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Odio a los Paisas (todavía)
Hace algunos años, en medio de cierto éxtasis montañero, escribí un artículo que titulé Odio a los Paisas. Lo publiqué en un pequeño blog llamado Plataforma, un experimento que montamos con algunos amigos con la inocente idea de que podíamos incidir un poco en los destinos de este país a partir de opiniones bienintencionadas e investigaciones relativamente juiciosas. El artículo fue un éxito rotundo en ventas: se hizo viral, llegando a tener un par de millones de visitas en el blog, se copió y pegó y compartió en no sé cuántas otras páginas (dedicadas en su mayoría principalmente a la exaltación del orgullo paisa), me llegaron cientos de mensajes de agradecimiento y felicitación, y hasta me invitaron a dar entrevistas y a promover el turismo en Medellin a partir de un vídeo. Algunos me declararon amor eterno, otros me ofrecieron alojamiento en sus casas, o presentarme a sus primas o hermanas para explorar posibilidades románticas (increíble lo lejos que lo puede llevar a uno echar un piropo sincero).
Como era de esperarse, nuestro blog desapareció, y con él se terminó también mi carrera fulgurante de bloguero/influencer. Odio a los Paisas -mis 15 minutos de fama- pasó a ser una agradable anécdota, la cual guardé en este lugar para poder visitarlo cuando quisiera ceder a la nostalgia.
Durante este tiempo he tenido mis más y mis menos con la cultura paisa. Desde mi incompleta incapacidad para entender y disfrutar el reguetón, pasando por mis profundas discrepancias con sus mayoritarias inclinaciones políticas, siendo momentáneamente feliz todas las mañanas al saborear la humilde y sencilla arepa con queso de mi desayuno diario (tengo que aceptar que gracias a mi abuela materna llevo algo de sangre paisa en las venas), hasta llegar a ese absurdo enamoramiento que tengo por Rigoberto Urán - el máximo héroe colombiano.
Hoy, 9 años después, el azar me trajo de nuevo a esta tierra, esta vez a vivir los días más duros y tristes que he tenido en mi existencia. Mi madre ha vivido sus últimos años en Marinilla, una vida algo solitaria pero, ahora sé, siempre rodeada de gente que la quiere, que la respeta, la ayuda, le brinda su cariño y solidaridad. Sufre de EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica), consecuencia de una vida entregada al cigarrillo que calmaba un poco su ansiedad. Tuvo una crisis respiratoria y fue llevada de urgencia a un hospital en Rionegro - el Hospital San Vicente Fundación.
Vinimos por carretera desde Bogotá. Fueron doce horas de viaje gracias a un oportuno derrumbe en Cocorná (por más impresionante que sea la infraestructura vial del oriente antioqueño, también hay puntos que se parecen a Colombia). Conduciendo largas horas, en medio de las noticias y especulaciones sobre la reforma a la salud, pasaron por mi cabeza mil imágenes macabras de cómo la estarían atendiendo y las incomodidades que podría estar sufriendo.
Llegamos finalmente a un hospital impecable, rodeado de montañas y de árboles, yarumos - las canas de la montaña- y palmas bobas, de pájaros y mariposas, inundado de luz y de amabilidad. Aparecieron las primas, los amigos con sus casas, las palabras de afecto, el apoyo y la solidaridad que tanto me habían prometido hace unos años, encarnados en otros paisas, probablemente no los mismos que comentaban en el blog. Han pasado 18 días desde nuestra llegada, días de angustia, de tristeza, de dolor infinito, mitigados sólo por la amabilidad y la calidez de esta gente, y por la cercanía y el apoyo incondicional de quienes nos quieren, aquí y a la distancia.
Para expresarlo en buen castellano paisa, el EPOC es una enfermedad muy hijueputa. Lo que hemos pasado estos días no se lo deseo a nadie, ni a mi peor enemigo (por muy paisa que sea). Y escribo estas letras, de alguna manera intentando purgar ese dolor; que se suelte un poco ese nudo en el estómago que no deja de apretar. Lo hago para decirles, amigos paisas, que todavía los odio como hace nueve años, pero ahora con un agradecimiento inconmensurable y un amor profundo que nunca se irá de mi corazón. Los odio por aquel vecino, que estando la carretera cerrada y viendo que no somos de por aquí, nos guió amablemente hacia la otra salida, bajándose de su carro sin ninguna necesidad para darnos direcciones, asegurándose de que llegáramos bien. Los odio por la señora de la peluquería, que a pesar de haber pedido permiso para salir temprano, me atendió al final de su jornada con paciencia, tranquilidad, dedicación y cariño. Los odio por la joven y bella portera del hospital que nos recibe todos los días con una sonrisa, esperando a cambio nada más que unas palabras de mi hermano con su acento raro. Los odio por la calidez y el amor de quienes nos sirven todos los días en la cafetería; por Juliana, la tía de Rosario, que ha cuidado a mi mamá con dedicación y esmero mientras su padre está en otro hospital, y dice que sólo cumple con su labor. Los odio porque su personal sanitario, auxiliares, enfermeras, médicos, son héroes por vocación, y además son amables, empáticos y cercanos. Los odio por el doctor Federico, que le dijo a mi hermano que iba a cuidar a mi madre como si fuera la suya, y con eso nos dió un poco de tranquilidad y sosiego; los odio por el doctor Nicolás y el doctor Julián, quienes con paciencia y claridad nos explicaron el por qué nada de lo que le han hecho a mi madre en estos días es fútil, justo cuando estábamos en el momento de mayor angustia (hasta el momento).
Es por todo esto que, amigos paisas, empezaré a revisar mi libreta de contactos, por si hay alguna prima (o primo) que merezca ser presentado. Y queda más que dicho que mi casa está a la orden, si alguna vez necesitan una mano amiga.
Y a tí, madre, la siempre silente y muchas veces olvidada protagonista de esta historia: te amo con locura. Desde que lo recuerdo has luchado por tu vida con uñas y dientes, y por eso te admiro y te admiraré eternamente. Con tu inagotable ternura y cariño me enseñaste a amar y con tu tenacidad y fortaleza me permitiste vivir y convertirme en quien soy. Creo, desde lo más profundo de mi alma, que hoy en día no tienes absolutamente nada pendiente. Si es hora de partir, lo podrás hacer completamente en paz. Si, en cambio, es momento de seguir luchando, lo haremos juntos, hasta que se nos acabe el tiempo. De una u otra manera, para nosotros, los que te queremos, te quisimos y te querremos siempre, la vida seguirá, aunque estoy seguro de que después de esto nunca nada volverá a ser igual.
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Odio a Los Paisas
Escribo este artículo desde el Foro Urbano Mundial, en Medellín, y aunque aún es pronto, pues estoy todavía a dos días de que acaben las conferencias, me parece indispensable empezar a sacar conclusiones, a escribir sobre este evento tan maravilloso, e intentar que no se me quede nada entre el tintero.
En el aspecto estrictamente técnico, mi primera y más importante conclusión, por ahora, es que odio a los paisas. Los odio porque viven en esta ciudad maravillosa, inmersa en esas enormes y bellísimas montañas, llena de árboles, de parques-biblioteca, de colegios, de espacios públicos. Los odio porque tienen un sistema de transporte público perfectamente funcional, una combinación de metro, metro-cable, metro-plus, buses, taxis… ¡y ahora tranvía! Y más que todo, los odio, desde el fondo de mi corazón, al que la envidia corroe, porque son amables, porque viven con esa permanente sonrisa, orgullosos de su ciudad, orgullosos de ser paisas.
“Ah no, es que Medellín sí es una verraquera…” me dice el taxista que me lleva de vuelta a casa. “Tenemos nuestros problemitas, como todo el mundo, pero ahí los vamos arreglando, poquito a poco. Es que hay que andar felices, si no pa qué… ¿Sí o qué?”
Y me habla, con agrado, de la policía de tránsito, que ahora llega más rápido para ayudar cuando hay accidentes. Luego aclara que sí, que hay uno que otro ‘taco’ (trancón, atasco), “pero como uno sabe que eso se mueve, pues se queda en su carril y espera, tranquilito, y ahí va andando, pa no armar más taco. ¿Sí o qué?” Y me cuenta cuánto disfruta el clima, que no es frío ni es caliente, y sonríe al recordar cómo la gente cuida del metro, lo mantiene limpio y bonito, porque es un orgullo de su ciudad: la cultura metro. Y luego empieza a hablar de los políticos, que “seguro que algo robarán, porque político es político, ¿sí o qué? Pero uno no puede decir nada, porque ahí se ve…lo que prometen lo construyen, así a veces se atrasen unos tres o 4 meses. Pero eso es normal en todas partes, ¿sí o no?”.
Y yo pienso que no, que en mi ciudad eso no es normal, aunque debiera de serlo. Y recuerdo mi casa, Bogotá, y me vuelve ese nudo en el estómago… y antes de que me carcoma la envidia y antes de llegar al odio, el taxista me sonríe y me dice, “y pa completar es que las niñas de esta tierra si es que son muy lindas, ¿sí o no? Es que esto es un paraíso…”
Y no puedo evitar sonreír, y por más que quiera no los puedo odiar, porque con sus ganas, con su actitud positiva, su compromiso con su ciudad, lo único que generan en mí es admiración, y no puedo escapar de su contagioso optimismo, de su amabilidad y de su felicidad. Y tengo que aceptar, por más que no quiera hacerlo, que mi conclusión no es que los odio, sino que los admiro, porque han logrado ponerse de acuerdo en una sola cosa, ponerse de acuerdo en lo fundamental. Son conscientes de que viven todos en un mismo lugar, en una misma ciudad, y que, a pesar de las diferencias que pueda haber, es responsabilidad de cada uno de ellos —de los políticos, de los taxistas, de los policías, de los ricos, de los pobres, de los ciudadanos— de todos y cada uno como individuos, como miembros de una familia, como miembros de un barrio, como miembros de una sociedad, el construir este lugar en el que viven, el quererlo, el mejorarlo día a día, con sus acciones, con su trabajo, con su cotidianidad, con su sonrisa.
Y pienso que aún me quedan dos días, y que hay demasiadas cosas por aprender, demasiados lugares por visitar, demasiadas cosas por decir, pero necesitaba sacar este artículo de mi sistema, porque tanto odio me está matando, y no puedo parar de sonreír.
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Reflexiones a raíz del paro 2021 abril-mayo*
Según entiendo, en una democracia, los ciudadanos eligen a quien los representa y el sistema debería permitir que mínimo la mitad de los votantes mas uno, se sienta representado por el gobierno. Yo no hago parte de este grupo y tampoco creo que exista. Y la naturaleza mafiosa de las acciones que este gobierno permite todos los días, me impide ser empática con las personas que lo defienden, justifican, o ignoran.
Cada vez que oigo el inventario de daños durante la jornada y la babosa discusión sobre probables paños de agua tibia que están considerando aplicar, siento aún más empatía por los colombianos que no están haciendo cuentas de vidrios rotos o goles sino de gobiernos corruptos, pueblos masacrados, líderes asesinados, familias destruidas, kilómetros caminados, tierras o cultivos perdidos, fruta o carne que no pudieron comprar, universidades a las que no pueden acceder ni ellos ni sus padres ni sus hijos, hijos que en vez de construir su camino, tienen que mantener a sus padres porque envejecieron sin pensión, estudiantes llenos de tristeza y rabia porque ven oportunidades que no son para ellos y porque les ha tocado tan solos desde hace tantos años, que reconocen la traición en cada discurso de cada político que les habla y la ignorancia en cada “adulto” que trata de argumentar algo con más educación que entendimiento.
Pienso y me pongo en los zapatos de los estudiantes q van a clase después o antes del trabajo, sin haber dormido bien, con la cabeza dividida, tratando de aprender mientras se aguantan uno o varios jefes que algunas veces los tratan mal, o mienten, roban, evaden, mientras oyen a sus maestros hablar de ética laboral, de creatividad, de profundizar, de querer aprender o de construir país.
También pienso en los que logran terminar la universidad, pero al graduarse ya están endeudados incluso con el mismo estado. Pienso mucho sobre lo que eso le hace a la voluntad de un ser humano. Si desde que empieza su vida laboral con toda la juventud, la ilusión, la energía para empezar a producir ya está debiendo su educación, ¿No los obliga a decir SI a lo primero que se les atraviesa que dé unos pesos, por que no hay otra opción, por que ya viene la cuota?
Y no lo pienso en mi contexto, del que me siento agradecida.
Lo pienso en el contexto de muchos colombianos a los que lo primero que se les atraviesa son porterías, obras, bodegas, aseo, peluquerías, bares, restaurantes, etc. Y en vez tener la posibilidad de ejercer lo que estudiaron y que de verdad “se pague” haberse endeudado, tienen que trabajar y perder los años mas importantes sumando experiencia obligada en disciplinas diferentes y ni hablar de lo que soñaron o si pudieron soñar.
También empatizo con los emprendedores, que vienen con energía, ganas, talento, ideas a montar empresa cuando no entienden ni siquiera el significado de patrimonio. Que es de las primeras preguntas de los formularios de la cámara de comercio y el rut.
Y empieza un viacrucis para el que se requiere un nivel de disciplina y aguante no solo financiero sino emocional, que es muy difícil de sostener.
Y luego nos aterramos de la informalidad o del % de empresas que quiebran en el primer año en el país. Como si para los empresarios y trabajadores, el país no fuera tan duro de sostener. Se convierte en un socio invisible que solo aparece para exigir y no solo no aporta, sino que pone obstáculos para producir. En mi experiencia.
Me pregunto mucho por los llamados “infiltrados” que por 20 o 50 mil pesos están dispuestos a traicionar lo que sea y ¿porqué están dispuestos a lo que sea por 50 mil pesos?
Luego conecto cómo este sistema de “infiltrados” está en las marchas, en las elecciones, en el congreso, en la presidencia, en el trabajo del día a día, en la rosca, la mermelada, el chanchullo, el serrucho, la división de la torta y demás términos que usamos para que suene menos fea la realidad.
Pienso mucho también en los permisos que le damos a los bancos, a los supermercados, a los canales, a las aplicaciones, de usar nuestros datos personales y gustos como moneda a lo “Human Coin” y de las posibilidades que esto abre para controlarnos no solo como consumidores sino también como ciudadanos.
Pienso también que si quisiera no compartir mis datos perdería acceso básicamente a todo.
No podrían ni siquiera emitirme un recibo si no estoy dispuesta a decir mi numero de identificación a un desconocido. Y concluyo entonces que entregar mis datos es discretamente obligatorio y no me parce muy democrático.
Todo se podría reducir a que desde hace tantos gobiernos se están vendiendo o dañando nuestros recursos, dañando el ecosistema, arriesgando la salud, la educación y la seguridad básica de un país por que no pueden (quieren) controlarse y nos roban cifras impensables año tras año, sistemáticamente, por décadas, bajo la guardia de algunos en los que pocos confían, y que hoy solo miran para otro lado diciendo que tenemos un déficit que además si o si vamos a tener que cubrir nosotros porque no encuentran otra forma de producir dinero que no sea reteniendo plata del trabajo de la gente.
¿No es ésta una costumbre del vivo, del mafioso, del que sólo siente q hizo un buen negocio cuando tumbó al otro?
Yo concluyo que hoy esta pasando lo que pasa es las calles porque liderar un país no es lo mismo que liderar a sus ciudadanos.
Y cada vez mas colombianos se están cansando
Porque vivir y trabajar, por un país que anuncia sin ningún plan de acción, que nos roban 50 billones de pesos al año ¡Cómo no va a producir ira!
Y la ira se expresa en la calle porque en la calle es que está el estado.
Porque una marcha es la posibilidad y el derecho de hacerlo y requiere desobediencia y la desobediencia implica quedarse afuera hasta mas tarde de la hora establecida y hablar con volumen alto sin permiso y poderlo hacer en lugares públicos, emblemáticos, que signifiquen, que incomoden, porque en un reclamo por derechos humanos no se puede hablar pasito.
Y alejar con armas “no letales” a las personas que están incomodando para llamar la atención, es desconocer la democracia, la constitución y los derechos de los ciudadanos.
Y que los ciudadanos respondan a estas armas “no letales” con lo que encuentren a la mano o algunas veces traigan listo (porque ya saben lo que viene) es responder que NO queremos reconocer ese desconocimiento y esa respuesta no puede volverse una guerra civil porque es permitir que la fuerza publica ataque personas que están enviando un mensaje al jefe de estado, que en vez de escuchar, decide señalar y que cuando le hablan mas duro, manda a matar.
Es decir que el mensaje es que en esta democracia se puede reclamar, pero pasito, no importa cuantos siglos llevemos hablando pasito sin resultado, si se habla mas duro, nos matan mientras van catalogando acciones con términos como “asesinatos colectivos” “células aisladas”, “terroristas”, “infiltrados” para que oficialmente, sigamos siendo un país democrático mientras por otro lado le solicitan a la ONU q se retracten de la denuncia presentada por la violencia que ellos mismos experimentaron mientras investigaban casos de abuso en Cali.
Todas las noches oigo las noticias desde la comodidad de mi casa, balbuceando que nadie sabe por qué están marchando. Al otro día oigo a todo el mundo girando y repitiendo lo mismo como si estuviera leyendo la historia en un libro.
Desde aquí me doy cuenta que lo que nos hace falta son ganas de entender el lado del país q ignoramos, no desde las estadísticas sino desde lo humano y si se quiere, juzgar no desde la educación sino desde el entendimiento, poner atención y al menos preguntarse porqué en este país, rico en recursos naturales, en territorio, fértil hasta decir no mas, bello como ninguno... tantos están en la calle sin nada que perder.
—-
*Estas palabras no son mías. Son de alguien a quien quiero mucho. Ojalá las hubiera escrito yo, porque representan profundamente lo que siento.
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Chapinero - Arte Urbano from Camilo Garavito on Vimeo.
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La Tierra del Dragón
Después de la fantástica Hoi An seguimos nuestro camino al norte para ver los últimos destinos de nuestro itinerario en Vietnam: la capital - Hanoi, y la muchas veces soñada Ha Long Bay.
Llegamos a Hanoi muy tarde por el retraso de nuestro vuelo - el avión más sucio en el que me he subido en toda mi vida. Nos instalamos en el hotel (después de tener que despertar al recepcionista y al botones que estaban dormidos en el pequeño lobby) y dormimos un rato, para darle una vuelta a la ciudad el día siguiente.



