𝐋𝐀 𝐂𝐀𝐈𝐃𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐑𝐃 𝐕𝐎𝐋𝐃𝐄𝐌𝐎𝐑𝐓.
― 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐕: la destrucción de benjy fenwick.
TRIGGER WARNING: Violencia excesiva.
Con participaciones de Andromeda Tonks ( @medatnks ), Rosalind Bungs, Emmeline Vance ( @emmmelinevance ), Baptiste Travers, Bellatrix Lestrange, Barty Crouch Jr. ( @crouchjr ), Amycus Carrow, Frank Longbottom, Alice Longbottom ( @she-is-alice-watson ), Dorcas Meadowes ( @dorcasdoemeadowes ), Gideon Prewett ( @gidsprewett ), Fabian Prewett ( @itsfabianprewett ), Sturgis Podmore, Remus Lupin ( @werewolf-moony ) & Sirius Black ( @ohcaptainblack )
𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐈.
narrado por moony.
Para Abigail Goldstein, empezó esa noche.
Sus tíos abuelos habían sido héroes de guerra. Creció escuchando las historias del gran Newt Scamander; el tiempo donde Gellert Grindelwald aterrorizó no sólo a una nación, también al mundo entero. Jamás la preparó para encontrarse en medio de una verdadera guerra. Sólo eran retratos de vivencias alejadas de su propia existencia, manchas borrosas de imaginación, no los atemorizantes sonidos que escuchaba mientras se ocultaba bajo un escritorio en el Ministerio de Magia; un puñado de inferi atacaba el lugar.
Era una empleada más en el Departamento de regulación y control de las Criaturas Mágicas. A pesar de su apellido, no era más que otra novata en la oficina. Se suponía que no debía lidiar con este tipo de eventos. Aquel ataque atañía a los aurores, ¿no deberían estar devastando su oficina? Se encogió al escuchar pasos agigantados, intentando no producir ruido alguno. En frente de ella se encontraba otra compañera, la cual le observaba desde su punto, aterrada. Los pasos continuaron acercándose y su corazón se encogió al oír a la criatura en breve proximidad. Inspiró profundamente y cerró los ojos, deseando que se marchara, que todo terminara.
Parecían golpes en el suelo con la violencia que se movía el inferi. Abigail abrió los ojos tras escuchar un sonido más intenso, casi dándose en la cabeza con el escritorio en el proceso. Un silencio procedió y después escuchó claramente la voz de uno de sus compañeros.
― ¿Qué...? ¿Qué es eso-? ―el balbuceo fue reemplazado por un alarido. Abigail colocó sus manos sobre su boca, tratando de no soltar ningún ruido a la par que oía perfectamente como el inferi, aquella criatura propia de un cuento de terror, despedazaba a su compañero. Sólo había escuchado sobre los inferi en historias... No en la realidad. Los gritos, suplicando ayuda, no pararon por varios minutos, alargándose estruendosamente mientras las lágrimas se agolpaban en las esquinas de los ojos de Abigail, su corazón latía desbocado en su pecho. Entonces el silencio retornó. Segundos que duraron horas se extendieron mientras esperaba que eso no viniera por ella, o por su compañera. Ansiaba salir de ahí.
De pronto una mano, de apariencia espantosa, haló violentamente a su compañera. Evitó gritar. Su nombre resonó varias veces: Abigail, Abigail, Abigail, mientras la criatura cumplía su cometido. Exclamaciones de súplica que no atendió, porque si asomaba la cabeza, tampoco viviría para contarlo.
El cuerpo ajeno cayó sobre el piso, y Abigail volvió a pegar un brinco. La sombra cubría la mayor parte, pero alcanzaba a atisbar un par de dedos cubiertos de sangre. Era su turno. El terror se apoderó de su persona, se cubrió la cabeza y chilló, esperando que, por alguna razón, esa criatura le permitiera marcharse.
Escuchó una voz y en seguida un empujón. ― ¿¡Hay alguien aquí!? ―Vociferó un hombre, y el aire volvió a llenar sus pulmones tras oír a un humano. Salió lentamente, el horror presente en sus facciones tras mirar no sólo el cadáver del inferi, también el de sus dos compañeros. Apagó un alarido creciendo en su garganta, y estremeciéndose por el terror, avanzó hacia el auror a toda prisa.
Le condujo a una salida, pero lo que Abigail vio se quedaría impreso en su cabeza por siempre. Personas tendidas en el suelo, privadas de la vida. Un silencio, un terrible silencio que parecía no acabar.
* * *
Hacia un año que Astraea Proudfoot había tomado control de la Oficina de Aurores, pero la noticia corrió por todas partes. Su anterior ayudante había partido rumbo a Noruega, y el puesto estaba libre. Vio el anuncio una tarde, mientras buscaba algún trabajo. Desde aquel ataque, renunció a su empleo en el Ministerio y su vida había ido de arriba a abajo. Necesitaba estabilidad, necesitaba... Una forma de observar el interior.
Se dio cita esa mañana para las entrevistas. Un montón de magos dispuestos a postularse. Uno repasaba la lista de jefes de otros departamentos, tratando de memorizar cada uno sin falta; otra recordaba la última vez se encontró en aquella oficina; un muchacho joven luchaba contra sus nervios.
