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Agus Cox
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Cualquier semejanza con la realidad no es pura coincidencia
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aguscox · 16 days ago
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El último día de vacaciones
Con un hijo en primaria me ha tocado revivir muchas situaciones de mi vida escolar pero hay una que es la más fuerte de todas. Cuando llega el domingo previo a volver a clases todavía siento en mi cuerpo lo que sentía yo el último día de vacaciones, o mejor dicho, el día antes de volver al colegio.
Nunca fui muy amante del colegio, a diferencia de muchas tantas personas que veían en ese lugar un espacio de conexión con amigos, de juego, de valoración del aprendizaje tal vez. Para mi siempre fue un lugar de encierro, de anulación de movimiento e independencia, me costaban las horas que pasaba ahí. Si bien no sufría angustia en el día a día no lo elegía, no lo extrañaba y mucho menos lo añoraba.
Todo esto generaba en mí una sensación de absoluta desesperación cuando los días de vacaciones empezaban a terminar, sensación que se iba acrecentando hasta llegar a su pico ese domingo previo, sobretodo por la noche. A la noche todo se siente peor, no? Hay algo de la luz del día que genera calma en el alma, pero no me quiero ir por las ramas.
Al acercarse ese domingo fatídico mi cuerpo empezaba a sentir los síntomas de una aplastante ansiedad y una angustia profunda que empezaban a dictarle a mi cerebro órdenes sobre cómo lograr evitar ese desenlace fatídico. Empezaba a elucubrar enfermedades que me permitieran faltar y organizar actividades para alargar los días y las noches para alejar la fecha final.
La última noche la vivía casi como un prisionero condenado a muerte en la hora antes de su ejecución, bastante exagerada y casi ofensivo de mi parte, pero así me sentía. La mayoría de esas "últimas" noches no dormía y mi mente se ocupaba de repasar un millón de veces la película de terror que me creaba sobre lo que iba a pasar al día siguiente.
Este relato termina ahí ya que no tengo tan vívidos recuerdos sobre el primer día de clases, se ve que no me generaba finalmente emociones muy fuertes, era mi mente la que se ocupada de desequilibrar mi cuerpo con ideas inventadas que se presentaban solo en ese último día.
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aguscox · 1 month ago
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Los últimos días de papá o mejor dicho, mis últimos días con papá.
Un relato construido a través de recuerdos borrosos de mi memoria selectiva.
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Viaje.
Enfermedad.
Era a finales de 1996 cuando mi papá decidió hacer el último viaje de su vida.
Ya habíamos hecho ese trayecto en auto otras veces pero éste era muy diferente, cruzábamos la cordillera de los Andes siendo 5 e íbamos a volver siendo 4. Yo no lo sabía, pero ahora entiendo mamá y papá sí.
Ya eran casi 3 años de lucha contra la enfermedad de mierda que lo consumía, simbólica y literalmente, cuando, con esa claridad que dicen que tienen las personas que están cerca de morir, lucidez terminal parece que se llama, decidió que quería dejar este mundo en el lugar dónde también había llegado a él, Chile.
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Auto.
Árbol de Navidad.
Fanático de manejar, sus ahora 50 kilos y cuerpo deteriorado, no lo iban a detener a hacer este viaje de 1.370 kilómetros. Una de esas acciones que desafían todos los pronósticos y probabilidades que se le presentan a las personas enfermas terminales. 
Recuerdo que los asientos de atrás del Renault familiar que teníamos estaban bajos y habían puesto un colchón para que mis hermanas y yo fuéramos descansando. 
Debemos haber frenado unas cuántas veces en el camino pero para mi memoria fue solo una. Nos quedamos algunas noches en un tétrico hotel que nada tenía que envidiarle al Stanley, aquel en el que se filmó la película “El Resplandor”. Un aún más tétrico, y enorme (al menos para mi percepción espacial de 12 años) árbol de navidad te recibía en el ingreso al edificio y ahí pasamos la única navidad silenciosa, gris y vacía que recuerdo.
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Baño.
Fila.
Unos días después llegamos a la casa quinta de un hermano de mi papá, la última casa dónde estaría, él. Si hubiera que subrayar las palabras claves de este relato creo que “última” sería una de ellas. 