Viviendo hacinada en unas casas muy angostas, la gente de Hanoi hace toda la vida en la calle. El centro de la ciudad es un lugar donde los espacios públicos están 100% ocupados por fogones y carritos de comida callejera, ropa, juguetes, artefactos chinos, canastos, carteras, todo lo que se imaginen hecho en bambú y lo que quieran en seda, sedas de todas las calidades y colores. Por los mismos andenes y calles pasan además buses, carros, bicicletas, peatones y motos, motos, motos y más y más motos. Las chicas andan con tapabocas no sólo para escapar de la contaminación, sino también para cubrirse la cara y protegerla del solo. También se cubren brazos y piernas con unas telas color piel, porque la piel bronceada acá quita “status social”; las pieles morenas son de las campesinas que cultivan el arroz (esos cánones de belleza que nos inventamos en todo el mundo son muy locos)... En fin, la ciudad es un caos que de forma increíble transcurre entre la paciencia infinita y la extraña tranquilidad de todos los habitantes de estas calles. Nadie toca el freno, todo fluye, todos pitan para avisar que ahí van, todos andan y todos pasan, por el huequito que sea, pero pasan. En Hanoi hay espacio para todo el mundo; nadie se cree dueño de la calle. Al hacerse cargo todos los comerciantes de las calles, son ellos mismos los encargados de barrerlas y mantenerlas “limpias”. En medio de la caminata pasamos por uno de los lagos de la ciudad, que tiene un templo en honor a un guerrero en el centro. Como era domingo había mucha gente caminando y muchos niños jugando por ahí. Terminamos en el templo de la literatura, un edificio lindisimo y super tranquilo, construido hace más de cinco siglos para educar en el confucianismo a los jóvenes, promoviendo la ética y la virtud además del conocimiento (cómo nos serviría un poco de eso hoy en día). Es un monumento muy querido por la gente, símbolo de la ciudad, a donde van a tomarse las fotos de grado los niños de los colegios cuando se acaba el año.




