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La Reina de los Libros
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Queen Madness de libros, videojuegos y música
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coolpizzazonkplaid · 11 days ago
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La heredera del Infierno
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Hermanos de sangre
Tomas se encontraba caminando en un lugar oscuro. Escuchaba sus pisadas, pero también quejidos lastimeros y vislumbraba un par de siluetas frente a los barrotes que los separaban. Al acercarse lentamente, tomaban forma y una de ellas era la de Adelina encadenada. Había un hombre de ojos azul oscuro y cabello cobrizo observándola con lujuria, su sonrisa hacia resaltar un hoyuelo en su mejilla y le tocaba mechones del cabello negro aspirando su aroma. Tomas apretaba los puños y las uñas se clavaban en las palmas.
El hombre se ponía frente a la altura de la joven, la tocaba sobre los hombros y sus manos bajaban hacia las caderas apretándolas. Adelina soltaba quejidos, forcejeaba contra él y las cadenas chirriaban. El extraño la retenía y le besaba el rostro a la fuerza. Tomas arremetía contra los barrotes golpeándolos una y otra vez, pero no se rompían.
–¡Aléjate de ella!
El hombre se ponía encima de Adelina, le besaba el cuello y le seguía estrujándole las caderas. Le arrancaba la ropa, tironeaba del pantalón, la joven soltaba chillidos y pataleaba. Tomas golpeaba los barrotes e incluso, los pateaba, pero no se rompían. Las lágrimas de Adelina se derramaban por sus mejillas pecosas y sus ojos mostraban terror. Aquellos ojos que le habían fascinado desde la primera vez. No soportaba ver esa expresión.
–Mi pequeña muñeca de porcelana –decía el extraño–. Ya se apaga el fuego en tus ojos y es un paso más cerca para poder explorarte.
Tomas volvía a golpear los barrotes. Iba a matarlo.
–Ella debe sufrir y morir –afirmaba su hermana gemela–. Es su destino.
–¿Cómo puedes decir eso? ¿Qué es lo que te ocurre? –susurraba Tomas entre dientes y temblando–. Por favor, te lo pido, ayúdame a salvarla…
La figura de su hermana se deformaba en humo, sus rasgos familiares se desfiguraban y se transformaban en un demonio. Su aspecto se difuminaba entre el humo, pero Tomas notaba la sonrisa arrogante y macabra exhibiendo sus colmillos y su cuerpo humanoide cambiaba constantemente ¿Qué criatura del Infierno era?
–Toda su sangre había luchado por sobrevivir y ahora no queda nada –decía el demonio–. Su sufrimiento traerá frutos.
–¿A qué te refieres? –cuestionaba Tomas–. ¿¡Qué hiciste con ellas!? ¿¡Dónde están!? ¡Suéltalas!
El demonio continuaba sonriendo y viendo la escena como si fuera un festín. El extraño no paraba de tocar a Adelina y sus chilidos aumentaban. Tomas apretaba los dientes, las uñas se clavaban con más fuerza en las palmas y se volteaba intentando asestarle un puñetazo, pero el demonio esquivaba el ataque y el muchacho volvía a arremeterlo una, dos, tres veces…. Cada ataque lo esquivaba como si fuera un juego de niños.
“Te haré pagar por lo que haces” pensaba Tomas. El demonio desaparecía, el muchacho aprovechaba para golpear los barrotes observando cómo el extraño seguía aprovechándose de Adelina, la impotencia lo inundaba y… los barrotes desaparecían. Tomas se lanzaba hacia ella y, antes de poder tocarla, se desvanecía junto al hombre escuchándose solo el grito del muchacho.
Tomás despertó en plena noche, el sudor corrió por su espalda y el calor de todas las mantas lo azotó. Se las quitó de un tirón, se frotó los ojos cansados y mantuvo la mirada fija en el suelo de madera. Intentó escarbar en su mente por qué había despertado, qué había soñado, pero no conservaba ni un solo mísero recuerdo. Se levantó del futón, caminó a la salida del complejo cubriéndose con una bata y el aire helado lo recibió. Sus pies lo llevaron a la cocina; verla vacía y sin escuchar las canciones que generaban el pequeño aparato de Adelina, le trajo una incomodidad en el pecho y lo detestó. Su mente volvió al momento en que había partido, recordó las lágrimas inundadas en su rostro y se odió a sí mismo por no haber confrontado a su hermano. Por no lograr que Adelina desistiera.
Deseó que estuviera bien en donde fuera que estuviera. Aun así, una parte de su interior anhelaba la presencia de Adelina, quería hablarle de tantas cosas y verla… perderse en su belleza y en el enigma de sus ojos heterocromáticos. Disfrutar de su voz, su sonrisa y su calidez. Debió ser más insistente en que se quedara o…
Salió de la cocina, llegó a la vieja torre de vigilancia y se sentó observando el cielo estrellado. El paisaje no le transmitió nada de paz y su mente continuó tratando de recordar lo que había soñado. Los guardias patrullaban las murallas y en los alrededores de los templos, un par de principiantes volvían a su complejo y… Tomas vislumbraba una pareja camuflarse en la parte trasera de los templos. Eran su hermano, Bi Han y Sektor, la hija del maestro armero.
Se ocultaron en las cercanías del complejo de armería, donde la mujer trabajaba y se besaron. Tomas pudo empatizar con su hermano. Había guardado el secreto de su amorío a su padre temiendo la reprimiendo que le harían e incluso a Sektor. Él y Kuai Liang hacían la vista gorda cada vez que Bi Han salía a escondidas a verla metiendo cualquier excusa de sus escapadas.
Después de varias horas, el muchacho se marchó de la torre y regresó al complejo del Gran Maestro. Caminó sigilosamente sobre los tablones que no crujían, entró a sus aposentos y se recostó en el futón envolviéndose en las mantas.
Apenas pudo conciliar el sueño. En cuanto sus hermanos empezaron a caminar por el alrededor, Tomas se levantó del futón soltando un respingo, miró su uniforme Lin Kuei y, luego, sus ojos se enfocaron en la radio que Adelina le había dado. Intentó contactarse con ella siguiendo las indicaciones que recordaba, pero el aparato solo hacía ruidos extraños y lo apagaba. Lo tocó unos minutos sin resultados y decidió ponerse su uniforme. Salió de la habitación acompañando a sus hermanos dándoles los buenos días en un susurro, llegaron al gran comedor y los estudiantes se inclinaron ante ellos. Mientras los ayudantes de cocina traían el desayuno y Tomás comió en silencio mirando el asiento vacío de Adelina.
Volvió a enfocarse en las gachas de arroz saboreándolos sin ganas, necesitó toda su fuerza de voluntad para terminar y no mirar el lugar de la joven y se quedó en silencio escuchando la conversación de sus hermanos. Las campanadas sonaron cortando todo pensamiento, las clases comenzaron y Tomas trató de enseñar.
Todo el día se sintió fuera de sí y, al terminar la última lección, empezó a entrenar. Golpeó muñecos una y otra vez hasta dejarlos hechos añicos, adiestró su habilidad con el karambit rompiendo varios costales de arena a toda velocidad y mejoró su escalada entre las rocas heladas evitando las menos aptas para soportar su peso. El frío azotó con fuerza su rostro cuanto más se acercaba a la cima y, en cuanto llegó a la cima, los últimos rayos del sol abandonaron el cielo.
Sintió el cuerpo pegajoso por el sudor y las mejillas calientes. Tomas miró a su alrededor, era una vista hermosa de Arctika. Los templos, complejos, murallas y la entrada. Las campanadas inundaron sus oídos, bajó de la cima y se dirigió al comedor.
Tomas vio a sus hermanos en las cercanías y los saludó antes de entrar. En el enorme salón, los alumnos y principiantes se pusieron firmes y se inclinaron ante ellos. Lentamente, algunos ayudantes sirvieron la cena, Tomas tomó los palillos y empezó a comer con desgano. Cuando todos salieron, se sumergió en las duchas del complejo del Gran Maestro agradeciendo sentir el agua caliente recorrer su piel y apagando todos sus pensamientos, aun así, la imagen de Adelina persistió y deseó verla otra vez en la Academia Wu Shi.
Salió del agua caliente y se puso ropa más cómoda. Se quedó en la sala donde estaba el trono del Gran Maestro cubierto de pieles de animales, las velas iluminaron y trató de meditar, pero sin éxito. Esperó que sus hermanos no lo hayan notado el cambio abrupto e intentó concentrarse.
–¿Qué piensas, Tomas? –preguntó Kuai Liang.
–¿Sobre qué?
–Sobre los nuevos métodos para incluir en los entrenamientos –soltó Bi Han mirándolo con curiosidad–. Estás más distraído que de costumbre.
–Tuve un entrenamiento más ajetreado, solo eso –respondió con una leve sonrisa.
El ceño fruncido de su hermano se desvanecía cuando estaba en el complejo y sus ojos marrones volvieron a enfocarse en los papeles, mientras Kuai Liang afilaba su kunai y Tomas intentaba retomar su meditación sintiendo una espinilla en lo más recóndito de su mente. Escuchó el ruido de las hojas al pasar, el viento golpear contra las puertas corredizas y el metal siendo afilado. Odiaba sentirse así.
Las campanadas sonaron por el complejo y Tomas contuvo un gruñido flexionando el cuerpo. Se levantó del suelo, se colocó el calzado y salió junto a sus hermanos. La cena fue igual. Ver a los estudiantes y soldados inclinarse, comer en silencio y volver al complejo del Gran Maestro. Apenas entró a su habitación, miró las pertenencias de su madre y hermana. La cinta blanca de seda y el viejo cuchillo de caza enfundado. Se arrodilló frente a ellos, hizo una pequeña plegaria y los miró por lo que parecía horas. Las noches sin dormir por las historias que contaba su madre, las risas compartidas, las palabras de aliento, consejos de caza y los abrazos reconfortantes. “Qué nostalgia” pensó.
Se envolvió entre las mantas del futón, sus dedos tomaron el pequeño aparato de Adelina e intentó volver a contactarse. La radio hizo ruidos, la apagó y Tomas cerró los ojos. Su mente siguió teniendo la imagen de ella.
Te extraño.
Tomas caminaba descalzo por los pasillos familiares del complejo del Gran Maestro. Solo que eran más largos y laberínticos, había pocas decoraciones, las antorchas iluminaban y se desvanecían con cada paso que el muchacho hacía. Al dar la vuelta en una bifurcación, sus ojos se abrían como platos, estaba frente a Adelina y seguía igual de hermosa como lo recordaba. Llevaba un vestido negro de mangas caídas exhibiendo las pecas de sus hombros, pero Tomas se percataba de que el rostro de la muchacha no mostraba emoción alguna de verlo. Sus ojos heterocromáticos no tenían un ápice de entusiasmo o sentimiento, parecía estar perdida o en un trance. La joven se daba la vuelta, mientras caminaba, más antorchas surgían. Tomas se apresuraba a seguirla y quería acercarse, quería decirle que… ¿Qué podía decirle?
–¡Espera, Adelina!
Lo ignoraba, sus pies no se detenían. Tomas trataba de alcanzarla, pero los pasos de Adelina eran más rápidos. En el pasillo poco iluminado, el muchacho llegaba a un sitio oscuro, sus pies pisaban el agua fría y podía ver a la joven detenerse, pero susurraba cosas inentendibles. Al intentar acercársele, Tomas escuchaba chirridos metálicos y, al temer lo peor, empezaba a correr. Antes de poder tocarla, barrotes aparecían separándolos… otra vez. La mente del joven recobraba los sucesos de los sueños anteriores ¿Por qué no se acordaba de ellos?
Las manos de Tomas estrujaban los barrotes, gritaba el nombre de Adelina, se daba la vuelta alzando sus manos encadenadas y su rostro mostraba pánico. Los ojos estaban enrojecidos y comenzaba a llorar.
–Vas a estar bien, Adelina. Solo mírame –decía el muchacho extendiendo una de sus manos para tocarle la mejilla–. Vamos a…
El mismo hombre de cabello cobrizo y de ojos azul oscuro se encontraba a espaldas de la joven. Una sonrisa lujuriosa se extendía sobre sus labios, tomaba el cabello negro de Adelina sacándole un grito y la jalaba hacia él. Luchaba contra el extraño, caía al suelo y se arrastraba viendo cómo sus dedos pálidos se manchaban de sangre.
–¿Qué ves ahí, mi pequeña muñeca? –preguntaba el desconocido–. No vas a escaparte como la última vez, maldita.
Tomas golpeaba los barrotes, los pateaba y solo veía cómo desgarraba el vestido negro de Adelina. Sus golpes se volvían más fuertes, no le importaba si los huesos se le rompían, pero no soportaba esa mirada lujuriosa. Las manos del hombre serpenteaban por el cuerpo de Adelina, las respiraciones se volvían agitadas y sus lágrimas se derramaban como cascadas. Tomas iba a matarlo con sus propias manos.
–¡No la toques! ¡Aléjate de ella!
–La sangre de una diosa corre por sus venas –decía una voz.
Tomas volteaba la cabeza y la figura demoníaca sonreía de forma siniestra. Atravesaba los barrotes, observaba a Adelina y se revolvía ante el toque del extraño. El demonio enredaba sus dedos en los cabellos negros de la joven y lo olía. El muchacho golpeaba con más fuerza, los puños le dolían y no le importaba. Los iba a asesinar.
Tomas veía a otras personas detrás de ellos. Eran sucesos. Una mujer de cabello negro y ondulado se encontraba colgada, los brazos extendidos con cadenas y soltando gritos. Un hombre que parecía de la misma edad de Tomas recibía una estocada en el abdomen, mientras la que aparentaba ser su esposa corría sosteniendo a su bebé. El extraño que sometía a Adelina la arrastraba, la sometía a una camilla y la ataban con correas de cuero. Luego dos hombres aparecían, uno calvo pálido y los ojos pintados de negro y el otro con un broche extraño en el cabello sosteniendo una jeringa.
–Cuando terminen de jugar a los científicos, morirá y desaparecerá todo atisbo de Hela con ella –decía el demonio mirando a Adelina acostada y el extraño se esfumaba en humo–. Su poder será de los demonios y los que desean practicar la magia oscura.
Tomas podía vislumbrar que del estómago de la joven brotaba sangre, la camilla desaparecía y caía al suelo. Los barrotes se desvanecían, el muchacho corría hacia ella sosteniéndola y trataba de detener el sangrado. La mano de la muchacha se quedada en uno de los brazos de Tomas, sus ojos heterocromáticos reflejaban el miedo y la sangre salía de su boca.
–Ya estoy aquí, Adelina –susurraba y le acunaba el rostro–. Mírame, por favor… Solo mírame…
–Me duele… –gimoteaba y su mano tocaba la de Tomas–. Ayúdame…
Del suelo negro surgía una púa negra atravesándola por todo el abdomen y la elevaba hasta dejarla como una silueta diminuta. Las risas del demonio sonaban por todo el lugar, las manos de Tomas se apretaban en un puño y miraba a todas las direcciones.
–¡Muestra el rostro, cobarde! –vociferaba–. ¡Si quieres atormentarme, hazlo! ¡No uses a mis fantasmas ni mis errores!
“No la uses a ella”, pensaba, “No uses a la chica que amo”. Se ponía a la defensiva y agudizaba el oído ante cualquier ataque. El demonio aparecía frente a él, le propiciaba una patada y el cuerpo de Tomas chocaba contra la gran púa negra, mientras el de Adelina caía sin vida sobre sus brazos. Dejaba de irradiar calor. En sus ojos no había vida. Sus brazos colgaban inertes.
–Su destino está sellado y no la salvarás. Serás mi recipiente, Tomas Vrbada.
Las risas del demonio inundaban sus oídos y al querer abalanzarse sobre él, un montón de cuerdas viscosas rojas como la sangre se pegaron a su cuerpo. No se podía mover y gruñía tratando de zafarse. Las cuerdas se pegaban a sus venas uniéndose en su cuerpo y gritaba desconociendo si era por furia o desesperación… o la combinación de ambas emociones.
Tomas despertó respirando entrecortadamente. El sudor se esparció por todo su cuerpo, se frotó las cienes y se percató de que todavía no había amanecido. Volvió a recostarse en el futón tratando de volver a dormir, pero se sentía pegajoso y le aterraba cerrar los ojos. Por más que intentara escarbar en su mente, desconocía por qué tenía otra vez estos malos hábitos nocturnos. Había dejado de tenerlos tras el asesinato de su madre y hermana. Frustrado, Tomas se quitó las mantas y salió del complejo del Gran Maestro.
El aire helado le trajo un cierto alivio y, sin percatarse, llegó al complejo de estudiantes. Caminó evitando los tablones de madera con su habilidad de humo, el corazón le golpeó el pecho repetidas veces y sus ojos se posaron en la entrada de la habitación de Adelina. Abrió la puerta corrediza encontrándose con la oscuridad, vislumbró el futón bien ordenado, el escritorio impecable y Tomas pudo percibir el leve aroma a jazmín. Una punzada de culpa recorrió su pecho. Dio un pasó tratando de ver si la habitación conservaba algo de Adelina, aunque sea algo pequeño e insignificante. Nada.
Todo lo que poseía, se lo llevó hace semanas. Al dar otro paso, su pie dio con algo fino…una hoja. La tomó con la poca visibilidad que daba el lugar y salió de la habitación. La luz de la luna le otorgó la suficiente luz para ver de qué se trataba la hoja. Un boceto de los árboles de Arctika, una pequeña pluma del escritorio y el medallón del clan a medio terminar. Volteó el papel y vio el boceto de la daga de Adelina. Se encontraba bien detallada. Los cráneos diminutos, las costillas del mango y la funda bien cuidada y sofisticada.
Por varios minutos, Tomas observó el papel admirando los pequeños detalles. Una sonrisa se adornó en él visualizando a Adelina concentrada en terminar el boceto. El cabello negro como la obsidiana cubriendo una parte de su rostro, sus manos delicadas sosteniendo el papel y el lápiz y los pequeños gestos que a veces hacía al enfocarse. Guardó el papel dentro de los bolsillos de la bata de seda y salió del lugar viendo que el cielo comenzaba a aclararse. Faltaba poco para el amanecer.
Se metió con sigilo a su habitación, miró la radio por varios minutos y trató de dormir, pero dio miles de vueltas en el futón conteniendo un grito. Los primeros rayos del sol comenzaron aparecer cuando las campanadas sonaron, soltó un gruñido destapándose con las mantas y se lavó el rostro con el agua en un pequeño cuenco que tenía cerca. Se vistió con el uniforme negro y mantuvo su máscara en su cinturón junto al karambit.
En el desayuno, Tomas intentó mantener los ojos abiertos más de una vez. Empezó a dar sus clases diarias haciendo un esfuerzo titánico por no bostezar ni sentarse en el asiento más cercano que veía. Al finalizar su última lección, el muchacho se enfocó en entrenar para estar despierto. Volvió a agilizar su escalada, su adiestramiento con el karambit y otras armas, destrozó cada muñeco de madera que encontraba dejándolos menos que leña para las chimeneas… Un toque lo alertó y se preparó para atacar. Detuvo la hoja del cuchillo de práctica, al ver los ojos marrones de Bi Han.
–Bi Han ¿qué ocurre? –preguntó Tomas acomodando el arma en la repisa–. ¿Está todo bien?
–Sí, solo venía a informarte que te toca hacer el primer turno de vigilancia.
–Está bien –susurró ajustándose los guantes.
Quedó un silencio entre ambos. Ha habido mucha tensión entre las peleas por el manejo del clan.
–Estás más enfocado en tus entrenamientos de lo usual –soltó su hermano observando de reojo los muñecos destruidos–. Deberías tratar de relajarte un poco junto con Kuai Liang.
Tomas no pudo contener una pequeña risa.
–Lo dice alguien que se queda hasta horarios poco convenientes tratando de terminar papeles.
–El trabajo de Gran Maestro nunca termina –argumentó su hermano acomodándose su rodete–. Siempre hay un deber que cumplir.
Tomas recordó el momento en que el padre de Bi Han… su padre había muerto. Seguía desconociendo el por qué ponía esa distancia con sus hermanos. La noticia de su accidente lo tomó desprevenido e incluso a Kuai Liang. Bi Han fue el único que se mantuvo firme en la despedida de padre, no mostró un ápice de emoción y los tres se quedaron hasta el último minuto de su entierro observando el cuerpo. A pesar de los intentos de Bi Han por salvarlo, Tomas y Kuai Liang quedaron deshechos.
–Tienes la misma actitud de padre, en ese aspecto –soltó el muchacho.
El ceño de su hermano se mostró más.
–Supongo que hay cosas que no pueden irse –dijo.
–Son muchas las que nos definen, Bi Han –consoló Tomas–. Hay que saber cómo emplearlas para el bien.
Su hermano soltó una pequeña sonrisa, hacía tiempo que no la revelaba. No desde la partida de su madre.
–Siento que absorbiste la sabiduría de madre e incluso, su nobleza.
–Tú tienes más cosas de ella, aunque no lo veas –rio Tomas entrando junto a su hermano al interior del templo.
–Deja de mentirte a ti mismo.
–Es verdad –afirmó–. Madre era la más razonal y tú haces lo mismo al tomar decisiones. Incluso en procurarnos, siempre intentas que vayamos un buen camino como madre lo hacía, a pesar de… nuestras ideas.
–¿Como el incidente del prostíbulo? –cuestionó Bi Han sonriente.
–Sí, ¿todavía lo recuerdas?
–Nunca voy a olvidar los días de limpieza en cada templo –respondió y rio–. Y mucho menos, las advertencias que les di antes de hurgar en ese sitio.
–No quita lo gracioso –dijo Tomas rememorando el momento–. Incluso las otras travesuras que hicimos.
–Éramos niños.
–¿Te arrepientes de haberlas hecho? –cuestionó Tomas.
–Por extraño que parezca, no –respondió–. Tampoco lo que hicimos con las armaduras y las puertas.
Tomas rio ante esos recuerdos. Habían dibujado sobre las armaduras de entrenamiento y no paraban de reír al ver a los soldados tratando de cubrir los mamarrachos. El otro recuerdo había sido una idea suya, donde colocaban cubetas de agua en las puertas; cada soldado que llamaban, salía empapado y tropezaba por el jabón al tratar de levantarse ¿Dónde había quedado esa conexión entre los tres?
–Parece como si hubiera sido ayer –soltó Tomas.
–Fue hace tiempo, pero lo valieron.
Ambos sonrieron y Bi Han se adelantó perdiéndose en los pasillos. Tomas se quedó observando las bifurcaciones y, en cuando las velas y antorchas comenzaron a encenderse por los ayudantes, decidió terminar de ordenar las armas que había usado. Luego, el muchacho se tomó un baño y se preparó para la vigilancia.
Durante la cena, intentó unirse a la conversación de sus hermanos, pero su mente la llevó a Adelina. Al terminar su plato, se dirigió a las murallas ajustando su cinturón y su manó se posó en el mango del karambit. Respiró el aire helado de la torre de vigilancia, se sentó en la silla de madera y escuchó las pisadas de su compañero generando que acomodara su postura. El soldado se inclinó ante él, se mantuvo rígido durante varias horas y Tomas tuvo que decirle que no era necesario que mantuviera firme.
Al pasar las horas, hicieron la primera ronda, el muchacho sintió el aire azotar su rostro, la niebla hacia que todo el sitio fuera imposible de ver y el viento golpeó con fuerza las murallas. Apenas pudo vislumbrar los otros soldados de las torres, volvieron a refugiarse en la suya hasta el siguiente patrullaje y Tomas solo pudo observar el paisaje. Una vez que el siguiente turno llegó, el muchacho se marchó del lugar caminando a un paso lento, pero antes de dirigirse hacia el complejo del Gran Maestro escuchó gritos.
–¡Maestro Smoke! ¡Maestro Smoke!
Tomas volteó la cabeza y vio a un soldado correr hacia él a toda velocidad sosteniendo algo entre sus dedos. Llegó soltando exhalaciones bruscas, se recobró tomando aire y le tendió una carta.
–Maestro Smoke… un monje Shaolin me la entregó –comenzó el soldado entre respiraciones–. Es una carta de Lord Liu Kang, me dijo que se lo diera a usted o sus hermanos.
Tomas tomó la carta, se acercó a una antorcha para leer el contenido y le ordenó al soldado que continuara con sus tareas. Abrió el papel y comenzó a leer:
Gran Maestro:
Solicito su presencia y la de sus hermanos antes del atardecer de mañana. El reino de la Tierra se encuentra bajo una amenaza y los necesitamos para una misión de infiltración. Además de resolver dudas de ciertos asuntos que prefiero que se salden en persona. El portal los llevará de inmediato a mi ubicación.
Atentamente, Lord Liu Kang.
Tomas avanzó a toda prisa el complejo del Gran Maestro y llamó a su hermano. Abrió la puerta corrediza ajustándose la bata azul oscuro, sus ojos marrones mostraron sorpresa y confusión al verlo y una capa de firmeza tapó todo rastro de emoción. El muchacho le dio la carta y Bi Han la leyó usando una de las velas más próximas. Su cara se tornó en disgusto, llamó a Kuai Liang y le informó sobre la partida.
–Espero que Liu Kang nos llame para algo bueno –dijo Bi Han en un tono hostil guardando la carta en su bata–. Partiremos después del mediodía, equipen lo necesario.
La mirada de su hermano se volvió gélida… más gélida de lo usual. Kuai Liang volvió a entrar a su habitación y apagó la vela que iluminaba su cuarto, mientras que Tomas se encerraba en la suya. Se quitó el uniforme dejándolo a un lado de su futón, el muchacho se puso el pijama y se arrodilló frente a las pertenencias de su madre y hermana orando un pequeño rezo. Miró el parato de Adelina, lo dejó a un costado, se metió en las colchas e intentó dormir.
Tomas estaba en su habitación. Era idéntica en todo. El mueble antiguo y sofisticado, el cuenco de agua al costado del futón, el aparato de Adelina, el pequeño escritorio, su uniforme y el cinturón con el karambit. El muchacho miraba confundido todo el lugar quitándose las mantas y se percataba de que la puerta de su habitación había una silueta. No lograba saber quién era por la poca luz de las velas. Se levantaba del futón y se percataba de que era una mujer vestida negro. Tenía ciertos rasgos familiares a los de Adelina. Piel pálida, el distintivo ojo derecho de un verde peculiar, cabello negro hasta las caderas, pero ondulado y en su cabeza residía una corona de púas. La mujer le hacía un ademán para que lo siguiera, Tomas tomaba su karambit y se vestía apresuradamente. La extraña caminaba en dirección recta más rápido de lo que el muchacho podía.
–¡Espera! ¡¿Quién eres?!
Seguía su camino, las velas se convertían en antorchas que irradiaban fuego verde y el muchacho le parecía escuchar susurros. La desconocida se detenía colocándose al costado del pasillo, su cabeza giraba y sus ojos ámbar y verde miraban a Tomas analíticamente como si escarbara en lo más profundo de él. Al acercarse, la mujer emitía un grito al ser lanzada por los aires, el muchacho retrocedía y miraba una silueta iluminada por las pequeñas llamas verdes. Cuanto más se aproximaba, veía una joven recostada y flotaba. Soltaba pequeños quejidos y llantos, Tomas desenfundaba el karambit y podía reconocer quién era…
–¡Adelina!
Pero no le contestaba, solo susurraba cosas inentendibles. Caía al suelo como una muñeca de trapo, el muchacho corría hacia ella y la tomaba revisando si tenía una herida y empezaba a convulsionar. La boca de ella emanaba sangre al igual que sus ojos heterocromáticos seguía susurrando cosas inentendibles.
–Mírame, Adelina –susurraba acunando su rostro–. ¿Qué dices?
–Quema –murmuraba la chica y sus ojos se abrían como platos–. ¡Quema!
El grito había hecho que Tomas se cubriera los oídos, Adelina seguía convulsionando y se detenía con una mirada perdida. Una risa se escuchaba por el oscuro sitio, un humo aparecía dando forma del demonio y sonreía con malicia.
–Qué exquisita y lenta manera de morir. Toda su sangre luchó para subsistir y ahora queda solo un débil escombro.
–Tienes que ayudarla. Usa tu poder, cúrala –afirmaba Tomas acercándose a él–. O te juro que…
–¿Me amenazas, mortal? –cuestionaba el demonio.
Tomas miraba de reojo a Adelina inconsciente y sacaba el karambit de su cinturón posicionándose a la defensiva.
–No voy a dejarla morir.
Con su magia, el demonio embestía, Tomas esquivaba el ataque y lanzaba el karambit incrustándose en el hombro de la criatura, pero desaparecía y el cuchillo caía al suelo. El muchacho lo traía con su habilidad de humo, lo estrujaba entre sus dedos y miraba hacia todas las direcciones. El silencio inundaba todo el lugar, el demonio reía en todas las direcciones y, de repente, aparecía asestándole otro golpe alejando a Tomas de Adelina.
Intentaba apuñalarlo una y otra vez, pero solo sonreía burlonamente y esquivaba cada ataque como un juego de niños. De un solo puñetazo, Tomas caía al suelo y la cabeza le daba vueltas. Se reincorporaba y solo podía mirar el rostro asustado de Adelina. El demonio lo sometía con cuerdas viscosas y Tomas intentaba quitárselas soltando gruñidos.
–Mira, mi recipiente, cómo muere la última descendiente de Hela –susurraba el demonio.
Los brazos de Adelina se extendían por las cadenas, irradiaban colores anaranjados y verdes. Gritaba de dolor y el corazón de Tomas se estrujaba. Sus ojos se abrían como platos al ver a otros tres cuerpos, el de su madre, hermana gemela y la desconocida.
–¿¡Por qué lo haces!? –gritaba entre los forcejeos–. ¿¡Por qué me atormentas!?
El demonio obligaba a Tomas a mirar los cuerpos colgados.
–Nunca volverás a desafiarme, mi recipiente –decía el demonio entre dientes–. Dentro de poco serás solo un cascarón. Todo lo que alguna amaste solo se convertirá en nada y la sangre de Hela no volverá a gobernar el Infierno.
Empezaba a reír sin parar y, luego, los gritos de Adelina volvían a azotar el lugar. Tomas solo podía mirar horrorizado.
El muchacho despertó bañado en sudor, sintió el corazón atascado en la garganta, notó que temblaba sin parar y se quitó las mantas. No quería estar en la habitación. Para su alivio, las campanadas dieron comienzo a su rutina monótona y recordó que era el día en se irían para atender el llamado de Lord Liu Kang. Se vistió preparando lo indispensable, observó cada rincón de su cuarto sintiéndolo más opresivo de lo usual y salió a toda prisa.
Siguió a sus hermanos manteniendo la boca cerrada durante el desayuno. Se concentró en dar clases y sacarse la sensación de una mala espina en su mente. Se percató que la actitud de Bi Han había cambiado rotundamente, más malhumorado de lo usual y vociferaba órdenes a diestra y siniestra. Tomas decidió alejarse del radar de furia de su hermano y se focalizó en dar clases hasta la hora del almuerzo.
Al sonar las campanadas, se dirigió al comedor detrás de sus hermanos y comió en silencio manteniendo la vista en su plato. Cuando terminó junto a Kuai Liang y Bi Han les había dicho que lo esperaran en el portal. El aire estuvo más helado de lo usual a pesar de las antorchas, Tomas caminó en círculos tratando de conservar algo de calor y observó a su hermano meditar estando en cuclillas. Siempre había envidiado esa habilidad. Había querido replicarlo en su infancia, pero acababa cayéndose de todos los lugares posibles y Kuai Liang se reía por sus fallos.
–¿Cuánto tardará Bi Han en venir? –cuestionó Tomas.
–Estoy aquí –respondió su hermano–. Estaba resolviendo unos últimos asuntos.
–Esto es más urgente, Bi Han –soltó Kuai Liang–. Si Liu Kang nos llama debe ser por algo importante.
–Los asuntos de mi clan son vitales para cualquier cosa que quiera pedirme –argumentó con desdén en su voz.
El portal surgió formando un aro de fuego y los tres pasaron por este. Tomas sintió el familiar hormigueo y vio un sitio distinto a la Academia Wu Shi. Frente a ellos estaban Kung Lao y Raiden. Nunca olvidaría sus nombres y mucho menos sus destrezas en el combate en el restaurante de la señora Bo. Los miraron con hostilidad y los ojos destilaron furia, pero ¿Por qué?
–Bienvenido, Gran Maestro –dijo Raiden inclinándose seguido de Kung Lao–. Por favor, acompáñenme.
Los tres lo siguieron entre los diferentes caminos de piedra y los gigantescos árboles. Había algunos pilares con antorchas, un par de monjes entrenando y otros adentrarse a los complejos. Kung Lao les dijo que tenían que esperar hasta el dios los llamara, mientras los hermanos esperaban observando el paisaje.
Las horas pasaron hasta el atardecer, Tomas se sentó en un banco mientras Kuai Liang mantenía de cuclillas al lado de él y Bi Han caminaba en círculos como un perro rabioso. Tomas vio ir y venir varios monjes e incluso, cuando comenzaron a iluminar los faroles del interior y exterior del complejo. Mantuvo la calma observando un punto fijo y pensando en Adelina. Vio los asientos con almohadones delicados, las diminutas bibliotecas, los arbustos moverse por el viento y los faroles otorgando luz.
–¿Cuánto tiempo se supone que esperemos? –soltó Bi Han deteniendo su caminata.
–Paciencia, Bi Han –dijo Kuai Liang–. La atención de Liu Kang está muy solicitada.
–Si padre estuviera aquí, nos diría que esperáramos sin protestar –agregó Tomas tratando de calmar las aguas, pero la mirada fría de su hermano no lo mostraba.
–Pero ahora no está, y yo soy el Gran Maestro –gruñó señalándose con el pulgar.
–Sus enseñanzas no murieron con él –dijo Kuai Liang–. Seguirán guiándonos.
–Pueden guiarnos, claro… –argumentó mirándolo con odio–. Pero encadenarnos, no.
Tomas ya sabía por dónde iba a ir su hermano y soltó:
–No podemos abandonar la tradición.
–Métete en tus asuntos, Tomas –espetó señalándolo con el dedo como si fuera un niño–. Si bien padre te acogió y te hizo uno de nosotros… nunca tendrás la sangre de un Lin Kuei.
Esas palabras lo tomaron por sorpresa… No pensó que pudiera... ¿Era eso lo que pensaba él? Desde que tenía memoria, entrenaron juntos, hicieron misiones peligrosas y Tomas guardó el secreto del amorío de Bi Han con Sektor para evitar la ira de su padre�� Con todo eso ¿No eran hermanos? ¿Su sangre era lo único que le importaba? ¿Su lazo desde la niñez no existía? ¿Era una ilusión?
–Tampoco la tuvo Acosta –continuó manteniendo su mirada fija en él.
Algo en Tomas estalló.
–Ella se había esforzado en desarrollar su criomancia, Bi Han –espetó cerrando los puños–. La vi entrenar hasta el cansancio para lograrlo. Cocinó para todo un clan sola, hizo la vigilancia y limpió los templos como todos. La trataron como una paria por ser de la academia. Se hartó de ver que le tirábamos basura a sus intentos y decidió marcharse.
–Todos en el clan tienen que pasar por un entrenamiento rígido –argumentó su hermano.
–Llevaba solo semanas cuando decidiste dejarla en el frío en plena noche, Bi Han –dijo Tomas–. Casi la matas en su último entrenamiento.
–Deja de defender a esa chica que te tiene tan hipnotizado –gruñó–. Los rumores de los estudiantes tenían razón.
El corazón de Tomas le palpitó con más insistencia ante esa afirmación.
–¿Qué rumores?
–Por favor, Tomas –soltó su hermano en un gruñido–. No hace con solo ver cómo la defiendes sino la manera en que la miraba cuando estábamos comiendo.
El muchacho solo pudo cerrar la boca "¿Fui tan obvio?" pensó.
–Incluso un ciego se daría cuenta de que estabas intentando seducirla. Qué imprudencia.
–Como tú con Sektor –afirmó y la mirada de Bi Han se congeló–. Kuai Liang y yo sabíamos que estabas a escondidas con la hija del maestro armero y nunca se lo dijimos a padre, guardamos el secreto. No creí que lo que hacías estuviera mal, solo pensé que seguías tu corazón. Y no me des un sermón, porque también hiciste algo incorrecto.
El lugar quedó en silencio y los tres se miraron entre ellos. Un par de pisadas se escucharon y Raiden y Kung Lao aparecieron mirándolos de forma hostil, Kung Lao se inclinó y Raiden dijo:
–Ahora Lord Liu Kang, puede verte.
–Ya era hora –dijo Bi Han.
Todo atisbo de la pequeña discusión quedó zanjado, mientras Raiden y Kung Lao los guiaban hacia una subida. Los faroles iluminaron parte del camino junto algunas luciérnagas merodeando por los pequeños jardines y la luz de la luna.
–Lamentamos la tardanza, pero desde lo ocurrido con Adelina, Liu Kang está ocupado –dijo Raiden estando a la delantera.
Todo se congeló para Tomas ¿Qué asunto de Adelina?
–¿Qué le pasó? –cuestionó notando la desesperación en su voz–. ¿Ella está bien?
–¿Ahora se preocupan? –espetó Kung Lao mirándolos de reojo–. Deberían ver su estado.
Los hermanos se lanzaron miradas. Pero Tomas se adelantó a ellos y miró al granjero.
–Ella se fue de Arctika ¿Está herida? ¿Se encuentra bien?
Se mantuvo en silencio como pensando bien qu�� decir y que no, pero Kung Lao se le adelantó.
–La secuestraron y casi la hacen una rata de laboratorio, eso pasó.
Tomas no supo cómo procesar esas sencillas palabras. Adelina fue secuestrada ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por quién o quiénes?
–Las dudas que tengan, lo aclararán con Liu Kang –dijo Raiden.
No quería aclararlo con él, necesitaba hacerlo ahora.
¿Cómo fue que pasó?
El último tramo de escaleras le permitió ver un pequeño complejo. El interior estaba iluminado, en el centro había una mesa con varios mapas enrollados y figurillas de bronce, varias bibliotecas se encontraban repletas de libros y otras con papiros acumulando polvo. Liu Kang solo miraba los diferentes rollos hasta que Raiden y Kung Lao le informaron de la presencia de Tomas y sus hermanos. Ambos se quedaron a un costado.
– Bienvenidos, como ya vieron mi mensaje, la Tierra corre peligro.
–¿Cuál es la amenaza, Lord Liu Kang? –preguntó Kuai Liang.
El dios les contó sobre un hechicero llamado Shang Tsung, las construcciones de sus los ladrones de almas y los disturbios que causaron en el Mundo Exterior. Desplegó uno de los mapas y tomó algunas de las figurillas de bronce ubicándolas en diferentes lugares. Tomas mantuvo los hombros derechos, la espalda recta, sus manos ubicadas en su espalda y su mente no pudo dejar de pensar en Adelina ¿Por qué no le decían que ocurría?
–Gracias a Adelina, pudimos saber dónde se oculta –dijo el dios ubicando una figurilla y miró a Bi Han–. Shang Tsung está aquí, en las ruinas de la fortaleza de Ying. Ya está construyendo sus ladrones de almas. Debes destruirlos y capturar a Shang Tsung antes de que dañen a la Tierra.
–Nos iremos inmediatamente –afirmó Bi Han.
–Iremos contigo –agregó Raiden alejándose de su rincón oscuro.
–Tú no eres de los Lin Kuei –recriminó Bi Han con firmeza–. Solo entorpecerías la tarea.
¿Devuelta iría con esa discusión? ¿Qué le pasaba a su hermano? ¿Por qué está tan a la defensiva con la mitad del mundo?
–Raiden y yo somos más que… –empezó Kung Lao.
–Entrenamos diferente –cortó Kuai Liang–. Dominar nuestras técnicas lleva años.
Kung Lao los miró con desdén, cualquier cosa que quería decir se la guardó para sí mismo. Pero Tomas los necesitaría para saber qué le había ocurrido a Adelina.
–Raiden y tú son de mi máxima confianza, pero los necesitan en otro lado –apaciguó el dios acercándose a ellos–. Vayan a Wu Shi. Los monjes deben prepararlos para la guerra.
Tanto Raiden como Kung Lao asintieron y se mantuvieron a un costado.
–Además, Adelina y Mariano irán con ellos a buscar el artefacto –agregó Liu Kang volviendo a mirar el mapa.
La alegría inundó a Tomas, quería verla y saber si estaba bien. Pudo recordar al amigo de Adelina, Mariano. Le resultó muy característico su largo cabello rubio, la actitud despreocupada y la forma en que le contestó a Bi Han cuando se conocieron meses atrás. Pero le alertó la otra parte de lo dicho por Liu Kang… el artefacto ¿Adelina había encontrado el otro artefacto de Hela? ¿Cuántos artefactos eran?
–No es necesario que esos dos estén en la misión, Lord Liu Kang –soltó Bi Han–. Nosotros podremos con todo.
–Adelina y Mariano ya están viajando para la fortaleza –afirmó el dios y su tono fue suficiente para que ninguno de los tres se atreviera a contradecirlo–. Además, Adelina es la única que puede tocar el artefacto de Hela sin morir en el intento.
–¿Quién es Hela, Lord Liu Kang? –cuestionó Kuai Liang.
–Es una diosa y compañera que no veo hace tiempo –respondió el dios haciendo un ademán para que Raiden y Kung Lao se marcharan.
Los ojos blancuzcos del dios los miró a los tres como si quisiera analizar lo más profundo de su ser. Liu Kang comenzó a relatar parte de la historia que Tomas ya conocía. La revuelta que había azotado el mandato de Hela en el Infierno, llevar a su hijo, Kolbein a la Tierra, cómo había intentado reestablecer el honor de su familia y fracasado estrepitosamente tras su muerte. La hija que había concebido y el linaje que había sobrevivido hasta llegar a Adelina. Esa afirmación, lo dejó atónito ¿Una descendiente de una diosa? No lo podía creer. Era imposible…
–¿Y Adelina? ¿Ella se encuentra bien? –cuestionó Tomas notando una vez más la desesperación.
No le importó sentir las miradas increpadoras de sus hermanos ni la de Liu Kang. No le importó dejar en evidencia sus sentimientos por ella, solo quería saber si se encontraba bien.
–Necesito que me respondan un par de preguntas –dijo el dios cruzándose de brazos y sus ojos blancuzcos parecieron estudiar el interior de Tomas–. ¿Qué pasó para que Adelina no estuviera en Arctika? ¿Por qué no informaron nada?
–Ella decidió irse –respondió Kuai Liang–. Tampoco creímos que era necesario informarlo.
–Debieron hacerlo –espetó el dios mirándolos con fijeza–. Se podría haber evitado la situación de Adelina.
–¿Ella está bien, Lord Liu Kang? ¿Qué le ocurrió? –volvió a preguntar Tomas.
El dios guardó silencio pareciendo buscar la respuesta a su pregunta.
–En su partida de Arctika, fue a buscar el segundo artefacto de Hela en Europa –empezó el dios–. Pero al encontrarlo, Shang Tsung la secuestró e intentó extraer el poder del artefacto, incluso el de Adelina. Estaba herida, pero insistió en ir a la fortaleza.
Tomas quedó petrificado. Pudo haberle evitado ese dolor. Tantas cosas pasaron por su mente. Culpa. Furia. Tristeza. Desesperación. Culpa. Culpa. Culpa. Fue un débil y fracasado ¿Cómo fue tan tonto?
–Ya nos iremos, Lord Liu Kang –informó Bi Han.
–La fortaleza queda al norte de aquí, llegarán justo a tiempo que Adelina y Mariano –dijo el dios.
Los guió hacia la salida del templo, mientras algunos monjes les dieron un par de provisiones para el viaje. La mirada de Liu Kang destiló calidez, le trajo algo de consuelo entre tantas ideas increpadoras y se colocó la máscara sintiendo algo de familiaridad.
–Buena suerte.
Los tres se inclinaron ante él y marcharon por el camino oscuro. Una parte de Tomas ansió poder encontrarse con Adelina y, esta vez, ayudarla en lo que no pudo.
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coolpizzazonkplaid · 2 months ago
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La heredera del Infierno
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Un corazón roto
Hacia horas, Daniela y los demás se encontraron volando rumbo a las islas Córcega y Cerdeña. La avioneta tuvo algunas turbulencias, la muchacha vio a Ashrah y Syzoth tragar con fuerza y mirar a cualquier lado y empatizó con esa sensación recordando las primeras veces que había volado con Mariano. Sus risas al verla vomitar luego de un horrible aterrizaje y las interminables charlas con Adelina con sus experiencias más descabelladas que habían tenido.
–¿Qué le harán a Adelina, Syzoth? –preguntó Daniela–. ¿Qué fue lo que vieron en los laboratorios?
–Shang Tsung experimenta con los infectados por tarkat –respondió el zaterrano–. Hace clones despiadados y letales, los que sobreviven son alimento para los enfermos o los disecciona buscando una cura… Los más fuertes les quita sus almas.
–Casi nos electrocuta y envenena –agregó Mariano–. Esperemos Adelina no le ocurriera.
–Los Fosos de Carne eran una auténtica pesadilla, querida Daniela –dijo Johnny–. Mejor que no lo hayas visto.
–Si pudo llamarnos, significa que puede caminar –dijo Kenshi–. Sino ya la hubieran experimentado o matado.
–Si algo de la daga de esa diosa está atormentando a Adelina, la mantendrían casi intacta –especuló Raiden.
–Nada se sabe con Shang Tsung –susurró Syzoth cabizbajo.
El estruendoso motor fue lo único oíble. La pelirroja mantuvo su escopeta pegada a su pecho, sus dedos estrujaron el metal frío y mantuvo la mirada en sus botas negras. El estómago le revoloteó, el corazón le latió con más intensidad y se quedó mirando el suelo. Luego, sus ojos se posaron en el paisaje nocturno, las ciudades fueron más que puntos luminosos y las nubes taparon algunas.
Durante todo el transcurso hacia Europa, Daniela apenas se atrevió a cerrar los ojos imaginando los horrores que pasaba Adelina y las miles de cosas que pudo haber hecho para evitarlo. Decirle sobre su relación con Shang Tsung a Mariano cuando había llegado a la Tierra o confrontarlo sobre lo que ocurría en el Mundo Exterior. Se maldijo por lo descuidada que había sido y cerró los ojos soltando un suspiro y guardándose las ganas de llorar. Se acomodó un rulo que obstruía su campo de visión y movió su pierna una y otra vez. Necesitaba encontrar a su amiga.
–Ya pasaremos Europa Oriental –dijo Mariano–. Dentro de poco llegaremos a Italia.
–Está bien –susurró la pelirroja asintiendo.
–La vamos a encontrar, Dan-Dan.
Volvió a asentir y se percató por los vidrios que surgía el amanecer. Los primeros rayos del sol tiñeron el cielo rosado y se acomodó en el asiento duro al lado de Mariano.
–Sí, debo cambiar los asientos.
Daniela sonrió y se mantuvo callada.
–Descansa, yo luego te llamo cuando estemos cerca.
–No puedo dormir.
–Te vi peleando contra el sueño. Anda a dormir, yo te llamo.
La cabeza de Daniela cayó contra el asiento y sus ojos se cerraron sin titubear.
–Ya estamos cerca de las islas –soltó Mariano–. En pocos minutos, vamos a aterrizar.
–¿A cuál vamos primero? –cuestionó Kenshi.
–A Córcega –respondió.
La ciudad se hacía más grande al igual que la pista de aterrizaje, las personas se movían aquí y allá alrededor de los otros aviones y se preparaban para despegar. Daniela se sorprendió que Mariano haya aterrizado con normalidad por primera vez y escuchó cómo sus amigos soltaban el aire contenido. El rubio tomó un mapa de entre las profundidades de su mochila, mientras se levantaba y se dirigía con el resto desplegándolo en la pared metálica.
–Bien, tenemos ocho ciudades costeras y nueve playas –informó Mariano–. ¿Por dónde empezamos?
–Conozco un poco las playas y también, las de Cerdeña –dijo Johnny alzando la mano–. Hice una película hace unos años. Algo recuerdo.
–Bueno –dijo Raiden–. Entonces ve con Kenshi y Daniela, creo que puedo llevarlos si Johnny recuerda bien el sitio. Estuve practicando mi teletransportación y puedo usarla para largas distancias.
–Está bien, entonces nos encargamos de las ciudades costeras –afirmó Mariano–. Pero por favor, Ashrah y Syzoth, vístanse apropiadamente.
–¿Qué hay de malo con nuestra ropa? –preguntó la demonio observándose y luego al zaterrano confundida.
–No parecen turistas –dijo Daniela–. Si los hechiceros están aquí o sus secuaces, los van a descubrir. Tengo una muda de ropa que creo que te queda bien.
–Yo tengo allá en la esquina, por si preguntas, Syzoth –soltó el rubio.
Mientras la pareja se cambiaba, el resto del grupo se fue de la avioneta. Daniela se quedó sentada en un ala mirando el paisaje frente a sus ojos y el corazón le bombeó con más intensidad. El calor del sol la azotó, el sonido de las olas y el barullo de la ciudad inundó sus oídos. Aspiró el aire salado y vio a Raiden llevarse a Johnny y Kenshi. Los rayos los rodearon y desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos dejando un leve aroma a quemado.
Los demás fueron hacia la capital de la isla, Afaccio. Estaba atestada de turistas hablando en diferentes idiomas, los vendedores ambulantes ofrecían diferentes productos y los músicos tocaban sus instrumentos mientras la gente los observaba dándoles dinero. Daniela no se despegó de Marino y vislumbró a Syzoth, Ashrah y Kung Lao temiendo que se perdieran entre la muchedumbre. Sus rostros mostraron sorpresa y curiosidad por lo que veían. Los locales atiborrados, la arquitectura sofisticada, las estatuas desgastadas, las plazas con calles empedradas y los autos pasar de un lado al otro.
–Es un sitio hermoso –soltó la demonio hipnotizada–. ¿Hay más ciudades así?
–Todavía no viste Buenos Aires –dijo Mariano sonriente–. Ni Tokyo…
–O Barcelona, Nueva York, Hong Kong –siguió Daniela–. Todas son hermosas y tienen algo que las diferencia.
–Que maravilloso.
Buscaron por toda la capital. En las cercanías de los puertos, las orillas del mar, las alcantarillas y la playa más próxima. No había ningún rastro de los hechiceros ni indicios del laboratorio. Llegaron a la avioneta al atardecer, el cansancio le pesó en los hombros a Daniela, Mariano soltó una maldición pateando la tierra y la pelirroja le puso una mano en el hombro dedicándole una sonrisa pequeña.
–Mañana volveremos a buscar.
–Está bien.
Los truenos sonaron por el alrededor y los rayos comenzaron a caer en el suelo, Daniela vio a Raiden, Johnny y Kenshi aparecer caminando hacia la avioneta. La muchacha se les acercó, pero el mafioso negó con la cabeza apagándole la esperanza.
–Voy a buscar algo de carne, sino voy a enloquecer quedándome sentado –dijo Mariano poniéndose de pie.
Se perdió entre las calles poco iluminadas y los demás empezaron a preparar lo necesario para la cena. Cada poco tiempo, la muchacha se acercó a fisgonear las calles mientras mezclaba lo poco que tenía de ensalada y siguió pensando en dónde podían buscar a Adelina. La joven volvió a salir de la avioneta viendo una vez más las calles vacías y miró por varios minutos.
–En un momento ya vendrá, Daniela –dijo el zaterrano y se volteó.
La ropa de Mariano le quedaba bien, aunque le resultó fuera de lugar verlo sin su atuendo del Mundo Exterior. La joven le dedicó una sonrisa débil. No se acostumbraría a verlo con la remera negra de One Piece ni jeans negros y zapatillas blancas. Tampoco ver a Ashrah usar una camisa verde agua, jeans azules y zapatillas negras.
–Lo sé, Syzoth, pero igual estoy preocupada. No quiero perder a otra persona más por culpa de Shang Tsung.
–Te entiendo. Ese sentimiento nunca se va tan rápido.
–Yo… Syzoth –empezó la chica–. Perdón.
–¿Por qué te disculpas?
–Por lo de Shang Tsung y no saber quién era realmente. Sé que queres odiarme, por estar con el hombre que asesinó a tu familia.
El zaterrano sonrió con melancolía.
–No es tu culpa, Daniela –dijo–. Nada de esto lo es ni siquiera lo sabías. El intentó entrar a la Academia Wu Shi usándote, lo mismo que con lo de tu amiga. No es tu culpa. No lo sabías y no dejes que eso te consuma.
–Me siento mal –susurró–. Pensé que era bueno.
–Yo también –dijo Syzoth–. Pero tienes que aceptarlo y debes enfrentarlo. Ya me perdoné a mí mismo y a ti. Debes hacerlo contigo misma.
–No sé si puedo hacerlo, siento que no tengo la fuerza.
–Tienes que encontrarla sino nunca podrás superarlo.
Las palabras la tomaron desprevenida y Daniela no pudo negar la verdad de ellas. Tarde o temprano el problema iba a tocar su puerta y debía prepararse. La joven asintió con cuidado y vio la silueta de Mariano cargando las bolsas. Se acercó a él ayudándolo, el zaterrano la imitó y el rubio agradeció en un susurro mientras caminaban hacia la avioneta.
–Estuve buscando hasta la loma del culo para que uno de esos putos me hablara en inglés. No quieren hablar otro idioma que no sea francés, hijos de puta.
–Ya está, Mariano –dijo la muchacha sonriente–. Lo bueno es que estas en casa.
Prendió las hornallas eléctricas usando el artefacto que Mariano había hecho para cargar los celulares. Colocó una sartén, esparció un poco de aceite y, al calentarse el aceite, dejó la carne. El chisporroteo se escuchó por toda la avioneta, el olor inundó la nariz de Daniela haciendo que su estómago rugiera y mezcló lo poco que tenían de ensalada. El jugo de la carne comenzó a emerger, les dio vuelta y, luego de unos minutos, sacó los primeros bifes dejándolos en los platos de plástico. Continuó enfocándose en los que quedaban y apagó las hornallas.
Todos empezaron a comer en silencio, la carne inundó el paladar de la joven y, al terminar, Mariano la ayudó a lavar los platos. Le resultó extraño no escuchar música ni soltar un comentario ingenioso, eran pocas veces que lo veía en ese estado. Discutieron quiénes empezarían hacer guardia y Daniela y Mariano fueron los primeros en ofrecerse, mientras los demás caían rendidos al sueño. Se sentaron en el ala metálica, la pelirroja vislumbró a su amigo estudiando el mapa de la isla y preguntó:
–¿A cuál ciudad nos toca ir, después?
–Estaba pensando en ir a Bonifacio, tiene acantilados y puede que esté ahí la guarida.
–Esperemos que sí.
Las horas pasaron con lentitud, las gaviotas revolotearon en el cielo soltando chillidos y las olas chocaron contra las rocas una y otra vez. El ambiente se volvió más fresco, Daniela se frotó los brazos descubiertos y empezó a caminar por los alrededores tratando de quitarse el sueño. Bostezó varias veces y la pesadez de sus párpados la fue consumiendo. Intentó mirar su celular buscando con lo que distraerse y dejar de pensar en las torturas de Adelina, mientras vislumbraba a Mariano caminar y luego limpiar sus ametralladoras. A veces, se quedaba mirando un punto fijo y volvía a lustrar las armas con más fuerza.
Una vez que su turno terminó, el dúo llamó a Kung Lao y Raiden para que vigilaran. Daniela se recostó en la pared metálica, se tapó con las mantas y usó su campera como almohada. Cedió ante el sueño sin importarle la incomodidad y se sumergió en la negrura.
–Ya buscamos dos veces en todas las ciudades –dijo Kung Lao mirando el mapa de la isla.
–También, las playas… –agregó Syzoth.
–Hicimos dos inspecciones en cada lugar y no encontramos nada fuera de lo usual –dijo Johnny–. Hay que ir a Cerdeña.
Ya habían pasado cinco días desde que comenzaron a buscar a Adelina. Mariano creyó que enloquecería por los esfuerzos inútiles. Buscaron en cada rincón y recoveco de la isla, no hubo rastro de los hechiceros ni guardias del General Shao. Comenzaba a amanecer, cuando todos equiparon las últimas pertenencias a la avioneta y, al escuchar la puerta metálica cerrarse, Mariano encendió el motor respirando hondo y contuvo el aliento. Estrujó el volante, hizo que la avioneta empezara avanzar, maniobró y surcó los cielo. En cuestión de minutos, la pista se volvió un punto diminuto, las nubes inundaron la visión del rubio y vislumbró las ciudades de Cerdeña.
Aterrizó en la capital de la isla, Cagliari. El calor volvió azotarlo, el sudor corrió por su nuca y la ropa de Mariano se le pegó al cuerpo. Volvieron a dividirse en los mismos grupos de búsqueda y empezaron a caminar por las cercanías de los puertos de la capital. Mariano escuchó la maquinaria de los puertos, los capitanes hablaban en italiano y las órdenes que se vociferaban mientras desembarcaban las mercaderías. Indagaron cada puerto, se metieron en las sucias alcantarillas y no hubo indicios de una guarida o soldados imperiales. Buscaron por muelles, vecindarios cercanos a las playas…nada.
Llegaron al anochecer a la avioneta, Mariano se recostó en el frío suelo, se cubrió el rostro con las manos tratando de no soltar un grito. Escuchó un par de pisadas, se quitó las manos del rostro viendo los ojos cafés de Daniela, le transmitieron algo de calma entre las incertidumbres y la joven le tendió la mano. Se levantó soltando una exhalación, se metió en la avioneta, observó el mapa de la isla y, con una lapicera, Mariano tachó la capital. Se enfocó en las otras ciudades costeras a las que ir, mientras escuchaba a Daniela preparar la cena.
Los truenos hicieron temblar las pertenencias, Mariano se levantó y abrió la puerta de metal viendo los rayos caer en el suelo. En un parpadeo, aparecieron Raiden, Kenshi y Johnny sin buenas noticias y el rubio maldijo en un susurro. Vislumbró a su amiga entrar a la avioneta a continuar con la cena, la imitó y preparó los platos y cubiertos de plástico. Apenas saboreó la comida, no soltó una sola palabra y, cuando terminó, la ayudó a lavar los platos. Se ofreció con Raiden a hacer guardia y le prometió a Daniela que haría el siguiente turno. Aceptó cabizbaja, se acomodó con las pocas mantas y su campera y Mariano la vio dormir.
