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Un erudito privado que viajaba en el carruaje del emperador. Sobre el libro de Hans Blüher El papel del erotismo en la sociedad masculina (1917/19)
Por Bernd Nitzschke Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
¿Hans Blüher era alguie famoso o infame? En la segunda década del siglo XX es cierto que el público hablaba de Hans Blüher (nacido el 17 de febrero de 1888 y fallecido el 4 de febrero de 1955) como autor de una forma que apenas hoy en día es comprensible. Blüher, con su monografía sobre los Wandervögel (1912), hasta entonces un autor desconocido, se hizo con un nombre de la noche a la mañana. Blüher comentó más tarde su meteórico ascenso en su libro autobiográfico Werke und Tage confesando su orgullo: “De un plumazo me convertí en un hombre famoso y notorio, ya que desde entonces figuro en las enciclopedias públicas” (1953, 342). A veces, sin embargo, la fama de un autor se desvanece casi tan rápido como la tinta del papel en la que escribió. Y por eso hoy se busca a menudo en vano el nombre de Blüher en las enciclopedias populares.
Blüher había analizado la clandestinidad erótica de un movimiento juvenil originalmente puramente masculino – al que más tarde se unieron “chicas” (y que, en opinión de Blüher, era ya un signo del declive de este “movimiento”) – que provocó un gran escándalo. El impacto de sus escritos en la generación que antes y después de la Primera Guerra Mundial se sentía en gran medida “huérfana de un padre” fue extraordinario. Por ejemplo, Franz Werfel escribió al Blüher en 1915: “Debo confesarle, señor Hans Blüher, que sus escritos han sido un gran consuelo para mí en mi profundo agotamiento nervioso de hoy” (citado en Blüher 1953, 35). Y en una carta que Rilke escribió a Lou Andreas-Salomé en 1919, dice: “¿Conoce usted los libros de Hans Blüher? En su recién publicado segundo volumen de Die Rolle der Erotik in der männlichen Gesellschaft (Volumen 1: 1917; Volumen 2: 1919 - B. N.) hay algunas cosas maravillosas” (citado en Blüher 1953, 350).
En esta obra Blüher había retomado una idea central en su trilogía sobre los Wandervölgel y la había desarrollado hasta convertirla en un sistema: “El Wandervögel es un movimiento juvenil revolucionario que se dirige contra la cultura de los padres y el espíritu de su época en favor de un estado libre de la juventud. Puesto que no se trata de una asociación por conveniencia, sino de un movimiento apasionado de la juventud masculina, pero la pasión nunca se produce sin Eros, es también un ‘fenómeno erótico’” (Blüher 1953, 181). El poder del Eros invertido (Blüher rechazaba el uso del término “homosexualidad” porque le parecía que se refería demasiado a un comportamiento sexual explícito) era considerado por Blüher como fundamental para cualquier formación masculina de la comunidad y del Estado. Es la afirmación del Eros masculino lo que Blüher había experimentado como miembro de los Wandervögel y que más tarde quiso extender este problema como la base de cualquier – a en su opinión – afirmación de una cultura “masculina” superior e ideal.
Esta suposición se basaba en un motivo profundo: el arrebatador anhelo de tener un padre ideal, un anhelo que desde entonces ha vuelto ponerse de moda por muchas razones. En aquella época (como ahora), la búsqueda de padres ideales por parte de los hijos surgía de una decepción con el “amor paterno”. La generación descrita por Blüher era una juventud “desesperada por padres” (Blüher 51920, II, 21) y que tras el cambio de siglo se había esforzado de diversas maneras por encontrar nuevos padres y nuevos ideales. El camino, la llegada a este nuevo siglo, era el medio para llegar a la meta, tanto de la “izquierda” como de la “derecha”. Lo caduco se veía como podrido, putrefacto e inerte; la meta, la redención, parecía estar en el futuro y, sin embargo, a menudo era sólo una utopía retrospectiva proyectada hacia el futuro.
Los entusiastas del movimiento Wandervögel buscaban “héroes masculinos” que colmaran el deseo de encontrar modelos de conducta. El nuevo líder se imaginaba como un “padre mejor” (ibíd.). Sin embargo, dado que, siendo realistas, no puede haber mejores padres, sino sólo una mejor relación con el padre, esta búsqueda se basó desde el principio en una ilusión. Y, de hecho, los supuestos nuevos “padres” resultaron ser más tarde autoridades que debían su poder al abuso de los ideales proyectados sobre ellos. A lo largo de toda su vida Blüher siguió buscando figuras luminosas a las que honrar y admirar.
Blüher, de origen humilde, anhelaba lo sublime y exaltado, lo aristocrático, un emperador que se entronizara por encima de las disputas partidistas y los conflictos de intereses cotidianos, que a sus ojos eran mezquinos, sin perder de vista el panorama general. Blüher anhelaba la majestad. Reconoció esa figura luminosa en Guillermo II, que se contaba entre los entusiastas lectores de Blüher. Blüher describe con humor involuntario su encuentro con el emperador recién abdicado en su exilio de Holanda: “Me senté en el vagón central de la izquierda y el emperador alemán a mi lado, solo nosotros dos. Cada vez que pasábamos por un pueblo, los niños se paraban a vitorear en la cuneta y los campesinos nos saludaban con reverencia” (1953, 143).
Aparte de su existencia como admirador de la majestad de los soberanos, Blüher fue también un “erudito privado” (1953, 331) que intentó impulsar un renacimiento de los valores aristocráticos. Abrazó abiertamente convicciones antidemocráticas, antisocialistas, antisemitas y antifeministas. Y admitió abiertamente que siempre se había “sentido súbdito del rey de Prusia”. Porque “sólo esta relación política” – la del regente con el “súbdito” – “tiene sentido y dignidad para mí, mientras que no concedo la menor importancia a ser un ‘ciudadano libre’” (1953, 176). ¿Por qué esta añoranza por un gran hombre? ¿Por qué este desprecio por la democracia? Por eso: “(…) ‘el pueblo’, que últimamente se ha hecho tanto rogar, es una masa irracional con la que se puede hacer lo que se quiera; (…) si se le abofetea, sigue diciendo que en realidad se lo merece. Por eso siempre he opinado que sólo la pérdida de la monarquía fue grave (…); pero la pérdida de la monarquía resulta fatal, porque destruye el núcleo histórico de la nación. Lo imponderable que perece aquí ya no vuelve a crecer. Todo lo que viene después no es, pues, más que decadencia” (1953, 148).