Hace unos años se habría hartado con la cantidad de ruido que escuchaba. De niña fue necesario que la educaran en casa, porque cada vez que atravesaba una puerta, escuchaba cada pensamiento a su alrededor. Maldito gen legeremante de los Goldstein. Tras años de clases, ahora era capaz de manejarlo. Ninguna mente estaba fuera de su alcance... A excepción de los que podían contrarrestar sus poderes.
― ¿Abigail Goldstein? ―se puso de pie en cuanto fue llamada, escuchando los comentarios negativos que sonaban en las cabezas ajenas mientras se dirigía al interior de la Oficina de Astraea Proudfoot. Si las personas supieran que sus pensamientos no estaban a salvo, seguramente les dedicarían mayor cuidado.
― ¿Una Goldstein, eh? ―Proudfoot le observó detrás de sus gafas, trasladando su vista del pergamino al rostro de la muchacha. Abigail se limitó a asentir―. ¿Qué hace una Goldstein buscando trabajo? Pensé que tendrían la vida resuelta.
Pues no. Al menos que fueras hija del mismísimo Newt Scamander, sólo eras un apellido más. Nadie llamaba a Tina una Goldstein, la llamaban Tina Scamander. Abigail negó con la cabeza.
― Educada en casa, dos hermanos... ¿Por qué no fuiste a Ilvermony?
La mirada intrigada de aquella mujer se clavó en la propia. Abigail se tomó su tiempo para revelar: ― Soy legeremante. No soportaba escuchar todo lo que los demás pensaban.
Proudfoot la contempló por un instante y al siguiente soltó una carcajada de incredulidad, seguramente pensando que se trataba de una broma.
― ¿Te ha servido esa mentira antes? Por favor, que tu tía abuela fuera legeramente no significa que tú tendrías el don. Eres muy lejana a ella.
No dijo nada al respecto, permitiendo que la mujer avanzara en su examinación. Intercambiaron un par de preguntas usuales. Sin embargo, todo ese tiempo notó aquella intriga en la mirada de Proudfoot, cómo si tratara de descubrir algo. ¿Pero qué?
En verdad quería ese trabajo. Tenía atrasada la renta del mes, y otros varios gastos se asomaban por su cabeza. Regresó a casa nerviosa. Quizá sí...
Mojó su pluma con tinta.
“Querida tía Tina:
Hola. Sé que no respondí tu última carta desde hace meses. Estuve muy ocupada, lo lamento. ¿Cómo se encuentran tú y el tío Newt? ¿Lograron resolver el problema con la salamandra? Por favor extiéndele mis disculpas también.”
Agregó un par de párrafos sobre su aburrida vida, porque a la familia le encantaba leer al respecto. Después, fue directo al punto:
“He estado buscando trabajo. Sí, el empleo en la librería no funcionó bien. Siempre he pensado que debo mirar más allá, cómo decía mi madre, y tengo un enorme favor que pedirte.
Hay un puesto disponible en la Oficina de Aurores en el Ministerio de Magia, como ayudante de la nueva jefa de aurores. Las cosas están empeorando aquí... Y quiero ayudar tanto como pueda.
¿Crees que podrías escribir una carta de recomendación? Estoy segura de que a la jefa de aurores le impresionaría leer de ti. No te pediría este favor si en verdad no quisiera este trabajo, pero lo necesito... Quiero hacer algo bueno.
Disculpa si es ofensivo de mi parte, espero no molestarte.”
Otros renglones más sobre lo que fuera, bla, bla, bla.
“Espero te encuentres bien. Gracias por tu tiempo.
Con cariño,
Abigail.”
Mandó a Julian, su lechuza, con aquella carta atada a la pata. Y esperó lo mejor.
* * *
Tres días después despertó por un golpecito en la ventana. Abrió los ojos, desperezándose. En su campo visual apareció su lechuza, cargaba algo en el pico. Una sonrisa surgió en las facciones de Abigail mientras se levantaba rápido de su cama, asiendo la carta.
“Querida Abigail:
Me alegra escuchar de ti. Newt y yo nos encontramos en Hungría en una investigación, no puedo darte muchos detalles por ahora...”
Bla, bla, bla. Leyó rápidamente, acechando con la mirada lo deseado. Ah, ahí estaba.
“No te preocupes, es un favor que me encantaría cumplir. Me alegra leer que estés decidida a hacer un cambio positivo. Las noticias sobre la guerra nos han llegado de poco en poco... Es horrible.”
Sí, ella bien lo sabía. Lo vivía a cada día. Por eso necesitaba este trabajo. Finalmente sus ojos encontraron lo ansiado:
“Con gusto te envío esta carta de recomendación. Espero que te sea de utilidad. Si necesitas algo más, sólo escríbeme.”
Y más bla, bla, bla. Emocionada, abandonó la carta de su tía sin siquiera leer las últimas líneas; podría dejarlo para después. Tomó el papel atado a la pata de Julian, abrió el sobre y echó un vistazo.
Inmediatamente se arregló para acudir al Ministerio.
* * *
Dos días después fue llamada a la Oficina de Aurores.