Se quedó sentado en el ala de la avioneta observando la ciudad iluminada, mientras Raiden caminaba por los alrededores. El rubio pudo ver algunos autos atascados en las autopistas, los aviones saliendo del aeropuerto, varios departamentos con las luces y las avenidas poco concurridas. Limpió el rifle del Viejo Mario, mientras escuchaba las olas de mar y una pregunta de Raiden lo trajo a la realidad.
–¿Cómo?
–¿Cómo se conocieron? –volvió a preguntar el granjero–. Me refiero a ti y a Daniela y Adelina, si quieres hablar. Estás más callado de lo usual y me preocupa.
El rubio solo pudo sonreír.
–El Viejo Mario las salvó de un degenerado, cuando yo tenía diez años… Desde ahí, se volvieron mis amigas y hermanas. Pasamos por mucho, le prometí al Viejo Mario que las cuidaría… Y ahora, me siento un reverendo pelotudo…
–Entiendo eso –coincidió el granjero–. Si alguien llegara a lastimar a mi hermana, creo que también reaccionaría así.
El rubio alzó la cabeza.
–¿Tenés una hermana?
–Sí, está con la señora Bo –respondió Raiden con su innata tranquilidad–. Seguramente siga trabajando en la granja.
–¿Tenés una hermana y nunca nos lo dijiste? ¿Cómo no se te ocurrió comentarlo en los meses que llevamos juntos?
–Porque no vi la necesidad de hacerlo –respondió Raiden cruzándose de brazos.
–Sí, pero podrías decirlo o contar una anécdota de la infancia dónde aparece.
–No voy a hacer eso.
–Te lo perdes. Da risa.
Raiden negó con la cabeza sonriente, ambos continuaron vigilando y Mariano se puso a limpiar las ametralladoras. Al terminar, se le levantó el cabello rubio con el leve viento, se lo ató en una cola de caballo mal hecha y aspiró hondo el aire salado mientras estiraba las piernas adormecidas. Las horas pasaron de forma tortuosa, tuvo pequeñas charlas con Raiden hasta que su turno terminaba y llamó a Daniela y Kenshi. Mariano se recostó en el frío suelo metálico, le trajo algo de incomodidad e intentó dormir, aunque sea un par de horas.
Habían pasado otros cinco días sin encontrar a Adelina. Buscaron en las ciudades Olbia, Alghero, Oristano y otras más que Mariano no recordaba. Al terminar con la última ciudad, el rubio pateó un montón de tierra, la mano de Daniela tocó su hombro y la furia se fue. Le tanteó la extremidad, volteó la cabeza y le dedicó una leve sonrisa mientras la estrujaba entre sus brazos. Tenía que ser fuerte.
La muchacha entró en la avioneta y la escuchó preparar la cena. Mariano decidió quedarse un rato más afuera observando el mapa, borró otra ciudad y estudió las restantes. Las playas y ciudades costeras mayoritariamente fueron tachadas. Quedaban Costa Verde, Costa Esmeralda, Orosei, Budoni. El muchacho se frotó los ojos, el aroma de la comida invadió su nariz y le trajo una leve sensación de alivio, pero se desvaneció al pensar en dónde podía encontrarse Adelina. Las ciudades, autopistas, bosques y plazas dejaron de tener sentido. Solo observó el mapa.
–¿Qué nos queda en Cerdeña? –preguntó Kenshi.
–Un par de ciudades más, las costas Verde y Esmeralda –respondió mirando el mapa.
–Ya buscamos en todas las playas y no encontramos nada –dijo Raiden.
–Iremos a Costa Verde –afirmó Mariano–. Luego, veremos las últimas ciudades.
Escucharon la llamada de Daniela avisando que la comida estaba lista. Mariano y los demás entraron a la avioneta, comió en silencio apenas saboreando la comida y al terminar, ayudó a su amiga a secar los platos de plásticos, mientras observaba a Kenshi y Johnny prepararse para la vigilancia. Daniela se acostó cerca de Mariano tapándose con las mantas, él acomodó la campera que usaba como almohada e intentó dormir.
Cuando el sol empezaba a salir, Mariano encendió su avioneta mientras el resto del grupo revisaba si tenían todo listo para irse y despegó viendo algunas nubes en el cielo. A los pocos minutos, el rubio pudo vislumbrar la ciudad Oristana y las playas de Costa Verde, logró aterrizar y todos salieron de la avioneta. Decidieron dividirse en las playas de la costa y pusieron un punto de reunión. Los turistas se apelotonaron en las calles empedradas, los músicos tocaron sus instrumentos y los vendedores ofrecieron sus productos y comidas callejeras, mientras Mariano y Daniela buscaban cerca del mar.
El calor lo agobió, el cabello largo y rubio se le pegó al rostro y se quitó el sudor de la frente. Continuó caminando entre las arenas sintiendo cómo se le metían en el calzado, volteó la cabeza viendo apenas a la pelirroja tratar de alcanzar su ritmo soltando respiraciones pesadas y el rubio le tendió una botella de agua. La chica lo tomó como si su vida dependiera de ello y Mariano siguió buscando algo fuera de lo usual. No había nada que despertara las alarmas, su cerebro se había vuelto puré por el insoportable calor y el rubio sentía que cada movimiento le transpiraba más el cuerpo.
El atardecer había llegado, no encontraron nada en la playa ni los acantilados del alrededor. Se quedaron en la cima de una pequeña colina, Mariano se sentó en una pequeña roca soltando un quejido, sus pies estallaron aliviados y miró el extenso mar. Una vez más, todo un día desperdiciado y con la certeza de que Adelina sufría una horrible tortura de Shang Tsung y Quan Chi. Se guardó las ganas de tirar cada cosa que veía y las maldiciones que pasaron por la cabeza.
–No hay nada –susurró–. Otro día más sin encontrar nada, una mierda.
–Pásame tus binoculares –ordenó Daniela.
–¿Por qué?
–Mira ahí –señaló la pelirroja extendiendo con el índice–. Creo que vi algo.
Mariano miró hacia donde apuntaba su amiga, un acantilado que no se había percatado. Sacó de su mochila los binoculares y los puso en sus ojos. En efecto, había un pequeño muelle hecho de madera donde caminaba un soldado del Mundo Exterior y se metía dentro del acantilado. La sonrisa de Mariano apareció en su rostro y le pasó los binoculares a Daniela. Los días sin dormir, de buscar en ciudad en ciudad y no tener ninguna pista...
–La encontramos.
La chica se quitó las lágrimas con una sonrisa gigante y les avisó a sus amigos por la radio, mientras corrían hacia el punto de reunión. Al llegar, Mariano caminó en círculos con la adrenalina fluyéndole por las venas, pensó que el tiempo se volvía más lento de lo que creía y se masticó las uñas. Tenían que atacar cuanto antes el laboratorio y rescatar a Adelina. A las pocas horas, llegaron Kung Lao y Ashrah.
–¿Es verdad? –preguntó Kung Lao entre exhalaciones–. ¿Encontraron la guarida?
–Sí, está a unos kilómetros de aquí dentro de una colina –respondió Daniela sonriente.
–Había un guardia del Mundo Exterior –agregó Mariano.
–¿Pudieron ver algo más? –preguntó Ashrah.
Ambos negaron con la cabeza. Mariano vio a Raiden, Kenshi, Syzoth y Johnny venir soltando jadeos y tratando de recobrar el aire. Su mente empezó a maquinar cualquier forma de entrar, pero nada le surgía y caminó otra vez mordiéndose las uñas sintiendo la arena meterse en su calzado. El muchacho vislumbró a Daniela mover la pierna izquierda rítmicamente, escuchó las olas de mar y las gaviotas revoletearon en las cercanías soltando chillidos.
–Tenemos que volver a la avioneta y armar un plan –dijo Kenshi.
–Estamos muy cerca, hay que atacar ahora –argumentó Mariano–. No vamos a dejar a Adelina a su suerte.
–Tienes razón, pero si entramos de cabeza nos van a masacrar y no vamos a poder ayudarla.
Mariano se quitó el cabello rubio de sus ojos.
–¿Entonces qué hacemos?
–Necesitamos trazar un plan –dijo Raiden cruzándose de brazos–. Así, podemos saber si Adelina se encuentra ahí y sacarla antes de que los brujos se enteren.
–Hay que tener la cabeza fría en este asunto, Mariano –dijo Johnny.
–Es la primera vez, que te escucho decir algo coherente –soltó Daniela–. Es raro.
–Creí que Mariano estuviera más serio de lo normal, lo era –argumentó.
–Él tiene sus momentos maduros y cuando esta así, es por buenas razones. Lo tuyo es como si algo estuviera fuera de lugar.
Sonrió con ligereza por las palabras de su amiga. Por mucho que le doliera, Raiden y Johnny tenían la razón. No podían lanzarse a algo tan suicida sin saber lo que se enfrentar en ese momento. El grupo regresó a toda velocidad a la avioneta, Mariano cerró la puerta metálica y se sentó con el resto en un silencio opresivo.
–Syzoth puede infiltrarse y ver si hay un mapa del interior –dijo Daniela–. Tal vez, ver a qué nos enfrentamos.
–Podríamos entrar usando la vestimenta de soldados –agregó Kung Lao–. Sacaríamos más rápido a Adelina.
–No creo que podamos –negó Ashrah–. Si su amiga pudo avisarnos, eso despertará la paranoia de los hechiceros. Inspeccionarán a cada soldado constantemente, si nos descubren nos matarán.
Por varios minutos, quedaron en silencio. El cerebro de Mariano no le dio otra idea a la que aferrarse, lo único que pensaba era en entrar y sacar a Adelina lo más pronto posible de las garras de Shang Tsung y Quan Chi.
–Primero déjenme infiltrarme –dijo Syzoth enderezándose–. Luego, veamos qué podemos hacer con lo que tenemos en mano.
Todos asintieron y prepararon la cena que había sobrado la noche anterior. Mariano apenas consiguió saborear la comida, no podía dejar de pensar en Adelina y cómo salvarla. El apetito se le esfumó dejando a medias su plato y la frustración creció. Avisó que sería el primero en montar guardia, mientras guardaba lo que quedaba del bife y escuchó la voz de Ashrah diciendo que lo acompañaría. Una vez que Mariano terminó de ayudar a Daniela, salió de la avioneta con la demonio y se sentó en el ala. Miró la ciudad infestada de edificios iluminados, las estrellas titilaron en el cielo oscuro y el aire fresco invadió el ambiente.
Las horas pasaron entre los ruidos de las olas de mar, el estruendo de las autopistas y el chillido de las aves. El rubio caminó por los alrededores intentado sacarse el sueño y conteniendo las ganas de sentarse por el horrible dolor de pies. Pero, otra parte de él, no quería dormir en el frío suelo metálico. Por más que apreciara su avioneta como una extensión de su cuerpo, su amor tenía un límite. Cuando fue la hora del cambio, llamó a Raiden y Daniela y se recostó en la pared envolviéndose con su campera. Al cerrar los ojos, el sueño lo tomó por completo.
–Ese es el lugar, ¿vas a poder infiltrarte, Syzoth? –preguntó Mariano dándole los binoculares.
–Si logré dar una distracción en Sun Do, voy a poder con esto –respondió sonriente.
–No lo olvides, busca un mapa de la estructura y escucha todo lo que dicen los guardias –dijo Raiden.
El zaterrano asintió, miró por unos segundos a Ashrah y se arrastró por la hierba verde volviéndose invisible. Mariano y los demás se quedaron en sus lugares, observó con sus binoculares el muelle perdiéndose en el reiterado movimiento de las olas y las pocas idas y venidas de los soldados y algunos mercenarios de la Tierra. Tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no entrar de cabeza al muelle y disparar a lo que encontrara. Afiló los cuchillos que tenía, revisó si las armas estaban cargadas y miró fijo el acantilado.
–Me aburro –soltó Johnny, después de un par de horas–. ¿Cuánto tiempo va a tardar Syzoth en buscar un maldito mapa?
–Ya voy a tener un brote psicótico de tanto ver olas de mar –agregó Mariano.
–Va a tardar lo que tenga tardar –dijo Ashrah–. Sé que estará haciendo un buen trabajo.
El rubio vislumbró la sonrisa de la demonio, ella y el zaterrano debieron unirse más con el pasar de los días en la academia y le alegró para sus adentros. Deseó que en algún momento pudiera compartir su vida con una buena mujer.
–Tengo noticias –dijo Syzoth apareciendo detrás a ellos.
Mariano dio un brinco conteniendo un grito y una maldición. Daniela le dio un espacio y el zaterrano se sentó.
–¿Encontraste algo? –preguntó Kung Lao.
–Estuve escuchando a los guardias del General Shao –empezó Syzoth–. Dicen que hubo un alboroto en los laboratorios, gritos y retuvieron a su amiga en una celda. La tienen muy vigilada, por lo que entiendo.
–¿Y el mapa? –preguntó Daniela.
Syzoth negó con la cabeza.
–¿Qué pasó en los laboratorios? –preguntó Kenshi.
–No pude escuchar mucho –respondió Syzoth–. Dicen que fue por culpa de los artefactos de la diosa y su espíritu…
–¿Cómo que el espíritu de Hela? –cuestinó Kung Lao.
–¿Encontraste algo que pueda ayudarnos a entrar? –increpó Daniela
–No sé si puede servir, pero vi interruptores de luz –dijo Syzoth–. Eran las mismas que usaba en los laboratorios del Mundo Exterior. Podríamos hacer un corte de electricidad e infiltrarnos.
–Pero si saben que Adelina nos llamó, eso alertaría a Shang Tsung y Quan Chi –argumentó Kenshi–. Un corte intencional es arriesgado.
Todos guardaron silencio.
–¿Y si lo hacemos por accidente el corte de luz? –preguntó Mariano.
–¿Cómo? No te entiendo –soltó Daniela–. Habla mejor.
–¿Si hacemos que Raiden corte el sistema? –cuestionó Mariano–. Van a creer que es por cuestiones climáticas. Tenemos que buscar la antena y antes de que el rayo salte, Raiden lo canaliza y logra cortar las luces.
–Es un buen plan –dijo Kung Lao–. Pero necesitamos una ubicación exacta de Adelina.
–No pude encontrar la celda –dijo el zaterrano–. Debe haber celdas subterráneas.
–Estoy viendo y parece que habrá una tormenta eléctrica mañana –informó la pelirroja mostrando la pantalla del celular–. La rescataremos mañana. Va a estar mañana con nosotros, Mariano…
Daniela la abrazó contagiándole el entusiasmo y la esperanza. Liberarían a Adelina y parte de la pesadilla terminaría. Se alejaron del lugar con lentitud, Mariano vislumbró el muelle desvanecerse entre el mar y las playas de Costa Verde.
El pronóstico había acertado, el día estuvo nublado y envuelto de oscuridad. Mariano creyó que serían las seis de la tarde, pero en realidad eran las once de la mañana. El grupo se mantuvo en las cercanías de la guarida turnándose en la vigilancia y el rubio se frustró por la rutinaria actividad de los guardias del Mundo Exterior. Movió la pierna repetidas veces, caminó en círculos por algunas horas y miró las playas vacías. Para su alivio, a la tarde, las gotas comenzaron a caer volviéndose un torrente, los truenos y relámpagos se escucharon en la lejanía y, en un instante, estuvieron sobre las cabezas del grupo.
Las ropas de Mariano quedaron empapadas en pocos segundos y el cabello se le pegó al rostro. Se levantó quitándole el seguro a las ametralladoras, mantuvo en su espalda el rifle del Viejo Mario rezando que la fuerza del veterano lo acompañase y observó el cielo gris. Los rayos comenzaron aparecer esparciéndose un lado al otro cada pocos minutos y los truenos hicieron temblar la tierra al igual que el pecho de Mariano. Todos se dirigieron hacia el acantilado, el barro les manchó los calzados y Raiden se aproximó al borde.
–¿Podrás canalizarlo, Raiden? –preguntó Kung Lao.
–Lo lograré.
Alzó el medallón que le había regalado a Liu Kang, soltó pequeños chisporroteos y los rayos estuvieron sobre sus cabezas. Los soldados proliferaron exclamaciones, un rayo cayó sobre las antenas y el olor a quemado no tardó en inundar el aire. El humo salió del interior de la cueva y los guardias comenzaron a dar órdenes. Mariano estrujó sus armas, se mentalizó y aspiró todo el aire que sus pulmones le permitían.
Saltaron hacia el muelle, la madera emitió un crujido y Mariano desenvainó un cuchillo cortando de un tajo el cuello de uno de los guardias. Antes de que otro pudiera soltar la alarma, Kung Lao lanzó su sombrero y la cuchilla le cortó la cabeza cayendo en un ruido sordo. Mariano y los demás continuaron avanzando entre el humo, mientras Ashrah y Kenshi desenvainaban sus espadas. Las luces titilaron, la kris de la demonio emitió la luz suficiente para poder guiarlos por los laberínticos pasillos y Mariano vislumbró las tantas puertas de maderas. Algunas cerradas con llave o con candados oxidados; otras levemente abiertas mostrando repisas llenas de papeles viejos, camillas para pacientes destrozadas y repletas de sangre y armas de todo tipo.
Varios guardias pasaron frente a ellos, el grupo se ocultó en un montón de cajas de madera y Mariano agudizó el oído escuchando el mínimo ruido y cada palabra que soltaban. Daniela volteó la cabeza y susurró:
–Siguen ahí.
Syzoth se volvió invisible, mientras Ashrah se ponía de pie. Uno de los guardias acabó sin la parte superior del cuerpo apareciendo la verdadera forma del zaterrano y la demonio se lanzó hacia otros tres guardias dejándolos degollado. Avanzaron hasta llegar a una bifurcación donde el humo salía de ambos caminos.
–Bueno, toca dividirse –dijo Mariano encendiendo una linterna.
–Si encuentran a los hechiceros e incluso a Adelina, avisen por la radio –dijo Daniela y le dio el objeto a Johnny–. Nos vemos acá, si las cosas se complican.
–Buena suerte –dijo Kung Lao y se fue junto a Raiden, Johnny y Syzoth perdiéndose en la negrura.
Mariano, Daniela, Ashrah y Kenshi se encaminaron por el lado derecho. La espada de la demonio y la linterna de Mariano proporcionaron una mejor visión del gigantesco pasillo. La sangre manchaba las paredes, las antorchas estaban apagadas, las puertas de madera mostraban cadenas oxidadas y rasguños en las paredes y el aire destilaba un olor a moho y putrefacción. La humedad le dio calor a Mariano, estrujó una de sus ametralladoras escuchando el lejano eco de las voces en el extenso pasillo y la radio emitió distorsión.
–Dani… chicos –la voz de Johnny se escuchó entre el silencio, pero las voces siguieron su conversación–. Aquí están las celdas subterráneas, pero no se encuentra Adelina. Seguramente, esté en el camino que eligieron. En unos minutos estaremos allá.
–Está bien, Johhny –dijo la pelirroja mirando a Mariano.
Sus ojos cafés destilaron un brillo que supo que significaban… Esperanza. Estaban cerca. No podían ni iban a retroceder ahora.
Solo había negrura. Adelina tuvo que hacer un esfuerzo titánico para abrir los ojos, sus brazos agonizaron y vislumbró que estaban extendidos y sus manos cubiertas de metal. Apenas recordó lo que había pasado. El poder que la había absorbido y el desastre que causó. Sintió la ira de Hela… su pérdida y dolor. Sus piernas no respondieron, cada movimiento le trajo agonía y solo observó la puerta que se ennegrecía más y más. Intentó hablar, pero soltó un quejido lastimero. Escuchó un chirrido, voces desconocidas hablaron y no entendió nada de lo que decían. Manos la tocaron y la arrastraron por el duro y frio suelo. Todo le dio vueltas y las náuseas se posaron en su garganta.
–¿Pudiste dar con la ubicación del último artefacto de Hela? –cuestionó uno de los hechiceros.
–Sí, está justo en la Fortaleza de Ying –respondió Mateo entre risas–. Estuvo en nuestras narices todo este tiempo… Ya estamos cerca…
–Entonces, en cuanto terminemos… iré a buscarlo con Quan Chi…
–¿Qué piensas del estado del estúpido de Dimitri? –cuestionó Mateo estrujando con fuerza las muñecas de Adelina–. ¿Crees que sirva si transfiero mi sangre a él?
–Tiene un estado preocupante, pero logrará reponerse en la…
Adelina volvió a sumergirse en la negrura.
El grupo continuó avanzando con el máximo de silencio posible, mientras las voces se volvían más fuertes. Mariano reconoció una… la soberbia de Shang Tsung y la de un hombre desconocido. Se ocultaron en un montón de cajas y Mariano agudizó su audición escuchando la conversación de los hombres. Vio a su amiga mirar fijamente la pared, perdida en sus pensamientos y el rubio deseó meterse en su mente y ver qué le ocurría.
–¿Crees que funcione, Shang Tsung?
–Hay que ver si el espíritu de Hela posee un rastro de poder para localizar el cuerpo –respondió el extraño y sus pisadas se escucharon cerca de las cajas donde se mantenían ocultos–. Si no, tendremos que buscar al líder de la revuelta y quién sabe dónde está.
Mariano contuvo la respiración y se encogió más en su sitio rezando que no los vieran.
–Deberías infiltrarte en la Academia Wu Shi –propuso el desconocido–. Si estás teniendo una aventura con la amiga de Adelina, convéncela de que te deje entrar y usa tu poder para pasar desapercibido.
–Es arriesgado hacer eso y más en territorio de Liu Kang –argumentó el hechicero–. El mínimo error puede costarme la vida y por lo que entendí de Daniela, no hay nada en sus bibliotecas que capture mi interés o información de Hela.
–¿Por qué te acuerdas de su nombre? Me resulta extraño –inquirió el hombre–. ¿Es interesante esa chica o las vas a usar en uno de tus experimentos? ¿Le preguntaste si sabe algo de las bibliotecas de la academia?
–No te atrevas a insinuar que tengo un mínimo interés por una habitante de la Tierra –gruñó el hechicero–. Simplemente la utilizo para sacar un beneficio, es solo un peón. No hay nada en sus bibliotecas que llame mi interés o información de Hela ¿Entendido?
–Quan Chi tenía razón en que estabas bastante a la defensiva con respecto a ella –soltó el desconocido riendo.
–Quan Chi no entiende que es mejor tener a un ingenuo dentro de la academia y funciona como un informante sin darse cuenta. Solo por eso, me acuerdo el nombre.
Mariano pudo escuchar un leve moqueo.
El corazón de Daniela se encogió al escuchar la voz de Shang Tsung, pero no era la amable que recordaba. Destilaba soberbia y arrogancia. Mantuvo su escopeta en su pecho estrujándola entre sus dedos, las palabras escarbaron en su interior y una molestia recorrió en su pecho. Todo atisbo de esperanza que tenía sobre él, se esfumó en ese instante. Quiso creer que había algo bueno en Shang Tsung, que fue utilizado o amenazado… Esas palabras apagaron toda duda. Antes de que intentara levantarse, Mariano y Kenshi la tomaron por los hombros y la obligaron a quedarse en su lugar.
Los ojos celestes de Mariano le dijeron todo. No podía moverse. Cualquier movimiento y todos estarían muertos. Notó la ira en sus ojos como el surgimiento de un tsunami, Daniela apretó los dientes, estrujó aun más la escopeta y se mantuvo en su lugar escuchando las palabras de Shang Tsung y el otro hombre, mientras se limpiaba las lágrimas.
–Ahora, enfoquémonos en encontrar a Hela –dijo el hechicero–. Acérquenla y manténgala bien encadenada, no quiero que vuelva a caer poseída.
Lo que los guardias habían dicho era cierto. El corazón se le salió al oír quejidos. Los de Adelina. Sus llantos lastimeros fueron débiles, Daniela volvió a mirar a Mariano y sus ojos celestes estallaron en ira.
–Apresúrate, quiero buscar el tercer artefacto de Hela –soltó el extraño–. Además de ver el estado del estúpido de Dimitri.
Daniela miró por encima del hombro. Shang Tsung y el otro hombre estaban de espalda al grupo y miraban a una Adelina que flotaba. La joven casi suelta un grito, pero se cubrió la boca. Miró a Mariano y supo lo que harían. Los cuatro se pusieron en cuclillas y se dividieron los enemigos. Mariano y Daniela se encargarían de neutralizar al desconocido, mientras Kenshi y Ashrah a Shang Tsung.
Se lanzaron hacia el extraño disparando, pero ya no estaba… Un agujero negro apareció frente a Mariano y salió el hombre. El rubio bloqueó el ataque usando una de las ametralladoras, mientras Daniela apuntaba con su escopeta y escuchaba los choques de espadas de Kenshi y Ashrah. El extraño se lanzó hacia Daniela, pero Mariano volvió a bloquear el ataque y le propició una patada. La pelirroja disparó, el extrañó esquivó todas las balas y se recompuso mirando con desprecio a ambos.
–Ayuda a Adelina –dijo el rubio.
La chica asintió y corrió hacia el cuerpo flotante de su amiga. La acercó como pudo, se le encogió el pecho al ver con detenimiento las heridas y contuvo un llanto. Las quemaduras sin sanar, los moretones morados y negros desperdigados por el lado derecho de su cuerpo y las uñas rotas y rojas. Al alejarla de todo el alboroto, los ojos cafés de Daniela se posaron en la mirada de Shang Tsung y... todo se detuvo. Esos ojos chocolate que tanto había adorado no mostraron un ápice emoción y el hechizo que mantenía a Adelina flotando se esfumó. Cayó como una muñeca y Daniela la sostuvo antes de tocar el sueño.
–Adelina, vamos soy yo –susurró la pelirroja quitándole el cabello negro del rostro–. Soy Daniela, Dan-Dan…
Su amiga no reaccionó. Sacó los primeros auxilios y empezó a tratar las heridas. Vendó los cortes y quemaduras, le limpió la sangre seca y la desesperación la inundó.
–¡Dale, Adelina! Despertate.
El grito de Mariano la trajo devuelta, la vio estrellado contra la pared y cayó al suelo como una bolsa de papas. El extraño giró mirando a Daniela destilando furia en sus ojos avellana, caminó hacia ella arrastrando su espada y disparó, pero ninguna bala lo había atravesado. La chica se lanzó hacia él tratando de asestarle un puñetazo, el extraño bloqueó el ataque y le dio un golpe haciéndola retroceder. Daniela se reincorporó esquivando el pie del hombre, lo tomó y apuñaló el muslo con una navaja. Preparó su escopeta y el extraño abalanzó con la espada en mano. La pelirroja bloqueó la estocada, las armas chocaron y ambos se miraron. Daniela mostró los dientes y gruñó.
–Este asunto no te incumbe –dijo el extraño.
–Lo es si te metes con mi amiga, forro.
Daniela le propició un cabezazo seguido de un golpe con la culata de la escopeta. Se alejó lo más rápido que pudo, el extraño se tocó la nariz inundada de sangre y corrió desapareciendo en un agujero negro. Surgió nuevamente dándole una pata directo al pecho, gritó sintiendo el aire esfumarse de sus pulmones y cayó lejos de Adelina. Se puso de pie tambaleante, la boca le supo a sangre y las costillas le dolieron. El hombre se preparó para embestir… pero no llegó. La espada de Ashrah lo bloqueó y se posicionó a la defensiva.
–Mi kriss ve oscuridad en tu alma… Eres algo fuera de lo común.
–Mis actos están justificados.
La demonio arremetió y el extrañó esquivó el ataque. Los intercambios de espadas continuaron, Daniela se dirigió hacia Mariano y lo zarandeó varias veces. El rubio se reincorporó, tomó el rifle del Viejo Mario y volvió a combatir. Mientras que Daniela corría hacia su amiga, la llevó a rastras a una esquina de la pared y la zarandeó una y otra vez, pero no respondía. La desesperación la inundó.
La muchacha volvió a enfocarse en curar las heridas de Adelina. Pasó alcohol por las quemaduras y cortes y, antes de que pudiera continuar, salió disparada con una llamarada hacia un costado. Vislumbró a Shang Tsung emanar a fuego de sus manos y sus ojos no mostraron un ápice de remordimiento.
–Retrocede, Daniela.
–¡Morite! –gruñó la joven levantándose a trompicones.
Tomó su escopeta y disparó, pero el fuego de Shang Tsung derritió las balas. La chica se abalanzó y escuchó gritos… Soldados aparecieron, empezaron a rodearlos y, cuando iban a atacarlos, el sombrero de Kung Lao rebanó un par de cabezas. El otro grupo había venido justo a tiempo. Raiden le propició una patada de rayos a otro soldado saliendo expulsados a la pared, Syzoth devoró hasta la mitad del cuerpo de un guardia y Johnny le dio un puñetazo a otro.
Todos pelearon contra la amenaza más cercana. Daniela procuró mantenerse cerca de Adelina y alejar a cualquiera que se le acercara. Disparó y apuñaló a cada enemigo que veía y Shang Tsung se enfrentó a ella entre todos los gritos de batalla.
–No te acerques –dijo la muchacha.
–Esto no te incumbe, Daniela.
–¡Claro que sí, hijo de puta! ¡Es a mi amiga a quien secuestraste!
Antes de poder abalanzarse contra él, Mariano se interpuso intentando atacar al hechicero. Hizo un combo de ataques unido a Johnny y lograron hacerlo retroceder. Contratacó con una llamarada, Syzoth intervino bloqueando el ataque con una bola de ácido y el extraño apareció en un agujero negro lanzándose hacia él, pero Kenshi y Ashrah lo contuvieron.
La batalla continuó, Daniela dejó de contar a los enemigos que eliminaba y no se atrevió a moverse de donde estaba Adelina. Uno a uno los soldados cayeron dejando solamente a Shang Tsung, el extraño y un soldado que sostenía entre guantes una daga y una bolsita de cuero… Los artefactos de Hela. Un portal de fuego surgió, Shang Tsung y el extraño se metieron.
–¡Párenlo! –gritó Daniela–. ¡Tiene los artefactos!
Mariano disparó con sus ametralladoras, una de las balas le dio en la espalda del soldado y siguió corriendo. Ashrah lanzó su espada, pero lo esquivó y Raiden soltó un rayo haciendo que el hombre cayera. El portal se cerró dejando el lugar en silencio. Mariano se acercó a él con Daniela detrás suyo, tomó los artefactos con vendajes y los guardó en su mochila. La joven se dio la vuelta y se enfocó en su amiga. Su cuerpo tirado, el cabello negro cubriendo su rostro y las heridas a medio tratar.
–Dale, Ade… Despertate, soy yo, Dani.
–Vamos, Adelina –susurró Mariano acercándose y empezó a curar las heridas de la chica–. Vinimos a buscarte… No te vas al otro barrio tan fácilmente.
Le dio leves golpes en las mejillas pecosas. No reaccionó. Daniela soltó un chillido, mientras Ashrah le cortaba las esposas. Ayudó a Mariano a tratar a Adelina, las lágrimas nublaron su desesperación y su desesperación aumentó.
–Soy Dan-Dan, Ade –susurró la pelirroja–. Escapamos del orfanato juntas, sos fuerte. No te podes rendir.
Volvió a zarandearla y lloró… Una tos leve y los ojos de su amiga se abrieron levemente.
–¿Dani…? ¿Mariano…?
–Sí, Ade estamos acá –dijo el muchacho entre risas–. Te encontramos… Te encontramos…
Vislumbró un par de lágrimas salir de los ojos de su amiga y ambos la tomaron por los hombros, mientras Kenshi y Ashrah iban delante. El corazón de Daniela brincó de alegría al escuchar a su amiga.
–La Fortaleza de Ying… –susurró Adelina y tosió–. Shang Tsung... va a estar en la Fortaleza de Ying…
–Ya, Ade. Vas a estar bien –dijo Mariano–. Te vamos a curar.
–Tengo… que ir… el tercer artefacto… –dijo entre exhalaciones–. Los artefactos de Hela… hay que llevarlos…
–Los tenemos –afirmó Daniela–. Descansa, te vas a poner bien…
Adelina volvió a caer inconsciente. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que volvía a respirar. Mantuvo con fuerza el brazo de Daniela, mientras caminaba entre los pasillos. Al escuchar el aguacero y los truenos, apresuró el paso junto a Mariano y pudo ver el exterior de la cueva.
Salieron del lugar, Raiden se puso a la delantera y extendió sus manos transportándolos hacia la avioneta. Mientras Daniela y Mariano la sostenían, el resto del grupo preparó una cama improvisada. La colocaron con cuidado y la pelirroja junto a los demás intentaron tratarla con lo poco que tenían. Adelina volvió a cobrar la conciencia y le sostuvo la mano…
–¿Dani…? ¿Mariano…?
–Nos vamos a la Academia Wu Shi, Ade –dijo el rubio secándose las manos–. Ya estas a salvo…
–Estamos acá, te vinimos a buscar –susurró Daniela–. Te vas a poner bien… Es mi culpa…
El rostro magullado de Adelina mostró una sonrisa pequeña, las lágrimas cayeron por su rostro y le apretó suavemente la mano. Miró a Mariano que observada por el hombro mientras preparaba todo para despegar. Estaba con ellos y eso, le alegraba. Todos los días anteriores de incertidumbre terminaron. Pero una parte de su mente, diminuta, le dolía lo que había visto de Shang Tsung… La enojaba y ella misma se encargaría de eliminarlo por haber lastimado a su amiga… su familia.
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coolpizzazonkplaid · 3 months ago
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La heredera del Infierno
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Bendita y poseída
Avisos: La canción que canta Daniela es Ultraviolence de Lana del Rey.
–¡Dale, Raiden! –gritó Mariano desde su habitación–. Hace devuelta la descarga.
–¡Está bien!
El chisporroteo de electricidad atronó desde el techo y la radio emitió cortocircuito. El olor a cable quemado invadió las fosas nasales del rubio, tosió mientras volvía a ordenarlos de manera diferente soltando maldiciones entre susurros y colocó una vez más el selector de canal. El muchacho se quitó el sudor de la frente y ajustó las tuercas del selector.
–¿Pudiste, Mariano? –cuestionó Daniela corriéndose un mechón pelirrojo de sus ojos cafés.
El rubio vislumbró la mirada de su amiga notándola melancólica y decaída. Después de que hablara con Liu Kang sobre Shang Tsung, había decidido hacerlo con sus amigos durante el almuerzo y tanto Kenshi como Ashrah habían sido comprensivos con ella, pero el zaterrano se mantuvo callado a la confesión de Daniela y Mariano se percató la decepción en los ojos marrones de Syzoth. El estado de ánimo de la muchacha había cambiado radicalmente. Comía lo más rápido posible, se ocultaba en su habitación y escuchaba música triste en un volumen moderado.
Mariano continuó manteniendo su humor y se enfocó en terminar la torre de radio. Se recordó el esfuerzo titánico para convencer a Raiden que fuera al techo y diera corriente a la antena, pero no funcionó en el segundo intento ni el actual tercero. El rubio creyó que ese sería su día más frustrante en toda su vida, peor que cuando le habían robado su última mochila.
–A ver, no sé qué estoy poniendo mal, para que esta poronga no ande –exclamó Mariano conteniendo el impulso de revolear la radio por la ventana–. No quiere funcionar. Es una mierda.
–Esa “poronga”, la hiciste vos con la intención de hablar con Adelina –argumentó Daniela–. Fuiste a Argentina a buscar las cosas y a pueblos cercanos, más te vale que funcione. No quiero soportar más tus insultos, me basta y sobra que los aguanté cuando vivíamos juntos.
–Pensé que me ibas a retar por la música –soltó Mariano en una risa pequeña.
–Ya me quejé de eso con vos y Adelina, en la adolescencia y no funcionó –espetó Daniela iluminando mejor con la linterna de su celular–. Nunca logré que le bajaran a su heavy metal y no voy a poder hacerlo ahora.
–Que buena reflexión –replicó Mariano sarcásticamente y Daniela le aventó una almohada del futón.
Volvió a enfocarse en colocar el selector de canal y se levantó hacia la ventana. Mariano alzó la cabeza hacia el techo y pudo vislumbrar el sombrero de paja de Raiden y el de cuchillas de Kung Lao.
–¡Dale de vuelta, Raiden! –gritó.
–¿Otra vez? –cuestionó arrodillándose en la madera del techo–. Es la cuarta vez.
–Si no funciona, lo seguimos mañana –dijo Mariano y se acomodó los mechones rubios–. Volvé a dar electricidad.
Raiden revoleó los ojos, pareció contener una mueca y se levantó. El rubio entró la mitad de su cuerpo a la habitación, la cabeza le dio vueltas y se enfocó en la radio. A lo lejos, se oyó el cortocircuito y la radio emitió distorsión. La alegría y el alivio lo inundaron.
–¡VAMOS CARAJO! –gritó Mariano saltando.
Escuchó la risa de Daniela. Después de tantas noches quedándose hasta la madrugada, de coleccionar todo tipo de cables y metales y de un altibajo de emociones, había tenido éxito. En cuanto terminara la hora de la cena, Mariano comenzaría a buscar la frecuencia de Adelina. Tuvo la esperanza de que contestara rápido y pudieran actualizarse de todo lo que estaba pasando.
Salió de la habitación soltando risas y exclamaciones victoriosas. Escuchó cerrarse la puerta de los aposentos de Daniela y la música empezó a sonar en un volumen bajo. Vislumbró a Kung Lao y Raiden bajar de los techos, mientras Kenshi y Johnny se encontraban entrenando en los jardines del complejo. Mariano no logró ver a Ashrah ni a Syzoth, seguramente debían estar en las cercanías.
–¿Lo lograste? –preguntó el ex mafioso envainando su katana.
–Mariano Baldor siempre lo logra –exclamó el rubio sentándose en los escalones de piedra.
–¿Qué vas hacer ahora? –preguntó Johnny sonriente–. ¿Un centro de comando? ¿Un generador de energía?
–Descansar y no pensar en nada.
Mariano relajó los músculos, se soltó el cabello rubio y no se movió del escalón. Estiró los brazos adoloridos y las piernas adormecidas viendo los últimos atisbos de sol, le dieron un reconfortante calor y observó el bello paisaje frente a sus ojos azules. Los faroles comenzaron a iluminar los diferentes caminos de piedra, monjes iniciaron sus patrullas por las murallas de la academia y otros, se sentaron delante de las grandes estatuas de guerreros recitando sus oraciones. Una brisa fresca hizo silbar a las hojas anaranjadas de los árboles y elevó el cabello rubio de Mariano.
Por varios minutos, observó el lugar y dejó de prestar atención a la conversación con sus amigos hasta que el gong anunció la hora de cenar. Vio a Daniela salir cabizbaja de su habitación, se quedó al lado de él y no le dirigió la palabra, solo le dio una sonrisa triste. El muchacho comprendió su estado de ánimo, pero un lado de él le molestó por los tiempos que corrían.
La guerra con el Mundo Exterior dejó en alerta a Liu Kang. No tenían idea de cuándo iban atacar, pero todos estaban preparados y se rumoreaba pedir ayuda a los Lin Kuei. Mientras, el dios del fuego se había enfocado en averiguar si el hechicero tenía otra guarida o laboratorio. Mariano deseó que el corazón roto de su amiga se recompusiera rápido y se preparara para lo que se avecinaba.
Se sentó esperando con ansías su plato y escuchando los rugidos de su estómago. Su mente lo llevó a las milanesas con papas fritas, los asados, las empanadas y el placer de algo tan sencillo, como un bife con puré de papas y ensalada. La boca se le hizo agua con solo recordarlo, deseó volver a probarlas cuando terminara el conflicto. Vio a los maestros y monjes acomodarse en sus asientos y Liu Kang apareció en la gran mesa.
Uno de los cocineros le entregó el cuenco repleto de fideos y carne de cerdo desprendiendo el exquisito aroma. Mariano lo engulló con entusiasmo, la textura de la carne inundó su paladar junto a la masa de los fideos y se apresuró a terminar el cuenco dejándolo limpio y reluciente. Pidió otra porción, mientras veía a Daniela terminar el suyo.
–Disculpen –susurró–. Me voy a ir a dormir.
Los otros hombres asintieron, mientras Ashrah se acercaba a Mariano y le preguntó:
–¿Cuánto tiempo va a estar así?
–Ni yo lo sé –respondió Mariano sosteniendo su nuevo plato de comida–. Le pasa a cualquiera.
–¿Qué podemos hacer? –preguntó Syzoth mirando su cuenco repleto de insectos–. ¿Podemos ayudarla? Entiendo por lo que pasa. Shang Tsung logró hacerme creer que mi esposa e hijo seguían con vida.
–Por ahora, toca dejarla en su espacio –dijo Mariano devorando su plato–. Es abrupto saber que la persona que quería, resultó ser un tremendo forro de mierda. Pero espero que lo digiera rápido y se recomponga.
–Me pasó lo mismo con mi ex esposa –dijo Johnny soltando una risa pequeña–. Hay que darle tiempo.
–Es una batalla de que debe afrontarla sola –agregó Kenshi.
Mariano devoró tres cuencos más y soltó un eructo dejando de lado el último. Se tocó la panza con júbilo, la alegría lo inundó en su interior y el cansancio por el arduo de día le cobró factura, pero su entusiasmo de probar la radio lo invadieron. Soltó un bostezo, se levantó, se inclinó ante Liu Kang como los demás y este los imitó. Lentamente, todos abandonaron el comedor entre barullos.
Las conversaciones continuaron hasta llegar al complejo de estudiantes, Mariano se despidió y se acercó a la puerta de Daniela. La deslizó con el mayor silencio posible, los lloriqueos destrozaron a Mariano y la música inundó los oídos del rubio.
“…Jim raised me up/He hurt me, but it felt like true love/Jim taught me that/Loving him was never enough/With his ultraviolence…”
Entró a sus aposentos cerrando con fuerza la puerta. Se abalanzó a la radio tocando el selector de canal y tratando de pensar en otra cosa que no fuera matar a Shang Tsung a la primera que lo viera, la mano de Mariano se dirigió hacia el micrófono y empezó a buscar la frecuencia de Adelina. Dejó la música en un volumen bajo entonando algunas letras de Paranoid de Black Sabbath, la interferencia azotó los oídos del rubio y soltó varias maldiciones. No quería que tantos días de insomnio y esfuerzo se derrocharan porque no lograba contactar con Adelina.
–“…All day long, I think of things/But nothing seems to satisfy/Think I'll lose my mind if I don't/Find something to pacify…” –entonó entre susurros mientras la interferencia sonaba–. Vamos máquina de mierda y la recalcada concha de tu hermana.
Golpeó el costado de la radio, la palma le dolió por unos segundos y la máquina se apagó. Mariano casi suelta una maldición, pero la interferencia volvió a atronar el parlante y los dedos del rubio fueron nuevamente al selector de canal.
–A ver, si esta poronga funciona –murmuró apretando el micrófono.
–¿Mariano? –preguntó una voz conocida entre la distorsión–. ¿Sos vos?
Una gran sonrisa adornó el rostro del rubio e inmediatamente, apagó la música.
–¿Ade? –cuestionó–. Es bueno escucharte.
–¿Me escuchas? –la muchacha pareció no recibir lo que había preguntado. Notó que su voz era diferente, de seguro debió ser por las interferencias.
–¡Adelina! –dijo Mariano alzando la voz alegremente–. Mi radio por fin funciona, fue una tortura ¿Cómo te va con los Lin Kuei? ¿El Doctor Frío sigue igual de amargo?
–¿Me escuchas? Por favor –suplicó su amiga y la interferencia azotó con más fuerza la radio–. Necesito que me busquen.
–¿Está todo bien? –preguntó Mariano con una sonrisa, pero algo dentro de él le decía que no.
La distorsión cortó la respuesta. El rubio trató de mejorar la frecuencia, pero se mantenía inestable y soltó una palabrota.
–¿Qué? –cuestionó Mariano–. ¿Cómo, Ade? Hay mucha interferencia.
–No estoy en Arctika –confesó la chica–. Me secuestraron… Me quieren matar…
 ¿Quién quiere asesinarla? ¿Por qué los Lin Kuei no lo notificaron a Liu Kang? ¿Por qué no la protegieron? ¿Cuánto tiempo pasó en cautiverio? ¿Qué carajos pasó en ese lugar perdido?
–Ade –dijo el rubio enderezándose y buscando papel y lapicera en el desorden de su habitación–. Tenes que ser fuerte. Decime dónde estás, dame pistas de tu ubicación.
–No sé –sollozó la joven y la distorsión aumentó. Tenían que apresurarse–. Solo vi mar y barcos. Sé que estoy en una isla de la Tierra.
Mariano se tocó la frente y respiró hondo. Debía haber algo que lo pudiera ayudar.
–Bueno ¿Tenes una ventana o algo que te deje ver el exterior?
La distorsión invadió toda la habitación. Los minutos parecieron horas y volvió apretar el botón del micrófono con el corazón en la boca.
–¿Ves algo? ¿Símbolos o banderas?
–Hay banderas… –respondió Adelina con la voz entrecortada y el rubio empezó a anotar–. Son europeas, de Italia y Francia. También, Grecia y España… Creo que estoy en alguna de las islas del Mar Mediterráneo, vengan rápido… Quieren matarme…
–Todo va estar bien –afirmó Mariano–. Tenes que aguantar y ya vamos para allá ¿Quién te quiere matar? ¿Los conoces?
–Son hechiceros del Mundo Exterior… Se llaman Shang Tsung y Quan Chi –contestó y Mariano se corrió el cabello rubio maldiciendo para sus adentros. Tenían que estar metidos en el asunto–. Y hay dos hombres más… Mateo Thorsen y Dimitri… Por favor, ayúdame. Quiero irme a casa, no quiero estar acá.
–Tenes que ser fuerte, Ade. Ya vamos para allá. Aguanta todo lo que puedas ya vamos a buscarte…
–¡AHHH!
Entre la distorsión, Mariano oyó objetos romperse, los gritos y chillidos de su amiga y el gruñido de un extraño. El rubio apretó con fuerza el micrófono.
–¡Adelina! –gritó–. ¿¡Estás ahí!? ¡Contestame!
Pero supo que no iba hacerlo. La interferencia cortó la frecuencia quedando la habitación en silencio, Mariano se levantó a trompicones sin soltar el papel y chocándose con la chatarra desperdigada y los muebles y no le importó. Abrió de golpe la puerta corrediza y vociferó:
–¡DANIELA! ¡DESPERTATE! ¡DANIELA!
Entró a la habitación de su amiga encontrándola envuelta entre todas las sábanas, la llamó reiteradas veces, tomó una de las almohadas y la golpeó repitiendo las mismas palabras. La pelirroja abrió los ojos notándolos levemente rojos por el llanto y volvió a cerrarlos.
–¡Vamos, Dani! –gritó Mariano y la zarandeó–. Nos vamos, dale. Levantate.
–¿Qué pasa, Mariano? –preguntó la chica frotándose los ojos y soltó un bostezo–. Es tarde…
–Adelina está en problemas –dijo tirando la almohada y la pelirroja abrió más los ojos–. Dale, levántate, llama a los demás y carga todas las armas en la avioneta.
–¿Qué le pasó? –cuestionó quitándose las sábanas del cuerpo–. ¿Está bien? ¿No está con los Lin Kuei?
–Se fue de Arctika, la secuestraron–respondió Mariano saliendo a las corridas de la habitación–. ¡TODOS DESPIERTEN! ¡NOS VAMOS!
El rubio salió del complejo de estudiantes, corrió por los caminos de piedra y casi cayéndose en su carrera hacia los aposentos de Liu Kang y apenas notó los raspones que se había hecho. El sudor corrió por su cuerpo, los pulmones le exigieron aire y la adrenalina lo incentivó a seguir adelante. No le importó que los guardias y monjes lo vieran de manera extraña. Tenían que irse lo antes posible. El tiempo de vida de Adelina se acababa.
–¡LIU KANG! –gritó–. ¡LIU KANG!
Corrió sobre la hierba pisando algunas flores y cruzó gigantescas columnas chinas con faroles encendidos. Llevó a las afueras del complejo del dios y una tenue luz anaranjada iluminó el interior mostrando su silueta. Se levantó, caminó a la puerta corrediza y Mariano se detuvo buscando aire para sus pulmones.
–¡LIU KANG!
–¿Qué ocurre, Mariano Baldor? –preguntó el dios saliendo de sus aposentos.
–Nos vamos –respondió Mariano y le faltó el aire. Se agachó sosteniéndose sus manos a las rodillas–. Dame un segundo… Tenemos que irnos… y necesito un mapa de toda Europa.
–¿Qué pasa, Mariano Baldor? –volvió a cuestionar el dios acercándose al rubio.
–Adelina…–soltó entre respiros–. Está en problemas… Shang Tsung y Quan Chi la tienen…
En un parpadeo, la mirada del dios pasó de la tranquilidad a la seriedad. Sus ojos no mostraron emoción alguna.
–¿Dónde está? –cuestionó–. ¿Se encuentra en el Mundo Exterior?
–No, está en la Tierra… –respondió Mariano entre exhalaciones–. Se lo digo en el camino… vaya al complejo…
Se dio la vuelta y echó a correr. El viento azotó su rostro, los pulmones volvieron a quedarse sin aire y no le importó. Los pies descalzos le empezaron a doler; en pocos minutos, Mariano logró reconocer los jardines del complejo de estudiantes y vio a sus amigos bajando a las escaleras, mientras Daniela se acercaba más rápido a él.
–Ahora sí, decime qué pasa con Adelina –dijo sosteniéndolo con los brazos y le dio una bofetada haciendo que reaccionara.
–Shang Tsung y Quan Chi la tienen –soltó Mariano sentándose en el suelo–. Necesito un puto mapa y algo con lo que anotar.
–¿Cómo la atraparon? ¿No está con los Lin Kuei? –cuestionó Kenshi desde las escaleras.
–Necesito agua… Y mapa y algo para escribir… –dijo Mariano sosteniéndose de los brazos de Daniela.
Vislumbró a Ashrah yendo hacia el interior del complejo, volvió con un cuenco repleto de agua y a su lado, Syzoth sostuvo una lámpara, mientras Raiden traía una mesa de madera pequeña y Kung Lao una lapicera. Cuando Ashrah le tendió el cuenco de agua, Mariano lo bebió sin importarle que el agua mojara su ropa y lo poco que quedaba, se lo tiró al rostro. Todos lo miraron esperando una mejor respuesta.
–Estaba probando la radio –empezó el rubio–. Recibí la frecuencia de Adelina, no está con los Lin Kuei. O la secuestraron dentro de Arctika y Bi Han no avisó o se fue por su cuenta. Ella me dijo que Shang Tsung y Quan Chi la tenían y la querían matar.
–¿Te dijo dónde se encontraba? –preguntó Johnny.
–Es una gran pregunta, Johnny Cage –soltó Liu Kang y todos se voltearon a mirarlo. Un monje sostuvo un mapa y se lo tendió a Mariano.
–Casi sé dónde puede estar –respondió desplegando el mapa sobre la mesa en las escaleras, ubicó cerca la lámpara que trajo Syzoth y tomó la lapicera observando el papel–. Adelina dijo que había visto barcos y tenían banderas europeas. Eso, ya nos da pistas.
–No podemos buscar en todo el continente –espetó Kenshi cruzándose de brazos–. Tardaríamos mucho y Adelina morirá a manos de esos dos hechiceros.
–Las banderas que había visto, son de Italia, Francia, España y Grecia –dijo el rubio corriéndose el cabello de su campo de visión y marcó los países en el mapa–. Cree que está en el Mar Mediterráneo y yo támbién lo pienso. Hay que buscar en ciudades costeras e islas de la zona.
–Son muchísimas –dijo Kung Lao observando el mapa.
–Es como buscar una aguja en un pajar –soltó Raiden.
Todo el lugar quedó en silencio. Mariano observó detenidamente la hoja y reproduciendo las palabras de Adelina en su mente.
–Deberíamos buscar en el Canal de Suez, el Peñón de Gibraltar, las Islas Baleares, Malta, Creta y las islas Córcega y Cerdeña –dijo Kenshi señalando los lugares–. Después, nos extenderemos a las demás. Empecemos con el Canal de Suez, son las puertas al Mar Mediterráneo
–No creo que esté ahí –soltó Mariano–. Si lo estuviera, hubiera visto más banderas porque es un nexo de comercio.
–Tampoco, podría estar en Malta –agregó Raiden extendiendo el dedo índice en la diminuta isla–. Su posición central es imposible que no vea barcos.
–Adelina solo vio las banderas de Italia, Francia, España y Grecia –repitió Mariano observando mejor el mapa–. No debería estar en Creta ni las Islas Baleares ni el Peñón de Gibraltar, porque se verían más banderas de España y Grecia.
El silencio volvió a azotar en todo el grupo. El rubio vislumbró a Daniela acercándose más a la mesa de madera.
–Para mí, hay que empezar con estás dos islas, Córcega y Cerdeña –dijo la pelirroja marcando el par cerca de Italia–. La primera pertenece a Francia y la otra a Italia, ambas tienen cerca a España y encima, solo un par de kilómetros navegando está Grecia. Empecemos por ahí y vayamos extendiéndonos a las otras.
Nuevamente, el silenció inundó entre todos. Los engranajes de la cabeza de Mariano comenzaron a dar vueltas, la sugerencia de su amiga tenía sentido. Podría ser que Adelina se encontrara ahí y evitarían una gran expansión de la búsqueda. Notó que Daniela se mordía las uñas y observó apenas a sus amigos como si temiera que la golpearan.
–Es un buen plan, Daniela Ramoter –dijo Liu Kang–. Luego, solicitaré la presencia del Gran Maestro Sub Zero sobre este asunto. La otra pregunta es ¿por qué la quieren a ella?
Mariano y Daniela se miraron entre ellos. Quizás sabían la respuesta. La investigación sobre Hela y la daga.
–Creo que sabemos por qué –respondió la pelirroja.
Tanto Mariano como su amiga se turnaron para contar lo que sabían de la investigación de la diosa; lo que Adelina les había contado de la daga y los tatuajes que le había dejado en el lado derecho. Todos escucharon cada palabra de ambos.
–Era posible que los brujos se interesarían en Hela –dijo Liu Kang mirando a los campeones–. Pero no pensé que robarían su poder. Me sorprende que no lo hayan comentado.
–Preferimos no hablar mucho de lo que investiga Adelina –espetó Mariano–. Son sus cosas y no le gusta comentar de eso, solo con nosotros. Perdón, Liu Kang.
–No tienes por qué disculparte –dijo–. Lo importante es que tenemos un indicio de donde puede encontrarse.
–Está bien –susurró Mariano sintiéndose avergonzado y tomó el mapa–. Ahora, nos vamos y hay que cargar todo lo que podamos en la avioneta.
Sus amigos asintieron, se inclinaron ante Liu Kang y se fue del complejo, mientras los demás comenzaban a hacer los preparativos. La única persona que se quedó a lado de Mariano fue Daniela. La vio soltar un par de lágrimas, los brazos del muchacho se estrecharon en el cuerpo de su amiga y su llanto fue ahogado por el pecho de Mariano. Le dio un beso en la frente, las lágrimas le empaparon la remera de Dragon Ball y el corazón se le estrujó.
–La vamos a volver a ver, Dan-Dan –susurró y la furia recorrió su cuerpo.
Si Mariano encontraba a Shang Tsung, lo mataría. Las dos personas que más quería, su familia, sufría por culpa de él. Una tenía el corazón roto por sus mentiras y la otra, estaba luchando por vivir. Le había jurado al Viejo Mario de cuidarlas y cumpliría su palabra. No iba a irse de este mundo sin que el brujo pagara por lo que les hizo y lo que había causado a su alrededor por querer poder.
–Es mi culpa… Todo es mi culpa… Lo dejé entrar…
–Escuchame una cosa, Daniela –empezó el rubio obligándola a que lo mirara. Sus lágrimas cayeron por la ropa de la joven perdiéndose en el suelo–. Nada de esto fue tu culpa. Shang Tsung te mintió y está causando estos desastres ¿Me entendiste? Sacate esa culpa de la cabeza, te va a llevar por un mal camino.
Daniela volvió a refugiarse en los brazos del rubio y la abrazó con fuerza. Odió verla en ese estado de tristeza, se encargaría personalmente de Shang Tsung.
–La vamos a encontrar –dijo el rubio tomándola por los hombros. Daniela se limpió las lágrimas y asintió–. Tenemos que prepararnos e irnos cagando fuego.
La pelirroja soltó una risa pequeña y se fueron a cargar todo lo necesario.
Adelina escuchó voces… la visión fue negra y borrosa. Su cuerpo estalló de dolor.
–¿Qué descubriste del artefacto? –cuestionó una voz.
–Es… en China… –respondió otra voz
Adelina despertó abruptamente. Trató de levantarse, la cabeza le dio vueltas y el cuello le estalló de dolor. Quiso tocarse la cabeza, pero sus manos estaban elevadas y esposadas; vislumbró que sus botas tenían grilletes y sonaron al moverse. Cada músculo de ella agonizó, volteó ligeramente la cabeza y vio a Dimitri. El pánico la envolvió por completo. Empezó a luchar contra las ataduras y el hombre le dio una bofetada.
–¡Quédate quieta! –gruñó y se puso encima de ella–. Por más que me muestres tus colmillos, voy a romperte como la estúpida muñeca de porcelana que eres.
Las lágrimas emergieron como una cascada, las rodillas de Dimitri apretaron las caderas de Adelina y comenzó a besarla. Los labios fueron al cuello recorriendo la zona, Adelina apretó con fuerza las esposas y se revolvió, pero las manos de Dimitri estrujaron cada parte de ella y el asco la inundó. Los besos bajaron al pecho igual que sus manos e intentó luchar. El corazón le latió con más fuerza y su mente la llevó a Tomas. Extrañó sus besos, su sonrisa, su actitud, los abrazos y los momentos que pasaron.
Dimitri soltó pequeñas risas entre los besos. Adelina odió su voz arrogante, sus manos continuaron estrujando la zona, las lágrimas continuaron saliendo y las fuerzas la abandonaron. El dolor la azotó nuevamente, su lucha fue apagándose y las manos de Dimitri no dejaron la tarea de apretarle cuerpo. Adelina soltó un lloriqueo.
–Así, me gustas más –dijo Dimitri observándola–. Luchadora, pero las llamas de tus ojos se apagan. Te aferras a los últimos atisbos y voy a esfumar esa esperanza.
El hombre la tomó por las mejillas y Adelina le destiló una mirada de odio. Sus besos y toqueteos se acrecentaron, apretaron la piel y el pecho con insistencia. Soltó sonidos de depredador ante cada quejido que hacía Adelina. No volver podía a ocurrir.
–¡Eres un imbécil! –gritó Mateo alejando a Dimitri de Adelina–. ¡Depravado sin cerebro!