Esta actitud de proyectar lo más alto y elevado en el pasado y querer recuperarlo en el futuro dio lugar a un peligroso desprecio por el presente, lo real, lo no ideal. Blüher evocó las virtudes tradicionales que parecían haberse perdido en el caos de los tiempos modernos: “(…) al fin y al cabo, otra cosa es que uno defienda su patria o abogue por vagas renovaciones de la humanidad. En aquella época (tras el final de la Primera Guerra Mundial, cuando Blüher dio una conferencia en Múnich sobre el Reich alemán, el judaísmo y el socialismo – B. N.) se reunieron a mi alrededor todos los jóvenes bien parecidos, la mayoría de uniforme, racial y personalmente excelentemente y destacados, mientras que en el lado opuesto se amontonaba toda la chusma de pelo largo y mal peinado, literatos con profundas miradas de humanidad, el tipo de desecho de la Alemania Libre que merodeaba por allí en aquella época: gente como Erich Mühsam (…)” (1953, 400).
Por extraño que pueda parecer, la actitud altiva, autoritaria-aristocrática de Blüher, que impregnaba tanto su entusiasmo por los Wandervögel como su teoría de la “sociedad masculina”, le impidió convertirse en partidario del “movimiento” nacionalsocialista después de 1933. Sin embargo, al principio le había atraído, ya que contenía muchos elementos de ese espíritu – por ejemplo, el desprecio de las masas como “femeninas” – que animaba a Blüher. También tenía una especie de relación de amor-odio con “los” judíos. Blüher opinaba que “los” judíos habían escindido el Eros del espíritu, por lo que este último se había perdido en las profundidades de la nada. El judaísmo, el librepensamiento, la literatura, en resumen, la modernidad, que había llevado a la destrucción de los valores conservadores que Blüher apreciaba y a la degradación de la razón convertida en un mero instrumento, eran sinónimos en según Blüher. Odiaba el “espíritu” libre, vagabundo y subversivo – supuestamente judío – que afirmaba que todo cambio enteramente positivo al mismo tiempo que admiraba muchos productos de ese mismo espíritu: “Mientras que en otros pueblos el espíritu ‘que se cierne sobre las aguas del diluvio primitivo’ está apasionadamente unido al amor (. …), en el judío tiene la tendencia casi patológica de alearse con el mero intelecto, lo que da lugar entonces a ese fatal ‘espíritu judío’ que tanto detestamos en la literatura judía” (1953, 92).
La retórica de Blüher, como la de muchos de sus contemporáneos, sobre las características “raciales” era poco racional y bastante áspera. Sin embargo, como ha demostrado Anna Bergmann (1992), el discurso sobre la “raza”, en el que también participaban los eugenistas de la época, no se limitaba en absoluto a los pensadores de “derechas”. Tampoco era sistemáticamente antimoderno. Al contrario: “(…) la figura del eugenista y socialista Alfred Grotjahn (1869-1931), o los movimientos de reforma sexual, emancipación femenina y medicina socialista proporcionan suficientes ejemplos de corrientes de izquierdas que combinaban la modernización social con las reivindicaciones eugenésicas. También el teórico marxista Karl Kautsky (1854-1938) proclamó en 1910 que la higiene racial hacia parte de la utopía socialista” (Bergmann 1992, 93). Y en ningún caso estos “primeros higienistas raciales y eugenistas (…) perseguían objetivos antisemitas; al contrario, bastantes de ellos eran judíos, y algunos se convirtieron más tarde en víctimas de la política racial nacionalsocialista. Este hecho ha permanecido en gran medida sin mencionar en la historiografía sobre la higiene racial y la eugenesia hasta la fecha” (1992, 58 y ss.).
Freud también utilizó ocasionalmente imágenes estereotipadas tomadas del discurso contemporáneo sobre las “razas” (cf. Gilman 1994). Y los políticos imperiales de la época también sabían utilizar este vocabulario. A principios del siglo XX, el presidente estadounidense Theodore Roosevelt justificó la guerra con las siguientes palabras: “La guerra más justificable es la guerra con los salvajes, aunque tiende a ser la más cruel e inhumana. Toda la humanidad civilizada está en deuda con el rudo colono que ha arrebatado la tierra a los salvajes (…). Americano e indio, bóer y zulú, cosaco y tártaro, neozelandés y maorí, en cada uno de estos casos el vencedor, por terribles que hayan sido sus hazañas, ha sentado las bases de la grandeza futura (…). Es de una importancia inconmensurable que América, Australia y Siberia sean arrebatadas de las manos de los aborígenes rojos, negros y amarillos y pasen a ser patrimonio de la raza dominante (léase: blanca - B. N.) del mundo” (citado en Rünzler 1995, 111).
No, Blüher no era el único que deliraba entonces con los “héroes masculinos”. En los “rudos colonos” de Norteamérica, que sabían combinar el robo de tierras con el genocidio y parecían defender las virtudes tradicionalmente masculinas frente a la civilización “feminizada” que se extendía por las ciudades del Este de EEUU, el “hombre heroico” de Blüher tenía un homólogo que – gracias a las numerosas películas de Hollywood sobre los “Western” – se convirtió en el modelo a seguir de varias generaciones de jóvenes. Los héroes de los Wandervögel, en cambio, eran más bien pálidas imágenes de este ideal pionero.
En el caso de Blüher, el discurso racista acabó combinándose con arrebatos antisemitas. No obstante, Blüher se mantuvo ambivalentemente apegado al estereotipo de “los” judíos. Por ejemplo, alababa “la belleza de las hijas de Israel” (1953, 165); pero se negaba a que una mujer judía fuera la madre de los hijos de un hombre “ario” porque creía que eso haría inferiores a las “razas puras”.
Las reacciones a la trilogía sobre los Wandervögel de Blüher también fueron confusas: Uno de los críticos, Georg Schmidt, preguntó si el propio Blüher era “judío”. Karl Wilke comentó en 1913: “¡Hay algo así como una lucha entre el germanismo y otra raza!”, y opinó que Blüher había manchado el honor de las ligas juveniles germánicas con su análisis de su clandestinidad erótica. Por este motivo, Wilke condenó la monografía de los Wandervögel: “Para nosotros, el libro de Blüher es un libro enfermo (…)”. (citado en Geuter 1994, 95). En 1920 Blüher fue incluso atacado en el Völkischer Beobachter como seductor de jóvenes para llevarlos a la homosexualidad (Geuter 1994, 171).
