Tumgik
#y si su hijo esta tan feliz ¿cómo podría querer quitarle eso?
multishipper-baby · 2 years
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Me preguntó cómo sería la relación de Deya con sus abuelos, especialmente antes de que se entere de la verdad
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kingdomsalvationes · 5 years
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Vida cristiana: Cómo educar a un hijo y ser un padre feliz
de Huiyuan, Malasia
“Estas últimas semanas, su hijo ha prestado mucha atención en clase y es un chico muy sensato. Es una persona totalmente diferente a la que solía ser. ¿Cómo es que ha cambiado tanto de repente? ¿Cómo lo educa en casa?” Al escuchar a la maestra decir aquello, sonreí un poco y mi corazón se llenó de gratitud hacia Dios. El gran cambio de mi hijo es fruto de la obra de Dios, ¡y yo le doy las gracias! Mis intentos de educar bien a mi hijo siempre habían sido un fracaso, pero entonces tuve la fortuna de aceptar la obra de Dios de los últimos días y, bajo la guía de las palabras de Dios, al fin entendí cómo educar a mi hijo y me convertí en una madre feliz.
Mi hijo travieso me sacó de mis casillas En los últimos años, he visto a muchos padres malcriar a sus hijos, lo que ha provocado que estos se vuelvan cada vez más descontrolados e inconscientes. Por tanto, después de casarme y tener hijos, me dije: “De ninguna manera voy a malcriar a mis hijos. Sin duda seré estricta con ellos, procuraré que su conducta siga normas aceptables, que desarrollen buenos hábitos desde el principio”. Pero mi hijo mayor era muy travieso y tenía muchos malos hábitos. Por ejemplo, a menudo se subía al pasamanos de la escalera mecánica y se deslizaba de arriba abajo, rompía cosas por la casa, tiraba basura donde le daba la gana y era difícil para comer, entre otras cosas. Con el fin de combatir estos problemas, elaboré un plan para educarlo: cada vez que era quisquilloso con la comida, lo regañaba, y luego ya no se atrevía a ser quisquilloso; si veía algo en la vida que creía que sería beneficioso para su educación, entonces él tenía que hacer lo que yo le dijera. Si no lo hacía, yo tenía mi propia manera de controlarlo y le hacía saber cuáles serían las consecuencias de ser desobediente... Hice todo lo posible por educar a mi hijo, pero apenas se producían cambios en él. Era un enorme dolor de cabeza.
Un día lo llevé a casa de su tía a jugar. Mientras yo no miraba, mi hijo orinó en la entrada de la casa y, además, dejó tirado un paquete de patatas por allí. Mi hermana me dijo que mi hijo era un maleducado, que debía castigarlo. Al escucharla decir eso, me puse colorada como un tomate y me enfadé un poco. Este chico es un desastre, pensé. Cada vez que salimos me avergüenza. Esto no puede seguir así. ¡Debo hacer que pierda estos malos hábitos! Al llegar a casa, regañé a mi hijo y le dije que debía perder los malos hábitos. Inesperadamente, varias horas después, mi hijo volvió a tirar un paquete de patatas al suelo. Aunque estaba muy enfadada, mantuve la calma y le dije que no lo hiciera más. Pero un poco más tarde volvió a tirar basura al suelo. Al ver que mi hijo me ignoraba una y otra vez, ya no pude contener mi enfado y pensé: si no lo cortas de raíz, ¿acaso no va a ser peor a medida que crezca? En un ataque de ira, le regañé severamente. Entonces se puso a llorar y me dijo que no volvería a tirar basura. A decir verdad, en los días siguientes no encontré más basura por el suelo; estaba muy contenta, creí que al fin había cambiado. Un día, limpiando, me encontré por sorpresa el suelo bajo del sofá cubierto de paquetes de patatas. Me sentí enfadada e indefensa, y pensé: para quitarle los malos hábitos a mi hijo he intentado controlarle, aconsejarle y gritarle. He hecho todo lo que he podido y, sin embargo, sigue siendo muy desobediente. ¡Oh! ¿Cómo se supone que debo educar bien a mi hijo? Durante un tiempo, me sentí totalmente impotente.
Mi hijo no sólo me causaba múltiples preocupaciones en el día a día, sino que también me tenía preocupada por sus estudios. Un día, su maestra del jardín de infancia me dijo que, a pesar de que mi hijo tenía cinco años, no sabía escribir muchos caracteres chinos o letras básicas del inglés; me preguntó cómo había escogido sus anteriores jardines de infancia y cómo era posible que su educación se hubiera dejado tanto. Esas pocas palabras de la maestra me hicieron sentir muy avergonzada, y pensé para mis adentros: ¿por qué es tan malo mi hijo en los estudios? Esto no puede seguir así. Parece que a partir de ahora tendré que encargarme yo de su educación. Así que, a partir de entonces, todos los días después del colegio le daba clases de apoyo y le dictaba palabras en inglés, chino y malayo para que las escribiera, incluso los fines de semana. Tenía que hacer lo que yo le decía para que no le regañara. Con el paso del tiempo, noté que el comportamiento de mi hijo se estaba volviendo un poco inusual: ya no me miraba cuando le hablaba, a veces fingía no haberme oído y apenas me hablaba. Viendo que mis clases de apoyo tenían ese efecto en él, me sentí muy angustiada, pero no sabía qué hacer al respecto.
Las palabras “No eres mi mami” fueron puñales en mi corazón La maestra de mi hijo me llamó para decirme que no estudiaba nada bien en clase, que siempre estaba jugando y escribía tonterías en las respuestas de los exámenes. Al oír esto, me enfadé muchísimo. En cuanto mi hijo llegó a casa, le di una reprimenda brutal: “¿Cuántas veces te he dicho que prestes atención en clase? ¿Por qué no me escuchas? ¿No te entra en la cabeza lo que te digo?” Nunca hubiera esperado que mi hijo reaccionara de manera tan desafiante conmigo y, llorando, me dijera: “Quiero ir a casa de la abuela, no quiero vivir aquí”. ¡No quiero vivir contigo! Me acosan en la escuela, y tú me acosas cuando llego a casa. ¡No eres mi mami!”
Al ver a mi hijo reaccionar de esa manera, me quedé muda. Cada palabra que me decía era como un cuchillo afilado que se clavaba profundamente en mi corazón, me dolía muchísimo. Nunca hubiera imaginado que mi hijo me pagaría con esas palabras todos los esfuerzos y energías que había dedicado a su educación. Contuve las lágrimas y le dije: “Mami te quiere. Hago esto por tu bien. ¿Cómo puedes decir esas cosas?”
Mi hijo no paraba de llorar y dijo: “¡No! ¡Tú no me quieres!” Tras decir eso, corrió a su habitación y me dejó sola. Más tarde, me enteré de que la maestra había malinterpretado a mi hijo en esta ocasión. Mi hijo estaba en clase buscando su lápiz y su goma y la maestra pensó que estaba haciendo el tonto, así que le regañó. Y sus compañeros de clase lo habían estado acosando porque sus notas no eran demasiado buenas. Al enterarme, me odié a mí misma por no haber aclarado la situación antes de enfadarme con mi hijo y herir sus sentimientos de esa manera. Sin embargo, para mantener mi dignidad como madre, no admití el error ante mi hijo.
Desde entonces, noté que la actitud de mi hijo mayor hacia sus hermanos menores iba a peor. Cada vez que hacían algo que no le gustaba, los amenazaba diciendo: “¿No entiendes lo que te estoy diciendo? Si no haces lo que te digo, te voy a pegar”. La forma en que hablaba y su tono de voz eran exactamente iguales a los que yo había estado usando con él. Durante un tiempo, me sentí perdida e indefensa. ¿Por qué, pensé, me estaba esforzando tanto en educar a mi hijo y sólo conseguía este resultado? ¿Qué debía hacer? ¿Cómo se supone que debía educar a mi hijo?
Comprender mis propios problemas me llevó a sentirme profundamente en deuda con mi hijo Más tarde, noté que el hijo de mi vecino (mi vecino era cristiano) estaba muy bien educado, y pensé para mis adentros: ¿Podría ser que los hijos de los cristianos se comportan mejor que los demás niños? ¿Cómo educa a su hijo? Entonces pensé que la tía también era cristiana y que su hijo había sido travieso pero ahora se comportaba muy bien. ¿Cómo lo había conseguido? Sentí mucha curiosidad al respecto, así que me puse en contacto con ella y le hablé sobre mis dificultades. Me dijo que todo eso sucedía porque no había acudido a Dios, porque no entendía la verdad y trataba a mi hijo en base a mi sangre caliente y mi carácter corrupto. Si entendemos la verdad, dijo, y aprendemos a actuar de acuerdo con los principios de la verdad, entonces sabremos cómo educar a nuestros hijos. Al oírla decir esto, me pareció vislumbrar un poco de esperanza. Para educar bien a mi hijo, me dediqué con todo mi empeño a querer entender la verdad. Más tarde, le pedí a mi tía que me llevara a su iglesia.
Tras hablar con los hermanos y hermanas sobre mis problemas para educar a mi hijo, estos me leyeron un importante pasaje de las palabras de Dios: “Una vez que el hombre tiene estatus, encontrará frecuentemente difícil controlar su estado de ánimo, y disfrutará aprovechándose de situaciones para expresar su insatisfacción y dar rienda suelta a sus emociones; a menudo estallará de furia sin razón aparente, como para revelar su capacidad y hacer que otros sepan que su estatus e identidad son diferentes de los de las personas ordinarias. Por supuesto, las personas corruptas sin estatus alguno también perderán frecuentemente el control. Su enojo es a menudo provocado por un daño a sus beneficios individuales. Con el fin de proteger su propio estatus y dignidad, la humanidad corrupta dará frecuentemente rienda suelta a sus emociones y revelará su naturaleza arrogante. […] En resumen, la ira del hombre deriva de su carácter corrupto. No importa cuál sea su propósito, es de la carne y de la naturaleza; no tiene nada que ver con la justicia o la injusticia porque nada en la naturaleza y la esencia humana se corresponde con la verdad” (“Dios mismo, el único II”).
Una de las hermanas compartió conmigo y dijo: “Cuando nuestros hijos son traviesos y no entienden bien las cosas, nosotros, como padres, tenemos que enseñarles, esa es nuestra responsabilidad; no hay nada de malo en ello”. Pero después de haber sido corrompidos por Satanás, nuestra naturaleza se vuelve extremadamente arrogante y engreída, vanidosa, presuntuosa y santurrona, siempre queremos hacer que otros escuchen lo que decimos y estamos inflados de nuestro propio orgullo, tanto que incluso tratamos a nuestros hijos de esa manera. A menudo educamos a nuestros hijos desde el punto de vista de los padres, les obligamos a hacer lo que decimos y lo que queremos. Cuando nuestros hijos no nos obedecen, nos volvemos irracionales y nos enfadamos con ellos, les obligamos a hacer lo que decimos para mantener nuestra dignidad de padres; cuando nuestros hijos hacen algo mal o no cumplen con nuestras demandas, nos sentimos decepcionados y avergonzados, por lo que utilizamos todo tipo de métodos para tratar de controlarles y de que cumplan con nuestros requisitos y normas. Educamos a nuestros hijos sin considerar sus dificultades desde su propio punto de vista, sin guiarlos con calma, sin hacerles saber lo que está bien y lo que está mal, sino más bien forzando ciegamente a nuestros hijos a vivir y crecer de acuerdo con nuestras propias demandas, limitándolos, atándolos y dañándolos. Así, no sólo provocamos que nuestros hijos nos rechacen y sientan rechazo hacia nosotros, además causamos un efecto negativo en ellos y aprenden de nosotros a sermonear a los demás de manera condescendiente. Todas estas cosas son consecuencia de educar a nuestros hijos confiando en nuestro carácter arrogante. Si no tenemos la verdad y no hablamos ni actuamos con principios, entonces educaremos a nuestros hijos confiando en nuestro carácter arrogante, pensando siempre que lo hacemos por amor a nuestros hijos y porque tenemos buenas intenciones. Pero el resultado de esto es que nuestros hijos y nosotros mismos terminamos viviendo con dolor. En los últimos días, Dios encarnado ha venido a realizar Su obra de juicio y purificación. Él ha expresado millones de palabras y ha expuesto nuestro carácter satánico y la verdad de nuestra corrupción por parte de Satanás, y lo hace con la esperanza de que conozcamos nuestro propio carácter satánico a través de Sus palabras, de que veamos claramente el daño que nuestro carácter corrupto causa tanto a otros como a nosotros mismos, dejemos de lado nuestros puntos de vista paternales, dejemos de vivir por nuestro carácter arrogante, tratemos a la gente de acuerdo a las palabras y requerimientos de Dios y vivamos una humanidad normal”.
A través de las palabras de Dios y de la comunicación de la hermana, de repente vi la luz. Sí, en efecto, siempre me había considerado la madre de mi hijo y había creído que, independientemente de cómo lo educara, todo era para su beneficio, y que no estaba mal obligarle a estudiar o exigirle que actuara de acuerdo con mis deseos o me enfadara con él. Ahora comprendía que había estado educando a mi hijo según mi carácter corrupto. Había dicho que era por su propio bien pero, en realidad, lo había hecho para mantener mi dignidad como madre y mi autoestima. También me di cuenta de que no tenía la verdad y de que, al confiar siempre en mi carácter corrupto para educar a mi hijo, sólo lo estaba alejando de mí, de modo que incluso cuando le hacían mal en el colegio, no quería contármelo. Había llegado a un punto en el que estaba teniendo un efecto negativo en él y le había enseñado a sermonear condescendientemente a sus hermanos menores. Mi forma de educar a mi hijo había fracasado completamente; no sólo no le causaba ningún beneficio, sino que había provocado el efecto contrario. Mientras pensaba en ello, sentí un profundo sentimiento de deuda hacia mi hijo, ya no quería tratarlo según mi carácter arrogante.
Más tarde, le escribí a mi hijo mayor una carta de disculpa: “¡Hijo mío, mami lo siente mucho! No tuve en cuenta tus sentimientos cuando hice lo que hice. Es culpa de mami y voy a cambiar. ¿Quieres cambiar con mami?” Me sorprendió que mi hijo respondiera diciendo: “Mami, sé que no quieres gritarme. ¡Sé que eres una buena mami y te quiero! Quiero cambiar contigo”. La respuesta de mi hijo me hizo sentir muy aliviada. Nunca imaginé que fuera a entender las cosas tan bien. Pensé que nunca había tenido una conversación sincera con él ni había escuchado cómo se sentía de corazón, en vez de eso siempre lo había tratado según mi carácter arrogante. Al pensar aquello, me sentí aún más avergonzada.
Al llevar a mi hijo ante Dios, le di la mejor educación Después, leí un pasaje de un sermón: “Si las personas solían encargarse de vuestra familia en la vida hogareña, tenéis que relevarlas de su puesto. Debéis apartaros de todos los ídolos, hacer de las palabras de Dios el dueño de vuestro hogar y permitir que Cristo gobierne. Esposo y esposa, padre e hijo, madre e hija, todos deben leer y comunicar las palabras de Dios juntos. Si existen problemas o discrepancias, estos pueden ser resueltos a través de la oración, la lectura de las palabras de Dios y la comunicación de la verdad. No escuchéis a las personas, como solíais hacer. La gente no debe someterse a lo que digan los demás, debe magnificar a Cristo y permitir que Sus palabras gobiernen su familia, y permitir que las palabras de Dios estén a cargo del hogar” (“Sermones y enseñanzas sobre la palabra de Dios ‘Ya que crees en Dios deberías vivir por la verdad’” en Sermones y enseñanzas sobre la entrada en la vida (VI)). ¡Cierto! Las palabras de Dios son la verdad y los principios de nuestras acciones y conducta. En todas las cosas, debemos exaltar a Dios como el más alto y permitir que Sus palabras tengan poder. Sabía que debía llevar a mi hijo ante Dios, permitirle que exaltara a Dios como el más alto y que, en cualquier asunto que surgiera, se comportara y actuara de acuerdo con las palabras de Dios: ¿no era esa la mejor educación para mi hijo? Después, cada noche, dedicaba tiempo a charlar con mi hijo y leerle las palabras de Dios, diciéndole que el hombre fue creado por Dios, como todas las cosas en el cielo y en la tierra, que era Dios quien nos guiaba y que debíamos escucharlo a Él. Cuando quería jugar y no me escuchaba, le explicaba pacientemente qué comportamientos le gustaban a Dios y cuáles odiaba, para que así aprendiera a distinguirlos. A veces mi hijo decía que había hecho algo malo, así que le animaba a tener calma, al tiempo que le instaba a orar, confiar y pedirle ayuda a Dios. Poco a poco, noté que mi hijo sonreía más, volvía a tener ganas de hablar conmigo y cada vez nos llevábamos mejor.