Le asestó un puñetazo al rostro haciendo que soltara un quejido de dolor. La muchacha solo pudo abrir más los ojos por lo que veía. Mateo volvió a golpear a Dimitri, saltó a una velocidad sobrehumana y le asestó una patada. Cayó al suelo soltando una tos seca y antes de poder levantarse, Mateo pisó el pecho del hombre con fuerza. Las manos fueron a la bota, pero el chico de cabello castaño no se inmutó en sus acciones.
–Todos los desastres son por tu culpa, Julius –dijo Mateo entre dientes–. Ella logró alertar a alguien y casi logra escapar por tus impulsos.
El pie ejerció presión en el pecho de Dimitri. Soltó quejidos y maldiciones.
–No voy a permitir que hagas más estupideces –continuó–. Recuerda tu lugar, Julius.
Adelina pudo escuchar el crujido de los huesos. Mateo lo soltó, Dimitri emitió un quejido y formó una mueca. Adelina no se atrevió a hacer ningún movimiento, el chico de cabello castaño se le acercó y le quitó las cadenas. Antes de que la muchacha tuviera la oportunidad de alejarse, Mateo la sometió y luchó por zafarse, pero el cuerpo le gritaba de dolor y la arrastró entre las bifurcaciones de los pasillos. Las luces le dañaron los ojos heterocromáticos y las muñecas le sangraron. Mateo continuó manteniendo su agarre sin inmutarse en los forcejeos de Adelina.
La obligó a entrar a una habitación tirándola como si fuera una bolsa de papas. Vio una camilla para paciente, una mesa de madera con frascos y líquidos de muchos colores, focos y antorchas dando luz anaranjada y muebles destartalados. Mateo le quitó las esposas, la obligó a recostarse, la ató con las correas de cuero y Dimitri le quitó la cinta de la boca. Por unos segundos y la observó sonriendo con arrogancia, pero Mateo le destiló una mirada asesina y Dimitri se la devolvió. Adelina se revolvió en la camilla tratando de zafarse de las correas y Mateo le dio una bofetada. Sus ojos avellana destilaron furia y rencor, Adelina vislumbró a Shang Tsung y le susurró algo inentendible al hombre.
Un par de guardias aparecieron sosteniendo con pinzas la daga y la bolsa de runas de Kolbein y la dejaron en la mesa gigantesca repleta de frascos y químicos. Shang Tsung le dio la espalda a la joven, mientras Mateo y Dimitri la vigilaban.
–Eres un estúpido –soltó Mateo–. Por no querer contener tus bajos instintos.
–No es mi culpa que tu tengas furia contenida con ella –espetó Dimitri–. Deja a otros divertirse, después la matas de la forma que quieras.
–Tengo asuntos familiares que atender, no me dedico a saciarme de placer sexual–argumentó Mateo mirándolo con odio.
–Basta ustedes dos –vociferó Shang Tsung dándose la vuelta y sosteniendo una gran jeringa–. Reténgala, necesito su sangre.
–Morite –vociferó Adelina percatándose de su voz afónica.
Mateo pareció contener sus intenciones de propiciarle una bofetada. Las correas de cuero lastimaron a la chica, las manos de los hombres hicieron que sus músculos agonizaran y soltó un grito. Vislumbró a Shang Tsung alzar a la jeringa vacía, la aguja se incrustó en la piel de Adelina y un dolor indescriptible azotó su cuerpo. Los tatuajes de la anatomía del esqueleto le ardieron, era peor que los cortes de la daga. Una oleada de escalofríos le recorrió su columna vertebral, una furia indescriptible recorrió su ser y se entregó a ella completamente... a ese poder.
Mateo Throsen observó a Adelina revolverse en su agarre. La odiaba. Pero supo que algo malo le pasaba en cuanto Shang Tsung empezó a extraer la sangre. Sus gritos y quejidos se volvieron más desesperados de lo que eran, sintió cómo su cuerpo temblaba y tuvo que contener el impulso de ahorcarla como la última vez. Varias veces, lo invadió las ganas de terminar con la vida de Adelina e incluso, acrecentar su dolor de una manera inexplicable, pero la coherencia le mostraba el premio mayor. La muerte de la diosa Hela.
–Shang Tsung –llamó mirándolo–. Algo no está bien con ella.
–Nada está bien con ella, Mateo ¿Qué le pasa ahora? –preguntó Dimitri soltando una mueca.
El aire se volvió más helado de lo usual, el vaho salió de la boca de Mateo y Adelina se retorció más en la camilla. Vio escarcha formarse en las paredes; en un solo parpadeo, el fuego de las antorchas se tiñó de verde y llamearon con más intensidad. Los gritos de Adelina se volvieron iracundos, sus ojos se echaron hacia atrás desapareciendo el iris y dejando solo la blancuzca capa mucosa, tembló y las convulsiones la azotaron. De la boca de Adelina, salió saliva tiñéndose de rojo, se contorsionó contra las correas y los tres hombres se alejaron de ella.
Los gritos de Adelina se combinaron a los sonidos de los huesos contorsionarse. Cada articulación, se dobló como si se tratase de papel, las correas de cuero se rompieron y la espalda de Adelina se arqueó de una forma imposible sosteniéndose con las manos torcidas. Cayó a la silla como un trapo entre temblores y convulsiones escupiendo líquido negro.
Un humo verde salió de sus ojos blancuzcos y de la boca de la muchacha, se dispersó por todo el cuerpo y poco a poco, fue tomando la forma de una silueta. Mateo desenvainó su espada sosteniéndola firmemente entre sus dedos, vislumbró a Dimitri desenfundar una pistola y las manos de Shang Tsung destilaron fuego ¿Qué truco estaba haciendo Adelina?
–¿Qué carajos está haciendo, brujo? –cuestionó Mateo entre dientes.
El hechicero no respondió. La figura de humo tomó la apariencia de una mujer esbelta y delicada, el cabello ondulado hasta las caderas y su mirada reflejó seriedad, pero a su vez analítica. Era Hela, llevaba un vestido vikingo y no se le veían sus pies. Miró a los tres hombres de forma imperturbable, sus ojos destilaron furia, el lado derecho de su cuerpo vaporoso cambió drásticamente tornándose putrefacto y soltó un grito rabioso. Sus manos se movieron disparando escarcha haciendo retroceder a los tres hombres, la daga nórdica se unió a la extremidad del espíritu y antes de arremeter, desapareció.
El laboratorio quedó en silencio. Los leves quejidos de Adelina fueron lo único escuchable, el grito de Hela atronó el lugar, se abalanzó por detrás a Shang Tsung tratando de apuñalarlo y la alejó disparando llamaradas. La daga se fue de las manos de la diosa, pero púas de hierro surgieron del suelo y el hechicero las esquivó. Mateo corrió alzando la espada hacia el pecho de Hela, contratacó desplegando pedazos de hielo y los lanzó hacia el hombre. Antes que se incrustarán en su cuerpo, se sumergió en la sensación familiar del agujero negro y salió cerca del espíritu, pero antes de poder embestirla, una enredadera de hierro se aferró a su tobillo y lo lanzó hacia la pared.
–¡NUNCA ME PODRÁS DERROTAR, ABOMINACIÓN! –vociferó el espíritu de Hela.
–¡Vengaré a mi familia! –gritó Mateo levantándose con la espada en mano.
–¡MORIRÁS!
El espíritu arremetió contra Mateo destilando fuego verde de sus manos y Dimitri se interpuso disparando, pero las balas traspasaron a Hela y sonrió con arrogancia. Las llamaradas verdes dispararon hacia Dimitri chocando contra la pared de piedra. Shang Tsung contratacó con su propio fuego, pero Hela no mostró expresión alguna a su ataque. Su cuerpo vaporoso se volteó lentamente hacia el hechicero.
–¡LADRÓN!
Shang Tsung recitó un conjuro y sus manos se tornaron verdes. Un halo del mismo color surgió e intentó suprimir el espíritu, pero soltó un grito iracundo y desapareció en un parpadeo. Volvió a emerger cerca de Adelina en un estado inconsciente, se movió usando sus manos como un depredador hacia la muchacha y su figura de humo verde se deformó soltando un alarido ahogado y metiéndose en la boca y ojos de la joven.
Los tres hombres se le acercaron y Mateo la zarandeó varias veces. Adelina abrió abruptamente los ojos soltando gimoteos y bocanadas fuertes seguido de gritos. Sus ojos se echaron más atrás mostrando los vasos sanguíneos y volvieron a aparecer, pero cambiaron. El ojo izquierdo, de color café, empezó a ser reemplazado por otro de color ámbar y Mateo dejó de tocarla. Los huesos de la chica crujieron y sus extremidades volvieron a contorsionarse de una manera imposible. La muchacha se levantó con las manos torcidas, curvó la espalda formando un arco inhumano y el ojo verde destiló un resplandor.
Comenzó a moverse como un animal hacia la pared. La muchacha soltó quejidos mientras subía, volteó todo su cuerpo y el trío retrocedió más. La boca se le tiñó de negro como la noche al igual que el contorno de los ojos dejando solo ver los iris ámbar y el resplandeciente verde. Los ojos le salieron líquido negro y verde, el lado derecho mostró signos de descomposición donde se encontraba los tatuajes de la anatomía del esqueleto. Adelina soltó un grito iracundo.
–¡Pelea, maldita diosa! –gritó Mateo.
–¡ERES UNA OBOMINACIÓN! –vociferó Adelina, pero no era solo su voz sino también la de Hela–. ¡POR TU CULPA, MI HIJO ESTÁ MUERTO!
–Podemos ayudarnos, Hela –dijo Shang Tsung elevando sus manos entre llamas–. Tu poder nos puede ayudar a derrotar a Liu Kang.
–¡LADRÓN! –gritó la muchacha poseída–. ¡Usaste mi poder junto al otro brujo para hacer trucos baratos! ¡Ese poder es mío por derecho! ¡Resquebrajan el balance!
Se lanzó hacia Mateo y lo rasguñó tirándolo hacia la mesa de laboratorio. Soltó un quejido, escuchó las pisadas de los guardias, desenvainaron sus espadas y la rodearon. De los pies de Adelina, surgió escarcha y formaron púas de hielo incrustándose en los soldados. Los pocos que sobrevivieron se abalanzaron hacia la muchacha, esquivó cada estocada con agilidad escuchándose los huesos doblarse anormalmente y se lanzó hacia uno de los soldados. Mateo cayó al intentar levantarse, vio a Adelina rasguñarlo, le arrancó parte del cuello y el líquido carmesí emanó a borbotones. La daga se dirigió a las manos de la joven, la hoja filosa se incrustó en el pecho del soldado, soltó el cadáver y la muchacha se enfocó en otro.
El guardia intentó embestirla, pero el cuerpo de Adelina lo esquivó y tomó el brazo que sostenía la espada. El arma cayó estrepitosamente, la muchacha comenzó a tirar la extremidad sonriendo de forma siniestra y el guardia soltó quejidos. La piel se desgarró, Adelina le arrancó el brazo, sacó el hueso y se lo incrustó en todo el pecho. El soldado cayó con la sangre saliendo a borbotones de su boca y la muchacha poseída se enfocó en Dimitri.
–¡TÚ, MALDITO DEGENERADO! –vociferó la muchacha poseída–. ¿¡Cómo te atreves a mancillar a mi sangre y carne!?
–No es mi culpa que tenga unos hermosos genes, diosa de los muertos –argumentó Dimitri apuntando con la pistola–. Y voy a divertirme con ella en cuanto terminen de experimentarla.
Mateo pudo ver la ira en el ojo ámbar de la diosa. Eran los mimos que los de él. Los mismos que buscaban la venganza por la familia que habían perdido. La joven poseída soltó un grito, las enredaderas de hierro surgieron tomando el tobillo, lanzaron a Dimitri de un lado al otro y, por último, lo arrojó al techo haciendo que soltara un quejido lastimero. Adelina comenzó a acercársele, un aura verde la rodeó y una púa de hielo se formó en la palma de su mano incrustándose en el hombro de Dimitri. Mateo intentó levantarse, pero sus fuerzas lo abandonaron y solo pudo observar la masacre.
Adelina alzó la daga y antes de que pudiera apuñalar al hombre, Shang Tsung recitó un conjuro y sus manos salió un halo verde disparado a la espalda de Adelina. Gritó haciendo que Mateo se cubriera los oídos, Adelina tembló soltando la daga y se desplomó a un costado de Dimitri. Sus ojos volvieron a ser los mismos de siempre, su piel recobró el mismo tono de siempre, tosió y pareció recobrar el sentido. Mateo se levantó a trompicones y los pocos soldados vivos lo acompañaron, Adelina abrió más los ojos y tomó la daga soltando un rugido. Uno de los guardias se aproximó a ella tratando de arrebatarle el arma, pero lo acuchilló en el ojo y el guardia gritó cubriéndose la herida. Emanó negro extendiéndose por todo el rostro y cayó sin vida al suelo. Adelina miró con terror en sus ojos la escena, tosió y vomitó derrumbándose como una muñeca.
Mateo escuchó el gorgoteo de Dimitri, se acercó a él estudiándolo y se asustó. Sus costillas estaban rotas y posiblemente tenía un pulmón perforado. Vociferó:
–¡Llevenlo a enfermería! ¡Ahora!
–¿Qué hacemos con ella, hechicero? –preguntó otro guardia.
–Encadénenla –respondió–. No con las mismas de su celda. Quiero que cubran sus manos y la sometan bien. No queremos otro incidente. Supervisaremos el resto.
–Está bien –dijo Mateo.
La adrenalina lo abandonó y el dolor por el combate lo azotó. Se maldijo internamente por su debilidad, significaba que le faltaba entrenamiento para enfrentarse a una diosa. Si su espíritu era un problema, no quería pensar en enfrentarla cuerpo a cuerpo. Se marchó del laboratorio caminando a paso apresurado a sus aposentos, se cruzó con guardias que lo miraban por arriba y cerró la puerta estrepitosamente. Mateo sacó un medallón negro como la obsidiana y emitió un resplandor verde mostrando la figura de Nyagust.
–¿Qué ocurre, Mateo? –preguntó el demonio.
–Hela dejó algo dentro de Adelina –dijo Mateo sin pelos en la lengua.
Le explicó todo el combate que había tenido hace solos unos instantes. Detalló todo lo que memorizaba y notó la mirada analítica del demonio.
–¿Cómo no sabías que Hela tenía ese truco guardado en su familia? –preguntó Mateo manteniendo la voz lo más normal posible, mientras caminaba en círculos–. Tenías que estar aquí. No supervisando los ladrones de almas de la Fortaleza de Ying.
–Es posible que Hela haya dividido su alma –respondió Nyagust–. El líder nunca lo comentó o posiblemente, no la escuchó recitar el conjuro.
–¿Cómo le sacamos ese espíritu? ¿Eh? –cuestionó Mateo–. Ni siquiera Quan Chi pudo hacerlo.
–Hela misma tiene que hacerlo voluntariamente –respondió.
–Carajo –susurró Mateo y pateó los pies de su cama–. Estamos tan cerca de nuestros objetivos, pero parece que se hacen más lejanos.
–Cálmate –dijo Nyagust–. La paciencia es una virtud. Debemos enfocarnos en buscar el último artefacto ¿Qué encontraste en las bibliotecas?
Mateo rememoró sus tiempos en los lugares dichos. Horas y horas sentado entre libros de cartografías valieron la pena, pero faltaba más… Mucho más.
–Se encuentra en China –respondió–. Pero no sé en qué zona.
–Enfócate en eso, por ahora –dijo Nyagust–. Luego, veremos cómo sacar el alma de Hela al cuerpo de Adelina.
Mateo asintió y la figura de su amigo desapareció. Se recostó en la cama, sacó debajo del almohadón un viejo caballo de madera y lo contempló. Estaba con mordidas de un infante, las de él. Recordó cómo jugaba con ese caballo junto a su hermano y sus padres lo alentaban a ayudar en arar la tierra de los nobles de tiempos pasados. Se quitó una lágrima solitaria y susurró:
–Ya los vengaré.
–Sí que tienes buenos trucos, Hela –susurró el demonio observando el cuerpo putrefacto encadenado.
Se sentó en una roca cercana. Las cadenas que sometían el cuerpo de la diosa destilaron colores naranjas y verdes. No se perturbó ante su nombre, su cabeza continuó baja y no emitió una sola palabra.
–Nunca te escuché entonar ese conjuro, antes de dejarte en donde estás –continuó–. Me sorprendes, pero tu suerte no durará por mucho tiempo.
El demonio vio gotas de sangre salpicar la tierra roja. Hela lloraba, pero no soltó palabra alguna. No podía hacerlo por su estado de coma. El demonio se puso de pie acercándose a ella y la contempló. Fue trágico dejarla en ese sitio perdido, pero le divertió ver cómo se esfumaban sus últimos atisbos de poder.
–Tu pariente tiene dientes –prosiguió el demonio–. No tan fuertes como los tuyos, pero los tiene. Tiene tu belleza y si escarbo más, posiblemente tu gracia y firmeza en el combate. Sobre todo lo último, lo vi en sus bonitos ojos.
Las lágrimas de sangre continuaron saliendo, pero la diosa no emitió palabra ni grito alguno. Su cabello a medio descomponer le tapó su rostro podrido. Sus ropas se desgarraron con el pasar de los años dejando un atisbo de lo que habían sido. Un símbolo de poder y grandeza olvidado y destruido.
–Morirá y aspiro a que no lo puedas evitar.
El demonio rio mientras ignoraba a la diosa. Se desvaneció en un humo negro dejando el lugar en silencio.
Tomas veía a Adelina encadenada contra la pared. Su cabello negro como la tinta ocultaba su rostro, sus ropas estaban sucias y rotas y soltaba leves quejidos. El muchacho corría a toda velocidad hacia ella
–Adelina… –susurraba agachándose, pero no le contestaba ni se inmutaba a su presencia–. ¡Adelina!
Sus dedos tocaban el rostro de la chica y la ira lo inundaba ¿Quién se lo había hecho? La nariz le emanaba sangre al igual que su frente, las lágrimas manchaban sus mejillas pecosas y Tomas veía las marcas en el cuello. Los ojos heterocromáticos de la joven se movían de un lado al otro como si estuviera perdida y Tomas le tomaba el rostro con ambas manos.
–Mírame, Adelina. Vas a estar bien, vas a estar bien –continuaba tratando de que lo mirara y la sacudía ligeramente–. ¿Quién te hizo esto?
La sangre le brotaba de la boca. El lado tatuado de su cuerpo empezaba a mostrar heridas y quemaduras en lugares aleatorios. Sus ojos se mostraban vidriosos y habían perdido el brillo que Tomas recordaba. La desesperación lo inundaba y empezaba a tirar de las cadenas de la muchacha.
–Vamos, Adelina –susurraba colocando detrás de la oreja los mechones de cabello–. Por favor, por favor…
No podía revivir eso nuevamente. No iba a soportarlo... No otra vez. Adelina soltaba murmullos y Tomas se aproximaba más tratando de escucharla mejor.
–Quema… –decía–. Ayúdame… duele…
Un grito agónico había penetrado los oídos de Tomas cubriéndolos con desesperación. La pared de ladrillo se fragmentaba, un par de manos jalaban a Adelina y trataba de soltarse del agarre. La figura no se inmutaba a la fuerza de ella y trataban de sumergirla a una vasta negrura.
–¡No la toques! –vociferaba el muchacho.
Antes de que Tomas pudiera abalanzarse sobre la silueta, barrotes de celda se habían interpuesto entre ambos, Adelina extendía sus manos encadenadas en súplica y sus lágrimas empapaban más su rostro. Una fuerza inexplicable retenía a Tomas, un humo grisáceo le impedía acercarse a los barrotes y luchaba contra este. La chica era sumergida a la negrura, se empezaba a escuchar sus gritos lastimeros y las manos de humo no dejaban libre a Tomas.
–¡ADELINA! –gritaba Tomas–. ¡Resiste!
Los gritos de Adelina se acrecentaban, las lágrimas empezaban a surcar las mejillas de Tomas y sus manos se dirigían a su cintura buscando el karambit, pero no estaba. No podía repetir la historia. Iba a ayudarla…
–¡ADELINA!
Las manos de humo lo soltaban y Tomas no caía al suelo de piedra, sino a un charco de sangre. Sus ojos se adaptaban a la poca luz, quería volver y buscar a Adelina, pero con cada intento de ascender se volvía imposible. Observaba todo el líquido carmesí y vislumbraba un destello blanco al fondo. Tomas se sumergía más y más tratando de llegar, el paisaje comenzaba a formarse y nadaba con más velocidad. Los oídos le pitaban y los pulmones le exigían aire. La superficie se hacía más visible, el muchacho vislumbraba un cielo nublado y árboles y su desesperación por salir de esas profundidades sangrientas aumentaban.
El aire helado invadía sus pulmones, al salir de la laguna. Tomas nadaba hacia la orilla repleta de piedras pequeñas y nieve, las manos la teñían de rojo y soltaba exhalaciones. Los ojos grises del muchacho se cruzaban con los de Adelina. Se encontraba tendida e inmóvil, de su boca emanaba sangre y sus ropas estaban sucias y manchadas de líquido carmesí.
–¡Adelina! –gritaba Tomas mientras salía de la laguna.
Le corría el cabello negro, sus manos ensuciándole el rostro pálido y los ojos de la joven no mostraban emoción alguna. Estaba muerta. Las lágrimas de Tomas volvían a salir como un torrente y dejaba de importarle que el viento mordaz y congelado azotara su cuerpo. Volvía a pasar.
–Vamos, Adelina –susurraba y trataba de que lo mirara, pero su cabeza caía hacia un lado–. Por favor… No me dejes… Perdóname, debí hacerte desistir de irte… Perdóname…
La estrujaba en los brazos buscando su calor. Le acariciaba el cabello negro y lo enredaba entre sus dedos recordando lo suave y sedoso qué era.
–Es su destino –decía una voz conocida… una que Tomas no había escuchado hace tiempo–. Su destino es la muerte.
La cabeza de Tomas se movía por si sola y se quedaba estupefacto por las personas que veía. Eran su madre y hermana gemela. Sus heridas fatales se exhibían mostrándole el error de años atrás y la sangre teñía la nieve. No podía creerlo. El cuerpo de Adelina se desvanecía entre líquido carmesí tiñendo más las manos del muchacho y solo podía observar con horror.
–Debe morir –decía su hermana gemela… recordaba su voz angelical, pero ahora era un eco del pasado. Se acercaba lentamente a su hermano–. No podrás salvarla ni la verás por última vez.
Tomas se levantó del futón bruscamente. El sudor corrió por su espalda generándole escalofríos, el calor de las mantas lo asfixió y se las quitó de un tirón. Trató de contener un grito y se cubrió los ojos cansados. Por más de que trató de escarbar en su memoria cuál fue la causa de su desvelo, no lo recordaba. Una parte de él, no se atrevió a volver a cerrar los ojos, por más que no recordase el por qué y la otra, comenzó a alentarlo a tirarse nuevamente al futón y cubrirse con las mantas.
Tomas dejó de tener pesadillas desde hace tiempo, no recordaba a que edad había tenido la última. Sus ojos se adaptaron a la negrura de su habitación, se los frotó quitándose por completo el sueño y agudizó los oídos. Sus hermanos continuaron dormidos y le alegró que no lo hayan escuchado. Se levantó del futón y salió del complejo del Gran Maestro.
Los pies del muchacho lo llevaron a la cocina, su mente esperó encontrarse con Adelina tratando de preparar algo con lo que pasar la noche de vigilancia, pero se enfrentó a una cocina vacía y su silencio opresivo. Le extrañó no escuchar la música de la joven ni su canto. También, el aroma de las comidas de su patria. Salió de la cocina sintiendo la culpa revolverse en su pecho, se maldijo a sí mismo por haber hecho disuadir a Adelina, su mente pensó en las mil y una formas en las que había podido convencerla y continuar entrenando… para poder verla y disfrutar de su compañía. Ver su sonrisa y quedarse perdido en sus ojos heterocromáticos tratando de descubrir los secretos que guardaban.
Se escabulló de los guardias y se metió en el pasadizo que iba a la torre. Aspiró el aroma a moho y la humedad lo asfixió. Sus pisadas fueron lo único oíble, subió por las familiares escaleras de piedra y abrió la diminuta puerta de madera dejando ver el cielo nocturno. Las auroras boreales continuaron iluminando y decorando las estrellas entre las pocas nubes. Tomas se sentó en el polvoriento suelo soltando un suspiro, el leve viento azotó su cuerpo resultándole reconfortante y observó las estrellas. Su mente lo llevó a Adelina esperando que le haya ido bien en su búsqueda y con el deseo de volver a verla…
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coolpizzazonkplaid · 4 months ago
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La heredera del Infierno
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Sobrevivir
Adelina despertó adolorida y sintiendo las manos de Dimitri acariciar su cintura, sus labios ubicados en el cuello recorrieron una y otra vez la zona, soltó una risa y su aliento horrible se le pegó a la piel. La muchacha quiso alejarse, pero las fuerzas la habían abandonado y la posición en la que estaba no la ayudaba. La cabeza le dio vueltas y las náuseas aparecieron. Los brazos estirados gritaron de dolor, las muñecas le ardieron y cada músculo de su cuerpo agonizó.
La joven posó su mirada en la pared evitando la mirada asquerosa de Dimitri, pero se enfrentó a los ojos de los muertos. Sus padres, Ricardo y Elena, con las heridas de bala emanando líquido carmesí. Kolbein exhibiendo su herida en el abdomen y la figura cadavérica de Hela fluyendo sangre de sus extremidades. Otros desconocidos aparecieron, debieron ser los miembros de la familia de Hela… la familia a la que Adelina supuestamente pertenecía. Todos abrieron sus bocas repletas de líquido negro gritando en silencio y la muchacha prefirió observarlos, aunque enloqueciera en el proceso.
De las paredes, surgieron figuras de aspecto humanoide arrastrándose y arañando el suelo y las paredes, chillaron y se contorsionaron de formas imposibles las extremidades queriendo pasar los barrotes de la celda. Los ojos negros como la noche derramaron líquido del mismo color, estiraron los brazos flacuchos y pálidos rasguñando el aire y Adelina escuchó los aullidos de lobos.
Los labios de Dimitri la trajeron a la realidad, subieron a las mejillas besando cada peca y por último, la frente. Una de sus manos tocó la cinta en la boca de Adelina, sus ojos azul oscuro mostraron deseo ocasionando que el estómago de la joven diera un vuelco y el pánico aumentó. Milagrosamente, el chirrido de la puerta sonó por todo el sitio y aparecieron un par de guardias del Mundo Exterior informando que Dimitri la tenía que llevar a los hechiceros.
–Es una pena que no tengamos más tiempo –dijo en un tono apenado.
Dimitri sacó de sus bolsillos la llave de las cadenas, Adelina aprovechó sus manos libres para intentar escapar, pero los guardias la tomaron por los hombros y la arrastraron mientras forcejeaba y gruñía por los pasillos. Vislumbró la sonrisa engreída de Dimitri, los ojos azul oscuro brillaron de diversión y el hoyuelo se le notó en la mejilla. El suelo raspó la piel de la muchacha, el aire se volvió más frío de lo que recordaba y empezó a temblar como una hoja.
Llegaron a lo que parecía un frigorífico, la escarcha se encontró por todos lados y donde pisaron los guardias crujía como si estuvieran en una laguna congelada. Los guardias le quitaron las esposas, Adelina intentó darle a alguno un puñetazo, pero Dimitri la agarró por el cabello y entre los tres la ataron usando las cadenas de las paredes congeladas. El frío azotó su espalda casi descubierta por la musculosa, se movió de un lado al otro sin parar y escuchó la puerta metálica abrirse mostrando a Shang Tsung y Quan Chi y, detrás de ellos, se encontraba Mateo con los brazos cruzados y mirándola con seriedad. Dimitri se acercó a ellos, se susurraron cosas inentendibles y el hombre se marchó trotando.
–Dejémosla aquí, mientras Dimitri se encarga de congelar la daga –dijo Quan Chi observando a Adelina–. Por ahora, hay que ver si su cuerpo se adapta al frío como una criomante o si manifiesta otro poder.
Mateo y los hechiceros se fueron cerrando la puerta de metal y el lugar quedó en un silencio opresivo. Adelina forcejeó tirando las cadenas, intentó ponerse de pie, pero la retuvieron y su espalda chocó contra la pared helada. Los minutos pasaban, las fuerzas de la joven fueron debilitándose, notó un conducto de ventilación desprendía más aire congelado y continuó luchando contra las cadenas. Pero poco a poco, su pelea se apagaba y quedó recostada contra la pared sintiendo los huesos congelarse. Vislumbró que su piel se tornaba roja y ninguna de sus extremidades respondió a las órdenes de su cerebro.
El frío aumentó más de lo que creía, los escalofríos se volvieron constantes, el vaho salía de su nariz y ansió con desesperación una pizca de calor. Quiso gritar, pero la cinta en la boca se lo impedía y luchó para mantenerse despierta. Los párpados le pesaron, deseó caer a la negrura y nunca más despertar, pero debía pelear. No iba a morir congelada ni por los experimentos de los hechiceros ni por la mano de Mateo. Tenía que salir de aquí y avisarle a sus amigos y a Liu Kang.
La puerta de metal se abrió sacando a Adelina de su trance, los hechiceros aparecieron junto a Dimitri sosteniendo entre trapos la daga de Hela, la hoja irradió colores naranjas y celestes y los ojos de la joven se abrieron como platos.
–¿Crees que funcione, Dimitri? –preguntó Mateo detrás de los hombres.
–Si bañas algo caliente en nitrógeno –empezó posando sus ojos azul oscuro en Adelina–. Ocasionará un dolor insoportable. Si la daga le despertó la manipulación de hierro dándole solamente cortes, esperemos que esta combinación desate más poder. Así, Quan Chi la puede estudiar con más tranquilidad.
Adelina volvió a forcejear contra las cadenas, pero Mateo se aproximó propiciándole una bofetada y el hechicero calvo usó su magia inmovilizándola. Dimitri acercó la daga al cuerpo de la joven, la hoja pasó por el brazo tatuado y el dolor se volvió insoportable. Miles de agujas calientes se incrustaron en sus huesos y músculos, el frío recorrió su columna vertebral extendiéndose a todas sus extremidades y venas de su cuerpo. Se quejó y trató de moverse, pero la magia de Quan Chi la retenía.
Dimitri clavó la daga en otra zona, la agonía se hizo insoportable y Adelina vio a los muertos. Sus padres, Kolbein, los seguidores de Hela y… Daniela y Mariano. Todos gritaron en sus oídos, las figuras humanoides aparecieron nuevamente arrastrándose y contorsionándose al avanzar por el suelo frío y soltaron quejidos. Entre los gritos, los aullidos y quejidos de lobos, la muchacha intentó decir basta, pero sus fuerzas la habían abandonado para una acción tan sencilla.
Los cortes continuaron, Adelina no supo cuántos le hicieron, las voces dejaron de tener importancia y los gritos de los muertos y aullidos de lobos inundaron los oídos de la chica. Sintió un par de manos en sus mejillas, los brazos le cayeron flácidos al suelo helado y el dolor invadió su boca. El aire helado sopló sus labios, le quitaron la cinta.
El agua invadió sus labios y parte de su rostro, un calor reconfortante azotó su cuerpo e intentó cubrirse con sus brazos, pero no reaccionaron, ninguna de sus extremidades le obedeció. Su visión se volvió borrosa y las fuerzas se desvanecieron recibiendo la negrura.
Adelina despertó en su celda, su cabeza estalló de dolor y sus músculos también. Sus ojos se posaron en un plato de arroz y sus dedos lo tocaron acercándolo con desesperación. Empezó a devorarlo, giró apenas la cabeza percatándose de la mirada oscura de Dimitri y se alejó más.
–Sí, que funcionó mi idea –dijo el hombre con un brillo en sus ojos azules–. Ojalá vieras lo que hiciste en el frigorífico.
Adelina lo miró con odio y continuó comiendo el arroz y el pan duro. El estómago rugió con vehemencia, por más que el plato quedara vacío; pensó en tantas comidas que había probado y la invadió las ganas de volver a probarlas. Dimitri la trajo a la realidad volviéndola a esposar y encadenar contra la pared y le dio un beso en la mejilla. La observó por varios minutos y dijo:
–Cuéntame algo de vos. Qué cosas te gustan o decime algo íntimo, lo que quieras.
La muchacha miró a los muertos contorsionándose en los barrotes de su celda y soltando quejidos lastimeros. Guardó silencio y no movió un solo músculo de su cuerpo.
–Podría darte una mejor comida –susurró Dimitri tocándole un mechón del cabello negro y lo colocó detrás de la oreja–. Quizás tu comida favorita. Si vuelves a hacerme un favor un favor, obviamente.
Antes de que la mano de Dimitri se alejara, Adelina se la mordió con todas sus fuerzas, el hombre soltó una maldición y trató de apartarla, pero la joven siguió apretando sus dientes en la carne sintiendo la sangre. La mano libre de Dimitri le tiró el cabello haciendo que la muchacha dejara de morderlo, pareció que iba a darle una golpiza y, sin dudarlo, la tomó del cuello.
–Tienes un fuego en los ojos –empezó apretando con fuerza y el aire le faltó–. Es un fuego de luchadora y rebelde que lo odio. Y debo apagarlo. Necesito hacerlo.
La visión de Adelina se volvió borrosa e intentó emitir un quejido. Dimitri la soltó bruscamente, la muchacha tosió recuperando el aliento y su boca fue cubierta con una cinta. Intentó forcejear, pero el hombre la tomó por el cabello y susurró:
–Así, será fácil de jugar contigo, pero eres una luchadora especial y me tomaré mi tiempo de romperte y explorarte.
El fuerte agarre le hizo creer que le quitaría parte del cuero cabelludo, Adelina detuvo su lucha y le destiló una mirada de odio. Los brazos estirados le dolieron, las heridas en sus muñecas le ardieron y contuvo las ganas de llorar. La mano libre de Dimitri apretó la cintura de la joven, subió lentamente hacia uno de sus hombros acariciándolo, dejó de tirarle el cabello y las manos del hombre le tocaron las mejillas pecosas.
Por varios tortuosos minutos, los toques continuaron hasta que Dimitri cayó dormido sin apartarse del cuerpo de la chica. Soltó un sollozo ahogado, su mente la llevó a viejos recuerdos y le escarbó actividades que no había hecho en su corta vida. Deseó ver una última vez a Daniela y Mariano, reír, compartir las palabras no dichas y rememorar viejos recuerdos de la infancia. Anheló un beso más con Tomas, pasar solo un par de minutos en sus cálidos brazos repletos de marcas de batalla y hablar de tanto… Sollozó por tantas horas que no supo cuándo había caído dormida.
Los días eran iguales, Dimitri se quedaba al lado de Adelina día y noche, sin despegar sus ojos ni sus manos de ella. Cada toque le causaba repulsión y buscaba propasarse de las órdenes de Mateo. Las figuras de los muertos se multiplicaban en las paredes quejándose y retorciéndose de formas imposibles, manadas y manadas de lobos aparecían con sus ojos verdes resplandecientes aullando y mostrando los colmillos. Adelina prefería sus miradas y ruidos que enfrentar a Dimitri, por más que sus miradas y palabras que soltaba la tentaban a responderle o lanzarle su peor mirada de odio. No iba a ceder.
Incluso en ese instante, los toques asquerosos de Dimitri se volvieron más persistentes y la joven no reaccionó. Vio el odio y la ira en los ojos azul oscuro del hombre, cada caricia en su cuerpo buscó una reacción que no encontraba, le tiró el cabello negro y la obligó a enfrentarlo. Dimitri mostró sus dientes y su mirada destiló algo oscuro y perverso.
–Quiero que me mires, maldita –gruñó entre dientes y con la otra mano le quitó un mechón negro que obstruía su visión–. Quiero disfrutar de tus bonitos ojos y de apagar sus llamas. Vas a querer algo de mí y, te lo juro, me divertiré haciendo que me pagues.
Adelina se guardó sus lágrimas y sollozos, se revolvió en el agarre de Dimitri, la soltó y le propició una fuerte bofetada y luego otra y otra… y dejó de luchar contra las cadenas. Él aprovechó la oportunidad y se puso encima de la joven.
No le importó que las lágrimas salieron como cascadas, la sonrisa de Dimitri se ensanchó, aproximó su rostro al de ella y la besó por todo el rostro. Las rodillas del hombre apretaron las caderas de la joven y sus piernas fueron inútiles en su pelea. Los labios bajaron hasta el cuello, a los hombros…
–Habitante de la Tierra –dijo un soldado imperial y la muchacha creyó que su corazón saldría de su pecho–. Los brujos necesitan de la chica.
–Carajo –susurró Dimitri–. Ahí vamos. Bueno, Adelina, la siguiente ocasión quizás me pueda divertir más.
Sacó de los bolsillos la llave de las cadenas, los brazos le gritaron de alivio y golpeó con sus manos esposadas el pecho de Dimitri. En la pequeña distancia, Adelina quiso escapar, pero el hombre la tomó de la bota y los guardias la retuvieron por los hombros. Soltó un quejido al ser arrastrada por los pasillos, intentó soltarse del agarre de los tres hombres y notó que sus muñecas sangraban.
La muchacha no prestó atención en dónde la llevaban, dejó de enfocarse en los confusos y laberínticos pasillos y Dimitri la lanzó hacia la habitación, Adelina vislumbró varios pares de pies e intentó levantarse del duro suelo de piedra. Sus ojos se posaron en Shang Tsung, Quan Chi y Mateo y el hechicero calvo usó su magia para elevarla como si fuera una muñeca de trapo.
–¿Qué le pasó, Dimitri? –cuestionó Mateo.
–Es luchadora –contestó Dimitri en un tono arrogante–. Hay que amaestrarla.
Quedó un silencio. Adelina no pudo ver la expresión de Mateo, pero imaginaba sus rasgos tratando de contener su ira y ganas de matar a Dimitri.
–Está bien –dijo Shang Tsung–. Mientras no la lastime de gravedad, estaremos bien. Ahora, Quan Chi, prosigue.
La magia de Quan Chi se adentró en lo más profundo de Adelina, el desagrado la inundó y las náuseas se acumularon en su garganta. Sintió esa anormalidad oscura recorrer cada centímetro de ella. Cada célula y vena de su cuerpo reconoció la magia de Quan Chi, su mente buscó mil y una formas de sacarse la abominación, aunque no supiera como hacerlo. La respiración de Adelina se volvió más desesperada e irregular, su corazón bombeó con intensidad y trató de luchar contra la magia del hechicero. Siguió escarbando en lo más profundo de Adelina y la inmovilizó por completo. No la quería husmeando. La odió. Era maquiavélico.
–¿Qué ves, Quan Chi? –preguntó Shang Tsung.
–Hay algo que no puedo descifrar… es algo que parece estar bloqueado.
La magia del hechicero profundizó, la angustia y aprensión agobiaron a Adelina e intentó luchar contra el poder, pero la superaba en todo. No podía combatirlo.
–¿Descubriste algo? –cuestionó Mateo–. ¿Qué tiene?
–Es algo que parece estar encerrado –respondió Quan Chi y su magia dejó de escarbar en Adelina. El alivio la recorrió, pero continuaba flotando en el aire–. Mi magia no puede despertarlo. Si no es por las buenas, entonces será por las malas.
–Ya la enviamos a un frigorífico –dijo Mateo levantando el dedo índice–. La quemamos con la daga y le hicimos cortes ¿Qué otra cosa podemos hacer? Ni siquiera te empeñaste en estudiar las runas de Kolbein.
–Te recuerdo –empezó Quan Chi lanzándole una mirada de odio–. Que tú tampoco sabes dónde está la ubicación del último artefacto de Hela ni siquiera qué es concretamente.
–Por lo mínimo, estoy en la puta biblioteca buscando mapas –argumentó Mateo–. No estoy sentado observando los objetos o cuidando monstruos.
 –Ya basta ustedes dos –gruñó Shang Tsung–. Si necesitas un empujón, Quan Chi, entonces lo tendrás. Mateo, si tanto querías probar tus golpes con ella, es el momento.
De las manos de Shang Tsung salieron llamas y lanzaron a la muchacha hacia la pared. El aire abandonó sus pulmones, la visión se volvió borrosa y oscura e intentó ponerse de pie, pero Mateo le pateó en las costillas. Se encogió abrazándose la zona adolorida, el ardor estalló en su cuero cabelludo, Mateo la elevó observándola con odio y la lanzó hacia el otro extremo de la habitación. Adelina quedó boca arriba buscando aire, una mata de cabello castaño claro apareció en su campo de visión y elevó sus brazos bloqueando débilmente sus golpes, pero la fuerza de Mateo la sobrepasó. Los puñetazos se dirigieron a su pecho, el cuerpo de Adelina se volvió flácido y no pudo suplicar ni emitir algún grito. Mateo continuó asestándole golpes en cualquier parte de su cuerpo.
Los sonidos no tuvieron sentido en los oídos de la joven y no comprendió lo que decían los cuatro hombres. Los labios probaron la sangre de su labio roto y la nariz le dolió al igual que su frente. No pudo sentir su cuerpo, sus brazos y piernas no respondieron a las órdenes de su cerebro. Las fuerzas la abandonaron con cada golpiza, sus ojos se posaron en la diosa de los muertos, siete lobos surgieron de las sombras y aullaron en sus oídos.
–Debes luchar, mi heredera y elegida –dijo Hela–. Debes sobrevivir ¡Pelea!
–Basta, Mateo –vociferó Dimitri–. Es suficiente, vas a matarla.
Los golpes cesaron y solo quedó el dolor azotándola. Adelina pudo sentir que la sacudían una y otra vez, pero no reaccionó y cayó al duro suelo. Los ojos amenazaron con cerrarse, algo frío azotó su rostro, pero no le importó y recibió dichosa la negrura.
Adelina despertó en su celda, su cabeza dio vueltas al intentar moverse, los brazos estirados le dolieron y notó la respiración de Dimitri en el cuello. Las náuseas subieron en su garganta y se convirtieron en ganas de vomitar. Se movió con desesperación, trató de toser a pesar de tener la cinta en la boca, el hombre pareció entender lo que hacía y se la quitó rápidamente. La bilis ascendió por la garganta de Adelina y lo poco que había comido salió. Soltó una tos seca y se reincorporó como podía.
–Estúpido Mateo –dijo Dimitri con una ligera risa–. Su ira va a hacer que te perdamos.
No le dirigió la mirada, se acomodó contra la pared de piedra y guardó silencio. Una pregunta inundó su mente “¿Cuánto tiempo me quedé dormida?”
–Estuviste incosciente por tres días –habló Dimitri levantándose del suelo–. Lo único roto que tienes, es la nariz y la frente. Superficial, pero si Mateo se hubiera excedido, tendrías varias costillas rotas y órganos comprometidos.
Adelina se mantuvo callada, su cabeza cayó a la pared de piedra y el cabello negro cubrió su vista. Las manos de Dimitri estrujaron la cintura, sus labios se posaron en las mejillas de ella y se alejó de forma débil. No tuvo fuerzas para pelear ni para responderle al hombre. Cada fibra de su cuerpo gritó de agonía, una parte de su mente deseó que todo acabara lo antes posible y la otra, la alentó a tener esperanzas y maniobrar un plan para escapar… aunque no supiera cómo ni a dónde ir luego, esa parte la alentó a luchar por vivir.
Y hubo una pequeña parte, que todavía procesaba las palabras de Nyagust y Mateo… ¿De enserio poseía parentesco con una diosa? ¿Su vida era como la conocía por culpa de esos dos? ¿Era la respuesta a sus alucinaciones, criomancia y sueños? ¿Era siguiera verdad lo que le decían? ¿Podría usar su magia?
–¿No vas a hablar, Adelina? –la voz de Dimitri la devolvió a la realidad y lo vislumbró yendo hacia los barrotes de la celda–. ¡Oigan! Traigan la comida para esta chica, si no se nos muere.
Escuchó la afirmación de los soldados imperiales, el hombre continuó dándole la espalda, pero los muertos la observaron emitiendo sus gritos y chillidos al igual que los lobos. No le importó escucharlos, los prefirió que soportar la voz arrogante de Dimitri.
El chirrido de la puerta la trajo de la realidad, uno de los guardias cargó el plato de arroz y pan duro y se lo entregó a Dimitri de mala gana. Lo colocó en la vieja y destrozada cama de madera, le quitó las esposas a Adelina y le tendió la comida. Empezó a devorarlo con desesperación, las gachas de arroz inundaron su paladar y su estómago rugió por más porciones. El pan duro crujió al masticarlo, su mente la llevó a las tantas comidas había probado y anheló volver a saborearlas una última vez.
Adelina alejó el plato y se recostó contra la pared. Las muñecas le ardieron y vio lo enrojecidas que se encontraban, también la sangre seca rodeaba donde estaban las esposas. Observó cada movimiento de Dimitri preparándose para defenderse, aunque sus energías la hayan abandonado y todos los músculos le gritaran.
–Mi oferta sigue en pie –dijo Dimitri agachándose a la altura de Adelina y sus dedos colocaron detrás de la oreja un mechón de cabello.
Adelina observó a los muertos y a los lobos aullar. Ignoró las palabras y mantuvo la boca cerrada. Inmediatamente, le tiró el cabello, soltó un chillido y sus manos esposadas fueron hacia las de Dimitri rasguñando. Vislumbró el enojo en sus ojos azul oscuro y tiró con más fuerza.
–Te lo repito, maldita –gruñó mostrando los dientes–. Cuando menos te lo esperes, vas a querer mi ayuda y vas a tener que dirigirme la palabra. Ese momento, voy a disfrutar que me pagues con tu cuerpo.
El silencio molestó a Dimitri. Las manos del hombre se colocaron en los hombros de la chica, lentamente se encaminaron hacia las caderas de Adelina y la besó. Sus labios fueron hacia la frente, las mejillas, el mentón... Cuando iba besarla en los labios, la puerta chirrió y guardias imperiales aparecieron informándole que los hechiceros necesitaban a la muchacha.
Dimitri soltó una mueca de disgusto y el corazón de la joven brincó de alivio. La tomó con fuerza por los hombros y la obligó a salir de la celda. Los pasillos dejaron tener sentido para Adelina, su mente no le importó memorizar los pequeños detalles para identificarlos y siguió peleando contra la fuerza de Dimitri.
La lanzó al suelo y vio el laboratorio que había estado días atrás. Cuando iba a levantarse, empezó a flotar como una pluma y sus ojos heterocromáticos se posaron en Quan Chi, Shang Tsung y Mateo. Vislumbró la daga Sultin y la bolsa de runas de Kolbein flotando a los lados de la joven.
–Veamos si tu poder despierta uniéndolo con las runas –susurró Shang Tsung.
Quan Chi recitó un conjuro, las runas salieron de la bolsa y rodearon a Adelina destilando morado y verde. La entonación tomó fuerza, la magia se adentró en el interior de la joven y la incomodidad la inundó. Se revolvió en el aire luchando por deshacerse del poder de Quan Chi, escarbó cada parte de ella desesperándola más de lo que ya estaba y la magia se adentró más en Adelina. El hechicero calvo siguió entonando el conjuro, odió cada palabra a pesar de no entenderla, vio a las runas y la daga destilar un color verde como el bosque y se unieron a la magia del hechicero. En lo más oculto y recóndito de Adelina, supo que lo que planeaban no iba a dar resultado.
 –¿Qué ves, Quan Chi? –preguntó Mateo.
La figura esbelta de Hela pudriéndose y gritando la enfrentó. Aparecieron sus padres, Kolbein, los lobos y los otros miembros de la familia de la diosa vociferando en los oídos de la joven. La magia de Quan Chi se adentró más en el interior de Adelina y pudo sentir el poder de las runas… fue un poder familiar y luego, la magia de la daga se infiltró. Lo que resultó familiar empezaba a emanar defensas y el pecho de Adelina ardió. Algo no estaba bien y luchaba por protegerse del embrujo de Quan Chi.
De repente, la magia desapareció, unas manos gigantes y cadavéricas surgieron queriendo tomar a los hechiceros y contratacaron con sus poderes. Mateo desenfundó su espada y Dimitri tomó una ametralladora. La chica cayó al suelo tosiendo y buscando oxígeno.
Un grito invadió el laboratorio, los cuatro hombres se posicionaron a la defensiva y las manos aparecieron atacando a diestra y siniestra el lugar. Los frascos se resquebrajaron liberando los líquidos de todos los colores perdiéndose en el suelo, los hechiceros lanzaron conjuros y llamaradas intentando frenar los rasguños de las manos, Mateo corrió hacia una de ellas y la embistió, pero la otra lo tomó y lo lanzó con una fuerza descomunal hacia un extremo de la habitación.
Los gritos femeninos se volvieron más fuertes, las manos se enfocaron en Shang Tsung y Quan Chi intentando herirlos, Adelina aprovechó la confusión para arrastrarse lentamente a la salida arañando la piedra y las yemas de sus dedos le dolieron. Volteó la cabeza al escuchar el grito de Mateo, lanzó una estocada a las manos y Dimitri comenzó a disparar. Las llamas de Shang Tsung fueron inútiles, las manos atacaron con más fiereza y antes de asestar un golpe fatal, Quan Chi recitó un conjuro haciendo que desaparecieran y la habitación quedó en silencio. Las respiraciones agitadas de los hombres fue lo único oíble.
–¡¿QUÉ CARAJOS FUE ESO!? –gritó Dimitri apuntando el arma a los hechiceros.
–Cálmate –espetó Quan Chi–. Ya está solucionado.
–¿Cómo no te diste cuenta de que esas cosas iban a aparecer? –interrogó Dimitri–. Son brujos, se suponen que debieron detectarlo antes de que destrozara todo.
–¿Será el poder que ocultaba? –pensó Mateo en voz alta–. ¿O era…?
–No puede ser Hela –respondió Shang Tsung–. Está encadenada en quién sabe dónde. Debimos hacer esto con Nyagust, en vez de hacerlo nosotros cuatro.
–Quizás los objetos muestran sus otros trucos para defenderse –teorizó Quan Chi.
–Entonces, quítaselos –replicó Mateo–. Así los estudiamos mejor.
–No se puede –dijo Shang Tsung–. Los examinamos por separado, pero repelen la magia y cualquiera que los toca muere.
–Tienes magia del Infierno –espetó Mateo a Quan Chi–. Úsala.
–La magia de una diosa es difícil de quitar –argumentó–. Esto supera mis conocimientos.
Mateo gritó de frustración, mientras Adelina se quedó congelada con lo que había visto y experimentado. No tuvo la fuerza de moverse entre todo el alboroto, apenas logró arrastrarse a la salida. Mateo se acercó a ella a pasos agigantados, se cubrió esperando un golpe, pero vislumbró que se contenía y se alejó. Su cerebro no procesó lo que decían los hombres, mientras Dimitri la esposaba.
El experimento le cobró factura. Cada parte de ella, se sintió asqueada por recordar la magia de Quan Chi en su interior… el poder de la daga y las runas mezclándose y percibir su ira como si hubiera algo vivo dentro de esas cosas. Su objetivo obsesivo de defenderse a toda costa.
Dimitri la sacó a rastras del laboratorio, los pasillos la confundieron, los guardias no le prestaron la más mínima atención y permanecieron en sus puestos. Apenas pudo ver las bifurcaciones, todas estuvieron mal iluminadas y atestadas de telarañas, el olor a moho inundó la nariz de Adelina y el ambiente se volvió pesado. Se percató de que no era el camino hacia su celda y se revolvió, pero el fuerte agarre de Dimitri en su brazo sano le dolió y no se perturbó en sus acciones. Continuó caminando ignorando a los guardias ni ellos se inmutaron en ayudarla.
–¿Dónde me llevas? –preguntó Adelina en un murmullo.
–¿Ahora me diriges la palabra, maldita? –cuestionó Dimitri–. Te di varias oportunidades, pero decidiste actuar como una malcriada. No voy a esperarme más a divertirme contigo.
En ese instante, todo se detuvo. La muchacha luchó contra el agarre del hombre, no le importó que todos los músculos le dolieran y sus miedos se acrecentaron. No podía pasar. Empezó a gritar, usó sus pies como trabas en el suelo de piedra y Dimitri la sujetó con más fuerza. Siguió forcejando contra la fuerza de Dimitri y el corazón se le dio un vuelco al ver la habitación de su sentencia.
–¡SOLTAME! –gritó–. ¡AYUDENME!
Un par de guardias pasaron, pero ignoraron sus súplicas. Dimitri la lanzó al interior de la habitación oscura. Vio un par de muebles polvorientos, focos iluminando una tenue luz anaranjada y un colchón desgatado con sábanas repletas de agujeros. El corazón de Adelina dio un vuelco. No podía pasar.
–¡AYUDENME! –vociferó–. ¡POR FAVOR!
Dimitri le dio una bofetada, pero la lucha de Adelina no paró. El hombre la tomó por las caderas tratando de llevarla a la cama, la muchacha lo golpeó en el pecho una y otra vez entre rasguños y Dimitri la tiró al colchón como una bolsa de papas. Antes de que se le abalanzara, la joven le propició una patada haciendo que Dimitri retrocediera hasta los pies de la cama y se levantó a las corridas cayendo al suelo mugroso. Se arrastró rasguñañando la piedra con desesperación y sintió la mano de Dimitri rodear su pierna derecha.
–¿Adónde vas, maldita? –preguntó–. Quiero mi recompensa.
Gritó al ser arrastrada hacia la cama, se aferró con las uñas manchando de líquido carmesí el suelo y continuó gritando y suplicando ayuda. Dimitri se subió encima de ella inmovilizándole las piernas, las rodillas le apretaron las caderas, la joven le pegó en el pecho y le agarró fuertemente las muñecas con su mano. Se revolvió y luchó por soltarse. Dimitri se acercó al rostro de Adelina, pegó sus labios a los de ella y el asco la inundó por completo. No eran los labios cálidos de Tomas… Se movió sintiendo las rodillas lastimar sus caderas, el hombre se alejó y le dio una bofetada.
–¡DEJAME EN PAZ! –gritó Adelina con las lágrimas cayendo en sus mejillas–. ¡SOLTAME! ¡AYUDENME!
–Por una vez en mi vida, me gusta que pelees –dijo Dimitri sonriendo.
Inmovilizó completamente a Adelina. La mano libre del hombre le acarició la mejilla pecosa, bajó hacia las clavículas y luego, hacia las piernas. Un escalofrío recorrió su columna vertebral, la mirada de Dimitri se volvió más oscura y sonrisa se ensanchó aún más.
–Pareces una muñeca de porcelana; hermosa, pero frágil –dijo Dimitri acariciándole una de las mejillas pecosas y se alejó del toque, pero la tomó obligando a que lo mirara–. Me contuve por bastante tiempo y ahora, quiero mi recompensa.
La muchacha intentó rasguñarlo y golpearlo, pero su energía se esfumó. Dimitri volvió a besarla, sus manos acariciaron la cintura de la chica y bajaron a las piernas tocando los botones de los pantalones de camuflaje. El pánico la inundó. Los labios de Dimitri se dirigieron al cuello, las clavículas y… Adelina le propició un puñetazo, el hombre se tocó la nariz, el hilillo de sangre bajó a los labios y la ira estalló en sus ojos. Sus manos dejaron los pantalones y fueron hacia la musculosa de la joven, empezó a tirar escuchándose el desgarre de la tela y Adelina vio el pasado.
Hela estaba encadenaba, se resistía a la fuerza de los demonios revolucionarios y la dejaban caer riéndose por el espectáculo. Las criaturas se acercaban sonriendo ante la humillación y el sufrimiento de la diosa, tiraban y rasgaban sus ropas. El lado derecho de la deidad mostraba sus tatuajes de la anatomía del esqueleto, la piel se pudría a una velocidad imposible, los golpes y el dolor se volvían el de Adelina y ambas mujeres gritaban al mismo tiempo.
De la cabeza de la cama, emergió escarcha y púas de hielo. Dimitri voló impactando contra la pared y rompiendo algunos focos. Adelina pudo atisbar enredaderas de hierro pegadas a las paredes y llamaradas verdes quemaron los rincones y los viejos muebles de la habitación. Las esposas se congelaron y se rompieron al mínimo movimiento. La muchacha se cayó de la cama respirando pesadamente, las lágrimas corrieron como cascadas por sus mejillas y un sollozo salió de su garganta. No podía quedarse aquí. Dimitri casi iba sobrepasarse con ella. La iban a matar. Se levantó a trompicones, llegó a la salida trastabillando, su espalda chocó contra la pared y sus piernas amenazaron con hacerla caer. No podía.
Empezó a correr por los laberínticos pasillos y no le importó la dirección en la que la llevaban sus piernas. Solo quería marcharse de ese lugar. Ansió beber agua, la boca la sintió seca y le supo a sangre. Los pulmones le estallaron y cada músculo le instó a detenerse.
–¡Está aquí! –gritó alguien.
Volteó la cabeza. Los guardias se agruparon y aceleró el paso. Debía perder a los guardias. Tomó cualquier bifurcación con tal de no escuchar las pisadas, cada pasillo fue más laberíntico que el anterior y la desesperación la inundó. Solo quería marcharse.
En su carrera, las olas del mar invadieron sus oídos y siguió el sonido. El aroma a agua salada infestó su nariz, su esperanza creció, encontró un camino sin salida y del lado derecho, vio una puerta y entró sin titubear. La cerró la puerta con el máximo de silencio posible, posó su oreja contra la madera y no escuchó una sola pisada. Observó en dónde se encontraba, era un centro de comando.
Había repisas repletas de armas de fuego, una puerta de madera que mostraba las cajas de municiones y en las cuatro paredes, se hallaban archiveros; un escritorio con varios papeles, cuadernos y cajas bien ordenadas. Sobre del sofisticado mueble, se encontraba un estante de madera con una radio y se balanceaba en el aire un micrófono.
La esperanza de Adelina creció. Tomó la radio y se agachó evitando que si un guardia pasara la viera pidiendo ayuda. Encendió la máquina, la interferencia se escuchó y la muchacha le bajó rápidamente el volumen apretando los dientes y vigilando la puerta. Sus dedos tocaron el selector de canal y buscaron la frecuencia de Tomas. Quería creer que estaba en un lugar cerca de una torre de radio. Diferentes voces distorsionadas inundaron el parlante.
–Por favor, funciona –suplicó la chica.
La interferencia sonó con más intensidad al encontrar la frecuencia de Tomas.
–Tomas… –susurró Adelina–. Soy Adelina…
La interferencia volvió a escucharse en la habitación. La angustia la invadió y más lágrimas salieron como un torrente.