Pasó un día caminando por Hanoi y nos fuimos a nuestro crucero por Ha Long Bay. Una bahía llena de montañas rocosas que, además de ser muchas, muy altas, y algunas muy delgadas, se formaron como si las hubieran hecho en capas, lo que las hace parecer la piel de un dragón. La leyenda dice que estas montañas en realidad son un dragón que vino a defender a Vietnam y después de la defensa se acostó en la bahía para quedarse allí protegiéndolo por siempre. Este lugar, catalogado patrimonio de la Unesco, es de una belleza sobrecogedora. Navegamos por dos días, vimos más de cerca las montañas desde los kayaks, y la verdad es que fueron un par de días en que no podíamos creer que estábamos allí. Hicimos un grupo de amigos diverso y divertido, una pareja de Mumbai y una pareja de holandeses; el holandés era fotógrafo, así que con suerte nos mandará las fotos que nos tomó con este majestuoso paisaje de fondo. Los indios no podían ser más indios, recordamos nuestra visita a Mumbai y quedaron todos en algún día visitar Colombia.
Al zarpar de regreso de Lan Ha Bay y Halong Bay nos fue imposible no notar los rastros de agua jabonosa que dejaba el barco en el lugar donde pasamos la noche. Luego empezamos a notar los rastros de otros barcos, y lo que hasta el momento era un idilio completo con el lugar se complementó también con la preocupación que hace rato nos invade: la de cómo disminuir nuestra huella en la naturaleza, cómo dejar de hacer basura, cómo vivir de manera más sostenible. En este lugar tan espectacular, este paraíso natural tan ajeno y tan exótico, cualquier pequeña huella se hace muy evidente. Los vietnamitas lo están explotando a nuestra manera de ver un poco de más (había muchos barcos en la bahía). Como en la gran mayoría de las actividades de la humanidad, aquí también prima el desarrollo y la ganancia económica sobre la sostenibilidad y la naturaleza. Viendo entre otros ejemplos la tragedia de los incendios en Australia en estos días, nos quedó muy claro lo urgente que es revisar estas prioridades. Y sintiéndonos por un lado muy felices y privilegiados por el solo hecho de estar en ese sitio tan lindo, y por otro preocupados por pensar que podemos estar ayudando a dañarlo, emprendimos el regreso a Hanoi.
Caminamos y caminamos de nuevo entre este caos por dos días, por el old town, el french quarter, vimos la catedral de San Jose, paramos a comer las delicias vietnamitas, comprando un regalito acá y otro recuerdito allá, ya pensando en el regreso a casa. Decidimos el último día cerrar nuestra visita a este interesante país yendo a despedirnos del padre de la actual República socialista de Vietnam, el gran Ho Chi Min ( o como lo llaman los vietnamitas por cariño “uncle Ho”. En Asia, por respeto y cariño, se le llama a los mayores Uncle o Aunt -tío o tía- y me hicieron acordar de mi master en Londres, porque como era la más vieja mis compañeritos asiáticos me llamaban Auntie, y eso que fue hace ya 10 años...). El mausoleo de uncle Ho es un inmenso edificio con arquitectura comunista, al que se ingresa en fila (probablemente el único lugar donde los vietnamitas hacen una sola fila y no dejan colar a nadie). Se rodea el edificio en una fila ceremoniosa, no dejan cruzar los brazos, hay que hacer silencio, para finalmente ingresar a darle la vuelta al cuerpo embalsamado del prócer. Una mezcla de sensaciones - la primera vez que sentimos realmente el poder del gobierno, autoritario y unipartidista. Al salir del mausoleo se encuentra uno con el parlamento donde “El Partido” maneja las riendas de todo este rico pero pobre territorio, y con la pagoda de un solo pilar, un pequeño y muy lindo templo budista en la mitad de un estanque que parece un poco ajeno a todo este contexto militar comunista.



Creo que no pudo haber mejor despedida. Nos vamos de Vietnam con la sensación de que nos queda demasiado por aprender y entender de este país. El corazón lleno de la amabilidad y hospitalidad de la gente, unos cuantos kilos de más por la deliciosa cocina, asombrados por la resiliencia y la fortaleza de todos, pero especialmente de los más mayores, y maravillados con la paciencia y capacidad de vivir colectivamente en medio del caos que son las ciudades. Un capítulo más para nuestra enciclopedia, que nos muestra que hay muchas formas distintas de vivir, que las prioridades y necesidades sólo son invenciones culturales, que somos solo un pequeño accidente más en el mundo y en la historia, y sobre todo, que somos unos privilegiados; no porque vivamos o seamos mejores o peores que la gente que vimos, sino porque tenemos la suerte de verlos y darle un poco de perspectiva a nuestro cortisimo paso por este planeta.
Camino a Hong Kong, a disfrutar otro par de días de esa gran metrópoli, y luego de regreso al lugar del mundo donde por X o Y razón nacimos y que llamamos nuestro hogar; a ver de nuevo a la familia y a los amigos.
Pd. Para los que me oyen mis historias y dramas, les cuento que el sueño del hotel cada vez se hace más fuerte. Un par de añitos más para darle forma...y la ayuda de todos ;-)
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Y la ciudad de New Orleans...
Año nuevo, vida nueva... o tal vez no. El primero de enero es un día como cualquier otro en Saigón. Según nos cuentan, la fiesta del 31 de diciembre se hace más cómo tendiendo un puente con occidente, pero la verdadera celebración es la del año nuevo lunar (lo que en occidente conocemos como el chino). Por eso apenas pasaron las doce y se acabaron los fuegos artificiales, todos se subieron a sus motos y se fueron, no sin antes formar un trancón monumental.
Por nuestro lado, el viaje siguió como venía. El primero salimos a caminar la ciudad, conocimos el mercado de Ben Thahn, con sus puestos de flores, comida fresca, comida cocinada, café vietnamita, artesanías, cerámica, ropa...todo bajo un mismo techo. Luego a buscar la calle de Bui Vien, llena de hostales restaurantes y sitios de fiesta, aunque como pasamos por allí temprano, aparentaba estar muy tranquila. Nos comimos nuestro primer Banh Mi, un sandwich espectacular hecho en pan francés, relleno con paté, verduras frescas, carne de cerdo, res o pollo...la primera vez en la vida que veo a Pao disfrutar un sandwich de esa manera (por alguna razón que no logro comprender siempre los pide los sanduches “desbaratados”, con el pan aparte del relleno). Y luego caminamos tranquilamente de regreso, a recoger las maletas y camino al aeropuerto, donde nos esperaba el avión a nuestro siguiente destino. Con la sensación de que nos quedó haciendo falta un poquito más de Saigón, un poco más de tiempo y de calma para absorber su aire afrancesado mezclado con esta locura asiática, nos fuimos para Hoi An.


Hoi An es una ciudad muy antigua, atravesada por ríos y muy cercana al mar. Aquí los Champas (los pobladores originarios de esta zona de Vietnam) establecieron un puerto comercial donde intercambiaban productos provenientes de prácticamente toda Asia, la India, e incluso Oriente Medio y el Mediterráneo. En algún punto de la historia (una historia similar a la de nuestra Santa Cruz de Mompox), el río dejó de ser navegable por sedimentación y la ciudad perdió su importancia comercial, cayendo en el olvido. Reencontrada por la humanidad hace poco más de un siglo, la ciudad antigua estaba prácticamente intacta, y al recuperarla se convirtió en un tesoro para el turismo - patrimonio de la humanidad.
Y así como la ciudad de New Orleans se parece a Barranquilla, Hoi An por tres días no hizo más que recordarnos en todas sus esquinas el amor que sentimos por nuestra Cartagena de Indias. Casas de dos pisos con estructura en madera construidas por los chinos o los japoneses hace más de mil años, completamente restauradas albergando un sinfín de cafés, restaurantes y tiendas; lámparas de seda colgadas en todas las calles iluminándola al caer el sol; las fachadas pintadas en amarillo mostaza que con su decadencia cogen aún más carácter; el puente japonés que incluye un altar budista; las barcas, el río, los mercados; la mezcla de turistas caminando tranquilos por todas partes y locales exhibiendo los productos de sus oficios...una amalgama de colores, olores, sabores, sensaciones tan lejanas, tan distintas y tan exóticas pero a la vez tan cercanas y tan conocidas.


Uno de los oficios más conocidos en Hoi An es la sastrería. Sus sastres compiten en calidad y precios con los de Hong Kong y los de Bangkok. Exploramos varias de sus tiendas, vimos telas y vestidos, y felizmente caímos en sus redes, aunque sorpresivamente no fue Pao - sino fui yo, quien se dejó deslumbrar por sus talentos. Llegó la hora de cambiar mi vestido de corbata, el cual había comprado hace tan solo 15 añitos. Me sirvió para el grado de la universidad, el matrimonio, los matrimonios de los amigos y otro par de fiestas más. Me quedaba un poco grande (creo que con los años me he puesto más en forma - así de gordo estaría al graduarme de la universidad) y podemos decir que si bien no alcanzó a llegar a sus bodas de plata, quedó más que amortizado. Escogimos las telas, me tomaron las medidas por todas partes, me hicieron quitar la ropa y me escanearon el cuerpo con un escáner 3D. Volvimos un par de veces más a hacer pequeñas correcciones y de manera impresionante, en menos de dos días quedó listo mi vestido, a la medida, esperando que dure otros veinte años más.



Entre tanto caminar comimos todo lo que pudimos, probamos el café con huevo vietnamita, Pao disfrutó de un Cao Lau junto al río que ni siquiera el paso de una pequeña rata a nuestros pies pudo interrumpir, y probamos el mejor Banh Mi del paseo. En un pequeño sitio, recomendado en su programa por Anthony Bourdain, Pao descubrió su pasión por los sándwiches. El lugar vende tres mil Banh Mis al día, y son absolutamente espectaculares. Tanto que al día siguiente volvimos a repetir.


Fueron tres días de tranquilidad, de caminar cogidos de la mano sin rumbo fijo, simplemente respirando el aire de la ciudad: Así como lo hacíamos en Cartagena, lo hicimos en Hoi An, y asumimos el compromiso de hacerlo de nuevo - con más frecuencia- en la ciudad heroica, donde nos conocimos y nos enamoramos, donde nos reenamoramos y probablemente nos volvamos a enamorar un sinfín de veces más.

