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#angelmateocharris
marlasomething · 5 years
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#adventcalendar time! #deathinvenice (a pretty creepy yet incredibly beautifuly writen #book that could be sum up un what if HH from Lolita hadn't done a thing and Lolita is a boy -and there are many other diferences but just as a shitty summary-) by #thomasmann and masterfuly illustrated by #angelmateocharris Ftw #barb from #strangerthings bcs of the Death part Plus some of the illustrations could be from the Upsidedown #funkopop #illustratedbook https://www.instagram.com/p/B56MW2lKMX5/?igshid=exucu385fssi
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Grandes esperanzas.
Hay autores, como Flaubert, que se dejarían cortar un brazo antes que permitir que sus libros se editaran ilustrados. Y hay otros, como Charles Dickens, que entienden la obra como el terreno fértil que es, permitiendo que otras disciplinas artísticas se aprovechen del caudal de sugerencias, imágenes y asociaciones mentales que proyectan las palabras. Pero unos y otros están pensando también en el público y en la percepción de su obra, en preservarla con un halo de pureza incontaminada o en acceder a una audiencia mayor aprovechando los mecanismos que cada época utiliza. Dickens no era sólo uno de los grandes novelistas de su tiempo sino también uno de los más populares, editor a veces, conferenciante multitudinario con giras a lo estrella del rock, trabajador infatigable y un perfeccionista en todo lo relativo a la edición de sus libros. Desde sus primeras obras contó con la colaboración de los mejores ilustradores de su tiempo, empezando por Cruikshank, mucho más conocido que el imberbe escritor, o su larga y fructífera relación con Hablôt Knight Browne –Phiz– que ilustró diez de sus catorce obras principales. 
Dickens desarrolló una estrecha relación con sus ilustradores, de la que hay constancia por los innumerables bocetos y correspondencia repleta de indicaciones, correcciones y sugerencias para cada uno de los grabados, que se añadían a cada nuevo capítulo que el escritor iba entregando a la imprenta. Con algunos de ellos mantuvo una estrecha amistad que incluía viajes e invitaciones a sus cenas y representaciones caseras, consiguiendo también, a medida que aumentaba su fama, captar para la causa a artistas pertenecientes a la élite de la Royal Academy, que habitualmente no bajaban a la arena de la baja cultura. Y es que la distinción entre el High Art y el arte popular ya consideraba a la ilustración un arte aplicada, una hermana menor, algo que tampoco ha cambiado demasiado desde entonces. 
Grandes Esperanzas, la novela que se me encargó ilustrar, es curiosamente la única que apareció en su primera edición sin dibujos. Dudas a la hora de escoger el ilustrador –el escritor buscaba un cambio en el estilo– y algunos problemas de infraestructura hicieron que la obra no apareciera ilustrada hasta unos años después en su versión barata, así que me perdí las posibles instrucciones de Dickens sobre los momentos a escoger, las características físicas de los personajes, los detalles ambientales, etc, que habitualmente discutía con los ilustradores.
Mejor así, mi manera de enfocar un proyecto  va más allá de la servidumbre de ir siguiendo una historia –sería más como construirle a Dickens la casa para sus pensamientos que alguna vez reclamó a sus artistas, una casa en la que yo pongo los planos, los materiales y mi mundo y sólo espero que sus habitantes, en este caso Pip, Estella, la señorita Havisham y demás, se sientan razonablemente confortables.
Hace unos años Francesco Clemente realizó las pinturas del protagonista para una versión cinematográfica del libro en el que Pip se convertía en un exitoso pintor. Y existen numerosas versiones para cine y televisión más literales de Grandes Esperanzas que no he querido revisar.
Robert Buss, que apenas trabajó con Dickens en un par de grabados para Los papeles del Club Pickwick, pintó un memorable e inacabado retrato póstumo de Charles Dickens –Dickens’ Dream (1875)– en el que el autor aparece rodeado de los protagonistas de sus obras, y para el que utilizó fuentes de distinta procedencia –un grabado de Samuel Fields, una fotografía de Watkins y los grabados originales de las novelas. Un sistema  muy similar al que yo he empleado para mis piezas, para mis Grandes Expectativas –que diría Trapiello– repletas de referencias victorianas, anuncios, fotos de la época, grabados, fotografías tomadas por mí en los lugares donde transcurre la novela –en Rochester y Londres–, más las visiones recientes de un viaje por Australia, que se esconden entre las capas del óleo y la tinta. Un collage pensado a cuatro manos con otro artista a través del tiempo y sus circunstancias, ignorando diferencias y géneros,  intentando atrapar las extrañas relaciones entre emociones, colores, formas y palabras, como le ocurre a Pip en el libro: siempre que observaba las embarcaciones que había en el mar con las velas extendidas, recordaba a la señorita Havisham y a Estella; y cuando la luz daba de lado en una nube, en una vela, en la loma verde de una colina o en la línea del agua del horizonte, me ocurría lo mismo.
Una casa para los pensamientos y una roulotte para viajar. Un libro de artista, pero también una obra ilustrada para una editorial con una audiencia heterogénea. Así lo quería Dickens y a mí me parece bien.
Charris.
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