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Nacido en el año 2074, en Múnich William nunca se sintió cómodo ni en su propia casa.
Era el segundo hijo de una familia con negocios poco convencionales. Traficantes de cualquier sustancia u objeto ilegal. Aparentemente sin posición alguna, siempre al mejor postor. Era eso lo que les había dado la mejor vida que el niño se podría imaginar, excepto por el punto de la felicidad, por supuesto.
Nunca se sintió una persona normal, en realidad. Aunque era un sentimiento que intentaba evaporar acudiendo a toda clase de profesionales en la salud mental, el sentimiento solo se quedaba en silencio un tiempo. Las medicaciones para la depresión solían ayudar un poco. Era el único diagnóstico que tenían para un niño que se negaba a lo que otros disfrutarían. Alegando que no era seguro, un diagnóstico completamente erróneo para quitarse un caso imposible de resolver del medio.
William creció bajo el desinterés de su familia. Nunca estuvo unido a ellos; Nunca lo quisieron y él dejó de quererlos cuando comenzó a comprender, con su madurez demasiadas cosas. Perdió importancia el asunto de intentar ser aceptado para solo vivir en el mundo que creaba en su habitación. Allí tenía libros, por más que fuera algo sumamente antiguo y pasaba horas leyendo novelas de detectives, casos, crímenes del pasado que aún no tenían solución. Era la clase de mundo en el que él se refugiaba. Donde deseaba verse reflejado.
Aprovechaba cada momento, que eran muchos, donde su familia siquiera lo miraba para huir. Construyendo su vida aparte y viajando mientras aún se podía.
Llegó a conocer Alemania por completo en su coche, un Audi de última generación, un regalo por su mayoría de edad que intentaba dar una imagen de familia realmente interesada en su hijo. Aunque no eran más que posesiones materiales, él amaba los coches lo suficiente como para que ese resentimiento que hacia sus progenitores tenía por un tiempo cesara. Lo hacía cuando no pensaba, pilotando por largas carreteras de un mundo que comenzaba a mostrar tensiones, hostilidades hacia la gente como él.
Dificultad de socialización y comunicación. Cerrados. Extraños. Se observan conductas poco habituales. Ojos que cambian de color...
Golpeó el volante mientras se describía una persona con "poderes" en la radio, cortando la música que había puesto en una estación que debía transmitir solamente eso. Pero la verdad era que con los años, mientras la carrera universitaria de William avanzaba, también las tensiones internacionales. Y fue ahí cuando comenzó a sentir algo.
Era como si su cuerpo estuviera hecho de metal. Sus dedos fríos, mucho más rígidos que su piel humana contra el volante. Como si eso hubiera despertado algo en él. Pero esa sensación duró unos segundos. ¿Y si estaba loco?
Los años pasaron. William se había convertido en un exitoso detective cuyo nombre había comenzado a ganar fama. No había fallado ni una sola vez, resolviendo sus casos de una forma que solo otras grandes mentes podrían. Nunca había tenido miedo a ir hacia donde lo que se escondía lo llevase, de luchar. Si algo tenía de los padres que hacía tiempo no veía era el manejo de armas, acompañado siempre por un no tan pequeño revólver dentro de su chaqueta. Lo suficiente para mantenerse vivo.
Cuando se independizó, con diecinueve años juró nunca volver a Múnich. Alejarse de la familia que lo había criado, si así podía decirse y empezar solo. Como si ellos no existieran. Pero un caso en especial acabó cambiando el destino cuando fueron sus padres los que cometieron el asesinato de una familia sin dejar rastros. Su padre, ese ser impulsivo, irascible y violento del que debía esconderse cada vez que se enfadaba. Con quien debía volverse a ver las caras ahora hecho un adulto.
(...)
Nunca decepcionaba. Eso se lo repetía cada noche mientras desde su apartamento en uno de los más altos pisos miraba las luces de los edificios. Tenía treinta años y luego de once años sin verlos, cada rastro que habían dejado, unos realmente poco perceptibles a una vista sin ser de verdad exhaustiva. Pero él conocía bien a quienes lo habían provocado. Sus recursos, sus armas.
Y lo que había hecho él era lo que una policía corrupta se había negado. Abrir algo tan peligroso donde, de no saber defenderse, ya habría caído.
Aunque ni eso volvió a causarle la misma sensación que aún su cuerpo recordaba. La frialdad de este, la rigidez propia de un metal invadiendo su sistema. No era más que culpa. Que miedo y protección propia. Y dos cadáveres luego de que la justicia, con todas las pruebas los acusara por múltiple homicidio. Nunca se descubrirían sus negocios pero él sentía paz entre la culpa.
(...)
Su paz tardó demasiado poco dentro de él. Un corto período feliz hasta que Alemania declaró su posición.
Veían peligro en hermanos alemanes. Acusaban de no ser como el resto. Y en la radio volvían a escucharse las cosas que para el año 2095 las radios ya anunciaban. Lo que nadie quería oír y se comenzaba a temer. La causa de éxodos masivos, previendo lo que tarde o temprano iba a suceder.
En esos momentos, William había decidido ir a pie hacia una escena del crimen donde se lo requería. Parecía un caso en el de rutina al que iba lo bastante despreocupado como para no verse venir lo siguiente. Los gritos, el humo...
Pero los alemanes habían estado seguros de que en ese sitio solamente se reunían las personas a las que les habían declarado la guerra. Que todo el pueblo "normal" como se los llamaba en las calles estaría de acuerdo con el asesinato en masa de monstruos. La explosión había acabado con muchos. Y eso que William había sentido hacía tanto había vuelto.