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Navegando hacia el 2020
El paseo empieza desde el momento exacto en que empezamos a planearlo. Recuerdo estar en la cama, con el computador en las piernas, y buscar en Google “what to see in Southeast Asia”. Leímos como siempre muchos blogs, vimos muchos vídeos... y de repente nos encontramos por azar con un fascinante escenario, inmenso y desconocido para nosotros hasta ese momento: era el delta del Río Mekong. En el extremo sur oriental de Vietnam hay una región riquísima en recursos (riquísima con verdadera riqueza - agua, pescado, frutos etc), donde las aguas que cruzan medio continente asiático se encuentran con el mar del sur de China. Mercados enteros entre los ríos y ciudades donde la vias asfaltadas son paralelas a las vías acuáticas. En lugar interesantísimo, un escenario completamente nuevo, distinto y exótico. Una vida sobre el agua, llena de color y olores y sabores que le hacen a uno morirse de ganas por probar.
Llegamos a Saigón tarde en la noche, a dormir y a levantarnos temprano camino al delta. En la mañana recorrimos aproximadamente 4 horas de trayecto, nos encontramos con una pagoda con un inmenso Buda gordo, el primero que veía yo en mi vida, y que estoy segura me traerá mucha prosperidad y felicidad de ahora en adelante. Pasamos entre ciudades y pueblos totalmente rodeados por agua: cada 10 minutos pasamos sobre un puente, cada río que cruzábamos era anchísimo, y no parábamos de ver árboles frutales, cultivos de arroz y mercados callejeros, y por supuesto, gente, gente y más gente, agua por todos lados, y motos, motos y más motos. Mujeres con elegantes camisas o vestidos de flores, en bicicletas, y todos con el gorro vietnamita, me recordó la vez que fui a Epcot Center hace muchos años...increíble como recrearon esto! Aunque ahora prefiero el Disney world de la vida real. ¡Bello!


Pisamos nuestro primer puerto y cogimos nuestra primera barca - que nos llevó a un pueblo palafito donde cultivaban y procesaban cocos. Recorrimos media hora en el barco para luego bajarnos a tomar té de miel con polen, sostuvimos un panal de abejas y comimos dulces de coco combinados con cualquier cantidad de frutas (coco con durian, coco con mango, coco con coco...) Luego nos subimos en una pequeña barca con remo (algo así como la versión vietnamita de las góndolas venecianas), que nos llevó por estrechos canales rodeados de palmeras de coco de agua y cuyo gondolero, en nuestro caso gondolera, iba completamente acurrucada remando en la punta de la balsa, impresionantes! Los miro y pienso como parecen (los vietnamitas) personas muy fuertes y determinadas, amables pero con mucho carácter. No se cansan de trabajar, parecen infatigables, los hombres y sobre todo las mujeres. Al recorrer estos lugares es imposible no pensar en la locura de los gringos de venir a meterse en una guerra, y mantenerse acá durante tantos años... (Antes de venir alcancé a ver unos capítulos de un gran documental que nos recomendaron nuestros amigos María y Mark. Está en Netflix y se llama “the Vietnam War”, súper recomendado.)


Después de nuestro paseo en balsa por los estrechos canales llegamos a una finca a almorzar. El lugar era como un restaurante campestre girardoteño, con muchas mesas bajo quioscos gigantes, rodeados de muchísimos árboles frutales. Nos recibieron con un pescado frito (elephant ear fish) empalado sobre la mesa. Y una esfera como un balón de fútbol de una masa frita - algo que hasta ese momento no sabíamos que era. Nos miramos con nuestros compañeros de tour, una japonesa que venía de Osaka y que apenas chapuceaba el inglés y dos italianas, madre e hija que viven en la Toscana... y ninguno era capaz de empezar, pues no sabíamos cómo comernos lo que veíamos. Finalmente llegó una mesera y sin pensarlo dos veces destrozó con las manos el pescado para sacarle la carne en pedacitos y luego envolverla, junto con lechuga y otros vegetales y unos noodles de arroz pegajosos, en tortillas/papel de arroz; nos morimos todos de la risa, dejamos los pudores y las buenas maneras, y empezamos todos a armar con la mano nuestros rollitos. Había también sopa, arroz frito, habichuelas y la elegante bola que acompañaba al pescado la despedazaron para volverla pedacitos fáciles de comer: resultó ser como un pancake de masa de arroz con miel. La verdad es que no tengo palabras para describir la delicia de comida. Para mi, de lejos, de las mejores que he tenido en mi vida.

Almorzamos y vuelta al barco y luego a la van. Cogimos camino a Can Tho para pasar la noche y madrugar al mercado en el agua. Llegamos a Can Tho rendidos, dejamos las maletas en el hotel (la verdad estaba bastante horroroso - este no lo escogimos nosotros sino que estaba incluido en el tour) y fuimos a buscar el mercado nocturno.
Tal vez sea por lo caliente del clima, pero estas ciudades parecen estar más vivas de noche que de día. Recorrimos todos los puestos del mercado nocturno y nos decidimos a comernos una tortilla rellena de huevo, cebolla, pescado y camarón seco, y sabrá Dios que más tenía - por ahora la comunicación con los vietnamitas es totalmente imposible-. El primer mordisco fue raro, pero cada vez me fue gustando más. Del mercado salimos a un restaurante a la orilla del rio y totalmente sucumbidos ante las delicias vietnamitas ordenamos comida como si tuviéramos 20 años y no 40, cuando la indigestión impide dormir. Felices y con la barriga un poco muy llena nos fuimos al hotel.
A las 7 am salimos al mercado, y fue uno de los highlights del paseo. Nos montamos en una barca pequeñita que iba a dos por hora (nos pasaban todas las barcas con grupos de turistas más grandes) y cuyo capitán tenía en la cabeza un sombrero en forma de pájaro hecho con cocos. El motor se paró dos veces y al señor pájaro le tocó sacar la hélice del agua y cortar los plásticos con los que se había enredado (increíble como hay plástico por todas partes en el mundo - es un problema terrible que cada vez me preocupa más).
Finalmente llegamos al mercado flotante. Los barcos están organizados en distintas partes Del Río según lo que venden: por vegetales y frutas, como en un súper mercado. Los barcos grandes tienen sólo un producto y venden al por mayor, luego llegan las barcas pequeñas que les compran de todo a los grandes, y a las pequeñas les puedes comprar al detal. Lo mejor es que también hay otras barcas que venden café, otras jugo y otras venden caldos para desayunar.



Y ahí fue, cómo nos lo habíamos soñado, donde nos tomamos de desayuno un caldo deliciosisimo, que nos vendieron de una barca a otra. La intensidad de los sabores es indescriptible. Menta, pollo, noodles, especias, raíces chinas, cerdo, pescado...de sorber hasta el último cuncho, manjar de los dioses, un caldo sin igual. Entre los 800 vídeos que vimos había uno de un chef inglés - Gordon Ramsey - tomando ese caldo; y en ese momento entendimos su fascinación. Gara dijo “este caldo ya pagó todo el paseo”.
Comimos felices, tomamos café, luego terminamos de recorrer el mercado y nos fuimos a una finca cercana para ver hacer los noodles, el papel y las tortillas de arroz... Después fuimos a una granja de árboles frutales, otra parada de almuerzo girardoteña, y emprendimos nuestro regreso a Saigón. Cuatro horas después llegamos a esta locura de ciudad. La herencia colonial francesa se respira en cada esquina, en la arquitectura, en los cafés, mezclada con un contexto asiático que la hace muy especial. Fascínante lugar. Motos por todas partes, por las calles, por los andenes, en contravia...motos con familias de a cuatro, motos cargadas de lo que se les ocurra. Motos y más motos. Nos dimos una vuelta a pie y buscamos un restaurante para celebrar la última noche de este año que termina. Comimos un pescado delicioso y salimos a caminar hacia el río, rodeados de asiáticos, a ver la pólvora y a celebrar el final de este año lleno de momentos felices, como la terminada de la obra de nuestra casita en Bogotá, mi nuevo trabajo, un lindo año para la oficina de Gara por todo lo que pudieron diseñar y aportar para un mejor vivir de las personas... también ha sido un año difícil emocionalmente, especialmente desde agosto. Sin embargo, ya con 40 añitos encima he aprendido que la vida no es fácil para nadie y que los momentos difíciles son los que más aprendizajes nos traen y estoy segura de que todo lo que ha sucedido es para crecer. Felices de recibir el 2020 en Saigón (quien se lo hubiera imaginado!), nos comprometimos a seguir viviendo intensamente, porque así es que es bueno! Feliz año para todos!

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Khmer
El segundo día en Bangkok fue más tranquilo. Nos levantamos, desayunamos y salimos a coger de nuevo el ferry para ir a Wat Pho a ver el Buda reclinado. En el puerto nos encontramos un barco turístico (hop on - hop off) que se veía cómodo y tranquilo. En su itinerario incluía un par de paradas en la ciudad más contemporánea, y como Pao insistía en no sólo ver la ciudad tradicional sino tratar de entender también cómo funciona la vida de la gente hoy en día, decidimos montarnos ahí.
La primera parada fue en Wat Pho, un templo más pequeño y con mucha menos gente que el del Buda de esmeralda. Pasamos a saludar al Buda reclinado, quien nos dejó muy impresionados por la amable sonrisa con que nos recibió, por su enorme tamaño, por la belleza de los gráficos en las plantas de sus pies y por su especial brillo dorado que inundaba todo el templo.

Nos despedimos, salimos y subimos de nuevo al barco, rumbo a IconSiam, un enorme complejo con centro comercial, apartamentos y oficinas que dan frente al río. El Chao Praya, activo y agitado como el día anterior, en este barco más grande se sentía un poco más tranquilo, y si bien la idea del centro comercial no me convencía en un principio, tengo que aceptar que la experiencia fue muy interesante. El tamaño del centro comercial, el lujo en los materiales y la calidad de los acabados, la complejidad de las geometrías en vitrinas y decoraciones hacen sentir claramente que estamos en la misma ciudad del Gran Palacio pero reinterpretada a la contemporaneidad. Vimos mucha gente local en dinámicas aparentemente cotidianas, y disfrutamos (de nuevo) de una comida increíble en la plazoleta de comidas, un espacio diseñado para parecer un mercado callejero con todos sus puestos meticulosamente diseñados y construidos en bambú. Pedí un Curry Hung Lay de cerdo, comida típica del norte de Tailandia, y Pao hizo su segundo intento con el curry verde. Mi plato estaba para llorar de la felicidad y el de Pao absolutamente increíble - tanto así que por primera vez en la vida la vi disfrutar de una comida picante, sudando, llorando y moqueando sin poder parar de comer. Caminamos, vitrineamos, vimos joyas, telas, vestidos con unos diseños lindisimos, y al final compramos especias para curry con la idea de poder recordar estos sabores con la familia y los amigos una vez de regreso en casa.

