Tumgik
escupiendotextos · 7 years
Text
Alma irracional
Me he levantado tarde. Una vez más. El jodido despertador no me ha despertado. Y eso que me cercioré concienzudamente de ponerlo, cerca de la mesilla de noche, para que me despertara a la hora. No debería llegar tarde, nunca debería hacerlo, pero hoy ya me había levantado con el pie izquierdo. Me he quedado un rato tumbado en la cama, pasmado, pensando en nada, y perdiendo el tiempo, tiempo que no tenía, tiempo que necesitaba para llegar a la hora. Es mi primera presentación, y los nervios y el miedo llevaban invadiendo mi cuerpo durante toda la semana, haciéndose dueños y señores del mismo. Escucho el maldito silbido de la cafetera desde la cocina, mi mujer se ha levantado hace un rato. A nuestra habitación llega lentamente una suave fragancia a café recién hecho, a bacón frito y a tostadas con mermelada de frambuesa, mientras escucho saltar el aceite de la sartén. Mi mujer está armando un escándalo al prepararme el desayuno. No puede hacer menos ruido, imposible para ella. Me he levantado de la cama, por fin, y enfadado, ya de buena hora, por despertarme tarde y por el escándalo que tiene todas las mañanas en la cocina esa mujer. Ahora me han entrado las prisas, ahora que llego tarde. Me he acercado a lavarme la cara, los dientes, y peinarme un poco. Estoy hecho un desastre, realmente, hoy no hay nada que pueda salir bien. Encima de la cómoda, tengo la ropa preparada. El traje gris de algodón, ese que tanto odio, y ese que me provoca urticarias, está ahí, observándome desde allí encima. Maldita sea. Le dije anoche a mi mujer que quería que me preparase el de lino. ¡El de lino, joder! El algodón en verano es un puto suplicio. Me he acercado al armario, y he cogido de la percha mi traje blanco de lino. Lo observo con atención, maldiciendo a mi mujer. Está arrugado, muy arrugado. Miré el reloj, el minutero parecía ir más deprisa de lo normal, miré el traje y después miré de nuevo mi reloj. He pensado en llamar a mi mujer y decirle que me lo planchara, pero seguro que tardaría una eternidad. Seguro que no llegaré a tiempo, así que he decidido vestirme con el traje de algodón azul que me tenía allí preparado. Y maldita sea esa mujer. Ha sido ponerme la camisa y empezar a sudar, ¡la acababa de planchar! ¡Aún estaba caliente! Pero, ¿cómo era posible? Debería haber planchado esa camisa antes. Estúpida insensata. Y con el calor que hace… Me he colocado la americana, dificultosamente. El bochorno matutino de agosto viene acompañado del infatigable canto de las chicharras, y ya me está afectando de buena mañana. Odio esos putos bichos. El maldito despertador, el sonido de la cocina, la ropa que tenía mi mujer preparada, el calor de agosto… nada estaba saliendo bien. Hoy nada iba a salir bien. Estúpido despertador. Me he puesto los pantalones, los calcetines y los zapatos. Me he agachado a anudármelos, y he notado como una gota de sudor pasaba lentamente desde mi sien hasta mi frente, cayendo en la punta de mis mocasines. El día de hoy iba a ser un desastre. Tengo el cuello empapado, al igual que la espalda, aún noto el calor que desprenden todas las prendas de ropa que llevo puestas. Ya estoy sudando y el día solo ha hecho que empezar. He salido de la habitación y he bajado las escaleras. He agarrado el pasamanos, lo he notado frío, muy frío. Después he notado que ese frío no era externo, tenía las manos congeladas. Todo mi cuerpo estaba helado, a pesar del sudor extremo que sufría ya de buena mañana. Me he empezado a marear, paulatinamente, mientras bajaba a la planta baja de mi casa. He tenido que pararme en el descansillo, por miedo a salir rodando escaleras abajo y partirme la crisma. Si ese maldito despertador me hubiese despertado, la mañana hubiese ido mejor. En la cocina, allí a lo lejos, está mi mujer, que me recibe con una bandeja entera de tostadas, bacón y una sonrisa. Se lo agradezco, pero casi sin mirarla, y echándole en cara que no debe de hacer tanto ruido por las mañanas, y que debería haber planchado la ropa más temprano. — ¿Ves esto lógico? — He dicho mientras cogía una tostada con bacon y enseñándole el cuello empapado de mi camisa, haciéndole saber que he pasado muchísima calor vistiéndome, y dándome media vuelta hacia la cocina. — Te dije anoche que quería mi traje de lino blanco. — Lo siento, cariño. — Ha dicho mientras seguía mis pasos, bandeja en mano. — He pasado muchísima calor mientras me vestía. — Perdón. No he caído en eso. Me he dirigido a la mesa de la cocina, y le he dado un sorbo al café mientras me sentaba en la silla. He buscado por la mesa el periódico del día, pero estaba encima de la encimera. —¿Qué hace el periódico allí? Mi mujer ha corrido a por él y me lo ha dejado en la mesa. El periódico tiene que estar en la mesa por las mañanas, se lo he dicho cientos de veces. Y encima hoy llego tarde. Me mira desde el otro lado de la mesa, diciéndome que todo va a ir bien, y me desea mucha suerte, mientras yo le doy un sorbo a la taza de café y leo el periódico. Ella se ha acercado por detrás, ha intentado abrazarme y la muy torpe ha golpeado con la mano la taza de café que tenía en mis labios. Estúpida inútil. El líquido cae encima de mi chaqueta, toda la taza de café en mi traje, salpicándome en las manos hirviéndome al instante. —¡Mira lo que has hecho! —Lo siento. Lo siento, lo siento, lo siento. Dice la muy torpe intentando secar el café con un sucio trapo. He acercado mi cara a la suya y la he gritado. A escasos centímetros. He notado como decenas de gotas de saliva golpeaban su rostro arrepentido mientras yo le gritaba recriminándole su torpeza. Ella ha agachado la cabeza, avergonzada, y ha seguido pidiendo perdón. La he mandado a por otra camisa, unos pantalones y a por otra americana. Ella ha salido corriendo como alma que lleva el diablo mientras yo me desvestía. Ha tardado menos de cinco minutos en traerme mi traje de lino. Recién planchado, otra vez. Yo seguía en la mesa, en calzoncillos, sin parar de mirar el reloj de mi muñeca. Era tarde. Muy tarde. Al desastre del despertador se le ha unido la catastrófica desdicha de esa maldita taza de café. — Este es el traje que quería ponerme hoy, no la mierda esa de algodón que me regalaste el año pasado. —Vamos, cariño. Con ese estás más guapo. — Me dice con una sonrisa mientras me visto, maldiciendo su inutilidad. Me despido con un adiós, y ella viene corriendo y me da un beso en la mejilla, me desea