No supo cómo o por qué. Su propio cuerpo se había protegido de la explosión en la calle por la que caminaba. Volviendo de un momento a otro su cuerpo brillante. Rígido y especial. Monstruoso como los otros, pero al estar así ya nada podía tocarlo siquiera. Era una forma de estar a salvo. Congelandose mientras esa forma lo salvaba; Hacía mucho frío allí, dentro de ese cuerpo. Aunque nadie lo había visto. No habían reparado en él en los minutos que el color de su iris había abandonado la oscuridad para volverse de un blanco apenas distinguible con el del resto de sus ojos. Solo que este ahora brillaba como todo en él.
(...)
Nada mejoró luego. Las declaraciones no dejaban de ir a más violentas. Trayendole vagos recuerdos de sus estudios sobre la Segunda Guerra Mundial y el líder alemán. Sus discursos y el énfasis a su odio. Allí estaba de vuelta.
Esa vez sí se encerraba en su oficina. Los primeros días dando apariencia de que no había nadie mientras dejaba que esa dolorosa forma lo controlara. No era desde luego algo fácil sentirse capturado por sí mismo. Sentir como si él mismo se intentara dañar. Y ese aislamiento, esa soledad eran lo mismo que sentía cuando era un niño.
Oía. Leía y vivía a diario cada noticia. La guerra se había desatado y no se le ocurrió otra opción que viajar a un sitio seguro. París.
(...)
En Francia conoció a un grupo de alemanes exiliados. Allí, William finalmente había encontrado algo de paz. Ellos eran gente agradable, cada uno con su vida y sus historias.
Niños que sabían controlar el fuego, que la electricidad recorría sus cuerpos junto a familias que manejaban diferentes elementos. Gente en su idioma que se aceptaba mutuamente, donde el originario de Múnich había encontrado una familia de verdad. Reiniciando por un tiempo su vida en París.
Había abierto una pequeña oficina para retomar su vida de detective. No tenía la vida que tenía en Alemania a pesar de las inmensas cantidades de dinero que poseía, más por sus investigaciones privadas que por su trabajo en la policía. Pero esa vida era mejor. Era una vida segura y por muchos años se mantuvo así.
No fue hasta que cumplió los cuarenta que algo volvió a cambiar eso. Había recibido una clase de mensaje encriptado de parte de Alemania. Como si lo hubieran encontrado. Pero en sus conocidos, nadie más. Solo él. Como si su familia, el único vivo siguiera allí.
Seguía respirando y ¿Qué le aseguraba que no estuviera en libertad?
Y antes de que ese hombre lo encontrara, William decidió volverse a ir. Días planeando un escape como incógnito. Abandonar todo y volver a empezar en otra ciudad segura, lejos de Europa.
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Nombre: Dominik Wagner.
Edad: 39
Nacionalidad: Alemán.
Mutación: Puede volver su cuerpo por partes o al completo de diamante.
Diagnóstico: Depresión / estrés post traumático.
Faceclaim: Daniel Brühl.
Historia:
La vida del alemán, nacido en la última noche de Noviembre del 58 nunca fue algo fuera de lo corriente. De familia de empresarios, nunca le había faltado nada en ese hogar de Múnich, teniendo junto a su hermana pequeña, quien llegaría cuatro años después una infancia deseable para cualquier niño.
A diferencia de esta, Dominik desde pequeño mostró habilidades así como un desarrollo increíble. Sacaba las calificaciones más altas en su clase, y jamás había dado ni un solo problema. Era una persona modelo, el orgullo de su casa según sus padres. Y todo iba bien allí, todo parecía ir de una forma excelente en su tranquila vida.
Se graduó un año antes del colegio. Teniendo su futuro definido ya en este. El servicio de inteligencia de su lado de Alemania. En 1976 estaba ya probándose para ingresar allí, para servir a su nación con sus calificaciones que nunca bajaban de la perfección y los deseos de luchar por su patria contra la RDA y contra quien atentara contra ellos. Jurando poco tiempo después lealtad hacia su nación y hacia el Servicio Secreto. Una decisión que cambiaría su vida para siempre.
Los siguientes años de la vida de Dominik tuvieron las suficientes cercanías a la muerte como para una vida. No era fácil descifrar códigos terroristas, prevenir ataques y más con las célular revolucionarias infiltradas en ese lado de Alemania. Los grupos terroristas entrenados por el medio oriente no eran fáciles de atrapar, pero el hombre destacaba en ese campo. Era un sujeto de cierta relevancia para importantes operaciones, unas que absorbían su vida, una que no le había importado entregar a su nación si era para volver del país un sitio mejor, con su inteligencia superior a la media. Así como que ese trabajo era el trabajo que había deseado desde que lo conocía más que cualquier otro.
Para la época de la caída del Muro de Berlín, Dominik era una persona bastante respetable en el ámbito a pesar de su corta edad. Sus mayores sentían cierto orgullo por él, quien jamás había perdido la disciplina en el servicio de inteligencia. Donde siguió por un largo tiempo, hasta la llegada de 1996.
En 1996, en sus vacaciones estaba de viaje en los Estados Unidos cuando todo sucedió. Sus únicas intenciones eran presenciar los JJOO disputados cuando una explosión en el Parque Olímpico del Centenario lo tomó por sorpresa a pesar de estar solamente cerca. Un ataque terrorista como los intentos que habían dejado positivas huellas en su historial. Había convertido su cuerpo sorpresivamente en diamantes. Cada célula en el impacto a la lejanía, al ver el humo se convirtió el diamantes. Al oír la explosión, el miedo apoderándose del cuerpo de alguien que hasta el momento había sido fuerte, había sido valiente. Esa vez su cuerpo temía, se había intentado defender de algo que no sucedería. Que "todo estaría bien". Incluso en público.
