Tumgik
#ann thorn
omenfan666 · 13 days
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Women from the Omen Franchise Pt.1
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wingzemonx · 2 years
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 124. No Ha Terminado
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Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 124. No Ha Terminado
—¿Ahora encubrimos un homicidio? —musitó Sarah con voz grave, una vez que salieron por las puertas principales del edificio. Eleven se detuvo un momento y se giró a mirar a su hija un tanto desconcertada—. ¿Por qué no dejas que la policía investigue lo ocurrido? De esta otra forma, ahora los culpables de matar a tu amiga nunca recibirán su castigo.
—No es tan simple, Sarah —le respondió Eleven con seriedad—. De acuerdo a lo que Cole y Matilda dijeron, de los asesinos de Eight, sólo una queda con vida, y de eso tampoco están del todo seguros. Además de que el verdadero culpable sigue siendo Thorn, y como hemos visto tiene una facilidad para que todos estos asuntos le saquen la vuelta. No habría forma de que la policía ligara nada de esto con él. En lugar de eso, si permitíamos que siguieran investigando lo ocurrido en esa bodega, sólo nos arriesgaríamos a exponer a Matilda, Cole o Abra. No, es mucho mejor de esta forma. Lucas tiene a Thorn encerrado, y nos encargaremos de que esa otra mujer, donde quiera que esté, no se la pase tranquila mucho tiempo.
Sarah suspiró con pesadez, y lentamente las dos comenzaron a bajar los escalones de la fachada del Departamento de Ciencias Forenses.
—Es por esto que no quisiste que Terry viniera contigo, ¿cierto? —murmuró Sarah, sonando peligrosamente parecido a un reclamo—. Lo que menos quieres es que conozca el lado menos agradable de tu trabajo. Las mentiras, los encubrimientos, los tratos bajo el agua…  ¿Qué clase de favores crees que le ha hecho ese hombre a otras personas antes? Nada bueno, y lo sabes. ¿Y aun así le dirás en dónde se esconde su hija? ¿Qué crees que hará en cuanto lo sepa? Si en verdad ella está bien en dónde está ahora, abrirás la puerta para que su padre llegue y arruine lo que ha construido.
—Eso ya no nos concierne…
—Pues tal vez debería. Es justo por este tipo de cosas que dejé de querer involucrarme con tu dichosa Fundación y preferí irme a New York. Pero heme aquí de nuevo, siendo parte de otra de tus movidas para distorsionar la verdad a tu favor.
—No es a mi favor —respondió Eleven con algo de brusquedad, estando ya a la mitad de los escalones—. Sabes muy bien que todo lo que hago es para protegernos; a nuestra familia y a nuestros amigos.
—Quizás a veces sea mejor que todo siga su curso normal, ¿no lo has pensado? Dejar de ocultar las cosas, de esconderse tras mentiras y verdades a medias. Quizás va siendo hora que la gente sepa el tipo de amenazas que existen allá afuera, pero también que hay personas capaces de combatirlas.
—Eso tampoco es tan simple…
—Nada es simple contigo y tu Fundación, mamá. —Llegaron al final de los escalones, plantando sus pies en la banqueta, aunque Eleven con bastante menos firmeza que su hija—. Sólo mírate, apenas y puedes mantenerte de pie. Deberías estar en cama reposando como la tía Max te dijo, pero en lugar de eso estás aquí jugando a la espía y conspiradora.
—Lo sé —musitó Eleven con pesar en su voz, agachando su mirada—. Sólo… necesito limpiar este desastre lo mejor posible. Luego volveremos a casa y descansaré; lo prometo.
—Lo creeré cuando lo vea —musitó Sarah con escepticismo—. ¿Es en serio lo que le dijiste a Matilda? ¿Tienes pensado retirarte y dejarla a cargo?
—Sí, es en serio. Es algo que ya había pensado desde hace tiempo, pero simplemente no había tenido el valor de dar el paso. Pero esto me ha convencido de que es ahora o nunca.
Se viró a mirarla, sonriéndole levemente.
—Eso tampoco lo creerás hasta que lo veas, ¿cierto? —comentó con tono ligeramente jocoso.
—Tú lo dijiste, yo no —respondió Sarah con estoicidad—. Me es difícil imaginarte retirada. ¿Papá sabe de tu decisión?
—No exactamente… Pero se lo diré, en cuanto vuelva a hablarme.
—Vamos, sabes que no puede durar mucho tiempo enojado contigo —indicó Sarah, sin poder evitar reír un poco—. Y al parecer yo tampoco.
Eleven sonrió contenta. Colocó entonces con delicadeza una mano sobre la que su hija tenía alrededor de su brazo.
—Gracias por estar aquí conmigo, hija —musitó despacio—. Sé que nada de esto te agrada, pero significa mucho para mí que estés aquí para ser mi soporte; literal y figurativo.
—Alguien tenía que hacerlo —masculló en voz baja como recriminación, aunque más para sí misma—. Sólo así Terry y papá estarían tranquilos. En fin, si ya no tienes a algún otro político que ocupes chantajear, ¿qué te parece si vamos a comer?
—Sí, definitivamente me vendría bien comer algo —respondió su madre—. No me había dado cuenta de que tenía hambre.
Ambas mujeres comenzaron a andar por la banqueta lado a lado, sin un rumbo fijo en especial. Estaban después de todo en una ciudad que les era casi totalmente nueva. Sarah sacó su teléfono dispuesta a buscar algún sitio para comer cerca. Mientras caminaban, pasaron a lado de varios vehículos estacionados a un lado de la banqueta, entre ellos un Honda Accord plateado. No repararon en ninguno y siguieron de largo, pero habían dado sólo un par de pasos cuando la puerta del pasajero del vehículo Honda se abrió, y su ocupante intentó salir del vehículo, maniobrando un poco su robusto cuerpo y su pierna que ya no le respondía tan bien como antes.
—Sra. Wheeler —pronunció la voz de aquella persona a espaldas de las dos mujeres.
Eleven y Sarah se detuvieron en seco y giraron hacia atrás. El conductor del vehículo plateado se había bajado y dado la vuelta a éste, para poder ayudar al pasajero a salir. El conductor era un hombre alto y muy fornido de cabeza calva. Y el hombre al que ayudaba bajarse, era bajo y de cuerpo rechoncho, rostro redondo y cabeza igualmente con muy poco rastro de cabello. Llevaba además un bastón de mango dorado en el que se apoyaba al estar de pie. Una vez que estuvo fuera y el conductor cerró la puerta del auto, las dos mujeres Wheeler pudieron verlo mejor, y en especial el atuendo de sacerdote que traía puesto.
—Sra. Jane Wheeler, ¿cierto? —masculló aquel hombre bajo, aproximándose hacia ella con el apoyo de su bastón. El hombre de cabeza calva lo siguió unos pasos detrás—. Es un placer al fin conocerla; he escuchado muchas, muchas cosas sobre usted.
El sacerdote se paró justo delante de ellas. Miró unos momentos el bastón que Eleven sujetaba con sus manos, y sonrió divertido.
—Parece que los dos somos miembros del club de la tercera pierna, ¿eh? —musitó con un tono que quizás intentaba ser gracioso, sin serlo demasiado en realidad—. Disculpe mi acercamiento tan poco cortés. Mi nombre es Frederic Babatos —indicó extendiendo una de sus manos hacia Jane.
Aquel nombre, acompañado del cuello blanco de religioso que portaba, hicieron click en la mente de Eleven con respecto al relato de los acontecimientos que Cole y Matilda habían compartido con ella más temprano.
—Claro, padre Babatos —murmulló El, estrechándole su mano, aunque manteniendo al parecer su guardia totalmente arriba—. ¿Puedo preguntarle cómo supo exactamente que estaba aquí?