Se nos acabó el tiempo en Bangkok, regreso al hotel a recoger las maletas y camino al aeropuerto, muy antojados de volver luego de esta pequeña prueba del sabor de Tailandia, y al mismo tiempo emocionados con llegar al siguiente destino - los templos de Angkor en Cambodia.
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Aterrizamos en Siem Reap a las 10 de la noche. Igual que sucede en Cartagena de Indias, que justo al salir del avión se siente el golpe del aire del Caribe con su olor a realismo mágico y sal, en Siem Reap se percibe el aroma del tiempo y el incienso como una cachetada al cruzar por la puerta del avión para bajar a caminar por la pista y luego entrar a la terminal. Un aeropuerto pequeño y con mucho carácter auguraba buenos momentos, a pesar de la antipatía de los oficiales de inmigración.
Al salir nos esperaba nuestro transporte al hotel. Un hombre pequeño y de enorme sonrisa saltando con un cartel con mi nombre detrás de otros más altos y fuertes que se habían ubicado en primera fila. Entre gestos y sonrisas nos hizo entender que el transporte estaba afuera del aeropuerto, y que esperaba no nos molestara caminar un poco. “Debe ser una de esas camionetas”, le dije a Pao al salir por el portón. “Yo creo que son esos de allá”, me contestó, señalando una serie de tuk tuks viejos parqueados en una zona mucho más oscura...Subimos las maletas al tuk tuk y disfrutamos del aire de Cambodia por primera vez en un viaje de unos 20 minutos hasta el hotel. Vimos hoteles enormes, el Park Hyatt o el Sheraton, mucha vegetación, calles amplias y espaciosas, motos, tuk tuks y carros girando a la derecha y a la izquierda, en contravía o en nuestra misma dirección...un caos vehicular inexplicablemente tranquilo, son pitos ni agresividad.
Hein y Lea son una pareja relativamente joven, con dos hijos adolescentes y un proyecto de hotel/guesthouse que empezaron hace pocos meses. Su casa/hotel queda en un pequeño conjunto, detrás de una pagoda y junto a un monasterio budista. La entrada por una calle estrecha donde se relajan los monjes, la puerta justo en frente de la entrada de servicio del hotel 5 estrellas que da a la avenida. “Construimos la casa al estilo típico Camboyano, con pisos de madera, tejas de barro...queremos que los turistas entiendan como se vive realmente aquí”, nos contó Hein la primera noche. Amables, esmerados, humildes, sonrientes, tienen en sus manos un proyecto que nos llenó de alegría el corazón. Dormimos la primera noche en la habitación equivocada (cometieron un error por el que se disculparon mil veces- le habían dado la nuestra a otra gente). Descansamos divinamente y nos levantamos llenos de energía para nuestro primer día de exploración en Angkor.
Dy, nuestro sonriente hombre del tuk tuk, nos esperaba desde muy temprano. Nos ayudó a acomodar las maletas en nuestra nueva habitación, ayudó a hacer el desayuno porque Hein y Lea estaban como embolatados, y casi que nos acompaña a lavarnos los dientes. Con su enorme sonrisa y sus tres palabras de inglés nos mostró el mapa de Angkor, nos dio un libro de guía (disculpándose por no poder guiarnos él mismo) y nos sugirió la ruta del primer día. Arrancó su tuk tuk y salimos a la avenida donde a mitad de camino se puso el casco con un movimiento y una naturalidad muy característicos que aprendimos a disfrutar observándolo hacerlo una y otra vez.
No creo ser capaz de poner en palabras lo que se siente al entrar en contacto con los templos de Angkor. Es un lugar único en el mundo, con su entorno completamente selvático pero a la vez de alguna manera increíblemente civilizado y controlado; con sus grandes fosos rectangulares de agua y flores de loto rodeando lo que fueron ciudades enteras; con aquella sensación permanente de estar presenciando un lugar único e irrepetible, de muchas maneras incomprensible por su complejidad y su grandeza: un lugar de otro tiempo que por alguna razón tenemos la suerte y el privilegio de estar visitando ahora.
Pasamos frente a Angkor Wat y lo vimos a la distancia de reojo, sin querer prestar mucha atención porque en el itinerario lo visitaríamos al atardecer. Llegamos a Angkor Thom por la puerta sur, con sus cuatro cabezas mirando a los puntos cardinales coronándola y con un preludio de dioses y demonios cargando la serpiente de Naga, una cobra de 7 cabezas que sirve como balaustrada. Fascinados con los dioses, los demonios y la serpiente, que después entenderíamos que representan una de las escenas más importantes de la mitología India- la del batido del mar de leche, entramos a la ciudad a visitar sus resquicios. El templo de Bayon, la terraza del elefante y la del rey leproso, fueron el inicio de dos dias incansables de visitar templo sobre templo, de imaginar lo que debió haber sido una civilización que construyó semejante belleza, de fascinarnos con leones, Nagas, elefantes, Apsaras (las bailarinas que hechizaron a Pao), ventanas en piedra torneada, budas decapitados por el tiempo, árboles de Acacia o Ficus estranguladores que no encontraron mejor sitio en el mundo para establecerse que encima de semejantes templos, y que con su enorme tamaño y sus raíces poco a poco los van destrozando y a la vez los hacen ver aún más dramáticos e interesantes. Caminamos, aguantamos sol, nos hidratamos y nos deshidratamos, subimos escaleras de madera, bajamos sobre ruinas de piedra, tomamos fotos, nos enamoramos de Angkor, nos enamoramos de Dy, nuestro conductor -la persona más amable, más servicial y más carismática que hemos conocido en mucho tiempo-, y finalmente, poco antes del atardecer, llegamos a la cereza del pastel: el templo de Angkor Wat. Cansados, terriblemente cansados, nos sentamos frente a Angkor Wat a verlo transformarse mientras se ocultaba el sol. Disfrutamos de la vista con la calma que da el cansancio. No había prisa el primer día- al día siguiente vendríamos a reencontrarnos con él, a ver al sol salir detrás del templo al amanecer.




Dy nos llevó al hotel. Nos bañamos y salimos a comer algo rápido. Nos íbamos a sentar en la calle, pero los gusanos, los escarabajos y las ranas que vendían no nos parecieron tan apetitosos. Caminamos un poco más hasta un restaurante que era como un galpón, lleno de familias locales, compartiendo una sopa o un asado que cocinaba cada grupo en su mesa.
Regresamos pronto y a dormir; al otro día a las 5AM nos encontraríamos con la sonrisa de Dy en la puerta del hotel. Hacía frío en el camino. Los árboles y la humedad al acabar la noche hacían que la brisa en el tuk tuk fuera aún más fresca. Entramos a Angkor Wat sin poderlo ver aún, alumbrando el camino con la linterna del celular - el nuestro y el del millón de personas que llegaron con nosotros a vivir su experiencia única e irrepetible. Todos buscaban el mejor sitio, la mejor foto. Una foto donde saliera el templo pero no la gente, una foto de postal. Después de la experiencia de la invasión China en el Gran Palacio de Bangkok, creo que entendí que no tiene mucho sentido buscar esa foto. Seguiré haciendo un esfuerzo por tomar fotos lindas que le hagan algo de justicia a los recuerdos, pero es mejor, como dice Pao, enfocarse en disfrutar el momento.
Nos sentamos algo aparte de la multitud, delante y no detrás del espejo de agua. Vimos a muchos fotógrafos sufrir porque se atravesaba uno u otro en sus fotos, y sin embargo en algún momento nos desconectamos de todo lo que pasaba en nuestro entorno y nos entregamos al espectáculo que teníamos al frente. El cielo se fue iluminando, de negro oscuro a un púrpura intenso, luego azul profundo, para irse aclarando poco a poco hasta llegar al amarillo rojizo; y con este juego de colores en el trasfondo fue apareciendo la maravillosa silueta de Angkor Wat. Sublime.



Caminamos hacia el otro costado para ver el templo desde la izquierda y así ver el disco del sol salir a sus espaldas. En los solsticios este espectáculo se alinea completamente con el centro del templo. Ahora en diciembre a nosotros nos tocó en diagonal, y fue extraordinario. Una vez entrado completamente el día caminamos por el templo/montaña, escalamos a sus tres patios concéntricos, visitamos sus torres y sus galerías, nos maravillamos con las tallas de sus piedras, con las Apsaras y las escenas del Ramayana. Después salimos, trastornados, a visitar otros templos menores, entendimos que Angkor es infinito, que un templo tras otro es posible seguir disfrutando, manteniendo un estado constante de asombro. El Neak Pean metido entre el agua, Ta Som resguardado por elefantes...otro día inolvidable perdidos en el reino de los Khmer como si no existiera el tiempo. Al finalizar la tarde Dy nos dejó en el viejo mercado de Sien Reap. Dimos una vuelta corta, nos comimos un helado y regresamos al hotel, felizmente agotados, a dormir.