Y desde ese momento él dejó de ser la misma persona. A pesar de haber vuelto al trabajo, los meses siguientes se sentía descontrolado. Los nervios, el miedo. Su carácter sereno y centrado ahora era un caos. Uno que al dejar su calma habitual, siempre una parte de él se volvía de ese extraño y lujoso material. Cada vez que algo lo sacaba de quicio o lo preocupaba era como si subiera por su cuerpo, como si intentara decirle algo. Rodeándolo, endureciendo cada parte de él.
Aterrado, luego de meses viviendo eso el hombre decidió acudir a un médico. Quien inmediatamente lo derivó a psiquiatría. No sabía lo que sospechaban de él, pero su diagnóstico fue a uno al que se negó completamente.
Corría 1998 cuando se lo dijeron. No había pasado mucho desde los primeros meses. Depresión; Algo que despertó ese carácter ansioso por salir que tenía. Junto a los diamantes que lo defendían. Lo protegian de quienes le mentían, le intentaban hacer daño. Alegando que esa capa protectora, eso que sentía era lo que sentía cuando la depresión lo hundía. Como había dejado poco a poco de ser una persona sociable, abandonando todo y cerrándose, aislándose. Síntomas de una enfermedad que no tenía. A pesar de las posibilidades del estrés post traumático en sus análisis, seguía creyendo firmemente que no era de ese modo.
Aún tenía fuerzas, y siempre las había tenido. Era el diamante lo que lo ahogaba. Temía dañar a alguien más, lo que lo había vuelto un hombre ciertamente solitario, que pasaba mucho más tiempo dentro pensando, temiendo. Él mismo era lo que le aterraba, eso tan extraño que le pasaba y solo deseaba que se lo quitaran. Que le devolvieran esa vida normal que nunca había tenido del todo. Pero para cuando quiso decir algo, Dominik no estaba ya en Alemania.
Personalidad: Dominik desde la primera vez que su mutación se manifestó, que esa segunda piel rodeó su cuerpo, se transformó por completo.
Quién antes había sido un hombre de una increíble mente, así como una capacidad para centrarse y manejar las situaciones con una mente más fría que nadie ahora es mucho más complicado. No logra que las cosas encuentren su armonía. Encontrando esta solo mientras lee o está al aire libre.
Pasó de estar más seguro de sí y de su inteligencia que nadie a tener miedo a lo que toca, a lo que siente. Solo deseando no hacer daño; Aunque niega por completo tener nada de lo que le diagnosticaron. Es una persona que disfruta de las actividades al aire libre así como de los juegos de ingenio. Unos que logran aún sacar lo mejor de él.
Adora tener el control de cualquier situación que vive. Algo que busca de forma disimulada o no. Solo así se siente del todo a salvo de sí mismo. Aunque ni en control total de ello su piel ha vuelto a sentirse del todo humana, esa segunda capa protectora. Ese ser brillante y resistente ha dejado de salir.
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Nombre: Aimeé Varr
Edad: 48
FC: Rachel Weisz
Especie: Humana.
Lugar de nacimiento: Kijimi.
Extra: Capitana en las fuerzas armadas de la Primera Orden. Sabe pilotar perfectamente la mayoría de las naves. Capaz de manejar cualquier clase de arma, posee varios blasters.
Historia:
Aimeé nació hija de una pareja de rebeldes en la era del Imperio. Vió de cerca las guerras. La pérdida y la muerte; De primera mano como su padre jamás volvía mientras su madre huía con ella lejos, a una población perdida en donde nadie buscaría. En donde solo habrían asquerosos seres, de la más baja calaña para esconderse. Y allí fue donde tuvo que criarse hasta que la rebelión logró crear la Nueva República, donde vivirían en calma.
Pero esa calma había sido difícil de conseguir. Claro. Había vivido con la cabeza llena de miedos por parte de sus padres desde que era niña. Historias sobre lo malos que eran en el Imperio o como irían a por ellos por sus ideas. Sobre como tenían que luchar contra ellos para que el miedo no volviera a reinar. El miedo que de niña había creído mientras se escondían, el miedo que le habían hecho vivir sin saber bien por qué.
Era una niña. Claro, no sabía lo que le contaban. Aceptaba las historias sin cuestionarse nada de eso. Solo temía a los que querían ser temidos y tanto respeto pedían.
Con el tiempo, Aimeé en un mundo “libre” quiso ser piloto. Dedicar su vida a volar y a lo que ella en ese tiempo veía como “el bien”. Ayudar a que el Imperio jamás regresara sin siquiera cuestionárselo. Pues en el fondo, la pelinegra seguía siendo la niña que nunca había podido ser dado que había sido, en ese tiempo, eclipsada por una fugitiva. Una rebelde.
Con la Nueva República en su apogeo. Aimeé había comenzado a investigar. Con los años se había vuelto una excelsa piloto, que deleitaba con solo su vuelo maestro. Así como su padre lo había sido en su momento. Era algo que llevaba en la sangre, según su madre. Algo que le recordaba a él a todo momento que pasara. Su pequeña niña a la que tantos miedos y paranoias le había infundido.
Su única hija. Su hija especial. Pero, por desgracia, la hija a la que quería siempre de su lado. Del lado luminoso. Lo único válido, cuando empezó a cuestionarse en lo que siempre había creido. En la fuerza, en ambos bandos. Algo que jamás había sentido, y si había visto ni siquiera podía recordarlo. Solo recordaba pánico y no era algo que ayudara mucho. No en esas situaciones.