suerte. Yo le contesto, aún enfadado, con un frío y secante “sí”. Saliendo de casa me doy cuenta de que debería portarme mejor con ella, que vive por y para mí, para que sea feliz, y yo no le correspondo desde hace mucho tiempo. Seguro que quiere dejarme. He decidido dar media vuelta, antes de cerrar la puerta de casa. —Helen, te quiero. Ella me contesta con una sonrisa y salgo por la puerta. Ni me ha contestado. Maldita sea. Mis malos modales me van a llevar a la ruina. Voy directo hacia la estación de tren, con la mirada fija en el móvil. Quedan menos de quince minutos para que salga el próximo, y no llego. No voy a llegar y mi cuerpo empieza a radiar una extraña calor, que viene acompañado con un sudor frío; un sudor frío que empieza a empapar mi frente y mi cuello. He estado este último mes intentando convencer a mi representante que hiciese la presentación por la tarde. Así, de esa manera, podría ir más preparado a la misma. Pero ese estúpido inútil se ha empeñado en hacerla por la mañana, según él es cuando más gente asistiría. ¡Qué coño sabrá ese imbécil! Miro de nuevo el reloj. Noto como por alguno de los poros de mi frente empieza a aparecer lentamente una gota de sudor, una gota fría que recorre la parte alta de mi rostro, sigue su camino por mi sien, pasando por último por mi mejilla y cayendo en el cuello de mi traje de lino blanco. Me decido a parar un taxi, va a ser la mejor opción para llegar a tiempo a la presentación. Aunque esos hijos de puta engordan sus precios cada día más. El vehículo ha parado y entro dentro del mismo, explicándole la dirección a donde me tiene que llevar. Ese puto indio no me entiende. ¿Cómo puede trabajar de taxista en una ciudad como esta y no hablar nuestro idioma a la perfección? Se lo repito de nuevo, lentamente para que ese cabeza toalla me entienda. El afirma desde su asiento. No dice nada más. Estos taxistas deberían ser más educados. Vienen aquí, nos quitan el trabajo, y encima no dan ni las gracias. Ya en el camino hacia la presentación, mi cabeza empieza a divagar. ¿Y si no sale bien? ¿Y si no funciona? ¿Y si no gusta al público y tengo que seguir trabajando durante toda mi vida enseñando clase a esos putos niños malcriados? Los miedos recorren mi cuerpo, y el nudo de mi estómago está creciéndome hasta el punto de no dejarme respirar bien. Mis inspiraciones no llegan a ninguna parte, quedándose a medias y sin llenar del todo mis pulmones, mientras que mis espiraciones son rápidas y cortas. Poco a poco voy notando como mi respiración es cada vez más corta. Más rápida. Poniéndome mucho más nervioso cada vez pensaba que no podía respirar bien. Una vez leí a que se debía esto; la hiperventilación es un incremento excesivo del ritmo respiratorio en la que la persona está haciendo respiraciones rápidas y cortas utilizando principalmente los pulmones, en vez de utilizar el diafragma y respirar lenta y profundamente. Leí también las causas más probables que tenía este problema, y visualicé mentalmente cual de ellas era la que me estaba afectando a mí. Ataque de ansiedad. Esas tres palabras han aparecido en mi mente como si de unos títulos de crédito se tratase. Con un fondo en negro y una tipografía blanca. En el momento que me he percatado de lo que me estaba pasando, el corazón ha empezado a redoblar. Lo noto, pero soy capaz también de oírlo, fuera de mí. Me echo la mano al pecho y pellizco fuertemente parte de mi traje y de mi camisa, mi corazón no para de latir fuerte y rápidamente. No quiero que se me salga del pecho. El aire no llega a mis pulmones, y me imagino lo peor. Me estoy mareando, y la cabeza me da vueltas. Me estoy muriendo. Me arrepiento de haberle hablado tan mal a mi mujer esta mañana, voy a morir habiendo discutido antes con ella. La vista se me nubla, y solo veo algo de el parabrisas del taxi, y un centenar de imágenes grises y difuminadas que pasan velozmente por mi vista, entran en mi mente e incrementan notablemente el pum pum pum pum de mi corazón. Lo escucho, lo escucho tan fuera de mi pecho que creo que el taxista también lo está oyendo. No veo más que imágenes grises y borrosas por la carretera. Tengo que decirle que me estoy muriendo. Tiene que llevarme al hospital. Debe hacerlo, ¡estoy muriéndome! Intento vocalizar, pero las palabras se quedan estancadas en mi pecho, y solo puedo escuchar el pum pum pum pum de mi corazón. Inspiro profundamente, y soy conciente. Por un momento he sido conciente, ahora que he estado mal, y vuelvo a saber que lo que estoy sufriendo es un ataque de ansiedad, nada más. Debería ser mejor persona. Vuelvo a leer mentalmente aquellos artículos de medicina que leía durante el año sabático que me tomé para acabar el libro. Contengo la respiración, y así reduzco la sensación de asfixia. Después comienzo a respirar con lentitud desde el diafragma, coloco una mano sobre mi pecho, otra sobre mi abdomen. Si la mano que tengo en el abdomen se mueve al respirar lenta y profundamente, y la que tengo en el pecho permanece inmóvil, es señal de que lo estoy haciendo bien. Inhalo durante cuatro segundos, que se me hacen eternos mientras que el pum pum pum pum de mi corazón sigue sonando, cual tambor de caníbal de la tribu korubo del amazonas, seguramente la gente lo está oyendo, hasta fuera del vehículo. Seguro que las personas se giran mirando el taxi, oyendo desde lejos el pum pum pum pum de mi corazón. Contengo la respiración durante dos o tres segundos, y después exhalo lentamente durante cinco o seis segundos. Sigo respirando lenta y profundamente durante unos minutos, y las imágenes que aparecían borrosas y grises por el parabrisas del taxi, van cogiendo nitidez y color. Voy notando una relajación en mis músculos, mi pecho, mis manos y mis piernas, las cuales, no me había dado cuenta que habían estado agarrotadas durante todo el trayecto. Mi cuerpo entero se relaja, noto como entra en mi mente una claridad, una luz que ilumina mis pensamientos y los más catastróficos de estos hace desaparecer. He llegado. Tarde, pero ya he llegado al destino. Me bajo del taxi, y observo desde abajo el imponente Clark Brings Building. Me mira desde lo alto. Cruel y despiadado bloque de hormigón. Recordándome que debo estar nervioso, atemorizado, ansioso y preocupado por todo lo que me espera. Yo, desde allí abajo, lo miro con inferioridad, e intento echarle valor y huevos al asunto, pero en la fachada de ese enorme edificio aparecen, o yo las imagino, las imágenes de un