― Excelentes currículums. Cada uno de ustedes ―Astraea Proudfoot se paseó en frente de los postulantes, mientras formaban una fila delante de su escritorio. Una media sonrisa halaba de la esquina derecha de los labios de la auror―. Pero hay uno en particular que llamó mi atención, y me dejó con una enorme duda... ―pausó, colocando sus manos en el respaldo de su silla―. ¿Alguien aquí conoce el nombre de mi esposo?”
Los postulantes se miraron entre sí. Abigail pensaba que Proudfoot era soltera... En seguida los postulantes empezaron a soltar nombres, tratando de encontrar la respuesta, siendo rechazados por la jefa una y otra vez. Confundida, Abigail se centró en Proudfoot, y leyó su mente.
― Alfred ―emitió tras un instante. En ese preciso momento Proudfoot la volteó a ver, y la sonrisa que deseaba extenderse por sus labios, finalmente culminó.
― Gracias a todos. Se les será informada mi decisión lo más pronto posible. Que tengan un buen día.
Abigail no estaba segura de acertar, miró por encima de su hombro cuando se dio la vuelta para seguir a los demás, pero Proudfoot ya les había dado la espalda.
Dos días después Proudfoot la citó a su oficina.
Emocionada, arribó media hora antes, y sólo diez minutos después ya estaba en la oficina de la jefa de aurores.
― Felicidades, Goldstein. Tienes el trabajo ―reposó sobre su escritorio la carta de recomendación que Tina había enviado. Una sonrisa visible en la expresión de la mujer. Entonces, agregó: ― No tengo esposo.
Entonces comprendió, y también le sonrió.
* * *
― Madame Proudfoot no se encuentra disponible, pero puedo agendar una cita si desea ―buscó un pergamino cercano. El mago frente a ella rechistó, molesto por la ausencia. De mala manera dejó sus datos, y Abigail le aseguró que pronto estarían en contacto.
Entró a la oficina de Proudfoot minutos después.
― Un mago vino a buscarla. Quería discutir sobre el robo de unas pociones, no estoy muy segura… ―depositó el pergamino sobre el escritorio de la mujer, la cual se encontraba ocupada redactando una carta.
― Abigail... ―Proudfoot alzó la vista―. Cierra la puerta. Tengo algo de qué hablarte.
* * *
Detestaba el lugar. No conocía a ninguna de esas personas, incluso su lejana prima Penelope y su hermano eran desconocidos. Las únicas identidades reconocibles eran sus compañeros de oficina.
Pero Abigail contaba con un plan, un propósito. Sí, era parte del rango de edad con sus 29 años, más, estaba ahí por otra razón.
― Buenas noches, Madame Proudfoot ―ingresó a la Oficina de la Jefa de Aurores, o lo que pretendía ser su oficina en la Academia donde el campamento se llevaba a cabo.
― ¿Y bien? ―La mujer alzó una ceja al recibirla.
― No noté nada extraño.
― Mmm.
La mujer no lucía convencida, y Abigail se mantuvo ahí, de pie, a espera de una próxima indicación. Su jefa solicitó que si escuchaba algún “rumor fuera de lo común”, le comunicará lo más pronto posible. La puerta se abrió de pronto y Goldstein volteó a ver.
― Madame Proudfoot ―saludó un hombre de mayor edad. Abigail lo reconoció, era un auror, ¿cuál era su nombre?
― Blishwick ―emitió la mujer en respuesta. Abigail observó al sujeto acercarse al escritorio de la jefa de aurores.
― Correspondencia ―en ese momento observó de reojo a Abigail, ella se mantuvo quieta. Abandonó la habitación poco después.
― ¿Puedo ser de ayuda en algo más? ―inquirió Goldstein. Su jefa abría aquel paquete con cuidado. Pasaron unos cuantos segundos en silencio.
― Ven, siéntate ―le indicó, arrastrando con su varita una silla hacia la esquina de la oficina. Abigail lo consideró un acto peculiar, pero de todas formas obedeció. Se situó sobre el silloncito. Proudfoot sostuvo un sobre oscuro entre sus dedos. La atmósfera cambió súbitamente―. Escucha.
El sobre se alzó en el aire, y de él surgió una voz. Una voz amable, aterciopelada, y de alguna forma imponente.
“Querida Astraea, he recibido tu mensaje” se trataba de un howler, ahora comprendía. “Blishwick me ha informado de la situación. Ellos están listos” la voz continuó, incertidumbre se sembró en el semblante de Abigail ”¿Qué has hecho con la chica? Es nuestra oportunidad, Astraea. No la desperdicies. Nos hemos desecho de Alastor Moody, pero él es sólo un peón en el sistema, necesito los nombres. No me decepciones.”
Paso seguido el sobre se consumió en llamas, y la quietud imperó en la sala.
― ¿Sabes por qué estás aquí, Abigail? ―Preguntó Proudfoot. El rostro lleno de extrañeza de Goldstein se volvió hacia ella.
― Para ayudarla.
Proudfoot sonrió.
― No te escogí por la carta de tu tía, aunque fue encantadora ―aclaró, observando con gentileza a Abigail. Sin embargo, detrás de esos ojos verdes percibía algo más―. Mencionó que querías hacer un mundo mejor, ¿es eso cierto?