Un día, su maestra me llamó para decirme que había perdido los estribos con otro niño porque no le dieron un caramelo y que, después de aquello, se había escondido bajo su silla. Al llegar a casa, le pregunté por qué había perdido los estribos con el otro niño y se había escondido bajo una silla. Dijo que era porque el otro niño le había dado a todos los de la clase un caramelo menos a él, y por eso se había enfadado. Pero después de enfadarse pensó que a Dios no le gustaba ese tipo de comportamiento, así que se había escondido bajo su silla para orar y pedirle a Dios que le ayudara a no perder los estribos nunca más. Al oírle hablar, me sentí muy aliviada y le dije: “La próxima vez, acuérdate de orarle a Dios antes de perder los estribos”. Mi hijo se echó a reír y dijo: “¡Lo sé, mami!”
Hace ya seis meses que mi hijo y yo creemos en Dios y, con la guía de Sus palabras, ya no pierdo los nervios con él como antes. Mi hijo mayor también se ha vuelto muy sensato y no hace falta que ande detrás de él para que haga sus tareas. Sus notas también están mejorando, y en el colegio ya ha pasado de la clase D a la B. Sé que todo esto ha sucedido gracias a la guía de Dios y es el resultado de Su obra. Al rememorar mis propias experiencias, valoro realmente que fue la iluminación y guía de las palabras de Dios lo que me permitió obtener algo de conocimiento sobre mi propio carácter corrupto y llevar una senda de práctica; sólo entonces entendí cómo educar a mi hijo y convertirme en una madre feliz. ¡Gracias a Dios!
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nothingelsefanfic · 6 years
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Capítulo 2: Confesión y Descubrimiento
La agonía parecía más intensa cada día que pasaba, y ya había pasado más de un mes..., quizás dos meses desde aquel suceso en el museo al cual iba todos los días después de clases sin interrupción alguna. Se volvió una actividad enfermiza que preocupaba a mis amigos, los cuales se alternaban para darme de su almuerzo en el colegio y así evitar cualquier desorden alimenticio que pudiera presentar, pues solía gastar el dinero que debía usar para almorzar en las entradas del museo. Pero eso no era lo que me tenia tan deprimida y enferma, ni tampoco la mala situación económica que le invente a ellos para que no se enteraran de adonde me dirigía todas las tardes__me sentía muy mal al mentirles de esa forma__, la razón era otra...no había vuelto a ver los ojos de Edward, el seguía dormido en aquella vitrina y por mas que yo susurrara, suplicara y implorara su atención, él no parecía notar mi presencia...cada día tenía más miedo, temía haberlo imaginado todo y el miedo de que él realmente fuera sólo una estatua me atormentaba.
Intenté no volver al museo, pero no lo logré..., la esperanza prevalecía por sobre la razón y mis sensaciones no ayudaban. Al estar frente a su jaula de cristal sentía su respiración, sentía su imponente presencia..., sentía que él esperaba la oportunidad exacta para poder mirarme y consolarme del dolor que tení en mi interior, sin embargo, eso aun no pasaba y la espera me estaba matando.
Agradecía tanto el tener a John a mi lado, él era mi apoyo, nos habíamos hecho inseparables. Nos entendíamos el uno al otro sin necesitar mucho las palabras, pues, poseíamos una comunicación de miradas que era reconfortante, él leía con facilidad mis sentimientos y viceversa, yo los leía en sus ojos. No me tardé en comprender que John me gustaba más que antes, pero, lo que sentía por Edward era más fuerte, como también muy distinto.
John era mi consuelo y mi suplicio al mismo tiempo, a veces me seducía la idea de sacar a Edward de mi mente y enfocarme en él, pero eso hacía las cosas aún más insoportables, pues John me daba señas de estar interesado en mi, era algo posible y una parte de mi lo deseaba.
En cuanto a Travis y Mike, ellos prácticamente me consideraban como una hermana menor o como una mascota, eran cariñosos conmigo, me apretujaban siempre como a un muñeco de felpa. Ellos llenaban de chucherias mi casa debido a la desmedida cantidad de regalos que me hacían, los dos eran hijos únicos, por lo cual, luego de un tiempo, entendí su actitud e incluso me pareció de lo mas entretenido que saciaran sus ganas de tener una hermana menor conmigo.
Los aprendí a querer mucho, me encantaba como eran capaces de transmitir tanta alegría a quien tuviera la suerte de escucharlos o compartir con ellos. También era agradable la gran imaginación que tenía Travis, el cual inventaba historias para mis comics todos los días y luego yo se los regalaba como compensación a los 12 pares de aros que me había dado en tan sólo un mes. Lo mas divertido de todo era que todos me habían gustado. Mike prefería regalarme peluches, en tan sólo un mes ya tenía unos 15 peluches, todos de razas distintas que se encontraban en un rincón de mi pieza; cada vez que llegaba a mi casa ellos estaban ahí mirándome, pidiendo a gritos que los lavara, pero preferí esperar un buen tiempo para hacerlo y ver que realmente estuvieran lo suficientemente sucios para meterlos todos juntos a la lavadora.
Mi madre estaba embelesada con mis tres amigos nuevos y feliz de que hubiera dejado a Susie; cosa que en un principio me sorprendió. Ella nunca antes me había contado lo mucho que le desagradaba mi amiga, sólo cuando la vio lejos de mi camino me confesó con una sonrisa de oreja a oreja. Me hubiera ahorrado muchas molestias de habérmelo dicho antes, pues hubiera creído en su criterio el cual no fallaba. Mi padre estuvo un mes y medio con nosotras, lo que me hizo muy feliz, era tan fácil ser yo misma con él. Él me entendía a la perfección; era dulce, cariñoso y muy inteligente, por lo cual siempre me gustaba sentarme junto a él a escuchar sobre las juntas que había tenido, las entrevistas y debates con otros grandes filósofos. Él no se vio tan contento con mis amigos pues tenia celos, después de todo yo había crecido y uno de ellos podía terminar siendo mi novio. Mi padre y mi madre hablaban siempre sobre cuál de los tres parecía mas interesado en mi, cuál parecía interesarme más a mi y viceversa.
Ya habían pasado exactamente dos meses desde que no volvía a ver los ojos de Edward y mis esperanzas parecían fundarse en nada, sin embargo, luego de clases volví al museo, con mi mochila a rastras y una croquera en la mano. Mi excusa era la de inspirarme con mi comic sobre el joven manos de tijeras. Era eso lo que todos los guardias creían y por lo cual me dejaban sentarme frente a él para poder observarlo.
Entré otra vez por las segundas rejas y me introduje en el jardín frente a la casa sin siquiera mirarlo. Conocía muy bien los resplandecientes colores de las flores, las bellas estatuas verdes, la estatua de la mujer de cabellos dorados. Todo estaba ahí monótonamente, sin que quisiera admirarlas por lo irritada que me ponía antes de llegar al lado de Edward. Las ansias nunca dejaban de ser grandes y me enfadaba sentirlas, hubiera preferido que se acabaran o se aminoraran mientras pasaba el tiempo, pero nada, eran igual o mas fuertes que la primera vez que había visitado aquel lugar.
Cuando estuve en la habitación de Edward pude distinguir a mi nueva amiga, una de las guardias, su nombre era Dalia y parecía muy interesada en mi bienestar, era una mujer de unos 45 años de edad. Mientras se acercaba la reconocí por su lento y rítmico caminar, su dorado cabello se mantenía dócil amarrado en una coleta, sus ojos azules eran en extremo maternales, sus labios eran rosados _ que envidia le tenía _ su piel era blanca mientras sus mejillas se sonrojaban en un dulce color caramelo, su cuerpo era esbelto. Supuse que debido a su trabajo se debía mantener en forma y una de las cosas que más me gustaba de ella era su dulce y calida voz.
__ ¿Otra vez aquí Elena?__me preguntó cuando ya nos encontrábamos frente la una a la otra, lo decía con un tono de consternación y otra vez su manía de decir las cosas casi gritando me molesto..., pero no podía enojarme con ella, sólo la miraba preguntándome porqué veía en sus ojos una chispa de tristeza cuando me miraba, como si ella supiera algo que para mi debía ser malo.
__Sí... otra vez aquí, ¿cómo estas?__ le pregunté con un tono bastante informal pero tratando de sonar lo más amigable posible, ese día no andaba de buen animo. Dalia parecía mas preocupada por mi que otros días y supuse que mi fatigado rostro era lo que la tenia asustada, no había comido nada en todo el día, había inventado que tenia dolor de estomago y mis amigos me habían creído... Conclusión, me sentía deprimida y mi equilibrio era tan malo como un borracho en año nuevo.
__Yo excelente...sin embargo, no puedo decir lo mismo de ti, pareces fatigada, ¿deseas una taza con chocolate caliente?__ me preguntó y luego se fue sin siquiera esperar mi respuesta, yo estaba decidida a negarme, por lo cual creo que ella se había dado cuenta y no quería una negativa.
Resignada caminé hacia la vitrina en la cual Edward seguía eternamente dormido, ya no tenía fuerzas para pedirle que me mirara, tan sólo me sentaba inútilmente frente a él para contemplarlo lo más que pudiera mi corazón sin quebrarse. Cuando el dolor era insoportable me iba corriendo a mi casa, me duchaba y me acostaba sin importarme la hora que fuera, yo sólo quería mantener la mente en alguna cosa que no hiciera mas daño del que sentía a diario. Supongo que nada me hacía más daño que mi actitud, más incluso que el que me hacia Edward y su rechazo, "¿Su rechazo? ¿Cómo saberlo?, ni siquiera sé si es real".
Me senté en el suelo, saqué mi croquera y comencé a dibujar a Edward, solía colocarlo en distintas acciones y situaciones, como: saltando la cuerda, conduciendo un auto, bailando, incluso una ves lo dibujé fumando y me di cuenta de cuán poco atractivos eran los hombres que fumaban para mi. Eran todas escenas cotidianas, con la excepción de que no era fácil suponer como él podría hacer tales cosas con sus manos de metal. Sin percatarme de qué era lo que dibujaba me puse a pensar sobre John y la salida al cine que habíamos tenido hace una semana, los dos solos en esa tremenda oscuridad y cómo me tomó la mano en cierta parte de la película. Lo hizo de manera despreocupada, más a mi se me había erizado el cabello con el contacto de su cálida piel y...no hice nada, dejé que tomara mi mano sin emitir ningún comentario y no es que no hubiera querido hacer muchas cosas. Por una parte había tenido el fuerte deseo de entrelazar sus dedos y besarlo para sentir la dulzura de sus labios, así romper con ese silencio y esa tensión en la cual nos veíamos envueltos todos los días debido a nuestros sentimientos. Pero también tuve el deseo de quitarle mi mano bruscamente de encima y decirle que no se acercara nunca más a mi...cuando pensaba esas cosas sentía culpa y recordaba el rostro de Edward una y otra vez en mi mente...en fin, me sentía contenta de no haberme decidido por ninguna de las dos, fue mejor el silencio y la indiferencia.
Dalia carraspeó detrás mió y me sacó de mis pensamientos. Ella se sentó en el suelo a mi lado y me pasó una taza con chocolate caliente, ella tenia otra en su mano así que supuse que quería compartirla conmigo, tomamos un sorbo cada una y alzo su mirada hacia mi croquera. Los ojos se le pusieron como platos por un momento y luego miró su taza otra vez. Yo, sorprendida por aquella reacción, miré mi croquera y mis mejillas se encendieron al percatarme de que en el dibujo salía Edward besándose con una mujer muy parecida a mí, por suerte se me había acabado el rosado y su cabello era negro. Así era menos notorio la similitud.
__ ¿Tu crees que una persona así podría enamorarse?___me preguntó Dalia de la nada aún mirando la taza. Parecía sumida en sus pensamiento como si yo no existiría, pasaron unos segundos y ella ladeó su rostro para mirarme... "¿Quiere un respuesta?" pensé.
__Yo...yo creo que si__mi voz sonó de lo más contenida posible, pues en realidad quería decirle cuanto yo deseaba que eso pasara, que yo deseaba estar con el, pero eso era algo que no debía ni podía confesar ¿qué sentido tenía amar una estatua? Y ¿Qué sentido tenía acabar en un manicomio por eso?, ella me creería una loca.
__Yo también lo creo, pero supongo que hay gente que no es tan positiva...Elena, se me había olvidado que quería ofrecerte algo__me dijo cambiándome el tema. Me molesté pues estuve apunto de preguntarle "¿A que te refieres con que hay gente que no es tan positiva?", la miré extrañada mientras me mostraba su blanca dentadura en una maternal sonrisa.
__ ¿Qué cosa?__ pregunté irritada y ella sin responder sacó de un bolsillo una tarjeta de color plateado y me la entregó felizmente. La observé cuidadosamente, decía "Cliente especial" y había una foto mía pegada a la tarjeta, era la foto que John me había sacado en el jardín, el día en que conocí a Edward.
__Antes que comiences a hablar, quiero que me escuches, John estaba preocupado por ti, pues un día te siguió y se dio cuenta de que no comías bien por pagar las entradas del museo...él por supuesto no te lo dijo, pero si accedió a ayudarme, me paso esa foto tuya y ahora yo te entrego la tarjeta para que no dejes de comer...no me pareció bien lo que estabas haciendo....
Pensé en esas palabras mientras caminaba de vuelta a casa y sobre todo en su tono de voz que bordeaba otra vez en un grito más que una conversación. Me sentía estúpidamente engañada, pero también era lo que merecía por haberles mentido a mis amigos, tenía miedo de que ellos se enojaran conmigo y a la vez quería regañar a John por haberme seguido...al final a regañadientes tuve que aceptar que, él no tenía la culpa y que, en su posición, yo hubiera hecho lo mismo.
La imagen de John llego a mi mente con una dulzura que me hizo sentir desdichada, culpable y tremendamente confundida. John y su dulce carácter trataba de hacerse un lugar en mi corazón, pero aún cuando lo quería, estaba siendo opacado por el amor que creía sentir por mi durmiente Edward. Mientras caminaba pensé en todo lo que estaba perdiendo por seguir ese extraño sueño, por esperar que mi bella estatua despertara. No era capaz de ver a John, de ver sus ojos anhelantes cuando me miraba o cuando me abrazaba bajo la lluvia que hace poco caía. Nada de eso tomaba sentido cuando recordaba los ojos de Edward...y más que esa espera, dolía mucho más el camino incierto de mis sentimientos, la confusión, es cierto que quizás siempre había sido excéntrica, pero esto excedía incluso mis difusos límites de cordura, nada parecía tener sentido en esta triste e insostenible espera.
Ya era tarde cuando llegué a mi casa y no sabía de qué forma justificar mi retraso; inventé en mi mente muchas excusas que se volvían cada vez menos creíbles. Mientras me encontraba más cerca de casa, por lo que decidí que sería mucho mejor decir la verdad. Cuando estuve frente a la puerta me di cuenta de que las luces de mi casa estaban apagadas, mi madre nunca hacía eso a menos que hubiera salido, pues, aún a sus treinta y cinco años le tenía miedo a la oscuridad__era algo gracioso__ por lo cual me detuve frente a la puerta y busqué dentro de la mochila mis llaves, no eran muy difíciles de encontrar, pues de llaveros había colocado un anillo que me había regalado John, un pequeño león de peluche que me había regalado Mike y unos ojos de plásticos algo siniestros que me había regalado Travis. Abrí la puerta extrañada y al encontrarme dentro busqué en la oscuridad el interruptor, la casa seguía igual que siempre pero totalmente abandonada, cuando cerré la puerta de entrada y me dirigí hacia la cocina encontré una nota que decía:
"Elena:
Me han llamado desde Francia, tu padre tuvo un accidente y se encuentra en un hospital, no es muy grabe...pero tu sabes que yo no puedo evitar preocuparme más de lo debido así que he viajado hacia allá...le he pedido a tu tía Emilia que te cuide, yo creo que llegará a casa en unos cuatro días...cuídate mucho, no hagas tonterías y si no te quieres dar el tiempo de cocinar hay dinero en mi habitación, es mas que suficiente para que comas en el comedor de tu escuela y compres víveres por si me tardo en volver...te quiero mucho, te extrañaré y le diré a tu padre que deseas que se mejore, un besote, adiós
Tu madre."