—Digamos que nosotros también sabemos cómo manejar la información, Sra. Wheeler —respondió Frederic, con una sonrisa demasiado astuta para haber sido formada por los labios de un religioso.
Si Eleven tuviera que dar alguna teoría, diría que se enteró de su llegada y movimientos porque tenía vigilada la casa de los Honey para ver quién entra y quién sale. No era una idea que resultara del todo tranquilizadora, aunque sí despertaba en parte su curiosidad.
—Debo agradecerle el apoyo que le brindó a mis asociados hace dos noches —mencionó Eleven con voz cauta—. Me han informado de todo lo ocurrido, y de que literalmente les salvaron la vida. Estoy en deuda con ustedes de forma personal.
—No hay nada que agradecer —respondió Frederic con gentileza—. Pero si en verdad siente un poco de deuda hacia nosotros, yo agradecería me brindara unos cuantos minutos de su tiempo para discutir algunos asuntos con usted, que siento pudieran ser de importancia para ambos; y para las personas con las que trabajamos y protegemos, claro.
Eleven observó a aquel hombre fijamente con cierta suspicacia destellando en su mirada.
—Lo siento, pero la realidad es que desayunamos un poco mal y aún no hemos comido. Así que en estos momentos estábamos por dirigirnos a comer algo…
—Oh, si me permiten, podemos llevarlas a un sitio cercano que es excelente para que sacien su hambre —propuso Frederic con marcado optimismo—. Y podremos conversar mientras comemos. Yo invito, por supuesto. ¿Les gusta acaso la comida mediterránea?
—Con todo respeto —se apresuró Sarah a responder—, a pesar de su atuendo de sacerdote, son dos hombres desconocidos que se nos aproximaron en media calle, en Los Ángeles. No espera que realmente seamos tan descuidadas como para subirnos a un vehículo con ustedes, ¿o sí?
Frederic soltó una risilla con sorna.
—Muy bien dicho, señorita —señaló el sacerdote—. No está muy lejos, así que podríamos ir caminando. Sólo siento que no sería del todo cómodo para la Sra. Wheeler y mi persona, por… bueno, ya saben —indicó alzando sólo un poco su bastón.
—Si de lo que quiere hablar es de Samara Morgan —dijo Eleven con voz firme y tajante—, le ahorraré el tiempo dándole mi respuesta final e inamovible. La niña se encuentra bajo el cuidado de mi Fundación. Así que cualquier plan o intención negativa que tengan con ella, les sugiero lo desechen.
El rostro de Frederic, hasta ese momento afable y amistoso, se tornó un tanto sombrío por unos instantes, aunque intentó ocultarlo casi de inmediato con una media sonrisa, un poco forzada a simple vista.
—Su asociada, la Dra. Honey, nos dijo algo parecido hace dos noches —señaló Frederic, sin ninguna intención o sentimiento claro acompañando sus palabras.
—Ambas concordamos en esto —respondió Eleven con seriedad. Sin embargo, al recordar su plática de hace sólo unas horas atrás no pudo evitar pensar: «aunque en otras cosas al parecer no».
—Yo admiro la devoción que todos ustedes tienen hacia la causa de ayudar a los niños que los necesitan —musitó el padre Babatos con prudencia—. Y le aseguro que en ese sentido, nosotros no somos sus enemigos, Sra. Wheeler. Además, quizás no le han informado que no fuimos nosotros los que externamos inicialmente nuestra preocupación hacia la niña Morgan, sino su colega, el Det. Sear.
Eleven permaneció en silencio unos instantes; al parecer no estaba dispuesta a dar alguna respuesta directa. En efecto, durante su plática con Matilda y Cole, estos sólo habían logrado contarle de manera más o menos resumida todo lo ocurrido, incluyendo la intervención de aquel hombre religioso y sus ayudantes. Tendría que hablar con más calma con Cole sobre ese tema en específico. Pero sin importar qué le fuera a decir, es no cambiaría su postura; en especial tras oír la resolución que Matilda le había compartido.
—Como dije, mi decisión al respecto es inamovible —reiteró Eleven con la misma determinación que antes—.  Así que, si nos disculpan. Vámonos, Sarah.
Su hija no ocupó mayor indicación, y ambas se dieron media vuelta, comenzando a caminar por la banqueta para alejarse de los dos extraños.
—Entiendo, y si es así, no tocaremos ese tema —explicó Frederic en voz alta para que lo escuchara, y al instante comenzó a seguirlas unos cuantos pasos detrás—. No en esta ocasión, al menos. Pero sí hay otros asuntos relacionados con lo ocurrido hace dos noches que nos interesa mucho discutir con usted.
Eleven siguió avanzando sin dar ninguna señal de estarlo escuchando siquiera.
—El asunto de Damien Thorn no ha terminado, Sra. Wheeler —profirió Frederic con más ahínco, y la sola mención de ese nombre tuvo un efecto tal en Eleven que sus pies se quedaron abruptamente quietos en su sitio—. De hecho, es probable que sólo esté comenzando —añadió el sacerdote—, y estoy convencido de que dentro de poco será primordial que nuestras dos organizaciones comiencen a trabajar más en conjunto. Y si me permite invitarlas a comer, podemos hablarlo con mucha más calma.
De nuevo se hizo el silencio. Eleven miraba fijamente al frente, pero tras un rato su entrecejo se contrajo, y sus ojos se cerraron como si la hubiera invadido un pequeño dolor punzante.
“El asunto de Damien Thorn no ha terminado.”
Sí, eso se temía, aunque una parte de ella intentaba convencerse de lo contrario a toda costa.
—De acuerdo —musitó despacio, girándose de nuevo hacia los dos hombres—. Pero mi hija tiene razón en lo de subirnos al vehículo de dos desconocidos. Iremos caminando.
Frederic pareció un poco sorprendido por ello. Su boca se abrió, de seguro con la intención de replicar algo, pero ninguna palabra brotó de él. La mirada firme y decidida de Eleven le indicaba que aquello no era una sugerencia. En vista de esto, el sacerdote carraspeó un poco y pronunció despacio:
—Cómo gusten. Por aquí —les indicó, señalando con su mano calle arriba. Y avanzando al ritmo pausado que las dos personas con bastón se permitían, el grupo comenzó a caminar.
— — — —
El restaurante estaba a sólo dos cuadras, y en situaciones normales no hubiera representado ningún problema. Pero dado que esa no era una situación normal, la caminata resultó no ser muy agradable, pero Eleven lo prefirió de esa manera. Quizás era un intento un tanto burdo de mantener el control de la situación, pero era de momento lo que podía hacer. Al llegar al local, sin embargo, notaron como el gerente pareció reconocer al padre Babatos y lo recibió con bastante júbilo. Ambos hombre se estrecharon de manos e intercambiaron comentarios animadamente. Esto incómodo un poco a Eleven, haciéndola sentir que de alguna forma estaban entrando a territorio enemigo, o al menos uno en donde la otra parte tenía ventaja. Igual de momento intentó no alterarse por ello, pero sí estar al pendiente de cualquier movimiento sospechoso.
El gerente los condujo hacia un área un poco más retirada, en una zona privada del restaurante que sólo tenía cuatro mesas, todas vacías en ese momento. No estaba totalmente desconectada del área común, pero sí les daba algo más de privacidad para tener la plática que tanto deseaban tener. Los cuatro se sentaron en una mesa; Frederic y Carl de un lado, Eleven y Sarah del otro. El sacerdote les permitió a sus invitadas ordenar de comer y beber antes de comenzar.