Abigail sabía que no. Sólo quería entrar al Ministerio, en una posición sencilla de conseguir, para estar adentro del sistema, para escuchar, y para evitar que un día fuera ella a quien un inferi despedazara. Sólo por eso estaba ahí.
― Sí ―mintió.
― Esta es tu oportunidad.
* * *
Recargada contra la pared intentaba escuchar. Se estaba quedando dormida. Sus pensamientos eran tan banales, tan estúpidos. Cansada, anduvo lejos de ahí, buscando un nuevo blanco. Quizá alguno de los magos que habían abandonado la comunidad purista. Tomó asiento y fingió leer mientras escuchaba los pensamientos de Andromeda Black, ahora Tonks.
Así pasaba el día, buscando entre mentes. Nada, nada, nada.
Hasta que el nombre de Alastor Moody sonó en la mente de alguien. Abigail volteó a ver a la persona en cuestión, una muchacha castaña. Era una auror, pero no recordaba su nombre.
― Hey ―un sujeto se le unió. Abigail escuchó interesada, aunque sólo se trataron de un montón de quejas. En cuanto la desconocida volvió a quedarse sola, pudo escuchar claramente sus pensamientos.
Con cuidado de no ser descubierta la siguió hasta que desapareció en su habitación. Le informó a Proudfoot sobre el avance, y entonces por varios días continuó examinando a la muchacha. Auror, casada con un muggle, un hijo... ¿Qué le escribía a Moody?
La siguió y la siguió. La escuchaba durante el desayuno, y durante la cena. Durante las clases, y durante los tiempos libres. Pero no revelaba nada.
A estas alturas creía conocer un montón de información absurda sobre ella. Estaba cansada.
Hasta esa mañana.
Contaba los cristales de la ventana mientras escuchaba no muy lejos los pensamientos de la joven. Entonces escuchó a alguien más. Por curiosidad continuó oyendo. Se trataba de un joven castaño, alto, de ojos marrones.
Había pensado en la Orden del Fénix… ¿Qué rayos era la Orden del Fénix? Abigail no tenía ni la menor idea de qué significaba eso, pero entonces recordó ver la palabra en las paredes del Callejón Diagon hace unos meses, acompañada de... Un ave fénix.
Corrió hacia la Oficina de Proudfoot tan rápido fue capaz. Desgraciadamente no dio con ella, únicamente con Blishwick.
― ¿Buscas a Proudfoot? ―indagó el auror al notarla tan ansiosa.
― Sí, tengo un par de preguntas. ¿Sabe dónde se encuentra? ―inquirió, golpeando el suelo con su pie repetidamente a causa de la adrenalina.
― No tengo idea ―contestó Blishwick, pero Abigail supo que mentía tras oír sus pensamientos.
― ¿Está con él, no? ―cuando lo mencionó, el auror pareció congelarse por un instante. Le dirigió la mirada de manera muy cuidadosa.
― ¿Perdón?
― Proudfoot. Está con el Señor Tenebroso, ¿no es así?
Blishwick le observó anonadado por segundos. Una sonrisa socarrona cruzó sus labios al tiempo que comenzaba a avanzar lentamente hacia ella. Abigail arrugó la frente.
― ¿Estás acusando a Proudfoot de traición?
Abigail negó con la cabeza.
― Puedo leerte la mente, Blishwick. Sé donde está... Y eso me dice que entonces tú también... Eres uno de nosotros.
El mago pareció sopesar lo dicho, y después soltó una risa cargada de incredulidad.
― Claro que no puedes leer la mente.
En aquel momento ingresó a la mente de Blishwick con todo su poder. Vio todo. Lo vio hablando con Proudfoot al respecto, y lo vio despedirse de su familia hace unos días, y observó… Observó la marca.
― ¡¿Qué demonios haces?! ―profirió Blishwick después de que abandonara su cabeza. Abigail lo contempló impresionada, avanzó con confianza y alzó de un tirón la manga que cubría el antebrazo del auror. Ahí estaba otra vez. La misma marca, la que la perseguía desde ese día en el Ministerio.
― Te lo dije, sé leer mentes.
* * *
Proudfoot aún no regresaba, y la noche caía sobre el campamento. Era el último día, ¿y si este sujeto se escapaba y jamás lo volvían a ver? Es decir, debía existir un registro de quien era, pero entre tantos nombres, ¿cómo lo descubriría?
No podía dejarlo así, necesitaba saber. Tomó su varita y avanzó por el lugar a paso firme, buscando indicios del sujeto. Las personas se preparaban para ir a cenar, aliviadas de que el campamento culminaba. Ella sentía todo menos alivio. Tenía una pista y... La necesitaba.
Continuó por los pasillos y, cómo si fuera un regalo del destino, una señal de que lo merecía, el tipo surgió a la distancia. Abigail sonrió, complacida. No había nadie más, y él no la había visto... Iba a hacerlo, iba a...
Alguien se le tiró encima.
― ¡Oye! ―la llamó una voz, un rostro femenino surgió frente a ella―. ¿Qué ibas a hacer?
Abigail forcejeó con la contraria.