Esto no era en absoluto una sorpresa, mi madre amaba mucho a mi padre y no podía evitar viajar hasta su lado cada vez que algo le pasaba, incluso si tan sólo se había roto una uña, antes solía llevarme cuando era pequeña, pero ahora ella tenía la suficiente confianza como para dejarme sola o casi sola...mi tía Emilia...una vez la describí en una clase y mi profesora quedó muda al descubrir cómo podía hablar tan negativamente de una persona con palabras tan formales, educadas y sin ningún insulto, casi como si fuera una habilidad especial, como la que tiene Alice al ver el futuro o Miroku con el agujero de su mano.
Tenía mucha hambre por lo cual me dispuse a ordenar la mesa y cenar. Mi apetito variaba entre la ferocidad y la fatiga cuando sentí que tocaban la puerta. "¡OH no! Por favor que no sea Emilia"  exclame sin importarme un bledo que ella pudiera escucharme. Me levanté algo mareada y al abrir la puerta me encontré con los rostros de John, Travis y Mike mojados, "¿estaba lloviendo? ¿Cómo no me di cuenta?" pensé mientras los hacía pasar. Me precipité hacia el calefactor que estaba en medio de la sala y lo encendí al ver a mis amigos entumidos.
__Así que te quedas sola__dijo Mike desde la cocina, me volteé y lo busqué con un gesto de enfado por su haberse escabullido a mi cocina y por haber leído la nota de mi madre...luego me dije "Diablos!! Que rápido se escabullo!" él me sonrió y fue a sentarse cerca del calefactor, en el suelo, obviamente él no había entendido el mensaje.
__Metiche__exclamé sonriéndole, estaba contenta de tener sus compañías, cuando ya había encendido el calefactor caminé hacia un armario y busqué tres toallas grandes mientras de reojo miraba a John y Travis cerca de la estufa estirando las manos hacia el fuego. Mike prendía la televisión.
__Parece que pasaremos mas tiempo aquí entonces...deberíamos hacer una fiesta__dijo Travis entusiasmado, Mike lo apoyó con gritos de celebración pero John lo golpeó en la nuca. Ya había terminado de sacar las toallas cuando me dirigí hacia ellos, con claros signos de desaprobación en mi rostro pues nunca me habían gustado las fiestas y la sola idea me dio dolor de estómago.
__Estoy seguro que ella no quiere una fiesta, así que no se les ocurra seguir planeándolo__dijo John mirando mi rostro, me alivió su intervención, pues él era quién controlaba a Mike y Travis, después de todo él era el más maduro de los tres y tanto Travis como Mike le tenían demasiado respeto. Les pasé a cada uno una toalla y cuando me dirigía hacia la mesa__para por fin poder comer__perdí el equilibrio y mi cuerpo casi cayo de nariz al suelo si no hubiera sido por John, el cual me agarro de un brazo y me acerco a su cuerpo agarrándome de la cintura, quizás que habría sucedido. Nos encontramos frente a frente, tan cerca que sentía su calido aliento en mis mejillas, estaba tan cansada que no pude siquiera sonrojarme, pero si perturbarme con sus ojos azules relampagueando de deseos de besarme, deseos que compartí con el.
__Es que no he cenado aún...estoy fatigada__le dije y él me miró con disgusto. Me llevó hasta la silla frente a la taza de café y el sandwich de aguacate que me había preparado. Se sentó a mi lado lo más cerca posible como para que ni Travis ni Mike nos escucharan. Me habló en susurros... otra vez me hacían sentir su cálido aliento en el rostro, tiritaba cada vez que me hablaba.
__No me gusta verte así Elena...me preocupas demasiado__me susurró mientras yo engullía un pedazo descomunal de sandwich, me tardé bastante en tragar, pero él esperó sereno y tan bello como solía ser siempre. Mi corazón se desbordo en latidos y luego sentí un dolor punzante, como si lo que pasaba estuviera mal. Mike y Travis se sentaron en los sillones cerca de la televisión y la dejaron en un canal de boxeo, no parecían interesados en lo absoluto sino que confabulados entre sí para que John pudiera decir cualquier cosa sin ser escuchado por ellos.
__Discúlpame por mentirte...de verdad lo siento mucho__le dije mirando la taza de café, el vapor subía por la habitación y desaparecía al igual que la debilidad de mi cuerpo, el color volvía a mi piel y supuse que ya podría sonrojarme, John pareció repasar mis palabras hasta que encontró la razón de ellas y su voz volvió a acariciar mi mejilla con un tono mucho mas calido.
__Te perdono...espero que haya sido una buena idea lo de la tarjeta__me dijo apoyando su cabeza en mi hombro mientras me rodeaba la cintura con sus brazos, estaba algo húmedo aun, pero su cuerpo era tan calido que me sentí por un rato adormilada bajo su calido respirar y su lento palpitar que ya me parecía demasiado acogedor.
__Gracias por eso...de verdad__le dije tomando otro sorbo de café y luego un pedazo más de mi delicioso sandwich, esta vez más pequeño pues solía ahogarme con la comida en presencia de John, sobre todo cuando las comisuras de sus labios se torcían en esa sonrisa tan protectora que solía mostrarme cuando yo no sabía qué decir.
__Es lo menos que podía hacer...estaba muy preocupado por ti y aún no entiendo porqué vas tanto a ese lugar, ¿Para qué lo haces?__me preguntó con un tono mas cálido de lo que antes había utilizado y con una gran curiosidad. Era tan bello y aún no entendía porqué no lograba sacarme a mi durmiente Edward de la cabeza estando frente a él, porqué aún siendo John tan perfecto no podía dar el siguiente paso, cuando la relación ya era demasiado obvia al igual que los sentimientos que nos unían.
__Yo voy a dibujar y además, me gusta mucho estar allá...es un lugar muy agradable__dije intentando sonar convincente y aunque a mi no me convenció, él pareció satisfecho.
__Eso me dijo Dalia, pero aún así me parece muy obsesivo de tu parte__comentó tratando de no darle mucha importancia a su comentario, pero si esperando una explicación mía y ¿Qué podía decirle?
__Quizás...cuando me gusta hacer algo me obsesiono__dije mientras volvía a tomar otro sorbo de café, me comencé a sentir incomoda.
__ ¿Y cuando alguien o algo te gusta?__me preguntó con su voz nerviosa y al voltearme para mirarlo, caí en una profunda sensación de confusión, sus ojos eran tan dulces como nunca y me derritieron...una parte de mi mente pensó "¡¡Yo y mi maldita lengua!!".
__ No lo sé__respondí y volví a mirar mi taza presa del miedo, pues sabía que la conversación se dirigiría por un camino que aún no era capaz de considerar, aunque de alguna forma lo deseaba.
__Elena...yo quisiera decirte algo...algo muy importante__ "¡OH...no!, aquí viene justo lo que ahora no quería escuchar" pensé. Siempre había deseado que él me rodeara con sus brazos y estar tan cerca como lo estaba en ese momento, pero ahora todo era distinto pues sentía mi corazón totalmente y tontamente dividido, no sabía que hacer__Elena, tu me gustas mucho...yo diría que demasiado...no puedes siquiera imaginar la fascinación que siento por ti...por tus cambiantes ojos color miel, tu mente tan rápida y crítica...tus mejillas rosadas cuando te sonrio__terminó de decir y me apretó más fuerte contra él. Sentía que me iba a desmayar, pero esta vez no de fatiga sino que mi mente no era capaz de sobrellevar tantos sentimientos a la vez y mi corazón arremetía contra mi pecho de una forma anormal.
__Yo...yo__dije tartamudeando, me temblaban los labios y mis mejillas de seguro eran más que rosadas, estarían prendidas en un rojo tan vivo como la llama del calefactor cerca de Travis y Mike, a los cuales no escuchaba y no sentía sus presencias, pues en realidad no era capaz de alejar mi mente de otra cosa que no fuera el palpitar suave e intenso de John. Él se percató de mi tartamudeo asustado y buscó mi rostro sin soltarme, quedamos a unos centímetros escasos el uno del otro. Su rostro se veía preocupado, asustado y arrepentido, pero por sobre todo hermoso y eso martillaba mi mente.
__No me importa si no sientes nada por mi, no te estoy forzando a nada...sólo necesitaba decírtelo y calmar de alguna forma mi mente, tan sólo me importa tu amistad...con tal de estar a tu lado me basta__dijo desesperado acariciando mi cabello con sus suaves y calidas manos, quería decirle que yo también sentía lo mismo por él, deseaba eliminar la distancia y juntar nuestros labios, pero una voz dentro de mi imploraba con fervor una y otra vez "¡miéntele!...vamos Elena miente...hazlo por él y por Edward, no le hagas daño"
__Yo...yo...siento...___ante mi vacilación John me miró con atención, su mirada era esperanzadora y a la vez preocupada__Yo...__me interrumpió aun mas preocupado acariciando mi mejilla, sus ojos me enloquecieron y mi estrepitoso palpitar se juntó con un dolor agonizante en el corazón, eso de que sólo necesitaba mi amistad era una farsa demasiado vieja, cuando te gusta alguien no basta sólo con su amistad, yo ya no deseaba su amistad, pero no sabia que hacer.
__Tranquilízate Elena...yo de verdad no necesit...___Tome el rostro de John y junte nuestros labios en un movimiento totalmente desesperado, el contacto fue tan dulce que mi cuerpo reaccionó al apretarlo más a mí y me envolví en su cintura. Él me abrazó con fuerza mientras mi boca recorría con desesperación la suya, sentí un calor abrasador en mi corazón, en mi mente decía el nombre de John una y otra vez como si la vida se me fuera en eso, sus manos se aferraron a mis mejillas y me besó aún con más desesperación, incluso con rudeza.
Mi corazón que hasta ese momento estaba frenético, arremetió más fuerte. De pronto dejé de sentir deseo, de sentir felicidad y se me congeló el cuerpo, mis manos cayeron a mis extremos y las lágrimas salieron despavoridas por mis ojos... ¿Qué iba mal?, él era real, lo adoraba y deseaba su compañía tanto como el deseaba la mía, nos entendíamos muy bien y nos cuidábamos mutuamente, ¿entonces que iba mal?...¿porque estaba llorando mientras nos besábamos?...él era real y Edward no lo era, entonces...¿por qué me sentía así?
Sentí una tristeza enorme y rompí el beso con un gemido, me sentí tan desgraciada que me alejé de John y tapé mi rostro con las manos. Vergüenza, dolor, culpa, desesperación, todo lo sentí de una vez y me sentí indefensa. Sentí un gemido y asustada recordé que John seguía ahí, había visto mi reacción y yo me había puesto en ridículo junto con rechazarlo de aquella manera. Me quité las manos de los ojos y levante la vista para mirarlo. Su rostro sólo mostraba terror y desconcierto cuando me vio. Lloraba y él se sentía profundamente culpable mientras observaba mis lágrimas correr rápidamente por mis mejillas. Se alejó como si fuera el culpable de mi tristeza.
__No John...es mi culpa, no la tuya...perdóname__le dije y el permaneció en silencio sin querer acercarse a mi, recuperé un poco la compostura y tomé sus manos con precaución, el seguía con su rostro de culpabilidad__Tu siempre me has gustado John, desde hace mucho...pero, no puedo prometerte nada cuando mis sentimientos se debaten entre dos personas, discúlpame por favor por haberte besado...no quiero hacerte falsas ilusiones__él me miró algo más aliviado. Me dio una sonrisa, pero sus ojos reflejaban una tristeza que nunca hubiera deseado causarle.
__Elena, por favor no te mortifiques tanto...tranquilízate...todo esta bien, vuelvo a decir que me basta con poder estar a tu lado, de la forma que tu desees para mi estará bien___me dijo volviendo a su calidez de costumbre y se acercó para besarme la frente. Le sonreí, pero dudo que haya parecido muy real, tenía ganas de estar sola por un buen rato, no quería pensar mas. Sabía que sus palabras no eran ciertas, él no deseaba sólo eso, me deseaba como su pareja y yo también__ ¡Travis!... ¡Mike!, vamos a casa que Elena parece cansada, creo que necesita dormir__dijo encaminándose hacia Mike y Travis para que se levantaran de los sillones, agradecí que él hubiera sido capaz de entender aquel deseo que no había formulado y que me envolvía de ansias de encontrarme sola en mi habitación, para poder ahogarme en mis pensamientos.
Travis y Mike se acercaron a zancadas y me apretujaron en sus brazos, como si nada hubiera ocurrido, agradecí eso también en lo mas profundo de mi corazón. Salieron de la casa junto con John el cual se disponía a irse con un saludo de mano, pero yo lo abracé fuertemente y besé su mejilla, el parecía aliviado, supongo que lo único que yo deseaba era que él se sintiera menos culpable y más tranquilo. No podía decir lo mismo de mí. Para mí podían caer todas las desgracias del mundo sobre mi cabeza, no importaba, no harían el dolor más o menos grande.
Al cerrar la puerta no miré nada a mi alrededor, caminé con pesadumbre hacia la escalera y lentamente subí los peldaños, nunca se me habían echo tantos en toda mi vida. Mientras las lágrimas corrían por mis mejillas sin saber exactamente a qué se debían o a qué de todas las cosas que sentía se debía. El dolor parecía quemar mis labios, mi corazón y mis parpados tiritaban ya de cansancio, la piel se volvía cada vez mas gélida al igual que mi lento y triste aliento. Tan sólo tuve fuerzas para tirarme a la cama y que las pesadillas acabaran con mis precarias fuerzas.
No disfruté del sueño, entre tanto llanto inconsciente las horas se hicieron eternas y las pesadillas no tenían coherencia ni principio ni fin..., iban enlazadas con colores tan fuertes que dolía la vista, imágenes terroríficas y un ruido metálico incesante que taladraba en mi cabeza. "Un descanso por favor" era lo único que lograba articular, pero incluso las súplicas eran tan precarias como las ganas de despertar; de aceptar una realidad en la que mi príncipe azul era una estatua lúgubre y sin señales de vida o mejor dicho, sólo tenía señales de vida para mi.
Eran las siete de la tarde del otro día cuando desperté, en cinco horas mas hubiera cumplido las veinticuatro horas durmiendo. Era la primera y única vez que dormía tanto por lo cual me sorprendió como lo flácido sentía mi cuerpo y mis parpados; el dolor de estómago que tenía producto del hambre, la sequedad de mi boca, mi cuerpo pegajoso y mi cabello sucio. Peor aun, había perdido un día de clases por quedarme dormida. Por más deprimida que aún me sintiera no quería tener aquellas sensaciones tan desagradables y anormales en mi maniática costumbre de mantener al día mi aseo personal, por lo cual mientras ponía mi mente en blanco _ asustada por si caía otra vez derrotada a la cama_ me dirigí al baño con unas grandes toallas y entre a la ducha en un santiamén.
El agua caliente limpió mi cuerpo, también mi pesar y pude sentirme mucho mas calmada, aunque aún sentía mucha tristeza y confusión, tanta como para quedar inconsciente de un momento a otro mientras el agua se colara por mi garganta asfixiándome. Por tal motivo me negué a caer en un coma mental. Luego de sentirme mucho más limpia salí de la ducha, me vestí con mi holgado y cómodo conjunto pantalones, polera, suéter negro y salí del baño directo a la cocina.
Tenía mucha hambre por lo que decidí prepararme pasta. al buscarlos por todos lados me percaté de que éstos se encontraban arriba del refrigerador y torpemente salté hacia ellos__sin necesidad pues solo necesitaba dar dos pasos para alcanzarlos_ y resbale con una cáscara de cebolla que yacía en el suelo. Me golpeé contra la pared de la cocina y mientras caía al suelo note que esa pared sonaba hueca, después de sobarme la cabeza sintiéndome estúpida por mi extraño actuar, recogí los tallarines que estaban regados por todas partes. Tomé la cáscara de cebolla y la arrojé, luego, caminéhacia aquella pared y con los nudillos la golpee en toda su superficie, solo había un lugar en donde el sonido cambiaba y este lugar era en el sitio más cercano al suelo, se escuchaba hueco.
__No puede ser que esté hueco__susurré para mi misma y alentada por ese misterio corrí hacia el sótano, ahí debía haber algo con lo cual pudiera hacer un agujero. Busqué en él y me percaté de que mi padre viajaba mucho y además era filosofo, por lo cual ahí abundaba más en libros que herramientas de casa. No podía ser cierto, ahí debía de haber alguna herramienta por mas mínima que esta fuera. Me adentré en una enorme caja de chucherías y para mi suerte encontré un martillo y una estaca de acero que mi padre solía usar para romper el caparazón de crustáceos.