futuro desastroso, donde tengo que seguir trabajando en algo que no me llena y cobrando un sueldo de mierda. Agacho la cabeza, y afirmo. Todo va a ir bien. Entro rápidamente en el edificio, pasando por el enorme arco de mármol blanco que parece querer devorarme, enseñándome los dientes y relamiéndose, deseando tragarme entero y escupir mis huesos al asfalto. El portero me saluda, pero yo no tengo tiempo de devolvérselo. Si me hubiese despertado el despertador… No, la culpa no es mía, la culpa es de la estúpida de mi mujer, que torpemente tiró el café en mi traje, y del maldito indio, he perdido dos minutos explicándole dónde quería ir. Tarde. Ya son cinco minutos los que llego tarde. Me acerco a los ascensores, es el quinto piso, pero no quiero subir por las escaleras. No estoy ni mucho menos en buena forma, diría, honestamente, que no he estado nunca en tan baja forma. El año sabático sentado en el escritorio de mi habitación, a base de dieta de café, cigarros y comida basura me había pasado factura. Sé que si subo los cinco pisos hacia la sala donde se va a realizar la presentación, llegaré hecho un desastre, con todo el traje empapado y casi sin aliento para hablarle al público. Pulso repetidamente e inconscientemente los botones de los ascensores, esperando que uno de ellos se abriese. La luz rojiza de los mismos se habían encendido ya hace rato, pero yo sigo pulsándolas con la esperanza de que la puerta del mismo se abriese antes. Voy mirando, izquierda a derecha, observo las puertas de los ascensores esperando que uno se abra. Una especie de efecto túnel me nubla la vista. Una de las puertas se ha abierto. No antes, ni mucho menos. Pero he entrado en él y he repetido la misma operación. He pulsado repetidamente el botón del quinto piso, y la puerta de este ha empezado a cerrarse inmediatamente. Mi cuerpo se ha vuelto a relajar, por un momento, en un segundo la tensión que recorría mi cuerpo ha ido en declive, dejando paso a una suave calma que hacía aparición en mi nuca y bajaba lentamente por todo mi cuerpo. A lo lejos, veo una señora mayor, que acompañaba sus pasos dificultosamente con un bastón hasta el ascensor, mirándome fijamente mientras la puerta se cerraba, y la sensación de bienestar está volviendo a desaparecer: —¡Espere, joven! — Ha dicho la anciana sonriendo y agitada debido a la carrera que estaba realizando. Yo la he mirado. Mientras lo hago, la puerta se ha cerrado por completo. Ni se me ha pasado por la cabeza pulsar el botón para abrirla, el otro ascensor ya habría llegado, y si no, estaría a punto de hacerlo. Esa mujer no tiene nada importante que hacer, y yo tengo un público al que atender. Estúpida vieja, coge el siguiente. Me estoy volviendo a relajar. El parpadeo de la luz led del marcador del ascensor marca que estoy en el piso número uno. Esto va demasiado lento. Esta joya de la ingeniería, tal y como fue presentado seguramente por los fabricantes a los constructores del edificio, debería ir más rápido. Estoy empezando a sudar, de nuevo. Aunque no haya subido por las escaleras, me empieza a faltar el aliento, se incrementa el nudo en mi estómago y temo volver a tener otro ataque de ansiedad como el que he tenido en el taxi. Ese ataque me va a pasar factura, espero no acordarme lo mal que lo he pasado en el camino hacia aquí. Si lo hago, las palabras se me amontonaran, me faltará aún más el aliento y el público se irá de la sala. No venderé ni un libro, seré un fracaso como escritor. Tendré que ir a trabajar, otra vez, como todos esos fastidiosos días, a atender las dudas de niños maleducados que odian estar en clase. Maldigo a ese puto despertador por no haberme despertado, a mi mujer, fuertemente, con todas mis ganas, odiándola hasta más no poder. Si no me hubiese tirado el café encima ya hubiese llegado, no me hubiese dado un ataque de ansiedad en el trayecto en el taxi de ese puto indio, y ya estaría con mis fans, charlando alegremente sobre mi libro. Maldigo con todas mis fuerzas a mi representante, por no programar la presentación por la tarde. Y a ese puto taxista, que no me entendía cuando le hablaba. El marcador led del ascensor ha pasado del tercero al cuarto. Ya queda poco. Ya estoy aquí. Al final no ha sido para tanto, y mi cuerpo vuelve a relajarse. Vuelve a inundarme esa tan ansiada luz celestial que cae empezando por mi nuca y bajando, lentamente, por todo mi cuerpo. El marcador ya marca el piso numero cinco, y un sonido de campanillas suena dentro del ascensor. Ding. El ascensor para, y la puerta hace un leve sonido, al que le sigue un chasquido, pero no abre. Miedo. Angustia. La puerta del ascensor no se abre. En el marcador led aparece un mensaje. Error. Estoy encerrado. ¡Mierda! La luz celestial que hace escasos segundos me había bañado por completo empieza a desaparecer y una especie de nube gris se coloca encima mía. Pum pum pum pum . La relajación empieza a ocultarse, a marcharse de mi cuerpo, y en su lugar aparece un tensión muscular, me duelen todos los músculos y huesos de mi maltratado cuerpo. La tensión se dirige hacia el centro de mi pecho, y las respiraciones empiezan de nuevo a volverse otra vez cortas y rápidas. Voy a llegar tarde, mis lectores se habrán ido. No voy a vender un libro en mi puta vida. Ya está, todo ha acabado. Golpeo fuertemente la puerta del ascensor con mis dos manos, sin parar, al ritmo que marca los apresurados latidos de mi corazón, que vuelve a hacer de las suyas. Pum pum pum pum. Intento abrir la puerta, insertando mis orondos dedos en la diminuta separación de las dos aperturas, pero lógicamente, no caben ahí. Empiezo a sudar, debo llevar ya casi tres minutos encerrado ahí. El ascensor parece hacerse cada vez más pequeño, un lugar angosto en el que estoy solo, y un espejo en el que veo a mi yo más triste. Ese que va a ver su carrera como escritor tirada por la borda. Me acerco al espejo, me tapo la cara con las manos, pidiéndole a quién quiera que sea que mande en el universo que me saque de allí, que yo no me merezco eso. Que nadie se merece lo que me está pasando, que por culpa de un despertador, una puta taza de café y un taxista esté sucediéndome lo que me está sucediendo. La luz del ascensor se apaga, así como toda la esperanza que tenía de salir de allí con vida. Mi corazón está desbocado y pronto se me saldrá del pecho. Lo veo saliéndose de mi cuerpo y chocando violentamente contra el espejo, cayendo hacia el suelo y dejando un rastro de sangre. Saco