Eleven y Sarah fueron más conscientes del hambre que sentían en cuanto sus ojos recorrieron el menú. El no estaba segura de qué pedir, así que dejó que su hija lo hiciera por ambas. Sólo pidió por su cuenta un poco de agua.
—¿Es su primera vez en California? —preguntó Frederic con tono animado, quizás en un intento de aligerar el ambiente.
—Viví un tiempo en Lenora Hills cuando era joven —respondió Eleven con seriedad—, y no diría que fue mis etapas favoritas. Y a Los Ángeles ya había venido algunas veces, a visitar a algunas amistades.
—Como a la Dra. Honey y su madre, supongo —señaló Frederic, a lo que Eleven no quiso responder. La manera en lo que había mencionado le hacía sentir que intentaba decirle que sabía más de ella y de su Fundación de lo que pensaba, y eso no le agradaba del todo. Últimamente acostumbraba ella ser la que tenía toda la información a la mano, como en su conversación con el jefe Thomson, por ejemplo.
—Tenemos algo de prisa —señaló Eleven con brusquedad—, y quisiéramos retirarnos en cuanto terminemos de comer. Así que si fuera tan amable…
—Sí, claro —rio Frederic, y comenzó sin más espera su explicación mientras aguardaban que les trajeran su orden.
Su charla fue en parte muy similar a la que habían tenido Jaime y él con Cole días antes, en dónde le habían explicado de manera general quiénes eran, a qué se dedicaban, y cuál era su misión por la que estaban en Los Ángeles. Y claro, el motivo de su interés por Damien Thorn. Durante toda esa plática, fue imposible que no se repitiera en más de una ocasión la palabra “Anticristo”.
Como una persona que había pasado gran parte de su vida temprana lejos de… prácticamente todo, incluida la religión, Eleven se sentía un tanto ajena a muchas de las cosas que ese hombre le decía. Era casi igual a cuando era más joven, y Mike o alguno de los otros chicos intentaban explicarle cosas de los cómics que le gustaban, sus videojuegos, o Calabozos y Dragones. Con el tiempo había aprendido a entender al menos lo principal, pero al inicio fue muy usual que olvidaran que cosas tan habituales y comunes para ellos eran de hecho totalmente desconocidas para ella. Y el que este hombre le dijera que buscaban a ese tal “Anticristo”, daba casi lo mismo que si le hubiera dicho que buscaban a “Superman”, y al menos de éste último había visto un par de películas para ubicar de qué hablaban.
Pero si había algo que Eleven definitivamente sí comprendía, eran las fuerzas no humanas que rondaban fuera de este mundo, y acechaban con frecuencia a las personas desde rincones oscuros, incluso de su propia alma. Monstruos, espíritus, demonios… daba igual cómo los llamaran. Y usando eso como base, logró entender que aquello que estas personas perseguían tenía que ser algo parecido; un poderoso enemigo que los amenazaba a ellos y al mundo entero. Su propio Mind Flayer, Vecna... Henry Creel, One…
—¿Y creen que Damien Thorn es esta persona que buscan? —masculló Eleven despacio, cuidando sus palabras.
—Fue uno de nuestros principales sospechosos por mucho tiempo —respondió Frederic—. Sin embargo, no pudimos completar todas las pruebas que lo confirmaran, hasta el incidente de hace dos noches. Mi colega el padre Jaime Alfaro, que el Det. Sear también conoció, estuvo presente en el pent-house y confrontó a Thorn de frente. Desconocemos los detalles de lo ocurrido con exactitud, pero esa misma noche me telefoneó y me dijo directamente que había visto la prueba irrefutable de que Thorn era a quién buscábamos.
—¿Cuál prueba? —inquirió Eleven, curiosa.
—No puedo darle esos detalles, pero le puedo asegurar que confío plenamente en su palabra. Lamentablemente, Jaime falleció esa misma noche, debido a las heridas que sufrió en ese sitio.
—Lo lamento mucho —masculló Eleven despacio, y era sincera con su pesar. Después de todo, ella también había perdido a alguien esa misma noche.
—Gracias. Como sea, eso ha dificultado un poco las cosas, pero ya en estos momentos mis superiores están discutiendo arduamente si tomar a cuenta sus últimas palabras o no. Pero confío en que es cuestión de tiempo para que se decidan, y entonces la siguiente fase de nuestra misión tendrá que ejecutarse cuanto antes.
—¿Qué significa eso? —cuestionó Eleven, claramente desconfiada—. ¿Qué es lo piensan hacer exactamente?
El mesero llegó en esos momentos con su orden, así que su plática tuvo que detenerse unos momentos. Sarah les había ordenado a ambas un espagueti con mariscos, con un olor penetrante que cubrió por completo la nariz de Eleven, pero que no era para nada desagradable. Siguieron en silencio hasta que el mesero se retiró.
—Me temo que eso tampoco puedo compartírselos, aún —contestó Frederic con firmeza—. Sólo puedo decirles que desde hace mucho tiempo hemos estado librando una guerra, se podría decir “fría”, con el grupo que protege y sirve al Anticristo. Pero si hemos encontrado al fin a la persona correcta, y tras todo lo ocurrido, estas personas que hasta ahora se han mantenido ocultas, se verán forzadas a salir; y nuestra guerra ya no será tan fría. Por suerte, nos hemos estado preparado para esto, y estamos listos para lo que se viene. Pero claro, siempre nos vendría bien tener una mano amiga que nos apoye.
—¿A eso se refería con que deseaba que nuestras organizaciones cooperaran? —susurró Eleven en voz baja, mientras picoteaba su plato con un tenedor—. Mi Fundación no fue hecha para pelear ninguna guerra, señor. Mi propósito siempre ha sido de hecho lo contrario: evitar que las personas como yo tengan que involucrarse en este tipo de cosas y puedan vivir una vida tranquila.
—Y eso lo entiendo y apoyo totalmente, en serio —señaló Frederic con solemnidad—. Pero me temo que en cuanto sus caminos se cruzaron con los de Thorn, inevitablemente terminaron involucrados en esto de una u otra forma. Y aunque no hayan sido entrenados para la guerra como bien dice, usted y sus colegas pudieron darle un golpe certero en la cara al peor de los enemigos…
—Al costo de que él nos diera varios más fuertes primero —indicó Eleven con pesar.
—Sí… Y lo volverá a hacer en cuanto logré recuperarse, y se recuperará. Ya que en dónde quiera que esté en estos momentos, es sólo cuestión de tiempo para que resurja. Y todos debemos estar preparados cuando eso ocurra.
Eleven guardó silencio. Por lo que decía, lo más seguro era que no supiera aún del paradero actual de Damien en las garras del DIC. Pensó rápidamente en las implicaciones de compartir esa información con él, pero concluyó que no era conveniente. No sabía de qué imprudencia serían capaces si acaso se enteraban de ello.
Siguió comiendo su plato en silencio por un rato, y cuando se sintió lista, hizo una pregunta que quizás se podría sentir como si quisiera desviar la conversación a otro lado. Sin embargo, lo que más le preocupaba era que, de hecho, no estuviera tan apartado en realidad.
—¿Qué tiene que ver todo esto con Samara Morgan?
Los ojos de Frederic destellaron con ligera sorpresa.
—Porque tiene que ver, ¿no es cierto? Si su meta final es Thorn, ¿por qué les interesa tanto el caso de Samara?
Frederic y Carl se miraron el uno al otro en silencio, como preguntándose mutuamente cómo responder aquello de forma correcta. Eleven notó eso, y la irritó un poco.
—Si me dice que es otra cosa que no me puede compartir, nos iremos en este instante.
—No es precisamente eso —murmuró Frederic, vacilante—. No es directamente parte de la misión… del todo. Es más una teoría que comparten algunos de mis colegas.
—¿Qué teoría? —insistió Eleven.