Blüher, por otra parte, ni veneraba al “Führer” en Hitler ni lo reconocía como un “héroe masculino”. Más bien, detestaba la actitud de Hitler como advenedizo, fascinado por las masas que lo admiraban, de modo que no podía dirigirlas soberanamente, como un emperador, como un espíritu que se cierne sobre las aguas, como un padre entronizado sobre el pueblo. Según Blüher, el autoproclamado “Führer” Hitler había usurpado el “poder del Estado” que por derecho sólo corresponde a un monarca de nacimiento. Y Blüher (1953, 40) despreciaba por completo a la chusma en la forma del movimiento nazi, ese “empuje desde abajo: la subraza germánica de tipo neanderthaloide”.
La época en la que escribió Blüher distaba mucho de ser unívoca. Los discursos se solapaban, las ideas se mezclaban: de autor a autor, de libro a libro, de compromiso a compromiso. Ernst Bergmann, por ejemplo, fue uno de los críticos más duros de Blüher, un autor reaccionario que intentó encasillar a Blüher en el ejército de los “médicos sexuales de la escuela freudiana” (1932, 287). Bergmann se equivocaba al hacer este juicio, porque Blüher no era ni médico ni psicoanalista, aunque ocasionalmente trabajara como consejero por su cuenta y practicara una forma de psicoanálisis “salvaje”. Bergmann atacó especialmente el respeto de Blüher por el Eros invertido. Pues “los hombres homosexuales deben ser tratados como enfermos mentales y excluidos de heredar su degeneración por infertilización (…) por razones de raza e higiene en el arte” (1932, 288). Y el juicio de Bergmann sobre la teoría de Blüher de la “sociedad masculina” fue: “Probablemente nunca se haya escrito un absurdo mayor sobre el origen sexual del Estado” (1932, 285). “Libros como La sociedad masculina pueden escribirse, imprimirse y leerse hoy, en la época de la ilustración higiénica, del deporte, de la biología, del movimiento femenino, del movimiento juvenil, de los Días de la Madre, de las Semanas de la Salud del Reich, en el ‘Siglo del Niño’. Toda la ‘Sociedad masculina’ de Blüher es una gran vergüenza” (…) (1932, 289). Por ello, Johann Plenge llegó a escribir en 1920 un libro titulado Antiblüher. Affenbund oder Männerbund.
Antes de que la monografía de los Wandervögel atrajera a tantas mentes y convirtiera a Blüher en un escritor conocido – razón por la que a partir de entonces pudo permitirse vivir como escritor-filósofo –, sólo la esperanza de figuras masculinas luminosas había mantenido a Blüher a flote. Más tarde, sin embargo, Blüher se comparó con Kant y creyó que con su libro El eje de la naturaleza (Blüher 1949) había iniciado un giro en el pensamiento similar al de Kant con la Crítica de la razón pura (cf. Blüher 1953, 130 y ss.). Antes de ser descubierto como un autor ligado a los Wandervögel, sin embargo, sólo había sido un estudiante sin título que luchaba por ganarse la vida. Su padre le había persuadido en repetidas ocasiones para que se dedicara por fin a una profesión que le permitiera ganarse el sustento. Y: “La idea de que pudiera estar condenado a llevar una vida de hambre en habitaciones amuebladas como un bohemio (…) me resultaba casi insoportable” (Blüher 1953, 327).
Sin la reputación que Blüher se había ganado gracias a su trilogía sobre los Wandervögel, y sin la fama que le proporcionó, probablemente se habría convertido en lo que tanto despreciaba: un “literato” que vivía cerca de las alcantarillas mirando a los grandes hombres que pasaban por allí y siempre en peligro de acabar definitivamente en la cuneta.
Freud fue uno de los muchos que elogiaron el talento de Blüher como escritor. El 10 de julio de 1912 escribió a Blüher: “Sin duda, usted tiene una inteligencia penetrante, es un excelente observador y un hombre valiente y sin inhibiciones. Lo que he leído de usted es mucho más inteligente que la mayor parte de la literatura homosexual y más correcto que la mayor parte de la literatura médica (…). Además, me alegra saber que usted no se cuenta entre los invertidos, pues he visto poco bueno de ellos” (citado en Neubauer 1996, 138 y ss.). Blüher había enviado a Freud el manuscrito del tercer volumen del análisis de los Wandervögel. Y Freud le había respondido. Sí, incluso quería ayudar a Blüher a encontrar un editor. Blüher vio esto como una confirmación de su logro como autor por parte de Freud y, como escribió a un confidente, sintió que este reconocimiento le daba las armas para la confrontación con los críticos de sus tesis sobre los Wandervögel (Geuter 1994, 80).
A pesar de todo el reconocimiento por parte de autores cosmopolitas, Blüher siguió siendo un joven intelectual durante toda su vida. Se mantuvo en la pose de alumno de gramática surgido de un centro educativo prusiano en medio del bosque y cuya rebeldía se limitaba a iluminar neorrománticamente los ideales autoritarios de sus profesores al resplandor de las hogueras. Aunque Blüher adoptó “una actitud rebelde, el contenido de esta actitud” permaneció en gran medida arraigado en los viejos valores (Jungmann 1936, 704 – citado en Geuter 1994, 77). Compartía la inclinación de Schiller por los ideales. Seis años después de abandonar la escuela Blüher informa – utilizando una comparación un tanto inapropiada – de que escribió a su raptor (1953, 32). Blüher se refería a su trilogía sobre los Wandervögel.