― ¡Déjame en paz, no iba a hacer nada, yo-!
Gritos empezaron a crecer por el lugar, distrayendo no sólo a Abigail, también a la causante de su caída.
Alaridos avisaban sobre fuego. Mierda, lo había olvidado. Era el ataque, y-
Y cuando volteó ya no estaba el chico.
Abigail consiguió quitarse de encima a la extraña, aprovechando la confusión. Corrió y corrió, tratando de encontrar al sujeto, pero el humo empezaba a extenderse y no importaba para donde mirara, no estaba.
Enfadada continuó su camino, la gente huyendo, buscando una salida desesperada. Ella buscaba algo más. Maldita sea, ¿dónde estaba? ¿Dónde?
El humo terminó venciéndola y se desmayó.
* * *
Estuvo en el hospital un par de días. En cuanto la dieron de alta, corrió al Ministerio, como si se tratara de otro día normal. Proudfoot no estaba, le comunicaron que había salido herida en el ataque. Vale, entonces investigaría por su cuenta.
Buscó cualquier indicio en los archivos del Ministerio. Maldita sea, no tenía ni idea de quién era aquel tipo. Rendida se dejó caer en la silla de su escritorio. Entonces, como si fuera el destino, el mismo individuo apareció en la Oficina de Aurores. Abigail lo observó, tratando de ocultar su sorpresa. Le devolvió la sonrisa en forma de saludo. Sin embargo, dejó un par de papeles y se marchó.
Inmediatamente se levantó, dispuesta a seguirlo y entonces...
― Goldstein ―le llamó la voz de Dawlish, uno de los aurores. Abigail volteó a verlo―. Acompáñame, ahora ―la indicación produjo extrañeza en ella, y aunque deseaba ir en búsqueda del muchacho, siguió a Dawlish porque era el tipo de sujeto que te lanzaría una maldición si no acatabas sus órdenes.
* * *
No volvió a poner pie en el Ministerio en semanas. Alguien la había acusado como posible sospechosa del ataque. Aquella estúpida niña que había evitado atrapara a aquel sujeto. Dado que era la ayudante de la Jefa de Aurores, todo el proceso se mantuvo en secreto, lo más quieto posible. Finalmente la encontraron inocente, pero el preciado tiempo perdido no se lo regresaría nadie.
En cuanto fue capaz de regresar a la oficina, se encargó de revisar los papeles que hace semanas el desconocido había depositado en su escritorio. La única información dentro eran un montón de documentos sobre un exconvicto, proveniente de la Oficina del Uso Incorrecto de la Magia. Firme en su decisión, apuró el paso y se dirigió a la misma. Quizá ahí hallaría otra pista.
Al arribar se topó con un muchacho. De hecho, lo conocía.
― Hola, Derrick ―saludó con una sonrisa amable, adentrándose en el lugar―. Soy Abigail Goldstein, yo-
― Sé quién eres ―le contestó de manera cortante, provocando sus sorpresa.
― Eh, bien… Madame Proudfoot necesita una lista de todos los empleados de la oficina, urgentemente ―emitió, dejando pasar por alto la grosería del contrario. La respuesta fue una mirada llena de incredulidad.
― ¿Por qué?
Continuó tratando de mostrarse afable y dispuesta―. No tengo idea. Sólo me lo pidió.
― ¿Y por qué no viene ella? ―inquirió Derrick tras una larga pausa.
― Porque yo soy su asistente ―aclaró amistosa, empezando a perder la paciencia internamente.
Derrick no pareció desistir―. Sé quién eres, Goldstein. Sabemos que eres sospechosa por el ataque en el Campamento ―la acusación provocó que Abigail formara una línea tensa en sus labios. La voz del contrario fría cual tímpano de hielo.
― Me nombraron inocente ―esclareció rápidamente.
― ¿Y? ¿Eso te hace inocente?
Abigail apretó la mandíbula.
― Necesito la lista, Derrick.
― Pues tendrá que venir tu jefa por ella.
― No puede, está-
― No te daré nada, Goldstein.
― Pero Madame Proudfoot-
― Largo.
Por un instante consideró maldecirlo, sacarle toda la verdad, pero si volvía a actuar violenta podría meterse en problemas una vez más. De modo que se limitó a sonreír y se dio media vuelta. Marchó lejos de ahí.
Sus intenciones se vieron arrojadas a la basura en unas horas, cuando Proudfoot le comunicó sobre un trabajo especial. Esa misma noche se vio obligada a dejar su casa en Londres.
* * *
Tiró sobre el piso de su apartamento su maleta. Agotada, caminó hacia su viejo sillón. Había vuelto a casa, hacia tanto que no ponía pie en Londres. Por meses dio la vuelta al mundo. La confiable informante del señor tenebroso, la llamaban. Pero al fin estaba protegida, sana y salva, cómo tanto lo deseó. Su familia creía que estaba de viaje con su prometido, una identidad creada para engañar. Ahora regresaba, estaba feliz, y muy cansada.
Habían logrado mucho gracias a su información, inclusive podía jactarse de ser una de las estimadas ayudantes de Lord Voldemort. Jamás imaginó terminaría así, pero lo valía. Mientras leía día a día sobre muertes y desapariciones, ella continuaba viva. En lugares lujosos, con seguridad a su alrededor, sin que nadie le tocara un pelo.