El tercer día en Siem Reap lo dedicamos al museo nacional de Cambodia, que nos explicó más en profundidad el mar de historias que acabábamos de recorrer. Luego una vuelta más larga por el mercado, fascinados con sus telas y sus sedas de origen local, pasando por el pescado seco, las joyerías, las peluquerías, las especias, todo en un mismo lugar, para finalmente rematar con otro helado, reencontrarnos con Dy y coger camino hacia otra ciudad.
Nos despedimos en el aeropuerto, con el corazón lleno del amor y la hospitalidad de nuestros anfitriones en Cambodia, fascinados con la sonrisa y la calidez de una gente extremadamente humilde, que vivió hasta no hace mucho una de las guerras más violentas y salvajes de este planeta (sus mutilados presentes por todas partes son testimonio vivo de ello) pero que sin embargo parece estar dispuesta a pasar página, a enorgullecerse de su historia y de su identidad, a compartirlas con el mundo entero con una sencillez y una calidez inigualable.
Ojalá nosotros en Colombia podamos, algún día, enorgullecernos de nuestra historia, enfocarnos en lo que nos une, pasar la página del odio y la venganza (disfrazada muchas veces de sed de justicia), ampliar el horizonte de tiempo de nuestros sueños, de nuestras preocupaciones, y apuntarle como sociedad a intentar dejar un legado que transmita así sea una mínima parte de lo que transmite lo que le legó a la humanidad la civilización de los Khmer. Otra vez el olor a incienso, la antipatía de los agentes en inmigración, y un nuevo vuelo, rumbo a Saigón.
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Sobrecarga a los Sentidos
Nos recibió Tailandia como lo teníamos planeado, un 24 de diciembre a las diez de la noche, aterrizamos en Bangkok. Llegamos algo cansados. Nuestro hotel, cerca a Khaosan Road, una de las calles más turísticas de la ciudad, nos recibió con sorpresa. En realidad no era un hotel sino un hostal. Este par de viajeros que se creen experimentados confundieron un hotel muy barato con un hostal muy elegante. Afortunadamente la habitación era privada, pero del baño y ducha compartida no nos salvamos. Para complementar la sorpresa navideña, el hermoso canal sobre el que daba nuestra habitación, que parecía en las fotos como si fuera Amsterdam, olía a agua sucia...Dejamos las maletas y nos fuimos algo achantados a buscar nuestra cena navideña. A las 12 am nos sentamos en una esquina cualquiera a comernos, preparado en un carrito en la calle, el Pad-Thai más rico que me he comido en la vida entera!
Volvimos al hotel... un baño en la ducha comunal (que a la 1:00 am resultó muy privada) y a dormir. En realidad el cuarto del hostal/hotel estuvo muy bien: lindo, limpio, amplio, de buen diseño, todo construido en madera; pasamos una buena noche de nochebuena. No abrimos las ventanas por temor al olorcito, y funcionó divinamente. El 25 de diciembre nos levantamos, un delicioso desayuno y a recorrer esa perla de ciudad.
Bangkok es una sobrecarga a los sentidos. Para evitar los tumultos empezamos relativamente temprano y nos fuimos al Gran Palacio y el Buda de Esmeralda (que en realidad no es de esmeralda). La estrategia “funcionó” y en la visita sólo nos acompañó una horda descomunal de chinos y un grupo de 5 italianos quienes también tuvieron suerte de no perecer en la estampida. Los edificios son espectaculares. Un pabellón al lado del otro, el que construyó el Rey Rama II más lindo que el que hizo su padre Rama I, luego otro de Rama III, Rama IV, Rama V... todos llenos de incrustaciones en madre perla, mosaicos de cerámica china (aprovechaban las vajillas que se rompían en los barcos que las traían desde el lejano oriente para adornar sus edificios), pinturas con laminilla de oro, esculturas de figuras mitológicas mitad pájaro mitad ser humano, guardianes chinos de 5 metros de altura con cara de dragón, espiras y puntas curvas en los techos. Y la audioguia hablaba de un Rama tras otro, un templo pensado para el Buda de Esmeralda que se quedó pequeño y ahora es biblioteca, otro templo pensado para el Buda de Esmeralda que no era lo suficientemente grande y ahora solo se usa para audiencias especiales...y el nuevo Rama hizo otro nuevo templo y los chinos nos pasaban por la izquierda, por la derecha, por la izquierda otra vez y se tomaban millones y millones de fotos.
Y finalmente entramos descalzos a ver al Buda de Esmeralda subido en el firmamento de su trono de oro. Una figura esculpida de una sola pieza de 70 cm de alto en Jade (es por su tono verde que le dicen el Buda de Esmeralda) flotando sobre una plataforma de geometrías y patrones llenos de detalles dorados y sobre las figuras de otro sinfín de budas todos brillando con luz propia luciendo con orgullo su piel de oro. La visita al Buda de Esmeralda y sus vestidos dorados fue una experiencia religiosa; nos recordó al templo dorado de Amritsar o la Capilla Sixtina: espacios de reflexión donde es imposible reflexionar debido a la sobrepoblación de este planeta, pero que sin embargo transmiten una sensación de que es posible que haya algo más allá.


Luego a terminar de ver el complejo del Gran Palacio, a devolver la audioguia y a coger el ferry para cruzar el rio y visitar el templo del amanecer - el Wat Arun. Caótico, decadente, difícil de navegar, y sin embargo práctico y cómodo, el ferry nos cruza el río sin ningún problema. El Chrao Praya es el río de Bangkok. Sus aguas agitadas soportan un nivel de actividad que en otros ríos de otras ciudades no hemos visto. Bajamos del ferry y llegamos a Wat Arun, no sin antes tomarnos un agüita de coco helada para calmar la sed. Wat Arun es impresionante. Su espira cerámica blanca llena de incrustaciones de color brilla de manera especial al medio día: debe ser increíble al amanecer. Cuenta la historia que este fue el primer hogar del Buda de Esmeralda, antes de que los Ramas lo llevaran al otro lado del rio a hacerle un templo tras otro. No sabemos cuánta cerámica rompían los chinos en sus barcos, pero los templos que enchapaban con ella quedaron espectaculares - éste el más lindo de todos. Sus escalones infinitos, la manera en que contrasta su geometría repetitiva contra el cielo...

De Wat Arun salimos extasiados a volver a cruzar el río en el ferry. Pasamos por el mercado de Tha Thiem y comimos en una esquina cualquiera. Sopa de Tom Yam y un arroz con verduras y camarones y otra vez de vuelta al cielo culinario tailandés. Pasamos luego por una escuela de masajes. Imposible dejarla pasar! Terminamos acostados en un cuarto con olor a Vick Vaporub con más o menos 20 camas donde nos unimos a otros cuantos y así una profesora y sus aprendices nos hicieron 30 minutos de masaje tailandés. Y en 30 minutos no hubo músculo, tendón ni hueso que dejaran sin explorar - increíble cómo duele, pero más increíble lo bien que sale uno después de la tortura.


Renovados y listos para la guerra, caminamos hasta el mercado de flores donde vimos muchas muchas flores amarillas, las que luego se usan en las ofrendas al Buda y en el sinfín de altares que hay con la imagen del rey a lo largo y ancho de la ciudad. Un taxi - 40 minutos de trancón clásico de Bangkok, y subimos al mirador de la State Tower, donde por una módica suma que nos reventó el presupuesto del paseo pudimos tomarnos cada uno un trago y ver el espectacular atardecer. Por primera vez vimos Bangkok a la distancia, con sus rascacielos contemporáneos, con su extensión descomunal, con sus templos y con su espectacular río, el Chrao Praya, brillando como la ropa del Buda con el reflejo del sol. Amortizamos ese trago hasta que se hizo de noche y salimos a buscar a Raan Jay Fai, una viejita que tiene un puesto de comida callejera y que se hizo famosa por un documental en Netflix y por haberse ganado con su comida una estrella Michelin. La encontramos entre sus fogones con sus gafas de plástico y su pasamontañas; pero no pudimos comer allí... estaba reservado todo hasta febrero! Seguimos caminando entonces hasta Khaosan Road, donde vimos mucho mochilero con alergia al jabón y muchos bares entrando en calor. Nos sentamos a comer, de nuevo en una esquina cualquiera. Pao pidió un curry verde que me terminé comiendo yo porque no aguantó el picante...estaba buenísimo. Y así terminó nuestro primer día en Bangkok, con una sobrecarga de experiencias, olores, colores y sabores que tendremos que repetir algún día con algo más de calma.



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Aterrizando
Todo es relativo: un vuelo de 7 horas igual que un viaje de 38 - al final la última hora de vuelo es el infierno, pero el resto no estuvo tan grave. Llegué a Hong Kong, un sueño hecho realidad, al otro lado del mundo, y lo que más me ilusionaba, sin embargo, era volver a abrazar a Gara. Qué falta la que me hizo, ¡indescriptible! Además este diciembre ha sido, en 15 años desde que nos casamos, el que menos tiempo juntos hemos pasado. La primera semana yo estuve en Ecuador por trabajo, la siguiente semana Gara estaba haciendo un concurso y llegar a la casa antes de las 12 am fue imposible, y después, en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba yéndose. Nunca nos ha gustado estar separados; en esos largos caminos que hemos intentado avanzar por el desapego hay un solo apego que nos parece imposible de lograr, y es el del uno al otro. Lo hemos hablado infinitas veces y al final no hemos querido/podido iniciar ese camino. La vida inevitablemente nos llevará al momento de tener que hacerlo.

Llegué a Hong Kong y después de 38 horas viajando llegamos al lugar de estadia; en el Hong Kong profundo, donde la urbe le gana a la selva para levantar un mar de edificios de un tamaño como nunca había visto. Conté muchos pisos, en promedio creo son de 100 pisos; edificios de esos que uno se marea al mirar para arriba intentando ver la punta. Una ciudad que pareciera decadente pero que efervesce sin parar, una multitud de gente que deambula entre la extravagancia y la sobriedad, entre el mundo desarrollado y el trópico caluroso y oloroso. Nuestro hotel en realidad era un Airbnb que había reservado Gara porque al apartamento de su amigo llegaba un nuevo inquilino y se nos cruzaban los días. Ubicado en un sitio muy central, en una calle agitadisima llena de actividad y comercio, entramos por una puerta entre dos tiendas y nos montamos en un ascensor pequeñito y muy sucio. Llegamos al piso 11 y abrimos la puerta, amarramos las maletas en el corredor (era muy temprano y aún no podíamos hacer el check in) y nos fuimos por algo de comer. Un pato laqueado bastante regular, una caminada por el barrio hasta que llegaron las 3 pm. Volvimos a organizarnos, abrimos la puerta de la habitación y nos dimos cuenta de que íbamos a tener que hacer gimnasia para caber los dos con las maletas. Era prácticamente un closet, con una cama doble pegada a tres paredes, un par de ventanas interiores que miraban hacia otros apartamentos y un baño: con la ducha encima del lavamanos, y el lavamanos casi encima del sanitario. Nos acomodamos como pudimos y a seguir turisteando.




Fueron tres días recorriendo la ciudad en ferry, tranvía, metro y autobús; pasamos del “canary wharf” tropical a un soho “decadente-chic” incrustado entre montañas tropicales con templos chinos tradicionales adornándolas. Vi las joyerías más lujosas de la vida, sus vitrinas llenas de diamantes de 3 cm de diámetro como si lo que vendieran fueran donuts. Un Chanel cada local de por medio y una cantidad de carteras mulberry como si costaran 10 dólares ¡Impresionante! Pero más impresionante pasar de esos espacios de lujo absoluto a caminar por aceras donde la humedad se come las fachadas y la cantidad de gente es tal que hace que cualquier chuzo de comida esté a reventar.
Después de mucho elucubrar con Gara, llegamos a la conclusión de que tal vez las calles están atestadas de gente porque 1-son muchos y 2-los espacios residenciales son tan pequeños que lo mejor es estar fuera. Dos días son poco para una ciudad que claramente necesita mucho tiempo para medio entenderla y conocerla: indescriptible, fascinante, con un río majestuoso, y una elegancia basada en la sencillez que me encanta. Hong Kong: me alegra poder volver en unos días para volver a deleitarme con tu compleja inmensidad!