Blüher se aferró durante toda su vida a la convicción de “que los Wandervögel estaban sometidos a la ley de la ‘sociedad masculina’ y que ésta, a su vez, era un producto y una forma de vida del antiguo Eros masculino” (1953, 37). En otras palabras, nunca pudo liberarse de su miedo a un encuentro más profundo e inestable con el otro, lo femenino, el sexo ajeno. Al igual que Weininger (cf. Nitzschke 1980), a quien se refirió en repetidas ocasiones, Blüher sufría una obsesión: podía convertirse en un perpetrador, un violador, un maltratador si se acercaba a una mujer, a menos que se convirtiera en su “víctima”, su sujeto. Así que Blüher encontró seguridad y consuelo en la defensa frontal: “Lo femenino es idéntico al deseo (reprimido) de ser violado” como dice en uno de sus escritos (1953, 305). Con ello, Blüher probablemente se refería a lo “femenino” en sí mismo, de lo que no se atrevía a tomar conciencia.
Cuando Blüher se enamora por primera vez, lo hace de un compañero de colegio, un chico judío llamado Israel (1953, 87 y ss.). El Eros varonil de Blüher se dirige hacia Israel. Al mismo tiempo, concentra su odio y desprecio en otro compañero de colegio, también judío. Con él había compartido opiniones que le desagradaban profundamente: a saber, que “la ‘llamada muerte heroica’ no se diferencia en nada de un accidente en tranvía” (1953, 93). Esto era demasiado para el joven Blüher, que al menos en su caso quería aferrarse al sentido de lo sin sentido, es decir, al héroe: el “héroe” muere por lo “grande”, lo “bueno” y lo “ideal”. Y eso es algo bueno: la elevación de la muerte sin sentido a una muerte con sentido, a una muerte heroica se corresponde con el desprecio que Blüher siente por la existencia desdeñosa del hombre medio, por la gente que no está dispuesta a poner su vida al servicio de una causa superior, de una vocación; que no quiere morir en una misión. Blüher – como todo gañán y filisteo – no sólo necesitaba héroes a los que admirar, sino también antihéroes a los que despreciar.
“Pero los años que van de los catorce a los veinte, que para la mayoría de la gente están llenos de devaneos completamente inútiles con el sexo femenino, estuvieron dedicados en mi vida al amor a los chicos y a los amigos, es decir, a un erotismo muy sustancial, al que el movimiento juvenil y los Wandervögel deben su existencia” (Blüher 1953, 90). La afirmación de este erotismo es el secreto de toda “sociedad masculina” que debía organizarse como baluarte contra dos peligros: contra el retroceso de los hombres al nivel inculto del vientre materno (la sociedad “femenina” en la que los hombres se afeminan); y contra el progreso hacia la modernidad, en el curso de la cual la diferencia entre los sexos se nivelaría y las mujeres se convertirían en hombres. Pero este era el objetivo de Weininger, que se creía el verdadero defensor de la emancipación de la mujer: la abolición de la diferencia entre los sexos en favor de un ascetismo afirmado y practicado por ambos sexos, que debería ir de la mano de la masculinización de la mujer. Blüher, por el contrario, afirmaba la diferencia de los sexos organizada según la concepción tradicional de los roles y se describía a sí mismo como antifeminista (cf. Blüher 1915; 1916).
El hombre es una gota en el océano llamado mujer. Puedes quemarte el “dedo” con ello. De modo que los “héroes masculinos” se libran de este destino: mantienen las distancias con las mujeres y permanecen en “compañía de hombres”. Utilizando palabras prestadas de otro “antifeminista” Blüher advierte del abismo llamado la mujer, al que sólo se puede aproximar con extrema precaución, equipado únicamente con cuerdas y garfios: “La mujer es ‘llenada’ por el hombre porque ella lo vacía; nosotros llenamos a las mujeres porque estamos llenos. Al final, la mujer es un agujero. Siempre ronda el miedo a quedarse insatisfecha y caer en ese agujero de aburrimiento que es un pozo sin fondo. Por eso quiere tener un hombre para siempre y por eso hace esa desastrosa pretensión de totalidad que hace tan ridículo al hombre cuando se doblega” (1953, 314).
Que hay hombres “femeninos” que pueden ser incluso peores que las mujeres fue algo que Blüher también tuvo que experimentar dolorosamente, porque había dado un “grave paso en falso” (1953, 330 y ss.). Para conseguir un prólogo para la monografía sobre los Wandervögel había ido a conocer al sexólogo Magnus Hirschfeld (sobre su vida y obra, véase Herzer 1992). Blüher había publicado un artículo sobre el problema de la homosexualidad en el Jahrbuch für sexuelle Zwischenstufen de Hirschfeld en 1913, antes de volver a enemistarse más tarde con Hirschfeld, en parte porque este artículo sólo se había publicado cambiando varios parrafos. Hirschfeld defendía una teoría de la homosexualidad que disgustaba a Blüher. Según esta teoría había transiciones fluidas entre los sexos, es decir, “estadios intermedios”, mientras que Blüher quería ver lo masculino y lo femenino claramente separados. Pero, sobre todo, Blüher no quería que sus “héroes masculinos” homosexuales e idealizados fueran etiquetados como representantes “intermedios” feminizados. Blüher veía la masculinidad como una esencia fundamental que permanecía independiente de la elección de una pareja amorosa heterosexual u homosexual, mientras que Hirschfeld defendía el concepto de androginia (masculinidad y feminidad en una misma persona). Blüher era, por lo tanto, partidario de la teoría de la bisexualidad, según la cual es posible elegir un objeto sexual del propio género o de otro sin que la identidad de género masculina o femenina esté en discusión. En relación con los hombres, esto significa que la elección de alguien del mismo sexo como tal no permite concluir que la persona en cuestión deba ser poco masculina o incluso neurótica.
Esta es una tesis central que Blüher defiende en su libro sobre La sociedad masculina (1917-19): puede haber homosexuales neuróticos, pero no todos los homosexuales son neuróticos. La homosexualidad como tal es completamente normal, expresión de una parte del erotismo humano que siempre ha contribuido a la construcción de las instituciones culturales, incluida la construcción del “Estado”. El ostracismo social y la consiguiente represión forzada del erotismo homosexual tienen un efecto patógeno, afirma Blüher. De este modo, también contradice a Freud, que veía la elección por la homosexualidad en los niños como un estadio intermedio normal del desarrollo, pero en los adultos como patológica, es decir, como una fijación del estadio infantil del desarrollo (o como una regresión a este estadio), mientras que veía la elección de la heterosexualidad como un componente del desarrollo exitoso hacia la “madurez”.