mi móvil para intentar llamar a seguridad, tengo el número de la centralita del edificio guardado en la agenda desde ayer, y mira por donde, me alegro de haberme preocupado por buscarlo por si me hacía falta. Pero nada, igualmente es inútil. No hay cobertura en ese ascensor. ¡Maldita sea! He pulsado repetidamente el botón de alarma, pero no suena. El universo entero me había dado la espalda, dejándome en un oscuro y angosto rectángulo de acero. El pum pum pum pum de mi corazón sigue en sus trece, volviéndome cada vez más paranoico y neurótico. Me giro de golpe hacia el espejo, y después rápidamente tras de mí. La luz de seguridad del ascensor me ha jugado una mala pasada, creyendo que había alguien detrás de mí. Estoy totalmente paranoico, lo sé, pero no sé qué cojones hacer. Todo por culpa de un café. O del despertador. O del taxista. Quizá de mi representante. Mi mujer tampoco tiene la culpa de todo esto. No sé cuanto tiempo llevo aquí, pero he decidido sentarme, levantar mis rodillas y hundir mi cabeza en ellas. El ascensor tiene unas especies de muescas de acero repartidas por todo el suelo, que se me clavan en mi trasero como espinas. Las noto también debajo de la suela de mis zapatos. Noto las muescas del suelo del ascensor van elevándose, y pinchándome a través de la columna vertebral y llegando al centro de mi cerebro. Supongo que ya todos mis lectores se habrán ido, debo llevar aquí encerrado unos veinte minutos, y cansados de esperar se habrán levantado de la silla y habrán salido de la casa. Seguro que la mayoría me estarán escribiendo ahora mismo a mi cuenta de Twitter. Me estarán poniendo como los trapos, afirmando que soy lo peor que se puede esperar de un escritor novel, que nadie comprará nunca mis libros, que me muera, o algo aún peor. Han pasado horas ya desde que estoy aquí encerrado, quizá tres o cuatro, y mi cerebro ya se conoce cualquier parte de ese minúsculo espacio. Ya sabe cuantas muescas hay en el suelo de acero galvanizado, cuantas manchas de huellas hay en ese espejo que me muestra tan ansioso y desesperado. Mi mente sabe ya de donde es la incompetente empresa que ha diseñado ese ascensor, y donde había que mandar una denuncia , si saliese vivo de aquí, por el desastre en el que me habían metido por su incompetencia. Mi mente sabía que después de las horas que llevaba aquí metido, mi libro sería un chasco y que aquí acababa mi corta carrera como escritor. Repentinamente, las luces del ascensor se han encendido, la señal de error de la pantalla led del ascensor ha desaparecido, yo me he levantado rápidamente y la puerta del mismo ha empezado a abrirse, mientras yo preparaba mi mejor sonrisa. —Lo siento, señor. La puerta se ha atascado. — Hay un joven y pequeño hombre, vestido con un mono de mecánico, y sujetando una caja de herramientas en su mano derecha. —No se preocupe, joven. Solo he perdido unas horas de mi vida encerrado en ese ascensor. — He dicho yo con una sonrisa, mientras le dejaba de lado y me dirigía a la sala. Sin prisa, pero sin pausa, debo disculparme con los pocos lectores que queden. —¿Unas horas? — Ha dicho el joven mecánico detrás de mí. — Si solo ha estado encerrado ahí dentro dos minutos… No le he contestado. Ni siquiera me he girado. ¿Dos minutos? ¿Era eso posible? La sonrisa de mi rostro ha desaparecido, y he tenido miedo. Mucho miedo. ¿Es posible que todo eso me lo hubiese imaginado? ¡No! ¡No es posible! Una ola de incertidumbre y miedo recorren mi cuerpo mientras sigo mi camino. Me dirijo a la sala. Bien, aún hay gente. Quizá sí, quizá solo han sido unos minutos. Pero mis pensamientos catastrofistas han creado un mundo en mi mente creyendo que llevaba allí horas. Intento esfumar esos pensamientos de mí, alejándolos lejos, y caminando aprisa hacia la entrada de la sala. Hay mucha gente, demasiada. El corazón seguía con su pum pum pum pum y yo temía que todos lo escucharan. Entro en la sala y el corazón me dio un vuelco. Ahí está. La anciana del bastón. La anciana que yo suponía que no tenía nada que hacer esa mañana, allí estaba. La estúpida vieja. Con el ejemplar de mi libro en su regazo, esperando emocionada mi aparición. No sé como describir la profunda culpa y vergüenza que he sentido al verla allí, con su vestido azul de topos verdes. Con su pelo cano, totalmente blanco. Me he arrepentido de todo lo que había hecho en ese día. Quizá debería preocuparme menos. Tomarme las cosas con más calma. Calmar mi ira. Amar más. Pero no ahora, ahora tengo que presentar mi libro. El sonido de las palmas inunda la sala. Los aplausos de todos mis lectores me dan la bienvenida mientras me miran y camino por el pasillo central, dejando a izquierda y a derecha a cientos de fans. Subo rápidamente los tres escalones que hay y veo a mi representante que me saluda con una sonrisa. Se ha levantado y se ha dirigido al micrófono. —¿Se me oye? — Ha dicho tocando con el dedo índice el micrófono y mirando el reloj. — Como siempre, antes de la hora prevista. — Ha dicho mirándome y sonriéndome — Hoy viene a presentarnos su primer libro, con todos vosotros, el autor de “Como vivir en Paz”, ¡El maestro Goëthe! Todo el mundo se levanta de su asiento y empieza a aplaudir, yo me dirijo al micrófono, estrechándole la mano a mi representante. La gente seguía aplaudiendo, mirándome con respeto y admiración. Pero yo vuelvo a notar, como por alguno de los poros de mi frente empieza a aparecer lentamente una gota de sudor, una gota fría que recorre la parte alta de mi rostro, sigue su camino por mi sien, pasando por último por mi mejilla y cayendo en el cuello de mi traje de lino blanco. ​
1 note · View note
escupiendotextos · 7 years
Text
Secretos y mentiras
Buenas tardes! Como sabéis tengo una campaña de crowdfunding entre manos para publicar mi segunda novela, Secreros y mentiras. En este enlace, podéis echarle un vistazo a los dos primeros capítulos: https://libros.com/crowdfunding/secretos-y-mentiras/adelanto/ Si os gusta, os agradecería vuestra aportación para que la campaña se lleve a cabo. Todo el dinero recaudado será íntegramente destinado La publicación de la novela y tendréis el libro en formato físico. Podéis hacerlo aquí: https://libros.com/crowdfunding/secretos-y-mentiras/ Llevamos 40 apoyos de los 100 necesarios, y sé que con vuestra ayuda, lo conseguiremos. También os adjunto aquí el booktrailer y la presentación de Secretos y mentiras: https://youtu.be/VukfyoZn2iQ Muchas por apoyar y compartir! Saludos!
