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Sábado, 1 de febrero de 1958: Preguntas
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1. ¿Qué conoces de Alejandra Pizarnik después de leer este texto que previamente desconocías?
2. ¿Qué le contestarías?
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Sábado, 1 de febrero de 1958
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Todos los fracasos del mundo martillean en mi sienes. Tanta tristeza. Pero hay sol. Pero hay un viento dulce. (El solo hecho de escribir, esto demuestra que mi intento suicida es aparente. El anhelo de trascender persiste. Luego, vivo).
La poesía no es artesanía ni nada tiene que ver con ella. Pero para trascender el lenguaje debo antes hacerlo mío. En verdad es un poco estúpido hablar de poesía: o se la hace o se la lee. Lo demás no tiene importancia. Aunque yo quisiera tener algunas pequeñas verdades literarias, me sentiría más segura de mí si las tuviera. Para comenzar, he aquí un enigma: por qué me gusta leer la poesía luminosa, clara, y casi exacta, y casi execro de la oscura, hermética, cuando yo participo –en mi quehacer poético– de ambas? ¿Y si fuera por no tomarme el trabajo de comprender los textos oscuros? Ello daría la explicación exacta de una manía de relacionarme con personas cuyos procesos interiores sin más simples que los míos. O al menos, así parece. Pero, Alejandra, en el fondo de los ojos, ¿qué es claro y qué es oscuro?
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Miércoles, 10 de agosto 1955: Preguntas
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1. Busca información sobre la leyenda sobre la flor indígena a la que se refiere Alejandra Pizarnik y muestra ejemplos. 2. Alguna vez te has aburrido en una conferencia, ¿por qué  crees que fue así?
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Miércoles, 10 de agosto 1955
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En la Escuela «ofrecieron» una conferencia dictada por Noemí Areste sobre «el origen de las leyendas». Me sentí dispuesta a escuchar. Llega una mujer rubia y distinguida con rostro ojerozo [sic] y enfermo. El rector la presenta. La mujer apenas puede sostenerse en pie. Habla tiene una voz afectada por tres motivos: 1) dientes torcidos 2) tremenda neurosis 3) residió varios años en el extranjero. La Alejandra de Antaño no hubiese podido contener la risa ante esta voz de sainete, tan ridícula y desgarrada. Varios compañeros se reían. Yo no. (Evité mirar a R.). Trato de recordar lo que dijo. Sí. Habló de Rómulo y Remo, el poeta de Arión (no entendí bien el nombre, pero la leyenda era maravillosa. «Escribió un bello himno a Neptuno que conmovió a los delfines, quienes los salvaron de perecer ahogado»). Me interesó el tema por un recuerdo de mi niñez, con el que lo asocio. [Yo tendía unos diez años (o menos). Caminaba con mi prima. Ella me preguntó qué es una leyenda. Contesté con una definición tan difícil (ahora no la recuerdo pero estaba la palabra «mito»)que quedamos pasmadas de asombro e incomprensión.] Luego narró bellas leyendas indígenas (una se refería a una flor en la que se instalaba el alma de todo indio bueno; flor surgida de la muerte de una sacerdotisa que prefirió clavarse un cuchillo en el pecho antes de ser poseída por un lascivo conquistador). Reconozco que atendí más a los relatos mitológicos y a las leyendas europeas que a los de nuestros indígenas. […]
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27 de junio de 1955: Preguntas
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Preguntas
1.    Alejandra Pizarnik no se muestra entusiasmada respecto al panorama literario argentino de la época, ¿te sientes identificado o identificada con este sentimiento respecto al contexto literario actual? Justifica tu respuesta y ofrece ejemplos.
2.    La autora confiesa su devoción y disfrute por las clases de Geografía. ¿Cómo te gustaría aprender literatura?
3.    A través del texto pueden extraerse ciertas nociones sobre la poética de la autora. Relaciona algún poema suyo a éste.
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27 de junio de 1955
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Ningún libro puede ya sostenerme. Dostoievski me aburre. Nietzsche me deja insensible. Siento un caos. No sé por dónde empezar.
El vacío. Apollinaire aconsejaba para vence el vacío escribir una palabra luego otra y otra hasta que se llene. 
Me siento un bicho de laboratorio. Como si estarían [sic] probando los efectos que produce el vacío, la nada. Una dice que nos e aburre nunca estando sola. Sí, es cierto. Pero con libros, música y humo. Ahora no tengo fuerzas ni ganas de leer, fumar o escuchar música. Y eso me desespera. Es como si hubiese perdido la facultad de gozar. Nada me conmueve. Mis párpados se cierran. ¡Dormir! 
¡Soy Argentina! Argentum: plata. Mis ojos se aburren ante la videncia. Pampa y caballo criollo. Literatura soporífera. Una se acerca a un libro argentino. ¿Qué ocurre? Viles imitaciones francesas, modismos en bastardilla, fotografías pesadas del campo. De pronto aparece un escrito rrrrealista. ¡Magnífico! Encuentro entonces con palabras como «puta» escrita cincuenta veces o diez variaciones más made in Dock Sud: descripción de la viejita, del mate y de doña XX. O si no una bibliografía de los mejores libros clásicos o unos cuentos del tiempo de los valsecitos y las crinolinas, o un affaire in love en las montañas cordobesas llenas de cabritos y ¡de nuevo! mates amargos.