Emocionada por mi hallazgo me dirigí ansiosa a la cocina y de un impulso me arrojé al suelo frente a la zona en donde la pared sonaba hueca. "Perdóname mama" dije ante de ubicar la estaca en la pared y con el martillo incrustarla en la pared; la zona ahuecada cayó al suelo con estrépito y me sentí aliviada que fuera un espacio pequeño, pero visible por lo cual tendría explicaciones que darle a Emilia cuando llegara. Corrí hacia el patio dejando el martillo y la estaca en el suelo y saqué una escoba de una pequeña casucha de madera que teníamos. Rápidamente entré a la cocina y limpié los pedazos de pared y polvo que ahí se encontraban, los deposité en el contenedor que había fuera de mi casa y guardé el martillo y la estaca en su lugar. Caminé hacia la cocina y saqué del agujero un cuaderno lleno de polvo y humedad.
Estaba sorprendida de encontrar en mi casa un secreto de esa magnitud, por lo cual tomando un pedazo de pan y un paño de cocina me senté en el comedor prendiendo la luz. Comencé a limpiar la tapa del libro mientras intentaba engullir un pedazo de pan pues caía presa de la fatiga. El cuadernito estaba hecho de cuero, tenia grabadas las iniciales de mi bisabuela, lo cual me sorprendió aún más y en adelante no me detuve:
"Querida lectora, quien quiera que seas, espero que mis palabras te sirvan en esta lucha contra el mal. Aquel mal que reside muy cerca, aquel mal inmortal que amenaza en contra de Dios y su divina creación del hombre. Espero que con este librito conozcas la verdad del mensaje de Dios y de la bestia llamada Edward que reside en la casona de horror, de espanto y miseria, sobre la colina"...
Conocía muy bien la forma de pensar de mi bisabuela, por lo cual estas palabras cargadas de una fe cegadora no me sorprendieron. Eso era lo que siempre me contaron de ella, no alcancé a conocerla más allá de las terribles historia sobre su calidad mental, pero lo que si me sorprendió es que hablara de Edward. De mi durmiente estatua y lo nombrara de esa forma que lo hacía aparecer con vida, seguramente debía seguir leyendo:
"Los demonios y los Ángeles batallan entre si..." siguiente pagina.
"La bestia del mal solo espera el momento en que sus cuernos..." yo paso de eso, siguiente pagina.
Pero las páginas comenzaban a hacerse eternas entre tanta teoría sobre lo que el diablo quería y como hacía caer a la gente en eso y demás cosas relacionadas. Aburrida seguí pasando hoja tras hoja hasta que encontré una fecha y como titulo:
"Edward ha aparecido en el pueblo"
"Aquella mujer insensata ha traído al diablo a este lugar, nos ha condenado y maldecido con su ignorancia...curiosidad infantil la que nos ha traicionado. Ese tal Edward, tiene los ojos como dos perlas negras que solo pueden ser el reflejo de su perverso corazón...pero sabe Dios que eso no es lo peor, sino sus manos, esas armas de metal que serian capaz de asesinar a alguno de nosotros y juro que pronto veremos cuán peligroso puede ser en realidad. Sin embargo, estaré vigilando cada paso y movimiento que hace...porque a mi,su ingenuo e inocente rostro no me va a engañar, eso es lo que el diablo quiere"
Mi mente y estado de ánimo dio un vuelco inesperado y la pena se volvió ansias, tan y más fuertes que las que sentía al querer ir a ver la casona. Ésto sólo podía significar que Edward había existido y existe pues ella antes lo había llamado "inmortal". Pasé las páginas hasta unas que mostraban una indescriptible cólera de parte de mi bisabuela:
"La gente lo reconoce, lo llaman artista al ver como tranquiliza sus ansias de sangre con arbustos y peor aún le dan a su disposición sus cabellos... ¿es que no se dan cuenta en el peligro que están?...paciencia es lo que debo tener, pues esta farsa no durara por mucho tiempo y Dios se encargara de darme la razón"
Mas paginas adelante... "Quiero saber más" pensaba:
"Lo sabía, lo sabía, algo malo era lo que tenía que suceder. Él dice que han sido Kim y sus amistades quienes se lo han pedido...pero no es cierto, él es un ser maligno, que debe haber propiciado y planeado ese robo...pues la maldad corre por sus ojos"
Paginas y más paginas sobre sus creencias... "¡no quiero saber sobre sus teorías! ¿Qué pasó con Edward?" exclamé en la soledad de mi casa:
"¡Corred todos en su búsqueda, pues ha lastimado a Kim y a su pequeño hermano!... ¡Le ha arañado la cara!... ¡todos vamos a cazarles como la bestia que es!"
"Esta mujer no sabe relatar las cosas" pensé, sus escritos estaban muy inconclusos:
"He vuelto más que desolada...él y el novio de Kim han muerto en una sangrienta lucha, es el fin de la bestia, pero se ha llevado consigo a uno de nuestro chicos...un buen chico...entonces ¿Por qué Kim no luce triste?...tengo la ligera sospecha de que algo ella tenía que ver con Edward"
Eso era todo lo que salía con respecto a Edward y su estadía en el pueblo, ¿Cómo era que el pueblo había pasado por alto aquella historia?... ¿Que fue de Kim?... ¿Realmente asesinó Edward a alguien?...y, ¿Cómo es que mi tía escribía tan jodidamente mal?...Bien, pues no sabía ninguna de las respuestas, sólo sabía que él estaba vivo y que quería verlo.
__Si nada va a cambiar de día...entonces iré hoy en la noche__
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josiasbecerra · 4 years
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Si, la versión contemporánea del Quijote es Breaking Bad.
Pero dejemos ya al Caballero andante. Ahora vamos a centrarnos, no en el camino sino en el viaje. En la serie Breaking Bad, tenemos este mismo motivo: un adulto de edad avanzada decide hacer de su vida algo un poco más interesante. Usando sus conocimientos de química, comenzará su aventura en el mundo del Cristal azul. Junto a su socio y colega, Jesse Pinkman, harán de las suyas en Nuevo México.
El núcleo central de la trama es la constante fricción entre principios y convicciones ¿Qué tan válido es luchar por los "mios" sin importar las repercusiones éticas que hay en ello? ¿Soy un hombre bueno o malo, por querer dejar algo a mi familia, después de mi muerte? ¿A quien le importa el destino de mi familia sino a mi? Y al final todas estas preguntas se condensan en una sola ¿Debo elegir lo que yo quiero ser o seguir siendo lo que siempre he sido?
Walter White, elijo ser drug dealer. Dentro de su economía y situación, elijo ser uno de los chicos malos. Por supuesto, hay que entender que toda la serie trata solo de este dilema interno, en cómo puede evadir la mirada del otro y cómo puede seguir siendo el chico duro mientras eso no sucede. Es un ejercicio muy interesante de explorar. Cuando estaba leyendo el Quijote, sentí inmediatamente la cercanía, no solo con Breaking Bad, sino por ejemplo también con el videojuego Grand theft Auto, y no en el sentido de que hay un mundo por explorar: veamos que encontramos, vamos a las aventuras que nos aguardan más allá; no, por el contrario, la afinadad se encuentra extrañamente en la libertad de hacer lo que sea. Por supuesto, la trampa está en que este "lo que sea" es todo menos lo que sea.
Pero volvamos a Nuevo México.
Pobre Walter White, ha enfermado de cáncer, pobre de su familia, pobre, pobre todo. Pero no, esta imagen de pobreza y de desgracia es antes bien el terreno fértil para dar a luz a Heisenberg, la versión rebelde de aquel padre de familia sometido por la esposa y sus hijos en Malcolm in the middle. Walter White es la transición que hay de uno a otro. Hal ha decidido dejar el control del Playstation y jugar su propio juego en la realidad.
Todos los argumentos están ahí; podemos pensar en una segunda oleada de liberación del ser, que hastiado del sueño Americano, se propone romperlo, para dar salida a su deseos más intensos. Claro, que las cosas no salen muy bien, pero lo interesante es ver cómo la construcción de una nueva forma de ser, se basa ante todo en la presuposición de formas de vida. Walter White solo sabía algo con certeza: ser maestro de química no deja suficiente dinero y la felicidad, o al menos lo más parecido que hay, es el dinero.
El sueño Americano tiene cenizas con signos de dólares. Y en esa medida, la solución tiene un eje principalmente orientando a la adquisición de aquello que anima ese sueño. La sangre del sueño Americano.
Walter White quiere divertirse y ser feliz, y también y tal vez, hacer felices a sus seres queridos. Sin embargo, la lógica inherente, no es diferente de una lógica de un discurso políticamente aceptado, del sueño Americano. Grand theft Auto no es un alternativa al sueño Americano, es el sueño Americano que cree que es libre.
Una ambigüedad inmensa es que la necesidad de felicidad, va unida siempre a la necesidad material, y las acciones que cada persona toma, llevan esa lógica a su absurdo. Para ser feliz debo tener dinero, sí tengo dinero, debí adquirirlo y si lo adquiero, seré feliz. Felicidad es dinero. Dentro de esa lógica maestra, están las ramas, que son los argumentos que llenan el ciclo de la fotosíntesis. La esposa que tanto se ama, el hijo que tanto necesita, el propio Walter, que tan enfermo está. Dentro de ese árbol, vemos el hilo común. La demanda insaciable de felicidad.
Walter White, bien podía dudar que ese fuera el camino a la felicidad. Pero Heisenberg no. Heisenberg es el avatar virtual de Walter White, al partir del cuál se despliega toda la historia del principio al fin. Esta transición es un pago obligado que cada persona hace al momento de elegir. Las opciones son engañosas, pero la idea es que, sea de un modo u otro, nosotros elegimos a cada momento. Sin embargo, elegir no es gratuito, la elección, nos hace suyos, y así Walter White dejó de ser Walter White. Heisenberg es la apariencia que como la esencia se presenta ante los sentidos, y  después de eso, no hay escapatoria.
Heisenberg se convierte en la herramienta que hace posible que el imaginario del sueño Americano subsista bajo el reverso exacto de su forma amable. Cuando el sueño no se sostiene, llega la pesadilla para levantarnos. Heisenberg es la perversión oculta de ese sueño. El sueño es la pesadilla que todavía no sabe que es una pesadilla. En ese sentido, la perversión significa exactamente lo contrario a la decadencia moral, es por el contrario, la manera en que la normalidad, intenta salvajemente conservar su estatus de realidad, a todo precio, a toda costa.
La perversión en psicoanálisis es un suplemento de la teoría de la neurosis y la histeria. El perverso es aquel que sabe que sabe y que sabe que el otro no sabe lo que debe de saber. Por lo tanto, se percibe a sí mismo como una herramienta del discurso interior y exterior, bajo el cual, va subsumir todas las formas amorfas a su visión. Sí hay una prueba de que una sociedad está en decadencia es sin duda los modos en qué emergen y son visibles estos elementos perversos en la realidad. La perversión es la ceniza que se resiste a desaparecer, una insistencia bajo la cuál podemos ver las peores catástrofes de la civilización. No es gratuito decirlo y no es nuevo tampoco, el nazismo de Hitler se basa en esta misma lógica; donde unos saben y otros no.
La felicidad es, dicho lo anterior, una categoría perversa por excelencia. Hay que desmitificarla, desnudarla, quitarle todos sus elementos sublimes que hacen que no podamos verla con toda claridad. Solo hay que imaginar lo que es necesario para que uno sea feliz y si la respuesta involucra volverse Heisenberg, bueno, ahí está la perversión.
Hay una pasaje entre una cosa a otra, que no tiene sentido alguno. La necesidad de felicidad, de ser felices, es uno de lo mayores engaños posibles. Creo que la felicidad verdadera es mucho más dramática y más cruda que solo el hecho de tener un estribillo como respuesta.
Escribir un libro, ser famoso, tener una casa, amar a la familia. Todo suena muy bien, pero de repente, no sé leer, soy feo, no tengo dinero y mi familia me odia. Todo eso genera una infelicidad ¿Pero de dónde viene tal concepción? Felicidad se resume en tener o no tener. Pero el ser es muy engañoso, la materialidad ofrece miles de respuestas a esa pregunta, entre los dos mundos la conciencia (Walter White) elije o ser feliz o ser nada. Hay que elegir nada.
Quizás el ejemplo máximo de esta lógica, la encontramos en la mayoría de los videojuegos de acción; simplemente hay que matar a los monstruos y todo va estar bien. Lejos de ser una decisión de diseño o de historia, estos videojuegos se basan en la misma lógica de la perversión; los argumentos de la trama no deben engañar a nadie, "salvemos al mundo" "los zombies solo quieren mi cerebro" "hay que salvar a la princesa" etc., Hay un paso gigantesco que necesariamente carece de reflexión; a fin poder matar a un bicho, tengo todas las justificaciones para poder hacerlo, todos los argumentos posibles que hacen que pueda desconectar mis emociones más íntimas y no dudar, al momento de hacerlo. Este paso es tan sutil, que ni siquiera es necesario ser un perverso para estar dentro de ese Árbol de sistema.
Vamos de camino al trabajo, y literalmente, todas las personas se vuelven en un obstáculo para que yo pueda llegar temprano, si un día estoy enojado, podría ser fatal para cualquiera. Al fin, llego a las 8 a.m. y de repente estoy feliz, un día más siendo un buen empleado.
La sociedad que llega a su fin, se convierte en psicópata a fin de mantenerse viva. El más sutil e invisible campo de concentración es literalmente el lugar al que llamamos hogar. La vergüenza y la lástima que hay en ver a los vagabundos, no es porqué ellos estén efectivamente en dificultades respecto de nosotros, sino porqué ellos reflejan de modo absoluto, el olvido y el fracaso que hay en la búsqueda de la felicidad; que hace que no importe en nada el ser vivo, mientras que se sea feliz, lo demás no importa.
El paraíso es el infierno.
Pero el puente que hay es absolutamente lo contrario.
Si debieríamos lanzar un ética de la felicidad, creo que debe buscarse ahí. En qué todo importa y que en la medida de que importa, el otro aparece y ahí está la felicidad. Cuando descubro al otro me descubro a mí mismo y la tentativa de ser feliz, se desvanece con la pregunta interminable pero inagotable: ¿Qué quiero?  y bueno después, ya veremos qué pasa.
Se piensa que la pregunta histérica sobre el otro y sobre uno mismo es un condición inferior cuando se le compara con una posición neurótica o perversa. Pero ¿No están llenos los consultorios de histéricos que no pueden vivir en un mundo perverso? ¿No están llenos los consultorios de preguntas sin respuesta, porqué precisamente nadie se ha atrevido a escuchar?
Heisenberg es el chico cool pero Walter White en su forma de infinita suspensión y duda, es mil veces más cool.
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peachymokka · 5 years
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Capítulo 18: Felicidad
Me pongo tu ropa
Tu piel oscura me espera en la cama
Afuera hay ruido
Aquí adentro respiro en la almohada
Me quedo dormido
y pierdo plata con cada mirada de amor .
💭
Estar con Yuri Plisetsky era para él un paraíso terrenal. Estar a escondidas con Yuri Plisetsky probablemente sea todo, menos un paraíso terrenal.
Y es que no había mejor sensación que sostener sus manos, estar juntos en la habitación del menor que era testigo de todos los besos que no podían compartir en público, de todos los abrazos a mitad de la noche, de todas esas promesas. Otabek amaba a Yuri Plisetsky, su (mal) humor, sus sonrisas y gestos, su determinación, su actitud con todos, su actitud con él. Otabek amaba a Yuri Plisetsky, y estaba seguro de que él le amaba también.
Aún cuando seguía siendo novio de Jean Leroy, compartiendo momentos de pareja frente a él, recordándole todo aquello que él jamás podría tener. Porque Otabek Altin amaba a Yuri Plisetsky, lo amaba mucho, pero no lo suficiente como para declararse homosexual frente a todos, frente a los ojos de los demás.
Quizás era cómodo, probablemente sea una manera incorrecta de amar, porque él lo hacía dentro de esas cuatro paredes donde solo las estrellas podían asomarse y ver parte de su amor, donde nadie más podría saber qué ocurría entre sus besos y caricias, además de ellos.
Otabek no estaba listo para admitir su homosexualidad, Yuri no estaba listo para dejar a Jean.
🌹
Era viernes, una semana luego de que Otabek fuera a casa de Yuri para pedir perdón, una semana en que se han visto casi todos los días en casa del rubio, bebiendo té con Nikolai, besándose en la cocina mientras se supone que lavan los platos. Ahora estaban en clases de matemáticas, donde Víctor contaba los minutos para ir al almuerzo y encontrarse con su novio, mientras que Otabek no podía apartar sus ojos de la ventana.