0 notes
escupiendotextos · 7 years
Text
Alma irracional
Me he levantado tarde. Una vez más. El jodido despertador no me ha despertado. Y eso que me cercioré concienzudamente de ponerlo, cerca de la mesilla de noche, para que me despertara a la hora. No debería llegar tarde, nunca debería hacerlo, pero hoy ya me había levantado con el pie izquierdo. Me he quedado un rato tumbado en la cama, pasmado, pensando en nada, y perdiendo el tiempo, tiempo que no tenía, tiempo que necesitaba para llegar a la hora. Es mi primera presentación, y los nervios y el miedo llevaban invadiendo mi cuerpo durante toda la semana, haciéndose dueños y señores del mismo. Escucho el maldito silbido de la cafetera desde la cocina, mi mujer se ha levantado hace un rato. A nuestra habitación llega lentamente una suave fragancia a café recién hecho, a bacón frito y a tostadas con mermelada de frambuesa, mientras escucho saltar el aceite de la sartén. Mi mujer está armando un escándalo al prepararme el desayuno. No puede hacer menos ruido, imposible para ella. Me he levantado de la cama, por fin, y enfadado, ya de buena hora, por despertarme tarde y por el escándalo que tiene todas las mañanas en la cocina esa mujer. Ahora me han entrado las prisas, ahora que llego tarde. Me he acercado a lavarme la cara, los dientes, y peinarme un poco. Estoy hecho un desastre, realmente, hoy no hay nada que pueda salir bien. Encima de la cómoda, tengo la ropa preparada. El traje gris de algodón, ese que tanto odio, y ese que me provoca urticarias, está ahí, observándome desde allí encima. Maldita sea. Le dije anoche a mi mujer que quería que me preparase el de lino. ¡El de lino, joder! El algodón en verano es un puto suplicio. Me he acercado al armario, y he cogido de la percha mi traje blanco de lino. Lo observo con atención, maldiciendo a mi mujer. Está arrugado, muy arrugado. Miré el reloj, el minutero parecía ir más deprisa de lo normal, miré el traje y después miré de nuevo mi reloj. He pensado en llamar a mi mujer y decirle que me lo planchara, pero seguro que tardaría una eternidad. Seguro que no llegaré a tiempo, así que he decidido vestirme con el traje de algodón azul que me tenía allí preparado. Y maldita sea esa mujer. Ha sido ponerme la camisa y empezar a sudar, ¡la acababa de planchar! ¡Aún estaba caliente! Pero, ¿cómo era posible? Debería haber planchado esa camisa antes. Estúpida insensata. Y con el calor que hace… Me he colocado la americana, dificultosamente. El bochorno matutino de agosto viene acompañado del infatigable canto de las chicharras, y ya me está afectando de buena mañana. Odio esos putos bichos. El maldito despertador, el sonido de la cocina, la ropa que tenía mi mujer preparada, el calor de agosto… nada estaba saliendo bien. Hoy nada iba a salir bien. Estúpido despertador. Me he puesto los pantalones, los calcetines y los zapatos. Me he agachado a anudármelos, y he notado como una gota de sudor pasaba lentamente desde mi sien hasta mi frente, cayendo en la punta de mis mocasines. El día de hoy iba a ser un desastre. Tengo el cuello empapado, al igual que la espalda, aún noto el calor que desprenden todas las prendas de ropa que llevo puestas. Ya estoy sudando y el día solo ha hecho que empezar. He salido de la habitación y he bajado las escaleras. He agarrado el pasamanos, lo he notado frío, muy frío. Después he notado que ese frío no era externo, tenía las manos congeladas. Todo mi cuerpo estaba helado, a pesar del sudor extremo que sufría ya de buena mañana. Me he empezado a marear, paulatinamente, mientras bajaba a la planta baja de mi casa. He tenido que pararme en el descansillo, por miedo a salir rodando escaleras abajo y partirme la crisma. Si ese maldito despertador me hubiese despertado, la mañana hubiese ido mejor. En la cocina, allí a lo lejos, está mi mujer, que me recibe con una bandeja entera de tostadas, bacón y una sonrisa. Se lo agradezco, pero casi sin mirarla, y echándole en cara que no debe de hacer tanto ruido por las mañanas, y que debería haber planchado la ropa más temprano. — ¿Ves esto lógico? — He dicho mientras cogía una tostada con bacon y enseñándole el cuello empapado de mi camisa, haciéndole saber que he pasado muchísima calor vistiéndome, y dándome media vuelta hacia la cocina. — Te dije anoche que quería mi traje de lino blanco. — Lo siento, cariño. — Ha dicho mientras seguía mis pasos, bandeja en mano. — He pasado muchísima calor mientras me vestía. — Perdón. No he caído en eso. Me he dirigido a la mesa de la cocina, y le he dado un sorbo al café mientras me sentaba en la silla. He buscado por la mesa el periódico del día, pero estaba encima de la encimera. —¿Qué hace el periódico allí? Mi mujer ha corrido a por él y me lo ha dejado en la mesa. El periódico tiene que estar en la mesa por las mañanas, se lo he dicho cientos de veces. Y encima hoy llego tarde. Me mira desde el otro lado de la mesa, diciéndome que todo va a ir bien, y me desea mucha suerte, mientras yo le doy un sorbo a la taza de café y leo el periódico. Ella se ha acercado por detrás, ha intentado abrazarme y la muy torpe ha golpeado con la mano la taza de café que tenía en mis labios. Estúpida inútil. El líquido cae encima de mi chaqueta, toda la taza de café en mi traje, salpicándome en las manos hirviéndome al instante. —¡Mira lo que has hecho! —Lo siento. Lo siento, lo siento, lo siento. Dice la muy torpe intentando secar el café con un sucio trapo. He acercado mi cara a la suya y la he gritado. A escasos centímetros. He notado como decenas de gotas de saliva golpeaban su rostro arrepentido mientras yo le gritaba recriminándole su torpeza. Ella ha agachado la cabeza, avergonzada, y ha seguido pidiendo perdón. La he mandado a por otra camisa, unos pantalones y a por otra americana. Ella ha salido corriendo como alma que lleva el diablo mientras yo me desvestía. Ha tardado menos de cinco minutos en traerme mi traje de lino. Recién planchado, otra vez. Yo seguía en la mesa, en calzoncillos, sin parar de mirar el reloj de mi muñeca. Era tarde. Muy tarde. Al desastre del despertador se le ha unido la catastrófica desdicha de esa maldita taza de café. — Este es el traje que quería ponerme hoy, no la mierda esa de algodón que me regalaste el año pasado. —Vamos, cariño. Con ese estás más guapo. — Me dice con una sonrisa mientras me visto, maldiciendo su inutilidad. Me despido con un adiós, y ella viene corriendo y me da un beso en la mejilla, me desea suerte. Yo le contesto, aún enfadado, con un frío y secante “sí”. Saliendo de casa me doy cuenta de que debería portarme mejor