—Bueno, nuestra búsqueda del Anticristo se basa mucho en lo que dicen las escrituras, claro, y en las propias creencias que la Hermandad de la que les he hablado ha compartido entre sus miembros. Pero hay quienes creen que nuestro enfoque de estar buscando a una sola persona en específico, no es el correcto, y que de hecho podría no haber sólo un Anticristo. Después de todo, como bien sabe, en las escrituras se le describe como una Bestia de siete cabezas, cada una con un nombre diferente.
«No, en realidad no lo sé» pensó Eleven, pero mantuvo la serenidad para no dejarlo en evidencia.
Frederic continuó.
—Esto, como casi todo en el libro de las Revelaciones, está abierto a muchas interpretaciones. Hay quienes creen, sin embargo, que esto indicaría que existen en realidad siete personas, todas hijas del Dragón, nacidas en este nuevo milenio, y que traerán consigo un poder tal que, en cuanto se junten los siete, entonces daría inicio el verdadero Fin de los Tiempos. Y de estos siete, el joven nacido bajo los cometas que cruzaron el cielo en el año 2000, sería sólo el primero, y el líder de todos ellos.
Hubo una pausa, en donde varias ideas cruzaron la mente de Eleven, sólo para llegar a la conclusión más lógica posible de lo que ese hombre intentaba decirle.
—¿Y cree que Samara Morgan es uno de esos siete? —soltó Eleven, incrédula e incluso un poco molesta.
—Como todo lo que hemos hablado,  es una teoría —explicó el padre Babatos—. Pero todo lo que el Det. Sear nos contó de ella, más lo que hemos investigado por nuestra cuenta, y su reciente encuentro con Thorn, nos hace al menos requerir sopesar la posibilidad. Y, con todo respeto, esto no debería ser del todo descabellado para ustedes. Después de todo, sé que fueron usted y el detective los primeros en considerar que las habilidades de la niña pudieran ser de un origen muy diferente a los otros niños que han visto antes, ¿o me equivoco?
Eleven no respondió a esa pregunta. Sí, eso era cierto, pero lo que estaba implicando distaba mucho de lo que habían considerado en un inicio. Aunque ciertamente el propio Damien Thorn representaba un enigma, y era la prueba de que podían existir individuos cuyas habilidades salían de los estándares que habían conocido hasta entonces. ¿Podría Samara ser alguien como Damien? ¿Podrían las habilidades de ambos estar de alguna manera relacionados? Y, por consiguiente, ¿podrían llegar a estar al mismo nivel?
Mientras su mente estaba sumida en aquellos pensamientos, El dio unos últimos bocados rápidos a su plato, terminándolo de inmediato. Se limpió justo después la boca con su servilleta y se puso de pie, recordando casi al instante la debilidad de su cuerpo y teniendo que apoyarse en la mesa para no caerse. Sarah se paró rápidamente para ayudarla, y Carl hizo lo mismo por reflejo. El, sin embargo, alzó una mano para indicarles a todos que estaba bien. Respiró hondo para intentar recuperar fuerzas, y poder encarar de nuevo al padre Babatos, aún sentado en su silla.
—Como dije, Samara Morgan está bajo nuestro cuidado —declaró Eleven con inamovible convicción—. Si se atreven a acercarse a ella de cualquier modo, le aseguro que la protegeremos a cualquier costo. Y si está tan preocupado por su inminente guerra con sus enemigos actuales, lo mejor sería que no intentara buscarse enemigos nuevos.
—No es lo que buscamos en lo absoluto —respondió Frederic, inmutable ante la aparente amenaza de la Sra. Wheeler—. Al menos le pediría que nos dejara hablar con la niña, ver qué es lo que vio o escuchó mientras estuvo con Thorn. Y le pediré también que piense en todo lo que le acabo de decir. No debe confiarse en que Thorn los dejará en paz luego de todo esto. La mejor forma de combatirlo y ponerle un fin será juntos.
—Reflexionaré profundamente en sus palabras —contestó Eleven con estoicidad—. Mientras tanto, le agradezco la comida, pero como le dije tenemos cosas que hacer. No se molesten, podemos salir por nuestra cuenta.
No había terminado aún su apresurada despedida cuando ya estaba dirigiéndose a la puerta del restaurante, lo más rápido que los pasos de su bastón le permitían. Sarah vaciló un poco por el cambio repentino. Sin siquiera haber terminado de comer, dio un paso hacia ella, se regresó un momento por su bolso que casi olvidaba, y luego se apresuró a alcanzarla.
Frederic, por su parte, observó en silencio como se alejaban. Cuando estuvieron a una distancia prudente, dejó que su rostro de sólida seguridad se desmoronara, y dejó salir un pesado y cansado suspiro.
—Esperaba que fuera más fácil tratar con ella que con la Dra. Honey —masculló despacio, sin ser del todo un comentario para su compañero sino más bien un simple pensamiento al aire sin receptor específico—. Pero veo que me equivoqué.
Sin decir nada, Carl se sentó de regreso en la silla a su lado.
—¿Qué haremos ahora?
Frederic sonrió y se encogió de hombros.
—Con respecto a la Sra. Wheeler y su gente, sólo esperar que cumpla su palabra de reflexionar sobre lo que le hemos dicho. Es obvio que el tema de la niña Morgan será un problema en el que no podremos llegar a un consenso de forma sencilla, pero al menos siento que son conscientes de la amenaza de Thorn aún representa. Fuera de eso, lamentablemente hasta que los cardenales dejen de deliberar, no hay mucho más que podamos hacer. Salvo, por supuesto, seguir con nuestra investigación secreta.
El sacerdote se giró casi por completo hacia su ayudante, inclinando su cuerpo hacia él para poder susurrarle en voz aún más baja.
—¿Has tenido algún avance?
—No aún —negó Carl con la cabeza—. El correo del Sr. Warren en donde menciona las dagas fue escrito hace cinco años, y es lo último que se ha sabido de él desde entonces. Ningún familiar o amigo ha tenido noticia alguna; no sabemos siquiera si sigue con vida o no. Y si acaso las dagas estaban en el museo como describe en su correo, muy probablemente se perdieron durante el incendio de éste. Pero seguiré investigando.
Frederic asintió, no precisamente conforme o feliz con la falta de avance, pero al menos con el consuelo de que las cosas iban caminando de alguna forma. Estar sentados sin hacer nada y a la espera, ciertamente no era de su agrado. Y si además Jaime había tenido que morir para obtener este pedazo de información crucial, lo que menos deseaba era que su sacrificio hubiera sido en vano. No dejaría que Damien Thorn y la Hermandad se salieran con la suya.
— — — —
En cuanto salieron a la banqueta, Eleven vio acercarse por la calle un taxi, por lo que se apresuró a la orilla y alzó una mano al aire para llamar su atención.
—¡Taxi! —exclamó con fuerza, pero el vehículo amarillo siguió de largo. Esto la hizo golpear frustrada el concreto con su bastón. Quizás sería mejor que Sarah les pidiera un vehículo, pero no quería estar más tiempo ahí esperando. Quería irse de ahí cuánto antes; necesitaba pensar, y en especial descansar.
—Dime por favor que no les creíste nada de lo que dijeron —escuchó mascullar con molestia a su hija, jalando su atención. La mirada de Sarah demostraba bastante inconformidad—. ¿Anticristo? ¿Apocalipsis? ¿Bestia de Siete Cabezas? Son unos jodidos fanáticos religiosos. Si les entregas a esa niña, son capaces de quemarla en la hoguera como si fuera una bruja.