...casi se me olvida: lo mejor es que la gente es pequeña y todo es de mi talla, ¿no les parece maravilloso?
...En unos días, más de Hong Kong.

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Descubrir
Qué buscamos con estos viajes? Por qué nos gusta venir a lugares tan ajenos, tan extraños, con costumbres completamente distintas a las nuestras, donde no entendemos el idioma, no conocemos los códigos, donde nos cuesta hasta hacernos entender para pedir algo de comer? Lo hemos hablado muchas veces con Pao... tal vez intentamos buscar algo de distancia, de perspectiva, entender lo pequeños que somos en este planeta tan extenso y diverso; tal vez buscamos una conexión, tal vez queremos intentar comprender lo que nos mueve, saber cómo viven los seres humanos en otros contextos, tan parecidos a nosotros y tan diferentes.
Esta semana ha sido muy rara. Sólo, en un contexto completamente ajeno, un poco de vacaciones pero también con compromisos laborales, viviendo en una casa y una vida que no parece la mía...Hong Kong, la ciudad, es difícil de describir. Trepidante e intimidante en un comienzo, la descomunal escala de los edificios y la brutal cantidad de gente caminando, trabajando, comiendo, viendo su teléfono, tomando una foto, cruzando los interminables puentes peatonales; gente en todas partes y a un ritmo vertiginoso... puede llegar a asustar a primera vista. Pero muy rápidamente va sintiendo uno la tranquilidad de una ciudad segura, una extraña amabilidad en una horda de personas de muchas maneras indiferentes; gente que si bien parece no tener mucho tiempo disponible responde con agrado, gente que sonríe mucho menos que mis coterráneos, práctica y directa, pero que parece estar siempre dispuesta a ayudarme así no hablemos el mismo idioma.



La bienal de arquitectura y urbanismo de Hong Kong fue un experimento. Aplicamos sin saber muy bien de qué se trataba ni qué podíamos esperar. La inauguración fue el jueves 19 de diciembre y el evento me conmovió más de lo que pensaba. No entendí absolutamente nada -todos los discursos fueron en Cantonés para intentar conectar más con la gente local- y sin embargo sentí que fue todo un éxito. Hablar durante horas y percibir la atención y el interés de los locales, los chinos, taiwaneses, coreanos, ingleses y demás sobre Ciudad Bolívar, un barrio en la periferia de una ciudad que ni siquiera pueden poner en el mapa; contarles sobre cómo nuestro proyecto del SuperCADE busca proveer espacios de encuentro e interacción a ciudadanos que carecen de ellos por completo, compartir con ellos la esperanza de que el edificio se convierta en un espacio del cual la gente se apropie, lo cuide y lo use a su antojo; verlos acercarse a la instalación, a ver las fotos de la gente de Ciudad Bolívar, interesarse por sus historias a miles de kilómetros de distancia. Fue muy, muy emocionante. Quedan tres meses de bienal por delante y al parecer vamos a estar en boca de todos, siendo parte de su reflexión urbana, aportando al intento de resolver preocupaciones globales, buscando soluciones a problemas que nos afectan por igual.



Y así fueron pasando los días, entre montar la instalación y hacer turismo en solitario. Me encontré en una calle cualquiera con un compañero de la universidad a quien no veía hace mucho tiempo (increíble coincidencia - cuál es la probabilidad? Vive en Bogotá, está trabajando temporalmente en China y por motivos de visado tuvo que venir a Hong Kong un par días). Intercambiamos teléfonos y quedamos en hablar. No sé si alguno de los dos tenía la intención de llamar al otro, pero al otro día nos volvimos a encontrar en otra esquina distinta y decidimos que era justo con el azar caminar un rato juntos, ponernos al día de los últimos 20 años y deambular sin rumbo por esta enorme ciudad.



Y aquel día en compañía, y los demás generalmente en solitario, caminé Hong Kong por horas y horas sin parar. Centros comerciales que no se acaban nunca llenos de lujos extraordinarios, el ferry y el contacto de la ciudad con el agua (pensando en cómo hace de falta el agua en Bogotá, con todos esos ríos enterrados o canalizados fuera de la vista y el disfrute de los ciudadanos), las torres de oficinas enormes con sus sky lobbies de vertigo, los barrios residenciales completamente empacados de unidades mínimas que no cesan de repetirse; el metro, impecable y siempre a tiempo, con sus mapas escritos en chino que son de lejos mucho más fáciles de navegar que los de transmilenio; la descomunal estación de tren en Kowloon, las calles atestadas de Tsim Sha Tsui donde en una calle encuentras las tiendas de Prada y Hermes y en la siguiente te sonríen tímidamente las prostitutas en su portal; una noche en las carreras de caballos con los arquitectos amigos de Juanca que todavía trabajan para Norman Foster y que me hicieron recordar con cariño aquella otra vida que ya no es; la subida caminando al pico, un par de horas de escalada entre el verde de la montaña para recibir como premio la espectacular vista del skyline de toda la ciudad; los templos antiguos llenos del humo del incienso y ofrendas de frutas; los noodles con carne, las tartas de huevo, los dumplings de camarón y las demás comidas que pasaron por mi boca y nunca sabré qué eran; las dos visitas a maravillarme con el edificio del HSBC...qué grande eres Norman Foster. Ni siquiera habían llegado los 80s y tú ya estabas diseñando semejante belleza.
Una infinidad de imágenes y de recuerdos, demasiados para digerir en tan poco tiempo. Y mañana llega Pao. Hay tanto para ver! Tanto por descubrir!

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Notas Sueltas Sobre un Viaje I
Y empezó el viaje casi sin darme cuenta. Un cierre de año atareado en la oficina, una agenda social apretada que no dio sino para saludar de navidad a algunos pocos amigos y familiares así fuera un momento antes de partir, y en general los ires y venires de un momento dinámico e intenso en la cotidianidad nos impidieron planear el viaje como nos gusta: con calma, leyendo, investigando a fondo lo que vamos a visitar y a conocer...aunque se hizo lo posible - y todavía hay tiempo en estos días para profundizar un poco más. Mi viaje inicia una semana antes que el de Pao - otra anomalía frente a cómo solemos hacerlo y cómo nos gusta viajar: juntos. Una muy interesante invitación a presentar un proyecto de nuestra oficina en la bienal de arquitectura y urbanismo de Hong Kong motivó esta nueva aventura -nuestra primera visita al lejano oriente- y al mismo tiempo impidió que iniciáramos el viaje cogidos de la mano. Una semana por delante para extrañarnos, para pensarnos, para terminar de preparar el viaje a la distancia... una sensación muy rara, una nueva experiencia - distinta e interesante.
Ya en el aeropuerto, un abrazo rápido a mi sobrino que también estaba de salida a recorrer su propia historia. El itinerario que me espera es largo...larguísimo. Iniciando Bogotá - Madrid por Avianca, me encuentro un entorno, unas costumbres y unos comportamientos completamente colombianos, cotidianos, muy conocidos. Llegada a Madrid de madrugada y sentir el frío del invierno que se avecina; volverme a enamorar (lo he hecho muchas veces-cada vez que la veo) de la T4 de Barajas, esa maravilla arquitectónica creada por Rogers y Lamela; hacer el cambio de terminal en un autobús público, gratuito y en perfecto estado...por algunos minutos volví a sentir y a disfrutar el orden, la tranquilidad y la confiabilidad que da el primer mundo. Un encuentro corto y fortuito con un amigo que esperaba en el aeropuerto a alguien más (colombiano, de esos que ha cambiado su acento porque es inevitable -lleva toda una vida viviendo allí y eso se contagia, coño). Vinieron recuerdos, muchos recuerdos...de nuestros años en España, de una vida que en algún momento fue y que ya no es. Cómo me gustas, Madrid. Te extraño, joder!

Siguiente vuelo: Madrid - Abu Dhabi. Mis compañeros de viaje se transforman. La comida, condimentada y de sabores intensos; mi vecina, morena y de nariz afilada, se ríe intentando sin éxito contener las carcajadas que le produce la comedia de Bollywood que vio completa casi sin parpadear. Un grupo de “chavales” en torno a los 40 se levantan y se reúnen en el pasillo. Piden un gin tonic cada uno. El más gordo hace un brindis y se ríe - con una cadencia y un ritmo igual al que tenía mi olvidado Torrente. Más recuerdos.
El mapa de vuelo nos dice cuánto falta para llegar a nuestro destino, cuánto tiempo ha transcurrido desde que salimos de Madrid, la velocidad a la que vamos y la temperatura del aire exterior... y también cuánto tiempo falta para el próximo llamado a la oración, mientras nos señala exactamente hacia dónde queda la Meca.


Una escala corta en Abu Dhabi: Un aeropuerto terriblemente caótico en su proceso de seguridad - me hizo extrañar la inmigración de El Dorado! Los enormes negros del Africa con sus coloridos vestidos, los ingleses de piel roja brillante con sus sonrisas de terror odontológico, las mujeres de burka negro profundo a quienes no les veo ni sus ojos, los enormes tatuajes de los mochileros australianos y el brutal regaño de la señora escocesa cuando el joven indio con su bigote incipiente decide que lo de hacer fila no va con él: nos mezclamos todos hasta el tuétano en una horda comprimida en un espacio de techos muy bajos en el que, después de respirarnos los unos a los otros por casi una hora, nos quitamos los zapatos y el cinturón una vez más para cumplir los absurdos protocolos aeroportuarios mundiales que causaron esta sopa multiétnica.
A caminar rápido para no perder el avión, viendo de reojo los arabescos en acrílico retroiluminado, las delicias turcas, el pistacho y el cardamomo, el omnipresente café de Starbucks y las tiendas de Chanel, Armani y Louis Vuitton... Llegué justo al abordaje. 6 horas nos separan de nuestro destino final: Hong Kong. Las pieles de mis vecinos cambian nuevamente. Los ojos se rasgan. La gente habla más alto, se sienta donde le da la gana (algunos incluso hasta se acuestan y la azafata tiene que venir a levantarlos, a revisarles el pase de abordar y mandarlos a su silla asignada). Mi vecina hace estiramientos, llena su termo de agua, se pone un antifaz arriba de las gafas y una mascarilla que le tapa boca y nariz... luego suelta un eructo apoteósico y con eso ya quedamos todos listos para despegar.