Cuando al fin sonó el timbre, Nikiforov fue el primero en saltar de su asiento, guardando todo en su mochila, arrastrando a Otabek consigo. Juntos llegaron hasta la cafetería, donde Yuuri y Yuuko ya estaban esperándoles, con una sonrisa. Víctor tardó solo unos segundos en llegar al lado de su novio, abrazándolo hasta casi asfixiarle, sin darle importancia a las risas de sus amigos.
Yuri apareció unos segundos después, haciendo una mueca al ver cómo el viejo y el cerdo se daban amor. Se sentó junto a Otabek, acariciando su mano lentamente, en un gesto significativo para ambos, pensando que nadie les veía. Minutos después, Víctor dejó en paz a su pareja, para luego sentarse junto a sus amigos, viendo cómo el rostro de Altin cambia drásticamente en cuanto Jean aparece.
Yuri y Jean comparten un beso, por lo que Víctor prefiere iniciar un tema de conversación para obtener su atención.
— Yuuuuri, hoy tienes que estudiar matemáticas conmigo.—Mira a su novio con ojos de cachorro, a lo que el pelinegro solo sonríe, asintiendo. Yuuko por su parte empieza a reír con burla, acusando al peliplateado con su tenedor.
— Víctor, maldito mentiroso, tú harás de todo con Yuuri excepto estudiar.
Las mejillas del japonés se colorean de un rojo fuerte, mientras que Víctor se hace el ofendido, empezando a discutir con Yuuko, tratando de defender su inocencia y buenas intenciones. El resto ve la escena con gracia, lo suficientemente distraídos para no notar la manera en que Yuri acariciaba las manos de Otabek, regalándole una sonrisa.
Pasado el almuerzo, se repartieron en sus respectivas clases, y obviamente Jean acompañó a Yuri hasta su salón, entregándole los papeles corregidos, aquellos que antes contenían ofensas y ahora solo tienen amor por parte del canadiense. Yuri le sonríe algo triste, poniéndose de puntitas de darle un beso al pelinegro. Leroy le sonreía igual que siempre, completamente ajeno a todos los pensamientos que rondaban la mente del rubio.
— ¿Nos vemos más tarde?—Yuri le sonríe con culpa, negando suavemente.
— Voy a clases con Yakov, ¿Mañana?
— ¿No es día de Beka?—Jean se da cuenta del tono acusador que usó inconscientemente, sonriéndole a Yuri para quitarle algo de importancia.
— Lo siento...—Yuri baja el rostro, odiándose por completo.
Era el peor novio del mundo, incluso cuando no quería dañar más a Jean, no podía evitarlo. El hecho de que mantuviera en secreto algún tipo de relación con su mejor amigo tampoco le ayudaba en mucho, cualquiera creería que él no quería a Leroy.
Jean por su parte solo soltó un suspiro, contando hasta diez dentro de sí mismo, volviendo a sonreír para Yuri. Pasó sus brazos alrededor del rubio, en un abrazo más que necesitado. Si alguien le preguntara sobre su relación, seguramente diría que era lo mejor que le había ocurrido en la vida, y si bien era cierto, la verdad es que en los últimos días tenía el presentimiento de que esta ya estaba llegando a su fin. Yuri no era el mismo, por muy cliché que esto pueda sonar, al comienzo parecía tan enamorado cuando le hablaba y le veía, sus besos eran más y más intensos, sin querer soltarse nunca; ahora ni siquiera podían compartir más contacto, pues Yuri rehuía de él.
Quería engañarse y pensar que todo eran solo ilusiones de él, pero era un hecho de que algo le ocurría a Yuri, y él quería descubrirlo.
— Está bien, kitten, suerte con Yakov y Otabek.
Yuri le ve con tristeza, sintiendo que tal despedida podría tener algún otro significado. Toma al pelinegro desde la nuca para que se agache a su altura, juntando sus labios en un beso desesperado, sin ganas de separarse. Puede ver la sonrisa de Jean antes de entrar por fin a clases, volviendo a sentir la opresión en su pecho.
🌹
Sus pies se deslizan con gracia a lo largo del salón, elevándole hasta lo más alto, cayendo con gracia sobre sus hermosas zapatillas de punta, las mismas que su abuelo arreglaba para él. El espectáculo que estaba dando podía parecer hermoso y majestuoso para los ojos de cualquiera, mas Yakov sabía que algo no estaba bien en la mente de su discípulo. Sus movimientos suaves demostraban preocupación, su rostro normalmente relajado ahora tenía una mueca, incluso estuvo a punto de perder el equilibrio en el tercer fouetté.
— Yuri, terminamos.
La voz grave del ruso hace eco en el lugar, además de los jadeos del rubio, completamente agotado. Yuri ve a su maestro con culpa, sabiendo que hoy no ha sido tan maravilloso como otros días. Yakov llega hasta su lado, poniendo una mano en su hombro, con una semi sonrisa en los labios. Incluso cuando no le deslumbra como siempre, Yakov confía plenamente en Plisetsky, sabe que ese rubio haría hasta lo imposible para alcanzar la cima y ser el mejor, tal y como lleva demostrándolo desde los ocho años.
Para el mayor, Yuri ha sido como un hijo, por eso sabe que llevárselo a Lilia será lo mejor, aunque ese es un secreto que el rubio aún no sabe.
— Estás perfecto como siempre, pero quiero que dejes de preocuparte cuando bailas, eso te opaca por completo.—Yuri asiente con tristeza, Yakov suspira, viendo de reojo hacia afuera.—Además, si tu novio es una distracción, no quiero que lo traigas más, jovencito.
Yuri levanta la cabeza de golpe, buscando con la mirada a Jean. Sus ojos vagan por el lugar, deteniéndose en el pelinegro sentado en uno de los sofás más alejados, con un rostro estoico. Una sonrisa involuntaria llega a sus labios, al notar como Beka alza sus pulgares, cambiando su expresión a una sonrisa. Vuelve a prestarle atención a Yakov, quien solo niega lentamente, dejándole ir.
El menor toma sus cosas y llega en un segundo junto a Otabek, mirándole sin compartir palabra alguna, y es que luego de tantos años, ya no era necesario. El moreno se pone de pie y con solo ver la expresión berrinchuda de Yuri ya sabe lo que este quiere, por lo que le toma en brazos, llevándolo sobre su espalda sin importarle los reclamos fingidos de su amigo. Los mismos que de un momento a otro dejan de escucharse y son reemplazados por la risa estridente de Plisetsky, junto a la risa de Otabek.
Llegan hasta el estacionamiento ubicado en el subterráneo, el kazajo deja a Yuri sobre su motocicleta, sin esperar mucho más para agacharse y depositar un beso en sus labios. Sus bocas se encuentran y sus lenguas se saludan, olvidando todo uso de razón que no tenga relación al sabor de su cariño, sus besos y sus caricias. Otabek se separa primero, feliz de ver la mueca de molestia en el rostro del rubio. Vuelve a dejar besos sobre él, aunque estos son mucho más castos y van de un lugar a otro, evitando sus labios.
— ¿Vamos a casa?
La pregunta del rubio le descoloca un poco, sintiéndose extrañado con el hecho de que Yuri ya considerara su hogar como algo que era también de Otabek. Eso solo pudo hacer más feliz al kazajo, que no tardó en ponerle un casco a Yuri, para luego acomodar el propio y subir a la motocicleta, aún con la sonrisa en el rostro.
— Vamos.
Yuri envolvió la cintura de su compañero, abrazándose a él sin miedo alguno, con su corazón y mente en calma, disfrutando el viento y el ruido de la autopista. A lo largo de su amistad, Yuri había descubierto que no había momento más íntimo que ese, donde eran solo ellos dos y no eran necesarias las palabras, porque Yuri abrazado a Otabek era todo, su calor le inundaba y ponía todo de él en juego. No había preocupación alguna, no había lugar a confusiones.
Por desgracia esos momentos duraban muy poco, pues en un abrir y cerrar de ojos, ya estaban ambos afuera del hogar Plisetsky, estacionando en el garage de la casa. Yuri tardó solo un par de segundos en entrar y ver a su abuelo en la cocina, preparando té. Llegó hasta él con una sonrisa en el rostro, besando su mejilla y dándole un abrazo, siendo por completo correspondido.
— ¿Por qué tan feliz, vienes con Otabek?—Yuri frunce el ceño al verse descubierto, mas no puede evitar la sonrisa involuntaria.
— Sip, está guardando sus cosas, así que en cuanto entre le dices que se haga cargo del té y tú vas a descansar.
— Yuratchka, Otabek es visita, y yo ya he descansado suficiente.—Yuri imita el gesto de su abuelo, poniendo sus manos en su cintura y usando un tono grave, casi con mofa.
— Abuelo, Beka dejó de ser visita hace muchos años y ahora prácticamente vive aquí. Si no le dices que lo haga, seguramente él lo hará igual, así que deja ahí y ve a descansar, yo te llevo una taza en un momento.
Yuri sube las escaleras sin esperar respuesta, quitándose su ropa sucia en el camino, llegando al baño solo en ropa interior. La ducha le sienta de maravilla para sus músculos, relajándolos por completo hasta el punto de casi caer dormido. En cuanto sale, se pone un par de leggins y una sudadera que probablemente sea de Otabek.
Se sorprende cuando baja las escaleras y se encuentra con el su abuelo cocinando junto al kazajo, ambos demasiado concentrados en su conversación y cocina como para prestarle atención. No puede evitar que su imaginación vuele y piense en cómo sería una vida así, con Otabek cocinando para él luego de sus clases de ballet, serían eternos viajes en motocicleta y tardes de películas, besos que no tendrían que esconderse y abrazos que significarían más que cualquier promesa. Se imagina un futuro con Otabek, sin pensar en las posibilidades de ello, olvidando la realidad de su relación clandestina y permitiéndose soñar un rato.
Estaba tan perdido en sus pensamientos que no notó cuando depositaron un plato de sopa humeante frente a él, que olía demasiado apetitosa. Durante la cena el tema de conversación por excelencia era Yuri Plisetsky, y es que tanto Nikolai como Otabek amaban hablar del rubio, sobre todo cuando recordaban anécdotas de este. Yuri se dedicaba a contradecir todo lo que ellos decían, avergonzado.
🌹
Así como era tradición que cenaran juntos, ellos solían tomar el postre viendo alguna película, casi siempre basada en el gusto del menor. Aunque ahora Nikolai estaba lo suficientemente cansado para no participar en la noche de cine, así que Yuri y Otabek decidieron ir hasta la habitación del rubio.
Yuri ya estaba recostado casi quedándose dormido cuando Otabek apareció frente a él con un plato lleno de galletas que le quitaron todo rastro de sueño. En cuanto las vio, el rubio sintió una incomodidad en el pecho, recordando ese día, hace cuatro años, cuando comenzaron los problemas. Yuri recuesta su cabeza en el pecho del kazajo, quien no tarda en dejar caricias sobre esta, comiendo tranquilo.
— Dale un abrazo de mi parte a tu madre, sus galletas siguen siendo mucho mejores que las mías.—Otabek suelta una risita, besando la coronilla del rubio.
— Eso es porque ella sí sigue la receta, Yura.
— Eres un malagradecido, ve a dormir al sofá.—Yuri no tiene tiempo de fruncir los labios antes de que Otabek los bese, quitándole cualquier rastro de berrinche.
A tientas, el menor busca el control remoto y logra apagar el televisor, convencido de que harán cualquier cosa menos ver una película. La lluvia resuena allá afuera, y está seguro de que mañana habrá nieve, por lo que seguramente se quede acostado con Otabek todo el día. Tal y como estaban ahora, con el moreno apoyado sobre sus codos para no aplastar a Yuri, besando sus labios con paciencia y cariño, repasando cada detalle de su boca, la dulzura y suavidad que podrían volverle loco.
El movimiento de sus labios era acompañado por las caricias que se daban el uno al otro, las manos de Yuri iban desde la espalda de Otabek hasta su nuca, revolviendo sus cabellos; las manos del moreno se aferraban a la cintura de Yuri, con la única preocupación de mover su lengua con mayor precisión, escuchando los gemidos ahogados que a veces soltaba el menor. De un momento a otro sus bocas se separaron y Otabek llevó sus besos castos hasta la piel de Yuri, primero sus mejillas, su cuello, sus clavículas y sus hombros, llenó de besos cortos toda la piel visible, subiendo hasta el lóbulo de su oreja, donde decidió lamer con paciencia, para luego usar sus dientes. Yuri gimió bajito, preocupado de que su abuelo le escuchara.
En medio de los besos, no pudo evitar soltar una risita, aferrándose del cuello del kazajo, buscando sus labios a tientas en medio de esa felicidad que llenaba su corazón. Otabek sonreía igual que él, yendo con calma, acariciando cada vez un poco más de piel. Luego de unos largos minutos, decidió quitarle la sudadera al menor, viendo con adoración su piel suave y nívea, cada curva, cada detalle que le convertía en el ser más perfecto que había pisado la Tierra.
Un ángel.
Sus ojos se encontraron y no necesitaron más, Yuri le quitó la ropa con un poco más de rapidez, disfrutando de la vista que recibía del pecho del kazajo, sus músculos duros y grandes, su espalda ancha y sus brazos fuertes, los mismos que podrían protegerle de cualquier peligro. Cambian de posiciones y terminan sentados sobre sus rodillas, viéndose a los ojos, antes de volver a besarse, dejando que sus manos recorrieran sus cuerpos.
Otabek lleva su lengua hasta el pecho de Yuri, lamiendo cada porción de piel, desde sus pezones hasta sus caderas, poniendo especial atención en los huesos de estas. Yuri acabó recostado nuevamente, moviéndose inquieto en el colchón, envuelto en el éxtasis que le causaba el amor de Otabek Altin. Sus gemidos quedos llenaban la habitación, opacando por completo el sonido de la lluvia que azotaba las ventanas.
De un momento a otro Otabek había perdido sus pantalones, y Yuri sentía suficiente curiosidad como para dejar de lado su vergüenza y llevar sus manos hasta el moreno, explorando las dimensiones de lo que su ropa interior ocultaba. El sonrojo invadía sus mejillas y los gemidos salían cada vez más seguidos, sobre todo cuando el kazajo intentó quitarle los pantalones, rozando su erección.
— Yura... ¿Por qué tienes que usar pantalones tan apretados?—Otabek batallaba para deslizar la prenda por las piernas del menor, quien reía inocente.
— No sabía que íbamos a hacer esto, ¿okay? Deberías decirme cada vez que vayamos a follar, así yo me preparo y me pongo mi conjunto de lencería.
Otabek suelta una risa, quitándole al fin los dichosos pantalones al menor. Toma las piernas del rubio y las acaricia de arriba a abajo, comiéndolas con la mirada, prestándole mayor atención a sus muslos. Se ubica frente al rubio, agachándose hasta juntar sus rostros lo suficiente como para compartir el aliento, viendo sus ojos fijamente.
— Nosotros no follamos, Yuri, tú y yo hacemos el amor.
Antes de que Yuri pudiera siquiera decir algo, ya estaba siendo besado por Otabek, robándole el aliento y la razón. Los labios del kazajo se deslizan hasta la piel de Yuri y llegan hasta sus muslos, recorriendo sus largas piernas, las mismas que el rubio decide enrollar su cintura. Entre besos y caricias, gemidos y risas por parte de Yuri, quedan sin prenda alguna que les cubra. El moreno lame uno de sus dedos y lo introduce en Yuri, robándole un gemido profundo, seguido por otros más en cuanto le embiste con sus dedos.
— ¡Ah...! Beka.
Otabek le ve directamente a los ojos, Yuri se pierde en medio de los ojos achocolatados del moreno, llevando sus manos hasta el rostro moreno del kazajo, compartiendo sonrisas, escuchando los truenos que son incapaces de sacarles de su calma. Otabek cierra los ojos y llega al rostro de Yuri, susurrándole demasiado bajo, con su voz grave.
— Te amo.
Yuri sonríe, las manos del moreno le acarician antes de alzar su cadera e introducirse en él, lentamente, llenando de calor al rubio. Yuri gime sin remedio, casi sin medir el volumen, arrastrando sus manos hasta la espalda de Otabek, enterrando sus uñas en cuanto las embestidas comienzan.
— Te amo, ah... te amo.