El descontrol, el pánico. Era eso lo que el deseo de una república generaba. Si un sistema estaba bien implantado ya no existiría eso. La gente trabajaría por lo que le correspondía sin siquiera temer. Y el control estaría puesto como debía. Ese control sería tan eficaz que nada de lo que de niña había sufrido existiría de vuelta. Ya no volverían a sufrir otra vez. ¿Qué más quería ella que eso, que algo que tan feliz habría hecho a la niña que había sido?
Pero el Imperio no había sido lo suficiente para ella. Si lo hubiera sido, su infancia habría sido mucho mejor. Con la suficiente rigidez la galaxia finalmente funcionaría para todo el mundo. Era algo casi utópico para ella, que no dejaba de darle vueltas con el correr de los años.
En esa época, cada vez eran más fuertes los rumores sobre algo nuevo. Violaciones a la ley de la República y cada vez más frecuentes actos contra el Concordato Galáctico. A pesar de que nadie fuera capaz de atentar contra el Senado, Aimeé sabía que algo más había allí. Algo en lo que la investigación y la búsqueda hicieron que acabara ahí metida.
La Primera Orden. Más fuerte que el Imperio. Más capaz. Aterrando a una República que no era capaz de admitirlo, que había fundado una Resistencia liderada por una veterana rebelde.
Su formación era ejemplar. Aunque lo de piloto ya lo tuviera incluido era un modelo en la carrera militar. Aprendía muy rápido y no le costaba seguir órdenes que iban de acuerdo a sus ideas. Por primera vez estaba haciendo algo para sí misma, sin querer conformarse a nadie más que a ella mientras admiraba como cada vez la Primera Orden se hacía más fuerte. Y tenía esperanza; Tenía esperanza de que algún día realmente lograran darle ese golpe al gobierno republicano que parecía no tener fin. Que mataba a la galaxia a base de mentiras, de las “libertades” sin poner orden alguno. No tenía sentido.
En su tiempo de formación había conocido a un soldado. Alguien en formación, como ella. No se llevaban muchos años y él la hacía sentir querida; Especial. Por eso mismo se formó una relación que otros catalogarían como “apurada”, algo que ambos siempre ignoraron, en medio de todos esos años de instrucción. Entre los que acabaron casándose y adoptando una hija.
Nada muy especial, en realidad, era una pequeña esclava que la Primera Orden se había llevado como a tantos otros para entrenar, para fortalecerse más. Y era solo una niña pequeña, alguien que necesitaba de una familia. Y ambos se comprometieron a dársela.
La educaron en la ideología de la Primera Orden. Sobre el caos galáctico que hacía que todos sufrieran la esclavitud, la pobreza mientras que otros simplemente se daban vuelta ante esos planetas que la Primera Orden “salvaba”, como les gustaba llamarlo de la pobreza. Les daba una nueva vida como se merecían. Y nunca le faltó amor. Aunque poco la habían esperado, la quisieron como si fuera suya desde siempre.
Lo que la, con los años, teniente nunca se esperó fue la partida de su marido cuando Kim ya era toda una adulta. Su hija se había convertido en una piloto de primer nivel. Era admirable, una obra de arte mientras volaba y mejor aún como persona. Educada entre la rigidez y el amor, ella estaba hecha toda una dama. A la que apreciaban todos sus conocidos. Y él se había ido. Lloraba por primera vez una pérdida real, una que la dejó sumida en una tristeza que no se atrevía a mostrar a nadie pero que todo el mundo sabía que existía. Y que no hizo más que acrecentarse cuando su hija los abandonó.
No sabía ni siquiera donde había ido. Simplemente que no había vuelto. Y ella intuía a donde a pesar de ser incapaz de pronunciarlo, de pronunciar el nombre de esa asociación. Perdida entre el odio, la tristeza y el miedo decidió desde ese momento siempre limitarse a lo profesional. A pesar de, actualmente, querer a Aída, una miembro de la Primera Orden de una forma algo cercana. Solo que ni siquiera eso es capaz de llenar el gran vacío que siempre le quedaría. Ni siquiera el dominio total de la galaxia seguramente lo haría.
Personalidad:
La rigidez y la valentía siempre fueron los dos valores principales en Aimeé. Ella siempre fue una mujer de pocas palabras y pocos amigos. Siempre serán, para ella, una distracción en la que no debe perder tiempo si desea ganar algo mucho mejor.
De carácter fuerte, no es muy fácil reprocharle una cosa. Su excesiva personalidad suele intimidar a la gente. Está muy convencida de cada palabra que dice, de cada cosa que piensa y no hace más que demostrarlo en cada uno de sus actos.
No es de las personas que recurren a hacer daño cuando hay otros modos. Claro, no es el primero atacar sino defender. Vive con la guardia alta por lo mismo. Hay muy pocas personas que realmente la conocen de otra forma. A la verdadera parte de ella que tanto ha sufrido y solo necesita algo de paz.
No duda en ninguna misión, ni en seguir a sus superiores cuando estos tienen una orden. Cumple lo que debe sin quejarse pues fue educada en el respeto hacia quienes más arriba estaban siempre. No es algo que pueda quitarse con facilidad ni desea hacerlo.
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Kim. (@ thcbxstpilxt )
Nombre: Kim Varr.
Edad: 21.
Planeta de origen: Tatooine
Especie: Humana.
FC: Florence Pugh.
Extra: Piloto de la resistencia. No logra sentir la fuerza. Traidora a la Primera Orden y detestada por eso mismo por su madre y todos los de allí que la conocieran.
Historia:
La madre de Kim era una esclava. Vivió con ella demasiado poco tiempo como para saber eso. O como para recordar su rostro. En la zona que ella vivía se estaba volviendo cada vez más común que la ascendente Primera Orden tomara niños. Los robara y les diera una “nueva familia”. Para ellos, un nuevo futuro los aguardaba. Lejos de la pobreza de la familia en la que vivía.
