Tumgik
#ann rutledge
the-haven-of-fiction · 7 months
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I can not endure the thought that the sleet and storm, frost and snow of heaven should beat on her grave.
Abraham Lincoln about his fiancee Ann Rutledge, who died on August 25, 1835
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alice-and-ethel · 2 months
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Despite the questionable way Jon Meacham discussed Lincoln’s parents, specifically his relationship with his mother, I was determined to keep reading And There Was Light in hopes that it would improve as a biography so I could get to its more important thematic content. I felt encouraged by the fact that, unlike many other biographers, Meacham does not dismiss Lincoln’s friendship, and probable romance, with Ann Rutledge out of hand…
…and then he fumbled it. His treatment of Ann is unoriginal (I looked at his endnotes, and he literally just parrots Herndon’s account and nothing else), extremely brief, and just way off the mark.
For those who don’t know (most of you probably, lol), the timeline of Lincoln’s relationship with Ann is somewhat complicated, but the tl;dr version is this: Ann was engaged to a well-to-do man, but at some point he revealed that he’d been living in New Salem under a false name/identity because of debts he owed back East. Now he had the money he needed to go to the aid of his impoverished family in New York; as soon as he’d fulfilled his obligations to them, he would return to Illinois and marry Ann. Once he was gone, however, his letters became less frequent and less intimate, and eventually they stopped coming altogether. Ann spent over two years waiting for him, unsure if he was even still alive. It was at some point during this long absence that she and Lincoln—who were very close friends—came to “an understanding” that they would be married after he finished studying law. (Ann also had plans to attend school herself.) By all accounts, she was upset that she was unable to break off her previous engagement in person, but none of them suggest that she was somehow just “settling” for Lincoln or that she saw him as merely a replacement for her missing fiance.
But you wouldn’t know most of that based on how Meacham tells it. He does not specify the length of the separation between Ann and her fiance (which was, again, well over two years) and says “Lincoln saw his chance, and he took it. […] Offering himself as a live alternative to the distant McNamar, Lincoln proposed marriage.”
This is an oversimplification and then some. But then he concludes thusly…
At last, Ann ended the suspense—with a happy result, but one shadowed by the unfinished business with the other man. “In a half-hearted way,” Herndon recalled, “she turned to Lincoln, and her looks told him that he had won.” She would be his wife. He was not her first choice, and he knew that, but he was, in the end, the choice. He had carried the day, but only barely, and very nearly not at all. It had been a close-run thing, and he may have felt more in love with Ann than she was with him. Her evident ambivalence would have been unsettling for Lincoln, who had certainly not emerged from childhood with a healthy sense of himself. His ambition was a complicated thing: a search for a sense of legitimacy that, at some level and to some degree, he did not feel within himself. Shadowed by his mother’s shameful origins—and by the rumors about his own—he was in a precarious position in the larger world he had found in New Salem. With Ann Rutledge, he was a second choice, a runner-up, an accommodation. [sic] Perhaps to cope with that uncomfortable reality, Lincoln taught himself to fall even more deeply in love with Ann, perhaps seeking to purge her ambivalence—and his anguish at her ambivalence—in the flames of consuming passion.
Now, I’m a hopeless romantic, and I will freely admit that is a bias here. But I’ve also read The Shadows Rise: Abraham Lincoln and the Ann Rutledge Legend by John Evangelist Walsh twice now, which analyzes and interrogates the large amount of testimony given by people who knew both Ann and Lincoln intimately. There’s no indication whatsoever that Ann was “ambivalent” towards Lincoln in any way. Maybe his feelings were stronger than hers, but at worst she considered him a very dear friend—hardly a terrible foundation for a marriage. She did (according to the memories of her family and neighbors) feel guilt over breaking her first engagement, but not because she thought of Lincoln as an “accommodation” (gag). And of course Meacham then has to reiterate his belief that Lincoln was personally insecure and ashamed of his mother and therefore of himself. I don’t buy it based on the knowledge I already have of Lincoln, and Meacham didn’t sell me on it. As for “taught himself to fall more deeply in love”—what does that even mean? Ann, by this author’s own admission, was a beautiful, intelligent, much sought-after young woman. Maybe Lincoln just actually loved her?
This passage is infuriating. It’s unsupported by the evidence (not that he quotes any!) and is FULL of the author’s suppositions and assumptions—“may have…would have…perhaps…perhaps…” Thanks, I hate it!
So, I think this one is going back to the library.
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wingzemonx · 2 years
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 125. Lo que tengo es fe
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Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 125. Lo que tengo es fe
A media tarde de ese día, la enfermera de guardia entró en la habitación ocupada por Verónica Selvaggio como parte de su ronda, para revisar que la joven estuviera bien y no ocupara nada. Al ingresar, sin embargo, se encontró con las luces del cuarto apagadas, y a la joven rubia plácidamente dormida. La enfermera encendió las luces, para luego ingresar con paso silencioso y aproximarse a la camilla. El respaldo estaba levantado en un ángulo de cuarentaicinco grados, y Verónica estaba recostada bocarriba, con  sus ojos cerrados y su cabeza presionada contra la almohada. Su respiración era lenta y relajada. No se había movido siquiera un poco cuando encendió las luces.
Era destacable que pudiera dormir tan profundamente, considerando sus heridas. Los medicamentos para el dolor que le estaban suministrando debían estar haciendo buen efecto.
Los platos de la última comida que le habían llevado estaban casi limpios, y colocados ordenadamente sobre la mesita plegable de la camilla. Su apetito igualmente parecía estar bien. Y en realidad, no había dado ni un sólo problema desde que fue bajada a cuarto. Hacía todo lo que le decían, tomaba todos los medicamentos que le daban sin chistar, y ni siquiera se quejaba de dolor o molestia. Y era en verdad un amor; amable y gentil, y muy platicadora con todas.
«Ojalá tuviéramos más pacientes así por aquí» pensó la enfermera.
Retiró los platos de la mesita, y plegó está a un lado, cuidando no hacer demasiado ruido. Hizo justo después una revisión rápidamente del suero; todo parecía estar bien.
También había estado progresando bastante favorable de sus heridas. Los doctores pensaban que podría ser dada de alta pronto, aunque Thorn Industries directamente había pagado para mantenerla cómoda y segura en esa habitación todo el tiempo que fuera necesario. Dudaba que fueran tan serviciales con todos sus empleados, así que esa chica debía ser alguien importante; o al menos importante para alguien dentro de esa empresa.
Tan sigilosa como entró, la enfermera se retiró, apagando de nuevo las luces antes de salir. Todo esto de nuevo con cuidado de no perturbar su sueño pacífico.
Sin embargo, lo que ignoraba era que la joven en la camilla en realidad no dormía; al menos no de un modo convencional o que ella pudiera entender. Y un segundo justo luego de que saliera, los parpados de Verónica se abrieron de par en par, revelando detrás de estos uno ojos nublados que casi parecían totalmente blancos. Estos estaban fijos en el techo sobre ella, cubierto con la oscuridad de la habitación. Sin embargo, ella no miraba ese techo en realidad en esos momentos.
— — — —
La mente de Verónica en realidad estaba en esos momentos muy lejos de su cuerpo recostado en aquella habitación de hospital. En realidad, sus ojos y oídos estaban fijos en aquella sala de reuniones oculta debajo del Club Campestre San Aquiles a las afueras de Chicago, en donde los Diez Apóstoles de la Hermandad de los Discípulos de la Guardia celebraban su reunión de emergencia. Ninguno de ellos era consciente de su presencia ahí, ni siquiera Adrián, y ella así lo prefería. Así que desde un rincón de aquella sala, como una simple sombra en la pared, se limitó a simplemente ser una espectadora silenciosa.
Luego de recitado su juramento, los Apóstoles debían pasar cuanto antes al asunto importante que los había reunido en ese sitio. Todos, los presentes y los conectados en video llamada, ya conocían dicho asunto, o al menos se les había compartido una vaga noción sobre éste. Aun así, Adrián no se anduvo con rodeos, y en cuanto llegó su momento pasó a explicarlo de la forma más clara y resumida posible, alto para que todos pudieran oírlo.
—Como ya han de haber sido informados, dos noches atrás un grupo armado, bajo las órdenes del Departamento de Investigación Científica, realizó un ataque al pent-house del edificio Monarch en Beverly Hills, en el cual Damien se había estado alojando las últimas semanas. El operativo fue realizado explícitamente con la intención de someterlo y aprehenderlo, bajo la sospecha de ser lo que ellos nombran un Usuario Psíquico altamente peligroso para la seguridad nacional. Dicho operativo lamentablemente fue exitoso, y ahora el Salvador se encuentra, hasta donde sabemos, bajo custodia del DIC.
»Lo ocurrido con exactitud en aquel sitio sigue siendo algo difuso, y de momento sólo contamos con la declaración de una sola testigo, la Srta. Verónica Selvaggio. Para los que no la conozcan, es una discípula de Ann, que trabaja en estos momentos como interna en Thorn Industries. La Srta. Selvaggio había estado recientemente asistiendo a Damien durante su estadía en Los Ángeles, y le tocó estar presente al menos durante la primera parte del ataque. Les haré llegar un resumen detallado de lo que la Srta. Selvaggio nos dijo si lo requieren, pero para el propósito de esta reunión hay dos cosas claves que debemos saber: la primera, hubo dos personas que ingresaron al pent-house antes de la llegada de los hombres del DIC, ambas sin identificar, y una de ellas en específico logró causarle un gran daño al Salvador. Y la segunda es que, derivado quizás de este daño antes mencionado, los soldados del DIC lograron someter a Damien y llevárselo.
»John ha intentado obtener la mayor información posible sobre su localización y estado actual. Hasta donde hemos podido averiguar, lo llevaron a una base de investigación fuertemente protegida conocida coloquialmente como El Nido, ubicada en una zona boscosa y apartada en el centro de Maine. Y al parecer desde esa noche, y hasta el día de hoy, lo mantienen totalmente inconsciente usando una droga especial. No sabemos qué intenciones tienen con él, ni cuál es su estado de salud tras el ataque que recibió. Pero sea lo que sea, el tiempo que tenemos para actuar es limitado. Lo que vayamos a hacer, tenemos que decidirlo y ejecutarlo cuanto antes. Por ello la premura de esta reunión. Lo que decidamos hacer aquí y ahora podría cambiar el rumbo que nuestra Hermandad ha seguido hasta el día de hoy. Podría también cambiar el plan que se tenía previsto desde el inicio para Damien, pues es innegable que su fachada ha sido comprometida. Es por eso que necesitamos decidirlo entre los Diez, ahora mismo.
Hizo una pausa, contemplando en silencio los rostros de sus nueve camaradas. Todos lo observaban serios, pensativos, y claro un poco preocupados.
—¿Alguna pregunta o duda que deseen aclarar hasta aquí? —inquirió Adrián con firmeza.
—Sí, yo —masculló Paul, alzando una mano para hacerse notar—. Creo que lo que todos quisiéramos saber a estas alturas es… ¿cómo es que algo como esto pasó? Yo no lo entiendo, y me parece que mi sentir es compartido. —Se giró hacia el resto, y aunque ninguno dijo nada, en las miradas de varios se hizo evidente el apoyo al cuestionamiento—. Se supone que hemos construido cientos de redes de protección para evitar que algo como esto le ocurriera a cualquiera de nosotros, en especial al Salvador. ¿Cómo es que terminó tan expuesto de esta forma? ¿Dónde falló nuestra protección? O, más bien, ¿quién falló tan estrepitosamente?
De alguna u otra forma, todos supieron que la atención de todos se centró en Ann al instante. Ésta se mantuvo serena, respirando lentamente, mientras fuera del alcance de la cámara su uñas casi rasgaban el descansabrazos de la silla en la que se encontraba.
Ann no sólo era la presidente de Thorn Industries, además de la tía y tutora legal de Damien; era la Apóstol asignada a su protección y crianza, un puesto de enorme relevancia en el Plan. Y si el chico había terminado en un peligro como el que describían, era inevitable preguntarse dónde estaba su cuidadora en el momento en el que esto pasó.
—Eso no es lo importante ahora… —indicó Adrián con firmeza, siendo casi de inmediato interrumpido por Pavel Minsky desde su posición en la video llamada.
—A mí me parece que es bastante importante —pronunció con un tono que intentaba parecer calmado pese a su marcado y fuerte acento ruso—. El Salvador ha caído en manos de una jodida agencia de seguridad, poniendo en riesgo no sólo su fachada, sino la de toda la Hermandad, sin mencionar de poner en peligro al Gran Plan por completo. Éste es un error imperdonable, y alguien tiene que pagar por él. O varios, si es que hay más de un culpable.
—Dejémonos de tonterías y seamos claros —soltó Ann de pronto, claramente defensiva—. Si hay algo que quieran decir, tengan el valor suficiente para decirlo de frente.
—Si gustas confesar algo, querida Ann —añadió Pavel con tono elocuente—, creo que todos estaremos más que encantados de escucharte.
—¿Confesar? ¿Quieren que confiese algo? —musitó Ann, a una milésima de soltarse riendo—. Les diré lo que tengo que confesar. Todo este teatro es típico de todos ustedes. Se sienten muy seguros y cómodos sentados en sus pequeños tronos, apartados de la línea de fuego y mirando a otro lado cuando las cosas se complican, sólo para alzar la mano y señalar cuando se trata de culpar a alguien más. Ninguno tiene ni la menor idea de lo que está pasando aquí. Ninguno conoce realmente a Damien; la mayoría ni siquiera se ha atrevido a conocerlo en persona y verlo de frente, por el simple miedo que les provoca su sola mención. Pero yo lo he visto a los ojos día a día en los últimos años. Lo he visto crecer, lo he visto madurar y evolucionar. Lo conozco mucho mejor que cualquiera de ustedes, y puedo decirles algo con total seguridad: Damien no es un arma que puedas desenvainar cuando te dé la gana, ni una bestia que puedas encerrar para liberarla sólo cuando la necesitas, ni una joya valiosa que puedes guardar y esconder para mantenerla a salvo. Damien es una fuerza con un potencial de destrucción y cambio imparable, más allá de lo que cualquiera en esta reunión podría llegar a entender; quizás más allá del entendimiento de cualquier ser pensante en la historia. Pero por encima de todo eso, Damien es sólo un muchacho de diecisiete años; rebelde y obstinado como cualquier otro, luchando por encontrar cuál es su verdadero lugar. Y en vez de ayudarlo con todas estas inquietudes, no hicimos más exacerbarlas. Hemos sido todos nosotros, incluyéndome a mí, responsables de que decidiera hacer todo esto que ha estado haciendo. Le ocultamos cosas, le mentimos, lo aislamos, le decimos qué hacer y qué decir, y todo eso solamente pidiéndole que tuviera confianza en lo que nosotros le ordenamos, sin cuestionar…
—Le pedimos que tuviera fe —le corrigió Lyons tajantemente—. Fe en que todo lo que hacemos cumplirá a un bien mayor, a un Gran Plan que se debe seguir. La fe es el motor que ha movido a esta Hermandad desde sus raíces…
—Entonces quizás debimos habernos esforzado más para ser dignos de esa fe —sentenció Ann con dureza—. Debimos ser abiertos desde un inicio con él, decirle todo lo que sabíamos, contestarle todas las preguntas que podíamos. De esa forma no se hubiera apartado de nosotros, no hubiera hecho las locuras que hizo, y no estaríamos ahora en esta horrible situación.