Las embestidas lentas se pierden entre el deseo de ambos, Otabek va más rápido y profundo, Yuri gime más alto y el moreno debe besarle, temeroso de que Nikolai les escuche. Yuri se retuerce en la cama, sollozando de placer, gimiendo ante las penetraciones certeras que el moreno le daba. Los gemidos iban cada vez más alto, así como cada vez más seguidos, sin darle tregua al menor. Otabek le sonríe a Yuri, besando su mejilla.
— Amor... Si sigues gimiendo así, tu abuelo me va a matar mañana.
Yuri muerde su mano, Otabek la reemplaza por sus labios, compartiendo un beso en el momento justo en que el rubio toca el cielo con la punta de sus dedos gracias al placer que Altin le hace sentir. Otabek muerde su cuello para evitar ser ruidoso, gruñendo en él cuando toda la tensión acumulada se expande, dándole latigazos de éxtasis que le hacen aferrarse al menor.
El sonido de sus respiraciones ahogadas y jadeantes llena la habitación, al igual que la lluvia y los truenos. En medio de la oscuridad, Otabek abraza a Yuri y junta sus manos, cubriendo su cuerpo con sus brazos fuertes, sin querer soltarle nunca.
Aunque estaba seguro de que a la mañana siguiente Nikolai Plisetsky le iba a asesinar.  
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anabananaz4 · 7 years
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Entre la distancia - ♡Capitulo I.♡
Si se te hace mas cómodo, puedes leerlo en “Wattpad”.
♡ Prologo. ♡
– A ver Samuel, cuéntame que es lo que pasa, que tus padres están muy alterados. – hablo el psicólogo a su paciente de 6 años.
El pequeño Samuel se acostó en una semi-camilla que se encontraba en el salón. Suspiro y cerro los ojos tratando de relajarse.
– Es algo complicado. – el doctor se sorprendió, escuchar a un niño de 6 años decir que algo se le complicaba a tan poca edad no era normal.
– No tienes que presionarte, tenemos muchas más sesiones hasta que estés cómodo y puedas decirme que te incomoda.
Al parecer eso logro calmar al pequeño ya que se levantó, dejando colgar sus pies y moviéndolos en el aire.
– Todo comenzó cuando tenía 4 o 3 años, no recuerdo muy bien, pero un día comencé a escuchar una voz que me hablaba. Esa voz era de un niño como de mi edad, yo pensaba que eran mis juguetes o los duendes que hay debajo mi cama pero un día como cualquiera apareció en mi cuarto y al mismo tiempo yo también estaba en el suyo.
– No comprendo, ¿Quién estaba contigo, Samuel? – pregunto intrigado.
– Guillermo.
Samuel era un niño que creció en la ciudad de Los Ángeles, California. En el edificio que vivía casi no había niños de su edad y como era hijo único, sus padres se encargaban de consentirlo lo más que podían. Samuel era un niño alegre, adoraba dibujar e ir al colegio, típico de los niños pequeños. Era un niño muy entusiasta, les levantaba el ánimo a todos y siempre traía una sonrisa en su rostro.
El pequeño siempre se levantaba temprano para ir a su escuela, siempre llegaba para ir a su escuela, siempre volvía emocionado y loes contaba a sus padres el cómo había hecho un nuevo amigo. Sus padres pegaban sus dibujos en el refrigerador, por más extraños que fuesen. Era un niño feliz.
Un día cualquiera Samuel se levantó algo confundido, había tenido un sueño extraño.
– Mami, tuve un sueño extraño. – dijo el pequeño en el desayuno mientras comía sus panqueques.
– ¿De qué se trata cariño? – le pregunto mientras acariciaba su cabeza.
– Soñé que un niño, como de mi edad, mmm... así – dijo mostrando los dedos de su manita indicando cuantos años tenía. – me estaba contando como le fue en su escuela, pero en realidad le decía a su mami pero yo estaba ahí. Él decía que un niño lo molestaba y quería quitarle sus carritos.
– Aw cariño, deberías de dejar de ver tantas caricaturas. Termina tu desayuno que se te hace tarde y no querrás llegar tarde al colegio ¿o sí?
– ¡¡NO!! – dijo para seguidamente comer rápidamente y salir corriendo al coche.
Cuando el pequeño desapareció de su campo de vista se puso a pensar muy seriamente en lo que había dicho su hijo, pero como estaba pequeño y los niños inventan cada cosa, mejor lo dejo pasar.
♡(...)♡
Unos meses después, Samuel seguía escuchando a aquel niño en su cabeza. Ahora no solo era en sus sueños, también lo escuchaba cuando estaba en el colegio. Samuel pensaba que se estaba volviendo loco. Pensaba que los aliens o los duendes querían secuestrarlo y alejarlo de sus papás.
Al llegar a su casa, siempre le decía a su mami que escuchaba al pequeño en su cabeza, pero su madre no quería creerle, pensaba que era un juego inocente, aunque ya estaba empezando a preocuparle.
Un día, cuando Samuel llego del colegio escuchaba al pequeño hablar en su cabeza, se escuchaba triste y desanimado. Él estaba jugando con sus juguetes pero a pesar de no saber quién o qué era lo que escuchaba en sus pensamientos, sentía el sufrimiento y la tristeza que estaba sintiendo aquel ente desconocido para él.
Samuel se armó de valor y decidió preguntar a ese alguien el porqué de su tristeza, ya que a él también le estaba afectando.
– ¿Hola? – silencio. – he escuchado que lloras, ¿Por qué estas triste? Mi mami dice que hay que sonreír para todo.
– Estoy triste porque mi mami esta esperando un bebe. Pronto será mi hermanita y ya no me va a querer. – y se soltó en llanto.
Samuel estaba sorprendido, no pensó que alguien le fuera a contestar.
– ¿Eres un duende? – pregunto de manera inocente, esto hizo que el llanto del otro pequeño cesara.
– No. – dijo algo confundido. – soy un niño de verdad.
– ¿Cómo pinocho? – pregunto y pudo escuchar como el otro niño soltaba una carcajada. Sus oídos le dolieron, pero escucharlo reír le trajo una enorme paz. – ¡Oye! No te rías. Si eres un niño de verdad, ¿Por qué no te puedo ver?
– No lo sé pero, ¿Cómo haces para estar en mi cabeza, no serás tú el duende? – Samuel frunce el ceño, se supone que el que estaba metido en su cabeza era ese niño, no él.
– Yo no soy un duende, soy un niño y me llamo Samuel De Luque. – dijo cruzándose de brazos.
– Yo me llamo Guillermo Díaz...
De pronto todo se volvió obscuro y los pequeños ya no encontraban en sus habitaciones, ambos podían verse uno frente al otro pero no reconocían el lugar en el que estaban. Era como mirarse en un espejo pero en vez de ver tu reflejo vez el de alguien más. Los dos tenían una cara de espanto pero a ninguno se le ocurrió gritar o salir corriendo.
– ¿Eres un fantasma? – pregunto el pequeño Guillermo con algo de miedo, al momento estiro su mano para comprobar si lo que estaba en frente de él era real.
– No, no soy un fantasma. – el castaño también estiro su mano.
Sus pequeñas manitos se tocaron creando una chispa, los pequeños se sobresaltaron al ver que si era real lo que sus ojos veían.
– Entonces ¿tú eras el niño que siempre escuchaba en mi cabeza? – pregunto el pelinegro.
– No, el que siempre está en mi cabeza eres tú. – dijo Samuel con el ceño fruncido.
– ¡No es cierto! Siempre estás en mi cabeza, escucho cuando le dices a tu mami sobre tus nuevos amigos, y cuando le contabas tus sueños pero no te creía. – Samuel se queda algo sorprendido pero tampoco se iba a quedar callado.
– Pues a ti tampoco te creen, yo escuchaba que le decías a tu mami que un niño te molestaba en la escuela y nunca hizo nada. – dijo con reproche.
De pronto la cara de Guillermo se volvió triste. – Es porque ya no me quiere. – y se soltó en llanto.
Samuel se sintió culpable al instante, se acercó al pequeño y lo abrazo. El pequeño Guille se acurruco en el pecho del castaño; para Guillermo todo lo que estaba pasando era demasiado extraño, pero con ese abrazo se sintió seguro y protegido.
– Perdón, no quería que te pusieras triste. Tu mami si te quiere solo que está muy cansada porque se comió un bebe y dentro de muy poco tiene que salir de su estómago.
Con esas palabras el llanto comenzó a cesar, poco a poco la respiración del pelinegro se hizo mas pausada hasta quedarse dormido. Samuel se dio cuenta que aquel pequeño se había dormido en sus brazos; Guille era muy delgadito así que no se le dificulto mucho jalarlo hasta su cama sin despertarlo. Lo arropo con su cobija de "Buscando a Nemo" y le dio un beso en su frente como hacia su madre antes de dormir; acaricio su cabeza con delicadeza para no despertarlo.
– No te preocupes Guille, yo seré tu amigo y siempre estaré cuando me necesites.
Después de eso se dio media vuelta y cerro sus ojos con fuerza; al abrirlos estaba otra vez en su habitación, y el morocho había desaparecido.
♡(...)♡
Habían pasado unos días desde que aquellos pequeños hablaron por primera vez. Todos los días cuando Samu se despertaba, Guille le contaba su gran día en la escuela, ya que entre Londres y Los Ángeles había una gran diferencia de horarios. Cuando el castaño llegaba de su escuela tomaba un libro y se lo leía a Guille para que se durmiera y no verlo llorar por las noches; y cuando a Samu se le acabaron los cuentos inventaba muchos para hacer reír al morocho.
– Samu, cariño ¿con quién hablas? – pregunto la madre algo preocupada al ver a su hijo hablar y reír soló en su habitación. Al principio pensó que solo era un juego de niños y que hablaba con sus juguetes, pero se alarmo al ver su cuarto tan ordenado y sus juguetes en su lugar.
– Ya te lo dije es Guillermo, mi mejor amigo.
– Y tu amigo, ¿está aquí? – pregunta con sorna pensando que su hijo solo está bromeando.
– No, el vive cruzando el gran mar azul pero, ¡pero puede verte y escucharte! Dice que eres muy bonita.
La madre se espanta pero lo disimula demasiado bien ya que el pequeño no se da cuenta, en cambio le revuelve los cabellos al castaño. – Dile a "Guillermo" que ya no es hora de jugar y que tienes que almorzar si no quieres parecer un esqueleto. – toca su nariz con el dedo índice y el pequeño suelta una risita.
– Esta bien, de todos modos él ya estaba a punto de dormir. – seguido se levantó de la cama y corrió hacia la cocina.
La madre se quedó mirando detenidamente la habitación de su pequeño con algo de desconfianza, ¿Podría ser posible que su hijo vea algún espíritu? O quizás... no, era imposible. Sale del cuarto de su pequeño para ir al comedor junto a su esposo y su hijo.
– Cariño, ¿tú crees que Samu esté viendo algo paranormal? – pregunta la mujer a su esposo ya estando los dos solos.
– Mmm... no lo creo, lo más probable es que Samu al ser hijo único haya creado una especie de amigo imaginario para no sentirse solo.
– Pero es muy extraño, empiezo a preocuparme. ¿Qué pasa si no es un amigo imaginario?
– Cariño, sabes cómo son los niños, ya verás que en un par de años ya ni se acordara de ese tal "Guillermo" que tanto menciona. – seguido le da un beso en la frente a su esposa para tranquilizarla.
♡(...)♡
En el otro lado del océano, se encontraba el pequeño Guille demasiado feliz. Desde que conoció a Samuel ya ni se acordaba que su mamá llevaba un bebé en su estómago. Todos los días llegaba de la escuela corría hacia su habitación solo para poder despertar al castaño y contarle sobre su día en el colegio.
A veces lo despertaba antes de la hora solo para que alguien lo escuchara, le gustaba contarle sus días buenos y sus días malos, aunque después de conocer a Samuel ya ninguno fue malo.
Guillermo le platico a sus padres que un niño lo molestaba mucho en la escuela, estos alarmados al no ver antes la situación en la que se encontraba su hijo fueron a la escuela y presentaron una queja, pero como nadie quiso hacer nada tuvieron que cambiar a su pequeño de escuela.
Para Guille no era fácil adaptarse ya que era un poco tímido, pero aun así hizo muchos amigos y se sentía completamente feliz por eso. Hubo un día en que uno de los niños más grande que el quiso golpearlo y en un intento de protegerse le pidió ayuda a su único salvador, Samuel.
Ese día fue el más extraño para Guillermo. Samuel apareció de la nada al lado suyo y al ver que estaban a punto de golpear a su mejor amigo, le entro un coraje y lo único que se le ocurrió fue saltar encima de él y golpear al agresor. Claro que al que regañaron fue al pelinegro, ya que él fue el que golpeo a ese niño pero bajo el control de Samuel. Sin duda, el día más raro para los dos.
♡(...)♡
– Samu, ¿a ti te gustaría conocerme en persona? – estos se encontraban en el jardín de la casa del morocho.
Desde aquel día en el que Samuel defendió al pelinegro de manera indirecta, descubrieron que podían verse en otros lugares y no solo desde el interior de sus habitaciones. Interactuaban con el alrededor pero solo ellos dos podían verse ya que las demás personas solo verían a uno de ellos.
– ¡Claro que si! Serias como el hermano que siempre quise y mami no puede tener. – dijo entusiasmado al pensar que Guille y el podrían convivir juntos, en persona.
En ese tiempo, los pequeños crearon una especie de lazo amoroso, se cuidaban entre si y el morocho veía a Samuel como su héroe. Siempre que el pequeño Guille hablaba con Samuel, en su estómago ocurría algo extraño ya que se revolvía y sentía cosquillas.
– Pero tú no puedes venir y si yo me voy, mi mami se pondrá triste. – dijo algo desanimado.
– ¿Qué tal si traes a tu mami y a tu hermanita? – dijo el castaño con la mejor intención ya que hace unos meses había nacido su hermanita, pero Guille solo frunció el ceño e hizo un puchero.
– No, a Carol no. La odio. Siempre tiene toda la atención y si ella va contigo te enamoraras de ella y me dejaras solo. – el pequeño castaño al ver la carita de Guille roja del enojo le dieron unas ganas de abrazarlo de tanta ternura que sentía al verlo enojado, cosa que si hizo.
– No seas celoso, no creo que tu hermana me guste. – seguido le da un sonoro beso en uno de los mofletes abultados del pelinegro.
Guillermo se puso rojo hasta las orejas, pero esta vez no era por el enojo, más bien era vergüenza lo que estaba sintiendo. Escondió su cabecita en el cuello de Samu mientras le daba pequeños golpecitos a su pecho.
– No hagas eso, tonto. – eso para ellos era lo más ofensivo que un niño de cinco años podía decir.
Siguieron abrazados hasta que sintieron como el aire frio atravesaba sus pieles. El castaño tomo de la mano a Guille y lo llevo a su habitación; a pesar de ser fin de semana, era demasiado tarde como para que Guille siguiera despierto. Lo arropo como otras veces y le dio un beso en la frente, eso ya se les había hecho costumbre. El castaño estaba a punto de irse cuando de repente siente un jalón en su brazo.
– Espera, todavía no te vayas. Qui-ero intentar algo. – ambos se sentaron en la cama frente a frente. – cierra los ojos. – el castaño hizo caso a las indicaciones que se le daban.
Guille se acercó lentamente al rostro del castaño, y sin previo aviso deposito un pequeño beso en sus labios. Samuel estaba sorprendido, se sentía extraño pero no le pareció desagradable, su estómago comenzó a dar vueltas provocándole cosquillas. El morocho se puso más rojo que un tomate, se sentía tan avergonzado que tomo su cobija y cubrió su rostro con ella.
Pensaba que Samuel se enojaría con él y que ya no querría hablarle, dejándolo solo. De pronto, sintió como era aplastando entre unos brazos y su cobija, Samuel lo estaba abrazando.
– Lo siento. – dijo el morocho algo apenado. – Es solo que, mi mami me dijo que cuando dos personas se gustan se dan besitos y abrazos. Tú me gustas Samu, y mi mami también me dijo que los príncipes no solo buscan princesas, sino también buscan otros príncipes. – el corazón del pequeño iba a mil por hora, no sabía exactamente que era ese sentimiento que sentía cuando estaba cerca de Samuel, pero si sabía que quería estar con él por mucho tiempo.
Samu quita lentamente la cobija de la cara de Guillermo, ve como sus cachetitos están súper rojo y eso le causa una ternura inmensa. Comienza a repartir besos por toda la cara del pequeño provocando una enorme alegría en el morocho.
– Tú también me gustas mucho Guille. – dice para seguido darle un beso rapido en los labios.
Esa noche durmieron abrazados, aunque estuvieras a kilómetros de distancia ellos se podían sentir que estaban juntos.