Blüher representa un punto de vista ilustrado y progresista con su actitud libre de prejuicios y de aceptación del Eros del mismo sexo. Coincide con Hirschfeld en que el deseo homosexual es innato, pero – según Blüher – en todas las personas, no sólo en las que – según Hirschfeld – pertenecen a los llamados “estadios intermedios”. Blüher comparte la opinión de Freud de que el deseo entre personas del mismo sexo es normal; sin embargo, a diferencia de Freud, cree que esto se aplica no sólo durante una fase infantil del desarrollo, sino durante toda la vida. Freud describe la diferencia entre su punto de vista y el de Blüher en una carta a Blüher fechada el 10 de julio de 1912 de la siguiente manera: “La diferencia teórica entre nosotros realmente ya no es grande. Pero creo que al considerar la relación de la inversión con la impotencia frente a la mujer usted se vería obligado a modificar su apreciación de la inversión. No puedo tomarla con total normalidad, ya que la pieza de la inhibición del desarrollo puede demostrarse fácilmente en sus condiciones” (Freud – citado en Blüher 1984, 59).
En una carta a Werner Achelis del 30 de enero de 1927, escrita años más tarde, Freud profundizo en sus diferencias con Blüher: “(…) dos mundos que permanecen separados por un abismo que no se puede salvarse” (Freud 1980, 389). Este distanciamiento también tenía que ver con el hecho de que Blüher entretanto había lanzado comentarios antisemitas contra Freud: “Los judíos a menudo producen grandes eruditos que hacen importantes descubrimientos (…). Un ejemplo de tales descubrimientos es el judío Sigmund Freud. Es certero y de un gran calibre, pero tan pronto como aborda el fenómeno del amor, su carácter básico corruptor (puramente materialismo) se hace innegablemente evidente. Estas corrientes de pensamiento sólo se vuelven fructíferas cuando pasan por un cerebro alemán capaz de resistir sus orígenes traicioneros” (Blüher 1922, 23s.). Y en una carta de 1923, que escribió a Erich Leyens, miembro judío del movimiento juvenil, Freud también condenó firmemente a Blüher. Ahora lo contaba entre esas “corrientes ‘espirituales’ en Alemania” contra las que no valía la pena luchar, porque “las psicosis populares son inmunes a los argumentos (…). Blüher es uno de los profetas de este tiempo que se ha descarrilado. Ciertamente no es el más respetable de ellos en su parte analítica. No tiene nada que ver con la ciencia analítica (…). Por qué no te vuelves hacia las cosas que pueden elevar al judío por encima de todas estas locuras y ¡no te ofendas por este consejo, que es el reflejo de una larga vida! No te impongas frente a los alemanes” (Freud citado en Neubauer 1996, 131).
Las opiniones de Freud sobre la homosexualidad sólo fueron criticadas parcialmente por Blüher. Por encima de todo, quería que el más masculino de todos los hombres, el “héroe masculino”, es decir, la figura paterna que con tanto anhelo caracterizaba, se liberara del estigma de ser un neurótico fijado en una etapa infantil de desarrollo. El héroe no debe estar “enfermo” en ningún caso; debe estar “sano”. ¿De qué otro modo podría encarnar un ideal? “La leyenda del héroe sin motivos que sólo lucha por el bien y no tiene segundas intenciones recorre todas las naciones. Estos hijos de los dioses son los favoritos de los hombres colocados en los cielos” dice Blüher idealizándolos (1917, 246 – Capítulo VII: La imagen del héroe).
Blüher se opone por tanto a Freud, cuyo punto de vista exigiría una corrección del ideal de los “hijos de los dioses”: “Freud cree, por lo tanto, que existe una patogénesis de la homosexualidad en forma incondicional. Pero no puedo aceptarlo para este tipo, el héroe masculino; habría que decir entonces con el mismo derecho: existe también una patogénesis de la heterosexualidad; en todo caso, la ontogénesis de ambos es completamente la misma. Cuando Freud dice que la inhibición del desarrollo puede demostrarse fácilmente en los invertidos, bien puedo entenderlo en el sentido de su teoría sexual: que el joven no puede hacer frente a la oscilación entre los dos sexos que se instala después de la pubertad y la falta de la meta sexual normal (en Freud: ¡el objeto sexual! - B. N.) que es la mujer y por eso invierte (…). Pero, que yo sepa, todavía no se ha encontrado un punto de inhibición de validez general (…). Por lo tanto, por el momento no se puede hablar de una patología fundamental de la inversión, sino a lo sumo (y con razón) de una parcial” (Blüher 1924, 59s.).
La patología de la inversión no es “fundamental”; sólo puede existir “parcialmente”. Y, por lo tanto, no puede ni debe interpretarse de forma fundamentalmente distinta a los heterosexuales. En ambos casos existen procesos de desarrollo sanos. Por lo tanto, la homosexualidad en sí no es una enfermedad: “Los médicos (léase Freud – B. N.) no entienden nada al respecto (…). Pero la razón por la que declaro que la literatura médica al respecto (sobre el Eros del mismo sexo – B. N.) es inferior es que los médicos sólo han visto los casos que estaban enfermos. Por supuesto que existe tal cosa. Los que no dicen sí a la naturaleza enferman (…). Pero no es un punto de vista defendible analizar un fenómeno a partir de sus casos patológicos y tomar la mayoría estadística como la ‘norma’” (Blüher 1953, 91).
Este juicio revela una peculiaridad de Blüher que le obliga repetidamente a combinar lo que está bien con lo que está mal de tal manera que el resultado final son posturas reaccionarias: Blüher es tolerante con el amor entre personas del mismo sexo y, sin embargo, sigue siendo intolerante con lo que él (con otros convencionalistas) clasifica como “enfermo”. Sus “héroes masculinos” no deben estar “enfermos”. Tienen que estar “sanos” de una manera especial. Y eso les convierte de nuevo en enfermos de un modo especial: padecen – como Blüher – la enfermedad de la idealidad. Esta enfermedad es peligrosa porque aparece como salud y porque convierte fácilmente a los entusiastas en bestias que tienen que destruir lo que no quieren ser: los “enfermos”. Se separan de los “enfermos” porque son incapaces de reconciliarse con las debilidades propias y ajenas.