—Sólo intentas tapar con palabras elocuentes la verdad innegable de que fuiste incapaz de controlar al Anticristo —le acusó Tsukiji Otomi con fiereza en su voz—. Se te confió su seguridad y crianza, y el que lo tuvieras siempre de nuestro lado, y fallaste en cada una de esas tareas. Fallaste como tía, como madre, y como Apóstol.
—¿Piensas que harías un mejor trabajo, Tsukiji? —ironizó Ann—. ¿Por qué no lo intentas? Ven, hazte su protectora, cuídalo, edúcalo y mantenlo “siempre de tu lado”. Veamos qué cualidades maternales tienes para demostrar.
Antes de que Tsukiji pudiera responder algo, Pavel volvió a intervenir.
—Ese es justo tu problema, Ann. Siempre has querido ver a ese chico como tu hijo, pero no lo es, y nunca lo será. Y es justo esa visión de madre protectora la que ha impedido que puedas controlarlo, y se haya desatado todo este caos…
—¡Suficiente! —resonó con poderío la voz de Adrián, seguida justo después por ensordecedor retumbar de su mano contra la superficie de la mesa, que por algún motivo rugió también en las paredes de la sala como si se tratara de un relámpago.
Todo intento de cualquiera de los otros por decir algo, fue acallado de golpe. Y una vez que los ecos de la voz y el golpe de Adrián se asentaron, todo el sitio se sumió en un profundo y expectante silencio.
Adrián aguardó unos momentos, y observó a todos para asegurarse de que tenía su atención, pero también para darse el tiempo de darle forma a las palabras en su cabeza. Sin embargo, antes de poder decir cualquier cosa más, una nueva voz, que hasta el momento había permanecido callada, se hizo notar desde los altavoces de la pantalla.
—La creencia de que cualquiera entre nosotros es capaz de controlar al Anticristo, es una mera ilusión —escucharon todos como mascullaba con calma Amelia Moyez. Su rostro se mostraba totalmente estoico, inmutable ante las discusiones que se suscitaban ante ella—. La Sra. Thorn bien lo dijo: estamos hablando de una fuerza de destrucción y cambio que no podemos contener, mucho menos controlar. Y en algún punto de nuestro largo camino, nos olvidamos de esto, junto con cuál es nuestro propósito aquí. Nos hemos olvidado que nuestra misión es cuidar, enseñar y apoyar al muchacho en su propio camino hacia la grandeza absoluta. Y en especial, hemos olvidado que somos nosotros los que le servimos, y no al revés. Si el Salvador está en peligro en estos momentos, es porque todos aquí le fallamos.
Las palabras de Amelia eran severas, pero a la vez frías, y calaban tanto como las de una madre que, más que molesta, se percibía decepcionada, lo que te obligaba a bajar la mirada y guardar silencio. Era curiosa la influencia que la persona adecuada, en el momento adecuado, podía llegar a tener entre los que la rodeaban. De todas formas, Adrián agradeció esa intervención de su parte, tan acertada como siempre, para apaciguar lo poco del fuego que podría haber quedado. Aunque, todos sabían que no por eso se había extinguido.
Una vez que todo volvió a la calma, Adrián habló al fin.
—Si tanto quieren señalar culpables, o incluso cambiar algunos de los rostros en esta mesa, se hará solamente hasta que el Salvador esté fuera de peligro. Hasta entonces, debemos enfocarnos en decidir cuál será nuestro plan de acción para que esto ocurra, y en nada más. Y el próximo que desvíe la conversación de este único propósito, responderá a mí aquí y ahora. ¿Ha quedado claro?
De nuevo silencio, aunque éste por sí sólo bastaba para responder su cuestionamiento.
Quien rompió el silencio fue de nuevo Tsukiji, aunque en su voz se percibía vacilación.
—Cuando mencionas “decidir nuestro plan de acción”, ¿de qué estamos hablando, Adrián? ¿Qué es lo que deseas que decidamos aquí y ahora con exactitud?
—¿No es obvio? —musitó Adrián con impaciencia—. La estrategia que habremos de tomar para rescatar al Salvador de las manos de sus captores.
—¿Te refieres acaso a… sacarlo a la fuerza de esa base militar que mencionaste? —cuestionó Paul Buher, esbozando una media sonrisa incómoda—. ¿Cómo lanzar un ataque con hombres armados, bombas, helicópteros y todo eso…?
—No nos precipitemos —se apresuró Pavel Minsky a decir, antes de que alguien más dijera algo—. Opino que debemos discutir todas las opciones posibles primero. ¿Hay algún medio más diplomático por el que podamos actuar?
—Bueno, creo que esa sería más tu área, Sally —indicó Paul, virándose hacia la senadora sentada a su lado—. ¿Hay algo que podrías hacer desde tu posición que pudiera ayudarnos?
Sally Steel entornó los ojos, y adoptó una postura pensativa.
—Hasta donde sé, el estatuto legal del DIC es un poco ambiguo. No está claro a quién responde directamente; si a la CIA, a la NSA, o al Secretario de Defensa directamente. Pero cualquiera de esos tres caminos pudiera ser una opción para intervenir en nombre de la familia Thorn, expresando su preocupación por el bienestar de su hijo. Y si no, yo tengo una muy buena relación con Lucas Sinclair, actual director del DIC. Quizás pudiera hablar con él y convencerlo de que todo esto es sólo un malentendido…
—Eso no servirá —intervino Lyons con pesadez—. El que el DIC se enfrascara tan decididamente a efectuar este operativo en contra Damien, fue en un inicio justo por una vendetta personal de Lucas Sinclair. Una amiga muy cercana de él fue una de las afectadas directamente por las acciones recientes del muchacho, y fue por dicho acto que volvió a estar en su mira. No lo soltará tan fácil. Además, si eligiéramos irnos por el lado más “diplomático” como han dicho, habría que responder bastantes preguntas incómodas. Hasta ahora el DIC sólo considera a Damien un Usuario Psíquico peligroso más, que casualmente pertenece a una familia rica y poderosa. Pero cualquier acción para intervenir a su favor despertará las sospechas de que se trata de algo más.
—¿Y que un comando armado penetre a la fuerza a una base militar para sacarlo no despertará muchas más sospechas? —señaló Paul con ironía—. No seamos ingenuos. No habrá forma de que el chico pueda volver a recuperar su fachada anterior y seguir con el plan original que teníamos para él luego de esto. Y cualquier acción que hagamos para remediarlo, nos expondrá también a todos nosotros.
—Es verdad —escucharon de pronto que pronunciaba la voz grave y apagada de Conrad Cox, haciéndose notar por primera vez en la discusión, e inevitablemente jalando la atención de todos—. Quizás sea prudente considerar sobre la mesa alguna otra medida para solventar los daños.
—¿De qué medida estás hablando exactamente? —cuestionó Ann, un tanto perturbada por el tono sombrío con el que había pronunciado aquello.
Conrad guardó silencio unos momentos, antes de dejar salir sin más su sugerencia.
—Según lo que se dice, si el Anticristo muere, su alma simplemente volverá a reencarnar. ¿No es así? —soltó su pregunta al aire, sin esperar realmente alguna respuesta—. Si la identidad y el cuerpo de Damien Thorn han sido comprometidos, quizás lo más prudente sería eliminarlo, y empezar de nuevo.
—¿Qué cosa? —exclamó Ann, claramente alarmada, por no decir furiosa, por lo que acababa de escuchar—. ¿Estás sugiriendo acaso matarlo? No estás hablando en serio.
—Si te detienes a pensarlo, es la solución más práctica —explicó Conrad con abrumadora calma—. Y en especial, la que menos nos expondría. Tengo a mi alcance un catálogo variado de venenos efectivos, muchos de ellos desconocidos e indetectable para las agencias de seguridad de Estados Unidos. El lugar de realizar un ataque con decenas de hombres, sólo necesitaríamos infiltrar a uno que pudiera acercársele lo suficiente al muchacho. Si sigue dormido, sería mucho más sencillo administrar el veneno, y sería indoloro para él.
—No puedo creer lo que estoy escuchando —musitó Ann, indignada—. Después de lo que la Sra. Moyez acababa de decirnos de que nuestra misión es justamente protegerlo, ¿estás seriamente considerando el asesinarlo? ¿Deshacernos del Salvador para quitarnos un problema de encima…?
—No confunda las cosas, Sra. Thorn —intervino Amelia repentinamente—. Nosotros no somos servidores de Damien Thorn; somos servidores del Anticristo, tenga el nombre y rostro que tenga. Y nuestra labor, y el destino que el Salvador debe cumplir, son mucho más grandes que un sólo cuerpo de carne y hueso.
Ann se quedó atónita, incapaz de creer lo que escuchaba. Su atención de fijó en la imagen de Adrián en la pantalla, esperando que dijera cualquier cosa para apaciguar esa locura. Sin embargo, el Apóstol Supremo no decía nada. De hecho, por la expresión reflexiva de su rostro, parecía incluso estar sopesando la posibilidad, y eso la hizo sentir enferma.
—Sin embargo —añadió Amelia repentinamente con tono más moderado—, aunque nos sentáramos a considerar esta posibilidad seriamente, todos sabemos que no hay nada en este mundo que pueda matar al Anticristo… salvo quizás las Dagas de Megido.
Un ligero rastro de tensión recorrió el rostro de Ann ante esa repentina mención, pero intentó disimularlo.
—Si es que queremos realmente creer esas viejas habladurías —señaló Pavel, risueño—. Valdría la pena al menos intentarlo, ¿no creen?
—Si la historia de las Dagas de Megido le parecen “viejas habladurías”, Sr. Minsky, entonces podríamos decir lo mismo de todo en lo que creemos, incluida la posible reencarnación del Anticristo bajo la que se sustenta esta idea —sentenció Amelia con una fría dureza que dejó a Pavel sin habla—. Si están dispuestos a intentar un movimiento tan arriesgado, deberán estar dispuesto a correr con las consecuencias que éste pudiera traer. Tanto si tienen éxito, como si no…
Todos se tomaron un momento para meditar en dichas consecuencias. Si tenían éxito, perdían a su Anticristo, aferrados sólo a la fe de que rencarnaría, y en la idea de que podrían dar con él de nuevo, y antes de que sus enemigos lo hicieran. Y si no tenían éxito, ya fuera porque en verdad les resultara imposible matarlo o no pudiera acercársele lo suficiente, tendrían ahora que tener fe en que el Salvador entendería sus acciones, y no desataría su ira sobre ellos por siquiera considerar dicho plan.
Ciertamente, todo se trataba de fe; siempre la fe.
—Entonces no hay opciones, ¿eh? —indicó Paul, apoyándose por completo contra su silla—. O nos exponemos sacándolo por la fuerza, o nos exponemos intentando intervenir por los medios sugeridos por Sally, o nos exponemos intentando eliminarlo. Y claro, está la posibilidad de dejarlo a la merced de esta gente, sin saber qué desgracia podría traernos eso a la larga. Pero lo importante es que, en cualquiera de los casos, nuestra Hermandad, nuestro Anticristo y nuestra misión quedan arruinadas. ¿Les parece un buen resumen?
Volteó a mirar a todos los otros, como si esperara genuinamente escuchar sus opiniones. Pero, por supuesto, nadie dijo nada; nadie, excepto…
—Quizás no tenga que ser así —indicó la voz de Daniel Neff, desquebrajando el silencio con un corte limpio y suave. El mayor había permanecido en silencio durante casi toda la conversación, sólo sentado ahí en su silla, escuchando con su mirada agachada, y tamborileando sus dedos sobre la superficie de la mesa—. Hay una forma en la que podríamos rescatar al Salvador, y de paso eliminar cualquier sospecha que pudiera haber caído sobre él, o sobre nosotros.
—No me digas —masculló Pavel con tono irónico—. ¿Y cuál es esa solución mágica que sólo hasta ahora se te ha ocurrido compartirnos, amigo Neff?
El mayor alzó su mirada, contemplando en silencio al hombre ruso en la pantalla por unos instantes. Se giró entonces por toda la sala, hasta centrar su atención en Adrián al otro extremo de la mesa.
—Eliminar al DIC —soltó de pronto con total normalidad, encogiéndose de hombros.
—¿Qué? —soltó Paul, acompañado además de una risa—. ¿Eliminar a toda una agencia del gobierno? ¿Y eso es más sencillo que sólo entrar a una base y sacar al muchacho?
—No dije que fuera sencillo —aclaró Neff, parándose de su silla—. Y en realidad, no lo será en lo absoluto, y requerirá de varios pasos; algunos más delicados que otros. Pero sí es posible. Aunque quizás la palabra “eliminar” no sea la más adecuada. Más bien esto sería más cercano a tomar el control de dicha organización, hasta que todos sus recursos queden por complejo bajo nuestro poder, y ya no representen una amenaza para nosotros, ni para el Anticristo.
Los demás Apóstoles se observaron en silencio, perplejos pero ciertamente interesados. Incluso Ann que tenía sus reservas con respecto a las intenciones de Daniel, tras haber escuchado las posturas de todos los otros, estaba dispuesta a aceptar cualquier alternativa.
—Te escuchamos, Neff —indicó Adrián, extendiendo una mano hacia él—. ¿Qué es lo que tienes en mente?
El mayor se paró derecho, se acomodó sutilmente su uniforme y comenzó entonces a caminar alrededor de la mesa mientras hablaba, quizás en un intento de concentrarse mejor al hablar.
—Lo primero que tienen que saber es que tenemos varios puntos a nuestro favor en estos momentos —señaló con voz propia de un militar hablándole a sus subordinados, o quizás más un maestro a sus alumnos—. El DIC no sólo no sabe aún la verdadera identidad de Damien, sino que además las personas dentro de dicha organización que saben siquiera que el chico que aprehendieron es el joven heredero de la familia Thorn, o por qué se le buscó en primer lugar, es reducido. Y la gran mayoría de estos están ahí mismo, en el Nido.
—¿Y tú cómo sabes eso? —cuestionó Lyons con incredulidad, pero Neff lo ignoró y continuó con su explicación.
—Sin embargo, no podemos confiarnos en que esto duré así por mucho tiempo, así que es importante actuar. Ese ataque a la base del Nido del que tanto han estado hablado durante su plática, deberá suceder, y lo antes posible. Pero mientras su fin principal será en efecto rescatar a Damien y ponerlo a salvo, tendrá que cumplir también con el fin secundario de eliminar a todos y cada uno de los elementos del DIC reunidos en ese sitio… incluido el Dir. Sinclair y su círculo cercano.
—¿Estás loco? —espetó Lyons, casi sonando espantado—. Con problema y podríamos reunir a los hombres suficientes entre las fuerzas de Armitage para hacer una extracción rápida, no se diga combatir contra todos los cientos de soldados apostados en esa base y todas sus defensas.
La Hermandad había dedicado mucho tiempo y dinero en armarse de su propio ejército privado, bajo la fachada de empresas militares de defensa como la de Armitage, que Lyons dirigía directamente. Entre estas filas contaban con miles de hombres entrenados, varios de ellos con experiencia en combates reales por todo el mundo; Kurt y los demás guardaespaldas que acompañaban a Damien eran parte de estos. Todos eran, por supuestos, seguidores leales del Anticristo, o al menos lo suficientemente preparados para obedecer sin cuestionar. Su intención era que fueran la fuerza de ataque y protección del Anticristo cuando fuera el momento requerido.