6 horas más de vuelo, vuelvo a comer (ya ni sé cuantas comidas llevo) y esta vez la leche de coco, el curry y los chiles son los que me indican hacia donde voy. Paso el tiempo, entre dormido y despierto, y de un momento a otro desembarco en esta metrópoli, en su aeropuerto impresionante, en donde tomo el tren para encontrarme por primera vez con su infinidad de edificios de aguja sumergidos en la humedad, la vegetación y los pájaros del trópico.


En una caótica conversación donde ni él ni yo comunicamos nada, finalmente logro que el viejo y encorvado taxista entienda para donde voy y me lleve a mi destino en su carro rojo que se cae a pedazos. Subo los nueve pisos (sin ascensor) que llevan al apartamento de Juanca -un préstamo increíblemente conveniente para estos días; la agitación se me mezcla con el jet lag y entre ambas me dejan totalmente noqueado. Hablo un rato largo con mi compañera de viaje, quien aún no está conmigo y a quien extraño un montón. Un intento sin éxito de hacer una pequeña siesta de recuperación termina en una salida corta a dar una vuelta, a ubicarme un poco y a buscar algo de comer. Mañana terminaré de aterrizar y de cuadrar el horario porque empieza esto en serio.


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El alcalde Enrique Peñalosa nos invita a conservar la calma en estos momentos de zozobra - palabras sensatas a las cuales me adhiero completamente. También dice que hay una “campaña orquestada para sembrar el pánico en Bogotá”, lo cual me parece totalmente lógico y evidente.
En este vídeo compilé el discurso claro y lógico del alcalde, con algunos otros vídeos que me encontré en la redes sociales donde se demuestra su tesis - lo que estamos viviendo es un ejercicio coordinado (y financiado) por alguien para sembrar el pánico en Bogotá.
Será la izquierda castrochavista (llámenla Petro, el foro de Sao Paulo, las FARC, el ELN, o como la quieran llamar) que nos quiere volver como Venezuela? Será la derecha fascista (llámenla Uribe, el Centro Democrático, los paramilitares o como la quieran llamar) que quiere generar el ambiente propicio para justificar un golpe de estado militar? Será otro tipo de organización - tal vez los anarquistas (que por definición no se organizan)- la que está detrás de esta estrategia sistemática?
En este momento, no sabría por cuál inclinarme, y supongo que cada uno de ustedes construirá sus propias teorías. Lo que sí tengo claro es que ese “alguien” tiene recursos y poder suficientes para orquestar una campaña de miedo y descontrol a gran escala, y tiene gran calado en nuestras instituciones, porque logró que varios (muchos) miembros de nuestra policía nacional le ayudaran en su empeño. Ese “alguien” seguramente no va a parar con lo que pasó ayer, y me temo que esto seguirá sucediendo en los días por venir.
Por eso aprovecho este blog para invitarlos a todos, a los que apoyan al gobierno y a los que no lo apoyan, a los que les gustan las marchas y los que las señalan, a los amigos y a los no tan amigos, a los familiares, a los conocidos y a los desconocidos, a que le hagamos frente a esta situación de la manera más contundente y pacífica posible: haciendo nuestra a esta ciudad. Manteniendo la calma como pide el alcalde, juntándonos y confiando en nuestros vecinos, recuperando nuestras calles y nuestra convivencia ciudadana.
Los invito, para empezar, a que salgamos mañana a caminar con nuestros seres cercanos, a dar una vuelta por el espacio más lindo que tiene esta ciudad, la ciclovía, con camisetas blancas, con panderetas, con una sonrisa amplia y un gesto amable, para que entienda -sea el que sea- que no nos vamos a dejar quitar nuestra tranquilidad.
Les dejo el vídeo compilando los temas de los que aquí les hablo, y los invito mañana a a caminar en la #cicloviasinmiedo.
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Cómo deslegitimar una marcha.
1. Desfile militar y de policía en la ciudad los días previos.
2. Estigmatización de la protesta - los que salgan serán terroristas.
3. Puesto de mando unificado Policia+Ejército liderado por el presidente mismo, porque esto se puede poner feo.
4. Millones de personas salen a las calles a protestar contra un pésimo gobierno de manera pacífica. Cantan, bailan, dan muestras de inmensa solidaridad.
5. Al final de la marcha 5 imbéciles encapuchados vandalizan una estación de transmilenio durante horas - los muestran en vivo por todos los medios de comunicación. (Esto, entre otros varios escenarios de violencia)
6. La policía y el ejército no hacen nada para detener a estos 5 vándalos encapuchados.
O estamos muy mal de instituciones de seguridad o esto es lo que quieren que veamos.
#sinmiedo #21n
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Nos vemos en la marcha!
Soy emprendedor (o empresario - con tanta jerga especializada ya no sé ni cuál es cuál). Genero empleo, hago contratos a término indefinido, pago impuestos, seguridad social, salud, pensiones...mías y de quienes trabajan conmigo. Creo en el trabajo y en el esfuerzo como la mejor herramienta para construir un país. Mis amigos de izquierda me dicen capitalista y burgués. Mis amigos de derecha me dicen rojo y mamerto. A veces, los no tan amigos, me han dicho fascista o guerrillero. En términos generales, vivo feliz, buscando un balance emocional, ideológico e intelectual. Me gustan los tibios, los que razonan y los que no tragan entero. Desconfío de los populistas y los radicales, de los que siguen a ciegas a caudillos totalitarios, sean de izquierda o sean de derecha.
Mañana jueves, 21 de noviembre, salgo; y marcho. Y lo hago porque estoy muy descontento con este gobierno por el que no voté (sí, soy de esos tibios que votaron en blanco porque tampoco tuvo el estómago de votar por el otro extremo porque me parece prácticamente igual de nocivo para el país). Marcho porque este es un gobierno inoperante, podría decirse que hasta incapaz o incompetente. Marcho porque el presidente habla mucho (y canta, y hace cabecitas), y lo que habla no tiene nada que ver con lo que hace. Marcho porque no gobiernan, porque no son capaces de tramitar ni media ley en el congreso, porque llevamos año y medio sin tener claras las leyes tributarias. Marcho porque el ministerio de defensa ha permitido que las decisiones equivocadas de unos pocos individuos en las Fuerzas Militares minen la confianza que tenemos en ellos los miembros de la población civil. Marcho porque ni siquiera entre ellos mismos confían (sólo hay que oír al embajador que tenemos en Washington hablando del nuevo ministro de defensa y ex-canciller).
Pero sobre todo marcho porque es mi responsabilidad ciudadana - la de exigirle a un gobierno que no funciona que cambie, o que se vaya; porque creo que la democracia no es sólo salir a votar y luego esperar - la democracia es hacer seguimiento, ser veedor, participar. Marcho motivado porque este gobierno, con su pánico y su estigmatización a quien protesta, me convenció de que la única posición decente frente a esta marcha es salir a protestar.
Si tú “no marchas porque trabajas”, sólo puedo decirte que eres un esclavo. Si no marchas por convicción es otra cosa, y me encantaría oir tus argumentos. Pero en cambio, si tú también crees que vale la pena salir a marchar, armemos parche, vayamos a caminar, pasemosla bien. Protestemos y exijamos a esos servidores públicos cuyos salarios pagamos con nuestros impuestos, que trabajen por quien los eligió, y que honren ese título de servidor público. Porque lo que tenemos en el poder hoy en día es pura y simple sinvergüencería.
Nos vemos en la marcha!
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Our democracies aren’t working. (Just look at the choices we current have in Colombia, or what happened in the US election or Brexit!) Should we try sonething else? #sortition #change
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Hoy me levanté temprano
Hoy me levanté temprano porque tengo que cumplir un deber con este país: el de votar por quien yo creo puede conducir sus hilos de mejor manera. Después de aguantarme una campaña larga e intensa, con múltiples polémicas y debates, de leer programas, pensar y discutir con familiares y amigos haciendo cábalas sobre quién conviene más para mejorar el futuro de este pequeño rincón del mundo, tomé una firme decisión, y votaré feliz y con convicción por quién, a mi modo de ver, ofrece la propuesta más honesta y rompedora con esta realidad podrida en la que vivimos desde hace años. No votaré a Ivan Duque, joven carismático, inteligente y preparado, pero inexperto y - lo más importante - muy mal rodeado. Encumbrado en hombros de paramilitares y políticos corruptos, con un programa ultra-conservador, proponiendo retrocesos y restricciones medievales con la Biblia como escudo, creo que es una muy mala elección para nuestro futuro. Tampoco lo haré por Vargas Lleras, heredero de una casta política que cree tener el derecho a gobernar, tiránico, autoritario y, sobretodo, aliado con otra infinidad de corruptos comprando votos para llevarlo a su destino. Su amplia experiencia y capacidad de gestión no justifican el tener que avalar a sus compañeros de campaña (que serán luego sus compañeros de gobierno en este desfalco eterno que sufre nuestra nación). Tampoco votaré por Petro, con su discurso claro y propuestas inteligentes y atractivas, pero con un carácter mesiánico y totalitario igual o más grande al de su contradictor Alvaro Uribe, jefe de filas de Ivan Duque. Con unas instituciones tan precarias como las nuestras, creo que un personaje con ínfulas de salvador nos hace más daño que bien. No votaré por Humberto de La Calle, a quien admiro profundamente por su capacidad, por sus ideas y por su gestión en los múltiples gobiernos de los cuales ha hecho parte, un estadista en toda regla, pero que está preso en un partido liberal rancio y acomodado del cual no se pudo desmarcar para llevar a cabo la campaña que quiso. Votaré, felizmente, por Sergio Fajardo: porque si bien siento que a veces le falta claridad y contundencia en su discurso, es un hombre que en sus años de trabajo público ha demostrado ser honesto, capaz, profundamente transformador y un excelente gestor. Siento que acierta al poner el tema de la educación en el ojo del huracán, porque el gran problema de Colombia no son las Farc, ni el Castrochavismo, ni que nos vayamos a volver como Venezuela, como nos quieren hacer creer. El problema de Colombia es LA CORRUPCION, tanto en lo público como en lo privado, y el único de este ramillete de candidatos que puede dar una pelea digna es este profesor. Adelante profe. Espero que hoy el resultado sea el mejor para todos, y que al final usted tenga razón al no dejar de creer que #sepuede.
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