–Por favor… –sollozó–. Ayudame…
La interferencia chirrió y perdió la frecuencia de Tomas. Adelina maldijo en un susurro y moqueó. Sus dedos fueron una vez más hacia el selector de canal buscando otra vez la frecuencia, las lágrimas nublaron su visión y unos minutos después, entre toda la interferencia escuchó una voz familiar…
–A ver… funciona esta poronga…
–¿Mariano? –cuestionó Adelina–. ¿Sos vos?
El corazón bombeó con más fuerza y su esperanza se avivó. No le importó que la interferencia la obstruyera.
–¿Ade? –la voz de Mariano se escuchó distorsionada.
–¿Me escuchas?... Por favor…–suplicó entre sollozos y una sonrisa adornó su rostro al oírlo–. Ayudame…
–¡Adelina! –exclamó alegre entre la distorsión–. Mi radio… funciona… ¿Cómo te va con los Lin Kuei?...
–¿Me escuchas? Por favor… Dani… Mariano –sollozó la joven–. Necesito que me busquen.
–¿Está todo bien? –preguntó Mariano en un tono alegre.
La distorsión se volvió más fuerte. Tenía que apresurarse.
–Me quieren matar… –susurró–. No sé dónde estoy… Me secuestraron.
–¿Qué?... ¿Cómo, Ade? –cuestionó Mariano entre la distorsión.
Las otras preguntas se cortaron. El tiempo se agotaba…
–No estoy en Arctika –dijo la muchacha sosteniendo el micrófono con fuerza–. Me secuestraron… Me quieren matar.
–Ade, tenes que ser fuerte –dijo el rubio–. Decime dónde estás, dame pistas de tu ubicación.
–No sé, solo vi mar y barcos –sollozó Adelina recordando los barcos de hace semanas atrás–. Creo que estoy en una isla de la Tierra.
–Bueno –dijo el muchacho y entre la distorsión, Adelina le pareció escuchar un suspiro–. ¿Tenes una ventana o algo que te deje ver el exterior?
La muchacha observó impaciente la habitación, alzó la cabeza y encontró una ventana con barrotes al lado del escritorio. Se levantó estirando más el cable del micrófono, colocó una caja de madera, se puso de puntillas vislumbrando apenas el paisaje. Las olas se formaron en el basto mar, las gaviotas revolotearon sobre las nubes y los barcos navegaron tratando de llegar a los apenas visibles muebles. Los gritos de marineros sonaron a los lejos en diferentes idiomas y pudo vislumbrar las banderas. La interferencia se volvió más estruendosa.
–¿Ves algo? ¿Símbolos o banderas?–preguntó Mariano.
–Hay banderas... Son europeas –respondió. Eran las mismas que recordaba de días atrás–. Son de Italia y Francia. También Grecia y España… Creo que estoy en alguna de las islas del Mar Mediterráneo. Por favor, vengan rápido… Quieren matarme…
–Todo va… –la interferencia se volvió más fuerte–. Tenes que aguantar… ¿Quién te quiere matar? ¿Los conoces?
–Son hechiceros del Mundo Exterior… Se llaman Shang Tsung y Quan Chi –contestó la joven–. Y hay dos hombres más … Mateo Thorsen y Dimitri… Por favor, ayúdame. Quiero irme a casa, no quiero estar acá.
–Tenes que ser fuerte….
–¡AHHH!
Un ardor en su cuero cabelludo la invadió, las lágrimas salieron con más fuerza y sostuvo con fuerza el micrófono. Vislumbró los ojos color avellana de Mateo ¿Cómo entró a la habitación, si estaba cerrada? ¿Cómo no se dio cuenta que estaba detrás suyo?
–¡Adelina! –la voz de Mariano sonó desesperada y más distorsionada–. ¿¡Estás ahí?!... ¡Contestame!
Mateo la lanzó por los aires y la espalda de Adelina chocó contra la pared. Se levantó tan rápido como podía, sus dedos se dirigieron a la repisa más cercana y tomaron una escopeta. Le golpeó el pecho con la culata, corrió hacia la puerta entreabierta y se encerró en la habitación. Cargó el arma con los cartuchos que mostraban las cajas de madera, apuntó hacia la puerta estrujando con fuerza el guardamano y el silencio inundó la habitación. La respiración pesada de Adelina fue lo único oíble, los golpes de la puerta sonaron y los gritos de Mateo la hicieron retroceder. El silencio volvió a colmar la habitación.
De repente, un agujero negro se formó arriba de la puerta saliendo el hombre, Adelina alzó el arma y disparó, pero esquivó las balas transportándose al suelo. Tomó con fuerza el cañón, la muchacha le propició una patada y volvió a disparar. Mateo avanzó a paso decidido sin ninguna herida de bala, sus ojos irradiaron ira, desapareció en un agujero negro y reapareció frente a ella. Volvió a sostener el arma apuntando hacia el techo y Adelina trató de alejarse, pero Mateo la empujó hacia la pared. El impacto la dejó sin aire, la visión casi se le oscureció y su mente la trajo devuelta a la realidad.
La fuerza de Adelina la fue abandonando, el hombre le arrebató la escopeta y se la rompió como si fuera plástico. El pánico la bloqueó por completo, dejó de procesar lo que sucedía y lo único que vio fue a Mateo sacando un cuchillo. La cortada atravesó todo el abdomen, pero no fue profunda. Apenas logró esquivarlo y cayó al suelo. La bota de combate negra de Mateo apareció en su campo de visión. El dolor inundó su pecho y el poco aire que recuperó se esfumó al instante. Luego, vino otro golpe y otro…
Quedó boca arriba. Mateo se puso encima de ella y Adelina lo rasguñó con las uñas rotas por todo el rostro tratando de sacárselo. Las manos del hombre fueron hacia el cuello de ella, ejerció una presión descomunal y el oxigeno le escaseó. Adelina trató de suplicar, emitió quejidos y golpeó débilmente las muñecas de Mateo sin resultado. Quería vivir. La ayuda ya venía. Mariano, Daniela y los demás iban a venir a rescatarla.
La visión se volvió borrosa, la presión en su cuello se acrecentó y sus golpes pasaron a ser simples toques. Intentó buscar cualquier objeto que la ayudara, pero no había nada… solo la mirada iracunda y loca de Mateo mostrando los dientes. Las lágrimas salieron como un torrente y dejó de sentir sus extremidades. Debía resistir. Su mente la llevó a Tomas. Su rostro. Sus brazos cálidos, la sonrisa amable, la cicatriz sobre su ceja. No volvería a verlo ni a compartir un último beso. No podría darle una disculpa. Había sido un error dejar Arctika.
Un par de figuras aparecieron entre toda la oscuridad… Shang Tsung y Quan Chi. El hechicero pelinegro le dijo algo a Mateo tomándolo del hombro y de inmediato, lo apartó de Adelina. El oxígeno invadió sus pulmones, tosió con fuerza y la azotó el dolor en el cuello y en todo su pecho. Su mano fue hacia el abdomen, la sangre manchó toda la palma y se arrastró en un intento en vano de alejarse. Los muertos la observaron estudiando sus movimientos, Hela la miró con seriedad y los lobos empezaron a aullar. Las fuerzas la dejaron y recibió con alegría la negrura.
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coolpizzazonkplaid · 5 months ago
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La heredera del Infierno
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Linaje familiar
Lo que recordaba Adelina fue confuso. Percibió algunas sombras y figuras borrosas, escuchó el estruendo de un motor y volvió a caer inconsciente. Las pocas veces que tenía conciencia y sus oídos fueron azotados por distintas voces y ruidos atronadores. Sintió que la movían de un lado al otro como una bolsa de papas ocasionándole náuseas y la cabeza le dio vueltas.
Adelina despertó en un suelo de piedra, su cabeza estalló de dolor y la luz anaranjada lastimó sus ojos heterocromáticos. Trató de taparse cubrirlos, pero se percató de que sus manos estaban esposadas a su espalda. Su mente dio vueltas, las náuseas la invadieron como nunca antes y vomitó en una esquina. Intentó enfocar su visión.
Estaba en una celda. Una cama de madera destrozada se encontraba cerca de los barrotes, algunas cadenas y grilletes oxidados en la pared detrás de la muchacha. El suelo estaba sucio, manchas de sangre seca y huesos se desperdigaban alrededor y la tierra se acumulaba en las esquinas. Las antorchas y lámparas iluminaban el pasillo frente a la joven, del lado izquierdo solo había una pared de piedra y la derecha seguía hasta una puerta de madera. El aire destilaba un olor a putrefacción mezclado con el moho y la humedad generando un calor asfixiante.
Adelina intentó levantarse, pero se le dificultó con las manos esposadas y la pierna derecha le estalló de dolor. Se arrastró por el mugroso suelo hasta llegar a los barrotes de su celda, se puso de espalda y volvió a intentarlo. Apretó los dientes conteniendo un grito, lágrimas se derramaron por sus mejillas y cayó al suelo. Vio que su pantalón de camuflaje estaba manchado de rojo, deseó ver el tatuaje de su pierna y nuevamente, intentó ponerse de pie teniendo éxito. Rendida, posó la oreja en los barrotes oxidados, trató de escuchar cualquier ruido por más insignificante que fuera y se alejó, tras un par de minutos.
La muchacha vislumbró que todo su brazo estaba enrojecido por el tatuaje de la anatomía del esqueleto y parte del cuello le dolió cada vez que lo movía. Pudo escuchar el chirrido de la puerta de madera, el sonido de armas y voces. Se alejó de los barrotes conteniendo un grito por el abrupto movimiento al apoyarse en su pierna lastimada y se puso a la defensiva, mientras las pisadas se volvían más fuertes.
En las paredes del pasillo, la joven vio una silueta y luego, a Mateo usando una vestimenta completamente diferente a lo que recordaba en isla. Llevaba pantalones holgados y negros, una remera gris manga larga y botas de combate. Poseía un cinturón con muchos bolsillos, navajas, cuchillos y una pistola enfundada. La mirada amable y simpática de Mateo fue reemplazada por una piedra, sus ojos destilaron odio y se acercó a la celda. Detrás de él, había un desconocido y un par de soldados imperiales portando espadas. Uno de ellos sacó un conjunto de llaves y abrió la celda con un chirrido.
–¿¡ME VENDISTE!? –gritó Adelina–. ¡Hijo de puta!
Se abalanzó hacia Mateo tratando de asestarle una patada sosteniéndose con su pierna herida, pero el hombre tomó el tobillo de Adelina con toda su mano y la lanzó hacia la pared. Gritó, el dolor azotó su espalda y trató de ponerse de pie.
–Quédate quieta y no te hagas la peleadora –ordenó Mateo.
Adelina ignoró las palabras, pero el muchacho colocó la mano en el pecho de la joven y la empujó con fuerza dejándola contra la pared y el dolor de los tatuajes la azotó.
–¡Que te quedes quieta! –rugió y un escalofrío recorrió a Adelina.
–¿Quién sos? –pregunto mirándolo fijamente.
–Mateo –respondió sacando una gaza y un recipiente de alcohol–. Thorsen.
Le pasó la gaza húmeda sobre el brazo derecho, el ardor recorrió la piel pálida de Adelina y el olor a alcohol infestó su nariz. Mateo le quitó cuidadosamente la camisa de camuflaje, pasó la gaza por el hombro y parte del cuello tatuado. Una de las manos fue hacia la musculosa de la joven, lo alejó entre forcejeos y la detuvo dándole una bofetada.
–Si quisiera haberme aprovechado de ti –empezó el hombre–. Ya lo hubiera hecho. Tengo principios y además, eres de utilidad.
–¿En qué? –preguntó Adelina agresivamente.
–En los artefactos que encontraste –respondió y de sus bolsillos traseros sacó en un trapo envuelto la daga Sultin y la bolsa de runas de Kolbein–. Y en los planes de Shang Tsung y Quan Chi.
¿Quiénes eran esos dos? ¿Qué querían de ella? ¿La iban a vender? ¿A mutilar? ¿Qué hacían los soldados de Sindel en la Tierra? ¿Trabajaban por órdenes de ella o para Shang Tsung y Quan Chi? Pero otra pregunta invadió la mente de la muchacha ¿Dónde estaba?
–No voy ayudarte en nada –dijo Adelina.
–No me importa si lo quieres o no –gruñó entre dientes y la agarró por el cuello de la camisa–. Me tuve que contener de matarte y no voy a permitir que lo arruines todo por tus berrinches.
La muchacha mantuvo la boca cerrada, Mateo se levantó de la cama de madera, caminó hacia el exterior de la celda y la cerró abruptamente. Los soldados imperiales se mantuvieron firmes y sin mostrar alguna emoción, pero el desconocido miró la escena con diversión y le susurró sonriente algo a Mateo, mientras se marchaban.
Los soldados imperiales se quedaron imperturbables en sus puestos mirando a la joven. Empezó a contar los minutos sintiendo el aire pesado y caluroso, el sudor recorrió su frente y unas lágrimas solitarias cayeron por sus mejillas. Los momentos con Daniela y Mariano desde la infancia, los besos compartidos con Tomas y las salidas para ver las auroras boreales la invadieron entre su tristeza.
Contuvo el llanto, trató de limpiarse las lágrimas con la camisa de camuflaje y trató de enfocarse en cómo salir. Inmediatamente, los guardias se marcharon de sus puestos, Adelina se levantó a trompicones ayudándose como podía con las manos esposadas y avanzó hacia los barrotes de su celda. Intentó ver el pasillo, golpeó con el lado izquierdo de su cuerpo los barrotes, pero fue inútil y notó el sudor caer por su frente.
Adelina escuchó pisadas, se movió hacia la cama de madera y vio a un par de guardias diferentes posicionarse frente a su celda. Vislumbró que su pecho y clavícula tenían el tatuaje de la anatomía del esqueleto y mostraron un leve enrojecimiento.
Empezó a contar los minutos, movió su pierna sana arriba y abajo inconscientemente escuchando el crujido de la madera y los párpados le pesaron. El miedo la inundó, no iba a quedarse dormida en este lugar. La joven se levantó, comenzó a caminar por las cuatro paredes, sin importarle que la pierna derecha le doliera como el demonio y notó que los guardias la miraban con curiosidad. El cerebro de Adelina empezó a trabajar.
Los soldados tenían cambio de turnos, quizás en esos momentos tendría una ventaja para escapar, pero Adelina no sabía que camino tomar. Seguramente donde se encontraba sería un laberinto de trampas y era posible, que hubiera más que simples soldados y un par de hechiceros. Podría conseguir la llave y correr sin mirar atrás o fingir que aceptaba las condiciones y analizar los caminos posibles.
Las piernas le dolieron, el calor se le hizo insoportable y asfixiante y el estómago le rugió con fuerza. Intentó desviar su mente de cualquier cosa que no fuera comida, pero los ruidos de su panza no se lo permitían. Se recostó en el suelo sucio y observó las paredes de su celda.
Continuó contando los minutos, mientras trataba de colocar las manos esposadas delante de su cuerpo, pero sin resultado. En ese instante, escuchó el chirrido de la puerta, se levantó del suelo viendo al compañero de Mateo cargando un plato de plástico y un par de cubiertos. Los guardias le permitieron entrar a la celda, desenvainaron sus espadas lo más rápido posible y el desconocido hizo un ademán haciendo que los soldados regresaran a sus puestos sosteniendo el plato de plástico.
–Me llamo Dimitri –se presentó sonriéndole amablemente y sacó de sus bolsillos una llave.
Adelina le lanzó una mirada de odio y notó más su apariencia. Tenía el cabello cobrizo, los ojos azules oscuros como las olas y un pequeño hoyuelo se mostraba en su mejilla al sonreírle en su rostro redondo. Dimitri la volteó quitándole las esposas, pero antes de que Adelina pudiera alejarse, el muchacho tomó sus manos con una fuerza descomunal y su sonrisa se volvió oscura.
–Manos delicadas –dijo hipnotizado y Adelina forcejeó–. Destilas un aroma a jazmín… Va a ser divertido experimentar contigo.
La joven le escupió en el rostro y le propició una patada en el pecho. Uno de los guardias imperiales se preparó para atacar y Dimitri alzó la mano para mostrar calma. El otro soldado le dio a Dimitri el plato de comida, Adelina se percató de que era arroz y un trozo de pan y el hombre se lo tendió con amabilidad.
–Alejate, forro de mierda.
–Por más que luches, tú vas a cooperar –escupió Dimitri–. Ahora come.
La muchacha devoró el arroz y mastico con fuerza el trozo de pan duro. Dejó el plato limpio y se lo tiró a Dimitri. Uno de los guardias entró a la celda volviéndola a esposar, Dimitri se alejó cargando el plato vacío y los soldados se posicionaron en postura firme.
La comida le dio náuseas y tuvo un revoltijo en el estómago. Los párpados de Adelina comenzaron a pesarle, contuvo un bostezo y volvió a caminar escuchando a los guardias y contando los minutos hasta que hicieran el cambio de turno. No iba a quedarse dormida, con ese loco de Dimitri por los alrededores.
Las plantas de los pies le dolieron y los músculos gritaron por descansar. Adelina se recostó en el suelo mugriento, no supo por cuánto tiempo se mantuvo despierta, pero fue el suficiente para escuchar el cambio de turno y el cansancio la tomó por completo.
–Despierta –dijo una voz–. ¡Despierta!
El abrupto choque de los barrotes asustó a Adelina y vislumbró a los guardias abrir la celda. La tomaron por los hombros arrastrándola hacia el pasillo, forcejeó contra ellos usando sus pies como peso, pero lograron ponerla de pie y la obligaron a salir.
Los pasillos laberínticos estaban iluminados con antorchas y focos. Había cadenas y cajas de maderas desperdigadas por el suelo, las telarañas infestaban los techos y recovecos más oscuros y el eco de las pisadas era lo único oíble entre el silencio. Las puertas se parecían, pero algunas llevaban a lugares distintos y otras estaban abiertas mostrando un grupo de guardias con mapas, suministros y armas e incluso, sillas de pacientes repletas de sangre.
Adelina intentó buscar una ventana o una abertura que le indicara en dónde se encontraba. Entre los diferentes pasillos, pudo vislumbrar unos barrotes que mostraban el exterior y le pareció oír olas y gaviotas revolotear. Vio un cielo azul y varias nubes desperdigadas, barcos y lanchas moverse hacia el mar y llegar hacia la costa. Hubo varias banderas europeas en las embarcaciones, pero solo dos aparecían con más frecuencia… las banderas de Italia y Francia. Debía estar en el Mar Mediterráneo, pero ¿en cuál de todas las islas se encontraba?
El corazón de Adelina bombeó con más fuerza. Trató de luchar, pero uno de los soldados imperiales le dio un golpe en la parte baja de la espalda haciendo que soltara un quejido de dolor, la muchacha cayó al suelo y la arrastraron hacia una puerta en donde estaba Mateo y Dimitri teniendo una conversación. Al percatarse de la presencia de los tres, permitieron el paso dejando ver un laboratorio y el olor a moho y químicos invadió la nariz de la joven.
Frente a ella, un hombre de cabello negro hasta los hombros estaba a sus espaldas, mientras los guardias obligaron a Adelina a sentarse cerca de una mesa y le ataron unas cadenas alrededor del pecho. Se movió de un lado al otro tratando de zafarse de las pesadas ataduras, pero Mateo se acercó a pasos agigantados dándole una bofetada y Adelina le tiró un escupitajo.
–Eres una… –se preparó para darle un puñetazo.
–Mateo, suficiente –dijo el extraño y se dio la vuelta–. Más adelante, veremos si tus golpes funcionan. Dimitri, trae los artefactos y… por favor usa guantes o cualquier otra cosa para evitar tocarlos. Ya un par de guardias del General Shao murieron por su incompetencia.
–Está bien, Shang Tsung.
“Así que el General Shao también está metido en este lío” pensó Adelina. Pudo ver mejor los rasgos del hechicero, Shang Tsung. Poseía vestimentas amarillentas y marrones, sus ojos eran color chocolate y tenía una sonrisa engreída en el rostro. Adelina tuvo el impulso de sacársela a golpes.
–Espero que hayas dormido bien, señorita Adelina –dijo el hechicero.
Adelina no contestó, solo lo miró con odio. En ese instante, Dimitri trajo los artefactos de Hela, la bolsa de runas y la daga Sultin.
–Estuviste estudiando estos artefactos de… semejante poder –continuó–. También nosotros y creo que nos podemos ayudar.
–Jodete –soltó Adelina.
–Queremos ver su poder y darle un mejor uso –prosiguió Shang Tsung–. Podrían quitarte esas marcas en el brazo.
–Yo prefiero el asesinato –soltó Mateo mirando fijamente a Adelina.
–No voy ayudarte en nada –gruñó.
–Bueno –dijo Shang Tsung decepcionado–. Agárrale el brazo marcado y Dimitri trae tus herramientas.
–Con gusto –dijo el hombre.
Mateo le quitó las cadenas de su pecho y las esposas, Adelina quiso escapar, pero el hombre agarró con fuerza su brazo tatuado extendiéndolo por completo en la mesa y la joven contuvo un grito. Mientras, Shang Tsung cargó con un cuchillo y Dimitri sostuvo una caja de madera. La muchacha no pudo ver su contenido, el hechicero se acercó a ella y le cortó la palma. La sangre emanó de la herida manchando la mesa, mientras Mateo acercaba la daga cubriendo la hoja del líquido carmesí.
–¿Pasa algo, Dimitri? –preguntó Mateo.
–Todavía nada –respondió–. Ninguno de mis metales reacciona ni tampoco las plantas.
–¿Y si la cortamos con la daga? –preguntó Mateo a Shang Tsung–. Quizás tenga una mejor reacción.
El hechicero se quedó en silencio por un par de minutos.
–Hazle un corte usando la daga, pero evita que la tome –dijo el hombre.
Mateo apretó el arma con fuerza entre los trapos sucios e hizo un corte en el antebrazo de Adelina. La sangre brotó, el dolor recorrió cada parte del cuerpo de la joven e intentó alejarse de la mesa, pero el agarre fuerte de Mateo se lo impidió.
–Duele… –chilló Adelina.
–Hay un metal que reacciona –informó Dimitri–. Es el hierro y la flor se le está cayendo los pétalos.
Adelina no pudo contener más sus gritos y escuchó algo romperse. Parte de la mesa se rompió en miles de astillas y vislumbró hierro en forma de púas. El ardor en su mejilla la trajo a la realidad y el rostro enojado de Mateo fue lo primero que vio.
–Es increíble –susurró Dimitri–. Rompió toda una mesa. Hay que probar qué pasa si la lastimamos con el hierro.
–Primero hay que probar los límites de la daga y cómo extraer su poder –dijo Shang Tsung–. Lo necesitamos para Damashi.
–También para encontrar a la puta diosa –agregó Mateo–. Quiero mi venganza.
–Necesito la magia de Quan Chi –dijo el hechicero–. Su ayuda es crucial para estudiar estos artefactos. Por ahora, sigue haciendo corte en el brazo a ver cómo se desarrollan y evita que sean en zonas vitales. No queremos que nuestra única conexión con Hela se desangre.
Mateo asintió y acercó a la muchacha. Intentó alejarse, pero logró dejarla en la silla, le levantó la musculosa blanca y cortó la parte baja de su abdomen. Adelina sintió que miles de cuchillas se clavaban en su cuerpo, vio a Kolbein frente a sus ojos y abrió la boca manchada de sangre y un líquido negro para emitir un grito uniéndose al de la joven. Perdió la cuenta de los cortes y de cuánto tiempo estuvo chillando. Creyó haber perdido la voz, apenas pudo vislumbrar la habitación infestada de escarcha y pequeñas púas de hierro y su cuerpo entró en contacto con el frío suelo.
Sintió el tacto de Mateo sobre sus manos y el sonido de las esposas cerrarse en sus muñecas, el frío suelo raspó su piel pálida, las luces anaranjadas lastimaron los ojos de Adelina y le pareció escuchar la bocina de un barco, mientras sus párpados caían cubriendo su vista de negrura. El abrupto revoleo de su cuerpo al suelo sucio de su celda la despertó de su desorientación, los mareos tomaron su cerebro y trató de moverse, pero cayó inconsciente.
Unos pequeños golpes en una de sus mejillas la trajeron a la realidad, se alejó rápidamente al ver a Dimitri y trató de propiciarle una patada, pero el hombre le agarró uno de los tobillos y soltó un quejido por la fuerza con la que apretaba la extremidad.
–Vine a traerte la cena –mostró sonriente el mismo plato de plástico y un vaso de agua.
Dimitri le soltó el tobillo, mientras un guardia imperial le quitaba las esposas a Adelina. El hombre dejó el plato en la cama de madera, la muchacha se acercó tomando el plato lo más rápido que pudo y empezó a devorar el pan duro y el arroz. Uno de los guardias mantuvo su espada desenvainada y el otro estuvo cerca de Adelina ante cualquier movimiento que hiciera. Dimitri extendió una mano indicando que se calmaran y el soldado se dirigió a la entrada de la celda con su mano sobre la empuñadura de su espada.
–Tienes un maravilloso poder –dijo y acercó una de sus manos hacia el rostro de Adelina.
Lo apartó de un manotazo, Dimitri tomó sus mejillas con fuerza y la muchacha intentó rasguñarlo.
Esperó a que los guardias reaccionaran, pero se quedaron en sus puestos firmes como estatuas. Mientras que la otra mano de Dimitri, le corrió un mechón negro y la observó con detenimiento. Adelina luchó contra su fuerte agarre, pero apretó más sus mejillas obligándola a mirarlo.
–Hermosos ojos –susurró–. La heterocromía es fascinante y poco vista en la sociedad, por eso es hermosa. También, tus mejillas con pequitas son encantadoras como las salpicaduras de tinta.
La mano suelta de Dimitri bajó hacia los hombros de Adelina quitando apenas la camisa de camuflaje, observó con curiosidad las pecas de los hombros y la muchacha escuchó su corazón latir con más fuerza. Le dio manotazos una y otra vez intentando alejarse del fuerte agarre de Dimitri.
–Las pecas de tus hombros resaltan más tu belleza, Adelina –continuó y su mirada se posó en los ojos heterocromáticos de la chica–. Ahora, disfruta tu cena.
Dimitri soltó sus mejillas y Adelina se cubrió con la camisa hasta el mínimo rastro de piel. El hombre se marchó con una sonrisa orgullosa en el rostro dejando a los guardias en su vigilancia, mientras uno de los guardias la volvía a esposar entre los forcejeos que hacía ella. Los soldados cerraron los barrotes y se quedaron en sus puestos observándola sin parpadear. Adelina no se atrevió a cerrar los ojos, se mantuvo despierta contando los minutos y caminando hasta que los guardias hicieron el cambio de turno y aprovechó la soledad para buscar algo con lo que poder escapar y defenderse.
Escarbó por toda la celda. En los ladrillos de la pared, las cadenas oxidadas que colgaban, los recovecos, los barrotes y nada. Entonces se paró en observar la cama y vio clavos a medio salir, quizás la ayudarían con las esposas y una amenaza futura. El oído de la joven se agudizó lo máximo posible tratando de escuchar la mínima presencia de los guardias, de Mateo o… de Dimitri. El sonido de las pisadas hizo que se acomodara en el suelo frente al pasillo y mantuvo la cabeza gacha y una postura relajada.
El nuevo par de guardias estuvo frente a ella, Adelina se quedó en su posición tratando de mantenerse despierta y pensando en una manera de escapar. Tendría que hacerlo en un cambio de turno, quizás en la madrugada para evitar a la mayoría de los guardias y debía buscar algo más letal que un par de clavos con los que defenderse.
Siguió peleando contra el sueño, se pellizcó la pierna sana e intentó pensar en otra cosa, pero fue en vano. Su cabeza reposó contra el ladrillo y se sumergió en la basta negrura.
Adelina veía a un grupo de gente en lo que parecía ser catacumbas. Las personas estaban inclinadas a una estatua de Hela, recitaban oraciones en un idioma desconocido a oídos de la muchacha y uno de los presentes se acercaba al altar alzando sus manos.
–Hermanos míos –exclamaba enfrentándose a las personas–. Ha pasado poco desde la caída de nuestra diosa y señora y nuestros esfuerzos por localizar a su hijo Kolbein no han dado frutos. Ni siquiera tenemos la certeza de si está con vida.
–Deberíamos buscar en el Mundo Exterior –sugería uno de los presentes–. Es posible que el Príncipe de los Muertos se encuentre en la corte del emperador Jerrod y la emperatriz Sindel.
–No podemos entrar sin alarmar a nuestros enemigos –decía el hombre del altar–. Tenemos que seguir moviéndonos en las sombras.
–Entonces, hagamos brujería para invocar a nuestra señora –proponía otro de los seguidores–. Probemos magia de sueños o posesión. Probablemente, tengamos mejor resultado
Los susurros entre los presentes se esparcían como la pólvora ante las sugerencias.
El líder miraba pensativo a la multitud, empezaba a caminar en círculos y les daba la espalda a los seguidores contemplando la estatua de la diosa. El silencio podía cortarse con un cuchillo y todos observaban expectantes la decisión del líder.
–Está bien –decía volteándose–. Comiencen los preparativos para el ritual. Utilizaremos magia de sueños. La magia de posesión podría despertar la curiosidad de los demonios.
 Los presentes se inclinaban y recitaban:
–Por Hela y su sagrada ley.
Los seguidores se movían de un lado al otro colocando velas y cráneos de animales, pintaban un círculo con sangre y en el medio dejaban la daga Sultin entre miles de huesos, flores y piedras con runas nórdicas. Cada seguidor tenía en su frente la runa Ear, ᛠ. Se recostaban alrededor del círculo, empezaban a recitar un conjuro en un idioma desconocido y luego entonaban un poema:
–La tumba es horrenda para cualquier caballero, /cuando la carne empieza sin cesar, /a enfriar el cuerpo, la tierra elige/un oscuro lecho; la prosperidad cae, /la alegría pasa, los pactos son traicionados.
Adelina había caído en una negrura espesa y veía a los seguidores de pie. Abrían los ojos buscando a Hela, la llamaban y rezaban. En un momento, la figura de una mujer se hacía presente entre los seguidores, se encontraba recostada en un féretro unido a cadenas y decía:
–Los escucho mis leales seguidores.
–Mi señora –decía el líder y todos se acercaban–. Estamos aquí, díganos qué debemos hacer.
–Quieren traer a alguien de la muerte –exclamaba Hela entre quejidos–. Mi poder se desvanece y deben repartir el castigo.
–¿Dónde se encuentra, mi diosa? –preguntaba otro seguidor–. La ayudaremos y también, al Príncipe de los Muertos.
–La familia está a tres días al Norte –hablaba–. Mi poder…
–Mi señora…
–Abominación –susurraba Hela–. ¡ABOMINACIÓN!
El grito de agonía de la diosa había hecho retroceder a los seguidores y se quedaban impactados al ver a su diosa elevarse a la basta negrura rompiendo el féretro. Unas cadenas ataban sus extremidades irradiando naranja y verde y hacían gritar a Hela una y otra vez. Se retorcía, mientras su cuerpo se pudría lentamente y solo quedaba su llanto.
El recuerdo cambiaba a otro. Adelina se encontraba en una cueva diferente y veía la familia que le resultaba conocida. Los miembros cargaban el cadáver en el centro del ritual, juntaban las manos y empezaban a recitar un conjuro.
Inmediatamente, unos gritos de batalla azotaban la cueva. Los seguidores de Hela destruían todo a su paso y la madre intentaba cuidar el cadáver, mientras el padre y el hijo mayor peleaban. Uno de los invasores había logrado asesinar al hijo incrustándole una lanza en todo el pecho emanándole el líquido carmesí de la boca, la madre cargaba el cadáver y corría hacia la salida, pero uno de los fieles le había clavado su espada en el abdomen. El padre era el único sobreviviente y todos los fieles se abalanzaban contra él acuchillándolo hasta dejarlo sin vida.
–Por Hela y su sagrada ley –decían los seguidores.
Se marchaban dejando un baño de sangre y sin mirar atrás. Los minutos pasaban con lentitud y Adelina creía que se había quedado atrapada en el tormentoso recuerdo del pasado, pero sus dudas y temores se desvanecían al ver que el cadáver comenzaba moverse. Se quitaba las mantas sucias revelando a Mateo… con rasgos un poco más jóvenes. Miraba la masacre, sus manos se manchaban con la sangre de su familia, su expresión de confusión pasaba a una de terror y soltaba un grito desgarrador.
Adelina había perdido la noción del tiempo. Los días eran similares. Shang Tsung, Mateo y Dimitri no descansaban en sus experimentos retorcidos. Cada corte que le hacían con la daga era más brutal que el anterior, comenzaba a plantearse la idea de usar otros métodos e incluso, estudiar las runas de Kolbein, pero Shang Tsung había recalcado la necesidad de la presencia de Quan Chi.
Las muñecas le dolían y las esposas le enrojecían la piel. La celda se había vuelto fría, los dientes les castañeaban a los pocos minutos de entrar y la camisa de camuflaje no le brindaba tanto calor. El hambre la consumía por completo y solo se le calmaba cuando le daban pan duro y arroz. Los pocos minutos a solas que tenía, lloraba en silencio pensando en sus amigos y en Tomas y tarareaba las canciones que recordaba.
Algunas veces, Dimitri la observada comer, le tocaba los brazos y los hombros y Adelina trataba de alejarse de su repugnante tacto entre patadas y manotazos. Incluso, había intentado darle un cabezazo, pero lo había esquivado y le tiró el cabello negro como reprimenda. Desde ese momento, Adelina dormía menos y caminaba por más horas en la celda para combatir el sueño.
En uno de los días, ella despertó por los golpes de los barrotes de su celda, los guardias la sacaron a la fuerza y la arrastraron por los pasillos hasta llevarla a una habitación completamente diferente. Las paredes desprendieron un calor asfixiante, el cambio repentino del clima le dio vueltas la cabeza y Adelina tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no desmayarse. Los soldados le quitaron las esposas, la encadenaron en una mesa de tortura extendiendo sus extremidades, la cabeza de la joven cayó sobre su hombro haciendo que el cabello negro tapara su visión.
–¿Pudiste averiguar bien la ubicación exacta del siguiente artefacto? –preguntó Shang Tsung y la muchacha observó a quién le dirigía la palabra.
–Encontrar el mapa indicado lleva tiempo –respondió Mateo revolviéndose el cabello castaño–. Y los estúpidos seguidores de Hela no dejaron una coordenada ni menos el nombre del sitio, pero lo seguro es que está aquí en la Tierra.
–¿Qué querés hacer? –preguntó Adelina.
–Cállate –vociferó Mateo.
La joven vio el origen del calor. Había un horno para fundir metales al rojo vivo y entre las llamas se encontraba la daga Sultin sin su color negro y plateado, sino anaranjado. Un soldado imperial la sacó usando pinzas, la dejó en una mesa de piedra y se marchó del lugar. Adelina comenzó a forcejear, pero Mateo le dio una bofetada desorientándola más y sus mareos se acrecentaron.
–¿Dónde está el estúpido de Dimitri? –preguntó Shang Tsung.
–Estoy aquí –respondió el hombre entre respiraciones pesadas.
–¿Qué hacías? –cuestionó Mateo.
–Preparar mis cosas –respondió Dimitri–. Tengo la reputación de ser un buen torturador con los elementos de la tabla periódica y quiero conservarla.
Sacó la caja de madera mostrando los metales y se sentó en la mesa revisando su contenido. Shang Tsung y Mateo observaron la daga detenidamente, el muchacho tomó guantes para el calor y dijo:
–No puedo creer que por varias horas esta cosa no se haya derretido. La colocamos ayer a la tarde a temperaturas altísimas.
–Significa que esa arma posee bastante poder y hay que estudiarlo –dijo un hombre–. Tu amigo y Damashi tienen razón de que los artefactos pueden ayudarnos a deshacernos de Liu Kang.
Adelina movió apenas su cabeza para ver de quién provenía la voz. Era un hombre aterradoramente pálido, sus ojos estaban pintados, se extendían por su cabeza calva y llevaba ropas azules y negras provenientes del Mundo Exterior.
–Es bueno verte, Quan Chi –dijo Shang Tsung.
–Probemos los poderes que posee –soltó el otro hechicero.
–Ya sabemos que tiene dos –informó Dimitri–. Manipulación del hierro y criomancia. Pero son débiles.
Mateo tomó la daga y la acercó a Adelina. Intentó alejarse, pero las cadenas se lo impedían, las extremidades estiradas le dolieron y el calor del arma se acrecentó. Vislumbró la sonrisa maliciosa de Dimitri, también las de Shang Tsung y Quan Chi, mientras Mateo la miraba con desprecio. La muchacha siguió moviéndose como un animal indefenso, el hechicero calvo elevó sus manos y emergieron un color verdoso y violeta. Su poder la inmovilizó por completo y Mateo colocó la hoja afilada y ardiente en el brazo tatuado de Adelina.
El dolor fue insoportable. Gritó y todo le dio vueltas. Recordó quemaduras que se había hecho alguna vez en su infancia o cuando comenzaba a cocinar, pero fue peor. Miles de agujas calientes e invisibles clavándose en su piel, mientras Mateo puso la daga en otra parte del cuerpo de Adelina y después en otra y en otra…
No supo cuánto tiempo estuvo chillando o si ya quedó completamente afónica. Las lágrimas cayeron en sus mejillas perdiéndose en el suelo sucio, alzó la cabeza y vio a los muertos. Sus padres sangrando por las heridas de bala, Kolbein con su herida en el abdomen, distintos hombres y mujeres desconocidos gritando al mismo tiempo y Hela pudriéndose. La negrura invadió la visión de Adelina, el ruido se convirtió en un pitido, las voces de los cuatro hombres dejaron de tener sentido ni comprendió lo que le decían. Un ardor en su mejilla la azotó.
Su cuerpo le pareció plomo, el suelo caliente la recibió y soltó un gemido de dolor. Los ojos avellana de Mateo estuvieron en el campo de visión y la zarandeó varias veces, mientras le decía cosas que Adelina no logró comprender. Alguien le tiró agua para hacerla reaccionar y los ojos de la joven se cerraron por completo.
El suelo raspó su cuerpo y la lanzaron como un saco de papas hacia la fría celda. Adelina se arrastró como pudo hacia la pared, se recostó tratando de no apoyarse del lado derecho de su cuerpo y con las pocas fuerzas que tenía, observó las quemaduras desperdigadas por su brazo y abdomen. Las muñecas y hombros le dolieron como nunca por culpa de las esposas y cerró los ojos soltando un gran suspiro. Inmediatamente, el eco de un chirrido se escuchó por la celda y Dimitri apareció cargando un plato de comida y un pote.
Los guardias imperiales, como era costumbre, le quitaron las esposas a Adelina y Dimitri le acercó el plato. La muchacha devoró el arroz y el trozo de pan duro, tembló del frío y se cubrió con la camisa de camuflaje, mientras Dimitri la observaba. La chica se alejó dejando el plato a un costado y el hombre abrió el pote.
–Si no te pongo esto las quemaduras se infectarán –dijo sosteniendo el recipiente de plástico–. No quiero soportar las quejas de Quan Chi y Shang Tsung.
–Yo me lo pongo –gruñó Adelina agarró el pote y se pasó la crema por las quemaduras.
Soltó una mueca disgusto al tocar las heridas, pero intentó no mostrar más emociones. Se cubrió más con la camisa y se alejó más de Dimitri.
–Podría conseguirte unas mantas –dijo guardando el pote–. Si haces algo por mí, obviamente.
–Prefiero morir de hipotermia que necesitar algo de vos –escupió Adelina.
Dimitri la tomó por el cuello e intentó rasguñarle la mano.
–Te estás congelando en este lugar asqueroso –mostró los dientes–. Apenas te toqué y eres un cubo de hielo.
–No me importa, forro.
La muchacha le tiró un escupitajo, Dimitri gruñó y la lanzó hacia la pared. Los guardias la volvieron a esposar y, en ese instante, una idea cruzó por la cabeza de Adelina. Las mantas serían una buena tapadera durante la ausencia de los guardias en el cambio de turno, tendría una gran posibilidad de escapar sin ser detectada. Pero debía mantenerse despierta y escuchar los cambios en la noche.
Dimitri se fue entre maldiciones dejando que los guardias la vigilaran. La joven tembló del frío y se acomodó contra la pared. Su mente la llevó devuelta a Daniela, Mariano y Tomas, cerró los ojos conteniendo el llanto y cualquier moqueo.
Adelina veía a los seguidores de Hela completamente diferentes a la última vez. Había varias lápidas y nombres de fieles ya muertos en la cueva. Todos estaban arrodillados frente al altar de Hela y el líder se ubicaba detrás de la estatua de la diosa.
–Hermanos míos –empezaba alzando las manos–. Hemos estado por varios años buscando a nuestra diosa y señora, pero no hemos tenido resultados. Nuestra búsqueda con el Príncipe de los Muertos ha quedado en un punto muerto y necesitamos reorganizar nuestras fuerzas. Alguien nos está diezmando.
–¡Mi señor! –decía una de los fieles entrando a la cueva–. Encontramos algo en las cercanías de un pueblo a una semana de aquí. Está relacionado al Príncipe de los Muertos.
Todos los presentes se levantaban con rapidez y se marchaban de la cueva cargando cada suministro que podían los caballos. Cabalgaban entre la tormenta dejando atrás posadas y campos, llegaban a su destino… la cabaña de Kolbein.
Los seguidores bajaban de los caballos, se acercaban a la desastrosa estructura y hacían un perímetro. Entraban al hogar, sus rostros se mostraban inexpresivos ante lo que veían y empezaban a hurgar. La mesa destrozada, la sangre en la pared, los pedazos de hierro incrustados en el suelo, las manchas negras en la madera por quemaduras.
–Mi señor –decía uno de los fieles–. El Príncipe de los Muertos tuvo un heredero.
Su mano señalaba la cuna intacta al lado de la cama de paja.
–Debió haber escapado en la pelea –susurraba el líder–. Esperemos por Hela, que haya tenido suerte la madre y el pequeño.
–¡Mi señor! –gritaba un fiel a las afuera de la cabaña–. Hay restos.
Todos los que se encontraban en la cabaña, salían desesperados y se acercaban a donde estaba el seguidor. Había una tumba abierta, un cuerpo en estado de descomposición y los seguidores se arrodillaban susurrando oraciones. El líder tomaba de los restos de Kolbein la daga Sultin y su bolsa de runas, las guardaba entre trapos sucios y otro seguidor cargaba el cuerpo del Príncipe de los Muertos.
El recuerdo cambiaba a otro. El líder de los seguidores poseía en sus manos la corona de púas de Hela y la colocaba en un cofre de piedra con runas nórdicas. Los demás fieles salían de la caverna, llegaban a lo que parecía los restos de una fortaleza china y se arrodillaban en la entrada susurrando una oración.
Los fieles se quedaban a descansar en una cueva, un par vigilaba gracias a las llamas de la pequeña fogata y un leve viento frío se elevaba apagando el fuego. Uno de los seguidores se alejaba del grupo tratando de escuchar el mínimo ruido insignificante, observaba cada árbol buscando algo fuera de lo común y se daba la vuelta para volver a su puesto.
Rápidamente, una figura le atravesaba el pecho con una espada. El seguidor apenas pudo vociferar.
–¡Nos atacan!
La figura tomaba la forma de Mateo. Los seguidores de Hela empezaban a pelear contra él, pero había desaparecido en una maraña de sombras y volvía aparecer clavando su espada en el cuello de otro fiel. Lanzaba la oscuridad hacia un seguidor frente suyo segándolo, se abalanzaba hacia él con un rugido y le cortaba la cabeza.
Uno a uno, los seguidores de Hela iban muriendo, Mateo cortaba y embestía sin un ápice de respiro dejando un baño de sangre y extremidades esparcidas manchando la nieve blanca. El muchacho se revolvía el cabello castaño soltando una exhalación, se sentaba en un tronco y observaba a un seguidor moribundo.
–Pagarás… por lo que hiciste –susurraba y la sangre salía de su boca manchando las botas de Mateo.
–Ustedes, primero y su diosa de mierda –gruñía clavando la espada en el cuello del seguidor–. Por mi familia.
El golpe de los barrotes de la celda despertó a Adelina y los guardias la llevaron a una habitación diferente a la del día anterior. Los hechiceros le hicieron un chequeo que duró todo el día. Shang Tsung estudió sus ojos, la textura de la piel pálida de Adelina, los músculos e incluso, sus dientes teniendo que contener el impulso de darle una mordida o un escupitajo. Una pequeña parte de su interior, le alegró no tener que soportar cortes, quemaduras o nuevos métodos de experimentación.
Se puso tensa al sentir la mirada asquerosa de Dimitri durante todo el chequeo. Se cubrió con los restos de la camisa de camuflaje, pero parecía que el hombre le divertía verla en ese estado de desesperación. Le extrañó que Mateo no estuviera presente, quizás no hacerla sufrir y chillar no lo entretenía o simplemente, no se había enterado.
Adelina mantuvo la boca cerrada durante todo el día y no se atrevió a dirigirle la mirada a los hechiceros ni a Dimitri. Los guardias imperiales la arrastraron hacia la celda y la muchacha intentó memorizar los pasillos y los pequeños recovecos en los que esconderse cuando escapara. El frío del lugar invadió cada parte de su cuerpo, los dientes de la joven castañearon con fuerza y su cuerpo tembló como una hoja. Se sentó en el suelo apoyando la espalda contra la pared y empezó a contar los minutos.
El chirrido de la puerta azotó cada rincón del sitio, las pisadas se volvieron más fuertes y Dimitri apareció con una sonrisa engreída trayendo su comida. Los guardias abrieron la celda, le quitaron las esposas y el hombre entró. Adelina se frotó las muñecas adoloridas y tomó el plato de plástico devorando su contenido. Los soldados mantuvieron sus manos en las empuñaduras de las espadas y se ubicaron en la entrada de la celda.
–Mi oferta sigue en pie –soltó Dimitri sonriendo.
–¿Qué querés? –preguntó Adelina evitando su mirada penetrante. El arrepentimiento la inundó.
–Soy un hombre de gustos y placeres sencillos –dijo Dimitri acercándose a la muchacha con lentitud–. Muchachos, por favor traigan unas mantas a esta chica. Se está helando aquí.
Los soldados asintieron y se dirigieron hacia la puerta. Los ojos azules oscuros de Dimitri se enfocaron en la joven, sus dedos le tocaron el cabello negro como la tinta y tembló. Tomó un mechón aspirando el aroma, lo enredó juguetonamente y lo soltó acercándose más a la chica.
–El jazmín tiene un aroma exquisito y más en una mujer hermosa –susurró Dimitri, una de sus manos tocó sus mejillas pecosas y bajó hacia los labios–. Carnosos y suaves…
Las manos del hombre bajaron hacia el pecho de Adelina y luego, hacia las caderas apretándolas con fuerza. La muchacha le dio una bofetada, le golpeó el pecho una y otra vez tratando de alejarse, pero Dimitri no reaccionó en lo más mínimo y milagrosamente, las pisadas de los guardias hicieron que el agarre del hombre se aflojara hasta poder librarse. Los soldados aparecieron cargando un par de mantas, mientras Adelina se alejaba temblando y cubriéndose como podía.
–Aquí está lo que pidió, habitante de la Tierra –dijo uno de los soldados
–Dicen que la paciencia es una virtud –susurró Dimitri–. Cuando los hechiceros terminen contigo y antes de que Mateo decida matarte, nos vamos a divertir mucho.
Uno de los soldados volvió a esposar a Adelina, mientras el otro la cubría apenas con las mantas. Dimitri se marchó dándole una sonrisa retorcida, un escalofrío recorrió la espalda de la muchacha y su ansiedad por escapar aumentó.
Los guardias se pusieron firmes, Adelina se recostó contra la pared contando los minutos y mantuvo una postura relajada y los ojos entreabiertos. Agudizó el oído ante cada diminuto sonido, el tiempo se volvió eterno y la joven tuvo que hacer un esfuerzo titánico de no mover su pierna o cualquier otro músculo del cuerpo.
Las pisadas de los guardias dirigirse a la puerta la aliviaron, pasó sus manos esposadas sobre la parte bajo de sus piernas y las colocó en su pecho. Buscó en la vieja cama de madera un par de clavos, sus dedos fueron hacia la cerradura de las esposas, empezó a maniobrar con uno de los clavos para quitárselas escuchando el leve sonido del mecanismo y se las quitó. Inmediatamente, acomodó las mantas para darle su apariencia, ocultó las esposas y se aproximó a los barrotes de su celda. Empezó a maniobrar la cerradura usando el clavo oxidado y mantuvo el oído agudizado.
Al escuchar el clic, el corazón de la muchacha dio un salto, abrió la puerta y la cerró haciendo el menor ruido posible. Salió del sitio caminando con todos los sentidos en alerta, se camufló en las sombras recordando su entrenamiento con los Lin Kuei y apretó con fuerza los clavos. Los pasillos laberínticos confundieron a Adelina, trató de rememorar y abrió las tantas puertas desperdigadas entre bifurcaciones y caminos sin salida.
Se escondió entre las polvorientas cajas de maderas ante la presencia de soldados del Mundo Exterior y le pareció vislumbrar mercenarios portando armas de fuego. Una de sus manos fue hacia su boca tratando de acallar su respiración y contó los segundos escuchando la conversación de los guardias y rezando para que no la encontraran. Las voces se volvieron más lejanas, Adelina levantó apenas la cabeza sin encontrar ningún guardia y siguió caminando entre los confusos pasillos.
Entre las tantas puertas cerradas, Adelina encontró una abierta y entró sin dudar ni titubear. La luz anaranjada de los focos iluminó la habitación, el miedo recorrió cada parte de su cuerpo y caminó lentamente hacia la pared. Había fotos de ella desperdigadas, cada una era de su vida cotidiana en Buenos Aires. Fotos de ella con Mariano y Daniela riendo, fotos saliendo de su edificio y otras tantas dispersas. Papeles estaban unidos con un hilo rojo, otros eran documentos de personas desconocidas y un gigantesco árbol genealógico se imponía frente a los ojos de la joven.
Adelina analizó con cuidado el árbol y los integrantes de la familia. Iniciaba con Alarik y la diosa Hela, la línea negra bajaba hacia el nombre de Kolbein y Siriana y se encontraba el de Siriana. El árbol genealógico iba extendiéndose entre diferentes miembros hasta llegar a los nombres de los padres de Adelina, Ricardo y Elena Acosta y debajo estaba el de la joven… Era imposible.
Sus ojos buscaron alguna información de sus padres y encontró fotografías de su asesinato, del Viejo Mario y grandes expedientes. Tomó algunas hojas y el árbol genealógico, salió lo más rápido posible del lugar y el corazón se le salió del pecho al ver un guardia imperial.
–¡Alto! –gritó desenvainando la espada.
Se abalanzó hacia la muchacha y esquivó la hoja. Le propició una patada en el costado desprotegido, el guardia trató de agarrarle el cabello negro, pero la muchacha le asestó un puñetazo en la nariz y trató de sacarle el arma. El soldado imperial la empujó haciéndola caer en un conjunto de cadenas, el dolor azotó la parte baja de su espalda y se levantó tambaleante. Tomó una cadena y la envolvió en su mano.
Se abalanzó contra el guardia esquivando una embestida de su espada y pasó por debajo de sus piernas. Adelina se subió a su espalda como un koala, rodeó la cadena en el cuello del soldado y comenzó a tirar con todas sus fuerzas. El guardia soltó quejidos, sus dedos tocaron la cadena tratando de quitársela y la joven volvió a tirar con más fuerza soltando un gruñido animal. Cayeron al suelo y el soldado continuó luchando, pero Adelina notó que el forcejeo del hombre fue haciéndose más débil hasta cesar.
La muchacha apartó el pesado cuerpo soltando una respiración pesada. Se levantó entre quejidos, empezó a correr, las voces se volvieron más notorias y su corazón salió de su pecho.
–¡Ahí está! –gritó una voz.
Adelina volteó la cabeza. Un grupo de guardias se aproximó hacia ella, corrió a toda velocidad sin importarle la dirección en que los pasillos la llevaban, cualquier bifurcación le sería de mucha ayuda. Se dirigió hacia el pasillo derecho con la esperanza de sacarse a los guardias de encima, pero no esperaba chocarse contra algo duro. Cayó al suelo soltando un quejido y el corazón de Adelina se detuvo.
Los ojos avellana de Mateo se posaron en ella, destilaron sorpresa y odio, la muchacha usó las palmas de sus manos para retroceder. Pero el hombre caminó tomando una pistola y con un gruñido, le golpeó en la frente con la culata llevándola a la negrura.
Las voces le sonaron confusas. Su visión fue borrosa, las siluetas se movieron de un lado al otro, trató de hacer que sus extremidades reaccionaran, pero ninguna le respondió y pudo escuchar fragmentos de conversaciones.
–No es buena idea…
–Yo me encargo… va a ser divertido…
–Haz lo que quieras…
La frente le estalló de dolor, intentó tocarse la frente, pero el sonido de cadenas fue lo único que escuchó y se percató de que tenía una cinta en la boca. Alzó la cabeza, las esposas estaban unidas a cadenas contra la pared. Intentó levantarse, pero sus fuerzas se desvanecieron al sentir una bofetada y la muchacha abrió los ojos como platos.
Un hombre encapuchado de pies a cabeza le quitó la cinta de la boca y Adelina tuvo que contener quejido de dolor. La miró fijamente analizando cada parte de ella y se enfocó en los papeles que cargaba.
–Adelina Acosta –empezó el hombre mostrándole apenas los documentos a la chica–. Nacida en Rosario, Provincia de Sante Fe, Argentina; hija de Ricardo y Elena Acosta y huérfana tras sus asesinatos por unos estúpidos narcos contratados por nosotros. Lo que nos dejó de enseñanza de nunca dejar el trabajo a otros.
–¿Qué querés decir? –cuestionó Adelina en un susurro.
–A la edad de diez años, te fugaste del orfanato en el que residías con tu amiga, Daniela Ramoter–prosiguió enfocándose en los papeles–. Criada por Mario Vandetti y conviviendo con el estúpido de Mariano Baldor. Eres arqueóloga, artista e investigadora privada. También, descendiente de Hela, diosa de los muertos y antigua gobernante del Infierno.
–Mentira –gruñó la muchacha–. Ella me maldijo y tengo estas marcas en el brazo y la pierna.
–Lo que tienes es un símbolo de esa diosa de porquería –dijo el hombre elevando la musculosa blanca destrozada y sucia–. Significa que su sangre corre por tus venas.
–Mentís –vociferó Adelina–. No es verdad.
–Por desgracia, tengo la razón –argumentó con calma–. Tienes sangre de una diosa y una muy poderosa. Me alegro de haber sido testigo de su caída.
La afirmación la tomó por sorpresa.
–¿Eras vos…? –preguntó Adelina–. ¿Hiciste vos la revuelta?
–Fui uno de miembros y con orgullo –respondió sonriente–. Soy Nyagust, antiguo miembro de la revuelta del Infierno. Humillé y encerré a Hela, porque se lo merecía. Su estúpida forma de gobernar me daba arcadas y más demonios compartían mi sentimiento. Agradezco a Damashi, su último empujón con la magia para dejar a Hela sin fuerzas y encadenarla.
–Entonces ¿para qué me querés? –cuestionó Adelina. Cada palabra que salía de la boca le resultó imposible de creer.
–Porque hay un poder dentro de ti –respondió tocando el pecho de Adelina con el dedo índice–. Además, eres la única que puede tocar los artefactos de Hela y su asqueroso hijo sin morir en el intento. Y necesito la magia que poseen dentro.
Muchos sucesos se conectaron en su cabeza. Las visiones y sueños, las alucinaciones de los muertos, la criomancia, la manipulación del hierro. Trató de meterse en la cabeza que era una mentira. Que querían hacer otras cosas repugnantes con ella, pero le resultó imposible de creer.
–No sé a qué te referís.
–Sí, lo sabes –dijo Nyagust–. Lo sabes dentro de ti, por más que lo niegues. Disfruta de lo que te queda de vida. Romperte va a ser divertido y serás nuestra buscadora del tercer y último artefacto.
–No voy ayudarte en nada.
–Muy tarde.
Nyagust comenzó a reírse, mientras se marchaba de la celda. La puerta hizo su chirrido característico, Mateo apareció ordenando a los guardias que se marcharan, se acercó revolviéndose el cabello castaño y se sentó en la cama de madera. Adelina lo enfrentó, sin pensarlo le tiró un escupitajo, el muchacho soltó una mueca, le dio una bofetada y luego otra y otra… Se detuvo y volvió a sentarse en la cama de madera soltando una exhalación.
–Vos mataste a Kolbein –afirmó Adelina–. Y a los seguidores de Hela.
–Lo hice –dijo Mateo–. No me arrepiento de haberlo hecho.
–Hela mató a tu familia ¿verdad? –preguntó la joven.
–¿Cómo lo sabes? –cuestionó Mateo en un tono oscuro, pero luego soltó una risa pequeña–. ¿Usaste algún truco o te lo mostró Hela?
Adelina guardó silencio y siguió enfrentando con la mirada al hombre.
–Mi familia estaba pasando un mal momento, en plena Edad Media –empezó Mateo–. Todos trabajábamos para traer un plato de comida, pero me enfermé de gripe. En ese momento, no existía una cura y mi familia intentaba de encontrar cualquiera que pudiera ayudarme. A las pocas semanas, morí y mi familia convocó a Hela para que me resucitara.
–Pero ella se negó –dijo Adelina.
–Mis padres trataron de convencerla –continuó Mateo–. Entonces, decidieron la resurrección, pero sus seguidores se enteraron y… –soltó una risa pequeña–. No sé cómo lograron encontrarlos y los masacraron. A pesar de eso, resucité… Por un tiempo, me maldije a mí mismo por sus muertes, pero fue gracias a Damashi que vi la verdad…
–¿Cuál es esa verdad? –cuestionó Adelina.
–Por culpa de tu miserable familia, la mía está muerta –gruñó Mateo apretando las mejillas pecosas de la joven–. Entonces decidí masacrar, lo que esa diosa asquerosa más amaba y era a su preciado hijo y fieles. Damashi me contó sobre la revuelta del Infierno y que Nyagust me ayudaría a exterminar todo el linaje. Por desgracia, toda tu familia logró ocultarse bastante bien por toda Europa y huyeron a un país tercermundista de Latinoamérica.
–Hijo de puta –escupió la joven.
–Maldice todo lo que quieras, en tu mente –dijo Mateo sacando un trozo de cinta y se la colocó en la boca–. Por ahora, descendiente de Hela, necesitas prepararte para los siguientes experimentos.