Sin embargo, desplegar a dichas fuerzas era justo lo que a muchos les preocupaba, pues era muy posible que ligaran a dichos atacantes con Armitage de una u otra forma. Además, muchos de sus operativos estaban dispersos en varios puntos del mundo. Y previendo que la posibilidad de un ataque directo se tomaría en consideración, Lyons ya había revisado los elementos que tenían disponibles en el territorio para uso inmediato. La cantidad era… notoria, pero temía que no suficientes para tomar una base militar entera por su cuenta, menos realizar algo como lo que Neff describía.
Pero el mayor era también muy consciente de esto. Y, por supuesto, no estaba hablando sólo por hablar.
—Los hombres de Armitage serán cruciales para esto, en efecto —indicó Neff—. Pero no podrán hacerlo ellos solos. Es por ello que el ataque al Nido deberá ser en dos frentes: un ataque externo, y un ataque interno.
Aquella última mención captó principalmente la atención de todos los presentes. ¿Una ataque “interno”?
—Tengo a algunos de mis discípulos infiltrados entre las fuerzas del DIC —informó Neff de pronto, tomando por sorpresa a todos los presentes por igual—. Varios de ellos se encuentran en el Nido, y son los que he me han estado informando del estado actual de Damien.
—¿Qué cosa? —exclamó Lyons, atónito—. ¿Tienes a gente infiltrada dentro del Nido? —cuestionó con voz grave, con un dejo de enojo dejándose notar entre sus palabras—. ¿Acaso sabías de antemano que esto iba a pasar?
—No cuándo con exactitud —aclaró el Mayor Neff.
—¿Pero no podrías acaso haber hecho algo para evitarlo? —inquirió Tsukiji, más curiosa que molesta.
—No sin comprometer el trabajo que hemos estado realizado. Durante años, he dedicado mucho esfuerzo en preparar e infiltrar a elementos de confianza en cada una de las agencias de seguridad, militares y de inteligencia de este país, con el fin de tener ojos y oídos en cada una, y poder contar con un apoyo interno cuando fuera necesario. Tanto ha sido esta labor, que al día de hoy, nuestra red de influencia se extiende mucho más allá de lo que pueden imaginarse. Estos elementos, como han de suponer, son un bien muy valiosos que podría sernos de utilidad a futuro, cuando el momento llegue. Por tal motivo, no podía simplemente arriesgarlos por cualquier motivo.
—La seguridad del Anticristo no es “cualquier motivo” —exclamó Ann, algo irritada pero más moderada que Lyons.
—Si en el momento hubiera visto alguna forma de evitar lo sucedido sin arriesgarnos, les aseguro que lo hubiera hecho —aclaró Neff, notándose bastante sereno pese a los cuestionamientos—. Pero quizás la única explicación que valga es que fui cobarde. Yo también le fallé a Damien, como todos ustedes.
Agachó su mirada con pesar al comentar aquellas palabras, en un acto de culpabilidad que a algunos les resultaba un tanto falso. E inevitablemente por la mente de varios, incluidos Ann, Lyons, Adrián, o incluso el propio Paul, cruzó una idea que tomaba bastante peso: ¿había acaso dejado que esto ocurriera apropósito? ¿Quería que justamente llegaran a ese punto en donde, al parecer, el único que podía sacarlos de ese embrollo era él��?
—Por eso ahora estoy dispuesto a arriesgarme para remediarlo —sentenció el mayor con firmeza, alzando de nuevo su mirada—. Activaré a todos los operativos que tengo infiltrados en el Nido al mismo tiempo, para que realicen un ataque desde adentro, desactiven las defensas de la base, y así los hombres de Lyons podrán realizar su ataque simultáneo. Una vez que Damien esté a salvo, ambas fuerzas conjuntas realizarán una limpieza del sitio. Nadie saldrá con vida de esa base, salvo nuestros propios elementos. Nadie sabrá lo que realmente pasó, y nadie sabrá siquiera que Damien estuvo alguna vez ahí.
—Pero es que… ¿acaso tienes suficientes infiltrados en el DIC como para realizar un ataque como ese? —masculló Lyons, bastante escéptico—. ¿De cuántos elementos estamos hablando?
Neff lo observó en silencio, su rostro de roca totalmente inmutable y carente de cualquier reacción evidente.
—Bastantes —fue la corta respuesta del mayor—. Tras el incidente con Mark Thorn de hace cinco años que disparó las alertas del DIC por primera vez, preví que pudieran volverse un problema a futuro, en especial si los poderes del Salvador comenzaban a volverse más grandes, y más evidentes. Así que puse principal énfasis en introducir elementos en dicha organización. Al parecer, mi previsión fue acertada.
«Esto es inaudito». Los labios de Lyons se movieron, aunque no emitió sonido alguno.
¿Había estado haciendo todo eso por su cuenta sin decírselo a nadie más? ¿Cuántos otros discípulos tenía bajo su mano en posiciones de poder y que no les había informado? ¿Qué más acciones había realizado a sus espaldas? Lyons, y de paso también Ann, no podían evitar sentirse totalmente incrédulos de que todo hubiera sido solamente por buenas intenciones. Era justo ese tipo de acciones las que los tenían preocupados, y demostraban también el peso e influencia que Daniel Neff poseía en esa mesa, sin que todos fueran por completo conscientes de eso.
—Suponiendo que tuvieras razón —exclamó Pavel desde el monitor, con algo de recelo—. Supongamos que pudieran hacer su ataque conjunto, por dentro y por fuera, sacar al muchacho de esa base y matar a todos los testigos… ¿Y luego qué? Algo como esto sin lugar a duda sería investigado hasta por debajo de la última piedra para encontrar a los culpables.
—En efecto —asintió Neff, girándose hacia la pantalla—. Es por eso que además de nuestros infiltrados, la segunda clave para el éxito de esto es tener un chivo expiatorio.
—¿Y lo tenemos? —cuestionó Paul, curioso.
—Sí —respondió Neff sin vacilación alguna—. Su nombre es Charlene McGee, una poderosa Usuaria Psíquica buscada por el DIC desde hace décadas, incluso desde los tiempos del primer DIC disuelto en los ochentas. Está acusada de un sinfín de actos en su contra, y todos dentro de la organización saben de ella, así como que ha pasado años buscando la ubicación del Nido. Y, para nuestra suerte, ella fue también aprehendida esa misma noche, y en estos momentos está también recluida en el Nido.
—Mucha coincidencia —musitó Lyons, aprensivo.
—No del todo —señaló Neff—. Parece ser que ella había estado tras Damien días previos al ataque, y estaba presente en el pent-house cuando los hombres del DIC arribaron. De hecho, es probable que haya sido la persona responsable de la explosión, y del daño que Damien sufrió como mencionó Adrián al inicio. Como sea que haya sido, podremos usar esto a nuestro favor. Haremos que los hombres de Armitage se hagan pasar por un grupo radical opositor al DIC, que es bien sabido que Charlene McGee ha tenido contacto con varios de ellos a lo largo de los años. Y su misión aparente sería justamente liberarla a ella, y de esa forma serían los únicos responsables del ataque. Está de más decir que la clave de esto será también la eliminación de esta persona, para atar cualquier cabo suelto.
—¿Matar a alguien que fue capaz de lastimar al Salvado? —cuestionó Tsukiji con moderada preocupación.
—Según me han informado, el Dir. Sinclair la tiene en estos momentos cautiva en una celda hecha especialmente para ella. Será fácil llegar a ella y eliminarla sin correr riesgo.
—Así de simple —musitó Lyons con sarcasmo—. Es demasiado arriesgado. Cualquier error y nos expondremos por completo.
—Cualquiera de las medidas propuestas en esta mesa implica un riesgo. Yo sólo les propongo una que también es arriesgada, pero el resultado favorable sería recuperar al Anticristo, y cuidar la fachada tanto de éste como de la Hermandad.
—Sí, pero hay un problema —señaló Sally—. Bueno, varios problemas, pero hay uno que me preocupa en especial. ¿Qué pasa si la investigación que el DIC ejecute posterior al ataque no sigue la teoría de su chivo expiatorio? ¿O si en efecto su investigación de alguna forma los lleva hacia Armitage, a los traidores dentro de su organización, y por consiguiente a nosotros? ¿Tus infiltrados podrán encaminar la investigación hacia esa dirección?
—Es una duda válida —secundó Paul—. Especialmente si tu intención es también eliminar al director actual de la agencia, e ignoramos a quién van a poner en su lugar.
—No es así —declaró Neff con firmeza, confundiendo un poco a sus oyentes—. No dejaremos el nombramiento del nuevo director del DIC al azar. Una vez Damien esté asegurado, y Lucas Sinclair y su círculo cercano eliminados, la siguiente parte de este plan implicará colocar a uno de nosotros como el nuevo dirigente de la agencia; yo, específicamente.
—¿Tú? —exclamó Ann con asombro, casi sin darse cuenta; las palabras prácticamente se habían escapado solas de su boca—. ¿Quieres ser el nuevo director del DIC?
—Sería la forma más segura de que su investigación vaya en la dirección que deseamos —puntualizó Neff—. Además de también asegurarnos de que no vuelvan a ser un problema en el futuro, y tendríamos además a nuestra disposición sus recursos, que nos podrían ser útiles. Este es un movimiento que estaba planeado a mediano plazo, pero la situación nos fuerza a actuar cuánto antes. He reunido las influencias suficientes para hacer esto posible, y con el apoyo de Sally y sus contactos, dicho movimiento podría consolidarse sin problema.
Neff hizo una pausa, contempló a cada uno de los rostros que lo miraban, y por último añadió:
—Ésta es la alternativa que les ofrezco. Y, si me permiten decirlo, es a mi parecer la mejor que tenemos. Y como dije en un inicio, si queremos que tenga éxito es necesario comenzar a movernos hoy mismo si es posible. Así que la vacilación para decidirse no es una opción.
Miró entonces de nuevo a cada uno, esperando que alguno expresara alguna duda o inquietud con respecto a todo lo que les acababa de recitar. Nadie dijo nada, aunque eso no implicaba que dichas inquietudes no existieran. Sin embargo, la mayoría estaba de acuerdo en su afirmación de que, al menos de momento, era la mejor opción que tenían. Aun así, la atención de todos se centró especialmente en Adrián, a la espera de que él dijera algo.
El Apóstol Supremo fue consciente de las expectativas puestas en él, pero no fue capaz de dar alguna respuesta inmediata. Tenía sus reservas, aunque no precisamente hacia el plan propuesto, sino a la forma en el que éste había salido a la luz. Era obvio que Neff no había pensado todo esto en sólo unos minutos; todo esto ya lo tenía planeado con bastante anticipación. Y aun así se quedó ahí sentado, observando cómo todos discutían y se peleaban, riéndose por dentro de todos ellos. Incluso ahora, mientras estaba de pie en el extremo contrario de la mesa, mirándolo fijamente con su expresión estoica e inmutable, Adrián sentía que se burlaba de él.
¿En verdad había dejado que Damien fuera capturado, sin avisarles ni hacer nada para evitarlo, justo para llegar a este momento como el héroe? Y estaba seguro de que no dudaría en hacérselo saber a Damien cuando estuviera a salvo, junto con el dato de que todos los otros no tenían idea de qué hacer, e incluso habían considerado envenenarlo.
«Maldita rata» pensó Adrián con una ira reprimida, que lo único que dejó que la exterioriza fue su puño derecho bajo la mesa, apretándose con fuerza hasta casi lastimarse la palma. Pero por más molestia que le causara, tampoco podía negar que su plan era el mejor que tenían disponible.
—¿En verdad puedes hacer que todo lo que dices ocurra, Daniel? —le cuestionó Adrián con cierta severidad.
—Estoy seguro de que es posible lograrlo —respondió Neff sin vacilación—. No sugeriría tomar este camino si no estuviera convencido.
—¿Y estás dispuesto a afrontar tú las consecuencias del fracaso, si ocurriese? —añadió Adrián de pronto, tomando a todos un poco desprevenidos—. ¿Tanto ante nosotros como ante el Salvador?
El entrecejo de Neff se arrugó ligeramente, mostrando por primera vez lo más cercano a una reacción en su rostro. Mas ésta no era precisamente de enojo o sorpresa, sino más bien algo más cercano a sentirse sumamente intrigado. Y tras unos segundos de aparente cavilación, respondió:
—Estoy dispuesto. Pero como he dicho, la clave del éxito será la colaboración entre todos nosotros, y el actuar rápido.
—Estoy de acuerdo —asintió Adrián—. ¿Hay alguien que se oponga a ejecutar el plan propuesto por Daniel?
La atención vagó entre los demás presentes, pero de nuevo ninguno dijo nada, otorgando su vehemencia con su sólo silencio.
—Bien —masculló Adrián, virándose de nuevo hacia Neff—, entonces Lyons y tú pónganse manos a la obra cuánto antes. Quiero que esto se lleve a cabo antes de Acción de Gracias, mientras todos nuestros objetivos estén reunidos en el mismo lugar.
—Sí, por supuesto —murmuró Lyons despacio, sin demasiada convicción.
—El resto, gracias por atender a nuestro llamado. Estense lo más fuera del radar que puedan hasta que esto se resuelva, pero alerta para cualquier cambio. Y si todo sale bien, nuestra próxima noticia será que el Salvador ha vuelto a salvo con nosotros.
—Espero que así sea —comentó Pavel con amargura antes de cortar la comunicación.
—Ganbatte Kudasai, mis hermanos —se despidió Tsukiji justo después, inclinando su cuerpo un poco hacia el frente, cortando justo después.
Conrad y Amelia les siguieron, sin pronunciar ninguna gran despedida. Ann se quedó un rato más, mirando fijamente a la cámara como si quisiera decir algo más. Sin embargo, lo que fuera no podría decirlo en presencia de esas otras personas, así que decidió también irse sin más.
—Comenzaré los preparativos de mi parte —indicó Neff mientras avanzaba hacia su silla para recoger su abrigo, para luego dirigirse hacia las escaleras—. Te contactaré en unas horas para afinar los demás detalles, Lyons.
John se limitó sólo a hacer un ademán de su mano como respuesta mientras el militar se alejaba, no muy claro si era algún tipo de gesto de despedida en realidad. Neff subió con paso firme los escalones de acero, haciendo que sus pesadas botas resonaran contra cada uno.
—Supongo que no querrás jugar esos hoyos después de todo, ¿verdad? —comentó Paul hacia Lyons con sorna, parándose de su silla. La mirada seria del hombre de barba blanca lo decía todo.
—Gracias por tu gran apoyo —masculló Lyons con molestia—. ¿Qué pensabas al incitar la discordia de esa forma?
—Oye, alguien tiene que ser la persona que diga lo que otros no se atrevan —contestó Paul con indiferencia, encogiéndose de hombros—. Y como bien dijo Adrián, puede que algunos cambios tengan que venir. Pero lo discutiremos una vez que el Salvador esté a salvo, ¿de acuerdo?
Culminó su comentario con uno de sus coquetos y molestos guiños de ojo.
—¿Compartes el ascensor conmigo, Sally? —preguntó el gerente de Thorn Industries mientras se dirigía a la salida.
—Definitivamente —respondió la senadora rápidamente, tomando su celular justo después y poniéndose de pie—. John, Adrián… si ocupan cualquier cosa en lo que pueda ayudarlos.