con ella, que vive por y para mí, para que sea feliz, y yo no le correspondo desde hace mucho tiempo. Seguro que quiere dejarme. He decidido dar media vuelta, antes de cerrar la puerta de casa. —Helen, te quiero. Ella me contesta con una sonrisa y salgo por la puerta. Ni me ha contestado. Maldita sea. Mis malos modales me van a llevar a la ruina. Voy directo hacia la estación de tren, con la mirada fija en el móvil. Quedan menos de quince minutos para que salga el próximo, y no llego. No voy a llegar y mi cuerpo empieza a radiar una extraña calor, que viene acompañado con un sudor frío; un sudor frío que empieza a empapar mi frente y mi cuello. He estado este último mes intentando convencer a mi representante que hiciese la presentación por la tarde. Así, de esa manera, podría ir más preparado a la misma. Pero ese estúpido inútil se ha empeñado en hacerla por la mañana, según él es cuando más gente asistiría. ¡Qué coño sabrá ese imbécil! Miro de nuevo el reloj. Noto como por alguno de los poros de mi frente empieza a aparecer lentamente una gota de sudor, una gota fría que recorre la parte alta de mi rostro, sigue su camino por mi sien, pasando por último por mi mejilla y cayendo en el cuello de mi traje de lino blanco. Me decido a parar un taxi, va a ser la mejor opción para llegar a tiempo a la presentación. Aunque esos hijos de puta engordan sus precios cada día más. El vehículo ha parado y entro dentro del mismo, explicándole la dirección a donde me tiene que llevar. Ese puto indio no me entiende. ¿Cómo puede trabajar de taxista en una ciudad como esta y no hablar nuestro idioma a la perfección? Se lo repito de nuevo, lentamente para que ese cabeza toalla me entienda. El afirma desde su asiento. No dice nada más. Estos taxistas deberían ser más educados. Vienen aquí, nos quitan el trabajo, y encima no dan ni las gracias. Ya en el camino hacia la presentación, mi cabeza empieza a divagar. ¿Y si no sale bien? ¿Y si no funciona? ¿Y si no gusta al público y tengo que seguir trabajando durante toda mi vida enseñando clase a esos putos niños malcriados? Los miedos recorren mi cuerpo, y el nudo de mi estómago está creciéndome hasta el punto de no dejarme respirar bien. Mis inspiraciones no llegan a ninguna parte, quedándose a medias y sin llenar del todo mis pulmones, mientras que mis espiraciones son rápidas y cortas. Poco a poco voy notando como mi respiración es cada vez más corta. Más rápida. Poniéndome mucho más nervioso cada vez pensaba que no podía respirar bien. Una vez leí a que se debía esto; la hiperventilación es un incremento excesivo del ritmo respiratorio en la que la persona está haciendo respiraciones rápidas y cortas utilizando principalmente los pulmones, en vez de utilizar el diafragma y respirar lenta y profundamente. Leí también las causas más probables que tenía este problema, y visualicé mentalmente cual de ellas era la que me estaba afectando a mí. Ataque de ansiedad. Esas tres palabras han aparecido en mi mente como si de unos títulos de crédito se tratase. Con un fondo en negro y una tipografía blanca. En el momento que me he percatado de lo que me estaba pasando, el corazón ha empezado a redoblar. Lo noto, pero soy capaz también de oírlo, fuera de mí. Me echo la mano al pecho y pellizco fuertemente parte de mi traje y de mi camisa, mi corazón no para de latir fuerte y rápidamente. No quiero que se me salga del pecho. El aire no llega a mis pulmones, y me imagino lo peor. Me estoy mareando, y la cabeza me da vueltas. Me estoy muriendo. Me arrepiento de haberle hablado tan mal a mi mujer esta mañana, voy a morir habiendo discutido antes con ella. La vista se me nubla, y solo veo algo de el parabrisas del taxi, y un centenar de imágenes grises y difuminadas que pasan velozmente por mi vista, entran en mi mente e incrementan notablemente el pum pum pum pum de mi corazón. Lo escucho, lo escucho tan fuera de mi pecho que creo que el taxista también lo está oyendo. No veo más que imágenes grises y borrosas por la carretera. Tengo que decirle que me estoy muriendo. Tiene que llevarme al hospital. Debe hacerlo, ¡estoy muriéndome! Intento vocalizar, pero las palabras se quedan estancadas en mi pecho, y solo puedo escuchar el pum pum pum pum de mi corazón. Inspiro profundamente, y soy conciente. Por un momento he sido conciente, ahora que he estado mal, y vuelvo a saber que lo que estoy sufriendo es un ataque de ansiedad, nada más. Debería ser mejor persona. Vuelvo a leer mentalmente aquellos artículos de medicina que leía durante el año sabático que me tomé para acabar el libro. Contengo la respiración, y así reduzco la sensación de asfixia. Después comienzo a respirar con lentitud desde el diafragma, coloco una mano sobre mi pecho, otra sobre mi abdomen. Si la mano que tengo en el abdomen se mueve al respirar lenta y profundamente, y la que tengo en el pecho permanece inmóvil, es señal de que lo estoy haciendo bien. Inhalo durante cuatro segundos, que se me hacen eternos mientras que el pum pum pum pum de mi corazón sigue sonando, cual tambor de caníbal de la tribu korubo del amazonas, seguramente la gente lo está oyendo, hasta fuera del vehículo. Seguro que las personas se giran mirando el taxi, oyendo desde lejos el pum pum pum pum de mi corazón. Contengo la respiración durante dos o tres segundos, y después exhalo lentamente durante cinco o seis segundos. Sigo respirando lenta y profundamente durante unos minutos, y las imágenes que aparecían borrosas y grises por el parabrisas del taxi, van cogiendo nitidez y color. Voy notando una relajación en mis músculos, mi pecho, mis manos y mis piernas, las cuales, no me había dado cuenta que habían estado agarrotadas durante todo el trayecto. Mi cuerpo entero se relaja, noto como entra en mi mente una claridad, una luz que ilumina mis pensamientos y los más catastróficos de estos hace desaparecer. He llegado. Tarde, pero ya he llegado al destino. Me bajo del taxi, y observo desde abajo el imponente Clark Brings Building. Me mira desde lo alto. Cruel y despiadado bloque de hormigón. Recordándome que debo estar nervioso, atemorizado, ansioso y preocupado por todo lo que me espera. Yo, desde allí abajo, lo miro con inferioridad, e intento echarle valor y huevos al asunto, pero en la fachada de ese enorme edificio aparecen, o yo las imagino, las imágenes de un futuro desastroso, donde tengo que seguir trabajando en algo que no me llena y cobrando un sueldo de mierda. Agacho la cabeza, y afirmo. Todo va a ir bien. Entro rápidamente en el edificio, pasando por el enorme arco de mármol blanco que parece