El muchacho se levantó de la cama de madera y antes, de irse dijo:
–Me agradas, Adelina. Hubiéramos sido algo más en otro mundo… Pero tu sangre inició esto y me voy a vengar.
El chirrido de la puerta se escuchó por todo el lugar, la voz de Dimitri le causó escalofríos y empezó a forcejear con las cadenas y esposas, pero sus fuerzas la habían abandonado.
–Te lo juro, Julius –dijo Mateo entre gruñidos–. Si la llegas a lastimar o solo propasarte con ella, estás muerto. La necesitamos lo más sana posible. Los guardias me dijeron que estuviste con ella cuando escapó y que hacías cosas.
–Detesto que me llames por mi nombre –dijo Dimitri–. Y dos, eres un maldito hipócrita. Escuch�� como le dabas una golpiza, pero como mi jefe voy a intentarlo… Aunque no prometo nada.
Mateo le lanzó una mirada de disgusto y se fue del lugar. Dimitri sonrió victorioso soltando una risotada engreída, se sentó en la cama de madera y luego se acomodó al lado de Adelina pasando un brazo sobre el hombre de la joven. Intentó apartarse de su tacto, pero Dimitri mantuvo su agarre y la obligó a lo mirara.
–Ahora sí –susurró y sus labios se posaron en la mejilla pecosa de la muchacha. No eran los labios cálidos y reconfortantes de Tomas–. Me moría por hacerlo.
Adelina rememoró sus momentos con el muchacho Lin Kuei. Las palabras dichas, las comidas que compartieron y los besos a escondidas. Los labios de Dimitri fueron bajando cada vez más y la muchacha siguió luchando contra su agarre. Inmediatamente, el hombre detuvo las caricias incómodas y la admiró.
–Es una pena que tanta belleza –dijo el hombre quitando los mechones negros y apretó con fuerza el cuello de Adelina–. Esté derrochada en ti. Pero voy a disfrutar lo que queda de tu vida.
Le soltó el cuello y el aire invadió sus pulmones. Dimitri la observó por varios minutos, pero Adelina miraba un punto fijo del pasillo tratando de mantener sus emociones a raya. Dimitri cayó dormido con la cabeza recostada contra la pared y una de sus manos ubicada en la cintura de la muchacha.
En ese momento, las lágrimas mojaron sus mejillas y parte de su musculosa, el llanto fue callado por la cinta en su boca y tembló sin parar. No supo cuándo sus ojos se cerraron, mientras recordaba a Tomas, Daniela y Mariano.
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coolpizzazonkplaid · 5 months ago
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La heredera del Infierno
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Avisos: La canción que canta Daniela es Yes To Heaven de Lana del Rey.
Verdades crueles
Durante los días siguientes en la Academia Wu Shi, Liu Kang había prohibido el envío de cartas a Arctika y salidas, a menos que fueran para buscar suministros. También, había dado la orden a los monjes de patrullar alrededor de la entradas, mientras los combatientes entrenaban más seguido. El dios había comenzado a quedarse durante los almuerzos y cenas y visitaba tanto a Kenshi como a Daniela por sus heridas.
La pierna de la muchacha no había sanado del todo, pero lograba caminar por la academia y cerca de los campos de entrenamientos para visitar a sus amigos. Las muletas le resultaban un poco incómodas al usarlas, a pesar de estar por varias semanas con ellas. Por otro lado, se sentía apenada por la pérdida de la vista de Kenshi, por más que le dijera que su espada, Sento, se la había devuelto.
Continuaba escribiéndose cartas con Shang Tsung, comentándole sus frustraciones por la pierna rota, su entusiasmo de cocinar algún postre y de verlo otra vez. Releía libros que tenía en su habitación y había empezado ayudar, en lo que podía, a Mariano con su torre de radio.
Le sostuvo los cables enredados, mientras el muchacho no paraba de cantar a todo pulmón y Daniela rio cuando la radio hizo cortocircuito haciendo que Mariano volviera a la realidad.
–Puto cable de mierda y la concha renegrida de su hermana, también –dijo–. ¿Me apuntas la luz de la linterna acá? Por favor.
–Sí –respondió Daniela estirando más su brazo y acercándose como podía–. ¿No podrías bajarle volumen a la música?
–No, es Ozzy Osbourne y nunca le voy a bajar el volumen, a menos que sea de noche –afirmó Mariano metiendo los cables en los botones de control y luego sus ojos azules se enfrentaron a los de ella–. Che, acabo de pensar que quizás podríamos traer la avioneta.
–¿Podríamos? –inquirió Daniela–. Es tu idea, no mía y creo que Liu Kang no te va dejar.
–Pero la vamos a necesitar.
–¿En qué? –preguntó la joven.
–En alguna nueva misión relacionada con lo que enfrentamos.
Daniela pudo darse una idea de lo que habían luchado Mariano y los demás, era una amenaza. El muchacho le comentó sus sospechas de que los hechiceros buscaban hacer un golpe de Estado hacia la emperatriz Sindel y la curiosidad de Daniela se acrecentó. Pero se informaría en cuanto su pierna sanara por completo y se enfocó en ayudar a Mariano.
Daniela había visto a los nuevos luchadores de la Tierra, Ashrah y Syzoth en el complejo de estudiantes y en el comedor durante las comidas. Se presentaron mientras tomaban un descanso de los entrenamientos y le resultaron agradables y bastante graciosos. Cada cosa que para Daniela y Mariano les parecía cotidiana, Syzoth y Ashrah las veían como artefactos de otro mundo y querían descubrir sus secretos.
Daniela escuchó pisadas, estiró la cabeza hacia la puerta para quién era y resultó ser Ashrah usando el uniforme anaranjado de la Academia Wu Shi. Sus ojos negros como la noche mostraron sorpresa, al ver parte de la cabeza de Daniela y sonrió amablemente.
–Hola, habitante de la Tierra –saludó.
–No es necesario que me digas así, Ashrah –aclaró la pelirroja–. Llamame por mi nombre.
–Está bien –dijo la demonio–. Solo quería saber de dónde provenía esa melodía.
–Ah, de mí –señaló Mariano y volvió a enfocarse en la radio–. ¿Querés ayudar, Ashrah?
–¿Cómo viene tu música? –preguntó acercándose más al dúo–. ¿La generas tú?
–Eh, no –respondió Mariano alzando la mirada hacia Ashrah–. Viene de mi celular.
El muchacho mostró el aparato y la demonio se acercó observando lo que hacían.
–¿Qué quieren hacer?
–Él está haciendo una torre de radio y yo solo lo ayudo –respondió Daniela.
–¿Qué es eso? –preguntó Ashrah.
–Es un aparato para comunicarse a largas distancias –respondió Mariano–. El celular lo permite, pero como Adelina está en Arctika y sospecho que ahí no hay WiFi ni Internet y, menos una línea de teléfono. Toca usar el método antiguo.
–¿Qué tan antiguo es? –preguntó Ashrah observando y tocando los metales y cables desperdigados por el suelo.
–No tanto, se sigue usando hasta el día hoy –contestó Daniela–. Los policías lo usan, los pilotos de aviones e incluso los que van a excavar como Adelina… También, yo lo uso cuando necesito que Mariano me busque.
–Es fascinante –exclamó la demonio–. ¿Por qué se fue su amiga?
–Para entrenar con los Lin Kuei –respondió Mariano ordenando los cables–. Resulta que es criomante y… le toca entrenar con el Doctor Frío.
Daniela soltó una risa pequeña y siguió iluminando a su amigo. Ashrah los ayudó pasándole algunas herramientas y unió el micrófono con el selector del canal. Inmediatamente, el muchacho se levantó de su almohada, corrió entusiasmado hacia la ventana y sacó la mitad del cuerpo mirando hacia el techo. Daniela y Ashrah se quedaron en silencio obsevándo entre ellas y Mariano volvió a entrar a la habitación entre respiraciones pesadas.
–Después, veo cómo carajos consigo la antena –dijo Mariano acomodándose la ropa arrugada–. Voy a tener que ser muy persuasivo con Liu Kang y, más con lo de la avioneta.
El gong sonó por todo el complejo de estudiantes anunciando la hora de la cena. Daniela recogió las muletas, Mariano la ayudó a ponerse de pie y caminaron junto a los demás luchadores al comedor. Los faroles dieron luz a los caminos de piedra, los maestros entraron y se acomodaron en los asientos de madera. El rubio ayudó a Daniela a subir las escaleras y al acomodarse en la mesa, dejó cerca las muletas.
Los cocineros trajeron los platos abundantes de comida, excepto el de Syzoth que tenía insectos tratando de escapar. Daniela contuvo una arcada, vio a los monjes ponerse de pie ante la presencia de Liu Kang y se inclinaron ante él. La deidad hizo un gesto dando inicio la cena, el tintineo de los platos y el barullo de los estudiantes fueron acrecentándose a los pocos segundos.
–Lamento preguntar –dijo Daniela–. Pero ¿cómo puedes comer eso?
Señaló los insectos en el plato de Syzoth y se limpió un poco de viscosidad de insectos.
–El alimento de los sangre caliente lastima nuestro sistema –respondió el zaterrano–. Los insectos son mejores y los del Reino de la Tierra son bastante buenos.
–Deberías ir a Australia –dijo Johnny sonriente–. Es un paraíso de esas cosas.
–No sé cómo los australianos pueden vivir –soltó Mariano terminando su plato y pidiendo otro–. Una vez, vi un video donde un tipo tenía en la pared una araña –apartó el plato y gesticuló con las manos midiendo el ancho de la mesa–. De este ancho y de altura, como tres de nuestros platos.
–Debe ser una araña deliciosa, si es de ese tamaño –dijo Syzoth con una sonrisa, pero Daniela notó algo de tristeza en su tono.
–Te la comes vos, hermano –espetó Mariano dramáticamente–. Yo dinamito la casa y no me ves por esa zona nunca más. Imaginate que mi vecina, tiene esas putas arañas por la humedad. Cada vez que me pide ayuda con algo del techo, cargo una pistola por esas cosas asquerosas.
–Tus vecinos son raros –dijo Raiden terminando su plato.
–Se llama humedad y es una mierda –dijo el rubio comiendo su segunda porción de cena–. La madera se infla, vienen esas arañas de porquería y después… Los mosquitos en verano, la ropa no se seca y más en invierno.
–¿Les pasó eso? –preguntó Kung Lao.
–¿Lo de la ropa? Obvio –espetó Daniela masticando las gachas de arroz–. El año pasado, hizo una semana de tormenta y humedad, en pleno invierno. No podíamos lavar la ropa porque, literalmente, no se secaba y tocó… rebajarse.
–¿En qué sentido? –preguntó Ashrah.
–Usar la misma ropa… varias veces –respondió Mariano–. Tuve que usar mi pijama, un pulóver agujerado y mi bata para pasar la semana. Fue horrible.
–También, hubo casas que le crecieron hongos en las paredes –agregó Daniela.
Las charlas entre los estudiantes continuaron hasta que los maestros dieron por finalizado la cena. Todos los luchadores se fueron hacia sus complejos entre risas y la pelirroja pudo ver a Ashrah y Syzoth mantener una conversación hasta los jardines del complejo. Se metió a su habitación iluminada por una vela, se sentó en el escritorio atestado de libros y cartas de Shang Tsung y comenzó a releerlas deseando recibir una nueva carta. Inmediatamente, tomó una hoja y una lapicera, escribió lo que había acumulado en la semana y deseó verlo una vez más.
Querido Shang Tsung:
Espero que te encuentres bien en el Mundo Exterior. Aquí en la Tierra, no hay mucho que contar, son días tranquilos, pero con mucho entrenamiento. Lamentablemente, puedo hacer poco por mi pierna rota, trato de pasear por los alrededores del complejo de estudiantes y estoy volviendo a releer libros que me traje de mi casa.
Me siento un poco sola, ya que los demás están avanzando en sus aprendizajes y mi amiga sigue estando con los Lin Kuei. Desearía poder verte nuevamente y pienso en mil y un formas de cómo haber evitado romperme la pierna. Lo poco que me alegra son las anécdotas de mis amigos y las ideas locas de Mariano.
Espero con ansias tu respuesta,
Daniela.
La carta se esfumó entre las llamas, la joven se frotó los ojos cansados y se preparó para dormir. Su mente la llevó a su amiga, quiso escribirle cartas; pero los monjes habían retirado a todas las aves en cuanto Liu Kang restringió el envío de cartas. Deseó saber si se encontraba bien e incluso contarle sobre Shang Tsung, pero por ahora esperaría. Se recostó en su futón acomodándose en las acogedoras y cálidas sábanas y el sueño la tomó.
Daniela despertó por el estruendoso sonido del gong. Se levantó del futón usando las muletas como soporte, salió de la habitación entre bostezos y vio Ashrah y Syzoth caminar con entusiasmo hacia el comedor. Detrás de ellos, Mariano cargaba su equipo de mate y soltó un quejido a modo de saludo a Daniela. Se unió a los demás en las afueras del complejo y fueron al comedor.
La muchacha entrecerró los ojos tratando de evitar los rayos matutinos del sol. Se sentó al lado de Mariano que estaba vertiendo el agua caliente en el recipiente, Daniela lo tomó y absorbió de la bombilla sintiendo el calor de la bebida. Los presentes se levantaron ante la presencia de Liu Kang, Daniela se percató de que Mariano no los imitó por su estado de somnolencia y tuvo que darle un golpe detrás de la cabeza para hacerlo reaccionar. Todos se inclinaron ante la deidad y empezaron a desayunar.
–¿Qué le pasa a Mariano? –preguntó Syzoth–. ¿Tiene tarkat?...
–No –respondió Daniela con un bostezo–. Solo es así en las mañanas… Parece un zombie y luego de un par de minutos se reactiva.
Mariano soltó un quejido agudo y tomó mate. Ashrah y Syzoth miraron con dudas a la muchacha.
–No es tan malo comparado cuando se pone en pedo –agregó.
–Eso quiero verlo –dijo Johnny entre risas.
–Yo no –dijo Kenshi.
Continuaron desayunando hasta que el gong dio inicio a los entrenamientos. Mariano y los demás fueron a los campos de entrenamientos y Daniela, como de costumbre, se quedó sola. Se percató de que el único que estaba en el comedor fue Liu Kang, pero se marchó a los pocos minutos para resolver sus asuntos.
Tomó sus muletas levantándose de su asiento y fue hacia su habitación a buscar un libro y un cuaderno. Después, se dirigió hacia uno de los campos de entrenamiento donde estaban sus amigos, se sentó en las escaleras de piedras cubiertas de musgo y empezó a leer haciendo algunas anotaciones de las nuevas críticas que tenía de su lectura actual. Los gritos de entrenamiento se volvieron cotidiano a sus oídos y relajó sus inquietudes.
Pocos minutos antes de que la hora terminara, un maestro le avisó a Daniela que la buscaban en enfermería. La acompañó en todo el camino y pudo escuchar a los maestros vociferar órdenes y el choque de armas por toda la academia. El sol subió más, las hojas anaranjadas cayeron cerca de la muchacha y el leve viento elevó sus rulos rojizos.
Al llegar a la enfermería, uno de los médicos la atendió revisando las puntadas de la pierna y se las quitó cuidadosamente. Después, la cubrió con algunas hierbas para que le bajaran la inflamación y acomodar mejor el hueso. Se quedó recostada en la cama por varios minutos esperando a que las hierbas se secaran, decidió continuar con su lectura hasta la hora del almuerzo. Vio a sus amigos llegar al comedor, Mariano fue el primero en sentarse y preparó sus cubiertos. Se ajustó el cabello rubio atado en una cola de caballo y preguntó:
–¿Qué te dijo el médico?
–Me sacaron los puntos y me dieron unas hierbas para la inflamación –respondió Daniela recibiendo su plato.
El barullo inundó el comedor y los presentes empezaron a devorar la comida. Daniela saboreó la carne de cerdo y el arroz disfrutando el pequeño momento, mientras las charlas con sus compañeros la entretuvieron hasta que el gong dio fin al almuerzo. La muchacha salió del comedor respirando el aire fresco y empezó a caminar por los alrededores de la academia contemplando las estatuas de los guerreros cubiertas de verdín y observó a los guardias hacer sus rondas en las murallas.
A mediada que pasaba el día, Daniela se quedó en el complejo tomando mates mientras escribía la crítica a su lectura escuchando música. Las letras calmaron su mente y sus ganas de ver a Shang Tsung. Recordó sus rasgos, los ojos marrones como tortas negras y su cabello negro y suave hasta los hombros. Una sonrisa adornó su rostro y se sorprendió al ver unas llamas anaranjadas formando una carta. Daniela abrió inmediatamente la carta y leyó su contenido.
Querida Daniela:
Me entristece verte tan agobiada por no poder caminar, entiendo tu frustración y quiero alegrarte contándote algunas cosas que ocurren en el Mundo Exterior. Espero que te ayuden a pasar el rato y logren cautivarte.
Hay nuevas festividades en honor a la emperatriz y sus hijas. Desearía que pudieras ver el gran apogeo que hay en Sun Do. Hay fuegos artificiales en la noche y mucha música y comida. Quisiera tener más tiempo para celebrar, pero hice muchos avances en tratar de ayudar a los habitantes que pierdo la noción de todo. Es entretenido ver a la gente pasear por los alrededores e incluso los nobles salen a ver las maravillas de la capital. Desearía que lo pudieras ver.
Te extraña mucho,
Shang Tsung.
Inmediatamente, Daniela buscó una lapicera y arrancó una hoja de su cuaderno. Empezó a escribir con velocidad.
Querido Shang Tsung:
Me alegra que traigas esas noticias del Mundo Exterior. Seguramente Sun Do debe ser preciosa en su vida nocturna y me imagino lo abarrotadas que deben estar las calles. La comida que probé durante el poco tiempo que estuve allá, fue deliciosa y me encantaría volver a probarla.
Por otro lado, estoy feliz de que avanzaras en ayudar a tus pacientes y a los soldados de la emperatriz. Pero por favor, disfruta de la noche y despeja tu mente. Siento que te estás esforzando demasiado y me preocupa, no quiero que te agobies. Por favor, disfruta de la fiesta por un par de horas y trata de dormir un poco, así podés rendir mejor en tus investigaciones.
Te desea suerte,
Daniela.
La carta desapareció entre las llamas y la muchacha escuchó las voces de sus compañeros acercarse al complejo. Se levantó tambaleante con las muletas, avanzó hacia las afueras y trató de controlar su adrenalina. Vio a Ashrah y Syzoth mantener una conversación entre los jardines, Mariano se acostó en el suelo de piedra y Kenshi trató de levantarlo, mientras Johnny caminaba de forma coqueta hacia la muchacha.
–¿Me esperabas a mí, preciosa Daniela? –preguntó el actor juguetonamente.
–Seguí participando –respondió.
–Qué duro fue hoy –soltó Kung Lao–. Sí, que los maestros se pusieron en serio con los entrenamientos.
–La amenaza de los brujos está haciendo que Liu Kang tome sus medidas –dijo Raiden sentándose en las escaleras de piedra.
–Eso, no quita que es frustrante –argumentó Mariano desde el suelo–. ¿Me das un mate, Dani?
Llenó el pequeño recipiente con agua caliente y se lo dio al rubio. Sorbió de la bombilla, se tiró al suelo nuevamente y Kung Lao trató de levantarlo. Daniela compartió con sus compañeros el mate, vio a su amigo dirigiéndose a su habitación y la música comenzó a sonar seguido de sus entonaciones. Se volvió ruido blanco en mente por tanto tiempo escuchando la música de Mariano y Adelina desde la adolescencia.
La noche azotó a la Academia Wu Shi, los faroles iluminaron los caminos y los alrededores de las murallas; y el aire se volvió fresco. Los monjes se sentaron a meditar cerca de las grandes estatuas y otros, se quedaron definiendo los turnos de la vigilancia. El grupo se separó metiéndose en sus respectivos asuntos hasta que el gong anunció la hora de cenar. Daniela salió de su habitación notando que Mariano la esperaba para ayudarla y se sentaron juntos.
Luego de cenar y de ver a Mariano devorar más de cinco platos, todos se prepararon para dormir. Mientras el agua caliente recorría su cuerpo, su mente trajo la imagen de su amiga. Se preguntó en cómo le iría en Arctika y si perfeccionaba su criomancia. Salió del agua caliente secándose el cabello corto y enrulado, se puso un pijama cómodo y se acostó en el cómodo y suave futón hasta quedarse dormida.
Los días siguientes fueron parecidos, pero uno fue bastante particular. Mariano había desaparecido en uno de los portales creados por Liu Kang, Daniela y los demás se quedaron esperando en el sitio y dando vueltas en círculos para matar las horas y el ruido de un motor invadió todo el complejo. Mariano regresó en un portal más grande manejando la avioneta, logró ubicarlo en una zona de los jardines libre de árboles y Daniela no logró procesar lo que sus ojos veían.
Nunca creyó que su amigo pudiera convencer a Liu Kang de traer la avioneta, pero lo había conseguido y pudo vislumbrar entre los vidrios una sonrisa orgullosa. Kung Lao, Ashrah y Syzoth se acercaron a mirar con detenimiento el vehículo y quisieron tocarla como si fuera una reliquia. Inmediatamente, Mariano abrió la puerta metálica de un estruendoso golpe y con una sonrisa adornando su rostro. Sus manos sostuvieron una pequeña antena de radio y la alzó victoriosamente.
–¡Me encanta que salgan bien mis planes! –exclamó bajando de la avioneta y quitándose los mechones rubios del rostro.
–¡Es fascinante! –soltó Ashrah–. Qué artefacto tan peculiar.
–Si tenemos una emergencia, la podemos usar –dijo Mariano golpeando una de las alas–. Aguantó muchas cosas y puede soportar más.
Kung Lao, Ashrah y Syzoth miraron cada parte de la avioneta tratando de descubrir los secretos de algo tan cotidiano y Mariano les respondió cada pregunta que tenían. Les permitió entrar, el trío observó el interior de la avioneta y Daniela escuchó el alegre parloteo, mientras tomaba mate junto a Kenshi, Johnny y Raiden relajándose del arduo día de entrenamiento.
Mariano se fue a su habitación cargando la pequeña antena y la puerta corrediza hizo un estruendoso golpe. La música comenzó a sonar junto a los sonidos de los chisporroteos, Daniela continuó tomando mate por varios minutos hasta que sus compañeros se desperdigaron por los alrededores del complejo y la muchacha se refugió en su cuarto sentándose en el escritorio. Puso música en volumen bajo, encendió una vela y empezó a escribir. Inmediatamente, unas llamas emergieron frente a ella y sonrió.
–“…If you go, I'll stay/You come back, I'll be right here…” –cantó la joven–. ”…Like a barge at sea/In the storm, I stay clear…”
La puerta corrediza se abrió revelando a Mariano y las mejillas de Daniela se volvieron tan rojas como su cabello. La carta de Shang Tsung cayó entre sus dedos junto a un pequeño frasco y lo ocultó en su regazo. Tomó una almohada y la lanzó hacia el cuerpo de su amigo.
Mariano se felicitó así mismo por segunda vez por convencer a Liu Kang de una de sus ideas. Aprovechó su corta visita a Argentina para comprar una pequeña antena y se tentó por pedir dos docenas de empanadas, pero sería un lujo que se daría en otro momento.
Caminó hacia la habitación de Daniela con la esperanza de colocar la antena en el techo de su amiga y abrió la puerta. Las dudas y temores de Mariano se acrecentaron al ver las llamas formar una carta. Salió de su trance, bloqueó la almohada con la antena y sonrió a modo de disculpa. Esperaba que su amiga supiera lo que hacía. Caminó hacia la ventana que dejaba entrar el aire nocturno y dejó la antena a las afueras.
–¿Cuántas veces te dije que no entraras sin tocar? –cuestionó la muchacha enojada.
–Perdón –dijo sacando la mitad del cuerpo y observó el techo–. Quiero ver si puedo poner acá la antena.
Daniela guardó silencio y asintió retomando lo que hacía.
–¿Quién te envió esa carta? –preguntó Mariano observando el cielo estrellado.
–Es el hechicero del Mundo Exterior –respondió Daniela–. El que entrevisté durante el torneo.
¿Y si era Shang Tsung? ¿O uno de sus cómplices? ¿Sabría Daniela la ubicación de ellos? ¿Y si Mariano estaba exagerando por la paranoia? Algunas de las piezas sobre el estado de alegría de su amiga se unieron como un rompecabezas. No creyó que se comunicaran por cartas, aun así, sus preocupaciones no cesaron.
–Tene cuidado, Dani –dijo Mariano–. Ahora, con lo que pasa en el Mundo Exterior hay que estar precavido.
–Sí, lo sé –coincidió–. Pero, él es agradable y buena persona. Trata de mejorar sus conocimientos y ayudar los habitantes del Mundo Exterior.
–Por favor, cuídate.
–Está bien, Mariano –dijo Daniela con una sonrisa amable–. Te pido que no se lo cuentes a Liu Kang. No quiero causar problemas.
–Ya de por sí, lo que pedís es un problema –argumentó Mariano–. Pero voy a tratar, siempre y cuando ese hechicero no te lastime.
La pelirroja soltó una risa pequeña y Mariano subió al techo. Le costó llegar cargando la pequeña antena, la sostuvo con fuerza para evitar que cayera y con una risotada victoriosa la dejó en el techo. El viento nocturno azotó el rostro de Mariano, el cabello se movió en el sentido contrario tapando su visión y soltó un gruñido seguido de maldiciones, mientras ubicaba la antena en el medio de las habitaciones de él y la de Daniela.
La preocupación por los dichos de su amiga aumentó. Mariano confiaba absoluta y completamente en ella, habían estado juntos desde la infancia, pero no creía en lo que el hechicero le había escrito sobre su persona.
En su batalla por poner la antena en la madera, el gong sonó anunciando la hora de la cena, Mariano bajó escuchando su estómago rugir con insistencia y estiró los brazos y la espalda por tanto esfuerzo. Caminó con Daniela quitándose el sudor de la frente y los mechones rubios pegados por su rostro cuadrado. La ropa repleta de transpiración le causó asco y deseó de meterse al agua caliente. Ayudó a su amiga a sentarse, se unió soltando un quejido aliviado y vio a sus amigos llegar lentamente.
Mariano notó la alegría y entusiasmo de Daniela, por lo que ese hechicero le había escrito, y esperó que sus intenciones fueran buenas. Tomó el plato caliente, lo devoró tan rápido como se lo dieron dejándolo limpio y pidió otra porción. La carne de cerdo inundó su paladar y se combinó con los fideos chinos. Dejó de contar las porciones que comió, pero fueron las suficientes para estar sin aliento y con menos ganas de moverse. Soltó un eructo y Daniela le dio un golpe detrás de la nuca haciendo que Mariano soltara una mueca de disgusto.
Todos los presentes se inclinaron ante el dios y se marcharon a sus habitaciones. El rubio puso música en volumen bajo, entonó algunas letras, mientras arreglaba los botones programables y la máquina dio varios chispazos y cortocircuitos. Se sorprendió de lo tarde que era, pasada las dos de la madrugada. Mariano apartó los metales y cables de su vista y se refugió en las colchas entregándose completamente al sueño.
Los días pasaban con lentitud, mientras los entrenamientos continuaban su ritmo habitual. Mariano le resultaba extraño no ver las cartas de Adelina, al igual que Daniela quisieron poder enviarle varias, pero los monjes las habían retirado del palomar a un sitio desconocido. El muchacho sentía curiosidad por la vida de los Lin Kuei y si sabían algo más que estar entrenar.
Por otro lado, Mariano notaba una mejora en la pierna de Daniela. Había empezado a caminar sin la ayuda de las muletas y a los pocos días, caminaba con normalidad. Decía que fue gracias a los ungüentos que los médicos le daban, pero Mariano sospechaba. Sanar una pierna duraba bastante tiempo y era extraño que su amiga pudiera caminar a las pocas semanas.
Mariano continuaba construyendo la torre de radio. La antena la había colocado correctamente en el techo con ayuda de Kung Lao y Raiden. Este último le había dado electricidad con su medallón y en un momento, la idea de encender la torre en un día de tormenta eléctrica lo había hecho reflexionar. La primera vez que le daba corriente (en un día soleado) no había funcionado generando una explosión en el selector de canal. Tampoco había encendido a la segunda… ni a la tercera. Mariano tenía que construir todo entre maldiciones que las combinaba sin darle algún sentido.
En su cuarto intento de mejorar el selector de canal, el día fue ajetreado por los entrenamientos y Daniela se incorporó completamente. Mariano se alegró por ella, le divirtió verla entusiasmada por estar al lado de sus compañeros y querer esforzarse en mejorar. Al atardecer, terminaron todos cansado, el rubio cayó al suelo, como era de costumbre, y Daniela lo ayudó a ponerse de pie entre quejidos.
Mariano caminó lentamente hacia su habitación, puso música y trató de arreglar el selector de canal. Se desconectó del alrededor en cada canción, se enfocó en los cables y botones frente suyo entonando algunas letras y volvió a colocar el selector de canal. Maldijo ante los chispazos repentinos y trató de no aspirar el olor a cable quemado.
–¡Mariano! –gritó Daniela detrás de su puerta.
–¡¿Qué?! –repreguntó.
–La comida ya está lista. Bajale a la música.
–Nunca –dijo Mariano.
Se levantó del almohadón estirando las extremidades y salió de su habitación. El aire nocturno invadió sus pulmones, azotó su rostro y elevó el cabello rubio. Caminó al comedor viendo los faroles encenderse por los monjes, se unió a sus compañeros a esperar a que abrieran las puertas sintiendo el calor del día cobrarle factura y, para su alegría, los cocineros abrieron las puertas. Mariano se sentó acercando su plato y miró con ansias la entrada hacia la cocina.
–Tengo hambre –dijo el rubio–. Quiero comer milanesa con papas fritas…. Y empanadas… Y choripán.
–Vamos a comer eso, cuando terminemos con la amenaza de los brujos –dijo Raiden.
–¿Puedo saber cómo se llaman esos brujos? –preguntó Daniela–. Quiero darles nombre y cara.
–Son Quan Chi y Shang Tsung –respondió Kung Lao.
Mariano pudo ver la expresión de Daniela, ante la mención del último nombre. Sus ojos la delataron, lo conocía. La vio tratar de mantener su postura relajada, al igual que su mirada.
–Son poderosos… –agregó el zaterrano con la mirada perdida en la pared de madera–. Y crueles. Shang Tsung mató a mi esposa e hijo.
–Lo lamento mucho, Syzoth –dijo Daniela en un susurro apenas oíble.
–A mí, casi me tira por la ventana –agregó Mariano manteniendo su tono despreocupado–. Tremendo forro.
–Quan Chi puso a mis hermanas en mi contra –el tono de Ashrah se volvió oscuro–. Quiero salvarlas y que vean el camino de la luz.
–Hace lo que puedas, Ashrah –dijo Mariano–. A veces, las personas quieren estar donde están y si buscan el cambio. Deben hacerlo por su cuenta, podes ayudar, pero no hacerte cargo de su salvación.
–Gracias por el consejo –dijo la demonio.
–Por ahora, prepárate para enfrentar esta crisis –dijo Syzoth masticando un insecto–. Pero si necesitas ayuda para derrotar a Quan Chi, cuenta con mi apoyo.
–Muchas gracias, Syzoth –la demonio sonrió y el zaterrano la imitó.
El rubio notó el acercamiento entre Syzoth y Ashrah. Los vio mantener conversaciones a los alrededores del complejo de estudiantes y ayudarse en los arduos entrenamientos. Se dio cuenta que ambos compartían sentimientos y tuvo la esperanza de que se confesaran en algún momento.
Mariano volvió a enfocarse en el rostro de Daniela. Vio su intento de pasar desapercibida por el nombre de Shang Tsung, pero sus ojos y gestos la delataron. Conocía a Daniela desde la niñez y sabía cuando mentía, al igual que Adelina. Trató de seguir comiendo, aunque dejó su plato a la mitad y guardó silencio durante el resto de la cena. Mariano no lo podía creer que su amiga lo conociera ¿Y si era una paranoia? ¿Una mala jugada de su mente? ¿Y si era otro brujo?
Al terminar, se quedó atrás de Daniela y los demás luchadores se metieron a sus cuartos. Inmediatamente, Mariano empujó a su amiga al interior de su habitación, casi emitió un chillido por el toque repentino y le tapó la boca lo más rápido que pudo.
–¿Vos conocés a uno de esos brujos? ¿A Shang Tsung? –preguntó Mariano en susurros y sacó la mano de su boca.
–Sí –afirmó Daniela y desvió sus ojos cafés revolviéndose el cabello rojizo y enrulado–. Pero no puede ser él. Debe ser otro. Puede que el nombre Shang Tsung sea bastante común en el Mundo Exterior.
–¿De enserio, Daniela? –preguntó Mariano en un grito silencioso–. Es un nombre raro ¿Qué otro tiene el nombre Shang Tsung? ¡Nadie! –tuvo que hacer un esfuerzo titánico de no alzar la voz, mientras gesticulaba con las manos–. Si te muestro una foto ¿Lo conocerías?
Daniela guardó silencio, mientras se frotaba las cienes y asintió soltando un suspiro. Mariano buscó el retrato del brujo entre las profundidades de su mochila quitando cualquier cachivache que se interpusiera, sus dedos tocaron la hoja y la sacó tirando la mochila hacia la otra punta de su habitación. Se metió en la habitación de Daniela con sigilo y le mostró el retrato. Lo tomó temblando y sus ojos cafés se enfocaron en los de Mariano.
–Es él –afirmó y se sentó en el futón–. Pero no puede serlo. Me dijo que era médico de la familia imperial.
–Dani –Mariano la tomó por los hombros con cuidado–. Shang Tsung no es bueno. Si tenes algo de información, se lo debes decir a Liu Kang.
–Él… –Daniela miró a Mariano con miedo y buscó un pequeño frasco–. Me dio esto. Era una poción para mi pierna ¿Y si era…?
–¿Tarkat? No, ya habrías tenido síntomas desde hace días –dijo Mariano y estudió las pupilas de la muchacha–. Tampoco es hipnosis o trance ¿Tenes otra cosa de él?
–Cartas.
Daniela sacó del cajón de su escritorio un conjunto de papeles anudados en una fina cinta de seda y se las dio a Mariano.
–Es todo lo que tengo de Shang Tsung –dijo en susurros–. Son solo cartas y…
–¿Y qué? –preguntó Mariano con alarma en su voz–. ¿Tenes algo más? ¿Hizo algo más?
–Me reunía con él… Antes de romperme la pierna.
Mariano se tapó los ojos conteniendo un quejido de frustración. Los ojos de Daniela se volvieron rojos y trató de contener el llanto.
–No lo sabía –continuó entre lágrimas–. Pensé que era amable y tenía buenas intenciones.
–Está bien, Dani. Él solo te estaba utilizando para llegar a la Academia Wu Shi –dedujo Mariano–. Quería descubrir nuestras defensas, es lo más posible.
–Pero… –empezó la muchacha–. No puede ser él. Quizás lo estén utilizando o…
–¡Dani! –llamó Mariano en un grito silencioso. Tuvo que contener de zarandearla una y otra vez–. Quiso matarnos, experimentó con gente transformándola en monstruos, asesinó a la familia de Syzoth y nos envió a la guerra con el Mundo Exterior. No es utilizado ni es bueno. Es un reverendo hijo de re mil puta.
Su amiga abrió la boca y la cerró inmediatamente. Su cuerpo comenzó a temblar como una hoja, sus moqueos imposibles de ocultar y Mariano se acercó con cuidado.
–¿Cómo no me di cuenta? –preguntó la joven y Mariano la abrazó sintiendo su remera mojada por las lágrimas–. Creí que era bueno.
–Es un buen mentiroso, Dani –respondió el muchacho en voz baja–. Pudo engañar a la familia imperial del Mundo Exterior. Por ahora, se lo tenes que contar a Liu Kang.
–No puedo –empezó la pelirroja–. ¿Y si Liu Kang me expulsa?
–Si lo hace, pierde a tres campeones, contando a Adelina. Dudo que quiera eso.
–Syzoth y Ashrah van a odiarme –susurró Daniela quitándose las lágrimas de sus mejillas–. Y los demás también.
–Syzoth también fue usado y le mintieron. Te va entender igual que Ashrah –dijo Mariano mostrando una sonrisa confortante.
–Soy una estúpida.
–No lo sos, Dan-Dan –Mariano le quitó unas lágrimas y le dio un beso en la frente–. Ahora, se lo tenes que decir a Liu Kang.
Daniela caminó junto a Mariano en el silencio de la noche. Los monjes comenzaron a vigilar las murallas, las antorchas iluminaron los caminos y algunos profesores empezaron a meditar bajos los árboles. El rubio mantuvo un brazo sobre uno de los hombros de la muchacha dando un calor confortante ante las bulliciosas emociones en su pecho.
Las palabras de Mariano le resultaron imposibles de creer. No podía ser que Shang Tsung, el que había entrevistado y visto en secreto. Quien le había regalado un anillo para escribirse cartas y la había besado con pasión, era el causante de tantos problemas para la Tierra y el Mundo Exterior. La mente de la joven le costó ponerse esa imagen en la cabeza.
No iba a ignorar las palabras de Mariano. Confiaba en él y en el retrato que le había dado, pero una parte pequeñita de su ser conservó esperanza. Esperanza de que Shang Tsung no fuera un asesino ni un mentiroso. Que no la utilizó para fines oscuros, sino que la quería y sus sentimientos eran verdaderos.
Daniela y Mariano llegaron a los aposentos de Liu Kang. Las velas y faroles encendidas formaron la silueta del dios, salió de su habitación juntando las manos cerca de su pecho y sus ojos ojos blancuzcos como la nieve observaron al dúo. La mirada penetrante pareció analizar el interior de Daniela, una sensación incómoda y relajante recorrió cada centímetro de su cuerpo y trató de mantenerse calmada.
–¿Qué necesitan Mariano Baldor y Daniela Ramoter? –preguntó el dios.
–Liu Kang tengo que decirle algo –dijo la muchacha con miedo y se limpió las lágrimas de los ojos–. Algo sobre Shang Tsung.
La mirada del dios se tornó más seria de lo que ya estaba y extendió una de sus manos hacia la puerta.
–Pasen y hablemos más cómodos.
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coolpizzazonkplaid · 6 months ago
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La heredera del Infierno
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Avisos: La información sobre los dioses Hermes y Hécate se puede encontrar en Wikipedia, pero para corroborar si es verídico los encontré aquí y aquí. Mientras que la información de Hela la encontré acá.
Los lugares y ciudades de España son verídicos y pueden buscarlos.
Costas imperiales
Adelina podía verse así misma de pequeña, escondida debajo de la cama de sus padres. La habían ordenado esconderse cuando golpeaban con fuerza. Escuchaba cómo se rompía, los gritos de su madre y las maldiciones de su padre y Adelina miraba hacia la entrada esperando que no viniera nadie. Las sombras de las figuras peleaban con las de sus padres empuñando armas y apuntándolas hacia ellos.
–¡Dame todo, flaco! –vociferaba una voz desconocida.
–No tenemos nada –decía su padre.
Oía los platos y muebles romperse y el llanto de su madre. Los gruñidos y golpes se hacían más fuertes y Adelina se mantenía inmóvil debajo de la cama. Temblaba sin control y rezaba para que no la descubrieran…
Un disparo había sonado por toda la casa.
Su madre gritaba, su lloriqueo se desvanecía en exhalaciones agitadas y... nada. La pequeña Adelina corría hacia el armario y cerraba la puerta lo más cuidadosamente posible. Las lágrimas se derramaban por sus mejillas pequeñas y pecosas, trataba de contener sus moqueos y su llanto, su espalda chocaba contra la madera embarnizada y las piernas le dolían por estrujarlas contra su pecho.
–La nena –dijo otra voz–. Hacela salir.
Adelina contenía su aliento y escuchaba el chirrido de la madera de las escaleras. Su corazón bombeaba con fuerza y deseaba que no la descubrieran los ladrones. Cada puerta rechinaba, la niña temblaba cuando el ruido se volvía más cercano.
–¿Dónde está?
Adelina observaba desde una pequeña abertura, su padre se lanzaba hacia uno de los ladrones e intentaba quitarle el arma rompiendo vasijas de porcelana. Entre gruñidos e insultos, un ladrón golpeaba en las costillas de su padre mientras el otro se recomponía del golpe en la cabeza por la vasija. El padre lograba sacarle el arma lanzándola por los aires y le asestaba puñetazos una y otra vez.
El ladrón le daba un cabezazo y se arrastraba hacia el arma al igual que su padre entre tambaleos. Ambos luchaban para llegar hacia ella dándose patadas y zancadas, pero el otro ladrón se levantaba apuntando el arma y…
Disparo.
La sangre salía de la cabeza de su padre manchando todo el suelo, la pequeña Adelina trataba de contener el grito de su garganta y se tapaba la boca. Las lágrimas se acumulaban en sus mejillas y se derramaban por su ropa. El ladrón soltaba respiraciones fuertes, mientras se ponía de pie con el arma en mano. Inmediatamente, la niña se alejaba de la abertura tratando de mantener el silencio.
Las sirenas sonaban de lejos, los ladrones salían de la habitación gritándose entre ellos, mientras rompían muebles y desbarataban cada pertenencia. Adelina no se atrevía a salir ni a hacer un movimiento brusco. Las sirenas se acercaban más y más a la casa.
–¡Dale nos vamos! –dijo un ladrón–. Que se cague el tipo.
–Después la matamos en cuanto la encontremos.
Escuchaba la puerta abrirse con las voces de los policías. Dejaba de escuchar a los ladrones y se aproximaba a la abertura. No había nadie a la vista, pero algo le llamaba la atención debajo de la cama. Dos resplandores verdes como el bosque se aproximaban, le daban forma a la figura cadavérica de Hela y se arrastraba con los huesos crujiendo.
La madera del armario se pudría, la pequeña Adelina quedaba completamente asustada y tocaba el mueble sin parar. Sus dedos sentían algo arrugado, Hela abría las puertas y el resplandor de los ojos iluminaba lo que Adelina tocaba. Eran sus amigos muertos. La piel de Mariano y Daniela se descomponía dejándolos con las bocas abiertas y las cuencas vacías como la noche. Empezaban a rugir y Adelina gritaba.
La sostenían con fuerza, la pequeña trataba de soltarse y púas y enredaderas de hierro destrozaban el mueble, el aire se sentía helado y el vaho salía de la boca de la pequeña. Las lágrimas caían y gritaba sin parar.
–Ayúdame, heredera y elegida –decía Hela.
–Los ladrones pagarán con sus vidas y las abominaciones serán exterminadas –susurraban los cadáveres de Mariano y Daniela.
–Malditos sean los que usen mi poder para alterar la balanza de los justos –proclamaba la diosa en su estado cadavérico–. El miedo es el arma definitiva…
Hela fue expulsada gritando sin cesar, mientras la sometían a un sarcófago y golpeaba la tapa de piedra con toda su fuerza divina fragmentándola. Unas cadenas verdes y naranjas como el fuego emergían atándola y su agonía continuaba entre lamentos y gritos.
–¡Todos pagarán por el pecado! ¡Corrompieron el orden y morirán!
Adelina despertó exaltada, el sudor recorrió por su nuca y rostro y se frotó los ojos con fuerza. Acercó sus armas y bolsos a su cuerpo, el motor de la avioneta le quitó el poco sueño que le quedaba y observó momentáneamente al piloto. Luego, se fijó en su celular, faltaba poco para llegar a Argentina y mantuvo su mirada fija en los objetos que había.
Volvió a vigilar al piloto, no quería que la enviase a otro sitio, pero verla con armas y con el dinero suficiente pareció cumplir con su petición. Unas lágrimas recorrieron las mejillas de Adelina, se las quitó y miró la hora. El invento de Mariano para cargar su celular, sí le sirvió, durante las pocas horas que había dormido y sonrió ante el recuerdo. Trató de usar la radio para llamarlo, pero solo hubo interferencia y la apagó.
Se le había dificultado bajar de Arctika, pero logró llegar a un pueblo cercano para comer y descansar. Durante la noche y en la oscuridad de la habitación en la posada, había llorado por la última charla con Tomas, los intentos de mejorar su mediocre criomancia y el miedo a morir. Se sentía como una fracasada e inútil.
A la mañana, los párpados le pesaban como si fueran piedras, tenía bostezos continuos y podía ver ojeras en su reflejo del espejo. Había encontrado al piloto y con un poco de dinero, lograba conseguir un pasaje a Argentina. Sus nervios se calmaban al estar en los cielos. El lugar se volvía diminuto cuanto más se alejaban de China y pasaban al otro continente.
Se mantuvo despierta el resto del viaje, revisó los vendajes que se había hecho y volvió desinfectarse las heridas del rostro. El ardor recorrió cada herida, contuvo un quejido y el impulso de gritar por todo y siguió limpiándose. El piloto le informó que debía prepararse para el aterrizaje, las náuseas la invadieron al bajar a tierra, pero hubiera sido peor si Mariano era quién manejaba la avioneta.
Por la ventanilla, pudo ver Argentina y el alivió la inundó. A las pocas horas, Buenos Aires se fue formando, la pista de aterrizaje estuvo a la vista y, con el corazón bombeándole fuertemente, llegó a casa. Salió de la avioneta respirando el aire de su ciudad, sonrió con alegría y tristeza sintiendo el viento elevar su cabello suelto y cargó con sus bolsos y armas. Tras dejarle algo de dinero extra al piloto, se marchó despacio del aeropuerto escuchando y observando los aviones despegar y aterrizar.
Le había costado ocultar sus armas, pero usó el poco espacio que tenía de sus bolsos. Tomó tres colectivos para llegar a Bajo Flores, escuchó música todo el trayecto, calmó sus emociones y logró dormir un poco más. Le alegró ver cada detalle de Buenos Aires y sentirse en casa, un pedacito de ella se llenó. Aunque fuera solo por poco tiempo.
Los árboles, casas y locales pasaron rápidamente por la vista de Adelina. Llegó a su edificio con el cansancio pesándole en los hombros, subió por el ascensor y abrió la puerta de su departamento tan familiar. Tiró todas sus cosas en la entrada y se sentó en el sillón suspirando aliviada. Estaba en casa. Observó cada detalle del comedor con familiaridad. El cansancio le pesó en los hombros y el sueño la tomó por completo.
Se despertó al anochecer, la posición en la que había dormido le cobró factura. Sus piernas y un brazo se entumecieron, se levantó trastabillando y caminó hacia la cocina. Preparó lo necesario para cenar escuchando música, puso a calentar el agua y sacó un par de milanesas.
Entre canción y canción, Adelina hirvió los fideos y calentó la sartén llena de aceite. Mientras esperaba, trató de volver a comunicarse con Mariano y Daniela, pero solo hubía interferencia y apagó la radio frustrada. Volvió a enfocarse en su cena, metió una milanesa en el aceite y chisporroteó con fuerza, mientras que la pequeña olla burbujeaba con los fideos y los dejó en un plato hondo con pedazos de queso.
Comió emocionada sintiendo la crujiente milanesa y los fideos con queso en su boca y dejó limpio los platos. Se fue a bañar, el agua caliente recorrió su cuerpo adolorido por las largas horas de viaje y una sensación de presión se le acumuló en el pecho. Se puso un pijama y se acostó en su cama. Observó su habitación, cada detalle y objeto. La ventana con cortinas celeste claro, la biblioteca repleta de libros desde su adolescencia, el joyero desde su infancia, posters de bandas y películas y la mesita de luz con algunos libros pendientes.
Su mente la llevó a Tomas. El cabello grisáceo, la cicatriz sobre su ceja, los ojos como la neblina, las manos repletas de callos por años de entrenamientos, los brazos y pecho cálidos y reconfortantes. Las lágrimas se derramaron por sus mejillas cayendo a su almohada y el llanto que guardó por todo el viaje y en la estadía en Arctika tomó su garganta. Lloró hasta que el sueño la tomó.
Adelina veía interacciones de Kolbein con la camarera que lo había atendido en la taberna, Lena. Pasaban charlas íntimas, besos y risas compartidas y paseos en medio de la noche. Momentos en los que Kolbein dejaba su rostro serio y sanguinario para ser una persona totalmente diferente y buscaba el cariño de Lena.
Un recuerdo mostraba el rostro del hijo de Hela con una expresión preocupada. Caminaba de un lado al otro alrededor del árbol en el que dormía y miraba el camino de tierra de vez en cuando. La figura de Lena se formaba, llevaba en sus manos una canasta con comida y una sonrisa adornaba su rostro. La mirada seria de Kolbein desaparecía y se contagiaba con la alegría de su amada.
–¿Qué pasa, Kolbein? –preguntaba Lena sosteniendo la canasta–. ¿Está todo bien?
–Sí –respondía con una leve sonrisa–. Solo quiero hablarte de algo.
–Está bien –decía Lena sentándose en la hierba y Kolbein la imitaba.
–Es algo… relacionado a mi familia –decía el muchacho moviendo los dedos de sus manos–. Es complicado.
Lena asentía con la cabeza. Kolbein le relataba sobre su madre, Hela, la venganza que buscaba y los dones que poseía. Para demostrarlo, una de sus manos se extendía mostrando llamas verdes, se apagaban y luego, unas enredaderas de hierro surgían de la cabeza de Lena formando una corona. La joven se sorprendía por la decoración y observaba el objeto tocándolo como una reliquia.
–Entiendo si consideras que este don es oscuro –empezaba el muchacho levantándose–. Y comprendo si no quieres verme.
La mano de Lena tomaba la del hijo de Hela y lo miraba fijamente. Sus ojos mostraban sorpresa y se quedaba quieto.
–No quiero que te vayas –decía Lena–. Y tú magia es increíble. No es maldito.
–Para muchos, lo es.
–No para mí.
La muchacha lo tiraba hacia abajo y sus labios chocaban en un beso apasionado.
El recuerdo cambiaba a el del día de la boda de Kolbein y Lena. Las sonrisas compartidas, la ceremonia secreta, la entrada de la novia y la pequeña celebración. Rápidamente, el recuerdo era reemplazado por otro, el día en que Lena daba a luz. La joven lloraba y gritaba por los dolores de parto y Kolbein la alentaba en dar su último esfuerzo. La partera ayudaba a Lena entre todo el griterío, daba luz a una niña y se escuchaba llorar por la cabaña. La partera la sostenía, limpiaba a la recién nacida y la cubría con mantas.
–Siriana –decía Lena cargando al bebe.
–Es preciosa.
Kolbein miraba a su hija con fascinación y Lena se la entregaba. El muchacho la cargaba como si fuera un objeto de porcelana, la mirada detenidamente, la arrullaba y la acunaba en los fuertes brazos. Poseía el cabello castaño de su padre y no heredaba su heterocromía, pero sí el color chocolate de su madre.
–Te cuidaré, pequeña Siriana –soltaba Kolbein–. Llevarás con gloria el título de nuestra familia y seré el mejor padre para ti. Te lo prometo.
El recuerdo cambiaba a otro completamente diferente. No estaba Kolbein ni su esposa e hija, sino Hela. Encadenada y amordazada. Los demonios la vigilaban y ella solo caminaba a rastras, mientras una figura tiraba de sus cadenas como si fuera un perro. Los demonios la escupían y apedreaban. La diosa no mostraba ningún ápice de emoción y continuaba mirando fijamente el camino que tenía por delante. A veces, tironeaba de sus cadenas, pero los demonios la golpeaban haciéndola caer y le dificultaba volver a levantarse.
–No se preocupe, diosa de mierda. Su creación dejará frutos para nuestra benefactora –exclamaba alegre la figura–. No lo verá, pero lo sentirá en sus asquerosos huesos. Vamos, oh, "todopoderosa Reina del Infierno", será un tormento digno de un ser tan divino como usted.
Hela seguía luchando contra sus ataduras en vano y Adelina veía nuevamente como la encerraban en un sarcófago. Se lograba quitar el trapo de la boca y vociferaba:
–Sufrirán el dolor más inhumano y desconocido de todos los reinos, donde el tiempo pasa con lentitud –exclamaba–. Y solo cuando sus ojos carezcan de vitalidad, haré arder sus asquerosas almas.
–Lo dudo mucho, diosa de mierda.
–Ella salió de Arctika –dijo un hombre–. La vi cerca de la casa de un piloto.
–Está bien –afirmó la voz del otro lado del celular.
–¿Y si vuelve con Liu Kang? –preguntó el hombre.
–Vino por portal –respondió la voz–. No debería saber dónde está la Academia Wu Shi.
El hombre miró por la ventana iluminada de la posada, la sombra de la chica se movía por la habitación acomodándose el cabello y preparándose para dormir. Lo poco que vio su forma, le despertó su interés y preguntó:
–¿Cuándo nos la llevamos?
–Cuando tengamos el artefacto de Hela –respondió la voz enojada–. Ella tiene la ubicación. Shang Tsung y Quan Chi la necesitan, al igual que nuestra benefactora. Sigue vigilándola y si ocurre algo extraño, llámame.
El hombre cortó la llamada y observó a la silueta de la joven. Sacó una fotografía de sus pertenencias y se maravilló con su apariencia. Tuvo que controlar su necesidad de llevársela de la posada y entregársela a los hechiceros para ver qué hacían con ella. La idea lo entretenía… por ahora.
Luego de desayunar un matecocido con galletitas, Adelina llamó a Agustín, el que la había contratado, y le atendió la llamada. Conservó la esperanza de que no haya elegido a otra persona para el trabajo, aunque era del todo justificable, dado por los meses que no había dado respuesta alguna.
–Señorita Acosta, buenos días –dijo Agustín desde el otro lado del celular–. Espero que los meses desconectada le ayudaran con la investigación.
–Perdone la ausencia –empezó la chica–. Estuve en zonas de países nórdicos que no dejaban usar tecnología y tuve que hacer como era antes de la Internet.
–Entonces espero que hayas dado con buenos resultados –dijo Agustín.
–Eh, sí los encontré.
Adelina le mintió contando de libros que hablaban de leyendas de que Hela tuvo un hijo semidios y del mapa que ubicaba otras ruinas en las costas de España y Francia. Decidió no hablar de la daga para evitar un futuro desastre.
–Los trabajos generan sus frutos –soltó Agustín–. Creí que Pablo me estafó con vos.
–Las apariencias son engañosas –argumentó Adelina en una risa falsa.
–Esa frase no pudo tener más razón –coincidió Agustín–. ¿Necesita ayuda con el viaje a España?
–Sí, mi amigo se le descompuso su avioneta y la está arreglando –mintió.
–También, vas a tener un compañero.
–¿Qué? –temió que su tono hubiera sido agresivo.
La afirmación la tomó desprevenida. Se sintió insultada por tener que hacer el trabajo con alguien más. Prefería hacerlo todo sola y no quería meterlo con el asunto de los tatuajes. Atraería más problemas que soluciones.
–Sí –respondió Agustín–. Agradezco tu trabajo y vas a recibir el pago acordado.
–Puedo hacerlo sola –dijo Adelina con calma–. Trabajo más rápido
–Necesito estar más actualizado sobre estas ruinas. Sino mi jefe me mata.
–¿Cómo se llama mi compañero? ¿Dónde lo llamo? –preguntó la muchacha rindiéndose a pelear.
–Mateo Thorsen. Es igual de bueno que vos en la mitología y en las armas. Ha encontrado varias reliquias y artefactos por Europa y parte de África –contestó con calma–. Lo vas a ver en España en el hotel que te vas a hospedar.
–Está bien –dijo Adelina–. ¿Cuándo tengo que viajar?
–En dos días.
Le agradeció y se despidió finalizando la llamada. La joven fue hacia su habitación, se vistió usando un short jean negro, remera blanca decorada con rosas negras y sandalias de tacón bajo y salió del departamento. El aire del barrio invadió su nariz. El olor a alcantarillas, la comida de los departamentos y el combustible de los autos y colectivos. Los ruidos tan familiares de la ciudad abundaron sus oídos.
Se tomó el colectivo, colocó los auriculares en sus orejas y disfrutó del viaje. Entre canción y canción, la mente de Adelina se desconectó de todo, mientras leía su libro. Las melodías la hicieron perderse en el mundo que leía y tuvo que contener el impulso de cantar en voz alta.
Bajó en Avenida Corrientes. El sol abrasador la azotó y el aire se volvió pesado y sofocante. Caminó entre la gente que iba de una dirección a otra, los carteles de funciones teatrales invadieron su visión y escuchó a los turistas hablar en diferentes idiomas en los locales y restaurantes. El olor a pizza inundó su nariz y oyó la música de los artistas callejeros y el barullo de un pequeño grupo de protestantes.
Entró a librerías y observó cada estante. El aroma del papel nuevo impregnó su nariz y tomó cada libro que llamaba su atención. Luego, fue hacia los locales de mangas y los hojeó tranquilamente. Siguió caminando hasta que las plantas de sus pies dolieron y se refugió en las sombras de los locales. Tomó un poco de agua, compró algo para apaciguar su hambre y luego, de pasar el obelisco, llegó a la calle Florida.
Llegó a casa con la mente calmada y la tranquilidad en cada parte de ella. Soltó un gran suspiro al cerrar la puerta, se dirigió a su habitación y preparó todo para el viaje. Dobló mejor su ropa, cargó con sus armas y buscó dinero extra. Revisó en el hueco donde tenía las réplicas del mapa y la daga, pero no encontró nada y lo halló en los muebles de la cocina.
Cuando cayó la noche, Adelina se hizo la cena entre la música y volvió a tratar de comunicarse con Mariano y Daniela. Escuchó voces distorsionadas por la interferencia y otro ruido, la muchacha volvió apagar la radio maldiciendo y continuó preparándose la cena. Tras terminar la cena, se buscó todo lo necesario para irse a bañar, mientras el agua caliente recorría su cuerpo, su mente trajo la última charla que Adelina tuvo con Tomas. Deseó poder hablar más con él, las lágrimas invadieron sus mejillas y se mezclaron con el agua.
Se acostó en su cama y puso música en volumen bajo. Continuó llorando escuchando Failure de Seether una y otra vez hasta que sus párpados le pesaron y se sumergió en un sueño profundo.
“…Saw my face in the mirror/And I am, I believe a trembling monstrosity/I live my life like a broken-hearted failure/I'm trying to shed some light on the scars left by the razors…”
Los dos días pasaron en un parpadeo para Adelina. Paseó por sus lugares favoritos y se puso en forma para el viaje. Practicó sus técnicas de combate, manejo del cuchillo, escalada y correr en una plaza cercana a su departamento. Sus heridas por las peleas de Bi Han no sanaron del todo, pero no le molestaron en sus ejercicios ni salidas.