Para Blüher – a diferencia de Freud – sólo existen opuestos rígidos (ideales). El hecho de que “enfermo” y “sano” sean definiciones convencionales, es decir, opuestos que se corresponden poco con la realidad, que consiste en gradaciones y “estadios intermedios” y que, por lo tanto, no puede haber nadie que no sea una cosa o la otra – sano y enfermo, hombre y mujer – varias veces al día es algo en lo que Blüher no quiere pensar. Por eso trata a los “sanos” con respeto y a los “enfermos” con desprecio. Y así describe también una visita al “Club de los Degenerados” como Blüher llamaba a la sociedad dentro de la casa de Hirschfeld. Allí se encuentra con gente variopinta más allá de los límites rígidamente definidos. Ve travestis, incluso un “suboficial” vestido “de mujer” (Blüher 1953, 333s.). Esta sociedad no se corresponde con la refinada sociedad aristocrática a la que Blüher considera pertenecer. Se aparta de este lugar horrorizado y asqueado.
Apenas unas páginas antes de esta descripción de los “degenerados” reunidos en casa de Hirschfeld, Blüher describe en sus memorias otro círculo, al que le hubiera gustado pertenecer, pero al que se le negó el acceso: el "Club de Hombres Alemanes” de Heinrich von Gleichen. “Todas mis actitudes coincidían con las de esta organización social alemana de alto rango, que representaba un punto de vista conservador. A ella perteneció el verdadero florecimiento del germanismo en aquella época entre las dos guerras mundiales. Hindenburg socializaba allí al igual que la nobleza de Brandeburgo y la industria de Alemania Occidental; miembros de la familia real, altos dignatarios católicos, abades de las famosas abadías benedictinas, incluso clérigos protestantes eran invitados o miembros habituales; el posterior Canciller del Reich v. Papen surgió de este círculo (…). Las fiestas fundacionales anuales del club reunían a la élite alemana (…). Las mujeres no eran admitidas, por lo que realmente era el ‘Estado’ el que pensaba y actuaba aquí. Después de todo, yo tenía algún mérito en este club de caballeros alemanes. Sin embargo, no me fue posible ingresar (…). Debo confesar que a menudo me sentía bastante amargado por ello” (1953, 328s.).
Blüher no quería encontrar un lugar en el “Club de los Degenerados” y no pudo encontrarlo en el “Club de los Hombres Alemanes”. La amargura de Blüher era comprensible. Y también es comprensible que no dirigiera su odio a sí mismo – que no hacía sino intensificarse por el rechazo, el insulto – contra los ideales (los idealizados), sino contra los no ideales, de los que no quería tratar bajo ningún concepto. Por eso Blüher se distanció explícitamente de aquellos a los que la alta sociedad le encasillaba en secreto. Al menos quedaba abierta una salida: el camino hacia el mundo de las fantasías literario-filosóficas, mundo en el que podría crear su propia sociedad aristocrática, la “sociedad masculina”. Aquí, “la nobleza (…) no está ahí por estatuto, sino que viene dada por la naturaleza” (1919, 222).
Entonces, ¿cuál es la esencia de la sociedad ideal que lleva la etiqueta aristocrática de los Männerbund? En la unión de los puros no hay mujeres. Esta pureza se debe a la exclusión de lo impuro. Evidentemente, se trata de una comunidad que no vive en el pecado de la diferencia. Por lo tanto, el concepto de pureza presupone la diferencia, que debe ser destruida. La destrucción hace posible la pureza. Así es como triunfa la pureza. Así es como el bien triunfa sobre el mal. Así es como el bien vive de la destrucción del mal. No hay cielo sin infierno en la tierra. Y no hay amor en la tierra sin odio, ni espíritu sin carne, ni cuerpo sin sudor. Así que no puede haber amor por el cuerpo en la tierra sin amor por el olor corporal. El amor sin olor, esa es la ficción de los puros que no pueden olerse el uno al otro.
El filisteísmo que se difunde como cosmopolitismo ideal se nutre de la proyección del odio a sí mismo y del deseo de destruir lo “impuro”. “El oscurantismo es el peligro de todas las épocas cuyo deseo es lo absoluto” (Thomas Mann 1923). Blüher lo sabe muy bien: que no puede haber actos sin motivo, “puros”. “No se dan actos de razón pura (…)”, escribe. Así que tampoco puede haber una moral desinteresada. Habría que partir de la “imposibilidad de acciones no egoístas” (1917, 241). Sin embargo, la humanidad siempre ha deseado representantes de actos no egoístas, es decir, héroes fantaseados que actúan por motivos no egoístas. Serían figuras ideales, semidioses, héroes, como los “héroes masculinos” de Blüher.
La figura del héroe es la realización fantaseada de un deseo. Blüher también lo sabe: la “fantasía del héroe es una fantasía religiosa” (1917, 242). El anhelo de héroes surge de una necesidad infantil. El héroe nace de una fantasía infantil. El fantaseador, que desea ser otro de lo que es (por el momento) se fantasea a sí mismo (por el momento) como un héroe. Este héroe es el niño que tiene que liberarse “de la suave y sensual relación con su madre”. Quiere crecer. Para ello tiene que prescindir de su madre. Para este proceso de desprendimiento necesita de un guía, un modelo, una figura ideal en la que apoyarse; a la que recurrir para sobrellevar el dolor de la separación.
Por eso, en el momento del desprendimiento y la transición, el hijo busca un hombre al que admirar, un padre con el que identificarse. El anhelo del hijo heroico que quiere convertirse en hombre no es otro que una figura paterna: “Bajo la impresión de este amor, los niños ya son capaces de acciones grandiosas y se ven obligados a ser lo más valientes y capaces posibles” (Blüher 1917, 242). El “mecanismo típico es: uno quiere ser amado por el héroe y por eso realiza actos ‘desinteresados’” (1917, 246).
Este amor del niño por el hombre paternal retorna en el enamoramiento reverente del joven, en la humildad erótica del dirigido, en la voluntad de someterse a un líder. En la fusión fantaseada con este héroe-líder las acciones sin “yo” se hacen posibles porque el entusiasta realmente renuncia a su yo. Lo entrega al líder y toma de él la medida del bien y del mal, de lo sano y de lo enfermo, de lo puro y de lo impuro.