querer devorarme, enseñándome los dientes y relamiéndose, deseando tragarme entero y escupir mis huesos al asfalto. El portero me saluda, pero yo no tengo tiempo de devolvérselo. Si me hubiese despertado el despertador… No, la culpa no es mía, la culpa es de la estúpida de mi mujer, que torpemente tiró el café en mi traje, y del maldito indio, he perdido dos minutos explicándole dónde quería ir. Tarde. Ya son cinco minutos los que llego tarde. Me acerco a los ascensores, es el quinto piso, pero no quiero subir por las escaleras. No estoy ni mucho menos en buena forma, diría, honestamente, que no he estado nunca en tan baja forma. El año sabático sentado en el escritorio de mi habitación, a base de dieta de café, cigarros y comida basura me había pasado factura. Sé que si subo los cinco pisos hacia la sala donde se va a realizar la presentación, llegaré hecho un desastre, con todo el traje empapado y casi sin aliento para hablarle al público. Pulso repetidamente e inconscientemente los botones de los ascensores, esperando que uno de ellos se abriese. La luz rojiza de los mismos se habían encendido ya hace rato, pero yo sigo pulsándolas con la esperanza de que la puerta del mismo se abriese antes. Voy mirando, izquierda a derecha, observo las puertas de los ascensores esperando que uno se abra. Una especie de efecto túnel me nubla la vista. Una de las puertas se ha abierto. No antes, ni mucho menos. Pero he entrado en él y he repetido la misma operación. He pulsado repetidamente el botón del quinto piso, y la puerta de este ha empezado a cerrarse inmediatamente. Mi cuerpo se ha vuelto a relajar, por un momento, en un segundo la tensión que recorría mi cuerpo ha ido en declive, dejando paso a una suave calma que hacía aparición en mi nuca y bajaba lentamente por todo mi cuerpo. A lo lejos, veo una señora mayor, que acompañaba sus pasos dificultosamente con un bastón hasta el ascensor, mirándome fijamente mientras la puerta se cerraba, y la sensación de bienestar está volviendo a desaparecer: —¡Espere, joven! — Ha dicho la anciana sonriendo y agitada debido a la carrera que estaba realizando. Yo la he mirado. Mientras lo hago, la puerta se ha cerrado por completo. Ni se me ha pasado por la cabeza pulsar el botón para abrirla, el otro ascensor ya habría llegado, y si no, estaría a punto de hacerlo. Esa mujer no tiene nada importante que hacer, y yo tengo un público al que atender. Estúpida vieja, coge el siguiente. Me estoy volviendo a relajar. El parpadeo de la luz led del marcador del ascensor marca que estoy en el piso número uno. Esto va demasiado lento. Esta joya de la ingeniería, tal y como fue presentado seguramente por los fabricantes a los constructores del edificio, debería ir más rápido. Estoy empezando a sudar, de nuevo. Aunque no haya subido por las escaleras, me empieza a faltar el aliento, se incrementa el nudo en mi estómago y temo volver a tener otro ataque de ansiedad como el que he tenido en el taxi. Ese ataque me va a pasar factura, espero no acordarme lo mal que lo he pasado en el camino hacia aquí. Si lo hago, las palabras se me amontonaran, me faltará aún más el aliento y el público se irá de la sala. No venderé ni un libro, seré un fracaso como escritor. Tendré que ir a trabajar, otra vez, como todos esos fastidiosos días, a atender las dudas de niños maleducados que odian estar en clase. Maldigo a ese puto despertador por no haberme despertado, a mi mujer, fuertemente, con todas mis ganas, odiándola hasta más no poder. Si no me hubiese tirado el café encima ya hubiese llegado, no me hubiese dado un ataque de ansiedad en el trayecto en el taxi de ese puto indio, y ya estaría con mis fans, charlando alegremente sobre mi libro. Maldigo con todas mis fuerzas a mi representante, por no programar la presentación por la tarde. Y a ese puto taxista, que no me entendía cuando le hablaba. El marcador led del ascensor ha pasado del tercero al cuarto. Ya queda poco. Ya estoy aquí. Al final no ha sido para tanto, y mi cuerpo vuelve a relajarse. Vuelve a inundarme esa tan ansiada luz celestial que cae empezando por mi nuca y bajando, lentamente, por todo mi cuerpo. El marcador ya marca el piso numero cinco, y un sonido de campanillas suena dentro del ascensor. Ding. El ascensor para, y la puerta hace un leve sonido, al que le sigue un chasquido, pero no abre. Miedo. Angustia. La puerta del ascensor no se abre. En el marcador led aparece un mensaje. Error. Estoy encerrado. ¡Mierda! La luz celestial que hace escasos segundos me había bañado por completo empieza a desaparecer y una especie de nube gris se coloca encima mía. Pum pum pum pum . La relajación empieza a ocultarse, a marcharse de mi cuerpo, y en su lugar aparece un tensión muscular, me duelen todos los músculos y huesos de mi maltratado cuerpo. La tensión se dirige hacia el centro de mi pecho, y las respiraciones empiezan de nuevo a volverse otra vez cortas y rápidas. Voy a llegar tarde, mis lectores se habrán ido. No voy a vender un libro en mi puta vida. Ya está, todo ha acabado. Golpeo fuertemente la puerta del ascensor con mis dos manos, sin parar, al ritmo que marca los apresurados latidos de mi corazón, que vuelve a hacer de las suyas. Pum pum pum pum. Intento abrir la puerta, insertando mis orondos dedos en la diminuta separación de las dos aperturas, pero lógicamente, no caben ahí. Empiezo a sudar, debo llevar ya casi tres minutos encerrado ahí. El ascensor parece hacerse cada vez más pequeño, un lugar angosto en el que estoy solo, y un espejo en el que veo a mi yo más triste. Ese que va a ver su carrera como escritor tirada por la borda. Me acerco al espejo, me tapo la cara con las manos, pidiéndole a quién quiera que sea que mande en el universo que me saque de allí, que yo no me merezco eso. Que nadie se merece lo que me está pasando, que por culpa de un despertador, una puta taza de café y un taxista esté sucediéndome lo que me está sucediendo. La luz del ascensor se apaga, así como toda la esperanza que tenía de salir de allí con vida. Mi corazón está desbocado y pronto se me saldrá del pecho. Lo veo saliéndose de mi cuerpo y chocando violentamente contra el espejo, cayendo hacia el suelo y dejando un rastro de sangre. Saco mi móvil para intentar llamar a seguridad, tengo el número de la centralita del edificio guardado en la agenda desde ayer, y mira por donde, me alegro de haberme preocupado por buscarlo por si me hacía falta. Pero nada, igualmente es inútil. No hay cobertura en ese ascensor. ¡Maldita sea! He pulsado repetidamente el botón de alarma, pero no suena. El universo entero