Los recuerdos son más borrosos. ¿Será que se van desarmando cuando se acercan a los momentos más trascendentales de la historia de cada persona? Escucho un grito, la casa se siente desierta, me acerco al sonido, viene del baño, miro, papá en el piso, entiendo que no se puede levantar, su cara muestra desesperación, enojo, vergüenza, me grita que busque a alguien, yo soy alguien, pero deduzco que se refiere a un adulto, corro, hago lo que me piden, desde siempre.
Es la noche de fin de año. La casa ya no se siente desierta, hay muchas personas en todos lados. En la puerta de la habitación dónde está papá desde que llegamos hay una fila, es una fila para despedirse de alguien a quién esa lista de objetivos y proyectos que las personas se proponen al inicio de un nuevo no puede importarle menos. Solo le importan los proyectos que pasaron, los que logró, los que quedaron pendientes, para siempre. O eso creo que pensaría yo si me estuviera muriendo en año nuevo.
“Para siempre” también parece ser una palabra a subrayar.
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Mafalda.
Pucho.
En algún momento papá se fue de la casa, mamá también y cuando volvió estaba sola. 
Sentada en la cama de la habitación de mi primo la escucho decirnos que papá se había muerto, seguramente usó eufemismos pero el mensaje era claro. No me acuerdo de su cara mientras me habla, tampoco me acuerdo que hacía o decía mi hermana, supongo que con 7 años entendía menos que yo. La de 3 no sé ni dónde estuvo en todo este tiempo, no la veo en mis recuerdos.
Si me acuerdo que corrí al baño, otro baño, me encerré y me tiré al piso, no sé si lo hice porque lo sentía o porque necesitaba acentuar el dramatismo del momento. Miraba los azulejos que tenían historietas de Mafalda. Era 4 de enero de 1997.
Ahora este no es un recuerdo borroso, es un recuerdo construido años después por otros: supe que lo habían llevado a un hospital, en una cama fría de un cuarto minúsculo, o así me lo figuro yo, pidió un pucho, le dio unas pitadas y se despidió en un suspiro silencioso de su viaje de 39 años.
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La memoria selectiva se refiere a la tendencia a recordar ciertos eventos, experiencias o información mientras se olvidan otros, a menudo aquellos que son menos agradables o relevantes. La memoria borrosa, por otro lado, describe recuerdos que son vagos, poco claros o difíciles de precisar, lo que puede deberse a diversos factores como el tiempo transcurrido o la falta de detalles en el recuerdo original.
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aguscox · 3 years ago
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Frases de Camilo
“Mamá, si la H tuviera sonido, cuál te gustaría que sea?” 
Dicha el 17/06/2021
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aguscox · 6 years ago
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“Se ven caras pero no corazones”
Sergio Antonio
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aguscox · 7 years ago
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Marta
Viví con mi abuela 2 o 3 años de mi vida, no lo sé bien, hay mucho recuerdo borroso de esa época. De todas mis épocas la verdad.
Empezaba a estudiar en la Universidad – Psicología - cuando resultó buena idea mudarme a Capital y dejar el barrio cerrado en Ituzaingó dónde había vivido durante 8 años.
Me mudé a su casa con mi modesto bolsito y desde el primer día supe que mi abuela no estaba del todo feliz con la imposición de recibirme. Su espíritu, y su rutina, independientes y libres chocaban con esta nueva compañía.
Poco a poco, y con enorme generosidad, fue adaptándose a la vida compartida con una joven que transitaba momentos de incertidumbre, soledad, búsqueda y depresión. Fue en su casa dónde la idea de sacarme la vida existió por primera vez en mi cabeza.
Con el correr de los meses establecimos nuestra rutina que incluía, desde ser su asistente (pagaba sus cuentas, resolvía trámites)  hasta compartir unos ricos pasteles de papa hechos por Juli – Shuli - (nuestra otra room mate de quien, de describirla, debería salir una enorme rama de esta historia).
