Roma y qué vamos a ver cada quién.
Esto no es una reseña, es una descripción de lo que vi. Por lo tanto, hay spoilers porque me muero por hablar de todos los elementos que me conmovieron.
Cuando entré a la carrera, un profe nos puso un ejemplo de cómo vemos la misma fuente distintas áreas de la Historia. Es esta historia de que a varios sabios de la India los ponen frente a un elefante. A uno les toca las patas, a otros, las orejas, otros, la trompa, etc. La cosa es que al momento de describir el objeto, todos podían llegar a la conclusión: era un elefante.
Roma es igual.
Desde que la vi, moría por hablar de ella. Tiene tantos elementos que no es fácil quedarse con una sola idea de qué es la película.
Algunos filmes son excelsos en la cinematografía en si misma. Otros, en la historia que narran. Con Roma, tienes las dos cosas.
No me meteré tanto en cinematografía porque no me siento experta. Sin serlo, mi opinión es que es maravillosa como obra cinematográfica. Desde la primera escena, el reflejo del avión en el agua, ya te cautiva visualmente. La elección de los lugares, la recreación, el diálogo, las actuaciones (Cuarón es tremendo dirigiendo niños), LAS AUTORREFERENCIAS CINEMATOGRÁFICAS (que amé con locura e hizo que en la sala gritara “¡pinche Cuarón!”), y la ciudad como personaje.
No soy buena hablando de cine como tal, como arte, porque soy más cinera que cinéfila. Pero, este elefante que es Roma, lo veo desde quién soy y mis puntos de partida: Historia, ciudad, mujeres y movilidad social.
Historia:
El ambiente de la película nos adentra a la década de 1970, desde la música, los decorados hasta los lugares. Conseguir cómo recrearlo (si recreó el espacio, caray) es una de las grandes magias de Cuarón. Con esos pequeños y cuidados detalles, nos adentra a la última parte de un PRI casi omnipresente, de un país que caía libremente en una brecha de desigualdad que hoy día parece insalvable, donde la clase media, representada por la familia de Cuarón, es un puente entre aquellos que hacen lo que pueden para salir y aquellos, que tienen todo y e incluso, no se ríen al verlo caer en cenizas.
El PRI del halconazo y la avenida México Tacuba; el PRI de los paramilitares; el de pueblos miserables con letreros, hombres bala y playeras para recordar que el presidente es el que da y quita. Ese país que expulsa de las comunidades, que pueden ser indígenas o semiurbanas (representadas sin banquetas y con un naciente rock urbano). Esos que no quieren volver a lo que son. Que buscan salir de alguna manera, sin tener una aspiración concreta. Un país que se quedó en vías de desarrollo, sin saber qué hacer.
Ciudad:
Tal vez lo más hermoso de Roma es ese personaje nada silente, muy conversador que resultó ser toda la ciudad de México.
Güeros fue un roadtrip. Roma es un viaje turístico entre sonidos y estampas. Entre lugares majestuosos y colonias aún populares, antes de ser pobres, antes de caerse por el temblor del 85 y por supuesto, antes de su invasiva gentrificación.
Hasta que ví la película entendí por qué todos quieren vivir ahí. Haberla visto en el Tonalá todavía le dio ese plus. Si el detalle del montaje y el cuidado de la producción te lleva a reconocer espacios, el sonido te permite saber dónde estas, qué ciudad es.
Los ruidos nos permiten no sólo ubicarnos en ciertas colonias y lugares del entonces DF. También te permite saber hasta la hora: la basura, el afilador, los aviones.
Los ruidos te recuerdan que la ciudad no es asfalto, no son las casas, es la armonía con la que el caos reina. Ladridos, bandas de guerra y temblores. El temblor tiene un sonido que ya algunos somos capaces de percibir.
La ciudad es el espacio que Cleo creó como su hogar: “huele como mi pueblo, pero no es así”, recuerda cuando está en la hacienda. No quiere regresar a su lugar de origen, a su pueblo, ni por su mamá ni por nadie. Ella ya no pertenece a otro lado que no sea la ciudad.
Mujeres:
Roma es una película sobre las memorias de la infancia de Cuarón. Partiendo de ese objetivo, tenemos que leerla.
En su infancia sobresalen cuatro mujeres: su abuela, su hermana, su madre y Cleo, como centro de todo.