me había dado la espalda, dejándome en un oscuro y angosto rectángulo de acero. El pum pum pum pum de mi corazón sigue en sus trece, volviéndome cada vez más paranoico y neurótico. Me giro de golpe hacia el espejo, y después rápidamente tras de mí. La luz de seguridad del ascensor me ha jugado una mala pasada, creyendo que había alguien detrás de mí. Estoy totalmente paranoico, lo sé, pero no sé qué cojones hacer. Todo por culpa de un café. O del despertador. O del taxista. Quizá de mi representante. Mi mujer tampoco tiene la culpa de todo esto. No sé cuanto tiempo llevo aquí, pero he decidido sentarme, levantar mis rodillas y hundir mi cabeza en ellas. El ascensor tiene unas especies de muescas de acero repartidas por todo el suelo, que se me clavan en mi trasero como espinas. Las noto también debajo de la suela de mis zapatos. Noto las muescas del suelo del ascensor van elevándose, y pinchándome a través de la columna vertebral y llegando al centro de mi cerebro. Supongo que ya todos mis lectores se habrán ido, debo llevar aquí encerrado unos veinte minutos, y cansados de esperar se habrán levantado de la silla y habrán salido de la casa. Seguro que la mayoría me estarán escribiendo ahora mismo a mi cuenta de Twitter. Me estarán poniendo como los trapos, afirmando que soy lo peor que se puede esperar de un escritor novel, que nadie comprará nunca mis libros, que me muera, o algo aún peor. Han pasado horas ya desde que estoy aquí encerrado, quizá tres o cuatro, y mi cerebro ya se conoce cualquier parte de ese minúsculo espacio. Ya sabe cuantas muescas hay en el suelo de acero galvanizado, cuantas manchas de huellas hay en ese espejo que me muestra tan ansioso y desesperado. Mi mente sabe ya de donde es la incompetente empresa que ha diseñado ese ascensor, y donde había que mandar una denuncia , si saliese vivo de aquí, por el desastre en el que me habían metido por su incompetencia. Mi mente sabía que después de las horas que llevaba aquí metido, mi libro sería un chasco y que aquí acababa mi corta carrera como escritor. Repentinamente, las luces del ascensor se han encendido, la señal de error de la pantalla led del ascensor ha desaparecido, yo me he levantado rápidamente y la puerta del mismo ha empezado a abrirse, mientras yo preparaba mi mejor sonrisa. —Lo siento, señor. La puerta se ha atascado. — Hay un joven y pequeño hombre, vestido con un mono de mecánico, y sujetando una caja de herramientas en su mano derecha. —No se preocupe, joven. Solo he perdido unas horas de mi vida encerrado en ese ascensor. — He dicho yo con una sonrisa, mientras le dejaba de lado y me dirigía a la sala. Sin prisa, pero sin pausa, debo disculparme con los pocos lectores que queden. —¿Unas horas? — Ha dicho el joven mecánico detrás de mí. — Si solo ha estado encerrado ahí dentro dos minutos… No le he contestado. Ni siquiera me he girado. ¿Dos minutos? ¿Era eso posible? La sonrisa de mi rostro ha desaparecido, y he tenido miedo. Mucho miedo. ¿Es posible que todo eso me lo hubiese imaginado? ¡No! ¡No es posible! Una ola de incertidumbre y miedo recorren mi cuerpo mientras sigo mi camino. Me dirijo a la sala. Bien, aún hay gente. Quizá sí, quizá solo han sido unos minutos. Pero mis pensamientos catastrofistas han creado un mundo en mi mente creyendo que llevaba allí horas. Intento esfumar esos pensamientos de mí, alejándolos lejos, y caminando aprisa hacia la entrada de la sala. Hay mucha gente, demasiada. El corazón seguía con su pum pum pum pum y yo temía que todos lo escucharan. Entro en la sala y el corazón me dio un vuelco. Ahí está. La anciana del bastón. La anciana que yo suponía que no tenía nada que hacer esa mañana, allí estaba. La estúpida vieja. Con el ejemplar de mi libro en su regazo, esperando emocionada mi aparición. No sé como describir la profunda culpa y vergüenza que he sentido al verla allí, con su vestido azul de topos verdes. Con su pelo cano, totalmente blanco. Me he arrepentido de todo lo que había hecho en ese día. Quizá debería preocuparme menos. Tomarme las cosas con más calma. Calmar mi ira. Amar más. Pero no ahora, ahora tengo que presentar mi libro. El sonido de las palmas inunda la sala. Los aplausos de todos mis lectores me dan la bienvenida mientras me miran y camino por el pasillo central, dejando a izquierda y a derecha a cientos de fans. Subo rápidamente los tres escalones que hay y veo a mi representante que me saluda con una sonrisa. Se ha levantado y se ha dirigido al micrófono. —¿Se me oye? — Ha dicho tocando con el dedo índice el micrófono y mirando el reloj. — Como siempre, antes de la hora prevista. — Ha dicho mirándome y sonriéndome — Hoy viene a presentarnos su primer libro, con todos vosotros, el autor de “Como vivir en Paz”, ¡El maestro Goëthe! Todo el mundo se levanta de su asiento y empieza a aplaudir, yo me dirijo al micrófono, estrechándole la mano a mi representante. La gente seguía aplaudiendo, mirándome con respeto y admiración. Pero yo vuelvo a notar, como por alguno de los poros de mi frente empieza a aparecer lentamente una gota de sudor, una gota fría que recorre la parte alta de mi rostro, sigue su camino por mi sien, pasando por último por mi mejilla y cayendo en el cuello de mi traje de lino blanco. ​
1 note · View note
escupiendotextos · 7 years
Text
Secretos y mentiras
¿Queréis conocer todos los secretos de Coldtown? Descubre #secretosymentiras en libros.com/crowdfunding/s… @libroscom #thriller #misterio
Tumblr media
0 notes
escupiendotextos · 7 years
Quote
Procura mantener el corazón fuerte y el alma irrompible
Daniel Mendoza López
0 notes
escupiendotextos · 7 years
Text
Primer round.
He estado calentando mucho tiempo, estirando músculos y articulaciones. Entrenando cuerpo y alma hasta llegar aquí. 
Mi sensei interior me decía que ya era el momento, que ya estaba preparado para darme de hostias contra el mundo. Que ya estaba bien de escribir a escondidas. De pelearme con el boli y el papel.
Me acabo de subir al cuadrilátero.
Justo en frente de mí, está ella. Tan segura de si misma.  
Está esta primera entrada a mi blog.
Me mira de forma extraña, no sabe como atacaré. No sabe como me defenderé. Me tiene miedo mientras me muevo de lado a lado del teclado amagando teclas directas a su hígado.
He empezado golpeando letras y sentenciando con espaciados. Cubriéndome echándome para atrás en mi escritorio y notando su miedo en cada exhalación.
De momento, se las está tragando todas.
No sé muy bien como acabará el combate, los dos tenemos las de ganar.
Lo que sí sé, es que voy a darlo todo.
Bienvenidos a mi blog.
0 notes