¡Siento que mi lugar no está acá! (ni en ninguna parte quisiera decir). Me encanta elucubrar por escrito. Quizás mi queja contra mi patria sea agresión nacida en base a alguna impotencia literaria. Pero ¿qué ocurre si escribo una pasión como lo ha hecho François Mallet o Célita Bertin o aun François Sagan? ¡«Degenerado» es el rótulo!
¡Bah! Y vuelvo a decir con Rimbaud: Encuentro sagrado del desorden de un espíritu.
 El Dr. R. Dijo que un cuento es una novela frustrada.
 Árboles castrados. Conmueven. Parecen tan humildes, tan inocentes. Su postura es la misma que antes, cuando cada brazo refulgía de verdes dorados. Árboles cortados. Erguidos a pesar de todo. Dulce espera de la primavera. Recuerdan las hojas caídas. Recuerdan las sombras gigantescas. Esperan y esperan. Nada se reemplaza. Ya vendrán las grandes ramas que, a lo mejor, serán más bellas que las anteriores. ¿Por qué no podrá sucedernos Lomismo? Florecer. Un golpe de haga. Desnudez impúdica y digna. Espera. Nuevos brotes. Otro florecimiento. Y luego Lomismo y Lomismo. Es decir que anhelo un golpe de hacha que quiebre mis ramas actuales. Quedarme desnuda y esperar sonriente.
Anhelos de viaje. Sonreía amarga cuando André Gide me decía el otro día: «Cuando veáis las arenas del desierto» o «esa extraña flor que encontré en Biskra». Y yo elevé los ojos al humo que golpea contra mi ventana. A las amarillas paredes y a los cables.
Anhelos de viaje. No a la manera de antes que era huida. ¡No! NO a la manera de C. Vallejo (a donde vaya habré sed de correr). Tengo sed de belleza. Sed de colores. DE cielos limpios.
A la memoria de X.A.
Recuerdo a la prof. de Geografía de 3er año. ¡Mujer maravillosa! Junto al mapa de Europa, cerraba los ojos; con ademanes de ciego guiaba sus dedos balbuceantes a través de los lugares más bellos, St. Moritz, Cannes, San Sebastián, Niza, Mallorca… Y su hermoso rostro sonreía reminiscente. Exhalba poesía. Mar. Cielos profundamente azules. Y decía con voz incitante: «Cuando ustedes se acerquen a la estación y saquen pasaje para St. Moritz verán perfectamente el cerro XX»… ¡Perfecta enseñanza de la Geografía! Mi corazón se disolvía en anhelos. Luego, al final de la clase, me acercaba a ella y le preguntaba cuál era el lugar en el que el sol brilla más o en donde encontrar el cielo de un azul más puro. Y ella me hablaba y su cuerpo parecía sagrado. Cuerpo que roza las paredes del Vaticano y las olas del Mediterráneo. Ahora su cuerpo roza mil partículas terrestres. ¡Querida señora Arruta! Mujer de barco alado.
Ojos de horizontes lejanos.
Disciplina. Orden. Aprendizaje.
Estudio gramática.
¡Pensar que mientras yo fumo tranquilamente mi inconsciente se debate entre una vida árida o productiva! Y todo este escándalo electoral tengo que soportarlo dentro de mi pequeño cuerpo. ¡Pesada cruz!
 No sé escribir. Quiero escribir una novela, pero siento que me falta el instrumento necesario: conocimiento del idioma. Creo que editarla sería lo de menos. Me considero predestinada a encontrar siempre un editor. ¡No en vano una vive en pose! Ironías aparte, ¡mi problema esencial es escribir, escribir y escribir!
¡Terribles rincones vacíos del cuarto! Cada no se llena con la deseada presencia del ser amado. Rincones desnudos. Los dedos se retuercen en el aire tratando amorosamente de hallar Esos brazos, Esos ojos, Esa boca… Y ninguna magia activa su renombre. Todo es en vano. Nuevos deseos. Nuevas frustraciones. El nombre expirado por los labios no resucita en ningún rincón. ¡No! ¡Dios mío! ¡No!
 D. nombre de amor
Diosa de la caza, hija de Júpiter y hermana de Apolo.
 Adoro el invierno. Es el depositario de mis culpas. Es la bolsa achacosa de los remordimientos. ¡Creer que esta soledad, este desamparo, esa desesperación, esa angustia se deben al frío! 
Tocar la muerte tan de cerca que una no desee entonces más que vivir. 
Busco la clave inaudita situada ¡allí! Sí. Junto a la ceniza, entre los paredones intextinguibles, frente a los cielos, bajo los huertos. ¡Sí! Busco. ¡Busco allí!
 […]
 Sentimiento de soledad, desde mi infancia. A pesar de la familia, y en medio de mis camaradas, sobre todo, sentimiento de un destino eternamente solitario. CH.B.
 Observar esos árboles con ramas que parecen agujas de cera inclinadas promiscuamente por el viento. Uno de ellos sombreaba un alto y angosto edificio. Arriba, la terraza se dejaba acaricar por un cielo azul sucio.
 7 y ½ h. La Boca.
 ese furioso deseo de hace retroceder el tiempo un minuto siguiera, para deshacer o completar algo cuando ya es demasiado tarde.
Faulkner
 Hojeando las novelas policiales se me ocurre preguntar cómo es posible escribir tanto sin decir «dolor», «vida» o «angustia». Aborrezco esa estúpida deshumanización. Ese actuar sin raíz.
 […]
 Hay cicatrices que se rebelan para volver a su condición de heridas. Y su frenesí no se conforma tampoco con retroceder un ciclo: quieren el acto nuevamente.
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