—No tengo pensado hacer tal cosa —respondió Eleven tajante. Vio en ese momento otro taxi acercándose, e hizo el segundo intento de pararlo, obteniendo de nuevo el mismo resultado que antes—. No sé qué tanto de cierto tenga todo lo que nos dijeron —añadió—, pero hay al menos dos cosas que no puedo negar. Lo que Damien Thorn puede hacer sí dista mucho de lo que hemos visto antes, y Samara no está muy lejos de eso. Si esto implica que están de alguna forma relacionados, no lo sé… Pero que ambos terminaran cruzándose de esta forma resulta al menos curioso.
Hizo una pausa reflexiva, mientras fijaba su mirada en la calle, en la búsqueda de cualquier punto amarillo que se aproximara en la lejanía.
—Y lo segundo, es que si Thorn estuvo tanto tiempo fuera del radar del DIC, y del nuestro, implica que alguien en efecto lo ha estado protegiendo desde que era pequeño, como este hombre nos acaba de decir. Y si es así, estaríamos hablando de gente poderosa, de la que deberíamos preguntarnos  cómo es que reaccionarán ahora que Thorn está en las garras del DIC.
Soltó un pesado y cansado suspiro, muy similar al que Frederic había soltado justo cuando se retiraron.
—Me temo que las cosas son mucho más complicadas de lo que pensaba. Ese descanso que prometí tendrá que esperar un poco más.
—¿Crees que en verdad sigamos en peligro? —inquirió Sarah, comenzando a contagiarse rápidamente de la preocupación que inundaba a su madre. Ésta, sin embargo, no le respondió.
Otro taxi apareció al doblar en la esquina, y antes de que Eleven hiciera un nuevo intento de pararlo, Sarah se adelantó, prácticamente colocando medio cuerpo delante del vehículo para obligarlo a detenerse.
—¡Taxi! —pronunció con fuerza alzando una mano al frente. Las llantas del taxi rechinaron ante el repentino frenado, deteniéndose a unos centímetros de ellas. Eleven miró a su hija, sorprendida por ese acto tan osado—. Cosas que aprender viviendo en New York —respondió a su pregunta silenciosa, y de inmediato se dirigió de regreso a ella para ayudarla a subir a la parte trasera.
— — — —
Lo que Jane y el propio padre Babatos ignoraban era que, mientras en el centro de Los Ángeles ambos daban por terminada su plática, una nueva reunión estaba por comenzar a varios kilómetros de ellos, en un rincón remoto a las afueras de Chicago.
El Club Campestre San Aquiles era uno de los más exclusivos y elegantes de la zona, compuesto por un amplio campo de golf, albercas, canchas deportivas, restaurantes, spa y salones de eventos. Entre sus miembros se encontraban empresarios y políticos locales de renombre que podían hacer uso de sus instalaciones como mejor les pareciera; algunos más, otros menos, dependiendo de su nivel de socio. Y, por supuesto, la familia Thorn y los altos directivos de su empresa eran parte de esta exclusiva lista, y era común ver a alguno de ellos paseando por las instalaciones, comiendo en el buffet, o jugando unos cuantos hoyos con algún invitado.
Sin embargo, la verdad era que la influencia que los Thorn tenían en aquel sitio era mayor a lo que la mayoría de sus miembros pensaban, pues aquel Club Campestre era apenas un poco más que una conveniente y lucrativa fachada para uno de los tantos sitios de reunión seguros para la Hermandad en la zona de Chicago. De hecho, había zonas de aquel complejo que ni siquiera socios del más alto nivel conocían siquiera que existían; y una de ellas era justo a la que se dirigía Paul Buher esa tarde.
El joven gerente de Thorn Industries ingresó al terreno del club en su flamante deportivo planteado, cuyo motor resonó mientras avanzaba con rapidez desde la verja principal del club, hacia la puerta del vestíbulo en el edificio principal. Conducía aquel vehículo repleto de orgullo, con la capota abajo desde que venía en la carretera, sintiendo como el aire agitaba sus rizos rubios, luciendo unas elegantes gafas oscuras espejadas, y con Sweet Child O' Mine de Guns N' Roses retumbando con fuerza en el espléndido equipo de sonido. El auto redujo su velocidad de un instante a otro sólo hasta que logró posicionarse justo delante de la puerta. Uno de los empleados del valet parking se apresuró a abrirle.
—Bienvenido, Sr. Buher —le saludó el chico con amabilidad, agachando un poco la mirada.
—Gracias, Milo —le regresó el saludo Paul de forma animada, bajándose de su vehículo con resaltante gracia en sus movimientos. Recorrió de forma rápida sus manos por su atuendo, acomodándose su corbata y los puños de su camisa—. Trata a mi bebé tan bien como siempre, ¿quieres? —murmuró con tono jocoso, sacando del bolsillo de su saco color gris oscuro un fajo de billetes sujeto con un clip. Extrajo de éste uno de cincuenta dólares, y lo colocó discretamente en el bolsillo de la camisa del muchacho.
—Sí, señor —se apresuró Milo a responderle con una amplia y emocionada sonrisa, misma que Paul le devolvió, seguido de un par de palmadas amistosas en su brazo a modo de despedida, antes de comenzar a caminar hacia el interior del complejo.
Cada empleado y socio con el que se cruzaba lo reconocía al instante y lo saludaba con ferviente amabilidad. Él respondía a cada uno de esos saludos, e incluso llamaba a varios de ellos directamente por su nombre, mientras esbozaba su radiante sonrisa blanca. Su caminar seguro y despreocupado lo llevó hasta el buffet, donde una anfitriona lo recibió con la misma afabilidad que el resto.
—Buenas tardes, Sr. Buher —masculló la elegante y hermosa mujer de cabellos rubios, sonriendo—. ¿Su mesa de siempre?
—Hoy no, Lorena —respondió el empresario, retirándose sus lentes oscuros para colgarlos del bolsillo de su saco—. Creo que me sentaré en la Terraza Número 7, si no es mucha molestia.
—Por supuesto —asintió la anfitriona de nombre Lorena—. Por aquí —indicó señalando el camino con una mano.
La mujer comenzó a andar, con la alfombra bajo sus pies amortiguando el sonido de sus tacones altos de aguja. Paul la siguió de cerca, igualmente saludando a algunos de los hombres que ahí comían, y si acaso sólo deteniéndose unos segundos a estrechar la mano de un directivo importante de Winston Motors, prometiendo que quizás jugarían un par de hoyos más tarde. Paul siguió avanzando cerca de Lorena, hasta que ambos pasaron todas las mesas y siguieron de largo, incluso rodeando la barra del buffet y dirigiéndose a las puertas de la cocina al otro lado. Ambos ingresaron a dicha área, y caminaron por ella con una naturalidad propia de alguien que se siente en un ambiente conocido. Ninguno de los que ahí trabajaba dijo o señaló algo; ni siquiera voltearon a verlos cuanto pasaban a escasos centímetros de ellos.
Lorena guió al visitante hacia la parte trasera de la cocina, a la amplia alacena de ingredientes enlatados y enfrascados. Ella ingresó primero y se dirigió al fondo de aquella área, en donde reposaba un estante repleto de latas, frascos y bolsas de comida. Sin decir palabra alguna, colocó una mano a un costado de dicho estante, y éste se deslizó hacia un lado, casi como si se resbalara en hielo, con todo y el muro falso detrás de él, sólo lo suficiente para mostrar una puerta metálica que se escondía justo detrás de él con un sensor electrónico a un costado. Lorena sacó del interior de su blusa una tarjeta electrónica, sujeta a su cuello con una cadena, y se la retiró sólo un momento para poder pasar la cinta magnética por el lector de la puerta. Un pequeño led pasó de rojo a verde, y las puertas metálicas se abrieron hacia los lados, revelando del otro lado el pequeño espacio cuadrado e iluminado de blanco de un ascensor.
