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#estamos listos para ser un simp
pepetesoro · 6 years
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Scorsese siempre gana
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Existen pocos cineastas que hayan logrado mantenerse a la altura de su status de vaca sagrada tanto tiempo como Martin Scorsese. Con Steven Spielberg trastavillándose con la saga de Indiana Jones y Francis Ford Copolla hundiéndose en el olvido con producciones pequeñas y mediocres, uno tiene que felicitar sinceramente a Scorsese por mantener el músculo y magia de su cine vivos todavía hoy, teniendo que retroceder muchos, muchos años, para encontrar un verdero fracaso en su extensa carrera. Existe una razón por la que Martin Scorsese sigue donde está, la misma por la que Sam "Ace" Rothstein, encarnado por Robert DeNiro en su película Casino, llega a director del Tangiers: sabe mejor que nadie lo que hace.
Hace poco vi Casino y noté que mi experiencia del cine de Scorsese había cambiado considerablemente. En un primer momento noté y aún sostengo que se debía, como no, a la presentación y repetición de la violencia. Hoy en día es común encontrar en múltiples películas comerciales una nueva concepción de la violencia que es específica del cine de fin de siglo. Se trata de una violencia cómic, heredada del cine de serie B y de otras viejas producciones de bajo presupuesto que no tenían que preocuparse por los ratings ni por ningún código deontológico del cineasta. Se trata de una violencia estilizada a ritmo de música disco y estallidos imposibles de sangre, enmarcada en un montaje onírico que atrae constantemente la atención hacia la propia técnica cinematográfica. Se trata de un tipo de violencia que logra nuestro distanciamiento señalando, mediante técnicas sutiles pero efectivas, que se trata precisamente de una ficción, que es falsa, poco creíble, que solo puede pertener a una película. Un señalado exponente de este tipo de violencia en sus obras es Quentin Tarantino, pero el maestro siempre ha sido Scorsese.
Este nuevo tipo de violencia, ajena a una concepción tradicional de realismo, contiene una ventaja inicial para el espectador: es relativamente soportable. En ocasiones, para nuestra vergüenza, provoca entretenimiento, diversión y asombro. A veces incluso algunas risas. Pero su fácil aceptación contiene una trampa, un disgusto que no notarás hasta el momento en el cual hayas dejado entrar demasiado.
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Cuando hablamos de violencia en el cine de Scorsese y específicamente en Casino, uno no puede remitir solo a gánsters sufriendo muertes macabras, el enfoque siempre es más amplio. Violencia es Sharon Stone hasta las trancas de cocaína estrellando una y otra vez su coche contra el de su marido, atando a su hija a la cama, conduciendo a toda velocidad hacia ningún lado. Violencia es Robert De Niro arrastrando a su mujer por los pelos durante una toma tan larga que nos olvidamos de lo que estamos viendo. Violencia es Joe Pesci empujando la cabeza de una bailarina hacia su entrepierna en el aparcamiento del casino, humillando a un crupier, follando sudoroso como un poseído con la mujer de su mejor amigo. Planos detalle de joyas y de montañas de dinero. Los juegos de luces de Las Vegas. Un montaje disperso, rápido, incansable. El omnipresente humo de los cigarrilos. Música disco. Más cocaína. Y de pronto, como si fuera un acontecimiento a pie de igualdad, alguien recibe un corte en la garganta y una bolsa de pástico en la cabeza o un tiro en la frente y un hoyo en el desierto. Un lujoso coche de los años 70 volando por los aires.
Casino dura casi tres horas. Durante casi todo el principio de a película asumí con facilidad la espiral de violencia y crimen, drogas, sexo, alcohol, juego y demás desfase cómic con el gusto que provoca el mero entretenimiento, pues me consideraba muy listo y muy capaz de reconocer ese aspecto cómic de la violencia, esa cualidad falsa y ficticia y con ventaja por poder disfrutar de ella sin sentirme asqueado ni avergonzado. Pero llegando a la hora final de la película empecé a notar una sensación desagradable en el estómago. Comencé a sentir que esperaba que cada escena de desgarradora violencia doméstica fuera la última, que cada oleada de asesinatos ajustara de una vez por todas las cuentas entre Kansas City y los mafiosos de Las Vegas o que el arco de alguno de los personajes se calmara por fin. Que alguien, por favor, aprendiera algo.