No necesitaba el tonto trabajo del Ministerio. No pensaba regresar. La comodidad de su mundo era todo lo que deseaba.
Satisfecha, escribió esa noche una carta a sus padres, informando su arribo. No creía que alguna vez en su vida hubiese estado tan feliz.
Eso cambió la siguiente mañana.
Caminaba por una calle muggle, sonriendo a la vida, y de pronto se le fue el aire. Ahí, frente a ella, estaba él.
El mismo chico. Con el cabello castaño y sus ojos café, y la sonrisa amable que dirigía a todo el mundo.
Casi lo había olvidado. Estuvo tan obsesionada con él por semanas… Ahora estaba ahí nuevamente.
Se escabulló entre la gente, y se acercó cuanto pudo. Estaba en compañía de dos chicas y un muchacho. Cada uno tan desconocido como los otros.
― ¡Benjy, Benjy ven! ―lo llamó una de ellas, agitando su mano. Sus ojos se abrieron de par en par al escuchar el nombre.
Con sigilo les siguió. Platicaban de tonterías. Dieron vuelta en una calle y luego en otra. Había aprendido a esconderse como una profesional, por supuesto que no la verían.
Entró a la misma cafetería que el grupo. Disimuladamente los observó de reojo mientras observaba el menú. Más tonterías. El muchacho se levantó y caminó hacia el mostrador. Abigail tomó aquella acción como señal para ponerse de pie igualmente y caminar cerca, como si observara los platillos del lugar.
― Disculpe, ¿a nombre de quién? ―alcanzó a escuchar al empleado.
― Benjy, Benjy Fenwick.
No tuvo tiempo de sonreír, porque cuando se dio la vuelta, trastabilló con ella.
― Disculpa, ¿estás bien?
Aquel par de ojos castaños la miraron, aquellos con los que estuvo obsesionada por semanas. Y una sonrisa enorme creció en sus labios, una sonrisa radiante.
― Claro. No hay problema.
Benjy se alejó tras sonreírle. Abigail volteó a verlo, sin perder la expresión en su rostro.
* * *
― El señor tenebroso solicita tu presencia ―la voz de Travers la sacó de sus pensamientos. Abigail alzó la cabeza para mirarlo con confusión.
― ¿Perdón?
― El señor tenebroso quiere que vengas con nosotros. Vamos a terminar con Fenwick esta noche.
A pesar de todos los meses que pasó de aquí a allá informando, ni una vez había estado en presencia en un ataque. Ella se mantenía encerrada en alguna mansión lujosa, o el hotel en cuestión, mientras los mortifagos se manchaban las manos. Ella no…
No comprendió porque Lord Voldemort deseaba tenerla ahí.
― ¿Por qué?
― Piensa que es una forma de agradecerte por todo lo que has hecho. Tú hiciste esto.
Lo contempló en silencio, asimilando sus palabras mientras Travers se marchaba. No estaba segura de querer presenciarlo, un asesinato. Porque era eso lo que empezó todo, ¿no? Recordó los rostros sin vida de sus compañeros en el Ministerio. Después el de Benjy Fenwick.
Para ella comenzó esa noche.
𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐈𝐈.
narrado por dannie ( @mudblood-benjy )
Desde que había terminado el campamento, algo no dejaba estar tranquilo a Benjy, pues en su mente, sabía que aquel evento había sido elaborado para sacar información sobre quienes apoyaban a la Orden o incluso quienes la formaban, y aunque había sido cuidadoso nada la aseguraba que estaba a salvo, realmente ningún miembro de la Orden lo estaba, ni quienes estaban cerca de ellos.
Un año había pasado, y aunque había una cierta calma en el aire, Benjy no podía estar tranquilo, especialmente cuando un par de cartas curiosas arribaron a casa. Desde entonces había comenzado a mantener un tanto alejado de todos los que le importaban. Ahora había por fin decidido mudarse a una cabaña un tanto alejada de todos, misma cuya ubicación solo era conocida por muy pocas personas.
No sabía si era el ambiente, o que simplemente su mente le estaba advirtiendo de lo que estaba por pasar, pero día con día, se sentía observado, y la tensión en el ambiente era notable, pero nada podría haberlo preparado para lo que iba a ocurrir ese día, un día que había sido normal, había pasado tiempo con sus padres, incluso había podido convivir con su mejor amiga y con su novia, todo parecía estar en paz, pero esa misma paz se habría evaporado en el momento que llegó a casa.
Sabía que algo estaba mal en cuanto llego a aquella cabaña y noto que la puerta está abierta, todas las alarmas en su mente se encendieron y no tardó en tomar su varita antes de entrar al recinto con un paso lento y cauteloso tratando de hacer el menor ruido posible.
― Por fin te dignas a aparecer sangre sucia ―expresó una voz desde algún lugar de la casa, que aún no era reconocible para el chico, pero aquella voz la había escuchado muchas veces, y era una voz que nunca olvidaría.
― Oh vamos Lestrange como si no fuéramos a divertirnos un largo rato con él ―expreso una segunda voz que no era tan conocida por el chico, pero cuyo tono logró helarle la sangre.