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07:00 AM – Londres.
Era una mañana tranquila, Guille se encontraba en la parte trasera del auto de su padre, coloreando uno de sus tantos libros de dibujo, yendo de camino al colegio. Todo iba perfecto para el. Su hermanita ya había cumplido dos meses y su mami ya le prestaba un poco más de atención. En cuanto a Samuel, habían empezado una especie de relación súper inocente, se basaba de besos inocentes; era un amor de pequeños, puro e inocente.
Llevaban un buen rato estancados en un semáforo, esa mañana el trafico estaba insoportable por lo que el padre opto por tomar una vía alternativa para que su pequeño no llegara tarde al colegio. Había demasiado tránsito, ya que era la hora cuando los padres entregaban a sus hijos en sus respectivos colegios.
De pronto, todo pasó muy rápido. En una de las calles menos transitadas un automóvil se pasó un semáforo en rojo, impactando así con el auto de los Díaz. Golpeo un costado del auto y como el impacto fue demasiado fuerte, este se volcó girando repetidas veces. El mayor, que aún seguía algo consiente, intenta salir del auto a duras penas; habían quedado de cabeza. Rápidamente busca alarmado a su pequeño con la mirada, logra divisarlo tirado en el pavimento; saca fuerzas de quien sabe dónde y sale del auto solo para socorrer a su pequeño.
Corría lo más rápido que podía al hospital más cercano, llevaba a su hijo inconsciente en sus brazos. Su cuerpo estaba adolorido y sus ojos no paraban de soltar lágrimas, pero al ver a su hijo malherido le dio fuerzas para continuar ya que prefería sufrir el a que sufriera su pequeño; eso hacen los padres, ven primero por los hijos que por ellos mismos.
Al llegar al hospital, un grupo de enfermeras corrió a socorrer a los dos pacientes recién llegados con muy mal aspecto. Colocaron al pequeño en una camilla y lo llevaron inmediatamente a urgencias. El padre se rehusaba en ser atendido, el solo quería saber el estado de su pequeño. Tuvieron que sedarlo y llevarlo para que checaran si él también estaba lastimado.
A Guillermo lo habían trasladado a la sala de operación de último momento. Los médicos estaban a su alrededor diagnosticando su estado, mientas el paciente tenía una máscara de oxígeno.
– Tiene una abertura en la parte trasera de su cabeza de unos diez centímetros de largo y uno y medio de ancho, no es demasiado profunda pero perdió una gran cantidad de sangre. Por la hinchazón en su pecho y las radiografías sacadas hace unos minutos, se muestra que tiene una costilla rota. – decía uno de los médicos mientras los demás se preparaban para la operación.
– Bien, manos a la obra. Ya saben que hacer, no dejaremos que este pequeño se nos vaya, todavía tiene mucho por delante...
●●●●●●●
12:00 AM – USA
Samuel se removía incomodo en su cama, a simple vista se notaba que estaba teniendo un mal sueño. Tenía un mal presentimiento, su cuerpo comenzó a dolerle, sintió como si le hubiesen dado un gran golpe en la cabeza y el aire comenzaba a faltarle. En su cabeza apareció la escena de un accidente, había un coche volcado y una persona intentando salir de este. A lo lejos pudo apreciar la silueta de un niño, su cuerpo sintió un escalofrió horrible, cada paso que daba más cerca de ese pequeño sentía como si su mundo desapareciera a sus pies.
– No, esto no puede ser real. – su corazón se estrujo al ver de quien se trataba. El tiempo se había detenido; se acercó un poco más para comprobar si su mente solo le estaba jugando una mala pasada. Se agacho y toco el rostro de Guillermo, su cara estaba llena de moretones y sangre. Sus manos comenzaron a temblar, eso no era un sueño, estaba viviendo la peor de sus pesadillas.
– ¡¡NO!! ¡¡GUILLERMO, NO!! – grito con todas sus fuerzas, alarmando a sus padres. Estos corrieron al cuarto de su pequeño lo más rápido posible, Samuel estaba abrazado a sus piernas llorando y gritando desconsoladamente.
– Samuel, ¿Qué pasa? ¡Cariño, tranquilízate! – decía la madre mientras abrazaba a su hijo para tranquilizarlo.
– Mamá, ¡Le paso algo terrible a Guille! – y volvió a caer en llanto.
– Tranquilo, solo fue un mal sueño. – dijo la madre mientras acariciaba la cabeza de su hijo, este se soltó del abrazo levantándose de la cama.
– ¡¡NO!! ¡¡NO FUE UN SUEÑO!! – grito con todas sus fuerzas a sus padres, estos estaban sorprendidos pero también estaban alarmados. – ¡Tú nunca me crees, a Guille le paso algo malo y tu no me crees! ¡Eso no fue un sueño, FUE REAL! – y de pronto la vista se le nublo hasta que todo se volvió obscuro.
Los padres se alarmaron aún más y llevaron a su hijo al hospital de inmediato.
♡(...)♡
Habían pasado cinco días desde que internaron a Samuel en el hospital. Los médicos que lo atendieron dijeron que no era nada grave, "Al parecer entro en un estado de shock por una noticia repentina que lo altero mucho, suele pasar muy seguido y la mayoría despierta del trance a los 3 días". Esas fueron las palabras dichas por el médico, ya habían pasado cinco días y les estaba preocupando que el pequeño no despertara.
Los padres estaban desesperados, no entendían el repentino estado de su hijo. Iban todos los días a la misma hora y se quedaban con el hasta que el tiempo de vista acabara. Esa mañana la madre había llegado muy temprano, se veía demasiado agotada y preocupada; todos los días llegaba a la habitación donde estaba su hijo y sostenía su mano dándole caricias para que despierte. Los ojos se le cerraban solos, y como no veía señales de que su hijo despertara decidió descansar unos minutos.
– ¿Mami? – una vocecita y un tirón de su mano la despertaron. Lo único que pudo hacer ese momento fue abalanzarse sobre su hijo y darle un fuerte abrazo.
– Samuel... – la madre rompió en llanto. – Nos tenías tan preocupados. – estiro una mano para tocar el botón donde se llamaba al medico
El pequeño abrazo a su madre con todas sus fuerzas aunque se le hacía extraño esa acción. El medico entro en la sala con una carpeta, los expedientes del niño. La madre se separó lentamente del abrazo.
– Hola pequeño, ¿cómo te sientes? – pregunto el medico mientras pasaba una lamparita por sus ojos.
– Bien, aunque me duele un poco la cabeza.
– ¿No recuerdas lo que paso antes de que te desmayaras? – De pronto imágenes le llegaron a la cabeza de golpe, haciéndole recordar lo que había pasado antes de su desmayo.
– ¡Guillermo! ¡Mamá, tengo que ayudarlo! – dijo el pequeño con lágrimas en los ojos.
La madre miro a su hijo algo extrañada, no podía creer que después de estos cinco días el siguiera bromeando con ese supuesto amigo que tenía.
– Cariño, estuviste inconsciente por cinco días, lo que tuviste fue un mal sueño, así que ya deja de insistir con ese supuesto "Guillermo" – dijo algo molesta.
– ¡No mamá, Guillermo si existe! Él vive en Londres y yo puedo hablar con él, tuvo un accidente y tengo que ayudarlo. – dijo llorando desconsoladamente.
– ¡BASTA SAMUEL! ¡Guillermo no existe, deja de decir esas cosas!
El castaño, con lágrimas en los ojos, tomo las sabanas de la camilla y se cubrió con ellas. Su madre nunca le había gritado. Le dolía que no le creyera, pero más le dolía el saber que Guillermo estaba mal y él no podía ayudarlo.
Los adultos salieron de la sala en silencio.
– Señora, su hijo necesita descansar, no creo que los gritos sirvan de mucho. Vaya a descansar, le haremos unas cuantas pruebas a su hijo y mañana viene más tranquila.
♡(...)♡
Al día siguiente el medico mando a llamar a Leila, la madre de Samuel, a sus consultorio para tener una plática privada. El medico estaba muy intrigado por la información que había recaudado el día anterior.
– Señora De Luque, su hijo está en perfecto estado. No sufre de daños cerebrales, lo más probable es que sea dado de alta en dos días y tiene que venir cada tanto tiempo para ver si está en buen estado. – decía el medico leyendo el expediente.
– Muy bien doctor, es bueno escuchar buenas noticias después de todo.
– Mi deber como doctor es informar sobre los pacientes y ver que estén en buenas condiciones, pero eso no es de lo que quería hablar con usted. – su cara se puso seria. – Con respecto a la escena que su hijo presento el día de ayer me hizo dudar un poco. No es la primera vez que uno de mis pacientes dice algo de ese estilo. – el medico toma unos papeles y se los muestra a la señora De Luque.
– ¿Que se supone que es esto? – pregunta aterrada la madre.
– Son expedientes de un hospital de Londres. El día que su hijo fue ingresado a este hospital, en el otro lado del mundo un niño de nombre Guillermo Díaz fue ingresado a urgencias por un accidente automovilísti..
– No quiero seguir escuchando. – la señora aventó los papeles sobre la mesa algo molesta. –No me quiera ver la cara de tonta, esto puede ser una coincidencia muy grande.
– Puede que tenga razón, pero no es la primera vez que pasa. Estos casos no suelen darse muy seguido. Su hijo puede poseer un gran don que solo la muerte puede quitárselo, es como la conexión de dos almas, un lazo a distancia que los hace comunicarse entre sí.
– ¿Y si usted se equivoca? ¿Y si es solo un juego tonto de niños donde pasando los años se le olvidara? – la madre no quería convencerse, no podía permitirlo...
– Como le dije, puede ser que sea solo una coincidencia muy grande pero para eso necesitamos hacer algunos estu... – un fuerte golpe en el escritorio interrumpió la conversación.
– ¡¡No!! No dejare que mi hijo sea tratado como una rata de laboratorio.
– No le estoy pidiendo eso, al parecer no quiere ver lo grave de la situación. Solo le diré que su hijo debe ir con el psicólogo unos meses. No será tratado como un experimento, solo necesitamos saber si se encuentra bien después de ese shock emocional. – la madre tomo aire tranquilizándose un poco.
– Esta bien. Muchas gracias por la información, doctor. – tomo su bolso dispuesta a irse, tomo la perilla de la puerta, pero antes de abrirla giró en su lugar. – Doctor... No le diga nada de esto a mi esposo. – y salió del consultorio.
♡(...)♡
Habían pasado dos meses desde lo ocurrido. Samuel estaba decaído, había perdido a una de las personas más importantes para él. Sus padres notaban que el estado de ánimo de su hijo no estaba bien; la hermosa sonrisa con la que alegraba a los demás ya no estaba. Iba al colegio porque se lo pedían no porque quisiera. Ya no hablaba de como hacia nuevos amigos, ni colgaba sus dibujos en el refrigerador. Una parte de él se había ido y con ella su felicidad.
Los padres del castaño cada día estaban más preocupados. Había días en los que Samuel se levantaba por las noches llorando y gritando, sus padres lo consolaban hasta que se dormía otra vez.
En una de sus pláticas propusieron la idea de tomar algunas medidas, y a duras penas, la madre acepto que su hijo viera un psicólogo. Mucha gente piensa que por el hecho de ir al psicólogo eres considerado un loco y piensan que quieren controlar tu vida. Estos especialistas estudian la mente humana para poder comprender ciertas cosas y ayudarnos a sentirnos en paz con nosotros mismos. Eso es lo que necesitaba ese pequeño de apenas seis años.
– Y eso es todo. Jamás volví a ver o hablar con Guillermo. Después de unos meses de intentarlo me rendí. – termino su historia, era la octava sesión con el psicólogo. Había pasado un año desde el accidente y recordaba todo como si hubiera sido el día anterior. – Desde aquel entonces mis padres estuvieron más al pendiente de mí.
El medico soltó un suspiro de frustración, esto era complicado incluso para él. – Eso paso hace un año. ¿Cómo te has sentido al respecto últimamente?
– Un poco mejor. Aunque a veces escucho voces, pero solo en sueños, pienso que es porque lo extraño y quiero que vuelva. – dijo el pequeño algo melancolice.
– ¿Y nunca has considerado la idea de que Guillermo solo ha sido producto de tu imaginación para no sentirte solo? – el pequeño negó. – Bien. Es todo por hoy. Puedes tomar una paleta del escritorio, espero verte el próximo mes campeón.
Samuel bajo de la silla y se dirigió a la salida del consultorio, tomando la paleta que le habían prometido. Cuando este estaba fuera del campo de visión del doctor, saco una carpeta donde venían los casos de sus pacientes. En una de las hojas se podía leer: "Samuel De Luque. Edad: 6 años. Paciente: 587. Caso: 012 (sin resolver). Información: Posible unión entre un alma lejana. "El paciente puede tener una conexión con otra persona al otro lado del mundo." "Unión a distancia."
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"Un fuerte impacto. El auto se volcó dando vueltas sobre el asfalto. Mi cuerpo golpeaba contra todo, hasta que salí disparado del auto y rodé en el asfalto. Mi cabeza y mi pecho dolían mucho. Mi cuerpo estaba débil. Lo único que aprecie después, fue la inmensa obscuridad".
Después de la operación de Guillermo, este quedo en coma por un año. La herida en su cabeza no era profunda pero el golpe fue tan fuerte, que lo dejo en coma. Los doctores tenían previsto que quizá cuando el paciente despierte tenga perdida de memoria, cosa que así fue. Cuando Guillermo despertó, había perdido todos sus recuerdos de los primeros 5 años de su vida.
Sus padres hicieron todo lo posible por hacerlo recordar lo básico de su vida, como que tenía una hermana, que ya tenía un año y seis meses, sus amigos del colegio y cosas varias. Poco a poco, recupero gran parte de su memoria, pero sentía que le faltaba recordar algo, no sabía el que pero quería averiguarlo.
Los padres de Guillermo no estaban al pendiente de la existencia de Samuel, por lo que no podían hacerle recordarlo. Como contarle a alguien de la existencia de una persona que tú no conoces. Es ilógico. El morocho continúo su vida normal con esa sensación de que le faltaba algo.
♡(...)♡
Habían pasado tres años desde que Guillermo despertó del coma. Con el paso del tiempo tenia recuerdos de pequeños fragmentos de su pasado. A veces escuchaba voces, como platicas pero simplemente prefería ignorarlas.
Una noche de abril, el ya no tan pequeño Guille, de 9 años de edad, se removía incomodo en su cama. Su cabeza estaba llena de voces, fragmentos demasiado cortos pero con palabras clave. La imagen de un pequeño de ojos miel y cabello castaño se repetía una y otra vez en su cabeza.
Todo se basaba en abrazos, juegos, risas, historias, una pelea, e incluso veía la primera vez que dio un beso. La información esta vez iba demasiado rápido, las voces eran muchas que hasta mareaba. De pronto todo cobro sentido al escuchar una sola oración. "Tú me gustas Samu...". Guillermo despertó.
– ¿Samuel? – fue lo único que logro salir de sus labios esa noche.
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kingdomsalvationes · 5 years
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Vida cristiana: Cómo educar a un hijo y ser un padre feliz
“Estas últimas semanas, su hijo ha prestado mucha atención en clase y es un chico muy sensato. Es una persona totalmente diferente a la que solía ser. ¿Cómo es que ha cambiado tanto de repente? ¿Cómo lo educa en casa?” Al escuchar a la maestra decir aquello, sonreí un poco y mi corazón se llenó de gratitud hacia Dios. El gran cambio de mi hijo es fruto de la obra de Dios, ¡y yo le doy las gracias! Mis intentos de educar bien a mi hijo siempre habían sido un fracaso, pero entonces tuve la fortuna de aceptar la obra de Dios de los últimos días y, bajo la guía de las palabras de Dios, al fin entendí cómo educar a mi hijo y me convertí en una madre feliz.
Mi hijo travieso me sacó de mis casillas
En los últimos años, he visto a muchos padres malcriar a sus hijos, lo que ha provocado que estos se vuelvan cada vez más descontrolados e inconscientes. Por tanto, después de casarme y tener hijos, me dije: “De ninguna manera voy a malcriar a mis hijos. Sin duda seré estricta con ellos, procuraré que su conducta siga normas aceptables, que desarrollen buenos hábitos desde el principio”. Pero mi hijo mayor era muy travieso y tenía muchos malos hábitos. Por ejemplo, a menudo se subía al pasamanos de la escalera mecánica y se deslizaba de arriba abajo, rompía cosas por la casa, tiraba basura donde le daba la gana y era difícil para comer, entre otras cosas. Con el fin de combatir estos problemas, elaboré un plan para educarlo: cada vez que era quisquilloso con la comida, lo regañaba, y luego ya no se atrevía a ser quisquilloso; si veía algo en la vida que creía que sería beneficioso para su educación, entonces él tenía que hacer lo que yo le dijera. Si no lo hacía, yo tenía mi propia manera de controlarlo y le hacía saber cuáles serían las consecuencias de ser desobediente... Hice todo lo posible por educar a mi hijo, pero apenas se producían cambios en él. Era un enorme dolor de cabeza.