Pero los personajes en Casino nunca dan marcha atrás. Nunca hay una última y definitiva escena de violencia doméstica. Nunca hay un asesinato final. En Casino no hay historia con sentido, no hay aprendizaje ni epifanía ni revelación final, la espiral del exceso sube y se acelera y te arrastra con ella hacia ninguna parte. Todos sus personajes son oscuros en todos y cada uno de los minutos de la película. Uno empieza a darse cuenta demasiado tarde de que no hay ningún personaje con el que pueda empatizar. Te has adentrado demasiado en el océano y ya no haces pie. Condenado a presenciar su eterno desenlace en falso una y otra vez, uno empieza a notar los efectos del empache de violencia que se ha dado.
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Me puse de inmediato, como dicta uno de los instintos más humanos, a buscar expilcaciones acerca de una nueva reacción que no me habían provocado películas similares. En un prinicipio pensé que se podía deber a dos cosas. La primera era que me estaba conviertiendo en lo que nunca había comprendido, en una persona gris y adulta a la que le incomoda la violencia del cine de Scorsese o de Tarantino precisamente porque no entiende su propiedad ficticia, su forma de atraer a atención sobre el propio hecho de pertenecer a una película. También pensé que podía ser una película sencillamente defectuosa, que la escasez de personajes hacia los que sentir empatía o la ausencia de algún tipo de freno o de asidero dentro del torbellino de exceso y violencia, algún resplandor de humanidad, no fuesen nada más que carencias, simpes defectos. Aceptando cualquiera de las dos explicaciones tendría que concluir que Scorsese no era el genio infalible por el que le tomaba, pero tras un par de días de reflexión llegué a una conclusión que me hizo mantenerme mucho más seguro de que lo sigue siendo, pues ahora creo que lo hago por razones mejores o, por lo menos, por un elenco de razones más amplio.
No quiero ponerme fino hablando de la edad e la imagen ni de homogenización del arte ni de distanciamiento ni de otras chuminadas vacías. Trataré de ser lo más claro posible. Creo que vivimos en un momento en el cual se ha radicalizado la atención por la forma por encima del contenido en el arte. La apariencia y la imagen de algo se equipara con demasiada facilidad a lo que ese algo es, donde ese algo comienza y donde acaba. La forma de la violencia cómic, entre cortes dinámicos y música desenfadada, nos hace tomar esa violencia por aceptable, por asumible, entretenida, incluso por divertida. La genialidad de Scorsese radica en que no solo es capaz como ninguno de llevar a cabo esto, sino también de advertirnos al respecto. Casino es una pregunta acerca de cuánto somos capaces de aguantar, de cuánta banalidad estamos dispuestos a dejar entrar en la banalidad de la imagen, cuánto podemos llegar a desconectarnos de la realidad del exceso, del asesinato, de la riqueza, de las drogas, del juego, de la humillación y del sexo y, ante todo, de la violencia. Encuentra el contenido mediante una saturación repetida de la forma.
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Ante la pregunta de por qué incluye con tanta frencuencia violencia explícita en su cine, Quentin Tarantino suele contestar con un sencillo: "Because it's fun!". Nunca consideré que la respuesta fuera precisamente mala, pero tampoco me logró satisfacer del todo. Quiero pensar que Scorsese, como todo buen cineasta, me ha ayudado a entender un poco más allá sobre las implicaciones de la introducción masiva de esta violencia cómic en nuestras pantallas. Casino funciona por las dos caras: es una amplia y excelente ejecución cinematográfica de este modelo de representación de la violencia y a su vez sirve para cuestionarnos acerca de ella, de su saturación, para avergonzarnos por sentirnos demasiado a gusto con ella. Por muy asumido que queramos tener que Scorsese nunca deja de hacer buen cine, no podemos creer que ya conocemos todas sus razones, sus métodos y sus secretos.
Quizás deberíamos dejar de considerar a Martin Socrsese como una vaca sagrada del cine contemporáneo. La sacralidad no se gana. Scorsese, con cada película, con cada visionado, se mantiene invicto como la banca. Scorsese siempre gana, pero no hay nada de milagros ni matemática en ello. Se trata de pura habilidad, de puro arte.
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