Cuatro mujeres distintas que no estoy segura si alcanzó a comprender la complejidad de cada una de ellas pero que da un bonito esbozo de distintos tipos de ser mujer.
La hermana, protegida y a la vez invisibilizada. Las niñas de su edad, acosadas por los propios amigos en una fiesta “inocente”. No debes ser gorda, no debes comer de más, te deben cuidar porque tú no sabes nadar. Creciendo como damisela en peligro pero que tiene tres referentes de cómo se va poder proteger.
El primer referente es la abuela: personaje que ocupa poco tiempo en la película que pero que es esencial, como parte de la entonces familia clasemediera mexicana. La abuela que vive con ellos, la que a escondidas te apapacha, que al final, es una especie de reina madre: “soy su patrona”, dice, en el hospital, refiriéndose a la relación con Cleo, a pesar de que ella no le paga. Esa abuela, de la que la familia está al pendiente pero más como un adorno importante que como una figura real de autoridad.
Después vienen el centro de la historia de Cuarón: la maternidad. Su madre y Cleo.
Por una parte, una mujer que dejó su trabajo para poder atender a su familia. Como parte de la clase baja, la verdad es que me costó mucho qué “atendía” cuando Cleo era la que hacía todo. Sin embargo, a la mitad de la película y hacia el final, el papel de la mamá debe crecer. Debe dejar de ser la damisela (como le enseñaba a la hija) y convertirse en quien va a tomar posesión y rienda del destino familiar. Cambiar a un coche que sí puede conducir y decidir salir del dolor del abandono. Saberse sola, como Cleo, en uno de los pocos momentos de empatía que tendrá con ella, en un momento de vulnerabilidad después de haber sido “la señora” que regaña, grita y golpea, como buena dueña que es de su casa.
Cleo, el centro de la historia, es la protagonista que se ve inmiscuida en la historia nacional con el halconazo, la que conoce la ciudad através de otros y por quererlos cuidar corriendo tras ellos, así como la que al final, se sabe más cercana (aunque sea en silencio) con la patrona. Han tomado decisiones por ella todo el tiempo: será madre sin quererlo, fue abandonada, querida pero no incluida. Es todo, y a la vez, no es nada, un personaje más que sólo los niños atienden y que va perdiendo fuerza cuando crecen. Para ella, como para los otros personajes que no eran tomados en serio, era mejor estar muerta.
Las cuatro mujeres entonces, están unidas por el mismo sentimiento de no saber qué hacer con su vida, porque todas las decisiones dependen de alguien más: no engordar, no salir, dejar de ser amadas, ser usadas, abandonadas, cuestionadas en su forma de vivir (el interrogatorio en el hospital es fuerte), e ignoradas. Las cuatro, desde su lugar comparten eso.
La maternidad obligada se vuelve un punto esencial en Cleo porque, es parte de lo que transforma su vida. La escena final es crucial porque es un accidente lo que le da libertad y llora al saberse libre de ese peso tan fuerte. Su amor no estaba en el vientre, ya había elegido a quien querer y si ese ser la acompañaba, no hubiera sido feliz. Hubiera sido resignada, pero no feliz.
La movilidad social:
Desde antes que saliera la película comenzó la polémica: Roma romantizaba la explotación laboral de las trabajadoras del hogar.
Y sí. Tal vez. Volvamos a que no podemos exigir a un producto cultural (cualquiera) algo que que no era su propósito. Hay que saber distinguir de quién viene y qué se quería hacer. Se tratan de los recuerdos de un niño clasemediero y segundo, no es un documental. Repito: NO ES UN DOCUMENTAL sobre la explotación laboral de las mujeres trabajadoras. Es una historia sobre una de ellas que fue integrada a la vida de esta familia, pero que eso no significaba que fuera parte de ella.
La queja es válida y coincidido en que no se observan todos los matices negativos del maltrato a las trabajadoras del hogar. No defiendo en ello a la película, pero sí creo que hay poca observación a cómo se narra la relación entre Cleo y la familia.
Tomemos tres momentos: el primero, cuando el papel de Cleo al arropar a los niños y a la niña. Supondríamos que ese era el rol de la madre, quien de dar el beso de dormir y de despertar, pero esa era la función de Cleo: arrullar, hacerlos sentir en casa. Esa es la relación íntima que construyó con los infantes y es lo que Cuarón tiene presente. Disminuir esta relación es invisibilizar el trabajo de ellas mismas, negar la humanidad que tienen y que con gusto lo hacen.