—Eres muy amable, Sally. Gracias —comentó Adrián en voz baja, sin mirarla. Si bien es cierto que no adoptó ninguna postura antagónica durante la discusión, el mantenerse tan neutral y poco participativa tampoco era algo que le hubiera servido de ayuda al Apóstol Supremo. Y aunque las palabras de Adrián sonaban en efecto amables, ciertamente ese disgusto era palpable por debajo de éstas.
Sally lo percibió, así que prefirió no decir nada más. Sólo asintió una vez como despedida y se si dirigió al elevador con Paul.
Una vez que ambos se fueron y sólo quedaron Adrián y John, éste último acercó su silla al primero, y a pesar de estar solos le susurró despacio como si temiera que alguien más los oyera.
—Este imbécil nos va a joder —murmuró Lyons, provocando involuntariamente una sonrisa en los labios de Adrián. Era inusual escuchar a su viejo amigo hablar con tan poca propiedad—. Se las va a arreglar para salir de todo esto como el héroe que salvo al Anticristo, y dejarnos a nosotros como los inútiles que no pudieron cuidar de él. Y se está encargando de dejarlo claro desde este mismo momento.
—No me dices nada de lo que no me haya dado cuenta yo mismo —soltó Adrián con pesadez—. Pero no tenemos otra opción. Lo primero es recuperar a Damien, y luego preocuparnos por el resto.
—Esto no me agrada —masculló Lyons, sonando muy cercano a una maldición—. Nos arriesgaremos enormemente para salvar a ese mocoso desagradecido, que muy seguramente ni siquiera aprenderá ni una lección de todo esto.
—Yo no estaría tan seguro —señaló Adrián con calma—. Olvidas que antes de que todo esto ocurriera él ya había accedido a volver a Chicago. Creo que ya estaba a un paso de recapacitar, y es probable que esta experiencia sí le deje una enseñanza de lo que puede pasar si hace las cosas sin pensar. Y que, al menos de momento, es mucho mejor para él contar con nosotros que estar en nuestra contra.
Lyons soltó un quejido bajo que bien podría haber sido un vago intento de risa.
—Tienes demasiada confianza en ese muchacho.
—No, amigo —le corrigió Adrián, mirándolo de soslayo—. Como tú bien dijiste hace un rato, lo que tengo es fe…
FIN DEL CAPÍTULO 125
Notas del Autor:
—Y el plan de la Hermandad se ha puesto en marcha, con sus respectivos problemas. Pero como pueden prever, las cosas se pondrán peligrosas más pronto que tarde. Espero que el capítulo no haya sido demasiado pesado, pero creo que los siguientes serán un poco más tranquilos (de cierta forma). Así que nos vemos muy pronto, si todo sale bien.
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chicinsilk · 3 months
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US Vogue June 1957
Anne St. Marie wears a silk shantung dress. Printed black on white. By Sophie Original. Black straw hat by Tatiana du Plessix. Trifari earrings and beads.
Anne St. Marie porte une robe en shantung de soie. Imprimé noir sur blanc. Par Sophie Original. Chapeau de paille noir par Tatiana du Plessix. Boucles d'oreilles et perles Trifari.
Photo Richard Rutledge vogue archive
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john-laurens · 3 months
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Top row: Ann/Anne Isabella Kinloch, née Cleland (mother of Francis Kinloch, Jr.; 1735-1802; left, right)
Bottom row: Martha Kinloch, née Rutledge (second wife of Francis Kinloch, Jr.; 1764-1816)
There is an inscription on the back of the portrait of Martha Rutledge Kinloch (text from the Gibbes Museum of Art):
written in pen, "Martha Rutledge/daughter of Gov. John Rutledge and Eliza Grimke his wife/married Francis Kinloch/taken at age 15" above this statement, "This is mamas writing -EFD"; Two labels affixed to wood board behind portrait, "St. Caecilia" and label advertising, "J. Harris/Map Chart & Printfeller/N. 3 Sweetings Alley Cornhill/London"; on brown backing paper
To clarify, the portrait of Martha Rutledge Kinloch was done when she was 15, but she married Francis Kinloch when she was 21. (Not to be confused with Mildred Walker, who did marry Francis Kinloch at the age of 15.)
Additionally, the right portrait of Anne Kinloch appears to be a colorized version of the black and white portrait - the colors may not be true to life.
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mornyavie · 1 month
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If I had a nickel for every woman whose tombstone inscription was "this lady did not marry Abraham Lincoln," I would apparently have two nickels, which isn't a lot but WHY WOULD YOU DO THAT???
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Fun Finds in Fairfield, Iowa!
Fairfield, Iowa is a Midwestern town with a lot of fun finds and facts! I traveled on a hosted trip to Fairfield with a group of Midwest Travel Network bloggers. During the visit, I discovered unique stories and things to see and do. Try a scavenger hunt around the town and surrounding area to locate these fun finds! Thank you, Terry Baker, and Visit Fairfield, for having us. Are you ready to…
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deeisace · 11 months
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Alright @invisible-goats let's see how many Joe Bloggs there are!
Not many, as it turns out, tbh
There was one who died in Cleveland in 1982, and one who lived in Sussex in 2003 - and this guy! Who got married in King's Lynn in 1785
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He was from Chelmsford apparently, per the record, and the reason why there's two of them, probably, is. Well they just postponed the wedding, it could be any reason, but the rules were you had to have banns published for three weeks before the wedding, see, so people know it's going on an stuff, I guess, idk - and, have the chance to object, like Ann Rutledge's dad, there - so Joe and Jane here, they had two weeks' banns, and then got it republished for some reason or other - so the next document is their three-sundays-in-a-row - they basically just postponed for two weeks, really
Oh! Possibly because Joe was moving house! In the first, both him and Jane are "of this parish", and then the second one, he's "of Chelmsford" and only Jane is "of this parish". I wonder why he/they moved, there's no record of his job or anything like that.
Hmm.
Apart from them, there's not any, really - but we can check for "Joe Blogg", singular, I spose, let's see
We can jump back a bit, now - a marriage record from 1714 - 6th of May, in Tower Hamlets, I hope it was a nice day for them
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Joseph Blogg, and here we see he's a Spitalfields weaver, marrying Elizabeth Clark.
Oh dear, no, but look, he died in 1722, October of that year
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He's listed as still living in Spitalfields, but he's a pensioner now, I think that says, so either something's happened for him to stop work, or otherwise he's elderly - I'm not sure, cs there's no ages listed basically ever until the later-1700s, depending on where you're looking at
Ah, I think I might see
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Elizabeth died in July 1722, and our Joe is still a weaver then.
Oh how sad that is
Alright, I'm going to jump forward to census times, I want to see people living please
The very very first Joe Bloggs we find is on the 1841 census, and because it's the first one that was done it's pretty shit, basically
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But, we can see he's 11 years old, and his mum's called Jane, and she's a charwoman (like a cleaner, basically), and he's got at least 6 siblings - in age order, it goes Edward, John, William, Joseph, Elizabeth, Henry and Jane. And they are all from Marylebone.
Let's see we can't find out what happened to this Joe!
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He's a waiter! He's mid-20s, here, marrying Amelia, with his brother Henry as witness
And here they are a bit later, on the 1861 census -
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He's swapped jobs, he's now a greengrocer! And here is how I know that Henry above is his brother, because here's our Jane, his sister - it doesn't say so on the 1841 census, because of course, but Joe must be from his mum's first marriage and Henry and Jane from her second, or something like that - or else, Amelia also has a relative and half-sister each called Henry and Jane, I don't know, tho Jane is the same age as our Jane Blogg, above.
The 70s show he's at the same address with the same job, but a bit more of a rabble -
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Amelia, there, named for her mum, then Avies (???), Josephine, Elen, and another Joseph
I jumped forward to 1881, to try and read Avies's name better, if I could, but she's already moved out by that point - 18, she's either got a job or a husband, generally
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Instead, they've moved to Hanover Square, Ellen is now called Susan, and there's another son, Thomas Charles age 7. And, Joe's swapped jobs again! He's a turkey carriage driver!
What's a one-a-them, let's have a look. Well, I can't find anything on "Turkey carriage" specifically, but I am imagining something like a hansom, a two-wheeler like this one
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Here, let's see 1891 -
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Cor, that girl doesn't half go through names - here she is Louisa, now!
Amelia has died, unfortunately, in the time since, so Joe is now a widower - but here we can see he's still a cabbie, look, and a groom - maybe he stables other cabbie's horses, I wonder - and helpfully, his neighbour who's name I've cut off there (it's John Higley) is a coachpainter! Extraordinarily helpful with horsedrawn coaches and cabs, I imagine
He died in 1899, this one, and it's only in death we find out his middle name is Henry, but I went back and found his baptism -
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Joseph, born to John and Jane Blogg, Great Barlough, 11th Jan 1831. John is/was a coachman, so I suppose Joe followed in his footsteps, in the end
Oh dear me I'm going to have "Following in Father's Footsteps" stuck in my head for an age, now
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greengableslover · 1 year
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​Tag nine people you want to get to know better.
I was tagged by @lady-arryn and @thatgirlnevershutsup. Thank you 💜😊
three ships: Anne x Gilbert (Anne of Green Gables), Lucy x Carter (Emergency Room), Aurelia Ryder (Julie Lennart-Olsen) x Derek Gaunt (The Kate Daniels Series/Blood Heir)
first ship: Anne x Gilbert (always and forever, the best OTP) (also loved Fantaghirò and Romualdo :) watched it on repeat at my grandmothers)
last song: About Damn Time by Lizzo
last movie: Fear Street: 1666
last show: Santa Clarita Diet
currently reading: An Indicent Proposel by Emma Wilde
currently watching: Emergency Room (I’m on season 4)
currently consuming: coffee and spanish pastries
currently craving: nothing
current obsession: I need the next Aurelia Ryder Book to finally come out (why is there more Kate coming out? She had her HEA, I want more Julie or Hugh)
tagging: @candicepatton, @vivian-rutledge, @shipatfirstsight, @blackholeofprocrastination, @riettveld, @queenofattolia, @thedarkestgreys, @apothecarys and @most4rdently
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wessexroyalfamily · 2 years
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Time Jump This Week!
Her Majesty’s official offices at Woodstock Palace released a new portrait of the Royal Family of Wessex in honor of both of The Queen’s sons becoming teenagers. The nicknamed “red portrait” pictures the senior members. 
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Pictured Above: (front row from left to right) HRH The Prince George of Wessex ; HM Queen Anne II of Wessex ; HRH The Duke of Dorset ; (back row from left to right) HRH The Duke of Uxbridge ; HRH Princess Alexandra of Uxbridge ; HRH The Earl of Gloucester ; HH Prince Arthur, The Earl of Falmouth ; HH Princess Alexandra, The Countess of Hyannis ; The Earl of Hyannis 
Brief Updates:
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1) The Prince Albert of Wessex died recently. The Prince leaves behind four children, (pictured left to right) Bernard FitzAlbert ; Prince Albert, The Duke of Uxbridge; Princess Alexandra of Uxbridge ; and Augusta “Emma” FitzAlbert. Augusta was born after Albert’s second marriage to Rosalie Rutledge and after the passing of the Fourth Act of Succession, thus she and her older brother, Bernard, are barred from inheriting the throne, unlike their royal half-siblings from their father’s first marriage. 
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2) The Duke of Worcester also passed away at his country estate, Corsham Palace surrounded by his family. The 7th Dukes titles were inherited by his only living son Edward St. Andrews (pictured above in front of Corsham Palace). Edward, now the 8th Duke of Worcester, is keen on becoming a member of the Queen’s Privy Council.
3) The Prince William and The Prince George have aged up into teenagers. The Duke of Uxbridge and his sister, Princess Alexandra are now young adults and both plan on taking an active role as working members of the Royal Family. 
***Check out the links to my Sims Wikia page for update bios for all story characters! 
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alice-and-ethel · 2 months
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I have a minor issue with this book I'm reading that I'm about to make a post about, but I saw a lo-o-ooong review on Amazon that was furiously denouncing the Ann Rutledge story as, to paraphrase, so much Victorian drivel.
Ann Rutledge was a real woman, a real friend to Abraham Lincoln (whether or not there was a romance between them, though I still posit that an entire village is unlikely to remember incorrectly), really beloved in her community, and she really died tragically young. Her death also really and deeply affected Lincoln. Sometimes, life imitates art.
@ that reviewer: why did this author's account of a woman who was significant (love interest or not) in the life of a famous man disgust you so much...?
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wingzemonx · 2 years
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 124. No Ha Terminado
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Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 124. No Ha Terminado
—¿Ahora encubrimos un homicidio? —musitó Sarah con voz grave, una vez que salieron por las puertas principales del edificio. Eleven se detuvo un momento y se giró a mirar a su hija un tanto desconcertada—. ¿Por qué no dejas que la policía investigue lo ocurrido? De esta otra forma, ahora los culpables de matar a tu amiga nunca recibirán su castigo.
—No es tan simple, Sarah —le respondió Eleven con seriedad—. De acuerdo a lo que Cole y Matilda dijeron, de los asesinos de Eight, sólo una queda con vida, y de eso tampoco están del todo seguros. Además de que el verdadero culpable sigue siendo Thorn, y como hemos visto tiene una facilidad para que todos estos asuntos le saquen la vuelta. No habría forma de que la policía ligara nada de esto con él. En lugar de eso, si permitíamos que siguieran investigando lo ocurrido en esa bodega, sólo nos arriesgaríamos a exponer a Matilda, Cole o Abra. No, es mucho mejor de esta forma. Lucas tiene a Thorn encerrado, y nos encargaremos de que esa otra mujer, donde quiera que esté, no se la pase tranquila mucho tiempo.
Sarah suspiró con pesadez, y lentamente las dos comenzaron a bajar los escalones de la fachada del Departamento de Ciencias Forenses.
—Es por esto que no quisiste que Terry viniera contigo, ¿cierto? —murmuró Sarah, sonando peligrosamente parecido a un reclamo—. Lo que menos quieres es que conozca el lado menos agradable de tu trabajo. Las mentiras, los encubrimientos, los tratos bajo el agua…  ¿Qué clase de favores crees que le ha hecho ese hombre a otras personas antes? Nada bueno, y lo sabes. ¿Y aun así le dirás en dónde se esconde su hija? ¿Qué crees que hará en cuanto lo sepa? Si en verdad ella está bien en dónde está ahora, abrirás la puerta para que su padre llegue y arruine lo que ha construido.
—Eso ya no nos concierne…
—Pues tal vez debería. Es justo por este tipo de cosas que dejé de querer involucrarme con tu dichosa Fundación y preferí irme a New York. Pero heme aquí de nuevo, siendo parte de otra de tus movidas para distorsionar la verdad a tu favor.
—No es a mi favor —respondió Eleven con algo de brusquedad, estando ya a la mitad de los escalones—. Sabes muy bien que todo lo que hago es para protegernos; a nuestra familia y a nuestros amigos.
—Quizás a veces sea mejor que todo siga su curso normal, ¿no lo has pensado? Dejar de ocultar las cosas, de esconderse tras mentiras y verdades a medias. Quizás va siendo hora que la gente sepa el tipo de amenazas que existen allá afuera, pero también que hay personas capaces de combatirlas.
—Eso tampoco es tan simple…
—Nada es simple contigo y tu Fundación, mamá. —Llegaron al final de los escalones, plantando sus pies en la banqueta, aunque Eleven con bastante menos firmeza que su hija—. Sólo mírate, apenas y puedes mantenerte de pie. Deberías estar en cama reposando como la tía Max te dijo, pero en lugar de eso estás aquí jugando a la espía y conspiradora.