Por eso con cuatro años, la pequeña Kim era hija de otra familia. Una mujer con un carácter de hierro, una capitana y un teniente de las fuerzas armadas de la Primera Orden. Ellos la amaban. Ella realmente se sentía amada por ellos. Al ser que su madre no podía tener hijos, la hacía sentir como la niña más amada y a su vez más protegida y juzgada para lograr su perfección desde el primer día que la vio. Y por varios años, eso estuvo bien. Ella estaba bien de ese modo.
La rubia crecía feliz. Convencida de las ideas que le metían en la cabeza, soñando con ser piloto y entrenando para eso. A todo el mundo le caía bien. Jugaban con ella, le hablaban sobre la galaxia y sobre como alguna vez sería “un sitio próspero y seguro”, “un sitio mejor”. Como todos los niños, claro. Que siempre piensan en un lugar bonito. Una galaxia dominada por la Primera Orden lo sería. Y ciegamente, Kim estaba de acuerdo con ello.
Con el tiempo, ella realmente comenzaba a interesarse por algo más. Leía libros de historia. Fascinada por la Antigua y la Nueva República. Sobre como realmente los intereses de la gente eran primordiales en esos sistemas utópicos, contrarios a los que le querían enseñar. Esos sistemas parecían felices. Donde todos gobernaban. Y por primera vez estuvo en contra. Con trece años estaba en contra de lo que le habían enseñado toda su vida.
Cada vez sus padres pasaban menos tiempo con ella. Y no se atrevía a preguntarles, escondiendo los libros que trataban sobre eso. Con los que intentaban educarla sobre lo que no se debía cometer. Sobre las mentiras de esa época que habían contado. Sobre un sistema fallido en el que todos perdían. Tenía que andarse con cuidado, claro. No fuera a ser que alguien supiera sobre su infracción.
No estaba segura de lo que podía pasar.
Contando con la ventaja del día a día de que no la descubrieran, como buena mentirosa que era, Kim seguía pareciendo convencida de lo que quería. Ser una piloto para el lado que cada vez más se cuestionaba. Imaginando cómo serían las otras personas. ¿Serían felices? ¿No los llenarían de prohibiciones? ¿Serían seres tan dedicados a las armas y a todo lo que eso conllevaba como lo era la gente de su lado?
La esperanza nunca abandonó a la rubia. Quien acabó volviéndose una piloto experta con los años. Con la desgracia o suerte de que era para el lado contrario a quien realmente quería. Ella se había vuelto el orgullo de unos padres severos; Quienes la aplaudían y la apoyaban todo el tiempo al ver que tenían una hija leal. Una hija que realmente era parte de la Primera Orden, que ponía su trabajo y esfuerzo al servicio de una causa en la que siempre la habían instruido.
Y era perfecta en lo que hacía. Sobre todo era perfecta en lo que hacía. Era una piloto sin precedentes. No le tenía miedo a nada, ni siquiera a las prácticas que pasaron a ser misiones donde su vida no se veía muy clara. Donde nada era seguro, allí se montaba y pilotaba como si fuera la última vez. Disfrutaba del vuelo, y siempre que volvía era recibida con un abrazo. Realmente se sentía especial, querida.
Pero la Kim que deseaba eso, que deseaba una familia de verdad. Alguien que la amara y que realmente fuera a apoyarla a pesar de sus elecciones eso había quedado atrás. Ahora sabía lo que quería hacer. Y cómo lo haría.
Durante un año, la rubia jugaba a ser la que siempre habían querido. No quería hacerlo, pero se sometía a las órdenes de su líder sin decir nada. Solo para que su madre se enorgulleciera de ella. Y más aún en ese año.
Había perdido a su padre. Él había muerto por algo “normal”, por causas “naturales”. Y no quería dejarla sola. No hasta que ella comenzara lentamente a superarlo. Porque a pesar de no ver el dolor que ella padecía podía sentirlo. Era el mismo que ella tenía. Pero el de ella, a diferencia del de su madre estaba eclipsado por un deseo contenido desde su adolescencia de huir de allí.
Por eso no dudó en huir. Desviándose de una misión y sobreviviendo a un ataque por parte de ellos hacia la traidora apenas se dieron cuenta. Pidiendo refugio en la resistencia..
Y cuando tuvo que trabajar para ellos, no dudó en usar sus habilidades de piloto para algo bueno. Para lo que ella siempre quiso ser.
A costa de ganarse el odio de la mujer que la había querido. Quien le había enseñado todo lo que era. De ser la hija traidora. De no ser su hija.
Por lo menos, en ese sitio no estaría sola. Eran diferentes. Jamás volvería a estar sola. Y no lo estuvo.
Poco tiempo después de ser una piloto oficial de la Primera Orden, Kim había desobedecido su primera instrucción. La mayoría estaban detrás de jedis como siempre. Y por primera vez ella había presenciado la captura de un grupo.
Fiel a sus ideas, había ayudado con sus conocimientos, en parte gracias a su madre, sobre las salidas, sobre cómo escapar o cómo enviarle un mensaje a los rebeldes consiguiendo que esa captura pereciera. Perdiendo el terreno que habían avanzado luego de eso y liberando al reducido grupo de jedis que estaban listos para ser ejecutados al negarse a dar información.
Fue la misma jedi con la que años después se encontró, luego de llegar a la base de la resistencia. Era algo increíble. Un sitio soñado, algo que ella creía inalcanzable ahí estaba D´Qar. Con todo el verde que creyó que jamás vería en su vida; Natural, luminoso. Real.
