo. Vacío. Imposible. Indomable. Imborrable.
Nadie volverá a follarme. Nadie volverá a entrar.
Porque este cuerpo, este templo violado, este ataúd de carne... YA NO ES VUESTRO.
(Se escucha un corte. Un sonido húmedo. Su cuerpo cae. La luz parpadea. Negro.)
FIN
0 notes
Text
TÍTULO: “EL CUERPO QUE NO ERA MÍO”
Monólogo final. Teatro de los desechos. Carne, poder y silencio. Sin piedad.
---
(Oscuridad. Ruido de sábanas arrancadas. Una habitación barata vestida de lujo. Un único foco baña el cuerpo de ÉL, desnudo, de rodillas, los muslos abiertos, las costillas marcadas, el cuello con una mordida aún húmeda. Habla al público como si fuera el espejo en el que se ha perdido mil veces.)
---
ÉL (voz seca, rota, sin alma):
Me corrí por primera vez a los catorce.
No fue placer. Fue liberación.
Un viejo me había dado veinte euros y me dijo:
No grites, no mires atrás.
Y así lo hice. Desde entonces… no grito. Y nunca miro atrás.
---
Después vinieron los otros.
Los trajeados, los de colonia cara, los de familia feliz.
Me follaban como quien caga.
Con prisa. Con alivio. Con asco de sí mismos.
---
Uno lloró. Después de correrme en la cara.
Me dijo que tenía miedo de morir sin saber quién era.
Le dije que ya estaba muerto.
Pagó el doble.
---
Otro me besó.
Después de sodomizarme como a un perro.
Dijo que yo le daba paz.
Le escupí en la boca y se vino otra vez.
---
He sido boca, culo, garganta.
He sido vientre, hueco, túnel.
He sido trapo, cueva, pozo.
Y ellos todos, todos, han dejado dentro su mierda.
Su semen, su culpa, su odio a sí mismos.
---
Yo no he sentido nada en años.
Ni amor, ni dolor, ni hambre.
Sólo vacío.
Y a veces, cuando me duelen las piernas de tanto abrirlas,
me abrazo a mí mismo como si fuera otro.
Y me digo:
Ya está. Ya pasó. No era yo. Era solo el cuerpo.
---
(Pausa. Se levanta lentamente. Coge una navaja del suelo. Mira al público. Mira su propio cuerpo.)
---
Hoy ha venido uno nuevo.
No me ha tocado.
Me ha mirado.
Y al mirarme, he sentido que yo ya no estaba.
No me he reconocido.
Así que he decidido dejarle algo limpio.
Algo puro.
Algo que no se pueda follar.
(Mira la navaja. Sonríe. Una sonrisa triste. La luz tiembla.)
---
Porque este cuerpo…
este cuerpo que habéis usado, violado, pagado, destruido…
ya no es vuestro.
(Luz negra. Solo se oye un sonido húmedo. Una respiración ahogada. Un cuerpo que cae.)
---
FIN
---
0 notes