― ¿Creen que les va a ser tan facil? ―expresó el antiguo Ravenclaw con cierto sarcasmo.
― Claro que no, pero no será la primera vez que te torturo, y créeme que he tenido que aguantarme las ganas de volver a hacerlo desde hace ya un tiempo ―aquella voz calmada no solo volvió a helar su sangre, si no que también la hizo hervir, pues también la recordaba muy bien.
― No sorprende que estes aquí Crouch ―la voz de Fenwick proyectaba cierta calma, una calma que claramente no sentía.
― Bien serán todos idiotas, ahora sabe quiénes somos ―fue el comentario que pronunció otro sujeto.
― ¿Importa? No va a salir de aquí vivo ―nuevamente fue la voz de Bellatrix la que se escuchó, y entonces el primer destello producto de un hechizo apareció, pero era más que obvio que Benjy no se rendiría tan facil.
Los muebles volaban por los aires, y se destruían a su impacto, mientras aquella batalla se libraba, y era más que evidente lo que estaba pasando en aquel lugar, la ubicación de aquel recinto era ideal para ocultarlo, pues al final justamente el querer mantenerse alejado de todos, habría sido beneficioso para que nadie pudiera acudir a su ayuda.
El tiempo seguía transcurriendo en aquella batalla, que pronto parecía haberse detenido, pues el mago ahora había sido capturado y en el fondo de su mente sabía que era el principio de su final.
― Bien, bien, bien es hora de que al fin te cierre la boca sangre sucia ―nuevamente era la voz de Crouch la que hablaba y la maldición imperdonable no tardó en escucharse, y el dolor en llegar al cuerpo de Benjy, pero claramente este se aguantó las ganas de gritar, no les daría ese gusto.
― Oh mira quien se está haciendo el fuerte ―comentario que salía entre risas con la voz de Bellatrix que pronto se había unido a la tortura, y así poco a poco los demás mortifagos del lugar, una tortura que no solo fue mágica, si no también física. Trataban de sacarle información claramente, pero Fenwick nunca sería capaz de traicionar a sus amigos y compañeros de la orden.
― Nunca les diré nada, tendrán que matarme ―expresó mientras escupía un poco de sangre―. Y estoy seguro de que ellos se encargaran de ustedes, no van a ganar esta guerra, y todos pagaran por lo que han hecho ―el cansancio era más que evidente en su voz, pero también la determinación, más sus comentarios solo arrancaban risas de sus captores.
― Oh créeme que vamos a terminar matándote, a ti y a todos los idiotas que creen que pueden luchar contra nosotros y contra nuestro señor ―esta vez fue la voz de un mortifago desconocido la que se escuchó, seguida de más risas, y nuevamente más tortura.
Para ese punto no sabía cuánto tiempo había transcurrido, pero parecían ser horas, y el cuerpo de Benjy empezaba a rendirse, aunque su espíritu le decía que siguiera luchando, pero eran ya tantas las marcas en su cuerpo, la sangre derramada, y claramente el desgaste mental, que una parte de él ya imploraba la muerte, aunque no podía evitar pensar en lo que dejaba atrás, sus padres, sus amigos, a Darcy, a Rose, dejarlas sin duda era algo que le pesaba, pero solo podía agradecer que ninguno de ellos estuviera cerca en esos momentos, al menos pudo evitar que algo les pasara a ellos.
Y pronto como si sus suplicas hubieran sido escuchadas, un murmullo de que ya deberían matarlo, que era obvio que no iba a decir nada y que se escuchó entre los mortifagos, pero claramente aquello no era suficiente para algunos de los presentes, y pensaban que de morir sería de una de las peores maneras, así que no solo se vio un resplandor verde aquella noche, si no varios, pero aquello no bastó, pues iban a aprovechar para que aquella escena, perturbara a quien la encontrara, y en cierta forma mandara el mensaje de que si seguían luchando contra ellos, acabarían igual o peor, así que cuando el cuerpo ya hacía inerte en el suelo, un nuevo resplandor y las palabras Bombarda Maxima llenaron el recinto, dejando así solo pedazos de lo que alguna vez fue Benjy Fenwick para ser encontrados, junto también a la marca en el cielo demostrando quienes eran los autores de aquella tragedia, que era solo el fin de un chico que siempre estuvo consciente que tal vez no viviría para ver la gloria de su causa, pero que no dudo ni un segundo en pelear por ella, porque siempre creyó que era lo que debía hacer, y porque nunca pudo dejar pasar injusticias como las que esa guerra estaba provocando.
𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐈𝐈𝐈.
narrado por moony.
El sabor a ceniza permanecía en sus papilas gustativas. Era culpa del olor que desprendía la cabaña quemándose. A su alrededor varios encapuchados reían y festejaban. Abigail permanecía sentada en un tronco cercano, escuchando en la quietud de la noche.
Recordó la noche en el Ministerio. El sonido del inferi despedazando a su compañero. Imágenes que aún aparecían en sus pesadillas. No era muy distinto de lo que le ocurrió a Fenwick.
Hace sólo unos días lo había visto en esa cafetería. Sonriente, rodeado de amigos, en paz. Ahora no era más que pedazos en el suelo.