No conocía mucho a mi abuela hasta que la vida nos metió en un mismo ambiente. La veía poco y nunca fue de esas abuelas de ficción: cocineras, malcriadoras y pegotes, exactamente todo lo contrario. Pero descubrí que mi abuela real me gustaba mucho más. Conocí a una mujer que en su juventud volanteaba propaganda política, que administraba sus ingresos, y que al sentirse infeliz y a pesar del qué dirán, eligió separarse del padre de sus hijas e hijos, mi abuelo.
La rutina (obsesiva) diaria se respetaba a raja tabla. A la mañana, cuasi madrugada, amanecía con radio AM a todo volumen, comía un pomelo dulce y seguía con la lectura del diario, todo en pijama. Luego procedía a cambiarse con un atuendo entero del mismo color, usualmente violeta, rojo o beige. El día transcurría entre llamados a amigas o familia, la tv siempre prendida en las noticas(recordar este detalle), una caminata hacia Josefinas (café de señoras respetables de Recoleta) y largas charlas con Juli.
El bunker (su cuarto), lugar de preferencia de mi compañera, tenía dos elementos muy importantes, un vhs conectado a la tv y un anotador en la mesa de luz. Al aparecer una noticia relevante, a los ojos de mi abuela, en la tv, corría al control y activaba inmediatamente el REC de la grabadora y así el cassette de turno guardaba para siempre ese hecho noticiable. Cada cassette tenía sus rótulos correspondientes y al finalizarlos se depositaban en una parte de su placard reservada específicamente para esto. El anotador, con función similar, alojaba recordatorios, comentarios, datos, que en su mayoría tenían el objetivo de ser transmitidos a su hija (mi tía) que vivía en Estados Unidos, con quien hablaba casi todas las noches.
Me maravillaba la practicidad de su deseo desesperado por recordar, por aferrarse a momentos que, a veces por necesidad o a veces por vejez, se borran.
Al tiempo llegó la recta final de una enfermedad que acompañó a mi abuela por años, internación y muerte, todo rápido, intenso y triste.
Segunda vez en mi vida que compartía mi casa con la enfermedad y la muerte.
El capítulo final de esta casa, esta abuela y las ramas cruzadas del árbol compartido llegó una noche, luego de su partida, cuando yo aún vivía allí, donde con toda seguridad sentí su presencia, su olor, que me envolvían y me dejaban claro que este era su lugar, su hogar; y que por sobretodo no debía dejar de recordarla.
Esta era su forma de hacer REC en mi memoria.
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aguscox · 7 years ago
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Cita inolvidable
Nunca voy a olvidar esa mañana.
Hace tiempo que mis amigas me insistían en que tenía que hacer algo por mi, me veían cansada y angustiada (según ellas sin sentido). Habían decidido hacer de mi felicidad su proyecto personal y cada día recibía en nuestro grupo de whatsapp ideas y propuestas de lo que ellas creían podría ser la solución. Yo sólo quería que me dejen en paz pero como nunca fui buena para confrontar, y esta no iba a ser la primera vez.
Un día decidí, para la sorpresa de todas ellas, que el camino no iba a ser la astrología, la homeopatía, cogerme cuanto pibe apareciera o matarme a chocolates una noche entera. Yo necesitaba entender que iba a pasar, por lo que me definí por ir a lo fácil, saber si había solución para mi situación o si esto siempre iba a ser así.
Había sólo un tipo de persona que me podía ayudar a decidir si era eficiente dedicarle tiempo a buscar la respuesta, una adivina. Y fue así como terminé en la casa de Sonia, la “consejera espiritual” de la suegra de una de mi grupo “soporte”.
Sentada en una mesa redonda me encontré con todos los clichés posibles vinculados a la situación a la que me iba a enfrentar. Mantel con dibujos de mandala, música étnica de fondo, pizarras repletas de pequeños budas, libros de astrología y adivinación, cartas especiales, dos vasitos de té (aunque sospecho que el de mi compañera tenía algo más) y Sonia, la ejemplificación perfecta de lo que uno podía esperar del marketing de la adivinación: maquillaje alienígena sobrecargado y muchos pero muchos collares ruidosos.