—Qué disfrute su comida, Sr. Buher —indicó la anfitriona, haciéndose a un lado para dejarle el camino libre a su visitante.
—Gracias, Lorena —respondió el gerente con normalidad. Caminó hacia el ascensor, pero antes de ingresar a éste, se regresó unos pasos. Sacó de nuevo su fajo de billetes, sacando en esta ocasión uno de cien—. Por las molestias —murmuró con elocuencia, extendiendo el billete entre sus dedos en dirección a la mujer.
Lorena no vaciló mucho al tomar el billete. No tanto por el dinero en sí, como por el hecho de que era un gesto de amabilidad de parte de unos de los Diez Apóstoles de la Bestia, a los cuáles ella servía fielmente; y lo que menos podía permitirse era ofenderlo.
—Muchas gracias, señor.
Paul le guiñó un ojo con complicidad, y se dirigió ahora sí al interior del elevador. Lorena volvió a pasar su tarjeta y las puertas se cerraron. Un instante después, y tras una pequeña sacudida inicial, comenzó a descender, precisamente a uno de esos sitios que la mayoría de los socios del club desconocían.
El ascensor no tardó mucho en llegar a la “Terraza Número 7”, que era, si la describían en términos simples, una sala de reuniones ubicada en un nivel subterráneo por debajo del edificio principal del club, construida hace menos de una década, bien disfrazada durante una remodelación completa que se realizó del complejo. Todo ello planificado desde el momento en el que fue un hecho que Damien iría a vivir con su tío Richard en Chicago tras la muerte de sus padres.
La sala era amplia, pero era ocupada en gran parte por la mesa redonda de madera brillante, con un diseño de líneas sobre su superficie que en conjunto dibujaban la figura de una estrella de diez puntas, y en cada una de esas se ubicaba una silla de respaldo alto forrada en terciopelo negro.
Diez sillas, para diez Apóstoles. Aunque no todas estarían ocupadas en esa ocasión.
Los muros de la cámara eran lisas, de un gris oscuro, con faroles que alumbraban con luz blanca, y algunas pinturas entre estos para adornarlas que mostraban hermosas representaciones de ángeles y demonios combatiendo en los cielos; estelas de fuego cayendo y cubriendo la tierra de llamas; ángeles alzándose con trompetas contra sus labios, mientras a sus pies las ciudades se derrumbaban; y un dragón rojo de sietes cabezas devorando al mundo. En contraste con las piezas de arte, en el fondo había una amplia pantalla que abarcaba casi toda la pared, en donde en esos momentos se veía la señal de espera.
Cuando Paul arribó y las puertas del ascensor se abrieron, vio que ya había dos personas ahí, ambas sentadas en una silla de la mesa, pero casi en extremos opuestos del círculo, como si quisieran estar lo más apartados el uno del otro. Por un lado se encontraba su viejo y conocido amigo John Lyons, sentado contemplando fijamente a la nada mientras pasaba su mano por su fina barba blanca. Se le veía serio y sereno, pero Paul sabía que esa era más bien su mirada de inquietud.
—Hey, John —le saludó como cualquier cosa, aproximándose por un costado. Antes de que Lyons se pudiera virar por completo hacia él, Paul lo alcanzó y le dio un par de palmadas amistosas en su brazo; quizás demasiado amistosas para el gusto del viejo Apóstol—. Siempre es un gusto tenerte por estos lares. ¿Te apetece que juguemos unos hoyos terminando con esto? Tim de Winston Motors está arriba y más que dispuesto. ¿Qué dices? ¿O te da miedo, anciano?
Lyons volteó a verlo de reojo con marcado desdén inundado su expresión entera.
—Creo que no has dimensionado lo grave de la situación, Buher —masculló Lyons con voz carrasposa.
—Oye, para tu información, tenía una cita con mi masajista, y la cancelé para estar aquí —bromeó Paul con fingida indignación—. Y no sabes lo difícil que fue. Lo entenderías si supieras lo que la linda de Yin-Lu puede hacer con esas manitas suyas. Algún día te llevaré para que la conozcas; te cambiará la vida.
—Tendré que pasar —masculló Lyons con fastidio, virándose hacia otro lado.
Paul sonrió, divertido por su reacción . Sí, estaba bastante inquieto, y no era para menos. Por supuesto que él entendía bien lo grave la situación, pero tenía también el suficiente temple para mantenerse calmado pese a eso, pues alterarse no serviría de nada. Además, resultaba sencillo cuando el asunto no era directamente su culpa.
—Qué considerados, nos pusieron galletas y café —masculló Paul, extendiéndose hacia una de las dos bandejas en el centro de la mesa, para tomar una galleta con chispas—. Al menos no es una cabra desangrada sobre la mesa, ¿cierto, Lyons?
John no le respondió nada.
Paul tomó un par de galletas más en una servilleta y se dirigió hacia una mesa ubicada a un costado, donde había una cafetera, algunas tazas limpias, botellas de agua y algunos otros aperitivos cortesía del buffet del club, ubicado justo sobre sus cabezas.
—¿Te sirvo un café, Sally? —le preguntó con gentileza a la segunda persona en la mesa al pasar cerca de ella en su camino a la cafetera.
—No, gracias —respondió Sally Steel con voz neutra, una mujer de cabellos rojizos y lacios con escasas canas asomándose debajo del tinte. Vestía un elegante traje estilo ejecutivo de blazer y falda morado obispo. Usaba además unos anteojos redondos de armazón delgado, y frente a su rostro sujetaba con ambas manos su teléfono móvil—. La cafeína me altera, y lo que menos quiero es alterarme antes de que esto empiece.
—Cómo quieras —masculló Paul, tomando él sí una de las tazas para servirse un poco de café y acompañar sus galletas.
A media taza llena, escuchó a la mujer a sus espaldas soltar una pequeña maldición.
—Olvidaba la horrible señal que hay aquí abajo —masculló con molestia la senadora actual por el estado de Indiana, haciendo su tercer intento fallido de mandar un mensaje.
Paul rió, divertido al parecer por la reacción de la senadora.
—¿No estás harta de que nunca se piense en las antenas de celular cuando se construyen guaridas secretas? —comentó Paul con tono jocoso. Retiró poco después su taza ya llena, y tomó un sobrecito de crema para colocárselo a su bebida—. Y hablando de eso, ¿sólo a mí me molesta todo el esfuerzo y dinero que nos costó hacer esta pequeña mejora subterránea para que sólo la hayamos usado…? ¿Cuánto? ¿Dos o tres veces? Algunos pensarían que fue lavado dinero.
—El hecho de que no haya sido necesario reunirnos tan seguido, es buena señal —indicó Lyons desde su extremo de la mesa con tono aburrido.
—Así que si no reunirnos es bueno, el que tuviéramos que hacerlo, y tan apresuradamente… es todo lo contrario de bueno, ¿verdad? —indicó Paul un tanto desvergonzado. Lyons se viró de nuevo hacia otro lado, sin tomarse la molestia de responderle—. De hecho, me sorprende verte por aquí en persona, Sally. ¿No estás un poco lejos del Capitolio?
—Por suerte, o no, estaba por estos rumbos cuando recibí el llamado de Lyons —respondió Sally, rindiéndose en ese momento con su celular y mejor dejándolo sobre la mesa de forma despectiva—. Tuve que cancelar varios compromisos e inventarme que tenía que visitar a una prima enferma. Sólo espero que podamos terminar rápido.
—Yo no apostaría por eso —indicó Paul, al tiempo que se sentaba en una silla a su lado—. ¿Adrián nos va a acompañar? —preguntó rápidamente en dirección a Lyons.