La mañana de su viaje, Agustín la llamó informándole que un auto la llevaría al aeropuerto y que le había preparado un avión. Dejó extrañada a Adelina viajar en un auto lujoso, siempre lo hacía con la camioneta repleta de stickers de Mariano. El chofer la trató bien ayudándola a cargar sus pertenencias y la llevó al aeropuerto. Bostezó por el sueño y miró el paisaje.
El sol estaba saliendo y dando leves sombras a los árboles, personas y edificios. Había cola de trabajadores para tomarse los colectivos y autos en las avenidas que tocaban las bocinas entre gritos y maldiciones. No quería irse tan pronto, pero debía dar fin a sus pesadillas y tormentos. Quizás más adelante, volvería a verse con sus amigos y Liu Kang.
Llegó al aeropuerto y el chofer la ayudó a cargar sus cosas en el avión. Le sorprendió que le otorgaran el privilegio de ir en uno privado. Un mozo le atendió preguntando qué quería desayunar y ella se negó amablemente con una sonrisa. El avión se deslizó por la pista y desplegó vuelo con leves turbulencias. El aeropuerto se volvió un punto diminuto entre toda la masa gris de Buenos Aires y desapareció completamente.
La joven tomó uno de los libros que cargaba en su mochila, los auriculares y puso la música. Se perdió entre las palabras y el mundo que el libro le otorgaba. Imaginó a cada personaje, mientras las melodías inundaron sus oídos calmando sus inquietudes y cada página se volvía más atrapante que la anterior.
El mozo la atendió nuevamente para ofrecerle el almuerzo y aceptó. Comió mientras revisaba sus anotaciones y grabaciones sobre Hela y las ruinas de Arctika. Trató de buscar algo nuevo desde una pequeña runa que no había visto hasta una estatua diminuta, pero nada. Incluso, escarbó en su memoria cuando había ido con Tomas, pero no recordó ningún objeto fuera de lo común. Continuó revisando hasta que sus ojos le ardieron por revisar fijamente las imágenes. Cansada, leyó la página en la que había dejado su libro acomodándose mejor en el asiento de cuero y se quedó dormida con los auricalares puestos.
Adelina estaba en una cabaña, diferente a la de la infancia de Kolbein. Lo veía dormir con su esposa abrazándola y al lado, había una pequeña cuna con mantas y pieles de animales cubriendo a su hija, Siriana. Las armas del hijo de Hela se encontraban cerca de su lado de la cama y una muda de ropa colgaba en uno de los extremos del sencillo mueble.
Una figura encapuchada se acercaba a Adelina quedando a su lado, pero no se volteaba a verla. Con sigilo, caminaba hacia el lecho de la pareja desenvainando una espada. La muchacha quería intervenir tratando de sujetar el brazo de la figura y al hacerlo, su mano traspasaba el cuerpo. Intentaba gritar al hijo de Hela y a su esposa, Lena, pero seguían dormidos.
Kolbein abría los ojos abruptamente y lanzaba una púa de hielo sobre el intruso. Lena despertaba, salía de la cama con su camisón y corría hacia la cuna de Siriana. Mientras, Kolbein usando una camisa blanca y pantalones holgados se posicionaba a la defensiva y miraba fijamente al intruso. Su rostro estaba cubierto por una máscara, solo podía verse sus ojos y parte de su cabello y alzaba la espada.
–Llévatela de aquí, Lena –exclamaba Kolbein–. ¡Ahora!
El intruso se preparaba para lanzar una estocada…
Adelina despertó por una turbulencia y el piloto anunció su descenso hacia la pista de aterrizaje. Se abrochó el cinturón bostezando y tratando de procesar lo que había soñado y se frotó los ojos cansados. Vio por la ventanilla, se sorprendió que era de noche y revisó su celular que marcaba las ocho de la noche. Las luces de otros aviones despegando y aterrizando y los de la pista iluminaron el lugar.
–¿Está bien, señorita Acosta? –preguntó el mozo frente a ella.
–Sí –respondió la chica con una sonrisa falsa–. Solo que no pensé dormir tanto tiempo ¿Dónde estamos?
–Cerca de Gijón, es una ciudad costera de España –contestó el mozo–. Está al norte de Madrid.
–Hacía tiempo que no iba a Europa –soltó Adelina.
–Espero que le guste su visita.
Adelina asintió quedando en silencio. El avión descendió y pudo ver mejor los edificios iluminados. Los pocos tripulantes se marcharon y Adelina le dejó la propina al mozo. Al bajar, un chofer la recibió, la ayudó a cargar sus pertenencias al auto y se metió. En el viaje, Agustín la llamó indicándole que Mateo Thorsen estaría frente a su habitación de hotel. Adelina agradeció y cortó la llamada.
Las calles estaban iluminadas con faroles antiguos, los locales se preparaban para cerrar y los restaurantes atendían a los turistas. Otros caminaban alegres por las calles empedradas en diferentes direcciones llevando en sus brazos bolsas de compras y sostenían bebidas. La arquitectura de siglos pasados, sofisticada y bien cuidada se combinada con la de edificios modernos.
El chofer dejó a la muchacha a las puertas del hotel y esperó a que la atendieran en la recepción. Un par de minutos después, le dieron las llaves de su habitación, le informaron cuándo estaría la cena y la joven caminó al ascensor. En el pasillo vio la habitación frente a la suya, tocó la puerta y esperó a ver si Mateo Thorsen le respondía. Intentó una vez más, pero nada y se encerró en su cuarto. Tiró sus bolsos en la cama, desempacó sus libros y dejó en la mesa de luz el mapa y la daga.
Antes de guardarla en el cajón, desenfundó el arma sin titubear y se observó en el reflejo de la hoja. Sus ojos heterocromáticos chocaron con la mirada penetrante de Kolbein. Adelina volteó la cabeza, pero no encontró nada y enfundó la daga.
Se puso una ropa más cómoda y recorrió con tranquilidad la calle donde se encontraba el hotel. El aire fresco y con un ligero olor a salado azotó su rostro elevando su cabello negro. El sonido de las olas y las risas se escucharon en medio de la noche, observó los productos y maniquíes con ropa que ofrecían los locales cerrados, mientras caminaba.
Al percatarse de la hora, apresuró el paso hacia el hotel escuchando el eco de sus pisadas por toda la calle y se frotó los brazos fríos. Un mozo la atendió guiándola hacia una mesa y se sentó admirando los detalles del lugar. Las cortinas blancas como la nieve, pinturas y fotografías viejas, los candelabros sofisticados y los asientos lujosos y vacíos.
Miró su celular y una incomodidad recorrió cada centímetro de su cuerpo. Alguien la observaba. Sacó un cuchillo de su bota, mientras sus ojos recorrían con cuidado cada detalle del restaurante hasta encontrar a un muchacho que la miraba fijamente con sus ojos color avellana y comenzó acercarse a ella.
–¿Acosta? ¿Adelina Acosta? –preguntó con una sonrisa tímida.
–Sí, ¿vos sos Mateo?
–Sí, Thorsen –respondió–. Mateo Thorsen ¿me puedo sentar?
Adelina asintió y el muchacho sonrió sentándose frente a ella. Sus ojos reflejaron calidez y una sensación de incomodidad inundó a la joven. Una de las manos de Mateo se pasó por el cabello castaño claro y corto, se acomodó la remera blanca manga corta y quedó un silencio.
–Mi jefe me comentó lo que estuviste averiguando –dijo el muchacho–. Me sorprendió el hallazgo. No me lo creí cuando me lo dijo.
–Sí, es muy raro, pero podemos trabajar con lo que tenemos –explicó Adelina.
–¿Qué encontraste en tu viaje a países nórdicos?
–Un mapa –respondió la muchacha–. No tiene coordenadas, pero sé que donde hay que buscar es por la costa de este país o de Francia.
–¿Me dejas verlo? –preguntó Mateo.
–Está en mi habitación. Luego, te lo muestro.
–Me parece bien –dijo Mateo sonriente–. Tengo un hambre horrible.
Adelina lo imitó y vio al mozo cargar con sus platos humeantes de rabo de toro y paella. El sabor de la carne inundó el paladar de Adelina y devoró su plato hasta dejarlo limpio. Mateo la miró sorprendido, mientras él estaba a mitad del plato. Luego de comer, fueron a la habitación de la joven a continuar con el trabajo. Ocultó la daga Sultin entre las chucherías que había del cajón y sacó el mapa.
–Soy bueno en la cartografía –dijo Mateo observándolo–. No sé cómo se logró mantener por tanto tiempo.
–Sí, es un milagro.
–Runas nórdicas –soltó el chico–. Hace tiempo que no las leo, pero eso te lo dejo a vos. Tenías razón de que podían estar cerca de aquí. Puede que estén dentro del Golfo de Vizcaya, pero es raro. No hay islas ahí.
–¿Seguro?
–Segurísimo –afirmó Mateo–. Desde que le preguntaba a mi papá, me decía que no había ninguna isla.
–¿Hay mapas viejos sobre el Golfo de Vizcaya?
–Todos los mapas que se cartografiaron, están en las bibliotecas –respondió Mateo–. Mañana busquemos en cada una de Asturias y sino, nos va a tocar recorrer todo el golfo.
–Esperemos conseguir todo con la primera opción.
–Sí, yo también –dijo Mateo–. No quiero gastar tanto combustible en la lancha que nos dio Agustín para el viaje.
–Ah, también lo conocés –soltó Adelina.
–Hice trabajos para su jefe y nos volvimos amigos.
–Qué bueno.
El silencio entre ambos se hizo presente y Adelina desvió su mirada de la de Mateo. Notó su fijación hacia su brazo marcado.
–Está muy bueno tu tatuaje –dijo señalando la extremidad–. ¿Hace cuánto te lo hiciste?
–Fue hace mucho –mintió Adelina con una sonrisa falsa.
–¿Dónde fue? –preguntó Mateo dejando de lado el mapa–. Tengo ganas de hacerme uno y el tuyo es bueno.
–Ya no me acuerdo –dijo entre risas–. Me lo hice porque perdí una apuesta con un amigo y solo aguanté el brazo.
–¿Te gusta la fantasía? –preguntó Mateo tomando el libro de la mesa de luz.
–Eh, sí –respondió–. Es mi género favorito.
–¿Leíste Seis de Cuervos de Leigh Bardugo? –los ojos del muchacho se iluminaron de curiosidad.
–Solo leí La Novena Casa –respondió con una pequeña sonrisa–. Me pareció bueno y voy a comprarme la segunda parte. En algún momento, veo si leo Seis de Cuervos.
–Esa bilogía es la mejor, para mí –dijo–. Te puede gustar y creo que también, los de Brandon Sanderson.
–Ese autor es un laberinto de sagas –soltó Adelina–. No sé por dónde empezar a leerlo.
–Cuando quieras te doy una guía completa.
–Gracias –dijo Adelina y miró la hora en su celular–. Ay, que tarde es. Mejor nos vamos a dormir, sino mañana no nos levantamos.
Mateo caminó hacia la puerta, la observó por unos minutos y la saludó. Al escuchar el clic de la puerta de enfrente, Adelina cerró la suya y le puso seguro. Cerró las cortinas y se puso un pijama cómodo. Se recostó entre las colchas y empezó a leer. Entre página y página, los párpados le pesaron y su visión se volvió borrosa. Adelina dejó el libro en la mesa, apagó la lámpara y se entregó al sueño.
Las alarmas sonaron una y otra vez despertando a Adelina. Sacó la mano de las profundidades de las colchas buscando el celular entre quejidos y apagó la alarma. Tuvo que hacer un esfuerzo titánico para abrir los ojos, sus manos taparon la luz que atravesaba las cortinas y se levantó.
Fue al baño frotándose los ojos, abrió la canilla del agua y se enjuagó la cara sintiendo el agua fría le quitaba el sueño. Adelina se enfrentó su reflejo, las heridas de su rostro casi desaparecieron al igual que las ojeras y parte del cabello negro como la tinta cubrió sus ojos. Se lo quitó entre quejidos y se preparó para el día. Salió de la habitación usando un short jean, remera roja con kanjis y zapatillas blancas. No esperó encontrarse de frente a Mateo y chocó contra su pecho usando una camisa blanca con cactus esparcidos. Se apartó de él.
–¡Perdón! –soltó con una sonrisa adornada en su rostro triangulado–. No quise asustarte, Adelina.
–Está bien. No hay problema.
–Bueno –dijo Mateo sonriente–. Vamos a desayunar. Agustín me dijo que nos dejó todo pagado.
Bajaron al restaurante, Mateo le ofreció el asiento amablemente y dijo:
–Estuve buscando y creo que deberíamos ir a la Biblioteca Ramón Peréz Ayala. Es la más importante de Asturias, quizás ahí estén los mapas.
–Sos muy activo en las mañanas, ¿verdad?
–Mamá dice que siempre hay que enfrentar el día con el pecho alto –respondió entre risas.
–Debe ser muy sabia.
–Los padres son sabios –argumentó el joven–. Cada uno a su manera, obviamente.
Luego de desayunar, le dejaron propina al mozo. Salieron del hotel y tomaron un taxi. Los turistas se apelotonaron en las calles hablando en sus idiomas, los autos sonaron sus bocinas y el sol irradió su calor. Los árboles y algunas nubes hicieron sombra durante el viaje, pero ese capricho no duraba.
El taxi los dejó en la esquina donde estaba la biblioteca y la bibliotecaria los atendió guiándolos entre los grandes estantes de libros. Adelina vio a un par de personas revisando libros y otros estuvieron haciendo anotaciones en sus cuadernos. La bibliotecaria dejó a Adelina y Mateo en la zona de mapas y se fue perdiéndose entre los pasillos a continuar su trabajo.
–Bueno –soltó Mateo–. Toca leer.
–Te aviso si encuentro algo.
Adelina leyó cada hoja revisando si coincidía con lo que mostraba su mapa. Se sentó al lado de Mateo, que ya había avanzado en su lectura, mientras sus dedos golpeteaban sus jeans azules y Adelina continuó con la suya. El sonido de las hojas al pasar continuó por varias horas, los libros se acumularon en la mesa y las personas pasaron cerca del dúo.
Adelina perdió la cuenta de cuántos había dejado acumulados o en su sitio, cerró los ojos frustrada y apartó el libro que tenía. Lo devolvió a su sitio junto con los otros libros de la mesa tratando de despejar su mente y buscando otro que los ayudara. Su estómago rugió con desesperación, revisó la hora en su celular y se sorprendió de que ya era pasado el mediodía.
–¿Encontraste algo? –preguntó Mateo.
–Nada –respondió Adelina–. Todos los mapas del Golfo de Vizcaya son de mitad del siglo XX.
–Bueno sigamos con lo que queda de estante y vayamos a otra biblioteca.
–Está bien.
No encontraron ningún mapa que pudiera ayudarlos. Salieron del edificio a la hora de la merienda y se dispusieron a almorzar. En la espera, eligieron la siguiente biblioteca a la que revisar y una camarera les trajo sus pedidos, gazpacho y cocido madrileño. Adelina devoró su plato con entusiasmo notando la mirada penetrante de Mateo y preguntó:
–¿Qué? ¿Tengo algo en la cara?
–Me sorprende tu velocidad de comer.
–No viste a mis amigos comer. Son un agujero sin fin.
–¿De enserio? –preguntó Mateo.
–Sí –respondió Adelina–. Se comen más de una docena de empanadas y luego, piden el postre.
Después de irse del restaurante, pidieron un taxi hacia la siguiente biblioteca. Fue un viaje corto que no le permitió calmar sus inquietudes. Las siguientes horas, Adelina y Mateo estuvieron revisando cada libro que mostrase un mapa, sin encontrar nada que los ayudara y enloqueció a la joven. Se marcharon de la biblioteca y fueron a la siguiente de Asturias sin tener buenos resultados.
Viajaron a otra y a otra hasta que la noche tomó la ciudad. La luna y las estrellas iluminaron el cielo, algunos aviones volaron sobre la ciudad y las calles estuvieron atestadas de turistas. Adelina y Mateo llegaron al hotel cansados, cenaron juntos tratando de ver qué otra biblioteca de la ciudad visitar y se despidieron en las puertas de sus habitaciones. Adelina se encerró, se metió a la ducha y el agua fría calmó sus inquietudes. Se puso el pijama de la noche anterior y se metió a la cama.
Su mente la llevó a Tomas. Buscó entre sus pertenencias la radio e intentó comunicarse con el Lin Kuei. La interferencia inundó las cuatro paredes, trató varias veces comunicarse y no le importó la hora que era. Las lágrimas de impotencia inundaron su visión y apagó la radio frustrada. Lloró hasta quedarse dormida pensando en volver a ver a Tomas.
Pasaron un par de días en los que Adelina y Mateo buscaron en cada biblioteca recóndita de Asturias y no encontraron ningún mapa que los ayudara. Recorrieron cada rincón de la ciudad buscando respuestas y revisaron varias veces el mapa antiguo para ver si había alguna equivocación con la ubicación. Luego de otro día sin éxito, se sentaron en el restaurante con el cansancio pesándole en los hombros, Adelina creyó enloquecer por la cantidad de libros que había hojeado y Mateo dijo con voz pesada:
–No sé en qué estamos fallando.
–Quizás debemos expandir nuestro rango de búsqueda –teorizó Adelina.
–Eso nos llevaría una eternidad y creo que Agustín tendría un brote psicótico al escucharlo.
–Probemos con ir a las más importantes del país –propuso la muchacha–. Sino nos va a tocar recorrer todo el golfo.
–Con la biblioteca que podríamos empezar es de la Universidad de Salamanca –empezó Mateo–. Es la más antigua e importante de Europa, también. A veces, iba para las investigaciones que hice por el continente.
Se pidieron algo liviano para cenar y charlaron de asuntos insignificantes, pero siempre se retomaba las quejas por el trabajo. La muchacha comió con tranquilidad tratando de disfrutar su cena y desviar cualquier otro pensamiento sobre el mapa y en Tomas. Antes de dormir, lo llamaba con la radio por varias horas al igual que a Daniela y Mariano, pero solo había interferencias frustrando a la muchacha. Volvió a la realidad y se percató de que había terminado su cena. Le sonrió amablemente a Mateo y dijo:
–Mañana a la madrugada nos vamos para Salamanca. Me voy que sino me duermo en medio de la mesa
–Buenas noches, Adelina –soltó el chico entre risas.
–Descansa, Mateo.
Adelina cerró la puerta, su espalda chocó la madera y se frotó los ojos cansados. Le puso cerrojo y se preparó para dormir pensando en su compañero Mateo.
Parecía agradable y una buena persona. Había creído que sería más complicado tener a alguien más trabajando al lado suyo, pero no desataba conflictos ni buscaba apartarla y eso, le traía calma. Mateo poseía bastante conocimiento de lo que hacía y otros aspectos que Adelina no abarcaba del todo. Esperaba que los ayudaran en la búsqueda de la isla dentro del Golfo de Vizcaya.
Dejó su libro en la mesa de luz junto al mapa, se acomodó mejor en la cama dejando que el sueño la tomara y sus ojos comenzaron cerrarse paulatinamente.
Adelina presenciaba el mismo recuerdo. Kolbein lanzaba su púa de hielo hacia la figura encapuchada y Lena cargaba a Siriana, mientras el hijo de Hela se posicionaba a la defensiva y tomaba la espada. Le ordenaba a su esposa que se marchara lo más lejos posible y el extraño se preparaba para lanzar una estocada hacia donde estaba Lena.
La espada de Kolbein chocaba con la del enemigo, mostraba los dientes y gruñía. Adelina veía que del suelo surgía hierro y escarcha y formaban púas. Los combatientes se alejaban posicionándose a la defensiva, Kolbein lanzaba una llamarada verde y parte de las ropas del extraño se quemaban. La voz de Kolbein salía amenazante y destilaba odio.
–No te acerques a ellas, extraño. ¡Corre, Lena!
La puerta se abría, Adelina podía ver a la esposa de Kolbein desvanecerse entre el camino con la bebé en sus brazos y un leve llanto se perdía entre el alboroto. El hijo de Hela volvía a lanzar una llamarada verde y la figura lo bloqueaba. Disparaba una púa de hielo, pero el extraño se lanzaba hacia a él con una estocada y el muchacho esquivaba el ataque chocando la hoja de su espada con la del encapuchado.
La velocidad del enemigo era atemorizante, atacaba una y otra vez con todas sus fuerzas y Kolbein desviaba y bloqueaba con su poder maldiciéndolo de mil y un formas posibles. Usaba desde hielo hasta púas de hierro para terminar con el atacante e incluso trataba de acercarse a él tratando de desenmascara su rostro. Las espadas chocaban una y otra vez y Kolbein recibía pequeños cortes.
En una maniobra, el desconocido le quitaba la espada al hijo de Hela y empezaba a buscar la daga Sultin. La tomaba posicionándose a la defensiva y se lanzaba a la yugular del enemigo forcejando en asestar la hoja afilada. Arrojaba a Kolbein hacia el otro extremo de la cabaña rompiendo platos y la mesa rústica. El enemigo arremetía hacia Kolbein que intentaba levantarse, pero sus manos detenían la hoja de la espada, empezaban a sangrar y temblaban para desviar el arma...
El recuerdo había cambiado a otro. Una familia preparaba un altar. El padre juntaba las manos hacia su esposa e hijo y recitaban algo inentendible para Adelina. Un humo verde surgía alrededor de la tierra y llamas del mismo color surgían formando una figura femenina. La familia se alejaba de la mujer y se arrodillaban desesperados.
–Vargamor –decía la madre–. Vargamor, diosa de la noche, los muertos y lobos. Por favor ayúdenos.
–¿Por qué me han llamado, mortales? –preguntaba la diosa y Adelina se sorprendía por ver a Hela.
–Por favor, ayúdenos, mi diosa –decía el padre–. Queremos que ayude a nuestro hijo. Se lo suplicamos.
El hermano sostenía un cadáver en sábanas y se arrodillaba frente a Hela. Sus ojos se desviaban de los de la diosa y los padres la miraban con desesperación
–Revívalo –pedía el hermano–. Le daremos nuestras almas y posesiones, con tal de que mi hermano esté de vuelta. Por favor, diosa Vargamor.
El silencio inundaba el lugar y la voz de Hela se hacía presente.
–No.
–Por favor, mi señora –suplicaba la madre entre lágrimas–. Le daremos lo que sea, por favor.
–No quiero nada de ustedes –decía la diosa–. No reviviré a su hijo. Toda vida tiene un fin. Nadie posee el privilegio de volver.
–Por favor –suplicaba el muchacho sosteniendo el cadáver–. Es mi hermano.
–Cada vida tiene un fin y debe ser así –reafirmaba Hela–. Su alma será juzgada en la balanza. Si alguien pide un privilegio, todos los demás también. Nadie puede volver.
La familia suplicaba y la diosa se desvanecía dejando los gritos de angustia escucharse en todo el lugar.
Adelina despertó con un grito ahogado, el sudor corrió por su cuerpo y el corazón le bombeó con fuerza. Caminó al baño y se lavó la cara varias veces en agua fría. Se la pasó por los brazos y la nuca, se enfrentó a su reflejo quitándose los mechones lacios y negros y su mano marcada le recordó todo lo que podía perder. Un escalofrío recorrió su cuerpo, salió del baño y se sorprendió de la hora que era. Eran cerca de la tres de la madrugada.
Se fue de la habitación para aclarar sus pensamientos, no pensó chocar con una figura y antes de que pudiera disculparse, los ojos de color avellana de Mateo se posaron en ella. Llevaba una remera manga corta blanca, pantalones cortos y holgados y sandalias. La sostuvo antes de caerse sintiendo sus manos cálidas y una sensación extraña la invadió. Le resultaron incómodas y ajenas, se apartó lentamente y le dedicó una sonrisa amable.
–¿Estás bien, Adelina? –preguntó Mateo.
–Sí, solo… no podía dormir –respondió desviando la mirada.
–Le pasa a cualquiera –dijo Mateo con una sonrisa sincera–. Incluso a mí.
–No te quería levantar, perdón.
–No fuiste vos –dijo Adelina–. Solo fueron pesadillas.
–¿Querés hablar de ellas?
–No.
–¿Querés ir arriba para despejarte?
La muchacha asintió y Mateo la llevó al ascensor con lentitud. El movimiento le causó mareo, salió tan rápido como pudo sintiendo el aire salado invadir sus pulmones y sus pensamientos se calmaron. Se sentó en el frío cemento mirando a la nada, las imágenes de pesadilla se apropiaron de su mente y su respiración se volvió más agitada.
–¿Qué te hacen sentir las pesadillas que tenes? –preguntó Mateo sentándose al lado de ella.
Impotente y sin respuestas, quiso responder. Cada una le parecía un acertijo imposible de resolver y las odiaba con toda su alma. Anormal y nerviosa. Algunas veces, se quedaba hasta tarde para evitar recordarlas tan vívidamente y deseaba no recordarlas. Maldecida y desconectada. Su criomancia no era un regalo sino un castigo de Hela, extrañaba a sus amigos y… a Tomas.
Siempre había algo que lo recordaba a él. Los libros que había visto en la Avenida Corrientes, el boceto no terminado, la comida que preparaba, las canciones que escuchaba. Su mente remoraba la textura callosa y reconfortante de sus manos recorriendo su piel, la cicatriz sobre su ceja que tenía ganas de tocar, los labios que besaban cada parte de su rostro y su aroma a té chino y humo. Quería volver a verlo y solucionar todo.
–Me hacen sentir maldita –respondió Adelina–. Quiero olvidarlas.
–¿Maldita?
–Sí, todo el puto rato –soltó la joven–. Me siento pérdida, como caminar en círculos.
–Las pesadillas siempre nos hacen sentir eso, en las noches –dijo Mateo con una sonrisa tranquilizadora–. A veces también, me siento maldito. No por pesadillas, sino en general.
–¿Por qué?
–Las cosas que pasan alrededor me hacen sentir eso, a veces.
–Sí, eso no te lo voy a negar.
–Parece que cada cosa quiere pegarte, para que caigas –soltó Mateo en un susurro.
–Lo importante es saber cómo levantarse y seguir –explicó Adelina–. A pesar de sentirse maldito.
–Algunos ni si quieran saben si pueden volver a ponerse de pie.
El silencio inundó el lugar. El viento sopló levemente, las olas del mar se escucharon a lo lejos, el olor a agua salada impregnó su nariz y vio a la luna en punto más alto en el cielo. Adelina y Mateo se quedaron así por varios minutos disfrutando de la noche. Paulatinamente, el sueño se apoderó de ella y decidió irse a su habitación. Mañana sería un día bastante largo y agotador y no quería estar con la mitad de su cabeza sin descansar. Antes de despedirse, Mateo le dijo:
–Quizás lo de sentirse maldito es una prueba, Adelina. Pare ver si podemos pasarlo y encontrar algo mejor.
–Es posible.
Le sonrió amablemente y se encerró en su cuarto. Se acomodó en la cama soltando un suspiro y pensando en Tomas, Daniela y Mariano. Trató de llamarlos con la radio, la interferencia se escuchó en cada ocasión y lo dejó en la mesa de luz. Dio un par de vueltas, antes de caer dormida.
Le costó levantarse de la cama, a pesar de escuchar las alarmas y los golpes en la puerta de Mateo. Salieron a las corridas del hotel y tomaron el tren hacia Salamanca. Fue un viaje corto, por suerte para Adelina. El resto del trayecto hacia la Universidad de Salamanca lo hicieron en taxi y le permitió a la joven pensar en lo que había ocurrido en la noche. No quería darle el mensaje incorrecto a Mateo. Quizás era un mal entendido de ella y…
–Ya llegamos –la voz del chico interrumpió sus divagaciones.
Adelina quedó boquiabierta por el tamaño de la universidad. Parecía un castillo sacado de un cuento de hadas. El ladrillo amarillo por los años construía una arquitectura sofisticada y delicada de laureles y rostros y en la entrada, se encontraba la estatua de un fraile. Los estudiantes se apelotonaban de un lado al otro, reían y las conversaciones variaban en cada grupo.
Con la ayuda de los directivos, llegaron a la biblioteca y Adelina quedó boquiabierta nuevamente por el tamaño. Estantes repletos de libros y varios globos terráqueos se encontraron aquí y allá de la biblioteca, mesas con estudiantes enfocados en sus lecturas y la madera crujió con cada paso que hacían.
–Es la biblioteca más grande que vi –soltó Adelina.
–Creí que la biblioteca-teatro lo era –argumentó Mateo.
–No es una biblioteca –dijo la muchacha entre risas–. Es una librería. En mi colegio, la biblioteca era chiquita. Me sorprende ver una de este tamaño.
–Buenos, mejor pongámonos a buscar.
Adelina perdió la cuenta de los libros que revisaba, tuvo la intención de revolear el que estaba leyendo y los ojos se le irritaron de ver las mismas imágenes dejando de ver las diferencias entre un mapa y otro. Las esperanzas se fueron apagando cuando llegó a la mitad del sector y continuó con la lectura que tenía. En cuánto terminó el estante, se frotó los ojos cansados y contuvo un grito de frustración. Tomó el libro de otro estante y empezó a hojear sentándose en la mesa de madera. Tenía que encontrar algo en este lugar.
El estómago de Adelina rugió con fuerza y miró la hora en su celular. Ya era pasado el mediodía. No encontraron nada, Adelina se frotó las cienes varias veces para relajarse y le ofreció a Mateo tomarse un descanso. Su mente explotaría si no se lo tomaba.
Almorzaron en la cafetería de la universidad, le alegró a Adelina tomar sol luego de varias horas de encierro y, a veces, observó a Mateo disfrutar su comida. Con la excusa de ir al baño, trató de volver a contactarse con Tomas, Mariano y Daniela sin éxito. La interferencia se escuchó por el baño y Adelina la apagó inmediatamente. Se lavó las manos al igual que un poco rostro y salió hacia donde estaba Mateo.
Siguieron buscando en los estantes restantes, la frustración de Adelina creció con cada tanda de libros regresaba a su sitio original y su esperanza se esfumó al terminar todo su sector. Todos los mapas eran de mediados del siglo XX.
–¡Adelina! –gritó silenciosamente Mateo–. Creo que lo encontré.
El entusiasmo de la muchacha se avivó y se acercó a él dejando su lectura en la mesa. Vio un mapa amarillento con las principales ciudades costeras en formación, diferentes símbolos de cartografía y los países limítrofes. En medio de los colores amarillentos, observó unas pequeñas islas tan pequeñas como migajas desperdigadas de un lado al otro.
–¿Me mostras el mapa?
–Sí –respondió Adelina buscándolo en la mesa–. ¿Estás seguro de que es el correcto?
–Re seguro –soltó Mateo–. Mira esta parte –el dedo del muchacho rodeó una porción de tierra del mapa viejo–. Son poblados que se estaban urbanizando según el libro. Es extraño que los más nuevos no tengan las islas.
–Bueno, veamos la ubicación específica –dijo Adelina–. El mapa no muestra coordenadas.
–Está al noroeste –soltó Mateo mirando fijamente los papeles–. Es esta.
Su dedo rodeó una pequeña isla en medio del Golfo de Vizcaya y a unos kilómetros de otra isla cercana a la costa de Asturias. Adelina soltó una sonrisa genuina.
–¡Vamos a celebrar!
El chico la abrazó dejando paralizada a Adelina. Le palmeó la espalda suavemente y trató de alejarse. Le sacaron fotocopia a la hoja y se marcharon de la universidad cerca del atardecer. El cielo se pintó de naranjas y rosas cálidos, algunas nubes cubrieron los rayos del sol y el ambiente refrescó.
Llegaron al hotel cerca de la hora cena, los turistas salieron a disfrutar de la vida nocturna de Gijón y otros se apelotonaron en restaurantes y locales cercanos. La melodía de los músicos callejeros se escuchó por cada cuadra, las linternas iluminaron las calles de piedra y el olor a comida se esparció mezclándose con aroma a mar en el aire.
Antes de que poder encerrarse en su habitación, Adelina notó que Mateo le sonreía, sus ojos avellana destellaron de emoción y preguntó:
–¿Qué querés comer para celebrar?
–No sé, pero quiero cenar temprano para mañana –contestó Adelina.
Le avisó que lo vería unos minutos en el restaurante del hotel. Se bañó aclarando sus pensamientos y se vistió usando una remera manga corta negra con un logo de Seether, jeans azules decorados con rosas y borcegos negros. No esperó chocarse con Mateo llevando una remera manga corta azul marino, jeans negros y zapatillas blancas. Su rostro triangulado mostró una sonrisa y hubo un destello en sus ojos avellana.
–Hay que tener cuidado. Ya me preocupa que nos choquemos siempre.
–Sí –dijo Adelina riendo.
Bajaron hacia el restaurante, Mateo le ofreció el asiento y le agradeció. El silencio permaneció por varios minutos, Adelina bebió de su vaso continuamente y se acomodó el cabello negro. Miró hacia cualquier lugar, menos el rostro de Mateo.
–Contame algo de vos –pidió el muchacho.
–No tengo mucho que contar –dijo Adelina ajustándose la remera negra.
–¿Alguien importante? –la mano de Mateo quiso tocar la de ella y la alejó ocultándola en su regazo.
–Si te referís a pareja –empezó Adelina con una sonrisa amable–. Ya tengo.
–¿Dónde está?
–De viaje –mintió Adelina. No iba revelar mucho de Tomas.
–Es un afortunado.
–Sí, eso creo –coincidió Adelina.
Un mozo les tomó su pedido y se quedaron en silencio. La muchacha se volvió acomodar el cabello negro y miró los ojos color avellana de Mateo.
–¿Tu familia vive acá? –preguntó Adelina.
–Viven en Argentina –respondió el muchacho–. Mis padres ya son jubilados y mi hermano trabaja de cocinero ¿Los tuyos, Adelina?
–Murieron en Rosario –respondió.
–Lamento tu pérdida.
–Fue hace mucho –dijo Adelina–. Ya es algo del pasado.
Minutos después, el mozo les trajo sus pedidos, pulpo a la gallega y fabada asturiana, y empezaron a comer. El sabor de la panceta y el chorizo del guiso inundó su boca y con cada bocado la tentó a pedir otra porción, pero tuvo que controlarse. Luego de ver las islas, celebraría cuánto quisiera y comería hasta hartarse.
–Por nuestro éxito –dijo Mateo alzando su copa–. Y también, por las ruinas.
–Por las ruinas –repitió Adelina sonriente.
Las copas chocaron y bebieron. Tuvieron una pequeña charla, pero Adelina prefirió no revelar mucho a Mateo y continuó comiendo. Cerca de las diez, la muchacha se despidió amablemente de Mateo y se encerró en su habitación. Se pusó un pijama cómdo y preparó su mochila con lo necesario para la isla. Cargó su rifle y pistolas, guardó el mapa, la daga Sultin entre trapos y anudado en cintas, cuchillos, un cuaderno y un conjunto de puerta. Dejó su mochila en su mesa de luz y se sumergió en las colchas.
Adelina y Mateo llegaron al puerto de Gijón cerca de las nueve de la mañana. Su compañero le informó que Agustín les había dejado una lancha con el suficiente combustible para ir a la isla. Antes de subirse, Adelina tomó una pastilla para las náuseas. Detestaba viajar en barcos, prefería viajar en la avioneta de Mariano. El aroma a agua salada se impregnó en su nariz, las gaviotas revoletearon alrededor del puerto y las olas chocaron contra la piedra.
–No te preocupes –dijo Mateo apoyando una mano en el hombro de Adelina. Su tacto le causó incomodidad y fingió su mejor sonrisa–. Voy a tratar de que no te marees. Soy bueno manejando la lancha.
Adelina asintió y se acomodó mejor la musculosa blanca de tirantes y su camisa de camuflaje verde con la bandera de Argentina del lado derecho remendada. Los mareos la invadieron cuando la lancha empezaba a moverse entre las olas, todo le dio vueltas y su respiración se volvió pesada e irregular. Su mirada se posó en sus botas militares y los pantalones de camuflaje y luego, en el vasto mar.
Gijón era irreconocible, un punto entre todo el azul cristalino. Adelina pudo ver algunos peces moviéndose cerca de la lancha, algas entre las rocas sumergidas se balancearon de un lado al otro y su propio reflejo la enfrentó. Las gaviotas volaron sobre el sol abrasador tapado por pequeñas nubes y el olor a agua salada impregnó su nariz.
–¿Estás bien?
–Lo voy a estar cuando estemos en la isla –respondió Adelina mirando el cielo.
Intentó pensar en otras cosas, pero el balanceo de la lancha se lo dificultó y contuvo sus ganas de vomitar.
–¿Cuánto falta?
–Quince o veinte minutos.
Adelina maldijo en voz baja y se levantó de su asiento yendo hacia donde estaba Mateo. Su remera manga corta negra revoloteó por el fuerte viento al igual que su pantalón holgado marrón oscuro y parte de su cabello castaño claro se movió fuertemente. La altura de la ubicación del timón le dio vueltas la cabeza y el estómago y sus ganas de vomitar aumentaron. Visualizó la isla, el pequeño montón de tierra fue haciéndose más grande y, algunas rocas alrededor, se interpusieron en el camino de la lancha.
–Como me encanta acertar en mi sentido de orientación –soltó Mateo esquivando las rocas.
–Felicidades –dijo Adelina quitándose el sudor de la frente.
La isla tenía columnas de piedra repletas de verdín, flores de diferentes colores y hongos, lianas colgaban de los bordes y las aves revoloteaban en la cima. Las olas chocaban con todas sus fuerzas contra las rocas y los peces se movían de un lado al otro. Adelina podía vislumbrar un par de columnas de la antigua Roma y algunas piedras caían desde lo más alto de la isla.
–Es muy alto –exclamó Adelina preparándose su mochila–. ¿Cómo vamos a subir?
–Escalando –respondió Mateo sonriente.
–Mira que me tocó escalar montañas, pero esto…
–Se va a poder –cortó Mateo apagando la lancha–. Tengo un buen material de escalada.
Adelina lo ayudó a tirar el ancla, se prepararon para escalar ajustándose el equipo de sogas y arneses. La muchacha se ató el cabello negro en una cola de caballo y se aproximaron hacia una pequeña plataforma de tierra cercana a las columnas de rocas. Mateo fue el primero en subir y Adelina lo siguió cuando parte de la soga empezaba a estirarse.
La piedra fue lo suficientemente firme y resistente para soportar el peso de ambos. Lentamente, lograron llegar a la mitad de la cima de la isla, el sudor corrió por el cuerpo de la muchacha y parte del cabello negro se le pegó al rostro mojado. El pie de la joven casi dio un paso en falso, pedazos de piedra cayeron y los escuchó chocar contra las fuertes olas. Se agarró con fuerza de la roca y continuó escalando. Polvo y tierra fueron cayendo en la cabeza y nariz de Adelina y no pudo contener un estornudo. Su mano se posó en una roca, pero resquebrajó y gritó tratando de agarrarse desesperadamente a una piedra firme. El tirón de la cuerda le dio un vuelco al corazón.
–¡Adelina! –gritó Mateo mirando hacia abajo–. ¿Estás bien?
–Sí –respondió–. Creo que puedo llegar a la roca.
–Voy a mover la soga.
Adelina se balanceó con fuerza hacia la piedra una y otra vez. Sus dedos lograron tocarla, se aferró desesperadamente, alzó el pulgar y siguió con la subida. Olfateó el aroma de las flores coloridas incrustadas en la roca y el musgo le dificultó el dónde apoyar sus extremidades. Al acercarse, las lianas comenzaron a molestarle su visión y nariz, a Mateo, también, por los gruñidos y maldiciones que soltaba y escuchó cómo las arrancaba.
El muchacho llegó primero y le tendió la mano a Adelina agradeciéndole en un susurro. Mateo se revolvió el cabello castaño claro repleto de mugre, mientras recogía el equipo de escalada y Adelina acomodó sus pertenencias. Se ajustó la cola de caballo quitándose los mechones sueltos de su rostro pecoso y tomó un poco de agua.
Quedó sorprendida por lo que sus ojos le regalaban de vista. Árboles gigantes con lianas y aves de todos los colores decoraban cada segmento de tierra, troncos se esparcían sobre la hierba elevada dejando que los insectos volaran de un lado al otro y detrás, grandes estatuas y columnas sostenían un gran templo invadido de verde.
–Es increíble –soltó Mateo–. Vamos a ganar bien con estas ruinas.
–Van a valer la pena.
Adelina y Mateo empezaron a caminar sobre la hierba alta, los insectos revolotearon cerca del rostro de Adelina y los ahuyentó dando manotazos. Las aves emitieron su canto en la cima de las ruinas, le pareció ver ardillas corretear entre las ramas de los árboles esconderse y liebres correr hacia las madrigueras y el sol se alzó en su punto más alto. Adelina quedó boquiabierta ante las vistas.
Un templo de la antigua Roma se imponía, dos estatuas de hombres se ubicaban a los lados de la entrada y las columnas sostenían la estructura. El verdín y el musgo cubrían parte de las ruinas, lianas colgaban desde las alturas de las columnas, pedazos de roca caían desde lo alto y parte de las estatuas y había antorchas apagadas en la entrada del templo.
Las estatuas portaban espadas repletas de hierba y musgos, los escombros caían deteriorando la estructura y una escritura en latín se hallaba sobre las cabezas de las estatuas. Aves de todos los colores estaban en las empuñaduras de las armas, en los gigantes hombros y cabezas. Sus rostros eran cubiertos por los cascos de piedra y miraban hacia el basto mar.
–¿Qué dice arriba? –preguntó Mateo–. No logro entenderlo.
–¿Tenes binoculares? –repreguntó Adelina.
–Sí.
Mateo buscó entre sus pertenencias y se los dio. Los colocó en sus ojos ajustando la visión y pudo entender el significado en latín:
“Fundant quadriviis victoriis et damnis. Noli respicere post tergum."
–¿Qué dice? –volvió a preguntar Mateo sacándole una foto a la inscripción.
–“La encrucijada abunda en victorias y pérdidas. No mires atrás.”
–¿De qué viaje habla?
–No sé –mintió la chica.
La muchacha abrió una de las gigantes puertas de madera destrozadas y Mateo la ayudó con la otra revelando el interior del templo. Los rayos del sol pasaron iluminando todo el interior, el eco de las pisadas se escuchó en cada rincón al igual que la caída de los escombros y el polvo se elevó con el leve viento dejando el aroma salado del océano.
Dos estatuas del tamaño de rascacielos se enfrentaban, una era una mujer y la otra de un hombre y frente a ellos había una inscripción. La estatua femenina tenía tres cabezas con coronas de laureles, sus manos sostenían un puñal sobre su pecho y portaba una vestimenta griega. Mientras, la estatua del hombre llevaba una vara alada, vestía con túnicas griegas, un cinturón sostenía una gigantesca bolsa de cuero, poseía sandalias con alas y en su cabeza había un petasos. Debajo de los pies de ambas estatuas, se hallaban inscripciones en latín.
–Son Hermes y Hécate –afirmó Adelina–. ¿Dónde están el resto de los dioses olímpicos?
–Es extraño –dijo Mateo–. Pero Hécate no era parte del panteón del Olimpo ¿Las inscripciones en sus estatuas pueden ayudarnos?
–Mira arriba. También hay algo escrito en latín –señaló la muchacha.
Le sacó una foto en la cámara y la puso en la pantalla permitiendo ver la inscripción con mayor claridad.
Semita augurium et terminus.
–“El camino de encantamientos y la frontera” –leyó Mateo y Adelina sintió su respiración caliente cerca de su rostro. Su incomodidad volvió aparecer–. Seguramente debe ser hacia El Hades, el infierno para los griegos.
Se aproximaron hacia la estatua de Hécate y limpiaron mejor la inscripción en latín.
–“Magus benedicit electos suos” –recitó Adelina–. “La hechicería bendice a sus elegidos”.
Le sacó foto y luego, se enfocó en la estatua de Hermes.
–“Clavem est ingenii” –leyó Mateo alejándose de la estructura–. “El ingenio es la clave”. No nos ayudan en nada.
–Hay que buscar más.
Adelina se quedó examinando la gran estatua del dios Hermes desde sus sandalias aladas hasta cada palabra de la inscripción. Luego, empezó a trepar las piernas del dios buscando algo fuerza de lugar, pasó por la tela de piedra llegando al cinturón y trató de abrir la tela gigante, pero no pudo. Continuó escalando hasta llegar al rostro del dios.
La mirada imperturbable de piedra parecía juzgarla y Adelina les prestó atención a los ojos de piedra. Su dedo tocó el iris izquierdo del dios y el contacto de la piedra reveló una abertura redonda tan pequeña que podía entrar su pulgar sin problemas. Adelina se dirigió hacia el otro ojo de Hermes y pudo ver la misma abertura.
–¡Mateo! –llamó–. Encontré algo.
–Yo también –gritó y el eco rebotó por todo el lugar–. Hay runas nórdicas.
–Ya bajo.
Fue un descenso veloz y corrió hacia donde estaba Mateo. Permitió que Adelina pasara y viera las runas. Su mano tocó las inscripciones con delicadeza.
–Pertenece al futhark anglosajón.
–¿Qué dice?
Adelina observó por varios minutos las runas. Iniciaban y terminaban con la runa Ear, símbolo de Hela.
ᛏᛖᛗᛈᛏᚪᛏᛡᚾᛋ ᚪᚱᛖ ᚦᛖ ᛒᚪᛏᛏᛚᛖ ᛏᚩᚹᚪᚱᛞᛋ ᛄᚢᛞᚷᛗᛖᚾᛏ . ᛋᛏᚪᚱᛏ ᚪᚠᛏᛖᚱ ᚪᚾᛋᚹᛖᚱᛁᛝ ᛏᚱᚢᚦᚠᚢᛚᛚᛁ
–“Temptations are the battle towards judgment. Start after answering honestly” –recitó Adelina–. “Las tentaciones son la batalla hacia el juicio. Empieza tras responder con la verdad.” Sería la traducción más aproximada.
–¿Sabés a que se refieren?
–Quizás los nórdicos seguían el mismo camino que hacían los griegos para ir al Infierno.
–¿Los libros de países nórdicos no ayudaron? –volvió a preguntar Mateo
–No dieron mucha información –mintió Adelina–. No había mucha explicación de cómo llegar al Infierno.
El único atisbo de ayuda era el llamado Camino de los Muertos del libro que encontró en la biblioteca de los Lin Kuei.
–¿Qué encontraste en la estatua de Hermes?
–Dos aberturas en los ojos –respondió Adelina–. Como si algo debía entrar.
–Debe estar en la bolsa gigante –dedujo Mateo mirando hacia la estatua.
Tomó una de las pistolas de Adelina y apuntó hacia el cinturón. El disparo se escuchó por todo el templo y la bolsa cayó en un ruido sordo seguido de un tintineo metálico. La abrieron revelando un montón de oro y bronce y las piezas se conectaron en la mente de Adelina.
–Hay una entrada secreta –soltó y señaló las estatuas–. Hay que usar las monedas del bolso. Hécate da la encrucijada, Hermes es el que guía y las runas nos dicen lo que vamos a encontrar.
–Tardaríamos bastante…–un silencio quedó en la voz de Mateo–. No… solo hay que buscar dos o tres de plata.
–Dos para los ojos y una para la boca de Hermes –dijo Adelina sonriente y se sentó cerca de la montaña de monedas.
Las horas pasaron escarbando la montaña de monedas, ver tanto oro y bronce enloqueció a la muchacha. El atardecer llegó, Adelina dejó apartadas un montón de monedas y cantó victoriosa al encontrar una de plata. Minutos después, Mateo encontró otra moneda y la muchacha halló la última entre las que quedaban del pedazo gigante de cuero.
La muchacha subió por las piernas de piedra de Hermes llegando hacia la boca. Sus ojos buscaron ansiosamente una abertura, la alegría la inundó al verla en el medio del labio inferior del dios. Colocó una de las monedas de plata, el mecanismo empezó a trabajar ocultando el metal y Adelina escaló hacia los ojos de piedra. Puso las monedas en las aberturas de los ojos, la maquinaria sonó por todo el templo y Adelina miró cada rincón.
–¡Lo encontramos! –exclamó Mateo entre saltos.
Unas escaleras dieron paso hacia una oscuridad en medio de las estatuas. Adelina bajó de la estatua de Hermes, Mateo le chocó los cinco y el tacto le fue extraño. Trató de conservar su sonrisa, mientras bajaba las escaleras y las telarañas chocaron con el rostro de Adelina. Encendió la linterna entre toda la oscuridad y la roca.
Formaba un pasadizo estrecho por dónde el dúo caminó y la muchacha se dio algún que otro raspón en los brazos. Pudo visualizar con la luz de la linterna un pequeño camino de piedra y huecos con antorchas apagadas, se apresuró tomando distancia de Mateo y salió del pasadizo entre respiraciones pesadas quitándose el sudor de la frente.
El camino de piedra era más estrecho que el pasadizo, guiaba hacia una entrada gigantesca custodiada por un par de lobos de piedra y sobre sus cabezas había calaveras. A los lados del camino, no había más que una negrura infinita, se escuchaba desde lo más profundo el ruido de las olas y la roca se elevaba hasta una vista imposible. Las pisadas y ruidos insignificantes hacían un eco atronador repitiéndose una y otra vez hasta esfumarse. Donde se paraba Adelina, a su derecha una estatua de una mujer se imponía y era más pequeña que la de los lobos.
La estatua mostraba un aspecto casi esquelético, sus manos se posaban sobre su regazo y la mirada de piedra se fijaba sobre Adelina como si tratase de descubrir sus secretos más profundos. Sobre su cabeza había una inscripción de runas nórdicas, todavía leíble entre tanta oscuridad.
ᚳᚾᛖᛖᛚ, ᚻᛖᛁᚱ, ᛒᛖᚠᚩᚱᛖ ᛗᚩᛞᚷᚢᛞ ᚪᚾᛞ ᚠᚪᚳᛖ ᚦᛖ ᛏᚱᚢᚦ
–“Kneel, heir, before Modgud and face the truth” –recitó Adelina sacándole una foto–. “Arrodíllate, heredero, ante Modgud y enfrenta la verdad.”
–¿Hay que arrodillarse ante la estatua? –preguntó Mateo mirando la estatua–. ¿Qué heredero?
–En lo que encontré en países nórdicos, Hela tuvo un hijo –respondió Adelina–. Creo que todo esto, se levantó en su nombre.
Se alejaron de la mirada de piedra de Modgud y avanzó junto a Mateo en el estrecho caminó de piedra. Las pisadas se escucharon por toda la caverna, una corriente de aire se levantó azotando el cuerpo de Adelina y susurros inentendibles invadieron cada rincón de la caverna cobrando fuerza. Le costó poder avanzar y volteó para ver cómo estaba Mateo que trataba de acercarse a paso lento.
¡Intruso! ¡Abominación! ¡Nadie entrará!
¡Invasor! ¡Ladrón! ¡Nuestra señora se vengará!
Todo la caverna tembló, pedazos gigantes de roca cayeron sobre el camino, los susurros se volvieron más fuertes en los oídos de Adelina repitiendo las mismas palabras una y otras y miró a Mateo que tenía una mirada determinada y sus ojos color avellana brillaron. Corrieron sintiendo los escombros sobre su cabeza, el polvo invadió su visión, esquivó las rocas que caían frente suyo y escuchó cómo el camino se resquebrajaba como escarcha perdiéndose en la oscuridad.
Adelina saltó con un grito hacia el otro lado de la caverna sosteniéndose desesperadamente en la pared de roca entre gruñidos y apretó los dientes. Ocultó su rostro con los brazos y se quedó quieta esperando a que el derrumbe terminara. El ruido de los cascotes de piedra se detuvo, todo volvió a quedar inmóvil como al principio y la joven observó lo que quedaba del sitio.
El camino de piedra estaba completamente destrozado por el derrumbe y podía ver a Mateo tratando de subir a los restos del inicio. El muchacho se dio la vuelta quitándose el polvo del cabello castaño, le remera negra y el pantalón marrón oscuro. Adelina trató de escalar, pero su mano la piedra se fragmentó y casi cae al vacío, se sostuvo gracias a una roca firme y apoyó los pies con cuidado.
–¿¡Estás bien, Adelina!? –preguntó Mateo acercándose al borde de los restos del puente.
–Estoy bien –gritó–. ¿¡Vos!?
–Sí –respondió el muchacho–. No sé si puedo llegar hasta allá.
–Puede haber una salida –dijo Adelina–. ¿Podrías buscar alrededor del templo y la isla?
–¿Segura? –preguntó Mateo–. Voy a traer mis cosas.
–No, busca si hay una salida y si no encontras nada, nos reunimos acá –dijo Adelina–. Luego, vemos que hacemos.
–Está bien.
Adelina trepó hasta llegar a la entrada y alzó el pulgar hacia Mateo. Le dedicó una sonrisa pequeña, se dio la vuelta y Adelina pudo ver sus botas marrones oscura perdiéndose en la negrura de las ruinas. La muchacha entró a la cueva, la linterna iluminó cada punta rocosa y un escalofrío recorrió su columna vertebral. Se quitó el polvo del cabello y la ropa, su camisa de camuflaje quedó repleta de tierra y la musculosa bañada en sudor. Se ajustó la cola de caballo y siguió caminando por varios minutos.
El camino fue ampliándose con cada paso que hacia hasta revelar una especie de sala. En los lados, había estatuas de lobos y enredaderas de hierro las decoraban alrededor. Frente a Adelina, la entrada de un templo se imponía e inscripciones nórdicas se ubicaban sobre la cima. Algunas piedras caían alrededor haciendo un eco leve, mientras la muchacha les sacaba una foto a las escrituras facilitándole leerlas.
ᚠᚩᛚᛚᚩᚹ ᚦᛖ ᛋᚩᛝᛋ ᚩᚠ ᚦᛖ ᚹᚩᛚᚠᛖᛋ ᚩᚠ ᚪᚱᛗᛖᚾᛡ ᚪᚾᛞ ᚦᛖ ᚠᚪᛁᚦᚠᚢᛚ
“Follow the songs of the wolves of Armenia and the faithful”
“Sigue los cantos de los lobos de Armenia y los fieles”
“Lobos de Armenia”, la guardia personal de Hela. Adelina siguió aproximándose al templo, mientras escuchaba nuevamente los susurros. Una sensación extraña recorrió su columna y el miedo la inundó en cada fibra de su cuerpo. Su tatuaje en la mano derecha le empezó a picar y su corazón bombeó con fuerza con cada tramo que hacía. La mochila le pesó más por la daga, recordó el ardor al tocarla por primera vez y el estómago le dio un vuelco.
–¿Adelina? –preguntó Mateo desde la radio.
–Acá estoy –respondió Adelina sacando la radio del cinturón.
–Estuve viendo desde el interior del templo y no hay otra forma de entrar –dijo Mateo con respiraciones pesadas–. Voy a buscar afuera. Si no está acá, debe estar en la parte de atrás.
–Bueno, Mateo –dijo Adelina–. Suerte.
–A vos, también –la voz del muchacho salió distorsionada en la radio–. ¿Encontraste algo?
–Hay estatuas de lobos –respondió–. Y hay runas que hablan de seguir a sus aullidos.
–¿Nada más?
Adelina dudó si decirle o no sobre el templo. No le traía un buen augurio hablarlo, acercarse le revolvió el estómago y el impulso de dar la vuelta invadió su mente.
–¿Adelina? –preguntó Mateo entre las interferencias de la radio–. ¿Estás ahí?
–Sí, perdón –respondió la joven–. Hay un templo subterráneo.
–Eso es bueno –dijo Mateo emocionado–. Sacale foto a lo que veas. Si encuentro otra entrada o una salida, te aviso.
–Está bien.
Adelina guardo su radió, su corazón latió con fuerza y su respiración se volvió agitada. La entrada grande e imponente detuvo a la muchacha, el miedo la detuvo, pero si no se adentraba sus alucinaciones y pesadillas la perseguirían hasta en su lecho de muerte y tomó valor re. Pasó la entrada oscura y la linterna le iluminó el lugar. Los susurros se volvieron más fuertes, avanzó entre las paredes que le daban algún que otro raspón en los brazos, una leve ventisca invadió el sitio dejando un aire frío y llegó a un gran santuario.
La decoración de enredaderas en las paredes se unía a siluetas de lobos y serpientes. Frente a Adelina, una gran estatua se imponía de Hela con las manos elevadas, una sostenía un corazón y la otra una calavera. Había una mesa de piedra donde un cofre repleto de polvo se posaba en el centro, estaba decorado con runas nórdicas y las telarañas flotaban por el leve viento. En el techo, había un retrato de Hela y su familia y runas se hallaban a los lados de la piedra tallada.
Adelina se acercó al cofre de piedra, su corazón latió con más fuerza y sus oídos fueron invadidos por los susurros. Abrió la caja con cuidado dejando de lado la tapa, reveló una bolsa de cuero intacta y cerrada… era la bolsa de runas de Kolbein y otro mapa. Tomó el mapa y vio la pequeña bolsa. El impulso de tocarla la invadió, los latidos de su corazón llegaron a sus oídos y su tatuaje le dolió. La mano de Adelina tocó la pequeña bolsa de cuero… Nada.
Soltó el suspiro que había contenido y la abrió cuidadosamente. Reveló piedras dibujadas con runas, destilaron un color verde iluminando la oscuridad y Adelina las tocó. El ardor recorrió el lado derecho de su cuerpo, escalofríos recorrieron cada centímetro de su cuerpo y gritó. Cayó al suelo sintiendo el calor del tatuaje extenderse por su torso, cuello y la mitad de su pierna y la sangre emanó manchando su musculosa blanca y la camisa de camuflaje.
No supo si se había quedado sin voz o no, el dolor la azotó una y otra vez y Adelina se paralizó al ver a los muertos acercándose junto a lobos y serpientes posando sus ojos verdes en ella. Las figuras esqueléticas soltaron chillidos y quejidos e intentaron tocar a Adelina. Se alejó entre gritos, llantos y quejidos y escuchó las palabras de los muertos.
“La balanza debe reconstruirse” “Las abominaciones deben ser exterminadas” “El poder conlleva el sacrificio” “Nuestro diosa y señora se alzará de sus cadenas” “La corona es el último paso”
Adelina tomó la bolsa de runas, se alejó de los muertos y su pierna estalló de dolor. Cayó nuevamente al suelo, su cabeza le dolió, la sangre salió de su frente y su visión se volvió borrosa al tratar de ponerse de levantarse.
Adelina veía el recuerdo de Kolbein. La figura encapuchada entraba a la cabaña del hijo de Hela, sacaba su espada y se acercaba a la cama donde Kolbein dormía con su esposa, Lena. El extraño alzaba el arma, Kolbein abría abruptamente los ojos y lanzaba una púa de hielo. Lena salía de la cama hacia la cuna de Siriana y la cargaba.