A los 5 minutos de arrancar me había sacado la ficha, nunca supe si fue realmente por sus dotes de adivinación o por la experiencia de conversar con miles de personas que ya habían pasado por su mesa redonda. Me dijo que escuchaba a Xuxa de fondo en las escenas que veía de mi infancia, y ahí solté, me abrí y me deje llevar dejando entrar en mi cabeza y mi corazón cada palabra como el bálsamo para cada musculo tenso y cada neurona apagada. No sé si fueron palabras que no había escuchado antes o si realmente fue tan revelador, sólo se que necesitaba encontrar alguien en quien confiar mi camino y relajar, y encontré en ese ser desconocido y desprejuiciado lo que necesitaba oír.
“Cada mañana no elijas que ponerte ni a donde ir, elegí ponerte feliz, por que la felicidad no es suerte, es decisión”. Con esa frase que me marcó para siempre por su simpleza y perfección cerró esa cita inolvidable.
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aguscox · 9 years ago
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Apapachar
“Acariciar con el alma”
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aguscox · 9 years ago
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"...tu libertad ficticia es nuestra libertad incompleta..."por Juan Solá
Cuando voy por la calle y camino detrás de vos me pongo nervioso porque sé que no te gusta darte cuenta que llevás un tipo en la espalda. Me alejo, trato de pasarte rápido, lo más rápido posible, para que sepas que no hay razón para asustarse, que soy inofensivo, que vengo con los ojos hundidos en alguna imagen que nada tiene que ver con la tuya.
Cuando el subte se llena y te apretás a mi lado me da miedo rozarte la falda con mis dedos, torpes y distraidos. Entonces, pongo las manos en los bolsillos y viajo así, como diminuto, o tal vez como disminuido del susto, retorciendo el cuerpo para acomodarme en el frasco como se retuerce la arena adentro de uno de esos souvenirs de ciudad balnearia.
Cuando te veo venir de frente, llevo la mirada a la vereda y espero así hasta que cruces. Te percibo por el rabillo del ojo, como escapando, consciente de que a lo mejor suspirarás con alivio porque no me escuchaste comentar cuán corta es tu falda o cuán grandes son mi ganas de que tu feminidad bastardeada me haga macho.
Cuando la ciudad es muy grande y se me ha perdido una calle y te veo ahí, de pie, esperando el colectivo, me acerco pisando fuerte las baldosas flojas para que notes mi presencia. Te pregunto de lejos, levantando la voz, si sabés cuál es Curapaligüe. Nunca me aproximo demasiado por miedo a tu miedo. Y vos me respondés que no, que ni idea, y no disimulás esas ganas desconfiadas de ver cómo me alejo por Rivadavia hasta perderme de vista.
Cuando subís al colectivo a las dos de la mañana y somos sólo hombres los que viajamos yo te veo poner los ojos en el piso porque no querés cruzarlos con la mirada lasciva de nadie, después de haber laburado tantas horas, con este frío que se roba un poquito la esperanza.
Las calles que para mí son venas de cemento para vos son el campo de una batalla eterna por llegar a casa a salvo. Los auriculares que separan mis pensamientos del mundo, para vos son escudo entre tu cuerpo y sus silbidos, entre tus tetas, que son tuyas, y esas ganas de verlas, que son de ellos.
Pero yo no soy cómplice, te lo prometo.
A veces escucho que alguno te grita algo y lo miro con impaciencia. Casi siempre son más grandotes que yo y de seguro me cagarían a trompadas, pero si se te vinieran encima igual te defendería. Yo y muchos otros, en serio.
Porque no estás sola. Porque nosotros entendemos que tu libertad ficticia es nuestra libertad incompleta y que si no somos iguales no es porque no querramos, sino porque no nos dejan.
Vení, caminá conmigo, vamos a tomar las calles juntos para que el mensaje reverbere en los rincones de esta ciudad adormecida por el hedor del prejuicio, silenciada por la comodidad de la sumisión a la que te han condenado, conforme con la ficción de cine de terror, donde las rubias siempre son ingenuas y las negras siempre mueren primero.
Vení, caminá conmigo, uno al lado del otro, para que cuando me toque ir detrás de vos no me pienses amenaza, sino compañero.
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