Otro momento es el de los regaños: primero, con las “cacotas” del Borras y el segundo, cuando la conversación telefónica de los papás es descubierta por el mayor de la familia. En ambos casos, Cleo no tenía la culpa de nada y fue a quien se responsabilizó. Eso no es nada romántico. No se centró en ese recuerdo, pero ahí demuestra la relación de responsabilidad que podía tener con la familia: de chivo expiatorio del enojo.
Por último, y tal vez la escena que se les perdió, es la de la familia frente al televisor. Todos felices, tomando chocomilk, y Cleo como parte ser nómada, poniendo en orden todo de manera silenciosa. Ahí, toma parte sentada en un cojín, no en el sillón como todos, sino que pasa de estar atrás riendo sigilosamente a estar en un cojín... como un perro. Los niños se quejan de que se pueda ir porque “los acompaña a ellos”. No es una persona, no es de su familia, es alguien que acompaña y cuida. Pasar por desapercibida esta escena, que es tal vez la más fuerte en cuanto a cómo Cuarón presentó la relación con un ser tan querido como Libo, me parece, nuevamente, una falta de atención a toda la complejidad del tema.
Precisamente porque la queja de la mala atención a las mujeres trabajadoras del hogar viene de quienes NO hemos trabajado de manera ni remotamente similar y tampoco hemos tenido relaciones similares.
Para los tres personajes representados en la cinta que trabajaban en el hogar (el chofer y las dos “muchachas”), el laborar en casas era la única manera de salir de sus pueblos y poder incluso, tener un espacio de movilidad social.
Me parece poco responsable no entender que estas decisiones de vida fueron muchas veces, orilladas por la pobreza y que sí mejoraron la calidad de vida de quienes salieron. No, tristemente no tuvieron la suerte de Libo (es verdad, fue afortunada) y la mayoría fue abusada, violentada e incluso violada por sus patrones.
Pero, ¿por qué salían? Porque era eso o la miseria. Recuerden cómo se retrata Neza. La hacienda rodeada de combatientes que pedían el reparto agrario. La madre que perdió sus propias tierras.
Regresa, le decían a Cleo y ella no quería. Ni por ella, ni por su hija, ni su madre. Volver al pueblo no es opción porque no hay nada. El trabajo en los hogares no es exclusivo de las ciudades: en los pueblos muchas chicas trabajan ayudando en otras casas, donde no se les ve como “menos”, si no como una mano más. No son parte de la familia, pero sí tal vez, hasta las mejores amigas e incluso comadres. Si bien en las ciudades es muy difícil que esto llegue a ser así, es y era el medio para poder salir de un pueblo que mucho más no podía ofrecer e incluso, para acceder a espacios citadinos donde podían llevar a sus padres en épocas de crisis.
La ciudad es horrenda pero brinda oportunidades, para algunos, incluso de ascender. Eso es lo que provoca la migración, eso es lo que olvidan cuando hablan sólo de la explotación pero no de por qué no quieren regresar. Hablar de que Roma “romantiza el maltrato” es no haber puesto atención en los detalles de la miseria de las que muchas personas intentaron escapar. La razón por la que nuestros padres se mudaron del campo a la ciudad y el por qué ahora podemos escribir y alegar de que “en pantalla se ve bonito, cuando no es así”.
No, no es así. El campo se mostró seco, ardiendo, cayendo. Una fiesta de ricos versus una de pobres. Donde se sienten a gusto entre su clase pero no con su condición. Saber jugársela a los patrones, saber jugársela a todos y salir de la situación realmente opresiva es la agenda. Tal vez la vida con la familia de Cuarón no era lo que se esperaba pero, ¿se han puesto a pensar cómo era entonces la vida del pueblo al que Libo no quería volver? ¿se han puesto a pensar que incluso esa era la razón por la que no quería a su hija y se vio aliviada al perderla? Libo conoció la miseria y en ese momento, su única forma de no volver a ella, era ser trabajadora del hogar. Una “pinche gata” como le dice Fermín, personaje que también busca salir de su pobreza de la manera que pueda, siendo el sirviente, el esclavo directo del sistema.