–Llévatela de aquí, Lena ¡Ahora!
La muchacha recobró el conocimiento, su pierna volvió a estallar en dolor y le costó avanzar por el pasadizo de piedra. Los tatuajes le ardieron, gritó nuevamente viendo a los muertos aparecer en su camino y quisieron tocarla con sus dedos podridos. Adelina dio manotazos, mientras se arrastraba por el suelo y trató de ponerse de pie.
Lena salía de la cabaña cargando a Siriana, mientras Kolbein tomaba su espada y chocaba contra la de la figura encapuchada. Mostraba los dientes, se alejaba en posición defensiva, Kolbein lanzaba una llamarada verde y la figura la bloqueaba. Disparaba otra púa de hielo, pero el extraño se avanzaba hacia él con una estocada y el muchacho esquivaba el ataque.
Adelina logró ver luz al final del camino y escuchó las olas chocar contra las rocas de la isla y las gaviotas revolotear y emitir chillidos. Vio que la roca estaba manchada con su sangre y su corazón bombeó con más fuerza. No iba a morir así.
Un sonido se hizo más fuerte en sus oídos. Rítmicos. El ruido de un motor. Un helicóptero o avioneta cerca. El dolor de sus tatuajes la hicieron caer y gritó. Se arrastró cómo pudo y notó que algo caía en su cabeza. Un pedazo de roca, luego otro y otro y Adelina se levantó sosteniendo la bolsa de runas con todas sus fuerzas.
El choque de espadas se volvía más intensos y los poderes de Kolbein contra el extraño eran bloqueados y esquivados. Maldecía una y otra vez y atacaba con todas sus fuerzas. La figura encapuchada tenía una velocidad y agilidad atemorizantes.
En una maniobra, le quitaba la espada a Kolbein e intentaba buscar la daga Sultin. Al conseguirla, Kolbein se lanzaba hacia la yugular del extraño, pero lo tiraba hacia la otra punta de la cabaña ocasionando que la mesa y los platos se rompieran. El extraño arremetía con todas sus fuerzas hacia el hijo de Hela, pero bloqueaba la embestida sosteniendo la hoja de la espada de la figura.
De sus manos salía sangre y trataba de usar su poder de hielo para congelar la hoja afilada. El encapuchado, con toda su fuerza, embestía el abdomen de Kolbein y el líquido carmesí salpicaba la ropa de ambos. Gritaba y de su boca emanaba sangre.
Las ruinas cayeron detrás de Adelina, otras sobre su cabeza y trató de esquivarlas. La cabeza le dio vueltas, el dolor se volvió insoportable y casi tropezó al sentir otro estallido de ardor en los tatuajes. Cada movimiento fue una tortura. Los rayos del sol iluminaron con más intensidad y el motor del helicóptero agobió sus oídos y su mente le azotó el dolor.
Kolbein intentaba levantarse con su herida del abdomen. Su boca seguía emanando sangre y usaba su poder para repeler al extraño lanzando ráfagas de hielo, llamas verdes y hierro. El encapuchado esquivaba cada ataque y arremetía con una estocada directo al corazón del hijo de Hela. Sus ojos se abrían de sorpresa, su boca emanaba más sangre y trataba de decir algo inentendible.
Adelina se acercaba para ver el rostro del culpable de la muerte de Kolbein. Moribundo, usaba lo que le quedaba de fuerza para quitarle la máscara revelando un rostro… el rostro de Mateo. Adelina presenciaba cómo el cuerpo del hijo de Hela quedaba inmóvil y sus ojos se apagaban completamente.
Adelina saltó al sentir los escombros cerca de ella, la hierba y la tierra tocaron su rostro. Pudo vislumbrar varios pares de pies y una figura acercándose, trató de alejarse y unas manos la dejaron boca arriba viendo el rostro de Mateo. Su visión se volvió negra.
En las profundidades del Infierno, el palacio en ruinas, Eliud, se imponía entre mares de hojas de cuchillos y sangre y chocaban contra la roca firme. Árboles de hierro se encontraban oxidados con el pasar de los años y se rompían con el más leve viento. Demonios caminaban como depredadores hambrientos de un lado al otro y las almas correteaban entre gritos y llantos. Se ahuyentaban al escuchar los alaridos de la estructura destruida.
Dentro del palacio Eliud, las decoraciones de hueso se caían de las paredes, las cortinas estaban hechas jirones por la rebelión de demonios y había espacios negros con cenizas debido a la quema de objetos. Telarañas y polvo se acumulaban en las esquinas, los cadáveres de demonios y lobos se pudrían destilando un olor a carne podrida mezclado con el moho.
Entre tantos cadáveres, tres mostraban signos de vida. Se retorcían de agonía entre llantos y gritos, soltaban gruñidos y rugidos trataban de arrastrarse entre el suelo mugriento. Se encontraban cerca de los aposentos de la antigua dueña y familia y podía escuchar los chillidos de lobos.
–Hermana… Gangleura –dijo uno de los cadáveres–. Nuestra diosa y señora sufre…
–Siento ese dolor, hermana Ganglate –coincidió el otro cadáver–. Su descendiente siente lo mismo…
–Hay que ayudarla, hermana –dijo–. Debemos…
–Falta poco… –calmó la hermana–. Pronto, este tormento terminará… y resurgiremos… Debemos esperar, hermana.
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coolpizzazonkplaid · 7 months ago
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La heredera del Infierno
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Avisos: Les deseo a mis lectores que pasaran unas felices fiestas y feliz año nuevo😘. Gracias por disfrutar de mi fanfic de bajo presupuesto y espero que disfruten de este capítulo.
Las canciones que canta Adelina son: La sirena varada de Héroes del Silencio y Bendecida de la misma banda. El significado de Maldito duende se encuentra aquí. Otras canciones que canta Adelina son Caught Somewhere in Time de Iron Maiden y Believer de Ozzy Osbourne.
Las leyendas del Cementerio del Recoleta los saqué de esta pagina. Mientras que los checos los encontre de aquí y aquí.
Hartazgo
Desde lo ocurrido en la cena hace un par de días, Adelina se quedó sorprendida por su arrebato de ira. Pero sus pensamientos quedaron opacados por el beso que tuvo con Tomas y recordarlo hacía que se le adornara una sonrisa en su rostro. A pesar de eso, ambos se mantuvieron alejados y se enfocaron en sus papeles de estudiante y maestro.
Adelina quería con todas sus fuerzas hablarle, pero no sabía qué decir ni tampoco en qué momento. Todos los días eran entrenamientos arduos, las comidas estaban abarrotadas de estudiantes y Adelina siempre detectaba la mirada penetrante de Tomas. Ni siquiera habían vuelto a coincidir en vigilancias.
Percibía la mirada asesina de sus compañeros, sobre todo del par que le había estampado la cabeza contra la mesa. Otros, simplemente dejaron de susurrar a sus espaldas y callaban cuando la veían. Adelina prefería eso a tener que soportar burlas.
Los entrenamientos con Bi Han seguían igual de brutales y sin un desarrollo positivo de la criomancia de Adelina. En las noches, llegaba cansada, pero se quitaba el estrés y la presión completando los dibujos que no había terminado. A veces, seguía perfeccionando el retrato de Tomas hasta que la vela se consumiera por completo. Luego, se arropaba entre las colchas y dejaba que el sueño la invadiera. Pero había comenzado sentir una sensación de vacío y que sus esfuerzos eran inútiles.
Una noche de vigilancia, Adelina, como de costumbre, llevó su equipo de mate y una tortilla santiagueña que había hecho a escondidas. Se ubicó en la torre de vigilancia y esperó en el banco a su compañero, mientras masticaba de a trozos la masa salada.
Tomó el libro que tenía en su equipo y comenzó a leer escuchando música. Cada hoja que pasaba le calmó los pensamientos y sintió que un peso desaparecía. La música inundó sus oídos junto con el ruido del fuerte viento y disfrutó esa soledad. De repente, escuchó pasos cerca de la puerta y vio que se abría revelando a Tomas.
–Hola –dijo Adelina y dejó el libro en la mesa.
El muchacho la imitó y quedaron en silencio. Se miraron y la muchacha quedó hipnotizada por los ojos grises como la neblina analizando cada pedacito de ella como había pasado antes de besarla en la cocina.
–Estuvo mal lo que te hicieron –dijo Tomas firmemente–. Fueron castigados nuevamente.
–Creo que Bi Han no pensó lo mismo.
–Él fue el primero en solicitar otro castigo para ellos –argumentó Tomas–. Piensa que solamente los superiores y nosotros podemos encargarnos de los castigos.
–Se puede entender.
El silencio volvió a invadir las cuatro paredes y Adelina preparó su mate. Se lo dio a Tomas y sorbió de la bombilla.
–¿Van a castigarme? –preguntó Adelina.
–Mis hermanos lo pensaron, pero yo los convencí de que no era necesario –respondió Tomas y le devolvió el mate.
–Gracias.
–No me lo agradezcas –argumentó Tomas–. Hiciste algo justificable.
–¿Estamparles la cabeza a dos estudiantes?
–Hacer que te respeten.
Adelina se sonrojó y Tomas sonrió ligeramente.
–Perdono algunas cosas, pero no que me desprecien la comida.
–Me sorprendieron muchas de tus maldiciones –dijo el ninja sonriendo–. Tienes un vocabulario bastante… fuerte.
–Solo me salió –respondió Adelina entre risas–. ¿Nunca maldijiste en tu idioma natal?
–Pocas veces maldije en checo.
–¿Sos de República Checa? –preguntó Adelina–. Creí que eras alemán.
–¿Tengo aspecto de uno?
Adelina se encogió de hombros y puso una cara de ingenuidad. Los dos se rieron, el muchacho se detuvo poco a poco y continuó mirando a Adelina.
–¿Recordas palabras en checo?
–No tantas –respondió Tomas–. Las tuyas parecen entretenidas. Di algunas.
–Ehhh… –Adelina intentó recordar todo su vocabulario–. Chamuyar.
–¿Qué significa?
–Meter excusas –respondió Adelina luego de sorber de la bombilla del mate–. Otra palabra que me acuerdo es pelotudo.
–Es un insulto ¿verdad?
–Es una forma más fuerte de decir idiota. También decir boludo sirve –agregó Adelina y le compartió el mate a Tomas–. Ahora que me doy cuenta, tenemos un lenguaje de un camionero. No sé cómo no pusimos una categoría de insultos en el tutti-frutti.
–¿Tutti-frutti? –preguntó Tomas con confusión.
–¿No lo jugaste? –Adelina quedó boquiabierta ante la pregunta de Tomas.
–No lo conozco ¿cómo se juega?
–Es un juego de rapidez mental –respondió Adelina alegremente–. Con una letra del abecedario tenes que completar las categorías que te piden. Nombres, lugares, cosas, animales. Vas consiguiendo puntos por las palabras.
–Quiero intentarlo –dijo Tomas.
Adelina sonrió y buscó entre sus pertenencias birome y papel. Se lo dio al muchacho y le dijo las categorías que debía escribir. En poco tiempo, ya se prepararon para el juego y Adelina le dio una última explicación sobre los puntos del juego.
–¿Empezas vos con el abecedario? –preguntó Adelina.
–Está bien –respondió Tomas.
Quedaron en silencio, solamente se escuchaban los fuertes vientos del exterior golpeando las rocas. Adelina observó a Tomas y tuvo la intención de tocar la cicatriz sobre sus cejas, pero se contuvo.
–Basta –dijo Adelina.
–F.
Adelina escribió las palabras que se venían en su mente anotando desesperadamente las categorías de nombre y país. El entusiasmo la consumió tratando de recordar las palabras cotidianas. Trató de anotar, pero…
–Terminé –dijo Tomas.
–Forro.
Rieron, mientras nombraban lo que habían escrito, se anotaron los puntos y calcularon lo que tenían.
–Es mi turno –dijo Adelina y comenzó a recitar el abecedario en silencio.
Inmediatamente, se acercó a ella y acercó su boca a la suya. Soltó un quejido de sorpresa y sintió que sus mejillas se calentaban. Sus manos fueron al rostro de Tomas ahuecando sus mejillas con entusiasmo. Las manos del muchacho fueron hacia la cintura de Adelina y se acercó más a él buscando comodidad. Siguió besándola con más pasión y Adelina percibió el dulce té chino desconocido y el humo. Las manos fuertes de Tomas apretaron su cintura y se acercó más de él uniéndose como un rompecabezas.
–Basta.
–M.
El chico la soltó abruptamente con un brillo en sus ojos grises que no había visto y se enfocó en su hoja con una risa.
–Sos un tramposo.
Adelina se acercó a su hoja con velocidad las palabras que le venían a la cabeza. En poco tiempo, completó todas las categorías y vio que Tomas seguía enfocado en su hoja.
–Basta para mí, basta para todos –dijo Adelina.
–¿Quieres vengarte por lo que te hice?
–Es posible.
Luego de anotarse los resultados de la segunda partida, salieron a recorrer su parte de la muralla en silencio. Los banderines con los símbolos del Lin Kuei flamearon sin cesar por el viento y golpeó las mejillas pecosas de Adelina dejándolas rosadas al igual que su nariz.
Intercambiaron sonrisas y Adelina intentaba mirar las rocas para evitar la mirada cálida de Tomas. La mano del joven chocó con la de ella uniendo sus dedos meñiques y la muchacha se sonrojó. Se separaron cuando estuvieron cerca de la siguiente torre de vigilancia y Adelina extrañó su calor.
Caminaron hacia el otro extremo de la muralla en silencio disfrutando de la compañía del otro y volvieron a la torre de vigilancia. Luego de sacarse la nieve de su uniforme, Adelina se sentó en la silla de madera dejando de lado sus armas y tomó su libro.
–¿Qué estás leyendo? –preguntó él.
–Albaoscura –respondió–. Es el último de la trilogía Nuncanoche.
Siguió pasando las hojas y Adelina detectó la mirada penetrante de Tomas.
–¿Qué miras?
–Tus pecas.
–¿Qué tienen? –preguntó la muchacha dejando el libro en la mesa y sus ojos se posaron en Tomas.
–Parecen constelaciones.
Las mejillas de la joven se calentaron, desvió su mirada de la de Tomas y al encararlo nuevamente, una sonrisa adornaba su rostro. El muchacho se acercó a ella y la besó. Las mariposas revolotearon en su estómago, chispas de electricidad recorrieron cada rincón de su cuerpo y no quiso que el momento acabara.
Tomas enredó una de sus manos en el cabello negro de Adelina y la otra, bajó por su espalda dándole un cosquilleo en su espalda llegando a su cintura. El beso fue profundizándose más y más y Adelina se acercó a Tomas tratando de unirse más de lo que ya estaban. Los besos de Tomas pasaron a las mejillas de Adelina picoteando cada peca, luego, su nariz y, por último, la frente.
Un silencio reconfortante invadió el lugar, Adelina tomó su libro y retomó su lectura en los cálidos brazos de Tomas. Al mismo tiempo, continuó intercambiando mates y la tortilla santiagueña y, pasado unas horas, salieron a patrullar la muralla.
Las horas pasaron entre vigilar y charlas breves, hasta que las pisadas del relevo hicieron que la pareja guardase distancia. Adelina sintió las mejillas más calientes y se las ocultó con la máscara de su uniforme. Al abrirse la puerta, reveló a los compañeros que la habían insultado en la cena.
Se inclinaron ante Tomas, al igual que Adelina antes de salir de la torre de vigilancia con el muchacho detrás suyo e ignorando al par. Llegaron a los templos y se despidieron formalmente, pero Adelina notó el cariño en los ojos grises de Tomas. Caminó hasta el complejo de estudiantes, se quitó el uniforme Lin Kuei y se puso un pijama cómodo. Al acostarse entre las suaves y acogedoras colchas, rememoró los besos de Tomas y trató de dormir con todo el bullicio de emociones.
Adelina presenciaba otro recuerdo de Kobein, el hijo de Hela. Lo reconoció por los ojos azules idénticos al izquierdo de su madre y el cabello castaño calcado de su padre, Alarik. Estaba en un bosque rodeado por demonios de diferentes formas y tamaños que gruñían.
Peleaba usando su espada y las runas nórdicas. Sus ataques eran más feroces con cada enemigo derrotado, la igual que sanguinarios. Demonios decapitados, mutilados y con las entrañas desperdigadas por doquier, se acumulaban en la tierra a una velocidad inhumana. El rostro de Kolbein estaba manchado de sangre de demonio dándole la apariencia de un desquiciado y soltaba respiraciones pesadas y apresuradas observando la masacre que había creado.
Sus ojos feroces se enfocaban en un demonio que le había cortado las piernas y se arrastraba por el suelo en un rastro de sangre. Kolbein caminaba con tranquilidad hacia su víctima arrastrando la espalda por el suelo y conjuraba una runa reteniendo al demonio. Sus ojos mostraban una frialdad e ira que le ocasionó un escalofrío a Adelina.
–Habla demonio –decía el muchacho sentándose en una roca frente al demonio con la espada en mano–. Y te daré una muerte indolora ¿Dónde está tu líder?
–Nunca lo sabrás, Príncipe de los Muertos. Nuca recuperarás tu trono.
–¿Cuál es su nombre, demonio? ¿Dónde está?
El demonio mantenía la boca cerrada y Kolbein alzaba su espada. La hoja caía sobre una parte de los brazos de la criatura y emitía un grito. Se sacudía sin cesar, Kolbein miraba sin una pisca de remordimientos de sus acciones y volvía a preguntar:
–¿Dónde está el líder de la revuelta? ¿Cómo se llama?
–¡No te diré nada!
–Entonces prepárate para perder el brazo por completo –decía Kolbein.
La tortura seguía pasando de amputaciones a golpes, pero el demonio se negaba a responder las preguntas de Kolbein haciendo que su paciencia se agotara. Harto de la negativa proclamaba:
–Entonces, no me queda de otra que mostrarte el poder de mi madre.
Kolbein desenfundaba la daga de Hela, Sultin haciendo que surgiera el tatuaje de la anatomía del esqueleto en el lado derecho. Su ojo derecho dejaba de ser azul como las aguas y se convertía en verde. Kolbein tenía una mirada apagada mientras se cortaba la mano derecha y, con la sangre, se dibujaba la runa de se madre, Ear. Recitaba palabras desconocidas, para Adelina, las manos del muchacho se posaban en el rostro del demonio destilando un aura verde que se filtraba en los ojos del demonio y gritaba desesperadamente.
–Dime el nombre de tu líder –exigía Kolbein mirándolo– ¡AHORA!
–¡No, basta! ¡Piedad! –suplicaba el demonio–. Te diré lo que sé. Nadie sabe dónde se encuentra. Siempre se mueve de lugar y nunca lo podemos localizar.
Sin duda el poder que había lanzado Kolbein estaba haciendo que el demonio le dijera la verdad. La criatura se revolvía, pero el joven lo sostenía con todas sus fuerzas y preguntaba:
–¿Cuál es su nombre? Al menos, dame esa respuesta y daré fin a tu tormento.
–Basta…piedad… No puedo decirlo –suplicaba nuevamente el demonio–. No lo soporto más… No quiero verlos…
–¡Dime el nombre de tu líder!
El demonio convulsionaba y de su boca, comenzaba a emanar sangre, mientras Kolbein lo zamarreaba en vano. Los temblores y convulsiones del demonio se volvían incontrolables y Kolbein se alejaba contemplando lo que quedaba de él. Su mirada se volvía de piedra y gélida y caminaba entre los árboles perdiéndose en la oscuridad. Adelina se percató de que los tatuajes de Kolbein desaparecían, pero su ojo verde seguía igual sin retornar a su tono azul como el agua.
El recuerdo había cambiado. El hijo de Hela se encontraba en un mercado abarrotado de personas que vociferaban los productos que ofrecían. Desde telas desconocidas hasta el trueque por animales se atiborraban en los oídos de Adelina y trataba de estar lo más cerca posible de Kolbein.
Miraba los puestos de los comerciantes, se había detenido y enfocaba específicamente en un herrero que fabricaba armas y exhibía en varias repisas las que tenía hechas. Exponía las dagas, espadas, hachas y tantas otras que el muchacho no sabía dónde posar la mirada. Avanzaba hacia otro puesto que ofrecía ropa y el dueño no paraba de ofrecerle los productos. Kolbein lo ignoraba y continuaba su camino entre la muchedumbre.
Había llegado a lo que parecía una pequeña taberna y se adentraba. El olor a carne cocinándose había invadido la nariz de Adelina, junto al olor a alcohol y el sudor de los presentes. La chimenea junto a pequeños faroles iluminaba el lugar, las camareras iban y venían atendiendo a los clientes llevando diferentes comidas y bebidas y los cocineros gritaban los platos que estaban listos para entregar.
Kolbein se sentaba en una mesa iluminada por velas a medio derretir y esperaba a que lo atendieran quitándose la capucha, pero ocultando la daga Sultin y la bolsa de runas nórdicas que le había regalado su madre. Sus ojos heterocromáticos exponían su intranquilidad y preocupación, se posaban en cualquier persona que hiciera un ruido fuera de lo común o lo mirara por más tiempo del debido.
Una camarera se había acercado a el muchacho y lo atendía con amabilidad. Los ojos cafés mostraban curiosidad y había querido hablar más con Kolbein, pero le respondía de forma cortante. La joven se marchaba y el joven sacaba algunos papiros con runas. Adelina se acercaba, al mirar los papeles, no podía lograr interpretar su contenido y había podido visualizar lo que parecía un mapa casi destrozado.
Por varios minutos, intentaba cartografiar mejor lo que quedaba del mapa y miraba las runas de los papiros viejos, pero al ver que la camarera cargaba con su comida, las guardaba lo más rápido que pudo entre sus ropas. Le daba las pocas monedas y propinas que le quedaba a la camarera y había empezado a devorar con entusiasmo la comida hasta dejar limpio el plato. Luego, seguía revisando los papeles que tenía hasta que las velas de su mesa se habían consumido.
Rápidamente, Kolbein guardaba todas sus pertenencias y salía de la taberna mirando los alrededores. Caminaba entre el gentío hasta llegar a las afueras del pueblo donde había un camino de tierra que lo dejaba cerca de un árbol. Kolbein se subía y Adelina había podido ver algunos de sus objetos personales. Se había recostado contra el tronco soltando un suspiro, se acomodaba lo mejor que podía colocándose una manta en las piernas y se quitaba el cinturón con sus armas.
El muchacho tomaba la daga enfundada y había empezado a mirar la hoja filosa ocasionando que el lado derecho de su cuerpo surgiera los tatuajes de la anatomía del esqueleto. Miraba el arma con tristeza, sus dedos tocaban el mango de huesos diminutos y los ojos del muchacho eran soñadores y nostálgicos.
Del suelo, se escuchaba una rama crujir, la mirada de Kolbein se había vuelto determinada y tomaba mejor el arma. Bajaba la cabeza haciendo que viera al revés y veía a una muchacha. Era la camarera que lo había atendido y llevaba una pequeña canasta con comida soltando un chillido por cómo Kolbein había aparecido.
–¿Quién eres? –preguntaba Kolbein.
–Ehh… Soy Lena. Te traje la comida –respondía extendiendo la canasta.
Kolbein la miraba con desconfianza y decía:
–No quiero nada de ti.
–Es solo algo para que puedas pasar la noche –argumentó la chica en voz baja–. El pueblo no confía mucho en ti.
–No me importa lo que piensen de mí tu gente –dijo Kolbein todavía viendo al revés–. Si tienen un problema que me lo digan.
La chica guardaba silencio, se sonrojaba y decía:
–Bueno… pero si tienes hambre, te dejo esto en buena voluntad, forastero.
Lena se marchaba hasta perderse de la vista de Adelina y Kolbein volvía a acomodarse en la rama que estaba. Guardaba la daga, tomaba la bolsa con runas y sus tatuajes surgieron, mientras parte de la hierba alrededor del árbol se moría.
El recuerdo cambiaba abruptamente desconcertando a Adelina. El día era tormentoso, los rayos iluminaban el cielo y los truenos tapaban cualquier otro ruido del bosque. Kolbein estaba de espaldas a la joven en una posición encorvada y tirado en el suelo de barro.
Hacía pequeños movimientos haciendo que la tierra a su alrededor muriera. El hielo surgía tapando el barro y llamas verdes quemaban los troncos de los árboles cercanos. Algunas formaban runas, pero la que predominaba era la runa Ear. Desprendían un calor que nunca había experimentado en su vida, pero a la vez le generaba escalofríos. Cuando Adelina se acercaba, podía escuchar los quejidos y gritos contenidos que hacía el muchacho.
Adelina se acercaba con cuidados entre el hielo y el barro molesto en sus pies, pero soltaba un grito de lo que sus ojos veían. El lado derecho del rostro de Kolbein estaba descompuesto en un verde putrefacto. Su ojo ya no estaba, solo había una cuenca de la que emergía una llama y su mano derecha, también putrefacta, trataba de ocultar su apariencia. Todo su lado derecho estaba descompuesto y el muchacho tenía una mirada perdida.
Adelina vio que detrás de Kolbein estaba Hela arrastrándose por el suelo. Tenía la misma apariencia que su hijo, su mano derecha había hecho algo extraño con la vegetación transformándola en hierro y comenzaban a moverse hacia la joven. La vegetación de hierro se enredaba en los tobillos de la joven y sintió el tacto de Hela. Quería hablar, pero Adelina sentía el tacto de Kolbein y sus ojos empezaban a penetrar en lo más profundo de su interior.
Adelina abrió los ojos entre exhalaciones abruptas, el sudor le recorrió por el cuerpo y su cabello negro se pegó en su rostro y en la espalda. Un escalofrío tomó su cuerpo y se frotó los ojos cansados deseando sacarse las horribles imágenes de la cabeza. Se levantó sintiendo el frío de Arctika y se preparó para el día.
El salón estaba repleto inundado por el barullo. Como costumbre, algunos susurraron a espaldas de Adelina y otros, se mantuvieron callados mirándola de vez en cuando. Se quedó esperando el desayuno, mientras aparecían Tomas y sus hermanos. Los estudiantes se inclinaron respetuosamente y dieron comienzo al desayuno.
Adelina comió despacio las gachas de arroz y calmó sus nervios. El dúo que le despreció la comida posó sus ojos asesinos en Adelina, pero volvió a enfocarse en su desayuno hasta terminar el plato. Paulatinamente, el resto finalizó sus desayunos y Bi Han la llamó para su entrenamiento.
Como todos los días, Adelina se inclinó ante Bi Han y se preparó para pelear. El hombre atacó con una ráfaga de hielo, la muchacha intentó bloquearlo con un escudo de hielo, pero fue inútil y el impacto la rompió como si fuera plástico. Adelina salió expulsada con un grito, se puso de pie rápidamente y Bi Han se lanzó usando púas de hielo. La muchacha pudo esquivarlo y se preparó para atacar cubriendo sus manos en una capa de hielo fina como el vidrío. Cuando bloqueó un golpe de Bi Han, la capa se rompió en miles de esquirlas, Adelina las aprovechó como distracción y pudo asestarle un puñetazo en el rostro. Bi Han soltó un gruñido y le dijo:
–¡Debes usar tu criomancia, Acosta! Mantente en calma.
–Lo estoy haciendo –Adelina tuvo que tener el control para evitar contestarle peor que el dúo que le despreció la comida.
El entrenamiento siguió hasta que las campanadas anunciaron el cambio de clase y Adelina se dirigió a la dirigida por Kuai Liang con dolor en los músculos y ganas de irse a dormir por milenios. Se quedó en silencio viendo a sus compañeros pelear y su estómago se revolvió cuando Kuai Liang observaba en silencio al siguiente estudiante en enfrentarse a él. La muchacha evitó chocarse con su mirada, el corazón le bombeó con más intensidad y Adelina creyó que sus compañeros cercanos podían escucharlo.
–Acosta, es tu turno –la voz de Kuai Liang la puso en alerta y maldijo por lo bajo.
–Sí, maestro Scorpion.
Caminó entre sus compañeros hasta llegar a Kuai Liang, se inclinó respetuosamente y se posicionó para el combate. Kuai Liang fue el primero en atacar transportándose con su piromancia y le asestó un golpe directo a Adelina cayendo en un ruido sordo en el frío suelo.
Escuchó algunas risas de sus compañeros que se burlaban de ella y se quitó la máscara de uniforme percatándose de que su nariz y labios estaban sangrando. Escupió la sangre del labio, se limpió la nariz y se levantó nuevamente en postura defensiva. Adelina se agachó ante el golpe de Kuai Liang, lo hizo tropezar y quiso darle un puñetazo en el rostro, pero lo esquivó y Adelina retrocedió ante un combo de ataques.
Se alejaron quedándose a solo unos pocos metros de distancia, Kuai Liang gruñí por lo bajo y volvió arremeter. Adelina lo esquivó dándole una patada por la espalda y se abalanzó sobre él. Unió sus piernas a las caderas de Kuai Liang con todas sus fuerzas y trató de hacerle una llave. Kuai Liang se tiró hacia atrás haciendo que Adelina soltara un quejido y el brazo del hombre rodeó su cuello.
El aire comenzó a faltarle e iba a dejarle cantar victoria, pero Adelina le dio un fuerte cabezazo y salió de su agarre entre toses y arcadas. La muchacha se volteó y vio a Kuai Liang revisando la nariz que emanaba el líquido carmesí a borbotones.
–Perdone, maestro Scorpion –dijo con la voz rasposa aproximándose asustada–. ¿Está bien?
–Sí, Acosta –respondió tratando de limpiarse la sangre–. Es un dudoso empate, pero bien peleado. Siéntate.
Adelina se dirigió a su sitio y mantuvo la cabeza gacha durante lo que quedaba de clase. Al sonar las campanadas, salió del lugar acomodándose la máscara y caminó a su siguiente clase. Tras terminar, las campanadas anunciaron el almuerzo y la muchacha fue al comedor con el resto de sus compañeros. Ignoró las miradas y susurros y disfrutó de su plato.
Cuando terminó, un superior le ordenó quitar la nieve de los templos, Adelina buscó una pala y un balde de madera. Recogió la nieve, lo puso en el balde y repitió la acción hasta llenarlo, mientras entonaba algunas letras de canciones. Se quitó el sudor de la frente soltando exhalaciones abruptas y tiró el contenido lejos de los templos.
Luego, retomó sus clases con otros maestros y, al salir de la última, se sentó en el frío suelo repleto de nieve, apoyó la cabeza contra la pared y sus músculos gritaron de dolor. Su alivió terminó cuando un superior le ordenó hacer la cena. Adelina pidió hacerlo sola y el superior mostró sorpresa en su rostro por lo desquiciada de su petición, pero no se opuso mucho. La muchacha se levantó con una mueca de dolor y caminó hacia la cocina por los pasillos del recinto.
Al llegar, sacó su celular de su uniforme, puso música y buscó los ingredientes para la cena. De las cajas de madera sacó todos los tomates que pudiera sostener, los lavó cuidadosamente y empezó a molerlos hasta sacarles todo el jugo. Volcó la salsa en ollas gigantes con aceite de oliva, encendió las hornallas y picó cebollas y ajo que destilaron fuertes olores.
Acompañada de la música, Adelina entonó algunas letras mientras calentaba sartenes con un poco de aceite de oliva, sacó la carne picada de la puerta que había visto la primera vez que estuvo y la colocó en las sartenes que hicieron chisporroteo. El olor invadió su nariz, mezcló el contenido con una cucharada de madera y puso la cebolla en las sartenes.
Mientras cantaba Héroes del Silencio, sacó huevo, aceite y sal. Colocó en un bol la harina, la sal y los huevos y empezó a batir hasta formar la masa. Repitió las acciones hasta tener un montón de bolas y se quitó el sudor de la frente. Mientras dejaba que la masa reposara, mezcló las salsas y vertió la carne picada en las ollas. Mezcló con todas sus fuerzas hasta que la carne se tornó roja con la salsa de tomate y las ollas desprendieron un aroma nostálgico para Adelina.
Rememoró los domingos que le tocaba hacer pastas con sus amigos y el Viejo Mario. Recordó cómo no le salían la forma de los ñoquis y Daniela se burlaba de ella. Cómo el Viejo Mario les enseñaba todo lo que tenían que hacer, desde la salsa hasta la masa de las pastas, para que les saliera bien. Pero el trío lo único que hacía era tomar pan, bañarlo en salsa y comérselo a escondidas. El anciano siempre lo sabía por las manchas que quedaban en las comisuras de los labios de los tres.
–Y el mordisco lo dan otros/Encías ensangrentadas –entonó la joven volviéndose a enfocar en las masas–. Miradas de criminales/A grandes rasgos/Podrías ser tú…
–¿Haces sola la cena otra vez, Adelina? –preguntó una voz conocida.
Adelina soltó un chillido y al voltear la cabeza vio a Tomas en la entrada de la cocina. Una parte de su cuerpo estaba recostada en el marco de puerta y con una pequeña sonrisa en los labios.
–Puta madre, deja de hacer eso.
–¿Hacer qué?
–Aparecer atrás mío –respondió la chica–. Lo odio.
–La gracia es aparecer sin ser detectado –argumentó Tomas–. ¿Qué estás haciendo de cenar?
–Tallarines con salsa boloñesa.
–Parece delicioso –soltó Tomas acercándose a ella–. Desde afuera se podía oler.
–Eso significa que es rico –dijo Adelina sonriente.
El muchacho se la quedó mirando por un rato, se aproximó preguntándole en qué podía ayudarla y la joven le indicó cómo tenía que armar los tallarines. Lentamente, amasaron con palos de madera hasta estirar por completo las masas, doblarlas y repetieron varias veces el proceso disfrutando. Con cuchillos, cortaron las masas estiradas formando las pastas. Buscaron el resto de ollas y pusieron al máximo las hornallas, mientras esperaban Tomas se quedó mirando el contenido de las ollas con salsa. Sus ojos destilaron hambre, Adelina escuchó a su estómago rugir y dijo:
–Traeme dos panes y sacales del centro las migas.
–¿Para qué?
–Ya vas a saber.
“…Y el mendigo siempre a tu lado/Tu compañero de viaje/Cuando las estrellas se apaguen/Tarde o temprano/También vendrás tú…��
Le dio el pan con curiosidad, Adelina sacó de una de las ollas con un cucharón una buena cantidad de salsa y las vertió en cada uno hasta rebalsar. La salsa dejó un exquisito aroma unido a la carne picada y Adelina se lo dio a Tomas. Tomó el pan como una reliquia, lo mordió y la muchacha lo imitó. La dicha la observó sintiendo el pan con la salsa y masticó alegre la carne picada. Siguieron comiendo hasta que solo quedaban migajas y Adelina mojó lo que quedaba en la olla. Tomas la miró con los ojos iluminados y preguntó:
–¿Cómo lo haces?
–¿El qué?
–Esto –dijo Tomas señalando la salsa.
–Es salsa boloñesa –dijo Adelina con sonrisa–. No es nada complicado.
–A veces comemos fideos con pollo y verduras –soltó Tomas después de comerse el pan con salsa–. O fideos de arroz con mejillones y surimi.
–Esta noche van a comer tallarines –dijo Adelina orgullosa–. En casa, los domingos son de pasta al mediodía. Siempre comíamos la salsa y el queso rallado a escondidas, pero el Viejo Mario nos descubría y nos retaba.
–Es curioso –dijo Tomas.
–Contame de República Checa –pidió Adelina posando su mirada en los hermosos ojos grises de Tomas–. Debe haber comida deliciosa e incluso tradiciones hermosas.
–Hablar de Praga me trae malos recuerdos.
–Oh, perdón, Tomas.
–Está bien –dijo el muchacho cabizbajo–. Déjame ayudarte con esto.
Cuando las ollas hirvieron, Adelina y Tomas vertieron todas las ollas y revolvieron con fuerza. Luego, mezclaron las ollas con salsa por varios minutos y, tras terminar, limpiaron lo que habían usado. Limpiaron las mesas con rastros de harina y jugo de tomate con lentitud.
–Supe que le diste un cabezazo a mi hermano –soltó Tomas.
–Perdón. No quería romperle la nariz –dijo y el calor tomó las mejillas de Adelina.
–No importa, hasta Kuai Liang se sorprendió por tu avance.
–Creo que desde lo de hace un par de días, tengo algo de mi fuerza de la infancia –dijo Adelina.
“…Dedicarte un sueño/Cerrar los ojos/Y sentir oscuridad inmensa/Entregado a una luz/Como un laberinto de incertidumbre…”
Tomas le tomó las manos y una electricidad recorrió a la joven. Sus mejillas se calentaron, mientras el joven entrelazaba sus dedos con los de Adelina acercándose más y la besó. Sus labios la impregnaron con su aroma, las manos de Tomas tomaron las caderas de Adelina y su corazón bombeó con más fuerza. La muchacha llevó sus manos al rostro de Tomas y lentamente, las entrelazó en su cuello como un rompecabezas.
Una mano de Tomas subió por la espalda de la muchacha dejando un toque de electricidad y la enredó en el cabello negro de Adelina, mientras el pulgar le acarició la mejilla pecosa. El aire comenzó a faltarle en los pulmones y se separó sintiendo las respiraciones chocarse cerca del uno y el otro.
Tomas la volvió a besar con más intensidad y sus labios pasaron a las mejillas de la muchacha besando cada peca que poseía soltando una pequeña risa. El joven se enfocó nuevamente en sus labios y Adelina sintió el corazón bombearle con más fuerza.
Las ollas repletas de tallarines saltaron derramando el agua y soltando burbujas, la pareja corrió a sacarles las tapas y revolvió los contenidos con las cucharas de maderas. Adelina y Tomas terminaron de revolver, siguieron limpiando la cocina y prepararon todo lo que necesitaban en el comedor.
“…El miedo a traspasar la frontera/De los nombres/Como un extraño/Dibuja la espiral de la derrota/Y oscurece tantos halagos/Sol, en la memoria que se va…”
Se besaron una vez más, por varios minutos y se volvieron más duraderos y necesitados al acercarse la hora. Adelina tuvo el deseo de sumergirse en la dicha, pero sabía que ambos debían volver a la realidad. Tenían que evitar las sospechas de los hermanos de Tomas como de los estudiante y superiores.
–¿Necesitas ayuda con algo más? –preguntó el muchacho.
–Es todo por ahora –respondió Adelina–. Gracias.
Antes de que se fuera, la muchacha le dio un beso en la mejilla y en los labios. Sonrieron por unos segundos y Tomas le dio la espalda perdiéndose en los pasillos. Adelina volvió a la realidad por los sonidos de las ollas, les quitó las tapas y colocó los fideos con la salsa en los platos hondos desprendiendo su aroma.
Cargó con todos los platos y cubiertos hacia el comedor escuchando a sus compañeros aproximándose. Limpió, ordenó las mesas y colocó los platos y cubiertos antes que de que las campanas sonaran por todo el lugar. Inmediatamente, los estudiantes entraron con entusiasmo y Adelina mantuvo la calma viendo cómo miraban con curiosidad los fideos entre exclamaciones.
El cuchicheo se apagó al entrar Bi Han y sus hermanos, los presentes se inclinaron y Adelina notó la mirada de Tomas, pero la desvió lo más rápido que pudo. Bi Han y Kuai Liang miraron la comida con curiosidad, pero no le hicieron muchas preguntas y empezaron a comer.
Adelina comió con tranquilidad gozando del sabor de los fideos mezclado con la salsa boloñesa. Hacía tiempo que no disfrutaba los fideos de los domingos con Daniela y Mariano, si no tenía que hacer un viaje. Se perdió en sus pensamientos mientras masticaba sintiendo a veces la mirada de Tomas, pero trató de ignorarlo. Una vez que terminó, se fue a bañarse quitándose la ropa sucia y sudorosa y se metió en el caliente disfrutando que le relajara los músculos cansados.
Luego de la ducha, Adelina entró a su habitación con un quejido y cerró la puerta rápidamente. Caminó hacia la cama y se sumió en las sábanas con alegría. El frío del colchón fue reemplazado por el calor y los párpados comenzaron a pesarle.
Adelina continuaba sus arduos entrenamientos con Bi Han sin buenos resultados, luego hacía labores y seguía con sus clases habituales. Al terminar, llegaba a sus aposentos dolorida y con las ganas de que su criomancia despertara con fuerza.
Sus sueños le habían generado paranoia y no quería cerrar los ojos por el miedo a soñar. Para mantenerse despierta, Adelina perfeccionaba sus dibujos e intentaba leer. Algunas veces, veía a Hela unos instantes y le generaba más pánico que intentaba ocultar. Cerraba los ojos y rezaba para que sus alucinaciones se marcharan rápidamente.
Cuando le tocaba hacer la cena, Tomas la visitaba ayudándola con los preparativos, se besaban en los tiempos libres y hablaban hasta el hartazgo. Adelina se sentía alegre de pasar tiempo con él y sus preocupaciones se marchaban.
Un día, durante una de las clases de Tomas, Adelina había quedado entre sus compañeros y guardó silencio, mientras los ojos de Tomas analizaban a cada estudiante y se posaron en la muchacha. Se le iluminaron, inmediatamente cubrió su mirada en una máscara de indiferencia y eligió a otro estudiante con quien pelear.
Tomas derrotó con facilidad a cada estudiante que se enfrentaba a él hasta que solo quedaron la mitad de los estudiantes. Cuando cayó otro compañero, Tomas posó su mirada en Adelina y la apuntó con su karambit preguntando:
–Acosta ¿Quieres demostrar lo que has aprendido en los entrenamientos?
La joven ocultó su pequeña sonrisa y respondió:
–Con gusto, maestro Smoke.
Adelina tomó de la repisa el cuchillo de cocina, como de costumbre, y se posicionó para combatir. Tomas la imitó sosteniendo su karambit con firmeza y la joven se lanzó con una embestida directo al pecho, pero Tomas la bloqueó chocando las hojas. Ambos mantuvieron el forcejeo y Adelina trató de superar la fuerza de Tomas.
–Quiero verte –soltó el joven y se alejaron.
Adelina trató de camuflar la sorpresa del rostro y Tomas volvió atacar con una patada giratoria, seguido de una embestida con el karambit. La muchacha lo esquivó, pero la manga de su uniforme salió perjudicada y bloqueó nuevamente una embestida del karambit.
–Quiero verte a medianoche…
–Estamos de día, Tomas –susurró Adelina entre dientes por la fuerza que sostenía el cuchillo.
Se alejaron, la muchacha se agachó ante una embestida de Tomas y bloqueó un combo de golpes. Se abalanzó sobre la espalda de Tomas con el cuchillo de cocina en mano y lo puso en su cuello. En una maniobra, logró zafarse de Adelina y haciéndola caer al suelo y Tomas colocó su arma en el cuello de la joven.
Sus rostros estuvieron lo suficientemente cerca para que sus alientos chocaran, los ojos grises del muchacho destilaron un brillo riesgoso y la tentación invadió a Adelina. Su corazón bombeó con más fuerza y susurró:
–¿Dónde?
–A escondidas del templo principal.
Se recompuso y le tendió la mano amistosamente.
–Aprendes rápido, Acosta –dijo Tomas–. Con el tiempo lograrás derrotar fácilmente a tus enemigos.
–Gracias, maestro Smoke.
Las puntas de sus dedos descubiertas le dieron una electricidad que recorrió el cuerpo de Adelina. Sintió un leve toque en su brazo y un sonrojó invadió sus mejillas. Intentó ocultarlas con su máscara y se dirigió a su sitio.
Las campanas anunciaron la hora del almuerzo y fue con el resto del clan al comedor. Entre bocado y bocado de su comida, Adelina vio a Tomas mirarla de vez en cuando y la chica cruzaba su mirada. Su almuerzo fue bastante tranquilo ignorando los comentarios de sus compañeros y se perdió en sus pensamientos que viajaban desde la curiosa invitación del muchacho hasta el estado de Daniela y Mariano.
Hacía tiempo que no recibía carta de ellos y esperaba que Liu Kang haya solucionado los problemas por los que haya tomado la decisión de prohibir las cartas. Le resultaba extraño que no haya pedido ayuda de Bi Han y sus hermanos, pero seguramente debía ser algo rápido de solucionar.
La hora de la cena había llegado, Adelina comió la mitad del plato con la ansiedad burbujeando por todo su estómago. Le resultó descabellado lo que haría en medianoche, no quería salir perjudicada ni que Tomas sufriera una represalia de mano de Bi Han. Pero tampoco pudo negar que su corazón y parte de su mente quería verlo.
Una vez que todos terminaran de comer, fueron a prepararse para irse a la cama, menos Adelina. Se ocultó en su habitación viendo la hora en su celular y buscó una ropa más cómoda. Entre lo poco que tenía para pasar desapercibida, eligió una remera negra de manga larga con un álbum de Megadeth, pantalones del mismo color holgados y el calzado de su uniforme Lin Kuei. Se dejó suelto el cabello negro y guardó una de sus pistolas a escondidas en la cinturilla de su pantalón por seguridad.
Miró su celular continuamente e intentó dibujar haciendo trazos en la hoja sin dar una forma. Frustrada, su mano guio el lápiz viejo hasta crear un vago boceto de un mueble con ilustraciones antiguas y volvió a revisar la hora. Faltaba para su reunión con Tomas, así que Adelina continuó dibujando otras partes de su habitación y sus nervios continuaron agobiándola.
Ya era el momento de irse y su corazón bombeó con fuerza. Caminó con sumo cuidado hasta salir del recinto de estudiantes y contuvo la respiración con cada ruido que escuchaba. Un escalofrío recorrió su columna vertebral al acercarse al templo principal y el frío la azotó conteniendo el castañeo de sus dientes. Adelina vislumbró las figuras de los guardias patrullando los diversos caminos, se ocultó entre las columnas del templo y agudizó más su audición.
Los minutos se volvieron eternos y la ansiedad y miedo a que la atrapasen inundó la mente de Adelina. Trató de calmarse a pesar de sus pensamientos intrusivos y continuó avivando su esperanza de ver a Tomas, pero sus nervios la estaban consumiendo.
–¿Adelina?
Su estómago dio un vuelco y salió de su escondite. Tomas seguía usando su uniforme, aunque un poco arrugado.
–Me oculté por los guardias –soltó la muchacha.
–Lo haces mal –dijo el muchacho con una leve sonrisa–. Sígueme.
El chico tomó su mano y caminaron llegando a diferentes recintos con pasillos laberínticos. Tenían armas, tapices antiguos, armaduras e incluso, retratos de héroes y grandes maestros previos a Bi Han. Adelina tuvo curiosidad de saber sus historias y hazañas.
–¿Dónde vamos, Tomas?
–Ya lo verás.
Llegaron a una bifurcación de tres pasillos, pero Tomas se dirigió hacia una pared de piedra con un mueble viejo y desapareció. Los ojos de Adelina se volvieron como platos y lo siguió. La pared ocultaba un camino, la muchacha se metió en este silenciosamente y vio a Tomas esperándola.
El pasillo era oscuro, pero pudo ver algunas telarañas decorando el techo. El olor a moho y madera podrida inundó la nariz de Adelina y el aire húmedo se volvió asfixiante. El pasillo tenía cajas de madera sin abrir y vasijas repletas de polvo y tiradas a los costados.
Continuaron caminando hasta llegar a un conjunto de escaleras espiraladas. Subieron con lentitud y llegaron a una puerta cuadrada arriba del techo de madera. Tomas la abrió, subió por ella y le tendió la mano a Adelina.
Eran una pequeña torre. Tenía un techo triangular hecho de madera y paja, el viento soplaba ligeramente y se podía ver todo el complejo Lin Kuei. Desde los templos hasta más allá de las murallas, las antorchas eran simplemente pequeñas luces anaranjadas entre los caminos de piedra y los guardias se convertían en simples figuritas negras.
–Son hermosas vistas –soltó Adelina entre risas.
–Solía venir aquí con mis hermanos a pasar el rato luego de entrenar –dijo Tomas con nostalgia en su voz–. Pero ahora vengo aquí para aclarar mis pensamientos y nadie escucha nada.
–Es bonito.
–Ya vas a ver lo mejor.
Contemplaron el cielo estrellado sentados en el suelo de madera y disfrutaron el silencio. Adelina notó que la mano de Tomas tomaba la suya delicadamente entrelazando sus dedos como si fueran un rompecabezas y el pulgar del joven hizo círculos sobre la piel tersa de Adelina.
El cielo nocturno fue invadido por auroras boreales de diferentes colores. Destellaron por el cielo en colores verde esmeralda, amarillos anaranjados, diferentes rosas e, incluso, rojo y se superpusieron formando nuevos tonos indescriptibles e imposible de crear en pintura. Se movieron como si fueran pequeñas olas elevadas al cielo y Adelina creyó que tocaban las puntas de los templos Lin Kuei. Era una hermosa vista.
–Es bellísimo –soltó Adelina sonriente–. Nunca pude ver auroras boreales.
–Siempre aparecen en medianoche.
Se quedaron en silencio escuchando la canción y Adelina recostó su cabeza en el hombro del muchacho sintiendo la calidez de su cuerpo. Soltó un suspiro y continuaron contemplando el cielo iluminado. Sus manos estuvieron entrelazadas y sin saberlo, Adelina quedó recostada sobre el cálido pecho de Tomas viendo las auroras boreales.
Escuchó su corazón bombear con tranquilidad, la fragancia del muchacho, una esencia de hierbas de té y humo, invadió los sentidos de Adelina. El pulgar del chico continuó sus caricias transmitiendo cosquilleos por el interior de la muchacha y una felicidad inexplicable la absorbió.
–Krásný –soltó el muchacho.
–¿Qué? –preguntó la joven–. ¿Qué dijiste?
–Significa hermosa en checo.
–Seguís conservando el acento –dijo Adelina sonriente–. Es lindo.
–Lo perdí con el tiempo.
–Para mí, lo seguís teniendo.
Tomas sonrió estrechando más Adelina y dijo:
–Otra palabra que recuerdo es “půvabný”.
–¿Qué significa?
–Preciosa.
–También, recuerdo “okouzlení” –continuó Tomas–. Es fascinación.
–¿Tenes algún insulto? –preguntó Adelina.
–Zatracený –respondió–. Significa maldito.
–¿Qué otras palabras recuerdas?
Tomas guardó silencio con una mirada perdida en el cielo nocturno y dijo:
–Zkurvysyn, k ničemu, špatně narozený y zbabělec. Significan hijo de puta, inutil, malnacido y cobarde.
–Es la primera vez que te escucho decir una mala palabra tan fuerte como hijo de puta –dijo Adelina.
–Mi madre no le gustaba que dijéramos eso a una edad tan corta.
–Desde niños maldecíamos en casa y en el colegio. No puedo creer que no nos llamaran la atención por eso.
Rieron simultáneamente, mientras las auroras boreales siguieron el cielo uniendo y separando colores indescriptibles. La mano de Tomas la entrelazó con la de ella y contempló cuán diferentes eran en tamaño sintiendo los callos de años arduos entrenamientos, pero transmitieron una suavidad hermosa y confortante.
Los labios de Tomas se posaron en la coronilla de Adelina y sonrió. En su mente la invadió un pensamiento, se dio la vuelta quedando enfrentada a él, sus ojos grises la analizaron como si fuera un misterio esperando que le diera sus respuestas y Adelina lo besó. Tomas se quedó inmóvil, pero inmediatamente sus manos se posaron en las caderas de la joven y subieron y bajaron por su columna.
Los besos se volvieron más necesitados tratando de recoger cada pedacito de ambos y conservarlos, los corazones bombearon con intensidad y los pulmones exigieron aire. Adelina se separó con respiraciones pesadas, su nariz chocó con la de Tomas y se miraron por varios minutos.
Las auroras boreales comenzaron a perder su intensidad con el pasar del tiempo, mientras el sueño de Adelina comenzaba a manifestarse. Sus párpados se sintieron pesados y sus bostezos se volvieron más constantes, al igual que sus cabeceos.
–Vámonos, Adelina –dijo Tomas.
La chica asintió entre bostezos y se marcharon de la torre. Llegaron hasta las cercanías del complejo de iniciados, se miraron por unos instantes y Tomas dijo:
–Espero que te haya gustado.
–Me encantó, Tomas –dijo Adelina sonriendo somnolientamente–. Fue muy hermoso.
–Descansa, entonces.
El chico se dio la vuelta y antes de que pudiera perderse entre los pasillos, Adelina tomó su mano y le dio un beso. La mano de Tomas se enredó en su cabello y la acercó más profundizando por unos segundos el momento, pero tuvieron que parar. Se marcharon en direcciones opuestas y la muchacha entró sigilosamente a sus aposentos ocultándose en las vastas colchas.
Uno de los días que le tocaba hacer la cena, Adelina decidió hacer empanadas de carne. La música la acompañó mientras revolvía la carne picada friéndose en las ollas y destilando su exquisito aroma con ají, cebolla y tomate. Tuvo que escarbar en su memoria cómo preparar las tapas y por el aspecto que tenía, captó el resultado deseado.
–“…Bendecida fue la causa de mi fortuna/Algo que no me han consentido/Y que ahora busco entre tus huesos –entonó Adelina revolviendo las ollas–…Algo que desde tan lejos/Creí que no era/Creí que no era mi estilo…”
–¿Te dejaron sola nuevamente, Acosta? –preguntó una voz. Adelina soltó un chillido y, al voltear la cabeza, vio a Kuai Liang.
–Quiero hacerlo sola, maestro Scorpion –respondió Adelina mirándolo fijamente–. ¿Necesita ayuda en algo?
–No, gracias por la amabilidad –dijo Kuai Liang alzando su mano–. Quería saber la razón de la música y cuándo estará lista la cena.
–En cuanto la carne este bien cocida, las pongo en las tapas y al horno –respondió Adelina–. Espero que les guste a usted y sus hermanos.
Se hizo un silencio incómodo entre ambos, la muchacha prefirió desviar su mirada de los ojos marrones y llameantes de Kuai Liang revolviendo las ollas repletas de carne y dijo:
–Lamento el cabezazo de la otra clase.
–Es asunto del pasado –su voz mostró comprensión–. Es parte del entrenamiento y de nuestra vida como defensores de la Tierra.
–Es una vida ardua –soltó Adelina mirando fugazmente a Kuai Liang–. Los meses que estuve aquí me lo confirman –soltó una risa pequeña, pero no la imitó–. Pero intento adaptarme y seguir el ritmo.
–Eso me parece bien, Acosta –elogió–. ¿Qué puedes describir tus entrenamientos con Bi Han?
–Es duro, pero intento hacer mi mejor esfuerzo de despertar mi criomancia. Por más que no sepa cómo hacer que despierte del todo.
–¿Todavía no la has desarrollado? –sonó su tono incrédulo–. ¿Cómo es posible?
–Hago pequeñas capas de hielo y púas débiles –respondió con firmeza–. Trato de despertarlo.
–Incluso con tu ataque de pánico de hace semanas, no puedo creer que no se haya despertado.
La mención de eso hizo que Adelina se quedara paralizada, pero se recompuso y siguió trabajando.
–No me acuerdo mucho de eso –soltó Adelina–. Pero espero desarrollarlo mejor.
Kuai Liang la miró tratando de sacarle algún secreto, pero sus ojos que parecían destilar llamaradas dejaron de analizarla y observó otra parte de la cocina.
–Gracias por tus palabras, Acosta –dijo Kuai Liang–. Te dejaré en tus tareas.
Adelina se inclinó respetuosamente y continuó cocinando con los diferentes aromas invadiendo su nariz. El corazón le bombeó con intensidad y soltó el aire que contenía. Fue un momento extraño y Adelina esperó no volver a repetirlo.
Revolvió la carne perdida en las canciones y separó las tapas de empanadas. Sacó una cuchara, empezó a colocar la carne hasta llenar y les hizo el repulgue con rapidez. El jugo de la carne cayó entre sus dedos, trató de que no se saliera de la masa mientras las apretaba bien y las colocó en las fuentes gigantes.
–“…Time is always on my side/Don't be afraid, you're safe with me –cantó Adelina rellenando las empanadas–… Safe as any soul can be/Honestly, just let yourself go…”
–¿Todo bien? –preguntó Tomas detrás de ella.
La muchacha emitió un chillido y se volteó bruscamente.
–Deja de hacer eso –soltó–. Ya estas como tu hermano.
–¿Kuai Liang?
–Sí, hace un par de minutos apareció y no sé si asustarme.
–¿Por qué te asustarías? –preguntó el chico sosteniendo sus manos.
–¿De enserio, Tomas? –repreguntó la muchacha con sarcasmo–. Que sepa que nos estamos besando a escondidas.
–No lo sabe. Quédate tranquila.
–No lo estoy –dijo–. Me gusta tu compañía y me agrada, pero tengo miedo de que nos agarren y nos hagan algo.
–No te preocupes.
El chico le besó la frente, luego en los labios y Adelina sonrió.
–¿En qué te ayudo?
–Preparar empanadas.
Tomas se unió rápidamente a la labor y siguió los pasos de Adelina. Mantuvieron un silencio cómodo con la música pasando por los oídos y disfrutando de los castos besos.
“…Like a wolf in sheep's clothing/You try to hide your deepest sins/Of all the things that you've done wrong/And I know where you belong/Time is always on my side…”
–Quiero volver a verte a la medianoche.
–Me gustaría mucho, Tomas.
Continuaron preparando los últimos detalles de la cena, cargó los platos hacia el comedor y los acomodó con tranquilidad. Cuando volvió a la gran cocina, sacó todas las fuentes calientes con las empanadas desprendiendo su aroma exquisito. Adelina agarró un repasador limpio, sacó dos empanadas y le dio una a Tomas. Maldijo por lo caliente y sopló la comida. El sabor de la carne invadió el paladar de Adelina acompañado por la masa y se sintió feliz. Después de comer, Tomas la ayudó un poco más y se despidió de ella con la promesa de verse en la noche.
La cena fue tranquila y sin peleas. Disfrutó las empanadas calientes y jugosas. Le sorprendió lo tranquilo que era, pero pudo sentir las miradas de odio de sus compañeros seguido de risas silenciosas. Se mantuvo firme y no volteó la mirada, por más que quisiera decirles las peores groserías posibles. Mantuvo su compostura y comió las empanadas.
Luego de que todos terminaran, Adelina fue hacia el complejo, pero le sorprendió la cantidad de estudiantes que había agrupados y avanzó entre los cuerpos. Vio al dúo que se había burlado de ella destrozando los aposentos de la muchacha. Tiraron sus dibujos, ropa y libros por la madera y nieve, pero vio a la chica tomando el mapa y el muchacho jugando con la daga de Hela, Sultin.
–Una muy bonita arma, Acosta –soltó el muchacho.