—Lo sé —musitó Eleven con pesar en su voz, agachando su mirada—. Sólo… necesito limpiar este desastre lo mejor posible. Luego volveremos a casa y descansaré; lo prometo.
—Lo creeré cuando lo vea —musitó Sarah con escepticismo—. ¿Es en serio lo que le dijiste a Matilda? ¿Tienes pensado retirarte y dejarla a cargo?
—Sí, es en serio. Es algo que ya había pensado desde hace tiempo, pero simplemente no había tenido el valor de dar el paso. Pero esto me ha convencido de que es ahora o nunca.
Se viró a mirarla, sonriéndole levemente.
—Eso tampoco lo creerás hasta que lo veas, ¿cierto? —comentó con tono ligeramente jocoso.
—Tú lo dijiste, yo no —respondió Sarah con estoicidad—. Me es difícil imaginarte retirada. ¿Papá sabe de tu decisión?
—No exactamente… Pero se lo diré, en cuanto vuelva a hablarme.
—Vamos, sabes que no puede durar mucho tiempo enojado contigo —indicó Sarah, sin poder evitar reír un poco—. Y al parecer yo tampoco.
Eleven sonrió contenta. Colocó entonces con delicadeza una mano sobre la que su hija tenía alrededor de su brazo.
—Gracias por estar aquí conmigo, hija —musitó despacio—. Sé que nada de esto te agrada, pero significa mucho para mí que estés aquí para ser mi soporte; literal y figurativo.
—Alguien tenía que hacerlo —masculló en voz baja como recriminación, aunque más para sí misma—. Sólo así Terry y papá estarían tranquilos. En fin, si ya no tienes a algún otro político que ocupes chantajear, ¿qué te parece si vamos a comer?
—Sí, definitivamente me vendría bien comer algo —respondió su madre—. No me había dado cuenta de que tenía hambre.
Ambas mujeres comenzaron a andar por la banqueta lado a lado, sin un rumbo fijo en especial. Estaban después de todo en una ciudad que les era casi totalmente nueva. Sarah sacó su teléfono dispuesta a buscar algún sitio para comer cerca. Mientras caminaban, pasaron a lado de varios vehículos estacionados a un lado de la banqueta, entre ellos un Honda Accord plateado. No repararon en ninguno y siguieron de largo, pero habían dado sólo un par de pasos cuando la puerta del pasajero del vehículo Honda se abrió, y su ocupante intentó salir del vehículo, maniobrando un poco su robusto cuerpo y su pierna que ya no le respondía tan bien como antes.
—Sra. Wheeler —pronunció la voz de aquella persona a espaldas de las dos mujeres.
Eleven y Sarah se detuvieron en seco y giraron hacia atrás. El conductor del vehículo plateado se había bajado y dado la vuelta a éste, para poder ayudar al pasajero a salir. El conductor era un hombre alto y muy fornido de cabeza calva. Y el hombre al que ayudaba bajarse, era bajo y de cuerpo rechoncho, rostro redondo y cabeza igualmente con muy poco rastro de cabello. Llevaba además un bastón de mango dorado en el que se apoyaba al estar de pie. Una vez que estuvo fuera y el conductor cerró la puerta del auto, las dos mujeres Wheeler pudieron verlo mejor, y en especial el atuendo de sacerdote que traía puesto.
—Sra. Jane Wheeler, ¿cierto? —masculló aquel hombre bajo, aproximándose hacia ella con el apoyo de su bastón. El hombre de cabeza calva lo siguió unos pasos detrás—. Es un placer al fin conocerla; he escuchado muchas, muchas cosas sobre usted.
El sacerdote se paró justo delante de ellas. Miró unos momentos el bastón que Eleven sujetaba con sus manos, y sonrió divertido.
—Parece que los dos somos miembros del club de la tercera pierna, ¿eh? —musitó con un tono que quizás intentaba ser gracioso, sin serlo demasiado en realidad—. Disculpe mi acercamiento tan poco cortés. Mi nombre es Frederic Babatos —indicó extendiendo una de sus manos hacia Jane.
Aquel nombre, acompañado del cuello blanco de religioso que portaba, hicieron click en la mente de Eleven con respecto al relato de los acontecimientos que Cole y Matilda habían compartido con ella más temprano.
—Claro, padre Babatos —murmulló El, estrechándole su mano, aunque manteniendo al parecer su guardia totalmente arriba—. ¿Puedo preguntarle cómo supo exactamente que estaba aquí?
—Digamos que nosotros también sabemos cómo manejar la información, Sra. Wheeler —respondió Frederic, con una sonrisa demasiado astuta para haber sido formada por los labios de un religioso.
Si Eleven tuviera que dar alguna teoría, diría que se enteró de su llegada y movimientos porque tenía vigilada la casa de los Honey para ver quién entra y quién sale. No era una idea que resultara del todo tranquilizadora, aunque sí despertaba en parte su curiosidad.
—Debo agradecerle el apoyo que le brindó a mis asociados hace dos noches —mencionó Eleven con voz cauta—. Me han informado de todo lo ocurrido, y de que literalmente les salvaron la vida. Estoy en deuda con ustedes de forma personal.
—No hay nada que agradecer —respondió Frederic con gentileza—. Pero si en verdad siente un poco de deuda hacia nosotros, yo agradecería me brindara unos cuantos minutos de su tiempo para discutir algunos asuntos con usted, que siento pudieran ser de importancia para ambos; y para las personas con las que trabajamos y protegemos, claro.
Eleven observó a aquel hombre fijamente con cierta suspicacia destellando en su mirada.
—Lo siento, pero la realidad es que desayunamos un poco mal y aún no hemos comido. Así que en estos momentos estábamos por dirigirnos a comer algo…
—Oh, si me permiten, podemos llevarlas a un sitio cercano que es excelente para que sacien su hambre —propuso Frederic con marcado optimismo—. Y podremos conversar mientras comemos. Yo invito, por supuesto. ¿Les gusta acaso la comida mediterránea?
—Con todo respeto —se apresuró Sarah a responder—, a pesar de su atuendo de sacerdote, son dos hombres desconocidos que se nos aproximaron en media calle, en Los Ángeles. No espera que realmente seamos tan descuidadas como para subirnos a un vehículo con ustedes, ¿o sí?
Frederic soltó una risilla con sorna.
—Muy bien dicho, señorita —señaló el sacerdote—. No está muy lejos, así que podríamos ir caminando. Sólo siento que no sería del todo cómodo para la Sra. Wheeler y mi persona, por… bueno, ya saben —indicó alzando sólo un poco su bastón.
—Si de lo que quiere hablar es de Samara Morgan —dijo Eleven con voz firme y tajante—, le ahorraré el tiempo dándole mi respuesta final e inamovible. La niña se encuentra bajo el cuidado de mi Fundación. Así que cualquier plan o intención negativa que tengan con ella, les sugiero lo desechen.
El rostro de Frederic, hasta ese momento afable y amistoso, se tornó un tanto sombrío por unos instantes, aunque intentó ocultarlo casi de inmediato con una media sonrisa, un poco forzada a simple vista.
—Su asociada, la Dra. Honey, nos dijo algo parecido hace dos noches —señaló Frederic, sin ninguna intención o sentimiento claro acompañando sus palabras.
—Ambas concordamos en esto —respondió Eleven con seriedad. Sin embargo, al recordar su plática de hace sólo unas horas atrás no pudo evitar pensar: «aunque en otras cosas al parecer no».
—Yo admiro la devoción que todos ustedes tienen hacia la causa de ayudar a los niños que los necesitan —musitó el padre Babatos con prudencia—. Y le aseguro que en ese sentido, nosotros no somos sus enemigos, Sra. Wheeler. Además, quizás no le han informado que no fuimos nosotros los que externamos inicialmente nuestra preocupación hacia la niña Morgan, sino su colega, el Det. Sear.
Eleven permaneció en silencio unos instantes; al parecer no estaba dispuesta a dar alguna respuesta directa. En efecto, durante su plática con Matilda y Cole, estos sólo habían logrado contarle de manera más o menos resumida todo lo ocurrido, incluyendo la intervención de aquel hombre religioso y sus ayudantes. Tendría que hablar con más calma con Cole sobre ese tema en específico. Pero sin importar qué le fuera a decir, es no cambiaría su postura; en especial tras oír la resolución que Matilda le había compartido.
—Como dije, mi decisión al respecto es inamovible —reiteró Eleven con la misma determinación que antes—.  Así que, si nos disculpan. Vámonos, Sarah.
Su hija no ocupó mayor indicación, y ambas se dieron media vuelta, comenzando a caminar por la banqueta para alejarse de los dos extraños.
—Entiendo, y si es así, no tocaremos ese tema —explicó Frederic en voz alta para que lo escuchara, y al instante comenzó a seguirlas unos cuantos pasos detrás—. No en esta ocasión, al menos. Pero sí hay otros asuntos relacionados con lo ocurrido hace dos noches que nos interesa mucho discutir con usted.
Eleven siguió avanzando sin dar ninguna señal de estarlo escuchando siquiera.
—El asunto de Damien Thorn no ha terminado, Sra. Wheeler —profirió Frederic con más ahínco, y la sola mención de ese nombre tuvo un efecto tal en Eleven que sus pies se quedaron abruptamente quietos en su sitio—. De hecho, es probable que sólo esté comenzando —añadió el sacerdote—, y estoy convencido de que dentro de poco será primordial que nuestras dos organizaciones comiencen a trabajar más en conjunto. Y si me permite invitarlas a comer, podemos hablarlo con mucha más calma.
De nuevo se hizo el silencio. Eleven miraba fijamente al frente, pero tras un rato su entrecejo se contrajo, y sus ojos se cerraron como si la hubiera invadido un pequeño dolor punzante.
“El asunto de Damien Thorn no ha terminado.”
Sí, eso se temía, aunque una parte de ella intentaba convencerse de lo contrario a toda costa.
—De acuerdo —musitó despacio, girándose de nuevo hacia los dos hombres—. Pero mi hija tiene razón en lo de subirnos al vehículo de dos desconocidos. Iremos caminando.
Frederic pareció un poco sorprendido por ello. Su boca se abrió, de seguro con la intención de replicar algo, pero ninguna palabra brotó de él. La mirada firme y decidida de Eleven le indicaba que aquello no era una sugerencia. En vista de esto, el sacerdote carraspeó un poco y pronunció despacio:
—Cómo gusten. Por aquí —les indicó, señalando con su mano calle arriba. Y avanzando al ritmo pausado que las dos personas con bastón se permitían, el grupo comenzó a caminar.
— — — —
El restaurante estaba a sólo dos cuadras, y en situaciones normales no hubiera representado ningún problema. Pero dado que esa no era una situación normal, la caminata resultó no ser muy agradable, pero Eleven lo prefirió de esa manera. Quizás era un intento un tanto burdo de mantener el control de la situación, pero era de momento lo que podía hacer. Al llegar al local, sin embargo, notaron como el gerente pareció reconocer al padre Babatos y lo recibió con bastante júbilo. Ambos hombre se estrecharon de manos e intercambiaron comentarios animadamente. Esto incómodo un poco a Eleven, haciéndola sentir que de alguna forma estaban entrando a territorio enemigo, o al menos uno en donde la otra parte tenía ventaja. Igual de momento intentó no alterarse por ello, pero sí estar al pendiente de cualquier movimiento sospechoso.
El gerente los condujo hacia un área un poco más retirada, en una zona privada del restaurante que sólo tenía cuatro mesas, todas vacías en ese momento. No estaba totalmente desconectada del área común, pero sí les daba algo más de privacidad para tener la plática que tanto deseaban tener. Los cuatro se sentaron en una mesa; Frederic y Carl de un lado, Eleven y Sarah del otro. El sacerdote les permitió a sus invitadas ordenar de comer y beber antes de comenzar.
Eleven y Sarah fueron más conscientes del hambre que sentían en cuanto sus ojos recorrieron el menú. El no estaba segura de qué pedir, así que dejó que su hija lo hiciera por ambas. Sólo pidió por su cuenta un poco de agua.
—¿Es su primera vez en California? —preguntó Frederic con tono animado, quizás en un intento de aligerar el ambiente.
—Viví un tiempo en Lenora Hills cuando era joven —respondió Eleven con seriedad—, y no diría que fue mis etapas favoritas. Y a Los Ángeles ya había venido algunas veces, a visitar a algunas amistades.
—Como a la Dra. Honey y su madre, supongo —señaló Frederic, a lo que Eleven no quiso responder. La manera en lo que había mencionado le hacía sentir que intentaba decirle que sabía más de ella y de su Fundación de lo que pensaba, y eso no le agradaba del todo. Últimamente acostumbraba ella ser la que tenía toda la información a la mano, como en su conversación con el jefe Thomson, por ejemplo.
—Tenemos algo de prisa —señaló Eleven con brusquedad—, y quisiéramos retirarnos en cuanto terminemos de comer. Así que si fuera tan amable…
—Sí, claro —rio Frederic, y comenzó sin más espera su explicación mientras aguardaban que les trajeran su orden.
Su charla fue en parte muy similar a la que habían tenido Jaime y él con Cole días antes, en dónde le habían explicado de manera general quiénes eran, a qué se dedicaban, y cuál era su misión por la que estaban en Los Ángeles. Y claro, el motivo de su interés por Damien Thorn. Durante toda esa plática, fue imposible que no se repitiera en más de una ocasión la palabra “Anticristo”.
Como una persona que había pasado gran parte de su vida temprana lejos de… prácticamente todo, incluida la religión, Eleven se sentía un tanto ajena a muchas de las cosas que ese hombre le decía. Era casi igual a cuando era más joven, y Mike o alguno de los otros chicos intentaban explicarle cosas de los cómics que le gustaban, sus videojuegos, o Calabozos y Dragones. Con el tiempo había aprendido a entender al menos lo principal, pero al inicio fue muy usual que olvidaran que cosas tan habituales y comunes para ellos eran de hecho totalmente desconocidas para ella. Y el que este hombre le dijera que buscaban a ese tal “Anticristo”, daba casi lo mismo que si le hubiera dicho que buscaban a “Superman”, y al menos de éste último había visto un par de películas para ubicar de qué hablaban.
Pero si había algo que Eleven definitivamente sí comprendía, eran las fuerzas no humanas que rondaban fuera de este mundo, y acechaban con frecuencia a las personas desde rincones oscuros, incluso de su propia alma. Monstruos, espíritus, demonios… daba igual cómo los llamaran. Y usando eso como base, logró entender que aquello que estas personas perseguían tenía que ser algo parecido; un poderoso enemigo que los amenazaba a ellos y al mundo entero. Su propio Mind Flayer, Vecna... Henry Creel, One…
—¿Y creen que Damien Thorn es esta persona que buscan? —masculló Eleven despacio, cuidando sus palabras.
—Fue uno de nuestros principales sospechosos por mucho tiempo —respondió Frederic—. Sin embargo, no pudimos completar todas las pruebas que lo confirmaran, hasta el incidente de hace dos noches. Mi colega el padre Jaime Alfaro, que el Det. Sear también conoció, estuvo presente en el pent-house y confrontó a Thorn de frente. Desconocemos los detalles de lo ocurrido con exactitud, pero esa misma noche me telefoneó y me dijo directamente que había visto la prueba irrefutable de que Thorn era a quién buscábamos.