Roma representa de manera hermosa una ciudad cambiante, un país en crisis, una familia deshaciéndose y una mujer que no pertenecía a nada de eso pero le tocó ser parte. Ella, que se acostumbró a vivir a la ciudad, que fue engañada por el sistema, que perdió una “obligación” y se involucró en otras.
Roma es hermosa, pero dolorosa. Dolorosa si pones atención y ves que Cleo en realidad pocas veces sonríe con emoción. Duele, porque sabes que muchos de esos detalles siguen presentes y no se ven tan bonitos. Duele porque alguna vez fuimos quienes le gritamos al otro a quien vimos menos. Roma es dolorosa. Es la infancia de casi todos, si no por la casa, por las relaciones. Si no por la familia, por los espacios. Si no por la ciudad, por el país.
Cleo es mi abuela, pero sobre todo, mi mamá saliendo de su pueblo. Cleo es mis tías, sus amigas y todas aquellas mujeres cuya única elección tal vez completamente libre fue irse a un lugar donde pudieran vivir mejor, aunque fueran invisibles.
Por eso es tan bella Roma. Por eso es tan dolorosa, porque cada quién la vamos a ver desde quien somos.
PD: una de mis pesadillas recurrentes es que estoy embarazada. Al final, por alguna razón, siempre pierdo al producto. Cuando vi la escena final y a Cleo gritar sobre su dolor, me sentí por demás cercana. Hubiese sentido igual. #Derechoadecidir #maternidadporelección.
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El comedor es para ocho personas, pero casi siempre somos seis.
Leonardo ya se siente muy informado, su cuerpo de casi nueve años acomodado a la cabecera de la mesa. De hecho esas son sus palabras: “Yo estoy muy informado”. Luego dice: “López Obrador es malo”. Le pregunto por qué opina eso. Confiesa: “Bueno, en realidad eso me dijeron por ahí”.
El queso del Sabroso Pollo es exquisito. Sabroso queso del Sabroso Pollo. El guacamole tampoco está nada mal.
“Se llama Sabropollo”, dice alguien. “No, no, Sa-bro-so-Po-llo, fíjate en el cartel”.
Adri me pregunta si ya estoy lista para ver la serie de Luis Miguel. No sabe que soy especialmente sensible en ese tema: Luis Miguel es quizá el más grande amor que he tenido.
Si alguien me ofreciera la pócima de la eterna juventud, no la desperdiciaría en mí misma. Se la regalaría a Luis Miguel. Hay que verlo para entenderlo. Ustedes harían lo mismo.
Adri cuenta que un día le dio de cachetadas a una tía que aseguró ser novia de Luis Miguel. “¡Es mío!”, gritó ella, y la cacheteó. Tenía tres años en aquel entonces, pero podría haber tenido veintitrés. Se entiende.
“¿Quién es Luis Miguel?”, pregunta el que está muy informado. “Un cantante”, digo yo, y él pone cara de extrañeza. “¿Un cantante? ¿Pero qué tiene de especial?”
“Digamos que es el hombre más guapo que ha nacido en este país. Y ni siquiera nació en este país”, respondo. Me está dando calor.
“¡A ver una foto!”, exige el informado.
Pablo saca su celular para buscar imágenes. Estoy segura de que escribe “Luis Miguel joven”, pues es lo que haría cualquiera que quisiera demostrar la guapura de nuestro semidios mexicano.
Se despliegan diez o doce fotos de Luis Miguel. Luis Miguel en Cuando calienta el sol, Luis Miguel en Tengo todo excepto a ti. Luis Miguel en Acapulco, Luis Miguel en speedo. Qué calor, deberíamos abrir una ventana.
Leonardo mira, atento, a la pantalla. Pablo scrollea hacia abajo, hasta llegar a la última de las fotos. Leonardo abre lo más posible sus ojos diminutos. Después de varios segundos, determina:
“Apruebo”.
Y vuelve a la cabecera con pasos silenciosos. Tiene el gesto de quien acaba de ver algo que sencillamente no puede creer. Es que sí es difícil de creer. Tanta perfección arrobadora, ¿cómo puede caber en una sola persona?
Leonardo termina el bocado que dejó incompleto, toma otro trago de su agua de jamaica.
“¿Entonces Sabropollo o Sabroso Pollo?”, pregunta, con ganas de que lleguemos a una respuesta inequívoca. Una respuesta que él pueda repetir más tarde, con otro grupo de personas. Una certeza, por favor. A él le gusta estar muy informado.
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