Pero a los pocos segundos de aterrizar con la idea de la rendición y el posterior pedido de asilo a cambio de toda la ayuda que pudiera ofrecer fue atrapada debido a la creciente desconfianza, encontrándose por un instante con la chica con la que tiempo atrás pocas palabras había intercambiado antes de ayudarla a escapar.
Tuvo que pasar algo de tiempo para que confiaran en ella, a pesar de haber jurado por su vida defender a la Resistencia y hacer todo lo que se le ordenara y tuviera en la mano por ellos. Pero esa chica siempre confió. Desde que volvieron a encontrarse con la oportunidad de presentarse y hablar como era debido. Ninguna de las dos había olvidado los ojos de la otra chica, y la calma que en su momento se habían dado.
Por eso no le fue difícil hablar con ella. Contarle realmente su historia, o lo que recordaba de ella con los detalles que los altos cargos no sabían, omitidos por ella misma para mantener algo de privacidad. Dándose cada vez más frecuentemente las historias hasta la madrugada sobre las aventuras de ambas o las esperanzas de una galaxia libre. Sucediendo de forma sutil, con el correr de los días el darse cuenta que ninguna de las dos quería estar sin la otra. Estaban tan unidas que sería complicado separarlas, algo que, hasta el momento ninguna es capaz de hacer del todo.
Personalidad:
Kim es de las personas más valientes que ella misma conoce. Conoce su fuerza. Conoce toda su historia y lo que le sucedió como para quedarse quieta sobre ello. Y lo demuestra constantemente en su carácter. Un carácter fuerte y decidido, sin evitar de algún modo la diversión.
A pesar de no ser ególatra, la chica sabe que ella es una gran piloto. Y utiliza eso incluso para competir y reír con otros pilotos. No le costó entrar en confianza y mostrar una actitud abierta ante la gente de la resistencia. A todo lo que ellos le pudieran enseñar.
No habla sobre la Primera Orden. Sobre sus orígenes ni nada relacionado a las personas excepto a Arden. Quiere conocer un futuro diferente en la galaxia. Y por eso está con personas que realmente la aprecian como a una persona y no solo como a una futura militar útil a quienes la entrenaron.
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Aída. ( @ pcwerfulrxdrcad )
—Nombre/apellidos: Aída. / Ann Hill.
—Edad: 26.
—Lugar de nacimiento: Coruscant.
—Especie: Humana.
—FC: Scarlett Johansson.
—Extra: Subteniente de la Primera Orden. Educada en la fuerza por el Líder Supremo Snoke.
—Historia:
Ann Hill fue abandonada a nacer. En una zona perdida de Coruscant. Fue dada a luz por una madre que nunca la quiso y dejada junto a tantos niños sin familia, sin siquiera conocerla. Jamás tendrá un solo recuerdo de ella, de cómo era. Y nunca le importó. O así lo quiso hacer pasar, ¿Qué más le daba ya?
Fue cuidada por una familia durante algunos años. Ellos aparentemente la querían. No tenía hermanos, ni primos ni algún otro niño más que los hijos de amigos de esos adultos que tan "amables" habían sido con ella. Aparte de ser forzada a jugar con esos niños que ella siempre había visto como inmaduros no estaba tan mal. Criarse entre adultos la volvía mucho más adulta.
La cuidaron y "amaron" un tiempo hasta que manifestó por fin lo que tanto se temía de ella desde que lo empezaron a notar. La niña no era alguien común. Su propia sangre se lo había revelado y mantenía aterrados de alguna forma a quienes la cuidaban. Que no creían en la fuerza y en las maravillas de esta hasta ese momento que su hija lo había empezado a mostrar.
Y mucho menos en la fuerza oscura que se manifestaba en la pequeña Ann desde que recordaba. Podía sentirla desde muy pequeña. Cuando su mente callaba podía oír la cantidad de midiclorianos hablándole, susurrándole cosas ininteligibles aún, queriendo decirle algo que aún ella no podía entender aún a su corta edad. Pero sabía que estaban ahí a pesar de que lo guardara en secreto.
Sus padres hablaban mucho de ella. La miraban con preocupación mientras leía o estudiaba sobre el pasado. Sobre el Imperio y la antigua república. Siempre había mostrado una importante inclinación a leer e investigar sobre el Imperio Galáctico. Y ninguna alarma había saltado. ¿Cómo hacerlo si solo se trataba de una frágil niña queriendo investigar para "no cometer los errores del pasado"?
Lo habían aplaudido. Hasta que dejaron de hacerlo. Y comenzaron a susurrar a sus espaldas. Sobre que su hija era peligrosa. Sobre que no podían creer en la Fuerza pero tampoco dejarla pasar.
Peligrosa.
Peligrosa.
Esa palabra.
Y a los once años volvieron a dejarla.
Era muy adulta para aceptarlo. No lloró, no gritó. No hizo nada más que aceptar la realidad de unos padres que le temían a la fuerza y a la hija que hacía un tiempo habían decidido acoger. La niña era peligrosa si no se le enseñaba como debía. Y quizá no se sentían aptos.
Y ese fue su primer error.
Los odiaba aunque no fuera a expresarlo. No tenía cómo hacerlo sin que lo vieran como una "rabieta". El miedo y el odio ardían en ella sobre el próximo paso que iba a dar. Para el que no creía estar del todo lista.
Ahora perdida en las zonas donde solo se refugiaba lo más bajo de la sociedad, Ann se había convertido en lo que de adulta repudiaría. Hurtaba a quien pudiera para seguir viviendo y se escondía en un oscuro refugio donde jamás sería encontrada.
Toda su vida había sido demasiado adulta. Odiaba relacionarse con niños de su edad. Lo veía como una pérdida de tiempo. Ellos eran seres inferiores. No tenía sentido que hicieran cosas calificadas como "de niños". Nada de eso lo tenía.