—Ya debe estar en camino —respondió el hombre de barba blanca con voz apagada.
—¿Y Ann? —añadió Paul justo después, dando luego un sorbo de su taza—. ¿Se puede saber cuándo piensa volver al trabajo? Aunque me encanta estar a cargo, hay algunos asuntos que sólo ella puede atender y firmar.
A mitad de su comentario, el cartel de espera se había retirado de la gran pantalla empotrada en el fondo de la sala, y el rostro de la primera de los invitados conectados de vía remota se hizo visible en un recuadro justo en el centro de ésta.
—Estoy bastante segura de lo mucho que me extrañas, Paul —masculló de pronto la voz fría de Ann Thorn, resonando en los altavoces de la pantalla—. Después de todo, no tiene caso hacer tus diabluras de oficina a escondidas, si no hay de quien esconderse.
Paul se giró un tanto consternado hacia la pantalla, sus ojos cruzándose de inmediato con el rostro sereno y estoico de Ann perfectamente maquillado, incluidos sus famosos labios rojizos, y sus brillantes cabellos negros sueltos sobre sus hombros. De lo que se alcanzaba a captar en la imagen de la cámara, portaba un traje rojo escarlata que combinaba muy bien con el color de sus labios.
—Hey, mi presidenta favorita —dijo Paul, alzando su taza hacia la pantalla a modo de saludo—. ¿Se puede saber dónde estás? ¿Te tomaste unas vacaciones a Tombuctú sin molestarte en avisarle a nadie?
—¿Por qué no le preguntas a Adrián en cuanto llegue? —respondió Ann con voz punzante—. De seguro estará encantado de explicártelo. Pero descuida, luego de zanjar este asunto tengo pensado volver a Chicago lo antes posible.
—Más te vale —comentó Paul con un tono casi amenazante—. Sería un tanto desagradable para todos suponer que te estás escondiendo temerosa de las represalias por… bueno, este desastre que ocurrió durante tu guardia mientras te fuiste a quién sabe dónde.
Terminó su comentario aproximando su taza a sus labios para beber con cuidado de ella. Por su parte, la mirada de Ann se volvió notoriamente más afilada tras escucharlo. Y si no hubiera un par de pantallas y kilómetros separándolos, lo más seguro es que se le hubiera aproximado con paso desafiante para encararlo de frente.
—¿Me estás culpando de algo, Buher? —cuestionó Ann, su voz radiando una rabia pausada y tajante.
—Mejor dejemos eso para cuando empiece la reunión, ¿sí? —le contestó el gerente, guiñandole un ojo de forma juguetona—. Creo que todos tendrán mucho que opinar al respecto, y sería descortés de mi parte no esperarlos.
Aquella astuta insinuación que a simple vista no decía nada, de hecho respondía bastante bien al cuestionamiento de Ann. Ésta tuvo la clara disposición de decir algo, pero la presencia repentina de alguien más en aquella sala captó la atención de ambos, al igual que la de Sally y John.
Lo primero que se escuchó fue el sonido de unas pesadas botas resonando contra los escalones de acero de la escalera de caracol; el otro modo de salir y entrar adicional al ascensor. En un inicio todos pensaron que podría ser Adrián, pero en cuanto la complexión fornida de aquella personas y la tela verde militar de sus pantalones fueron visibles, dedujeron de inmediato de quién se trataba en realidad.
El hombre alto y de hombros anchos se paró al pie de la escalera, y recorrió cautelosamente su mirada seria y aguda por todo aquel espacio, contando rápidamente a los que estaban presentes. Su cabello era negro muy corto con algunas canas. Su grueso y fuerte cuerpo se encontraba ataviado con un uniforme militar verde, y sobre éste usaba un abrigo negro largo, mismo que se retiró en cuanto pareció ya tener la imagen completa del lugar.
—¿Llegó tarde? —masculló despacio, aproximándose a la silla de la mesa más cerca de él para colocar su abrigo sobre el respaldo de ésta.
—No, no. Pasa, Neff —le indicó Paul con entusiasmo, haciéndole además la invitación con un ademán de su mano—. ¿Quieres un café?
No recibió respuesta, y en su lugar el recién llegado se limitó a tomar asiento y permanecer callado. Ann, desde su sitio, contemplaba a aquella persona fijamente a través de la cámara.
Daniel Neff, un soldado de las Fuerzas Armadas de gran renombre, retirado hace cinco años para dedicarse a la enseñanza y trabajar como Jefe de Pelotón en la Academia Davidson. Hacía dos años, ya cuando Damien no estudiaba más en Davidson, dejó la Academia volviendo al ejército, obteniendo recientemente el rango de Mayor; y se rumoreaba que al ritmo que iba y las conexiones que había logrado hacer, no se quedaría sólo ahí.
Él era justo el Apóstol de la Bestia que lograba inquietar más a Ann, y que presentía podía ser también de quién Adrián sentía más recelo, aunque no lo señalara directamente. Neff siempre había logrado tener una gran presencia e influencia entre los otros desde que se convirtió en Apóstol; no por nada era uno de los protegidos favoritos de Argyron Stavropoulos, quien le cedería su puesto cuando ya los achaques de la edad le hicieron imposible seguir cumpliendo con sus deberes. Sin embargo, tras su acercamiento a Damien durante su tiempo en Davidson, se volvió muy cercano a éste, convirtiéndose en su confidente y consejero en más de un tema.
Ann sabía bien lo beneficioso que podía ser estar en el lado bueno del Salvador, así como lo perjudicial que era estar en el lado contrario. Y para bien o para mal, tras esta pequeña rebeldía que había surgido en Damien, si había alguien en esa mesa que podría aún tener cierta influencia en él, ese era Neff. Y esa era una idea que hacía que a Ann le hirviera la sangre.
La sala se quedó unos minutos en silencio, hasta que se comenzaron a conectar por video llamada los otros cuatro Apóstoles que estaban lo suficientemente lejos como para no estar ahí de manera presencial.
La primera fue Tsukiji Otomi, Ministra de Asuntos Exteriores del gobierno japonés, que en esos momentos acompañaba al Primer Ministro en una gira por Asia Continental, y tenía que tomar esa llamada desde su suite privada en Seúl; había empezado su llamada señalando lo complicado que había sido conectarse a la red segura desde ahí. Era una mujer joven, incluso más que Paul, pero que se había logrado abrir camino rápidamente; una parte por sus propias habilidades, y otra claro por el apoyo extra de la Hermandad.
El siguiente fue Pavel Minsky, un acaudalado empresario ruso, para no usar el término de “oligarca” que a modo personal no le agradaba tanto. Tomaba la llamada desde su despacho en su residencia privada a las afueras de San Petersburgo. Era quizás el miembro de mayor edad entre Apóstoles, pero se las arreglaba para mantenerse en bastante buena forma. Y su sola mirada era suficiente para paralizar a cualquier hombre valiente.
El próximo en sumarse fue Conrad Cox, oficial de inteligencia de alto rango del MI6 en Reino Unido, y que por seguridad su ubicación actual resultaba mucho más clasificada que la de Ann. Era un hombre de pocas palabras, pero contundentes cuando tenían que ser, de rostro alargado y ojos cansados y profundos que guardaban detrás miles de secretos. Si Ann no se equivocaba, esa era la primera vez que estaba en una reunión en dónde él se encontrara, aunque en realidad no estaban ni cerca en la misma habitación. No conocía mucho de él, más allá de que era amigo cercano de Lyons, y por consiguiente esperaba que lo fuera también de Adrián. Les vendría bien un poco de apoyo en lo que se vendría.