Un día lo llevé a casa de su tía a jugar. Mientras yo no miraba, mi hijo orinó en la entrada de la casa y, además, dejó tirado un paquete de patatas por allí. Mi hermana me dijo que mi hijo era un maleducado, que debía castigarlo. Al escucharla decir eso, me puse colorada como un tomate y me enfadé un poco. Este chico es un desastre, pensé. Cada vez que salimos me avergüenza. Esto no puede seguir así. ¡Debo hacer que pierda estos malos hábitos! Al llegar a casa, regañé a mi hijo y le dije que debía perder los malos hábitos. Inesperadamente, varias horas después, mi hijo volvió a tirar un paquete de patatas al suelo. Aunque estaba muy enfadada, mantuve la calma y le dije que no lo hiciera más. Pero un poco más tarde volvió a tirar basura al suelo. Al ver que mi hijo me ignoraba una y otra vez, ya no pude contener mi enfado y pensé: si no lo cortas de raíz, ¿acaso no va a ser peor a medida que crezca? En un ataque de ira, le regañé severamente. Entonces se puso a llorar y me dijo que no volvería a tirar basura. A decir verdad, en los días siguientes no encontré más basura por el suelo; estaba muy contenta, creí que al fin había cambiado. Un día, limpiando, me encontré por sorpresa el suelo bajo del sofá cubierto de paquetes de patatas. Me sentí enfadada e indefensa, y pensé: para quitarle los malos hábitos a mi hijo he intentado controlarle, aconsejarle y gritarle. He hecho todo lo que he podido y, sin embargo, sigue siendo muy desobediente. ¡Oh! ¿Cómo se supone que debo educar bien a mi hijo? Durante un tiempo, me sentí totalmente impotente.
Mi hijo no sólo me causaba múltiples preocupaciones en el día a día, sino que también me tenía preocupada por sus estudios. Un día, su maestra del jardín de infancia me dijo que, a pesar de que mi hijo tenía cinco años, no sabía escribir muchos caracteres chinos o letras básicas del inglés; me preguntó cómo había escogido sus anteriores jardines de infancia y cómo era posible que su educación se hubiera dejado tanto. Esas pocas palabras de la maestra me hicieron sentir muy avergonzada, y pensé para mis adentros: ¿por qué es tan malo mi hijo en los estudios? Esto no puede seguir así. Parece que a partir de ahora tendré que encargarme yo de su educación. Así que, a partir de entonces, todos los días después del colegio le daba clases de apoyo y le dictaba palabras en inglés, chino y malayo para que las escribiera, incluso los fines de semana. Tenía que hacer lo que yo le decía para que no le regañara. Con el paso del tiempo, noté que el comportamiento de mi hijo se estaba volviendo un poco inusual: ya no me miraba cuando le hablaba, a veces fingía no haberme oído y apenas me hablaba. Viendo que mis clases de apoyo tenían ese efecto en él, me sentí muy angustiada, pero no sabía qué hacer al respecto.
Las palabras “No eres mi mami” fueron puñales en mi corazón La maestra de mi hijo me llamó para decirme que no estudiaba nada bien en clase, que siempre estaba jugando y escribía tonterías en las respuestas de los exámenes. Al oír esto, me enfadé muchísimo. En cuanto mi hijo llegó a casa, le di una reprimenda brutal: “¿Cuántas veces te he dicho que prestes atención en clase? ¿Por qué no me escuchas? ¿No te entra en la cabeza lo que te digo?” Nunca hubiera esperado que mi hijo reaccionara de manera tan desafiante conmigo y, llorando, me dijera: “Quiero ir a casa de la abuela, no quiero vivir aquí”. ¡No quiero vivir contigo! Me acosan en la escuela, y tú me acosas cuando llego a casa. ¡No eres mi mami!”
Al ver a mi hijo reaccionar de esa manera, me quedé muda. Cada palabra que me decía era como un cuchillo afilado que se clavaba profundamente en mi corazón, me dolía muchísimo. Nunca hubiera imaginado que mi hijo me pagaría con esas palabras todos los esfuerzos y energías que había dedicado a su educación. Contuve las lágrimas y le dije: “Mami te quiere. Hago esto por tu bien. ¿Cómo puedes decir esas cosas?”
Mi hijo no paraba de llorar y dijo: “¡No! ¡Tú no me quieres!” Tras decir eso, corrió a su habitación y me dejó sola. Más tarde, me enteré de que la maestra había malinterpretado a mi hijo en esta ocasión. Mi hijo estaba en clase buscando su lápiz y su goma y la maestra pensó que estaba haciendo el tonto, así que le regañó. Y sus compañeros de clase lo habían estado acosando porque sus notas no eran demasiado buenas. Al enterarme, me odié a mí misma por no haber aclarado la situación antes de enfadarme con mi hijo y herir sus sentimientos de esa manera. Sin embargo, para mantener mi dignidad como madre, no admití el error ante mi hijo.
Desde entonces, noté que la actitud de mi hijo mayor hacia sus hermanos menores iba a peor. Cada vez que hacían algo que no le gustaba, los amenazaba diciendo: “¿No entiendes lo que te estoy diciendo? Si no haces lo que te digo, te voy a pegar”. La forma en que hablaba y su tono de voz eran exactamente iguales a los que yo había estado usando con él. Durante un tiempo, me sentí perdida e indefensa. ¿Por qué, pensé, me estaba esforzando tanto en educar a mi hijo y sólo conseguía este resultado? ¿Qué debía hacer? ¿Cómo se supone que debía educar a mi hijo?
Comprender mis propios problemas me llevó a sentirme profundamente en deuda con mi hijo Más tarde, noté que el hijo de mi vecino (mi vecino era cristiano) estaba muy bien educado, y pensé para mis adentros: ¿Podría ser que los hijos de los cristianos se comportan mejor que los demás niños? ¿Cómo educa a su hijo? Entonces pensé que la tía también era cristiana y que su hijo había sido travieso pero ahora se comportaba muy bien. ¿Cómo lo había conseguido? Sentí mucha curiosidad al respecto, así que me puse en contacto con ella y le hablé sobre mis dificultades. Me dijo que todo eso sucedía porque no había acudido a Dios, porque no entendía la verdad y trataba a mi hijo en base a mi sangre caliente y mi carácter corrupto. Si entendemos la verdad, dijo, y aprendemos a actuar de acuerdo con los principios de la verdad, entonces sabremos cómo educar a nuestros hijos. Al oírla decir esto, me pareció vislumbrar un poco de esperanza. Para educar bien a mi hijo, me dediqué con todo mi empeño a querer entender la verdad. Más tarde, le pedí a mi tía que me llevara a su iglesia.
Tras hablar con los hermanos y hermanas sobre mis problemas para educar a mi hijo, estos me leyeron un importante pasaje de las palabras de Dios: “Una vez que el hombre tiene estatus, encontrará frecuentemente difícil controlar su estado de ánimo, y disfrutará aprovechándose de situaciones para expresar su insatisfacción y dar rienda suelta a sus emociones; a menudo estallará de furia sin razón aparente, como para revelar su capacidad y hacer que otros sepan que su estatus e identidad son diferentes de los de las personas ordinarias. Por supuesto, las personas corruptas sin estatus alguno también perderán frecuentemente el control. Su enojo es a menudo provocado por un daño a sus beneficios individuales. Con el fin de proteger su propio estatus y dignidad, la humanidad corrupta dará frecuentemente rienda suelta a sus emociones y revelará su naturaleza arrogante. […] En resumen, la ira del hombre deriva de su carácter corrupto. No importa cuál sea su propósito, es de la carne y de la naturaleza; no tiene nada que ver con la justicia o la injusticia porque nada en la naturaleza y la esencia humana se corresponde con la verdad” (“Dios mismo, el único II”).
Una de las hermanas compartió conmigo y dijo: “Cuando nuestros hijos son traviesos y no entienden bien las cosas, nosotros, como padres, tenemos que enseñarles, esa es nuestra responsabilidad; no hay nada de malo en ello”. Pero después de haber sido corrompidos por Satanás, nuestra naturaleza se vuelve extremadamente arrogante y engreída, vanidosa, presuntuosa y santurrona, siempre queremos hacer que otros escuchen lo que decimos y estamos inflados de nuestro propio orgullo, tanto que incluso tratamos a nuestros hijos de esa manera. A menudo educamos a nuestros hijos desde el punto de vista de los padres, les obligamos a hacer lo que decimos y lo que queremos. Cuando nuestros hijos no nos obedecen, nos volvemos irracionales y nos enfadamos con ellos, les obligamos a hacer lo que decimos para mantener nuestra dignidad de padres; cuando nuestros hijos hacen algo mal o no cumplen con nuestras demandas, nos sentimos decepcionados y avergonzados, por lo que utilizamos todo tipo de métodos para tratar de controlarles y de que cumplan con nuestros requisitos y normas. Educamos a nuestros hijos sin considerar sus dificultades desde su propio punto de vista, sin guiarlos con calma, sin hacerles saber lo que está bien y lo que está mal, sino más bien forzando ciegamente a nuestros hijos a vivir y crecer de acuerdo con nuestras propias demandas, limitándolos, atándolos y dañándolos. Así, no sólo provocamos que nuestros hijos nos rechacen y sientan rechazo hacia nosotros, además causamos un efecto negativo en ellos y aprenden de nosotros a sermonear a los demás de manera condescendiente. Todas estas cosas son consecuencia de educar a nuestros hijos confiando en nuestro carácter arrogante. Si no tenemos la verdad y no hablamos ni actuamos con principios, entonces educaremos a nuestros hijos confiando en nuestro carácter arrogante, pensando siempre que lo hacemos por amor a nuestros hijos y porque tenemos buenas intenciones. Pero el resultado de esto es que nuestros hijos y nosotros mismos terminamos viviendo con dolor. En los últimos días, Dios encarnado ha venido a realizar Su obra de juicio y purificación. Él ha expresado millones de palabras y ha expuesto nuestro carácter satánico y la verdad de nuestra corrupción por parte de Satanás, y lo hace con la esperanza de que conozcamos nuestro propio carácter satánico a través de Sus palabras, de que veamos claramente el daño que nuestro carácter corrupto causa tanto a otros como a nosotros mismos, dejemos de lado nuestros puntos de vista paternales, dejemos de vivir por nuestro carácter arrogante, tratemos a la gente de acuerdo a las palabras y requerimientos de Dios y vivamos una humanidad normal”.
A través de las palabras de Dios y de la comunicación de la hermana, de repente vi la luz. Sí, en efecto, siempre me había considerado la madre de mi hijo y había creído que, independientemente de cómo lo educara, todo era para su beneficio, y que no estaba mal obligarle a estudiar o exigirle que actuara de acuerdo con mis deseos o me enfadara con él. Ahora comprendía que había estado educando a mi hijo según mi carácter corrupto. Había dicho que era por su propio bien pero, en realidad, lo había hecho para mantener mi dignidad como madre y mi autoestima. También me di cuenta de que no tenía la verdad y de que, al confiar siempre en mi carácter corrupto para educar a mi hijo, sólo lo estaba alejando de mí, de modo que incluso cuando le hacían mal en el colegio, no quería contármelo. Había llegado a un punto en el que estaba teniendo un efecto negativo en él y le había enseñado a sermonear condescendientemente a sus hermanos menores. Mi forma de educar a mi hijo había fracasado completamente; no sólo no le causaba ningún beneficio, sino que había provocado el efecto contrario. Mientras pensaba en ello, sentí un profundo sentimiento de deuda hacia mi hijo, ya no quería tratarlo según mi carácter arrogante.
Más tarde, le escribí a mi hijo mayor una carta de disculpa: “¡Hijo mío, mami lo siente mucho! No tuve en cuenta tus sentimientos cuando hice lo que hice. Es culpa de mami y voy a cambiar. ¿Quieres cambiar con mami?” Me sorprendió que mi hijo respondiera diciendo: “Mami, sé que no quieres gritarme. ¡Sé que eres una buena mami y te quiero! Quiero cambiar contigo”. La respuesta de mi hijo me hizo sentir muy aliviada. Nunca imaginé que fuera a entender las cosas tan bien. Pensé que nunca había tenido una conversación sincera con él ni había escuchado cómo se sentía de corazón, en vez de eso siempre lo había tratado según mi carácter arrogante. Al pensar aquello, me sentí aún más avergonzada.
Al llevar a mi hijo ante Dios, le di la mejor educación Después, leí un pasaje de un sermón: “Si las personas solían encargarse de vuestra familia en la vida hogareña, tenéis que relevarlas de su puesto. Debéis apartaros de todos los ídolos, hacer de las palabras de Dios el dueño de vuestro hogar y permitir que Cristo gobierne. Esposo y esposa, padre e hijo, madre e hija, todos deben leer y comunicar las palabras de Dios juntos. Si existen problemas o discrepancias, estos pueden ser resueltos a través de la oración, la lectura de las palabras de Dios y la comunicación de la verdad. No escuchéis a las personas, como solíais hacer. La gente no debe someterse a lo que digan los demás, debe magnificar a Cristo y permitir que Sus palabras gobiernen su familia, y permitir que las palabras de Dios estén a cargo del hogar” (“Sermones y enseñanzas sobre la palabra de Dios ‘Ya que crees en Dios deberías vivir por la verdad’” en Sermones y enseñanzas sobre la entrada en la vida (VI)). ¡Cierto! Las palabras de Dios son la verdad y los principios de nuestras acciones y conducta. En todas las cosas, debemos exaltar a Dios como el más alto y permitir que Sus palabras tengan poder. Sabía que debía llevar a mi hijo ante Dios, permitirle que exaltara a Dios como el más alto y que, en cualquier asunto que surgiera, se comportara y actuara de acuerdo con las palabras de Dios: ¿no era esa la mejor educación para mi hijo? Después, cada noche, dedicaba tiempo a charlar con mi hijo y leerle las palabras de Dios, diciéndole que el hombre fue creado por Dios, como todas las cosas en el cielo y en la tierra, que era Dios quien nos guiaba y que debíamos escucharlo a Él. Cuando quería jugar y no me escuchaba, le explicaba pacientemente qué comportamientos le gustaban a Dios y cuáles odiaba, para que así aprendiera a distinguirlos. A veces mi hijo decía que había hecho algo malo, así que le animaba a tener calma, al tiempo que le instaba a orar, confiar y pedirle ayuda a Dios. Poco a poco, noté que mi hijo sonreía más, volvía a tener ganas de hablar conmigo y cada vez nos llevábamos mejor.
Un día, su maestra me llamó para decirme que había perdido los estribos con otro niño porque no le dieron un caramelo y que, después de aquello, se había escondido bajo su silla. Al llegar a casa, le pregunté por qué había perdido los estribos con el otro niño y se había escondido bajo una silla. Dijo que era porque el otro niño le había dado a todos los de la clase un caramelo menos a él, y por eso se había enfadado. Pero después de enfadarse pensó que a Dios no le gustaba ese tipo de comportamiento, así que se había escondido bajo su silla para orar y pedirle a Dios que le ayudara a no perder los estribos nunca más. Al oírle hablar, me sentí muy aliviada y le dije: “La próxima vez, acuérdate de orarle a Dios antes de perder los estribos”. Mi hijo se echó a reír y dijo: “¡Lo sé, mami!”
Hace ya seis meses que mi hijo y yo creemos en Dios y, con la guía de Sus palabras, ya no pierdo los nervios con él como antes. Mi hijo mayor también se ha vuelto muy sensato y no hace falta que ande detrás de él para que haga sus tareas. Sus notas también están mejorando, y en el colegio ya ha pasado de la clase D a la B. Sé que todo esto ha sucedido gracias a la guía de Dios y es el resultado de Su obra. Al rememorar mis propias experiencias, valoro realmente que fue la iluminación y guía de las palabras de Dios lo que me permitió obtener algo de conocimiento sobre mi propio carácter corrupto y llevar una senda de práctica; sólo entonces entendí cómo educar a mi hijo y convertirme en una madre feliz. ¡Gracias a Dios!
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