—¿Cuál prueba? —inquirió Eleven, curiosa.
—No puedo darle esos detalles, pero le puedo asegurar que confío plenamente en su palabra. Lamentablemente, Jaime falleció esa misma noche, debido a las heridas que sufrió en ese sitio.
—Lo lamento mucho —masculló Eleven despacio, y era sincera con su pesar. Después de todo, ella también había perdido a alguien esa misma noche.
—Gracias. Como sea, eso ha dificultado un poco las cosas, pero ya en estos momentos mis superiores están discutiendo arduamente si tomar a cuenta sus últimas palabras o no. Pero confío en que es cuestión de tiempo para que se decidan, y entonces la siguiente fase de nuestra misión tendrá que ejecutarse cuanto antes.
—¿Qué significa eso? —cuestionó Eleven, claramente desconfiada—. ¿Qué es lo piensan hacer exactamente?
El mesero llegó en esos momentos con su orden, así que su plática tuvo que detenerse unos momentos. Sarah les había ordenado a ambas un espagueti con mariscos, con un olor penetrante que cubrió por completo la nariz de Eleven, pero que no era para nada desagradable. Siguieron en silencio hasta que el mesero se retiró.
—Me temo que eso tampoco puedo compartírselos, aún —contestó Frederic con firmeza—. Sólo puedo decirles que desde hace mucho tiempo hemos estado librando una guerra, se podría decir “fría”, con el grupo que protege y sirve al Anticristo. Pero si hemos encontrado al fin a la persona correcta, y tras todo lo ocurrido, estas personas que hasta ahora se han mantenido ocultas, se verán forzadas a salir; y nuestra guerra ya no será tan fría. Por suerte, nos hemos estado preparado para esto, y estamos listos para lo que se viene. Pero claro, siempre nos vendría bien tener una mano amiga que nos apoye.
—¿A eso se refería con que deseaba que nuestras organizaciones cooperaran? —susurró Eleven en voz baja, mientras picoteaba su plato con un tenedor—. Mi Fundación no fue hecha para pelear ninguna guerra, señor. Mi propósito siempre ha sido de hecho lo contrario: evitar que las personas como yo tengan que involucrarse en este tipo de cosas y puedan vivir una vida tranquila.
—Y eso lo entiendo y apoyo totalmente, en serio —señaló Frederic con solemnidad—. Pero me temo que en cuanto sus caminos se cruzaron con los de Thorn, inevitablemente terminaron involucrados en esto de una u otra forma. Y aunque no hayan sido entrenados para la guerra como bien dice, usted y sus colegas pudieron darle un golpe certero en la cara al peor de los enemigos…
—Al costo de que él nos diera varios más fuertes primero —indicó Eleven con pesar.
—Sí… Y lo volverá a hacer en cuanto logré recuperarse, y se recuperará. Ya que en dónde quiera que esté en estos momentos, es sólo cuestión de tiempo para que resurja. Y todos debemos estar preparados cuando eso ocurra.
Eleven guardó silencio. Por lo que decía, lo más seguro era que no supiera aún del paradero actual de Damien en las garras del DIC. Pensó rápidamente en las implicaciones de compartir esa información con él, pero concluyó que no era conveniente. No sabía de qué imprudencia serían capaces si acaso se enteraban de ello.
Siguió comiendo su plato en silencio por un rato, y cuando se sintió lista, hizo una pregunta que quizás se podría sentir como si quisiera desviar la conversación a otro lado. Sin embargo, lo que más le preocupaba era que, de hecho, no estuviera tan apartado en realidad.
—¿Qué tiene que ver todo esto con Samara Morgan?
Los ojos de Frederic destellaron con ligera sorpresa.
—Porque tiene que ver, ¿no es cierto? Si su meta final es Thorn, ¿por qué les interesa tanto el caso de Samara?
Frederic y Carl se miraron el uno al otro en silencio, como preguntándose mutuamente cómo responder aquello de forma correcta. Eleven notó eso, y la irritó un poco.
—Si me dice que es otra cosa que no me puede compartir, nos iremos en este instante.
—No es precisamente eso —murmuró Frederic, vacilante—. No es directamente parte de la misión… del todo. Es más una teoría que comparten algunos de mis colegas.
—¿Qué teoría? —insistió Eleven.
—Bueno, nuestra búsqueda del Anticristo se basa mucho en lo que dicen las escrituras, claro, y en las propias creencias que la Hermandad de la que les he hablado ha compartido entre sus miembros. Pero hay quienes creen que nuestro enfoque de estar buscando a una sola persona en específico, no es el correcto, y que de hecho podría no haber sólo un Anticristo. Después de todo, como bien sabe, en las escrituras se le describe como una Bestia de siete cabezas, cada una con un nombre diferente.
«No, en realidad no lo sé» pensó Eleven, pero mantuvo la serenidad para no dejarlo en evidencia.
Frederic continuó.
—Esto, como casi todo en el libro de las Revelaciones, está abierto a muchas interpretaciones. Hay quienes creen, sin embargo, que esto indicaría que existen en realidad siete personas, todas hijas del Dragón, nacidas en este nuevo milenio, y que traerán consigo un poder tal que, en cuanto se junten los siete, entonces daría inicio el verdadero Fin de los Tiempos. Y de estos siete, el joven nacido bajo los cometas que cruzaron el cielo en el año 2000, sería sólo el primero, y el líder de todos ellos.
Hubo una pausa, en donde varias ideas cruzaron la mente de Eleven, sólo para llegar a la conclusión más lógica posible de lo que ese hombre intentaba decirle.
—¿Y cree que Samara Morgan es uno de esos siete? —soltó Eleven, incrédula e incluso un poco molesta.
—Como todo lo que hemos hablado,  es una teoría —explicó el padre Babatos—. Pero todo lo que el Det. Sear nos contó de ella, más lo que hemos investigado por nuestra cuenta, y su reciente encuentro con Thorn, nos hace al menos requerir sopesar la posibilidad. Y, con todo respeto, esto no debería ser del todo descabellado para ustedes. Después de todo, sé que fueron usted y el detective los primeros en considerar que las habilidades de la niña pudieran ser de un origen muy diferente a los otros niños que han visto antes, ¿o me equivoco?
Eleven no respondió a esa pregunta. Sí, eso era cierto, pero lo que estaba implicando distaba mucho de lo que habían considerado en un inicio. Aunque ciertamente el propio Damien Thorn representaba un enigma, y era la prueba de que podían existir individuos cuyas habilidades salían de los estándares que habían conocido hasta entonces. ¿Podría Samara ser alguien como Damien? ¿Podrían las habilidades de ambos estar de alguna manera relacionados? Y, por consiguiente, ¿podrían llegar a estar al mismo nivel?
Mientras su mente estaba sumida en aquellos pensamientos, El dio unos últimos bocados rápidos a su plato, terminándolo de inmediato. Se limpió justo después la boca con su servilleta y se puso de pie, recordando casi al instante la debilidad de su cuerpo y teniendo que apoyarse en la mesa para no caerse. Sarah se paró rápidamente para ayudarla, y Carl hizo lo mismo por reflejo. El, sin embargo, alzó una mano para indicarles a todos que estaba bien. Respiró hondo para intentar recuperar fuerzas, y poder encarar de nuevo al padre Babatos, aún sentado en su silla.
—Como dije, Samara Morgan está bajo nuestro cuidado —declaró Eleven con inamovible convicción—. Si se atreven a acercarse a ella de cualquier modo, le aseguro que la protegeremos a cualquier costo. Y si está tan preocupado por su inminente guerra con sus enemigos actuales, lo mejor sería que no intentara buscarse enemigos nuevos.
—No es lo que buscamos en lo absoluto —respondió Frederic, inmutable ante la aparente amenaza de la Sra. Wheeler—. Al menos le pediría que nos dejara hablar con la niña, ver qué es lo que vio o escuchó mientras estuvo con Thorn. Y le pediré también que piense en todo lo que le acabo de decir. No debe confiarse en que Thorn los dejará en paz luego de todo esto. La mejor forma de combatirlo y ponerle un fin será juntos.
—Reflexionaré profundamente en sus palabras —contestó Eleven con estoicidad—. Mientras tanto, le agradezco la comida, pero como le dije tenemos cosas que hacer. No se molesten, podemos salir por nuestra cuenta.
No había terminado aún su apresurada despedida cuando ya estaba dirigiéndose a la puerta del restaurante, lo más rápido que los pasos de su bastón le permitían. Sarah vaciló un poco por el cambio repentino. Sin siquiera haber terminado de comer, dio un paso hacia ella, se regresó un momento por su bolso que casi olvidaba, y luego se apresuró a alcanzarla.
Frederic, por su parte, observó en silencio como se alejaban. Cuando estuvieron a una distancia prudente, dejó que su rostro de sólida seguridad se desmoronara, y dejó salir un pesado y cansado suspiro.
—Esperaba que fuera más fácil tratar con ella que con la Dra. Honey —masculló despacio, sin ser del todo un comentario para su compañero sino más bien un simple pensamiento al aire sin receptor específico—. Pero veo que me equivoqué.
Sin decir nada, Carl se sentó de regreso en la silla a su lado.
—¿Qué haremos ahora?
Frederic sonrió y se encogió de hombros.
—Con respecto a la Sra. Wheeler y su gente, sólo esperar que cumpla su palabra de reflexionar sobre lo que le hemos dicho. Es obvio que el tema de la niña Morgan será un problema en el que no podremos llegar a un consenso de forma sencilla, pero al menos siento que son conscientes de la amenaza de Thorn aún representa. Fuera de eso, lamentablemente hasta que los cardenales dejen de deliberar, no hay mucho más que podamos hacer. Salvo, por supuesto, seguir con nuestra investigación secreta.
El sacerdote se giró casi por completo hacia su ayudante, inclinando su cuerpo hacia él para poder susurrarle en voz aún más baja.
—¿Has tenido algún avance?
—No aún —negó Carl con la cabeza—. El correo del Sr. Warren en donde menciona las dagas fue escrito hace cinco años, y es lo último que se ha sabido de él desde entonces. Ningún familiar o amigo ha tenido noticia alguna; no sabemos siquiera si sigue con vida o no. Y si acaso las dagas estaban en el museo como describe en su correo, muy probablemente se perdieron durante el incendio de éste. Pero seguiré investigando.
Frederic asintió, no precisamente conforme o feliz con la falta de avance, pero al menos con el consuelo de que las cosas iban caminando de alguna forma. Estar sentados sin hacer nada y a la espera, ciertamente no era de su agrado. Y si además Jaime había tenido que morir para obtener este pedazo de información crucial, lo que menos deseaba era que su sacrificio hubiera sido en vano. No dejaría que Damien Thorn y la Hermandad se salieran con la suya.
— — — —
En cuanto salieron a la banqueta, Eleven vio acercarse por la calle un taxi, por lo que se apresuró a la orilla y alzó una mano al aire para llamar su atención.
—¡Taxi! —exclamó con fuerza, pero el vehículo amarillo siguió de largo. Esto la hizo golpear frustrada el concreto con su bastón. Quizás sería mejor que Sarah les pidiera un vehículo, pero no quería estar más tiempo ahí esperando. Quería irse de ahí cuánto antes; necesitaba pensar, y en especial descansar.
—Dime por favor que no les creíste nada de lo que dijeron —escuchó mascullar con molestia a su hija, jalando su atención. La mirada de Sarah demostraba bastante inconformidad—. ¿Anticristo? ¿Apocalipsis? ¿Bestia de Siete Cabezas? Son unos jodidos fanáticos religiosos. Si les entregas a esa niña, son capaces de quemarla en la hoguera como si fuera una bruja.
—No tengo pensado hacer tal cosa —respondió Eleven tajante. Vio en ese momento otro taxi acercándose, e hizo el segundo intento de pararlo, obteniendo de nuevo el mismo resultado que antes—. No sé qué tanto de cierto tenga todo lo que nos dijeron —añadió—, pero hay al menos dos cosas que no puedo negar. Lo que Damien Thorn puede hacer sí dista mucho de lo que hemos visto antes, y Samara no está muy lejos de eso. Si esto implica que están de alguna forma relacionados, no lo sé… Pero que ambos terminaran cruzándose de esta forma resulta al menos curioso.
Hizo una pausa reflexiva, mientras fijaba su mirada en la calle, en la búsqueda de cualquier punto amarillo que se aproximara en la lejanía.
—Y lo segundo, es que si Thorn estuvo tanto tiempo fuera del radar del DIC, y del nuestro, implica que alguien en efecto lo ha estado protegiendo desde que era pequeño, como este hombre nos acaba de decir. Y si es así, estaríamos hablando de gente poderosa, de la que deberíamos preguntarnos  cómo es que reaccionarán ahora que Thorn está en las garras del DIC.
Soltó un pesado y cansado suspiro, muy similar al que Frederic había soltado justo cuando se retiraron.
—Me temo que las cosas son mucho más complicadas de lo que pensaba. Ese descanso que prometí tendrá que esperar un poco más.
—¿Crees que en verdad sigamos en peligro? —inquirió Sarah, comenzando a contagiarse rápidamente de la preocupación que inundaba a su madre. Ésta, sin embargo, no le respondió.
Otro taxi apareció al doblar en la esquina, y antes de que Eleven hiciera un nuevo intento de pararlo, Sarah se adelantó, prácticamente colocando medio cuerpo delante del vehículo para obligarlo a detenerse.
—¡Taxi! —pronunció con fuerza alzando una mano al frente. Las llantas del taxi rechinaron ante el repentino frenado, deteniéndose a unos centímetros de ellas. Eleven miró a su hija, sorprendida por ese acto tan osado—. Cosas que aprender viviendo en New York —respondió a su pregunta silenciosa, y de inmediato se dirigió de regreso a ella para ayudarla a subir a la parte trasera.
— — — —
Lo que Jane y el propio padre Babatos ignoraban era que, mientras en el centro de Los Ángeles ambos daban por terminada su plática, una nueva reunión estaba por comenzar a varios kilómetros de ellos, en un rincón remoto a las afueras de Chicago.
El Club Campestre San Aquiles era uno de los más exclusivos y elegantes de la zona, compuesto por un amplio campo de golf, albercas, canchas deportivas, restaurantes, spa y salones de eventos. Entre sus miembros se encontraban empresarios y políticos locales de renombre que podían hacer uso de sus instalaciones como mejor les pareciera; algunos más, otros menos, dependiendo de su nivel de socio. Y, por supuesto, la familia Thorn y los altos directivos de su empresa eran parte de esta exclusiva lista, y era común ver a alguno de ellos paseando por las instalaciones, comiendo en el buffet, o jugando unos cuantos hoyos con algún invitado.
Sin embargo, la verdad era que la influencia que los Thorn tenían en aquel sitio era mayor a lo que la mayoría de sus miembros pensaban, pues aquel Club Campestre era apenas un poco más que una conveniente y lucrativa fachada para uno de los tantos sitios de reunión seguros para la Hermandad en la zona de Chicago. De hecho, había zonas de aquel complejo que ni siquiera socios del más alto nivel conocían siquiera que existían; y una de ellas era justo a la que se dirigía Paul Buher esa tarde.