No se puede descartar que Freud también se inspirara en los trabajos de Blüher sobre la “sociedad masculina” (1917/19) cuando escribió Psicología de las masas y análisis del yo (1921). Blüher (1924) también elogió explícitamente el principio del líder más adelante. Freud, en cambio, se quedó en el análisis de los deseos correspondientes y no siguió los raptos pseudoreligiosos de Blüher que tenían mayor alcance. Analizó la enfermedad de la idealidad, que va unida a la voluntad de sacrificarse (y convertir a los demás en víctimas) a partir de dos alianzas masculinas clásicas. Utilizando el ejemplo del ejército y de la iglesia (católica) Freud mostró cómo las necesidades infantiles de dependencia y redención conducen a la identificación con los líderes y a la obediencia incondicional.
Thomas Mann (1922) también leyó a Blüher. Mann coincidió en gran medida con su elogio de la “sociedad masculina”: “En este contexto, que sigue siendo un contexto político, me atreveré a hablar con toda la cautela y reverencia debidas de la esfera emocional especial (…. ): me refiero a esa zona del erotismo en la que la ley universalmente creída de la polaridad de los sexos demuestra haber sido eliminada, haber caducado, y en la que vemos lo semejante con lo semejante, la masculinidad madura unida a la juventud que mira hacia arriba, en la que puede idolatrar un sueño de sí misma, o la masculinidad joven unida a su imagen en apasionada comunión” (1922, 47). Sin embargo, Thomas Mann intentó proteger la alianza masculina homoerótica de las aspiraciones reaccionarias. Refiriéndose implícitamente a Blüher escribió: “El Eros como estadista, incluso como creador del Estado, es una idea que nos es familiar desde tiempos inmemoriales y que ha sido ingeniosamente propagada de nuevo en nuestros días; pero querer hacer de la restauración monárquica su causa y punto de partido es básicamente un disparate. Más bien, la república es su fuerte (…)” (1922, 48).
Según Blüher, el Männerbund surgió originalmente en oposición a la mujer-madre. Por tanto, el Männerbund de Blüher también puede entenderse como un baluarte contra los miedos y los deseos: contra el retorno de la feminidad reprimida del hijo y como protección contra el deseo del hijo de volver a la madre (a la mujer como madre). Visto así, el Männerbund sería una organización defensiva dirigida contra la regresión. Es la alianza masculina que mantienen a raya los deseos que (podrían) despertar en el hombre en cuanto se involucra en una relación (demasiado) estrecha con una mujer. En este caso, el hombre podría perder la masculinidad que tanto le ha costado conseguir, su existencia heroica, y querer volver a ser un niño. Así que ahora hay que defenderlo con la guerra. Así pues, Blüher no se defiende en realidad contra la mujer, sino contra los deseos de regresión que percibe en sí mismo cuando piensa que hay que mantener a las mujeres a distancia para seguir siendo un hombre.
Blüher sabe de lo que habla cuando se refiere a las mujeres: “Los que están en unión no pueden hundirse: todos se dejan llevar por esta confianza. Pero, ¿cómo se ha hundido el hombre más fácilmente (…)? ¿Dónde han estado sus peligros más amargos? Con su amada enemiga mortal, la mujer. ¡Ay del hombre que se enamoró de una mujer! ¡Ay de la cultura que se abandonó a la mujer! Es justo y natural que la mujer se rinda, pero el hombre que se rinde está perdido (…). La mujer se esfuerza siempre por poseer completamente al hombre. Esa trampa hacia la nada que se esconde en un lugar secreto muy bien guardado de su ser y que exige un sacrificio. Así es como la mayoría de los hombres son destruidos por sus esposas. Por compasión y deseo de ayudar, no quieren tolerar el hambre noble que hace tan deliciosa a la mujer y quieren satisfacerla. ¿Ha conseguido algún hombre hacer esto sin estropearse a sí mismo?” (Blüher 1919, 221).
El miedo a la regresión obliga al hombre a convertirse en héroe. Como héroe, el hombre es entonces – aparentemente – un hombre que puede arrojarse a cualquier abismo sin perderse a sí mismo. Como héroe, el hombre preserva su identidad en la lucha contra todo monstruo creado por la fantasía; es más, gana su identidad de héroe precisamente en esta lucha.
Leamos, pues, la obra de Blüher sobre el papel del erotismo en la sociedad masculina con un corazón compasivo. Porque detrás de la homosexualidad que rodea a los “héroes masculinos” de Blüher podemos reconocer un miedo que es inherente a todos los hombres (y de ninguna manera sólo a los hombres). Leamos, pues, el libro de Blüher con la mente alerta. Porque sólo el miedo (auto)reconocido, comprendido y aceptado nos impide reaccionar de forma violenta en nombre de los ideales.
La necesidad de disolución orgiástica de los límites y el horror simultáneo a la ruptura de los límites – de la “nada” en la mujer – exige coordenadas, estrellas fijas en el firmamento de nuestra imaginación: el Estado, el líder, el “héroe masculino”, son tales estrellas fijas, garantes de los límites de nuestro ego, que hemos interiorizado gracias al hierro y que queremos mantener mediante la disciplina. Es por ello que reaccionamos con rabia asesina contra todo y contra todos los que atacan esta coraza; muerte todos los que se hacen la vida “fácil”. Y por eso adoramos al líder que nos ayuda a experimentar la embriagadora disolución de los límites manteniendo la dura coraza. Esta es la pieza de “arte” del líder, que simultáneamente disuelve y refuerza los límites del ego de los liderados. Stefan George (1934, 9) elogió al Führer con las siguientes palabras que parecían un himno:
Tú que nos liberaste de la agonía de la dualidad Nos trajiste la fusión hecha carne Uno y diferente a la vez: embriaguez y resplandor.
Bibliografía
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radioshiga · 3 months
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Chinesa homenageada por salvar família japonesa
Suzhou, Província de Jiangsu, China, 03 de julho de 2024 – Agência de Notícias Xinhua – A cidade chinesa de Suzhou, próxima a Xangai, homenageou Hu Youping na terça-feira (2) com um certificado de “modelo justo e corajoso” após ela ter falecido salvando uma mãe japonesa e seu filho durante um ataque a faca na semana passada, segundo a mídia local. Altos funcionários da cidade de Jiangsu, lar de…
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obsesseddiary · 3 months
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O sangue é uma raridade preciosa nestes tempos de paz desonrosa, e as glórias das grandes raças do passado hoje não passam de vetustas fábulas.