Se había sabido valer por sí misma siempre. Y esa no sería la excepción.
Cada pequeño día que pasara la coraza creada por el odio y el resentimiento hacia todos los que alguna vez había conocido era más fuerte. La ayudaba a no morir al menos. Y estaba bien, por un tiempo estuvo bien.
Hasta que dejó de estarlo.
Había pasado sola su doceavo cumpleaños. Hurtando como de costumbre y escondida en el lugar que alguien había encontrado. El mismo donde la niña por un momento vió su fin. Paralizada por el miedo, esa vez era como si la fuerza, ese ente que no conocía, la hubiera abandonado. Siendo lo siguiente que vió un sitio desconocido.
Estaban lejos de su planeta, en un sitio que no podía reconocer. Estaba perdida hasta que se finalmente pudo oír algo. Y en ese sitio pudo sentirse "en casa".
No le costó aceptar la educación que se le quiso impartir desde que había llegado. Una educación vigilada desde muy cerca en el lado oscuro de la fuerza por el Supremo Líder Snoke. Muriendo al nombre de Ann, la niña que sufría por dentro. Matando lo que la unía a ese nombre y al apellido familiar. Juró así lealtad inmortal a su maestro y señor, el único frente al que doblaría la rodilla. Y resurgió como Aída. "La que regresa".
Y regresaría. Tan poderosa como siempre habían temido. Y la respetarían. Iban a pagar todo lo que le habían hecho a la niña que había dado origen a la ahora mujer de diecinueve años. Convencida de que habían tenido razón al calificarla de peligrosa.
Dedicaba su escaso tiempo libre a aprender. Para ese momento sabía una gran variedad de idiomas así como técnicas de lucha. Quería ser conocedora de todas las formas posibles de destruir a quien se le cruzara. Y así lo hacía.
Sus habilidades para el combate llegaron a ser tan destacables como para ser aptas para unirse a los emergentes Caballeros de Ren, a pesar de que decidió negarse. Sabía que sublevarse al maestro Kylo Ren le iba a ser algo fácil. Y no quería decepcionar al Líder Supremo que tanto había visto en ella. No con ridículos impulsos humanos.
Vió la alternativa de ser parte de las fuerzas armadas desde su entrenamiento. Donde obtuvo el arma digna de una persona tan poderosa en la fuerza. Atrás habían quedado los blasters y sus disparos luego de estar lista para tener su propio sable de luz, con el diseño propio de la era del imperio. Rojo y de una sola hoja.
Era perfecta para ella.
Sin salir de sus diecinueve, logró entrar en las fuerzas armadas aún a pesar de la conexión directa que tenía con el Líder Supremo, siendo parte destacable de estas con el tiempo. En parte fue eso junto con su dedicación incansable lo que le permitía aumentar de rango conforme el tiempo. No se rebelaba y mantenía su ira para cuando finalmente estaba en privado. Eso la ayudaba a seguir en pie a todo momento.
Todos los años siguientes, Aída se dedicó a ser lo que se esperaba de ella. Veía de cerca siendo parte de un escuadrón de asalto al inicio como la Primera Orden, cada vez más fuerte ascendía a cortos y fuertes pasos. Y se preparaba para dominar la galaxia e imponer el orden que la república solo evadía según su pensamiento. Darle a la galaxia el orden que merecía.
En ese mismo tiempo finalmente ascendió a pequeños pasos hasta convertirse en una subteniente de las fuerzas armadas, siendo incontables las misiones en las que Aída había participado. Pero ella podía recordar todas y cada una de ellas. Era necesario que lo hiciera para sí misma; Para poder pasar a la siguiente. Para olvidar de dónde venía, matar cada vez más a la niña que había sido. Ella no merecía la pena de ser recordada aunque lo hiciera.
Ya nada restaría de la pequeña Ann que tiempo atrás había vengado.
—Personalidad:
Desde muy pequeña, Aída desarrolló una personalidad extremadamente fuerte. Jamás se permitió que alguien la viera derrotada o alterada de alguna forma. Tenía que seguir, costara lo que costara.
Su entrenamiento no fue fácil. Por momentos sentía que eso la asfixiaba y la asesinaba. Nunca pensó en abandonar de todos modos. Al ser una mujer ambiciosa, necesitaba alcanzar todo lo posible y más. Aún si eso la mataba iba a lograrlo.
Pero aún habiendo completado el entrenamiento del lado oscuro no descansó. Siguió estudiando todos los idiomas posibles, técnicas de lucha y lo que fuera necesario para volverse la mujer más peligrosa de la galaxia. Siempre ansió ser temida. Y el uso de la fuerza no es más que uno de sus métodos.
Es por excelencia una mujer sumamente misteriosa. No es fácil entrar en su mente y esta sin dudarlo es un verdadero acertijo. Su pasado es para todo el mundo un misterio. Excepto para el Supremo Líder. El único de esa nueva vida conocer de Ann.
Quien la dice conocer sabe que tiene mil caras. No para todos es la misma mujer, ni lo es en todas las ocasiones. Eso la vuelve la persona que es. El peligro que describieron de pequeña y le quedó grabado a fuego.
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Lyra Black
?Nombre y apellidos: Lyra Black.
Edad del personaje junto con el año de nacimiento: 26 Años. 28.05.1993
Procedencia: Wiltshire; UK.
Raza exacta: Bruja.
Ocupación: Graduada en Bellas Artes. Trabaja en una tienda en el pueblo.
Bando: Nocturno.
Historia anterior y su llegada al pueblo.