El joven gerente de Thorn Industries ingresó al terreno del club en su flamante deportivo planteado, cuyo motor resonó mientras avanzaba con rapidez desde la verja principal del club, hacia la puerta del vestíbulo en el edificio principal. Conducía aquel vehículo repleto de orgullo, con la capota abajo desde que venía en la carretera, sintiendo como el aire agitaba sus rizos rubios, luciendo unas elegantes gafas oscuras espejadas, y con Sweet Child O' Mine de Guns N' Roses retumbando con fuerza en el espléndido equipo de sonido. El auto redujo su velocidad de un instante a otro sólo hasta que logró posicionarse justo delante de la puerta. Uno de los empleados del valet parking se apresuró a abrirle.
—Bienvenido, Sr. Buher —le saludó el chico con amabilidad, agachando un poco la mirada.
—Gracias, Milo —le regresó el saludo Paul de forma animada, bajándose de su vehículo con resaltante gracia en sus movimientos. Recorrió de forma rápida sus manos por su atuendo, acomodándose su corbata y los puños de su camisa—. Trata a mi bebé tan bien como siempre, ¿quieres? —murmuró con tono jocoso, sacando del bolsillo de su saco color gris oscuro un fajo de billetes sujeto con un clip. Extrajo de éste uno de cincuenta dólares, y lo colocó discretamente en el bolsillo de la camisa del muchacho.
—Sí, señor —se apresuró Milo a responderle con una amplia y emocionada sonrisa, misma que Paul le devolvió, seguido de un par de palmadas amistosas en su brazo a modo de despedida, antes de comenzar a caminar hacia el interior del complejo.
Cada empleado y socio con el que se cruzaba lo reconocía al instante y lo saludaba con ferviente amabilidad. Él respondía a cada uno de esos saludos, e incluso llamaba a varios de ellos directamente por su nombre, mientras esbozaba su radiante sonrisa blanca. Su caminar seguro y despreocupado lo llevó hasta el buffet, donde una anfitriona lo recibió con la misma afabilidad que el resto.
—Buenas tardes, Sr. Buher —masculló la elegante y hermosa mujer de cabellos rubios, sonriendo—. ¿Su mesa de siempre?
—Hoy no, Lorena —respondió el empresario, retirándose sus lentes oscuros para colgarlos del bolsillo de su saco—. Creo que me sentaré en la Terraza Número 7, si no es mucha molestia.
—Por supuesto —asintió la anfitriona de nombre Lorena—. Por aquí —indicó señalando el camino con una mano.
La mujer comenzó a andar, con la alfombra bajo sus pies amortiguando el sonido de sus tacones altos de aguja. Paul la siguió de cerca, igualmente saludando a algunos de los hombres que ahí comían, y si acaso sólo deteniéndose unos segundos a estrechar la mano de un directivo importante de Winston Motors, prometiendo que quizás jugarían un par de hoyos más tarde. Paul siguió avanzando cerca de Lorena, hasta que ambos pasaron todas las mesas y siguieron de largo, incluso rodeando la barra del buffet y dirigiéndose a las puertas de la cocina al otro lado. Ambos ingresaron a dicha área, y caminaron por ella con una naturalidad propia de alguien que se siente en un ambiente conocido. Ninguno de los que ahí trabajaba dijo o señaló algo; ni siquiera voltearon a verlos cuanto pasaban a escasos centímetros de ellos.
Lorena guió al visitante hacia la parte trasera de la cocina, a la amplia alacena de ingredientes enlatados y enfrascados. Ella ingresó primero y se dirigió al fondo de aquella área, en donde reposaba un estante repleto de latas, frascos y bolsas de comida. Sin decir palabra alguna, colocó una mano a un costado de dicho estante, y éste se deslizó hacia un lado, casi como si se resbalara en hielo, con todo y el muro falso detrás de él, sólo lo suficiente para mostrar una puerta metálica que se escondía justo detrás de él con un sensor electrónico a un costado. Lorena sacó del interior de su blusa una tarjeta electrónica, sujeta a su cuello con una cadena, y se la retiró sólo un momento para poder pasar la cinta magnética por el lector de la puerta. Un pequeño led pasó de rojo a verde, y las puertas metálicas se abrieron hacia los lados, revelando del otro lado el pequeño espacio cuadrado e iluminado de blanco de un ascensor.
—Qué disfrute su comida, Sr. Buher —indicó la anfitriona, haciéndose a un lado para dejarle el camino libre a su visitante.
—Gracias, Lorena —respondió el gerente con normalidad. Caminó hacia el ascensor, pero antes de ingresar a éste, se regresó unos pasos. Sacó de nuevo su fajo de billetes, sacando en esta ocasión uno de cien—. Por las molestias —murmuró con elocuencia, extendiendo el billete entre sus dedos en dirección a la mujer.
Lorena no vaciló mucho al tomar el billete. No tanto por el dinero en sí, como por el hecho de que era un gesto de amabilidad de parte de unos de los Diez Apóstoles de la Bestia, a los cuáles ella servía fielmente; y lo que menos podía permitirse era ofenderlo.
—Muchas gracias, señor.
Paul le guiñó un ojo con complicidad, y se dirigió ahora sí al interior del elevador. Lorena volvió a pasar su tarjeta y las puertas se cerraron. Un instante después, y tras una pequeña sacudida inicial, comenzó a descender, precisamente a uno de esos sitios que la mayoría de los socios del club desconocían.
El ascensor no tardó mucho en llegar a la “Terraza Número 7”, que era, si la describían en términos simples, una sala de reuniones ubicada en un nivel subterráneo por debajo del edificio principal del club, construida hace menos de una década, bien disfrazada durante una remodelación completa que se realizó del complejo. Todo ello planificado desde el momento en el que fue un hecho que Damien iría a vivir con su tío Richard en Chicago tras la muerte de sus padres.
La sala era amplia, pero era ocupada en gran parte por la mesa redonda de madera brillante, con un diseño de líneas sobre su superficie que en conjunto dibujaban la figura de una estrella de diez puntas, y en cada una de esas se ubicaba una silla de respaldo alto forrada en terciopelo negro.
Diez sillas, para diez Apóstoles. Aunque no todas estarían ocupadas en esa ocasión.
Los muros de la cámara eran lisas, de un gris oscuro, con faroles que alumbraban con luz blanca, y algunas pinturas entre estos para adornarlas que mostraban hermosas representaciones de ángeles y demonios combatiendo en los cielos; estelas de fuego cayendo y cubriendo la tierra de llamas; ángeles alzándose con trompetas contra sus labios, mientras a sus pies las ciudades se derrumbaban; y un dragón rojo de sietes cabezas devorando al mundo. En contraste con las piezas de arte, en el fondo había una amplia pantalla que abarcaba casi toda la pared, en donde en esos momentos se veía la señal de espera.
Cuando Paul arribó y las puertas del ascensor se abrieron, vio que ya había dos personas ahí, ambas sentadas en una silla de la mesa, pero casi en extremos opuestos del círculo, como si quisieran estar lo más apartados el uno del otro. Por un lado se encontraba su viejo y conocido amigo John Lyons, sentado contemplando fijamente a la nada mientras pasaba su mano por su fina barba blanca. Se le veía serio y sereno, pero Paul sabía que esa era más bien su mirada de inquietud.
—Hey, John —le saludó como cualquier cosa, aproximándose por un costado. Antes de que Lyons se pudiera virar por completo hacia él, Paul lo alcanzó y le dio un par de palmadas amistosas en su brazo; quizás demasiado amistosas para el gusto del viejo Apóstol—. Siempre es un gusto tenerte por estos lares. ¿Te apetece que juguemos unos hoyos terminando con esto? Tim de Winston Motors está arriba y más que dispuesto. ¿Qué dices? ¿O te da miedo, anciano?
Lyons volteó a verlo de reojo con marcado desdén inundado su expresión entera.
—Creo que no has dimensionado lo grave de la situación, Buher —masculló Lyons con voz carrasposa.
—Oye, para tu información, tenía una cita con mi masajista, y la cancelé para estar aquí —bromeó Paul con fingida indignación—. Y no sabes lo difícil que fue. Lo entenderías si supieras lo que la linda de Yin-Lu puede hacer con esas manitas suyas. Algún día te llevaré para que la conozcas; te cambiará la vida.
—Tendré que pasar —masculló Lyons con fastidio, virándose hacia otro lado.
Paul sonrió, divertido por su reacción . Sí, estaba bastante inquieto, y no era para menos. Por supuesto que él entendía bien lo grave la situación, pero tenía también el suficiente temple para mantenerse calmado pese a eso, pues alterarse no serviría de nada. Además, resultaba sencillo cuando el asunto no era directamente su culpa.
—Qué considerados, nos pusieron galletas y café —masculló Paul, extendiéndose hacia una de las dos bandejas en el centro de la mesa, para tomar una galleta con chispas—. Al menos no es una cabra desangrada sobre la mesa, ¿cierto, Lyons?
John no le respondió nada.
Paul tomó un par de galletas más en una servilleta y se dirigió hacia una mesa ubicada a un costado, donde había una cafetera, algunas tazas limpias, botellas de agua y algunos otros aperitivos cortesía del buffet del club, ubicado justo sobre sus cabezas.
—¿Te sirvo un café, Sally? —le preguntó con gentileza a la segunda persona en la mesa al pasar cerca de ella en su camino a la cafetera.
—No, gracias —respondió Sally Steel con voz neutra, una mujer de cabellos rojizos y lacios con escasas canas asomándose debajo del tinte. Vestía un elegante traje estilo ejecutivo de blazer y falda morado obispo. Usaba además unos anteojos redondos de armazón delgado, y frente a su rostro sujetaba con ambas manos su teléfono móvil—. La cafeína me altera, y lo que menos quiero es alterarme antes de que esto empiece.
—Cómo quieras —masculló Paul, tomando él sí una de las tazas para servirse un poco de café y acompañar sus galletas.
A media taza llena, escuchó a la mujer a sus espaldas soltar una pequeña maldición.
—Olvidaba la horrible señal que hay aquí abajo —masculló con molestia la senadora actual por el estado de Indiana, haciendo su tercer intento fallido de mandar un mensaje.
Paul rió, divertido al parecer por la reacción de la senadora.
—¿No estás harta de que nunca se piense en las antenas de celular cuando se construyen guaridas secretas? —comentó Paul con tono jocoso. Retiró poco después su taza ya llena, y tomó un sobrecito de crema para colocárselo a su bebida—. Y hablando de eso, ¿sólo a mí me molesta todo el esfuerzo y dinero que nos costó hacer esta pequeña mejora subterránea para que sólo la hayamos usado…? ¿Cuánto? ¿Dos o tres veces? Algunos pensarían que fue lavado dinero.
—El hecho de que no haya sido necesario reunirnos tan seguido, es buena señal —indicó Lyons desde su extremo de la mesa con tono aburrido.
—Así que si no reunirnos es bueno, el que tuviéramos que hacerlo, y tan apresuradamente… es todo lo contrario de bueno, ¿verdad? —indicó Paul un tanto desvergonzado. Lyons se viró de nuevo hacia otro lado, sin tomarse la molestia de responderle—. De hecho, me sorprende verte por aquí en persona, Sally. ¿No estás un poco lejos del Capitolio?
—Por suerte, o no, estaba por estos rumbos cuando recibí el llamado de Lyons —respondió Sally, rindiéndose en ese momento con su celular y mejor dejándolo sobre la mesa de forma despectiva—. Tuve que cancelar varios compromisos e inventarme que tenía que visitar a una prima enferma. Sólo espero que podamos terminar rápido.
—Yo no apostaría por eso —indicó Paul, al tiempo que se sentaba en una silla a su lado—. ¿Adrián nos va a acompañar? —preguntó rápidamente en dirección a Lyons.
—Ya debe estar en camino —respondió el hombre de barba blanca con voz apagada.
—¿Y Ann? —añadió Paul justo después, dando luego un sorbo de su taza—. ¿Se puede saber cuándo piensa volver al trabajo? Aunque me encanta estar a cargo, hay algunos asuntos que sólo ella puede atender y firmar.
A mitad de su comentario, el cartel de espera se había retirado de la gran pantalla empotrada en el fondo de la sala, y el rostro de la primera de los invitados conectados de vía remota se hizo visible en un recuadro justo en el centro de ésta.
—Estoy bastante segura de lo mucho que me extrañas, Paul —masculló de pronto la voz fría de Ann Thorn, resonando en los altavoces de la pantalla—. Después de todo, no tiene caso hacer tus diabluras de oficina a escondidas, si no hay de quien esconderse.
Paul se giró un tanto consternado hacia la pantalla, sus ojos cruzándose de inmediato con el rostro sereno y estoico de Ann perfectamente maquillado, incluidos sus famosos labios rojizos, y sus brillantes cabellos negros sueltos sobre sus hombros. De lo que se alcanzaba a captar en la imagen de la cámara, portaba un traje rojo escarlata que combinaba muy bien con el color de sus labios.
—Hey, mi presidenta favorita —dijo Paul, alzando su taza hacia la pantalla a modo de saludo—. ¿Se puede saber dónde estás? ¿Te tomaste unas vacaciones a Tombuctú sin molestarte en avisarle a nadie?
—¿Por qué no le preguntas a Adrián en cuanto llegue? —respondió Ann con voz punzante—. De seguro estará encantado de explicártelo. Pero descuida, luego de zanjar este asunto tengo pensado volver a Chicago lo antes posible.
—Más te vale —comentó Paul con un tono casi amenazante—. Sería un tanto desagradable para todos suponer que te estás escondiendo temerosa de las represalias por… bueno, este desastre que ocurrió durante tu guardia mientras te fuiste a quién sabe dónde.
Terminó su comentario aproximando su taza a sus labios para beber con cuidado de ella. Por su parte, la mirada de Ann se volvió notoriamente más afilada tras escucharlo. Y si no hubiera un par de pantallas y kilómetros separándolos, lo más seguro es que se le hubiera aproximado con paso desafiante para encararlo de frente.
—¿Me estás culpando de algo, Buher? —cuestionó Ann, su voz radiando una rabia pausada y tajante.
—Mejor dejemos eso para cuando empiece la reunión, ¿sí? —le contestó el gerente, guiñandole un ojo de forma juguetona—. Creo que todos tendrán mucho que opinar al respecto, y sería descortés de mi parte no esperarlos.
Aquella astuta insinuación que a simple vista no decía nada, de hecho respondía bastante bien al cuestionamiento de Ann. Ésta tuvo la clara disposición de decir algo, pero la presencia repentina de alguien más en aquella sala captó la atención de ambos, al igual que la de Sally y John.
Lo primero que se escuchó fue el sonido de unas pesadas botas resonando contra los escalones de acero de la escalera de caracol; el otro modo de salir y entrar adicional al ascensor. En un inicio todos pensaron que podría ser Adrián, pero en cuanto la complexión fornida de aquella personas y la tela verde militar de sus pantalones fueron visibles, dedujeron de inmediato de quién se trataba en realidad.
El hombre alto y de hombros anchos se paró al pie de la escalera, y recorrió cautelosamente su mirada seria y aguda por todo aquel espacio, contando rápidamente a los que estaban presentes. Su cabello era negro muy corto con algunas canas. Su grueso y fuerte cuerpo se encontraba ataviado con un uniforme militar verde, y sobre éste usaba un abrigo negro largo, mismo que se retiró en cuanto pareció ya tener la imagen completa del lugar.
—¿Llegó tarde? —masculló despacio, aproximándose a la silla de la mesa más cerca de él para colocar su abrigo sobre el respaldo de ésta.