Observó a uno de los Carrow parlotear burlón sobre Fenwick, expresión a la cual le procedió una carcajada general. El cielo estaba oscuro como boca del lobo esa noche.
La imagen de Fenwick peleando, y siendo despedazado, la perseguiría por siempre. Creía haber visto la brutalidad de la guerra esa noche en el Ministerio, pero esto era distinto. Esta era una persona luchando… No por él, por los demás.
¿Era una mala persona por entregarlo? Quizá ahora lo consideraba, porque aunque habían asesinado a tantos de los que había informado, jamás fue espectadora. Sus manos no estaban manchadas, pero también lo había matado.
Se miró las palmas, impolutas. ¿Esto quería que viera Voldemort? ¿Por qué pensaba que, como todos ellos, disfrutaba del caos, de la tragedia, de la muerte?
Sólo quería vivir. Sólo quería estar en paz. Pero, ¿a qué costo?
― ¿Qué te ocurre, Goldstein? Es una celebración. Has ayudado tanto al Señor tenebroso… ―Crouch se sentó a su lado, su máscara había desaparecido, y a pesar de la oscuridad de la capucha, era capaz de notar la sonrisa socarrona en su expresión. Abigail lo miró por un momento, preguntándose la razón de su disfrute. También porque ella estaba ahí.
― ¿Cuál es el punto? ―preguntó entonces, provocando que Crouch le dedicara una mirada dubitativa.
― El punto… ―repitió el mortifago―. Es hacer un mundo mejor, ¿no es lo que siempre quisiste?
La sonrisa de Crouch la estremeció, porque estaba llena de violencia, de caos, y de maldad. El mortifago se alzó de nuevo, tras dedicarle un vistazo. Parecía estarla pasando en grande. Abigail lo observó marcharse.
Recordó la carta de su tía abuela. Ellos fueron héroes de guerra, ¿y ella? Una villana.
Pero era morir o vivir, ¿no? Y ella quería, más que nada, vivir.
𝐄𝐋 𝐃𝐄𝐒𝐏𝐔𝐄𝐒.
Las llamas ardían en el cielo. Humo que subía hasta las nubes en espirales. Frank volteó a ver a su esposa, la mirada de preocupación que le dirigió la rubia aumentó la angustia en su interior..
Avanzó. Por delante iban Dorcas, acompañada de Fabian y Gideon. Sturgis iba a sus espaldas, cuidando. Principiando la fila se encontraba Emmeline. Pero la ausencia de una persona era notoria.
No sabían nada de Benjy.
De pronto escuchó un grito, y se paralizó momentáneamente, sacando su varita de inmediato. Volteó a ver con pánico a Alice, y ella le devolvió la mirada. Colocó una mano en la espalda de su esposa y avanzaron corriendo.
Le extrañó lo que encontró. Era Emmeline. Emmeline, que siempre guardaba la compostura y era muy calmada, estaba en el piso de cuclillas, llorando. Cuando se giró observó a Dorcas luciendo horrorizada, sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas igualmente.
― ¡NO, BENJY! ¡NO! ¡BENJY! ―Escuchó sollozar a Vance. Frank avanzó antes que su esposa y el estómago casi se le revuelve al ver lo que Emmeline sostenía… Era una mano. Sólo una mano.
Por Merlín.
― No puede ser, no puede ser… ―Escuchó a Dorcas hablar por lo bajo, mientras se cubría el rostro. Emmeline había empezado a llorar sin control. Fabian se colocó a un lado de ella y la abrazó por los hombros.
― Mierda, mierda, ¡mierda! ―Sturgis profirió desde otra parte del lugar. Alice se acercó a Dorcas, y la abrazó inmediatamente. Escuchar llorar a su esposa jamás sería un sonido placentero.
― Terminaron con él… ―Gideon avisó llegando a su lado―. No metafóricamente, él… Lo hicieron pedazos.
Observó a Gideon, su expresión irreconocible. Frank no estuvo seguro de qué decir al respecto. Las llamas de la cabaña crecían y por un momento se permitió observarlas en silencio.
Emmeline seguía gritando, y Gideon y Fabian trataban de levantarla del piso. Alice y Dorcas lloraban abrazadas. Sturgis… Sturgis parecía estar… Recogiendo algo. Pedazos de… Algo.
Frank soltó aire. De poco en poco. Se recargó contra un árbol, buscando un poco de estabilidad entre todo el caos.
Emmeline gritó de una forma tan descomunal que lo estremeció. Escuchó pasos por detrás. Al voltear se percató de que Moody se acercaba a ellos, acompañado de Remus y Sirius.
― ¿Fenwick? ―Le preguntó Moody al llegar. Frank negó con la cabeza. El hombre apartó la mirada.
― Por Merlín, Benjy… ―escuchó a Alice gemir, y se apresuró a acercarse a su esposa, a la cual rodeó con sus brazos.
― Está muerto, Moody… Lo mataron ―la voz de Dorcas sonó muy frágil al informarle. En seguida notó como Sirius y Remus se acercaban a su encuentro y la abrazaban con fuerza.
Emmeline seguía sin despegarse del suelo.
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