La última en conectarse fue Amelia Moyez, una mujer de color en sus cincuentas de ojos penetrantes y agresivos, de la que Ann sabía incluso menos que Conrad. Tampoco había estado en la misma habitación con ella, pero sí en otras llamadas a distancia como esa, y siempre se mostraba con sus vestidos holgados y coloridos, sus collares de cuenta, y su cabello cubierto con un elaborado turbante estilo haitiano. Lo único que Ann sabía, o más bien había notado con sus propios ojos, era que los otros parecían tener siempre en cuenta lo que tenía que opinar; incluso Lyons y Adrián.
Todos eran parte del grupo selecto que dirigía la Hermandad de los Discípulos de la Guardia, y que desde hace décadas se habían ido colando poco a poco en las estructuras de poder principales del mundo; ya fuera directamente ellos diez o sus discípulos. Todos sabían los secretos mejor guardados, y tenían las llaves para desatarlos. Eran los protectores del Salvador, los emisarios del Dador de Luz para hacer cumplir su gran plan en el mundo. Los Diez Apóstoles de la Bestia, sus servidores más cercanos y fieles.
O al menos eso era lo que se decían entre ellos. Pero fuera eso del todo cierto o no, era innegable que cada uno poseía el suficiente poder en sus manos para hacer la vida de muchas personas menos placentera si se les apetecía.
Sólo faltaba una persona para completar el grupo; la cabeza principal de todos ellos.
El sonido del ascensor arribando una vez más captó la atención de todos, y silenció al instante cualquier intento de conversación que podría haber estado surgiendo en los nueve apóstoles. Sus miradas observaron fijamente a las puertas mecánicas cuando éstas se abrieron, revelando del otro lado el rostro sereno de ojos avellana, cabello largo y barba anaranjada.
—Buenas tardes —pronunció Adrián con voz serena, ingresando a la habitación e impregnando ésta de inmediato con su abrumadora presencia. Los presentes en la sala se pusieron de pie ante su llegada, y los que estaban en la llamada se sentaron derechos y observaron con atención—. Hermanos míos, me alegra ver el rostro de todos de nuevo tras tanto tiempo, pero soy sincero al decir que desearía que fuera en mejores circunstancias.
Adrián avanzó hacia la silla más próxima, colocando sus manos sobre el respaldo de ésta.
—Tomen asiento —indicó con voz de mando, y todos lo hicieron. Él los siguió poco después también—. Debemos comenzar esto cuanto antes, ya que el tiempo no está a nuestro favor.
El Apóstol Supremo cerró sus ojos y alzó sus manos al frente de él, con sus palmas extendidas apuntando hacia arriba. Todos los presentes, y también los conectados en la llamada, imitaron su gesto. Un segundo después, las diez voces comenzaron a resonar como una sola, pronunciando las mismas palabras en un acorde perfecto que retumbaba en las paredes de aquella bóveda subterránea, con tanto poderío que casi las hicieron temblar:
—Divina Estrella de la Mañana, Dador de Luz y Guardián del Conocimiento. Tuyo es el poder que derrocará a los poderosos y destruirá sus templos; reivindicará a los despreciados, y destruirá con fuego y hielo el mundo antiguo para traer el nacimiento de uno nuevo. Estamos aquí para hacer cumplir tu voluntad, Oh Gran Rey Carmesí, tú que gobiernas a todos los demonios. Somos tus siervos, somos tus discípulos, somos tu espada y tu escudo. Somos las Diez Coronas sobre las Siete Cabezas de la Bestia. Tuyo será el mundo que la Bestia dividirá para que lo gobernemos en tu nombre. Danos tu poder, danos tu conocimiento, y danos tu luz. Salve Satanás. Qué Tu Reino sea Eterno.
—Qué Tu Reino sea Eterno —pronunció como un pequeño susurro una onceava voz justo cuando los otros habían terminado. Sin embargo, ninguno de ellos la escucharía. Ninguno de ellos sería consciente siquiera de que en efecto, existía alguien más escuchando y viendo todo lo que hacían.
Desde un rincón de aquella habitación, la imagen de Veróncia Selvaggio observaba sonriente y expectante la importante reunión que estaba por comenzar.
FIN DEL CAPÍTULO 124
Notas del Autor:
—En la escena final del capítulo hicieron su aparición varios personajes, algunos ya conocidos, otros nuevos. De estos últimos Sally Steel, Tsukiji Otomi, Pavel Minsky, Conrad Cox, y Amelia Moyez son personajes originales que no están basados en ningún personaje de ninguna película o serie en especial. Todos aparecen y se les menciona por primera vez, a excepción de Sally que había aparecido muy escuetamente en el Capítulo 56 como una de las invitadas de la parrillada de Lucas. En el próximo capítulo veremos más de ellos, pero sólo unos cuantos tendrán mayor relevancia en capítulos posteriores (aunque dependerá también de cómo evolucione la trama).
Sé que estos últimos capítulos han sido mucho bla bla bla, pero espero no les resulté cansado o aburrido. Son cosas que se tenían que platicar y explicar, en especial para abrir camino a lo que se viene después.
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killer-laurent · 7 months
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Thorne and Marius ( Commission for @kaelio )
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nkhluu · 4 months
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hehe all from different months
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kaelio · 8 months
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Here are all the drafts from Tulane's special collections box 40-41 for Blood and Gold. This is a book I enjoy a lot, but it does have less material in the special collections than some other books, such as Merrick or TVA. Nevertheless, I hope you enjoy!
Download Link - Part 1
Download Link - Part 2
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🚨🚨🚨
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oh that's a change lol
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lady-arryn · 2 years
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Venus Fly Trap — MARINA
Anne Boleyn + red & cyan (requested by @withered-rose-with-thorns)
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nicolovespancakes · 10 days
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Matthew Fairchild and Lestat de Lioncourt are absolutely best friends who meet up at the Hell Ruelle in London, as Lestat is a downworlder, for drinks and rant about their stupidly handsome boyfriends at the bar. Send tweet (this is absolutely a Twitter joke).
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slayyyter · 5 months
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Btw a bunch of really talented YouTubers are raising 1 million doll hairs for PCRF, link here♥️ reblog, don't like!!!
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lulu-cat-princess · 7 months
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If YouTube exists in the early 1800s, I will pay big money to see:
Jane Austen
Lord Byron
Dr James Barry
John Keats
William Wordsworth
Percy Bysshe Shelly
The Brothers Grimm
Anne Lister aka Gentleman Jack
Eliza Hamilton
React to Thomas’ poems. Also I like to see these fictional people who would be alive at the same time as Thomas react to his poems:
Dr Henry Morgan from abc forever
Horatio Hornblower
Richard Sharpe
The bridgerton and featherington families
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pandora-the-millenia · 5 months
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15. Fill all my holes
Marius-Lestat- Thorne
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omenfan666 · 26 days
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Thorns
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fassylovergallery · 6 months
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lesley ann brandt as pearl thorne (twd: the ones who live)
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steadypandaperson · 2 months
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kaelio · 11 months
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this part is so funny imo
also no one ever gives him credit for it. it's like. oh does that work. could we do that. ... hmm. hm no
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abybweisse · 1 year
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Ch204 (p1), Cover and title pages
As I mentioned before, in spoiler posts, Snake and Finny are wearing variations on the costumes they wore to the Halloween party in ch120... which was less than two months ago (for them).
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Snake's witch/wizard costume now looks more like he's a student at Hogwarts, while Finny's vampire outfit now looks inspired by Anne Rice characters.
But I also mentioned the glasses and the crown of thorns, which have been added to the costumes and hold separate meanings from the costumes. I see Snake's glasses as an indication he has trouble seeing the truth about Doll as an enemy. And that Finny wears that crown of thorns because of the burden he bears, the feelings of guilt he has for not telling Snake that his friends died... and how Finny had a part in their deaths.
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