—No, no. Pasa, Neff —le indicó Paul con entusiasmo, haciéndole además la invitación con un ademán de su mano—. ¿Quieres un café?
No recibió respuesta, y en su lugar el recién llegado se limitó a tomar asiento y permanecer callado. Ann, desde su sitio, contemplaba a aquella persona fijamente a través de la cámara.
Daniel Neff, un soldado de las Fuerzas Armadas de gran renombre, retirado hace cinco años para dedicarse a la enseñanza y trabajar como Jefe de Pelotón en la Academia Davidson. Hacía dos años, ya cuando Damien no estudiaba más en Davidson, dejó la Academia volviendo al ejército, obteniendo recientemente el rango de Mayor; y se rumoreaba que al ritmo que iba y las conexiones que había logrado hacer, no se quedaría sólo ahí.
Él era justo el Apóstol de la Bestia que lograba inquietar más a Ann, y que presentía podía ser también de quién Adrián sentía más recelo, aunque no lo señalara directamente. Neff siempre había logrado tener una gran presencia e influencia entre los otros desde que se convirtió en Apóstol; no por nada era uno de los protegidos favoritos de Argyron Stavropoulos, quien le cedería su puesto cuando ya los achaques de la edad le hicieron imposible seguir cumpliendo con sus deberes. Sin embargo, tras su acercamiento a Damien durante su tiempo en Davidson, se volvió muy cercano a éste, convirtiéndose en su confidente y consejero en más de un tema.
Ann sabía bien lo beneficioso que podía ser estar en el lado bueno del Salvador, así como lo perjudicial que era estar en el lado contrario. Y para bien o para mal, tras esta pequeña rebeldía que había surgido en Damien, si había alguien en esa mesa que podría aún tener cierta influencia en él, ese era Neff. Y esa era una idea que hacía que a Ann le hirviera la sangre.
La sala se quedó unos minutos en silencio, hasta que se comenzaron a conectar por video llamada los otros cuatro Apóstoles que estaban lo suficientemente lejos como para no estar ahí de manera presencial.
La primera fue Tsukiji Otomi, Ministra de Asuntos Exteriores del gobierno japonés, que en esos momentos acompañaba al Primer Ministro en una gira por Asia Continental, y tenía que tomar esa llamada desde su suite privada en Seúl; había empezado su llamada señalando lo complicado que había sido conectarse a la red segura desde ahí. Era una mujer joven, incluso más que Paul, pero que se había logrado abrir camino rápidamente; una parte por sus propias habilidades, y otra claro por el apoyo extra de la Hermandad.
El siguiente fue Pavel Minsky, un acaudalado empresario ruso, para no usar el término de “oligarca” que a modo personal no le agradaba tanto. Tomaba la llamada desde su despacho en su residencia privada a las afueras de San Petersburgo. Era quizás el miembro de mayor edad entre Apóstoles, pero se las arreglaba para mantenerse en bastante buena forma. Y su sola mirada era suficiente para paralizar a cualquier hombre valiente.
El próximo en sumarse fue Conrad Cox, oficial de inteligencia de alto rango del MI6 en Reino Unido, y que por seguridad su ubicación actual resultaba mucho más clasificada que la de Ann. Era un hombre de pocas palabras, pero contundentes cuando tenían que ser, de rostro alargado y ojos cansados y profundos que guardaban detrás miles de secretos. Si Ann no se equivocaba, esa era la primera vez que estaba en una reunión en dónde él se encontrara, aunque en realidad no estaban ni cerca en la misma habitación. No conocía mucho de él, más allá de que era amigo cercano de Lyons, y por consiguiente esperaba que lo fuera también de Adrián. Les vendría bien un poco de apoyo en lo que se vendría.
La última en conectarse fue Amelia Moyez, una mujer de color en sus cincuentas de ojos penetrantes y agresivos, de la que Ann sabía incluso menos que Conrad. Tampoco había estado en la misma habitación con ella, pero sí en otras llamadas a distancia como esa, y siempre se mostraba con sus vestidos holgados y coloridos, sus collares de cuenta, y su cabello cubierto con un elaborado turbante estilo haitiano. Lo único que Ann sabía, o más bien había notado con sus propios ojos, era que los otros parecían tener siempre en cuenta lo que tenía que opinar; incluso Lyons y Adrián.
Todos eran parte del grupo selecto que dirigía la Hermandad de los Discípulos de la Guardia, y que desde hace décadas se habían ido colando poco a poco en las estructuras de poder principales del mundo; ya fuera directamente ellos diez o sus discípulos. Todos sabían los secretos mejor guardados, y tenían las llaves para desatarlos. Eran los protectores del Salvador, los emisarios del Dador de Luz para hacer cumplir su gran plan en el mundo. Los Diez Apóstoles de la Bestia, sus servidores más cercanos y fieles.
O al menos eso era lo que se decían entre ellos. Pero fuera eso del todo cierto o no, era innegable que cada uno poseía el suficiente poder en sus manos para hacer la vida de muchas personas menos placentera si se les apetecía.
Sólo faltaba una persona para completar el grupo; la cabeza principal de todos ellos.
El sonido del ascensor arribando una vez más captó la atención de todos, y silenció al instante cualquier intento de conversación que podría haber estado surgiendo en los nueve apóstoles. Sus miradas observaron fijamente a las puertas mecánicas cuando éstas se abrieron, revelando del otro lado el rostro sereno de ojos avellana, cabello largo y barba anaranjada.
—Buenas tardes —pronunció Adrián con voz serena, ingresando a la habitación e impregnando ésta de inmediato con su abrumadora presencia. Los presentes en la sala se pusieron de pie ante su llegada, y los que estaban en la llamada se sentaron derechos y observaron con atención—. Hermanos míos, me alegra ver el rostro de todos de nuevo tras tanto tiempo, pero soy sincero al decir que desearía que fuera en mejores circunstancias.
Adrián avanzó hacia la silla más próxima, colocando sus manos sobre el respaldo de ésta.
—Tomen asiento —indicó con voz de mando, y todos lo hicieron. Él los siguió poco después también—. Debemos comenzar esto cuanto antes, ya que el tiempo no está a nuestro favor.
El Apóstol Supremo cerró sus ojos y alzó sus manos al frente de él, con sus palmas extendidas apuntando hacia arriba. Todos los presentes, y también los conectados en la llamada, imitaron su gesto. Un segundo después, las diez voces comenzaron a resonar como una sola, pronunciando las mismas palabras en un acorde perfecto que retumbaba en las paredes de aquella bóveda subterránea, con tanto poderío que casi las hicieron temblar:
—Divina Estrella de la Mañana, Dador de Luz y Guardián del Conocimiento. Tuyo es el poder que derrocará a los poderosos y destruirá sus templos; reivindicará a los despreciados, y destruirá con fuego y hielo el mundo antiguo para traer el nacimiento de uno nuevo. Estamos aquí para hacer cumplir tu voluntad, Oh Gran Rey Carmesí, tú que gobiernas a todos los demonios. Somos tus siervos, somos tus discípulos, somos tu espada y tu escudo. Somos las Diez Coronas sobre las Siete Cabezas de la Bestia. Tuyo será el mundo que la Bestia dividirá para que lo gobernemos en tu nombre. Danos tu poder, danos tu conocimiento, y danos tu luz. Salve Satanás. Qué Tu Reino sea Eterno.
—Qué Tu Reino sea Eterno —pronunció como un pequeño susurro una onceava voz justo cuando los otros habían terminado. Sin embargo, ninguno de ellos la escucharía. Ninguno de ellos sería consciente siquiera de que en efecto, existía alguien más escuchando y viendo todo lo que hacían.
Desde un rincón de aquella habitación, la imagen de Veróncia Selvaggio observaba sonriente y expectante la importante reunión que estaba por comenzar.
FIN DEL CAPÍTULO 124
Notas del Autor:
—En la escena final del capítulo hicieron su aparición varios personajes, algunos ya conocidos, otros nuevos. De estos últimos Sally Steel, Tsukiji Otomi, Pavel Minsky, Conrad Cox, y Amelia Moyez son personajes originales que no están basados en ningún personaje de ninguna película o serie en especial. Todos aparecen y se les menciona por primera vez, a excepción de Sally que había aparecido muy escuetamente en el Capítulo 56 como una de las invitadas de la parrillada de Lucas. En el próximo capítulo veremos más de ellos, pero sólo unos cuantos tendrán mayor relevancia en capítulos posteriores (aunque dependerá también de cómo evolucione la trama).
Sé que estos últimos capítulos han sido mucho bla bla bla, pero espero no les resulté cansado o aburrido. Son cosas que se tenían que platicar y explicar, en especial para abrir camino a lo que se viene después.
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brookstonalmanac · 10 days
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Birthdays 9.17
Beer Birthdays
John Fitzgerald (1838)
John Ewald Siebel (1845)
Theodore R. Helb (1851)
Stan Hieronymus (1948)
George Hummel (1954)
Gayle Goschie (1955)
Five Favorite Birthdays
Warren Burger; U.S. Supreme Court chief justice (1907)
Ken Kesey; writer (1935)
Baz Luhrmann; Australian film director (1962)
Bryan Singer; film director (1965)
William Carlos Williams; poet (1883)
Famous Birthdays
Anne Bancroft; actor (1931)
George Blanda; Oakland Raiders QB, K (1927)
Orlando Cepeda; San Francisco Giants 1B (1937)
Kyle Chandler; actor (1965)
Elizabeth Coblentz; Amish Cookbook author (1936)
Jerry Colonna; comedian (1904)
Pat Crowley; actor (1929)
Phil Jackson; Chicago Bulls/L.A. Lakers coach (1945)
Hope Larsen; comic book artist (1982)
J.W. Marriott; hotel magnate (1900)
Jeff MacNelly; cartoonist (1947)
Roddy McDowall; actor (1928)
Frank O'Connor; Irish writer (1903)
Robert B. Parker; writer (1932)
Cassandra "Elvira" Peterson; actor (1951)
John Ritter; actor (1948)
Rita Rudner; comedian (1955)
Daniella Rush; porn actor (1976)
John Rutledge; U.S. Supreme Court chief justice (1939)
David H. Souter; U.S. Supreme Court justice (1939)
Thomas Stafford; astronaut (1930)
Mary Stewart; writer (1916)
Fee Waybill; rock singer (1950)
Hank Williams, Sr.; singer, songwriter (1923)
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om3ned · 17 days
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@storybooklcve
Things had been… weird. If he was being honest, things had always been a little weird for Damien. He was a war photographer. He'd seen more than his share of the worst things humans could do to one another, but he'd also seen that the right journalist at the right time could help offset some of that suffering, even in the smallest ways. And the right picture? Sometimes it could end it, a cry for people to rally around and demand change. If all else failed, he knew he'd been there to document that horror, to set it down in film and prove it had really happened that way, a witness to the horror.
Weird was slipping rapidly toward chaos. Since he'd been back in New York City, his ex-girlfriend had been sucked into a sinkhole that opened under a Brooklyn parking lot, a mugger he'd chased had been ground into so much meat by an escalator, and Ann Rutledge, an obscure woman with connections to the globally powerful Armitage corporation, was trying to convince him he was the Antichrist. Damien was far less disturbed by this claim than he was by the fact that she knew more details about his life than a stranger had a right to and appeared to have been stalking him for some time.
But Damien didn't believe in hell. He didn't believe in the devil or angels or the supernatural or any of it. Human evil was plenty to explain all the badness in the world. There was no point in ascribing it to some other power. He scrutinized the redhead sitting at the bar with him over a glass of whiskey--a girl who, like so many odd strangers he'd encountered lately--already seemed to know him. "Did Rutledge put you up to this? You know you don't have to do what she says. Does she have something on you?"
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margaretskywatcher · 4 months
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The Lost Soul
Character Ages Pre-Depature
[The first two years]
☽♥︎ The Main Girls ♥︎☾
Margaret Skywatcher: 17 - 19
Anise Meadows: 16 - 18
Skye Dowling: 16 - 18
Pilar Castaneda: 17 - 19
Trinity Rutledge: 18 - 20
☀︎✵ The Soul Riders ✵☀︎
Alex: 17 - 19
Linda: 17 - 19
Lisa: 18 - 20
Anne: 16 - 18
𐂃❂ The Dark Riders 𐂃❂
Jessica: 22 - 24
Katja: 17 - 19
Sabine: 20 -22
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sporadiceagleheart · 5 months
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Jesus here's my May birthdays edit for those who passed away and Madeleine McCann who went missing in 2007 at 3 years old Vera S. Barton, Amerie Jo Garza, Maranda Gail Mathis, Merka Ulmann Barkan, Abram Aba Barkan, Helen B. Antin, Szyfra “Stefi” Fiszbaum Altman, Hershel “Harry” Altman, Francie Waligora Alpert, Anne V. Berend Allen, Reghina Gottesman Adler, Ludwig “Lou” Adler, My grandma Margaret Downs, Erna “Edna” Grunebaum Adler, Judith Kallus Abrahamer, Otto Heinrich Frank, Hana Brady, Bob Saget, Gianna Maria-Onore Bryant, Bojana Asović, John F. Kennedy, Kyle Albert Velasquez, Joanna Caroline “JoJo” Ross, Kayla Renee Rolland, Diana Duff-Smith Wanstrath, Cuong Huy “Tony” Trinh, Ashley Tomchesson Ochoa, SFC Charleston V. “Chucky” Hartfield, Jared Alan Lee Conard Black, Bennie Jewkes Bushnell, Gene Olan “Bubba” Allen II, Brendan Neal Abernathy, Natalie Danielle Brooks, Stephanie Dawn Johnson, Jessica Adrienne “Jess” Rekos, Jack Armistead Pinto, Emilie Alice “Em” Parker, Abigail Joanne “Abbie” McLennan, Randy Michael Gordon, Robert Nicholas “Nick” Creson, Ryan Christopher “Stack” Clark, Pauline “Paultje” Adelaar, Manfred “The Red Baron” von Richthofen, Catherine II the Great, SGT Frederick William Mausert III, Ichiyo Higuchi, Tammy Wynette, Johnny Paycheck, Hank Snow, War Admiral, Hedda Hooper, Eddy Arnold, Ariya Jennings, Indy Llew, Kylie Rowand, Alyssa Miriam Alhadeff, Shana Lorraine Fisher, Caitlin Millar Hammaren, Reginald Hezeriah Harding, John Thomas Henry, Roy Huskey, Trinity Hope Jackson, Jessica Klymchuk, Dean Harold Meyers, Stephanie Michelle Neiman, Daniel Patrick O'Neil, Rachael Angelica Raver, Willie Banks, Lisa Romero-Muniz, Rose Martin Rutledge, Laura Anne Shipp, Scott Keith Sorrell, Cynthia Olinde Tisdale, Maybelle Addington Carter, Johnny Gimble, Gene Tunney, Gary Stewart, James Arness, James Brown, Pinky Lee, Peggy Mount, Gates Brown, Saint Catherine Labouré, Van Alexander, Dee Hardison, Paton Price, Connie Crothers, Jane Connelly, Orange Jacobs, Stan C. Wilson, Harold Allen Drake, Goldy McJohn, Rev. William J. Seymour, Jean-Baptiste Barrier, Lynn Hargate Evans, Bennie Jewkes Bushnell, Florence Kopleff, Roger Robinson, Gerald Irons, & More Angel
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