Desde niña, Lyra se crió en un noble linaje de brujas. La primogénita de los tres hermanos. En los dos siguientes recaía el seguir con su apellido y con su gloria, gloria que había tenido el apellido Black en largas generaciones. Ellos eran una familia verdaderamente poderosa, y Lyra era una mujer, la que siempre sería ninguneada y menospreciada. La que iba a parir hijos con otro apellido, la que podía ser todo lo poderosa del mundo pero seguiría siendo una mujer, alguien menos.
Se pasaba horas dedicada a los estudios mágicos, a controlarse a sí misma así como al gran poder que llevaba dentro. Nunca salía, era la chica rarita según todos, aunque ¿cómo no serlo si a una sola falla en su control y podía revelar el secreto que con recelo protegía?
Su madre la obligó a tomar clases como los demás niños y exponerla a perder el control solo para forzar a este al límite, obligarla a que se controle afrontando destinos terribles de no hacerlo. Por obligación la brujería expuesta podía traer una muerte casi previsible, Lyra acabó por necesidad ocultando su magia así como ignorando a todos los demás niños por miedo a no poder mantener el control. Así fue su infancia, nunca logrando relacionarse con nadie, siendo víctima de comentarios malintencionados y risas, las que luego olvidaba o eso fingía, fingía estar bien y controlada todo el tiempo para causar mayor placer en su familia, los que debido a su actitud comenzaron a verla como a más que alguien a quien exigirle formas, ahora era toda una dama digna de respeto, algo que había conseguido ganarse debido a sus tantos sacrificios impuestos, una leve sonrisa había comenzado a dibujarse en el rostro de la chica de once años, la que por años había sido ignorada y menospreciada por todas partes. Ahora la respetaban más, ahora la querían más y tenía todo el control sobre la magia que corría por sus venas.
Pero no todo estaba cumplido.
Con la secundaria en puerta, Black intentó no relacionarse con la nueva gente pero le era imposible. Había demasiados nuevos, demasiados acosadores con los que les era imposible no utilizar la magia. A lo largo de su paso por ese instituto siempre tuvo el deseo de ahorcarlos. Se imaginaba utilizando la magia para quemarlos o hacerles sufrir dolor de forma física todo el tiempo, siempre que se le acercaban se los imaginaba rogando que los deje en paz, que se retractarían si ella los liberaba. Se veía poderosa y capaz de ejercer su poder sobre ellos, no como se lo habían prohibido. Por eso mismo otra vez el sufrimiento volvió a azotar la vida de la chica en edad de adolescencia viviendo bajo una norma que la mataba. Y su madre hablaba de ellos, de sus hermanos, sus perfectos hermanos. Sus perfectos hermanos que siempre sonreían y lograban controlar sus poderes todo el tiempo aún a su corta edad, que no necesitaban forzarse a que no salieran solos bajo el más mínimo enfado, eran más felices y ella los envidiaba, siempre envidió a sus hermanos. Sus hermanos los perfectos, los que jamás necesitaban llamados de atención o reglas. Niños de mamá y papá contra los que nunca podría atentar, no si quería contarlo.
Con diecinueve años huyó de casa, ganándose la vida como podía. Tenía los suficientes estudios tanto en el mundo humano como todo lo relacionado a la magia. Decidió por trabajar en una tienda mientras estudiaba en su ahora ciudad, Londres, y no le fue mal. Tenía el suficiente dinero para vivir sin excesos cada mes, sumado a la beca que sus méritos y un poco de suerte le habían otorgado no vivía mal.
Pero esa vida cambió cuando cuando cumplió los veintiséis años. Finalmente esa vida alejada de toda su familia y de la magia la había logrado. Era el futuro que su padre había predicho, "Perderás por completo a toda tu familia si decides el camino equivocado", el que ella había decidido, el que intentaron impedir otra vez cuando se enteraron de que había adoptado una niña de dos años, una humana sin nada especial, lo que causó que Lyra abandonara todo y huyera junto a su hija al pueblo del que había leído una vez en su casa, donde quizá estuviera lejos de todo.
Personalidad del personaje:
Lyra puede ser tu gran amiga, o tu peor enemiga. Siempre lo dejará a tú elección, aunque nunca nadie desea tenerla de enemiga claramente. Es una persona verdaderamente ambiciosa, siempre en búsqueda de mayor conocimiento y poder. Puede pasarse meses hilando una venganza con tanto cuidado que nunca la verás venir cuando llegue.
Es una persona que sufrió mucho aunque siempre lo guarde para sí. Protege a su hija de todo daño, como si fuese una leona con sus crías; No tocarás a Belle Black a no ser que ella lo desee, las consecuencias pueden ser incluso fatales. Le gusta investigar todo sobre cualquier cosa, entrometerse por así decirlo en casi todo lo que ve y buscarle a todo un sentido, necesita que lo tenga aunque sea algo mínimo.
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This wasn’t a choice between you and Jacob. It was between who I should be and who I am. I’ve always felt out of step. Like literally stumbling through my life. I’ve never felt normal, because I’m not normal, and I don’t wanna be. I’ve had to face death and loss and pain in your world, but I’ve also never felt stronger, like more real, more myself, because it’s my world too. It’s where I belong. The Twilight Saga: Eclipse (2010) dir. David Slade
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This wasn’t a choice between you and Jacob. It was between who I should be and who I am. I’ve always felt out of step. Like literally stumbling through my life. I’ve never felt normal, because I’m not normal, and I don’t wanna be. I’ve had to face death and loss and pain in your world, but I’ve also never felt stronger, like more real, more myself, because it’s my world too. It’s where I belong. The Twilight Saga: Eclipse (2010) dir. David Slade
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“I’m so sorry I had to work today…” “You never have to apologise for that, Carlisle. I know how important it is to you.”
Sometimes Valentines Day doesn’t always go to plan for Carlisle and Esme.
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