Drácula (Bram Stoker)
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geekpopnews · 6 months
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Crítica - Jorge da Capadócia
"Jorge da Capadócia": épico emocionante sobre fé, heroísmo e a grandiosidade da história! ⚔️ Confira a crítica: #jorgedacapadócia #cinema #fé #herói #história
São Jorge, ou Jorge da Capadócia, é um dos santos mais queridos e possui devotos em várias religiões, incluindo a Igreja Católica, Igreja Ortodoxa e religiões de matrizes africanas. “Jorge da Capadócia” é o filme que retrata a história do santo guerreiro São Jorge, uma figura amada e venerada por muitos no Brasil. A produção cinematográfica dirigida por Alexandre Machafer é épica e emocionante,…
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socha-sans-jabaloi · 10 months
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OPA! Los Héroes Pequeños.
¡OPA! ¡Observa, Piensa, Actúa..! ¿ Quien de ustedes ha sido testigo o se ha enterado de un acto heroico en su comunidad? Al hacer yo esta pregunta seguramente su mente empieza a buscar archivos mentales para encontrar una respuesta, noticias leídas en los diarios, o relatos de amigos y familiares Aunque son pocos los reportes de actos heroicos que encontramos en los periódicos, la verdad es…
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williamocosta · 11 months
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ANDA O HERÓI(?)
William Costa
   Anda o herói(?) sob densas copas:
   lhe bloqueiam luz(?); lhe dão frutas, porém.
   E ele segue a trilha, segue as rotas;
   se pergunta se nelas se mantém(?).
   Anda o vilão(!) à luz do seu dia,
   em visível campo invisível.
   Nada teme, nada (ha)via;
   segue o plano, insensível.
   Anda o herói(?) sob, apenas(?),
   finos(?) feixes de luz.
   Difícil caminho, invisível alvo;
   a certeza(?)... o seduz.
   Muda o herói se não suporta o caminho,
   fugindo da noite(?), desviando do espinho.
   Muda o vilão se nota a verdade
   e adentra a selva de luz (s)em claridade.
   Perde o vilão ao achar que venceu,
   ao sumir de seu chão e ao domínio do breu.
   Vence o herói na certeza do que parece incerto(?)
   Se mantendo em rota,
   mesmo que incerta(?), mesmo que...(?)
   Anda o herói(?) na noite(?) fria,
   na luz/na selva anda, todo dia,
   toda a vida.
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cecillian-hobbies · 2 years
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Reporte de investigación: cultura oral griega, epopeya y ars poética
Este ensayo fue originado de un reporte de investigación, acerca de la cultura oral griega, epopeya, arte poética y sus aplicaciones en el campo literario.
Introducción La literatura grecolatina es una materia importante para el desarrollo de distintos escritos, como son la épica, la poesía, el teatro, narrativa histórica y construcción de personajes (Morales, 1994). Ha permitido la conceptualización de ideas a través de una secuencialidad emocional, así como una fluidez histórica con cierto toque de misticismo y heroísmo. Por ello, en este ensayo…
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soubaim · 2 years
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Heróis anônimos da Liberdade
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Portrait of writer Vitorino Nemésio (1901–1978) — Abel Manta, 1966 (Museum of Angra do Heroísmo)
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leoelv3ncedor · 2 years
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Un dibujo que hice de Izuku y Takeshi yendo juntos a la UA (Sé que fallaron algunos elementos, pero hice lo mejor que pude :'v)
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verdadeatona · 8 months
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Ratos de Túnel: a missão mais perigosa da Guerra do Vietnã #ratosdetúnel
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filipefrancoartwork · 11 months
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1mikel2 · 2 months
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«No eran las ideas las que salvaban al mundo, no era el intelecto ni la razón, sino todo lo contrario: aquellas insensatas esperanzas de los hombres, su furia persistente para sobrevivir, su anhelo de respirar mientras sea posible, su pequeño, testarudo y grotesco heroísmo de todos los días frente al infortunio».
-Ernesto Sábato-
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mutant-distraction · 2 months
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Azores islands
The Azores Islands, an autonomous region of Portugal, consist of nine volcanic islands located in the North Atlantic Ocean:
1. Geography: Situated approximately 1,360 km (850 miles) west of mainland Portugal, the islands are grouped into the Eastern Group (São Miguel and Santa Maria), the Central Group (Terceira, Graciosa, São Jorge, Pico, and Faial), and the Western Group (Flores and Corvo).
2. Volcanic Origins: Predominantly of volcanic origin, some volcanoes on the islands are still considered active. Mount Pico on Pico Island is the highest point in Portugal, rising 2,351 meters (7,713 feet) above sea level.
3. Natural Beauty: Known for their stunning landscapes, the Azores feature crater lakes, thermal springs, verdant valleys, and rugged coastlines. The islands are a paradise for nature lovers and outdoor enthusiasts.
4. Culture and History: Influenced by Portuguese, Flemish, Spanish, and Moorish traditions, the Azores boast UNESCO World Heritage Sites like Angra do Heroísmo on Terceira Island, renowned for its well-preserved architecture and historical significance.
5. Tourism: The islands attract tourists interested in activities such as hiking, whale watching, diving, and exploring volcanic caves. They offer a unique blend of adventure and relaxation in a pristine natural environment.
6. Local Cuisine: Azorean cuisine highlights fresh seafood, dairy products, and traditional dishes such as cozido das Furnas (a stew cooked underground by volcanic heat) and queijadas (cheese pastries).
The Azores Islands provide a distinct and captivating destination for travelers seeking a combination of natural beauty, cultural heritage, and outdoor adventure in Europe.
📸:karolnienartowicz
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rinconliterario · 3 months
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Voy a decirlo de entrada para el que quiera entender: son penas muy encimadas el ser pobre y ser mujer. Trabaja toda la vida apenas para comer. Tiene las penas del pobre y más las de ser mujer: La rica tiene derechos, la pobre tiene deber. Ya es mucho sufrir por pobre y encima por ser mujer. Está tan desamparada y es madre y padre a la vez. Derechos, ni el de la queja, por ser pobre y ser mujer: Se hacen muchos discursos sobre su heroísmo de ayer: En el papel la respetan. Pero sólo en el papel. Y lo repito de nuevo para el que quiera entender: Son penas muy encimadas el ser pobre y ser mujer. Carmen Soler.
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