–Deja eso –dijo Adelina entre dientes–. Eso no es tuyo.
–Un arma que sospecho que tampoco es tuya –afirmó el chico–. Como tampoco el mapa que tiene Yun ¿verdad, Acosta?
La chica, Yun, sonrió con malicia jugando con el mapa y Adelina se mantuvo alerta ante cualquier movimiento. El muchacho siguió mirando la daga enfundada. Si sacaba la daga seguramente moriría y Adelina estaría en problemas más graves que su aventura con Tomas.
–Eso es de mi trabajo, pedazo de pelotudo –dijo Adelina–. Es un arma delicada y tiene un valor incalculable. Soltalo. Ahora.
–Entonces, Yun y yo lo venderemos y veremos cuánto vale –argumentó el chico–. Quizás el metal de su hoja tenga mejor valor que su decoración.
Antes de que el chico se atreviera sacar la daga de su funda, Adelina se abalanzó hacia él con un grito, enroscó sus piernas en su cintura y comenzó a tirarle el pelo. El chico se movió tratando de sacársela de encima, pero sostenía la daga con todas sus fuerzas.
Las manos de Yun tiraron de su uniforme, pero Adelina le dio un manotazo y siguió forcejeando. Él retrocedió golpeándose contra la pared, la muchacha gritó y se levantó en posición defensiva. Los estudiantes incentivaron el conflicto entre los tres y vio a Yun querer destruir el mapa de Hela. Se lanzó hacia ella, con una maniobra le quitó el papel y le dio una patada en todo el pecho.
–¡Maldita, incompetente! –gritó levantándose del suelo de madera roto–. ¡No eres una Lin Kuei! ¡Eres una estúpida!
–Ponele voluntad a tus insultos, la concha de la lora –argumentó Adelina.
Escuchó los pasos del muchacho y esquivó el golpe. Yun volvió a arremeter contra Adelina, desvió su ataque y se alejó lo más que pudo de ambos. Los analizó detenidamente y Yun dijo:
–Zichen y yo te enseñaremos modales.
–Si tu educación es entrar a habitaciones ajenas –soltó Adelina–. Es una mierda sinceramente, conchuda de mierda.
Zichen buscó la daga y Adelina la pudo vislumbrar entre la nieve y los estudiantes. Corrió hacia su dirección, pero le hicieron una zancadilla y tropezó. Se recompuso rápidamente, saltó y sus dedos tocaron la daga. La guardó en su uniforme, se puso en posición defensiva, bloqueó la arremetida de Yun y la alejó.
Adelina arrancó parte de su vestimenta y usó la tela para torcerle el brazo a Zichen. Soltó un grito, quiso golpearla con su otro puño, pero Adelina lo desvió y le asestó un puñetazo en la nariz. Yun volvió atacar, Adelina dejó de lado a Zichen y bloqueó su ataque. Pero la chica usó su otro puño asestándolo en el rostro de Adelina, soltó un quejido de dolor y retrocedió sintiendo la sangre emanar de su nariz y el dolor punzante.
Se agachó ante el golpe de su enemiga y le pateó la espalda con todas sus fuerzas haciendo que se estrellara contra el suelo de madera. Adelina soltó un grito al sentir un tirón en el cabello y vio los ojos iracundos de Zichen. La muchacha le dio un codazo en las costillas, dio un pequeño salto y le pegó con todas sus fuerzas en el rostro. Cayó en la nieve, Adelina se abalanzó sobre él y le asestó un golpe tras otro, pero el muchacho logró zafarse y se puso encima de ella. Adelina le dio una bofetada, pero el chico le contrarrestó con otro. La muchacha intentó soltarse e incluso, trató de rasguñar, pero fue en vano.
–¡SUFICIENTE!
Una oleada de frío inundó todo el lugar, los alumnos se alejaron inmediatamente ante la presencia de Bi Han. Luego, aparecieron Tomas y Kuai Liang, Adelina intentó ponerse de pie, pero Tomas la ayudó y susurró:
–Ya está. Ya pasó.
–¡LOS TRES QUIERO QUE ME EXPLIQUEN ESTE ALBOROTO! ¡AHORA!
Los hermanos llevaron Adelina, Zichen y Yun lejos de los oídos y miradas curiosas y llegaron cerca del complejo del Gran Maestro. Bi Han y Kuai Liang miraron con enojo a los tres y dijo:
–Cuenten lo que pasó con detalles.
–Estos putos infradotados, entraron a mi habitación –comenzó Adelina enojada, mientras se limpiaba la nariz–. Luego, tiraron mis cosas por los aires y casi hacen mierda parte de mi trabajo.
–Eso es mentira Gran Maestro –dijo Yun con voz calmada–. Ella empezó el alboroto por un arrebato de locura.
–Basta –dijo Kuai Liang con desdén.
Adelina cerró la boca y detectó los ojos grises de Tomas mirándola con preocupación, pero no quiso mostrar emociones frente a los presentes. Se limpió la sangre seca de su nariz manteniéndose alejada de Zichen y Yun.
–Los he visto marginar y hablar a espaldas de Acosta –empezó Tomas–. Tal vez quisieron pasar al siguiente nivel con sus humillaciones y Acosta puso límites.
–Eso es mentira, maestro Smoke.
–Entonces explícame la razón por la que los castigué semanas atrás.
Zichen y Yun mantuvieron la boca cerrada.
–Dejaron a un compañero solo y los Lin Kuei nos ayudamos –continuó–. Por más que hayan provenido de sitios ajenos al nuestro.
–Entonces, ustedes dos tendrán el castigo más fuerte –dijo Bi Han–. Acosta, tus labores en la limpieza aumentarán y luego de tus turnos de cocina, harás vigilancia hasta nuevo aviso.
–Está bien, Gran Maestro.
Se inclinó respetuosamente hacia los tres hermanos y marchó hacia el complejo de estudiantes. Recogió entre la nieve y el suelo de madera la ropa, sus bocetos y herramientas de dibujo. Las colocó ordenadamente en un rincón y un pensamiento la alarmó, el boceto de Tomas. Buscó por todos lados y el aire abandonó sus pulmones cuando lo encontró en el mismo escondite. Lo guardó mejor junto al mapa y la daga Sultin. Sintió el dolor en los músculos y huesos y no encontró sus primeros auxilios.
Salió de sus aposentos y fue hacia la enfermería. El olor a químico invadió su nariz, al igual que el silencio. Adelina no encontró a ninguna persona en el sitio, buscó gazas, agua, jabon y alcohol y comenzó a limpiarse las heridas. Soltó un quejido y se limpió con el jabón haciendo movimientos rítmicos. El agua se volvió roja con el pasar de los minutos y luego de terminar, pasó las gasas con alcohol en las heridas e hizo una mueca de dolor.
–Hola –la voz de Tomas se hizo presente en la enfermería.
Se acercó a Adelina sin emitir sonido alguno. El muchacho tomó la gaza y la pasó con cuidado en las heridas de la muchacha con cuidado.
–Creo que Zichen y Yun no entendieron tu castigo –soltó Adelina con una risa pequeña.
–Valorizan mucho la palabra de mi hermano sobre la Academia Wu Shi –explicó Tomas–. No es justificación que te hayan hecho esto.
–Soporté cosas peores en el orfanato cuando estaba en Rosario con Daniela –dijo Adelina con calma–. Pero no voy a tolerar que esos pajeros me arruinen el trabajo y la posibilidad de encontrar una solución a mi marca en la mano.
–Calmate, Adelina –dijo Tomas con suavidad en su voz.
Las palabras que quería decir se quedaron mudas en su lengua, los ojos del muchacho irradiaron calma que la tranquilizó y quitó de su mente las frustraciones. La picazón y el ardor del alcohol recorrió cada herida y el silencio estuvo presente por varios minutos. Adelina vio que faltaba poco para medianoche.
–¿Quieres que irte a tus aposentos?
–Quiero ir a la torre, por favor. Necesito estar alejada de esos inútiles.
–¿Segura?
Adelina sintió y se levantó haciendo una mueca. Se les complicó un poco evitar a los guardias por sus heridas, pero lograron llegar al pasillo secreto. La noche los recibió con hermosas vistas, las estrellas iluminaron el cielo y las nubes rondaban alrededor de la luna. El aire fresco invadió los pulmones de Adelina, recorrió su rostro y elevó un poco su cabello negro.
Tomas colocó a Adelina en su cálido pecho escuchando sus latidos confortantes y sintió las manos del muchacho acariciar sus brazos. Adelina tomó su celular y puso música inundando el pequeño sitio y tranquilizando a la joven.
Las auroras boreales aparecieron en el cielo iluminando aún más el cielo y se movieron como olas constantes. Las canciones fueron pasando y ambos guardaron lo que tenían que decir disfrutando del paisaje. Las manos de Tomas lentamente se entrelazaron con las de Adelina y le encantó esa sensación. Pero pareció notar sus inquietudes y susurró:
–Cuéntame de tu ciudad.
–Es bonita, pero hay mucha humedad –respondió–. Es vieja.
–¿En qué sentido es vieja?
–En los edificios –contestó la joven mirando el cielo–. Hay edificios con una arquitectura del siglo XX y le da su toque a la ciudad. Además de la noche.
–¿Por qué? –cuestionó Tomas.
–Porque hay más vida nocturna. Los locales están abiertos hasta pasada la medianoche o más –respondió–. Es una pena que no todos los lugares turísticos lo estén. Me encantaría poder visitar el Cementerio de Recoleta de noche.
–No te creo.
–Sí –afirmó Adelina en una risa pequeña–. El Cementerio de Recoleta es hermoso. A veces, iba a dibujar las estatuas de los ángeles. Es mágico.
–¿En qué sentido te parece mágico? –volvió a preguntar Tomas.
–Sus leyendas.
–Cuéntame una.
–No me acuerdo de muchas.
–La que recuerdes –pidió Tomas en susurros–. No importa si es corta.
Adelina escarbó en su memoria las historias que había escuchado en las excursiones de su colegio y lo que decían los guías turísticos.
–Hay una leyenda que habla de una chica adinerada –comenzó a relatar–. Creo que, en su cumpleaños, se enteró de que su madre se acostaba con su novio.
–¿De verdad?
–Sí, parece delirio, pero es lo que me acuerdo –respondió Adelina riendo–. La chica tuvo un ataque al corazón y murió. Pero cuando la dejaron en el mausoleo, el cuidador escuchaba ruidos en donde estaba y decidieron junto a la familia abrir su ataúd. Vieron que la tapa estaba con rasguños y la chica estaba con los ojos abiertos.
–¿Qué le pasó? –preguntó Tomas con sus ojos grises brillando curiosidad–. ¿No estaba muerta?
–En realidad, la chica estaba viva, pero por la sorpresa se desmayó y los médicos la trataron como muerta –respondió Adelina–. Creo que es un diagnóstico médico. No me acuerdo de su nombre. A la noche se puede escuchar sus rasguños.
Hubo un silencio cómodo entre ambos, mientras la música se reproducía en el celular y las auroras boreales se movían por el cielo nocturno.
–¿Qué otra recuerdas?
–Hay una leyenda que habla de un chico que vio a una mujer vestida de blanco y la invitó a tomar un café –relató Adelina–. Sin querer le manchó el abrigó al chico y cuando salieron se lo ofreció. Luego, desapareció y la buscó por el lugar. En un momento, fue a revisar en el cementerio y cerca de la entrada había una tumba donde estaba la campera del chico. Tiempo después, se enteró que la chica había muerto.
–Que trágico –dijo Tomas–. ¿Extrañas tu ciudad?
La pregunta la tomó por sorpresa. Viejos recuerdos de su infancia la invadieron, los juegos que hacía con Mariano y Daniela, los cumpleaños, las fiestas de fin de año, las tantas salidas y golpes que tuvieron al independizarse.
–Sí –respondió–. A mis amigos, mi departamento y las cosas que hice.
–¿Qué hacías con ellos?
–Cuando teníamos plata, salíamos a comer –empezó Adelina–. Ibamos a Avenida Corrientes o Avenida Emilio Castro y comíamos hamburguesas o pizza. A veces, el mejor lujo era ir a Palermo o a Recoleta.
–¿Era buena comida?
–Sí, pero lo mejor es la casera –dijo la chica–. Hacíamos milanesas con papas fritas los sábados con el Viejo Mario y… –una lágrima solitaria recorrió su mejilla–… siempre nos peleábamos por la más grande.
Adelina se la quitó y pasó su dedo por el uniforme destrozado.
–¿Extrañas Praga, Tomas?
–No lo sé –respondió Tomas–. Hay calles empedradas y castillos. Las casas estaban hechas de piedra y ladrillos y hay muchas estatuas antiguas.
–Pienso en la estética de Drácula de Coppola –dijo Adelina.
–Recuerdo que antes de ir a cazar con mi hermana y mi madre, pasábamos por un gran reloj –contó Tomas acariciando el brazo de la joven–. Creo que era un reloj de astronomía. Mi madre siempre nos contaba, cuando descansábamos en el bosque, que uno de los creadores del reloj lo dejaron ciego por miedo a que lo replicara. Planeó su venganza con su ayudante, fueron hacia el interior del mecanismo y rompieron una palanca. Hizo un ruido que se escuchó por todo el lugar y, en ese momento, el creador murió.
–Qué macabro.
–Otra leyenda que recuerdo, es de un mercader turco que se había enamorado de una mujer checa –comenzó a contar Tomas mirando las auroras boreales–. Ambos estaban muy enamorados, pero el mercader tenía que volver a su tierra natal y prometió volver a verla. Pero con el pasar del tiempo, la chica se enamoró de otro joven y acabó con matrimonio.
–Luego sigue la tragedia ¿verdad? –preguntó Adelina entre risas.
–Sí –respondió Tomas sonriente–. El día de la boda, llegó el mercader y, al enterarse, decapitó a la mujer checa. Mi madre siempre finalizaba la historia diciendo que el mercader andaba en la noche con la cabeza de su amada. Junto a mi hermana, nos cuidábamos hasta quedarnos dormidos por el miedo.
–Eso me pasaba con Daniela y Mariano, cuando veíamos películas de miedo hasta la madrugada.
Las auroras boreales siguieron iluminando el cielo y se movieron como olas constantes. Disfrutó de la calidez en el pecho de Tomas y de las canciones. En un momento, el celular reprodujo Maldito duende de Héroes del Silencio. Adelina tarareó algunas melodías y le hizo olvidar de las cosas que habían pasado.
“He oído que la noche es toda magia/Y que el duende te invita a soñar/Y sé que últimamente apenas he parado/Y tengo la impresión de divagar…”
–Es agradable la canción –dijo Tomas entre susurros.
–Es una de mis favoritas de la banda.
–Tienen un acento diferente.
–Son españoles.
–¿Qué dice la canción? –preguntó Tomas
–Habla de la soledad y la búsqueda a través de la noche mágica y las estrellas.
“…Pasan rápidas las horas/Y este cuarto no para de menguar/Y tantas cosas por decir tanta charla por aquí/Si fuera posible escapar de este lugar…”
Tomas besó el dorso de la mano de Adelina, se dio la vuelta y lo besó con pasión. Su corazón bombeó con fuerza y las manos del muchacho se estrecharon en sus caderas. Disfrutó de las sensaciones y quiso más. Los besos se volvieron más necesitados y duraderos. Sin darse cuenta, se separaron, sus miradas chocaron y Adelina se sumergió en la neblina de los ojos grises de Tomas tratando de descifrarlos. Soltó una pequeña sonrisa y siguió disfrutando de la noche.
Las auroras boreales iluminaron el cielo un par de horas más hasta desvanecerse del cielo. Dejaron de besarse, Adelina estuvo dormitando en el hombro de Tomas y tuvo que despertarla suavemente para llevarla a las cercanías de su complejo. Se quitó el uniforme y se sumergió en las colchas cerrando los ojos hasta sumergirse en el sueño.
Durante los entrenamientos había tensión y pocos descansos. Adelina había aceptado los castigos de los hermanos de Tomas soportando vigilancias extras, pero los turnos de la cocina y la limpieza lograban despejar su mente y sus músculos de los arduos entrenamientos con Bi Han y los superiores.
Adelina volvía a intentar escribirse con Mariano y Daniela. Enviaba las palomas mensajeras y corría hacia el palomar con ansias de que recibir alguna respuesta, pero Liu Kang mantenía las comunicaciones bloqueadas. Quería leer las novedades de sus amigos y quitarse la soledad.
Había empezado a dormir con una pistola y un cuchillo bajo las mantas y armó pequeñas trampas en los tablones de madera. Les sacó filo y los camufló para que si Zichen o Yun quisieran meterse recibieran su merecido.
Tenía pocas visitas de Tomas y trataban de mantener la distancia por lo ocurrido. Coincidían en alguna que otra vigilancia, aún así disfrutaba de su compañía y la música que escuchaba.
Uno de sus días en la cocina, tuvo la visita de Zichen y Yun y Adelina, inmediatamente, tomó uno de los cuchillos que tenía a mano. Se puso en guardia y el par mantuvo las manos alzadas de forma inofensiva.
–¿Qué quieren ustedes dos? –preguntó Adelina entre dientes.
–Calma, Acosta –dijo Zichen acercándose a las ollas–. Solo quisimos dar nuestras disculpas por lo ocurrido.
–Nuestro comportamiento fue inadecuado y queremos disculparnos ayudándote –dijo Yun.
–No necesito su ayuda en nada, forros –soltó Adelina agresivamente con el cuchillo en mano–. Casi hacen que pierda plata. Yo sin plata, no puedo mantener el apartamento, la comida ni las cuentas. Afuera.
Se miraron por unos minutos y sus miradas falsamente cálidas se volvieron amenazantes. Yun se acercó más a Adelina y dijo:
–No eres bienvenida y nunca lo serás.
–Pagarás por lo que nos hiciste –dijo Zichen–. Eres un estorbo para el Lin Kuei y tu don no despertó. Ni siquiera sé cómo el Gran Maestro te tiene como una estudiante. Malnacida y anormal.
Esas palabras la hicieron recordar sus días en Rosario, se guardó su dolor y dijo:
–¿Sabes que hago con tu opinión? Me la meto bien en el culo para mostrarte lo mucho que me importa. Ahora ¡Afuera!
Se dieron media vuelta y antes de marcharse, en un arrebato, tiraron todas las ollas.
–¿¡QUÉ LES PASA, LA CONCHA DE LA LORA!? ¡FORROS!
Las lágrimas brotaron de sus ojos e inmediatamente, su mano reaccionó lanzando el cuchillo seguido de una leve oleada de hielo. Quedó boquiabierta y Zichen avanzó hacia ella y le dio golpe en la cabeza sin que pudiera defenderse y sintió dolor en cada parte de su pecho.
Tomas caminó entre los pasillos con las ansias de saciar las delicias de Adelina. Sonrió para sí mismo remorando los momentos que tuvo con ella. Los besos compartidos, las palabras susurradas y silencios que decían más que las explicaciones. Deseó aspirar su aroma a jazmín en su cabello, mirar los ojos heterocromáticos hipnóticos y saborear la textura de sus labios carnosos y suaves…
Sus divagaciones se detuvieron al escuchar risas y vio a Adelina inconsciente en el suelo. La pareja con la que se peleó hace días la estaba pateando. La ira lo inundó, sin pensarlo, tomó al muchacho por el hombro y lo golpeó con todas sus fuerzas en el rostro. La chica reaccionó y atacó, pero Tomas le torció el brazo en una maniobra rápida.
El enemigo quiso arremeter contra Tomas, pero evadió su ataque y desenvainó su karambit. Lo manejó con velocidad y destreza como si fuera una extremidad más de él y logró apuñalar al chico en traspasando el dorso y la palma. Soltó un grito de dolor y Tomas le torció el brazo completo.
–Nunca le faltes el respeto a tu maestro –dijo–. Si me desafías, desafías al Gran Maestro.
La pareja quedó noqueada y guardó su karambit. Vio a Adelina tratando de levantarse del suelo. Soltó leves lloriqueos y moqueó sin parar susurrando en español.
–¡Adelina! Déjame ayudarte.
El muchacho la levantó y revisó su herida. Buscó un poco de hielo y se lo puso en la cabeza. Adelina aceptó en un susurro y trató de ocultar sus lágrimas, pero se le hizo imposible y Tomas la resguardó en su pecho. Le acarició el cabello negro enrollándolo entre sus dedos y trató de que Adelina se sentara.
–Los voy a matar…
–Ya pasó. Ahora quiero que descanses –pidió Tomas calmadamente.
–Tengo que hacer la comida… y la vigilancia.
La impotencia lo agobió en lo más recóndito de su pecho. Los ojos heterocromáticos de Adelina reflejaron convicción y miedo. Todo el esfuerzo que había hecho estaba tirado en el suelo. Pero el estado de Adelina no era el mejor y necesitaba atención médica.
–Mis hermanos lo entenderán.
–No, Tomas, tengo que hacer las tareas y…
Adelina cayó inconsciente y Tomas la sostuvo antes de que tocara al suelo. La cargó hasta llegar a la enfermería donde los médicos la atendieron. Tomas vio cómo cocían la herida de su cabeza y revisaban sus costillas El muchacho lamentó no estar presente cuando despertara, pero debía darles la información a sus hermanos.
Salió hacia el complejo del Gran Maestro y eligió a un grupo al azar los que cocinarían. Los elegidos se mostraron sorprendidos y salieron corriendo hacia la cocina. Llegó al complejo del Gran Maestro, observó a Bi Han leyendo pergaminos, mientras que Kuai Liang meditaba.
–La cena tardará –anunció Tomas–. Acosta se encuentra en enfermería.
Bi Han alzó la mirada con su nudo entre las cejas característico y dijo:
–¿Por qué?
–Está en la enfermería y hay un nuevo grupo que se está encargando de preparar la cena lo más pronto posible.
–¿Por qué está en la enfermería, Tomas?
–Porque la misma pareja de hace un par de días, la volvió atacar desprevenida –respondió cruzándose de brazos–. Ya me encargué de ellos.
–Esa chica si no puede desarrollar su criomancia, está metiéndose en problemas –argumentó BI Han con desdén–. No debimos darle castigos tan blandos.
–Se estaba defendiendo –contrarrestó Tomas–. Ese par inició sus ataques, Acosta solo se defendía. Por culpa de ellos, no podremos cenar a tiempo.
–Desde el primer momento, no pudo adaptarse a nuestras costumbres –dijo Bi Han abruptamente.
–Lo intenta –afirmó Tomas–. Cuando entreno con ella veo un progreso. Sus ataques, de por sí calculados, se volvieron más meticulosos con el cuchillo.
–Quizás en el combate se adaptó, pero en lo que es cotidiano para nosotros, no lo es para ella –la voz de BI Han se volvió más oscura.
–La veo esforzarse todos los días, hermano –dijo Kuai Liang con voz calma–. Se esfuerza por llegar al nivel de un Lin Kuei.
–Ni siquiera sé por qué la procuras tanto, Tomas –afirmó Bi Han enojado.
” Porque me gusta y estoy atraído por ella” pensó. Pero las palabras no salieron de su boca y recordó lo que Adelina sobre mantener en secreto su relación. Por más que quisiera confesarlo, no podía hacerle eso.
–Me recuerda a cuando intentaba adaptarme al clan –dijo Tomas–. No quiero que pase por lo mismo que yo.
Su mente pasó imágenes de su entrenamiento por el Lin Kuei. La protección de su padre no lo cuidó de su sentimiento de estar detrás de todos los estudiantes. Logró estar a la par, gracias a la motivación de la madre de sus hermanos. Pero al fallecer, se sintió nuevamente detrás de todos y más solo que nunca. No quería que Adelina pasara por eso.
Tomas fue hacia su habitación, se recostó en su futón y contempló sus pocas pertenencias. A los pies de su futón, una cinta blanca de seda de su hermana y un cinturón de cuero viejo con la funda de un cuchillo de caza que le pertenecía a su madre. Se arrodilló frente a los objetos susurrando una oración.
Luego, limpió la hoja de karambit con el estómago rugiendo y trató de desviar sus pensamientos, pero la condujeron a Adelina. Sus ojos verde y café aparecieron en su cabeza, el cabello negro como la tinta y lacio como la seda desplegando su aroma a jardín y sus labios carnosos que lo dejaban con ganas de seguir besándola.
Sus hermanos continuaron sus tareas y, en un momento, apareció Sektor preguntando por la hora de la cena y la respuesta que le daría al clan. Tomas notó cómo la mano de Bi Han la tocaba ligeramente el brazo de la mujer y se dieron una mirada, mientras le informaba.
Tanto Tomas como Kuai Liang supieron de su romance con la hija del Maestro Armero del clan. Guardaron el secreto para evitar que padre se enojara, pero sabían las miradas que se dirigían y se daban cuenta cuándo Bi Han pasaba más tiempo en el complejo de armas.
Sektor se marchó y los hermanos continuaron con sus respectivas tareas. Kuai Liang dejó de meditar y se enfocó en una lectura de la biblioteca, mientras que Bi Han se fue al exterior frío a entrenar. El silencio se le hizo incómodo, extrañó el ruido de la cocina y la música de Adelina. Recordó algunas letras de las canciones al igual que la melodía en su memoria, aunque tuviera un impulso inhumano de cantarlo.
Luego de cenar, fue a ver a Adelina, Las enseñanzas de su madre, lo hicieron bastante sigiloso durante las cacerías. Cuando comenzó a vivir en el complejo había aprendido a detectar cuáles eran los tablones de madera que crujían y los esquivó con naturalidad usando su habilidad con el humo.
Adelina siguió dormida, soltó palabras al azar inentendibles y emitió leves ronquidos que lo dejaron sorprendido. Algunos mechones negros cubrían su rostro y Tomas se los quitó delicadamente admirando sus rasgos pacíficos. Se sentó cerca de Adelina y le sostuvo la mano. Los dedos cálidos en la piel de Tomas le dieron una sensación reconfortante, su pulgar acarició la piel de Adelina.
El muchacho se quedó un tiempo más haciéndole compañía hasta que el reloj de la enfermería marcaba la medianoche y se marchó en silencio. Llegó al complejo del Gran Maestro y entró a sus aposentos usando su habilidad con el humo. Se quitó su uniforme gris, dejó al lado su cinturón donde tenía su karambit y el cuchillo de caza de su madre y se sumergió en las lujosas colchas de seda.
En poco tiempo, Adelina se recuperaba de su dolor en las costillas y su herida en la frente había sanado. Desde el incidente en la cocina, llevaba a escondidas con un cuchillo y las pistolas con balas de goma. Le había dificultado en sus entrenamientos, pero se adaptaba al peso extra.
Se empeñaba en cumplir el castigo impuesto por los hermanos de Tomas, se mantenía alerta en las vigilancias y se esforzaba en cocinar lo mejor. Aunque le fuera pesado, la calmaba al igual que la música y las visitas de Tomas.
Sus entrenamientos se volvían más brutales con el Gran Maestro. Sus golpes mostraban su poca paciencia con Adelina y se volvían más extensos. Los dolores hacían difícil continuar los combates de otros superiores y maestros. Incluso, Tomas parecía percatarse de sus molestias y trataba de ayudarla a escondidas.
Había comenzado a sentir que sus esfuerzos eran en vano. Intentaba mejorar su criomancia en las escondidas de su habitación, sus capas de hielo seguían frágiles y maldecía de todos los colores. La impotencia la inundaba en cada ocasión y las lágrimas se acumulaban en sus ojos haciéndose insoportable de contener en medio de la noche silenciosa.
Hacía tiempo que no lloraba, trató de resguardar su llanto, pero se le hizo imposible de soportar los moqueos y lloriqueos. Lloró por su don inútil, sus días contados por la marca de Hela y sus ganas de volver a Buenos Aires. Sacó la mano de su futón, tomó su celular y puso música. Entonó las letras de Maldito duende de Héroes del Silencio entre balbuceos hasta quedarse dormida.
Adelina se despertó minutos antes de que sonaran las campanas, la canción se reprodujo, pero le resultó extraño y vacío dejar de escucharla. Se puso el uniforme y se reunió con los otros estudiantes a desayunar. El barullo comenzó a ser ruido blanco entre sus divagaciones.
Fue a entrenar con Bi Han y Adelina visualizó su forma fornida de espaldas a ella. Algunos finos mechones de su cabello negro se movieron por el leve viento y se dio la vuelta. Los ojos color chocolate y gélidos de Bi Han se posaron en ella como una ráfaga de nieve.
–Espero que te hayas mejorado de tus heridas, Acosta.
–Sí, Gran Maestro –respondió inclinándose ante Bi Han–. Estoy mejor y puedo seguir entrenando en mi criomancia.
Bi Han se lanzó con su puño cubierto de hielo golpeando directamente en el pecho. Soltó una tos y vio a Bi Han empuñar una lanza de hielo. Se alejó del ataque, creó púas, pero salieron débiles y Bi Han las rompió de un pisotón. Adelina se puso de pie en una postura defensiva.
Bi Han arremetió con una ráfaga de hielo, Adelina volvió a esquivarlo y contratacó rompiendo una de las esquirlas de hielo como distractor. Se abalanzó tratando de taclearlo, pero Bi Han usó un clon de hielo e hizo una patada voladora en el costado de la joven. Soltó un grito, Bi Han se lanzó y Adelina bloqueó con su débil criomancia.
–Eres una indisciplinada, Adelina –dijo Bi Han dándole un puñetazo tras otro y la muchacha trató de bloquear o contratacar–. Careces de talento y no sé cómo eres una criomante.
–Ni siquiera yo sé, Gran Maestro –soltó Adelina entre dientes y trató de asestarle un puñetazo en el rostro–. Son los misterios de la vida.
Bi Han la agarró pasando su brazo por su cuello estrujándolo con fuerza y el aire comenzó a faltarle a Adelina. No podía morderlo por su protección, lo rasguñó en donde había piel expuesta y trató de darle un cabezazo, pero Bi Han apretó más su brazo sobre el cuello de la muchacha y su desesperación por oxígeno aumentó. Continuó rasguñando desesperadamente, su corazón bombeó con más intensidad, los brazos de la muchacha lograron llegar al rostro del Gran Maestro, rasguñó y tironeó uno de los mechones de cabello sueltos.
Bi Han soltó un gruñido y Adelina se alejó entre toces. La nieve cubrió sus dedos dándole escalofríos, se quitó la máscara de su uniforme, se dio la vuelta y se levantó tambaleante. Los ojos de Bi Han irradiaron una furia gélida y Adelina trató de acercarse.
–Perdón, Gran Maestro ¿Quiere que le ayude?
–La razón de estos entrenamientos… –la voz de Bi Han se volvió oscura–. Es para despertar tu criomancia ¡No para que lo tomes como otras de tus clases!
Adelina se alejó ante el arrebato de ira del Gran Maestro y bajó la cabeza velozmente.
–¡Eres una indisciplinada! –rugió–. Se me reconoce por carecer de paciencia y la llevaste al límite. Ahora, no esperes mi compasión. No entiendo cómo no lograste desarrollarla ¡¿Entendiste?!
–Sí, Gran Maestro –contestó Adelina en un susurro.
–Vete ¡AHORA!
Adelina se marchó del campo de entrenamiento lo más rápido posible y se dirigió a su siguiente clase. El resto del día, se sintió observada por todos, sobre todo, por Bi Han, aunque trató de ignorar sus ojos penetrantes.
La tranquilidad la inundó cuando se metió en la cocina y la música se reprodujo en su celular. Entonó las letras, mientras preparaba las milanesas. Rompió el pan duro maldiciendo de todas formas a Bi Han. Luego, sacó la carne y comenzó a cortarla furiosamente, cada tajo hacía que la ira de Adelina aumentara. Detestó a Zichen, a Yun y su estúpido grupo y a Bi Han. Tuvo el impulso de estropearles la comida o darles un escupitajo a sus milanesas, pero mantuvo la compostura y continuó cortando la carne.
–” …Dreams that I have shattered/May not have mattered/Take another point of view –entonó Adelina–… Doubts will arise though/Like chasing a rainbow/I can tell a thing or two…”
–¿Estás bien? –preguntó una voz conocida.
Adelina giró la cabeza y vio los ojos grises de Tomas. Destilaron preocupación, su mano bajó hacia a la de la joven y la entrelazó cariñosamente. Los pensamientos negativos se fueron y sonrió al verlo. Lo abrazó aun sosteniendo el cuchillo y las manos destilando el olor a carne.
–¿En qué te ayudo? –preguntó Tomas.
–Corta la carne y luego, tenemos que aplastarla en el pan –respondió Adelina con una sonrisa débil–. ¿Estás bien, vos?
–Yo sí, estoy bien –contestó Tomas–. Pero me preocupas tú. Escuché a mi hermano sobre tu entrenamiento.
Hubo un silencio incómodo entre ambos, mientras cortaban la carne con la música y Adelina sintió que su ira volvía con fuerza.
–¿Qué te dijo?
–Que va a ser más duro contigo.
–Le arranqué un mechón de cabello y lo rasguñé como si fuera un gato –soltó Adelina entre risas.
–Sí, vi sus brazos –dijo Tomas riendo–. Estaba soltando maldiciendo por todo el complejo.
Rieron hasta que solo quedó la música y siguieron cortando la carne. Luego, empezaron a preparar las milanesas entre charlas y risas. El peso de sus hombros se fue junto al resto de lo ocurrido en el día.
–Quiero verte esta noche.
–Tengo vigilancia, Tomas –dijo Adelina–. Perdón.
–Entonces espero coincidir contigo.
Las pilas de milanesas fueron creciendo, el dúo empezó a encender las sartenes llenas de aceite y revisaron las ollas con papas. Dejaron la mayor cantidad de milanesas con chisporroteos y prepararon los platos para el comedor.
Compartieron besos por varios minutos que fueron escalando hasta ser intensos, pero el olor de las milanesas alertó a Adelina se apresuró a dar vueltas las milanesas y Tomas la imitó. La ayudó a preparar el puré de papa aplastando y mezclando las papas. Luego de sacar varias milanesas, el muchacho tuvo que irse y se despidieron con un beso.
Adelina terminó de preparar el puré y colocó las milanesas en los platos. Los llevó al comedor junto a los vasos y cubiertos en cada mesa, mientras escuchaba el barullo de la gente y trajo las fuentes de puré. Desprendieron su exquisito aroma generando que el estómago de Adelina rugiera de la emoción.
Empezaron a comer y el tintineo de los platos y barullo de los estudiantes se escucharon por todo el comedor. El sabor de la milanesa invadió la boca de la muchacha, sonrió y devoró su cena hasta dejar el plato limpio.
Se preparó para ir a la vigilancia y notó las miradas asesinas de Zichen y Yun y su grupo, pero mantuvo la calma y cerró sus aposentos. Se dirigió hacia la torre de vigilancia que le habían asignado, se sentó en la silla de madera y comenzó a leer.
Al poco tiempo, la puerta se abrió y el corazón de Adelina soltó un brinco de emoción. Se reveló el rostro de un compañero y la muchacha volvió a enfocarse en su lectura. Apenas cruzaron miradas y tuvieron leves intercambios de palabras. Mantuvo sus pistolas lo más cerca de ella y miraba analíticamente cada tanto a su compañero.
Antes de irse al complejo de estudiantes, fue hacia el palomar con las esperanzas burbujeando en su interior. Revisó cada nido de palomas esperando ver una carta, pero no encontró nada. La impotencia la invadió y se limpió la lágrima solitaria de su mejilla.
Adelina llegó a su habitación en la madruga, soltó una exhalación y caminó hacia su futón quitándose su uniforme entre tirones. Puso una canción en un volumen bajo y el estrés de Adelina en sus hombros se marchó. Las lágrimas se acumularon, se derramaron por sus mejillas hasta humedecer la almohada y sus lloriqueos se unieron a la canción que escuchaba. Cerró los ojos esperando que el sueño le calmara sus ideas y su angustia.
“…Amanece tan pronto y yo estoy tan solo/Que no arrepiento de lo de lo de ayer/Si las estrellas te iluminan/Hoy y te sirven de guía/Te sientes tan fuerte que piensas/Que nadie te puede tocar…”
Los golpes de Bi Han se hicieron más hostiles que el anterior, tenía razón en que no iba a tener compasión con Adelina. Trató de usar su criomancia, pero no logró nada y el Gran Maestro gruñó lecciones e indicaciones que la muchacha ya había escuchado. Sus brazos dolieron al igual que sus piernas, la nariz emanó líquido carmesí por las golpizas y su cabeza dio vueltas.
Bi Han se lanzó usando un hacha de hielo, embistió una y otra vez, Adelina lo esquivó y contraatacó rompiendo las esquirlas de hielo. Le robó el hacha a Bi Han y le resultó pesada, pero logró mantener el equilibrio. El Gran Maestro creó una lanza posicionándose para el combate.
–Me decepciona tu criomancia, Acosta.
Adelina se calló lo que iba a decir. Prefirió guardarse las contestaciones iracundas, antes que tener un problema.
–No puedo creer que, en estos meses, ni siquiera hayas podido hacer una mísera arma –continuó lanzándose hacia ella–. La siguiente vez tendré que enviarte al medio de las montañas por un par de días.
Los ataques de Adelina se volvieron débiles, bloqueó con el hacha una estocada de Bi Han rasgando su uniforme. Un poco más y la hubiera herido en todo el abdomen.
–Me esfuerzo, Gran Maestro.
–¡No lo noto, Acosta! –gritó Bi Han y rompió el hacha como si fuera papel.
Adelina se alejó, pero una ráfaga de hielo la hizo volar y cayó boca arriba. Se levantó y trató de asestarle una patada, pero Bi Han tomó su pierna con fuerza y la tiró hacia el otro extremo del campo de entrenamiento. Adelina soltó un quejido y trató de ponerse de pie. El pie de Bi Han se puso en su pecho y comenzó a aplastarla. La escarcha se le pegó a la ropa de Adelina y el frío recorrió su piel. Golpeó la pierna de Bi Han con todas sus fuerzas, pero no se inmutó ni mostró alguna expresión en su rostro.
–Me decepciona tu poder –soltó Bi Han–. Ni siquiera lo mereces.
–Yo no lo pedí tener –contestó Adelina golpeando la pierna de Bi Han–. Y no lo veo importante para mi vida.
–Pero te guste o no –empezó Bi Han–. ¡Es parte de ti! –tomó a Adelina y la tiró por los aires–. ¡Lo veas o no importante debes controlarlo!
Intentó ponerse de pie, aunque tambaleaba y el cuerpo le dolía como nunca antes lo había sentido. Tembló cuando Bi Han volvió a arremeter y lo esquivó… ya no tenía fuerzas para defenderse. Bi Han soltó gruñidos y maldiciones en chino cada vez que Adelina lo evitaba.
–¡Deja de huir, Acosta!
–Ya no puedo más… –dijo la joven y su ira explotó–. Bi Han.
–¡Es Gran Maestro! –dijo y la revoleó hacia el otro extremo–. ¡Eres un fracaso y una indisciplinada!
Adelina trató de bloquear los ataques de Bi Han, pero sus golpes le fueron imposibles de bloquear y los recibió todos y cada uno. Soltó leves quejidos y trató de alejarse en vano. Intentó darle un puñetazo, pero ya sus fuerzas la dejaron de lado. Pero su furia creció y el deseo de maldecir a Bi Han la consumió.
–¡Un estorbo para los deberes de mi clan!
Dejó de golpearla dejándola tumbada en el suelo. La vista borrosa de Adelina pudo vislumbrar los pies de Bi Han en la nieve, las puertas abiertas del complejo con las llamas de las antorchas y lo que le parecía una figura grisácea.
–Todo método posible contigo es un rotundo fracaso –dijo Bi Han con desdén–. ¡Eres una decepción y un estorbo!
Adelina se levantó temblando y sus ojos heterocromáticos se enfrentaron a los marrones gélidos de Bi Han. Se limpió la comisura del labio roto y dijo:
–Si tanto soy un puto estorbo, Bi Han, entonces me voy.
–Ni siquiera puedes pensar con claridad.
La ira de Adelina se avivó más.
–Estoy podrida de tu forma de enseñar –comenzó la muchacha–. Me aguanté tu comportamiento de mierda por no sé cuántos meses. Me tuve que fumar la actitud de tus putos seguidores que no paran de chuparte la pija como si fueras un dios –escupió la sangre que se le había acumulado del labio roto–. Cociné para ustedes y me tratan como un trapo.
Bi Han se mantuvo callado, pero sus ojos gélidos siguieron enfocados en Adelina con mirada será y continuó:
–Estuve entrenando y juro que me esmeré en concentrarme. Traté de hacerlo en mi habitación y nada salió, manga de forro de mierda. Puse mi mente en blanco y nada. Yo ya no sé qué más hacer, flaco. Seguí cada uno de tus putos y mierderos consejos y ninguno me salió. Si te molesto tanto entonces mejor me voy ¡FORRO!
–Suficiente –susurró Bi Han.
–¡NO! –soltó Adelina y las lágrimas se derramaron–. Tu clan es una mierda y no puedo creer que lo manejes. Porque es una mierda como lo gobernas y ojalá todos se den cuenta de eso. Sos un pajero, hijo de re mil puta, pedazo de forro, aborto mal cogido y ándate bien ¡A LA CONCHA DE TU MADRE!
Los ojos del Gran Maestro reflejaron algo que le pareció imposible… miedo. De la mano de Bi Han salió una ráfaga de hielo que la revoleó hacia el otro extremo del campo de entrenamiento. El dolor la invadió en el pecho, pero la voz de Tomas la devolvió al mundo.
–¡Adelina! ¡Despierta! ¿Qué hiciste, Bi Han?
La muchacha se puso de pie con Tomas sosteniéndola, pero ella se alejó de su agarre cálido.
–Me voy de acá. Estoy harta…
Llegó al complejo de estudiantes limpiándose a medias las heridas, se quitó el uniforme como si fuera peste y guardó sus pertenencias en los bolsos. Las lágrimas recorrieron sus mejillas y mancharon la ropa que guardaba en bollos desordenados. Guardó todos sus dibujos e instrumentos en otro bolso, envolvió la daga y el mapa y los escondió en su mochila con los libros. Cargó con todas sus pertenencias y recogió sus armas.
Salió con su campera grisáceo, pantalones negros y botas militares. Notó las miradas victoriosas de Zichen y Yun y su grupo de amigos.
–¿Ya te marchas, Acosta? –preguntó Yun–. Creímos que te quedarías algo más.
–Ustedes son la perfección del fanatismo ciego hacia una persona, son infradotados y unos pelotudos –dijo volteándose–. Ustedes son un puto desastre con patas, boludos de mierda y váyanse a cagar. No voy a estar desperdiciando tiempo en unos inútiles.
Adelina salió del recinto de estudiantes con sus bolsos colgando y el cuerpo adolorido, pero no le importaba. Las miradas de los que caminaba se le clavaron como alfileres, pero continuó hasta llegar a las murallas.
Vio el camino de nieve hacia la entrada a las montañas, pero escuchó el grito de su nombre.
–¡Adelina! ¡Espera! –Tomas caminó lentamente hacia ella.
–Tomas no quiero estar acá –dijo Adelina entre susurros–. Ya no lo soporto más y quiero volver a mi casa y seguir con mi trabajo. Si tu hermano tiene un puto problema de que no sirva como criomante, entonces es mejor que vuelva a Buenos Aires.
–Lo que dijo no es verdad, Adelina.
Tomas llegó hasta ella y soltó respiraciones agitadas.
–Por favor, vuelve al templo –empezó con voz calma–. Voy a dialogar con Bi Han… intentaremos solucionar esto, pero por favor vuelve.
–Tomas… –dijo Adelina–. Yo no puedo más… Me duele todo y ya no sé qué otra cosa hacer para que funcione.
–Puedo ayudarte… por favor.
Adelina negó con la cabeza entre lágrimas.
–Perdón, Tomas… pero no puedo más. Voy a volver y seguir con mi trabajo.
Adelina tomó la mano enguantada del muchacho y lo acercó de un tirón dándole un beso en los labios. Sacó de entre los bolsillos de su campera una radio y se la entregó.
–Para cuando queramos hablarnos… si queres –dijo la joven–. Ya no puedo… perdóname.
Le dio un último beso en la mejilla y empezó a caminar hacia las montañas.
–Sigue el mismo recorrido que hiciste al venir por primera vez –indicó el joven–. Es una forma rápida de dejar Arctika.
–Gracias, Tomas… perdón.
Siguió su camino con las lágrimas derramándose por sus mejillas y mojando su campera. Pero no volteó la cabeza.
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coolpizzazonkplaid · 8 months ago
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La heredera del Infierno
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Avisos: Durante estos meses estuve terminando el cuatrimestre y gracias a dios ya pude aprobar las materias que me quedaban. Ahora voy a escribir mayoritariamente el fanfic.
El capítulo transita la misión que Liu Kang les da a Kenshi, Johnny y Kung Lao, pero desde la perspectiva de Mariano. También, durante estos acontecimientos ocurren varios días desde su llegada y regreso a la Tierra.
La canción que canta Mariano es Spaceman de Electric Callboy. El CBC (Ciclo Básico Común) es un curso de ingreso obligatorio que se hace en la Universidad de Buenos Aires para poder comenzar a estudiar allí. Por último, la tortilla santiagueña es un tipo de pan que se hace a la plancha y está hecho con grasa y harina.
La misión
Daniela continuó reuniéndose con Shang Tsung las semanas siguientes a su primer encuentro. Ella siempre llevó algún postre para pasar la noche con él y hablaban de muchas cosas. Se besaban cerca de un árbol que estaba en los límites del bosque hasta que llegaba el momento de volver a la Academia Wu Shi. Se prometían verse en cuanto pudieran.
En cada reunión, ambos se abrieron más y más en sus vidas pasadas.  Shang Tsung le contó su vida en las calles, cómo con el pasar del tiempo logró ser un médico ambulante atendiendo a los necesitados y luego, ayudar a la familia imperial. Por el lado de Daniela, se abrió sobre su estancia en el orfanato, su huida y algunas anécdotas en la crianza con el Viejo Mario.
Daniela le escribió cartas a Adelina y esperaba con ansias sus respuestas. La extrañaba mucho y quería planear una salida con ella en cuanto volviera de Arctika. Quizás, podría contarle las reuniones en secreto que tenía con Shang Tsung, probablemente hasta presentarlo a sus amigos. Esa idea invadía su mente en algunas noches.
Por otro lado, veía a Mariano seguir con su idea de hacer una torre de radio. Todas las noches lo escuchaba con la música apenas perceptible al pasar por la puerta unido a los chisporroteos y sus maldiciones. A veces, le dejaba algunas tortas fritas u otras facturas en la puerta y al día siguiente, no quedaban ni una sola migaja.
Cuando terminaban los arduos entrenamientos, todos se sentaban a las afueras de las habitaciones y pasaban la tarde charlando hasta que las campanadas de la cena sonaran. Muchas veces, Mariano o Daniela hacían mates y los compartían con el resto de luchadores.
La muchacha se le dificultaba el equilibrio en los entrenamientos, pero lentamente los mejoraba. También, el grupo practicaba con los postes de madera golpeándolos hasta que los puños de todos sonaban como uno y le ayudaban a Daniela acallar las expectativas de una nueva carta o reunión con Shang Tsung.
Una noche, cuando iba a reunirse con el hechicero, Daniela casi fue descubierta por uno de los monjes. Se ocultó detrás de los árboles del bosque conteniendo el aliento y rezando para que no la atraparan a altas horas. Para su alivio, los pasos del monje se alejaban y Daniela escuchó cerrarse las puertas de la academia cerrarse. Se hundió entre las profundidades del bosque chocando con ramas y pisando hojas secas.
Llegó a la colina donde siempre lo esperaba llevando una tortilla santiagueña para compartir. Se sentó en una roca con una sonrisa soñadora y admiró el cielo estrellado. El viento sopló levemente besando su rostro y sus nervios lograron calmarse.
De repente, un destello blanco familiar reveló poco a poco la figura de Shang Tsung. Daniela no supo si estaba sonriendo más de lo que podía, se abalanzó hacia él y lo abrazó con todas sus fuerzas transfiriendo todas sus emociones.
–Buenas noches, Daniela.
–Hola, Shang Tsung.
Se miraron momentáneamente, el hechicero enredó una de sus manos en su cabello acercándola y la otra, se ubicó en su cintura. La besó con pasión sorprendiéndola y aceptó con alegría el gesto. Sus brazos se cruzaron detrás del cuello de Shang Tsung e intensificó más el momemnto. Daniela no quiso separarse ni un solo milímetro de él, lo extrañó demasiado en esas semanas separados.
Los labios de Shang Tsung seguían sabiendo algo exquisito, pero desconocido para Daniela. Sin darse cuenta, la mano que estaba enredada en su cabello bajó hacia su cintura y la acercó más. El aire comenzó a faltarle y se separó, pero Shang Tsung no quiso apartarse. Se miraron por unos minutos sonriendo y olvidándose de todo lo que los rodeaba.
Se sentaron en el pasto, Daniela le ofreció un poco de la tortilla santiagueña que había hecho y empezaron a comerla de a pedacitos disfrutando la compañía del otro. El sonido de los grillos y las titilantes luces de las luciérnagas aquí y allá los acompañaron en la noche. A veces, se miraban y se tomaron las manos apreciando el tacto del otro. Daniela recostó su cabeza en el hombro cálido de Shang Tsung y observó el cielo estrellado.
–Te extrañé, Daniela.
–Yo también –la mano del hechicero acunó el rostro de la muchacha–. Me gusta hablar con vos.
–El sentimiento es mutuo.
–Contame de tu día.
–Fue ajetreado –soltó Shang Tsung en un suspiro–. Fueron más que nada huesos rotos de niños juguetones y algunas heridas del ejército imperial. Después, me refugié en mi laboratorio para mejorar mis pociones.
–¿Descubriste algo nuevo?
–No, por ahora –contestó el hechicero con una sonrisa tranquila–. Es un proceso lento, pero traerá sus frutos ¿cómo fue en el tuyo?
–Entrenamiento de equilibrio. Siento que algún día me voy a romper algo –soltó la joven mirando a la nada y el brujo rio–. De enserio, no sé cómo lograr el equilibrio. Me caigo y el pelotudo de Mariano no para de reírse como una foca con asma.
–Es una comparación bastante peculiar –dijo el hechicero–. Burda, diría yo.
–Encima, para empeorar más las cosas, cada vez que lo intento hago posiciones raras antes de caer al piso.
Shang Tsung vpolvió a reir y la rodeó con el brazo estrechándola aún más de su cuerpo. Daniela disfrutó el momento y sintió que las mariposas revoloteaban en su estómago. El hechicero acarició suavemente la piel expuesta de su brazo y una electricidad la recorrió por todo el cuerpo.
La luna fue subiendo más y más con el pasar de las horas, mientras que la pareja continuaba hablando hasta que el sueño inundó a Daniela. Se levantaron del frio pasto y se aproximaron a los límites del bosque. Daniela despidió al hechicero con un beso apasionado y le tomó las caderas sin intenciones de apartarla, pero el momento tristemente tuvo que parar.
Shang Tsung se esfumó en un resplandor blanco y Daniela se sumergió en el bosque hasta llegar a las puertas de la academia. Pasó entre los caminos de piedra repletos de hojas anaranjadas y diferentes flores coloridas hasta llegar al recinto de estudiantes iluminados por faroles chinos antiguos. Entró con cuidado a sus aposentos y se preparó para dormir.
El niño rubio caminaba por las calles mugrosas del barrio Lugano. Había llegado a lo que parecía una pequeña casa con un portón de chapa que daba a un galpón. No encontraba un lugar donde pasar la noche y sin darse cuenta sus pies lo llevaron a esa humilde casa.
El frío lo estaba haciendo temblar como una hoja. Fue uno de los inviernos más crudos que su corta vida había presenciado y no tenía intenciones de volver a su antiguo hogar para pasar la noche. Miraba hacia la ventana, que desprendía una luz anaranjada y el niño rubio se acercaba más al portón de chapa. Al costado, había una puerta desprendiendo un calor reconfortante y sin dudarlo, se sentó.
Se daba calor en los brazos sobre la gastada campera y el vaho salía de su boca divirtiéndolo e imaginando formas extrañas por momentos. Sin darse cuenta que soltaba una risotada, se tapó la boca y deseaba que el dueño de la casa no lo haya escuchado.
Unos pasos fuertes se acercaban y la puerta se abría revelando a un anciano con bigote en una bata antigua y una linterna en mano. Movía la linterna buscándolo y cuando la luz iluminaba el rostro del pequeño, su mente quedó paralizada. El anciano lo miraba con curiosidad y parecía que detrás suyo tenía algo metálico y pesado.
–Por poco creí que era una laucha, pendejo –exclamaba el anciano bajando la linterna del rostro del niño–. Casi hacés que te meta un tiro, salamin.
El apodo había hecho que el niño soltara una sonrisa, pero luego se maldecía por haber hecho eso. El anciano lo seguía observando y preguntó:
–¿Por qué no estás en tu casa, nene?
–Soy Mariano.
–Bueno, Mariano, ¿qué hacés afuera con este frío de mierda?
No se atrevía a responder ni una sola pregunta y guardaba silencio.
–Entra a mi casa, antes de que te agarre gripe –decía el anciano dándole la espalda y el pequeño se dio cuenta de que cargaba con un rifle de francotirador–. No quiero mañana hacerme cargo de un nene muerto por frío.
Mariano dudaba de si aceptar la oferta, pero la casa acogedora y maravillosamente cálida, sus pies lo llevaban con el anciano.
–Soy Mario ¿querés algo de comer?
Mariano Baldor se enfocó en el pequeño prototipo de radio que tenía frente. A veces, soltaban chispazos haciendo que maldijera de todas las formas posibles acompañado con la fuerte música que reproducía su celular. Otro chispazo surgió de entre los cables haciendo que Mariano soltara más improperios.
–¿No deberías salir un rato, Mariano? –la voz de Daniela se escuchó detrás de la espalda del muchacho–. Pobre Kung Lao, lo estás dejando electrocutado.
–En realidad, siento que quedaré sordo –espetó el granjero sosteniendo los claves–. La música de Mariano está haciendo que me piten los oídos.
–Hice tortilla santiagueña.
–Oh, que bien –dijo Mariano dejando todo lo que hacía y fue con Daniela sin antes apagar la música.
El sol estaba posicionándose para el atardecer, mientras los campeones de la Tierra se sentaron alrededor del recinto para pasar un momento de calidad. Daniela preparó los mates y los compartió con la tortilla. Mariano comió con emoción y se permitió pensar en cómo organizar la torre de radio. Los cables quizás no eran los indicados o cambiar su ubicación, también buscar más materiales para construirla.
Entre risa y risa, las campanadas de la cena llegaron y fue entre los primeros en llegar al comedor. Cuando se trataba de comida, era el más hambriento de los tres, seguido de Daniela y Adelina. Se sentó con gusto en la basta mesa y esperó ansioso la comida. Al recibir el cuenco de comida, lo devoró tan rápido como la luz y, como siempre, excepto Daniela, lo miraron sorprendidos por su velocidad en comer.
Pidió otro plato y un monje shaolin se lo concedió. Mariano devoró el contenido del cuenco tan rápido en cuanto estuvo en sus manos y soltó un eructo generando que Daniela le diera un golpe detrás de la cabeza.
–¡Puerco!
Kung Lao y Johnny imitaron la acción, el rostro de Daniela mostró más asco y los hombres soltaron risas, mientras que Kenshi y Raiden negaban con la cabeza. Poco a poco, el resto de monjes y maestros terminaron sus platos y anunciaron la hora de dormir.
Mariano y el resto se pusieron de pie y dejaron el basto salón para ir al recinto de estudiantes. Los faroles comenzaron a iluminar los caminos de piedra con verdín y hojas anaranjadas desperdigadas y los monjes marcharon a sus aposentos.
Mariano entró con alivio a su cuarto, tras la ducha que se había dado, y caminó entre las migajas de comida, metales y cables tirados de un lado al otro. Encendió varias velas y continuó construyendo la torre de radio con una música baja hasta que la cera de las velas estaba derretida y los párpados le pesaban. Dejó todo y se sumergió en el cómodo futón aceptando con gusto los brazos del sueño.
Al día siguiente, el gong sonó y Mariano maldijo mentalmente con todas sus almas el puto sonido. Detestaba levantarse temprano, más los fines de semana, pero debía admitir que pudo despertarse a un horario decente y hacía tiempo que tenía una rutina de sueño desordenada. Se levantó con quejas del futón y caminó bostezando hacia la puerta.
Escuchó el sonido de otra puerta abrirse y Daniela apareció al lado suyo con un pijama de "Attack on Titan". Tras lavarse la cara, se vistió con el uniforme anaranjado de la Academia Wu Shi y cargó con su equipo de mate hacia el gran salón. Lo preparó entre el barullo de los maestros y monjes y sorbió el agua caliente de la bombilla. Luego, compartió con el resto de sus compañeros hasta que el gong anunció el inicio de los entrenamientos.
Durante el resto de la mañana, Mariano y los demás entrenaron sus técnicas de combate y aprendían el uso de armas antiguas enloqueciendo al muchacho por las tantas posturas que había. Cuando llegó la hora del almuerzo, Mariano cayó al suelo, como tantas veces previas, y dijo:
–Dejame en el frío suelo, Daniela. Es reconfortante y cómodo.
–Vamos. Levantate.
La mano de su amiga estuvo frente a sus ojos y la aceptó. Tras terminar el almuerzo, los entrenamientos siguieron con meditación y lo más odiado por Daniela, equilibrio. Clases que para Mariano le resultaban lo más cercano a ver estupideces del celular, por las caídas de su amiga. El equilibrio era mayormente su fuerte junto a Kenshi estuvieron bastante bien posicionados en los postes más altos. Le entretuvo mirar un punto fijo y pensar en cualquier cosa que su mente le proporcionara.
El hilo de sus divagaciones se esfumó con el grito de Daniela y el sonido sorde de su cuerpo chocando con el suelo. Estaba en posición fetal sosteniendo su pierna izquierda y Raiden se acercó a verla. Mariano bajó lo más rápido que pudo del poste y le preguntó:
–¿Qué te pasó, Dani?
–¡Mi pierna, pajero! ¡La puta que lo parió! –gritó la muchacha sin soltar la extremidad–. ¡Duele mucho!
–Lo sé, Dani…
–¡NO LO SABÉS!
–Daniela, necesitamos ver tu pierna para que se lo podamos explicar a los médicos –dijo Raiden calmadamente.
La muchacha con lágrimas en los ojos, retiró con cuidado las manos de su pierna y quedaron perplejos por lo que veían. En la parte de la fractura estaba rojo y morado y el hueso sobresalía queriendo ser visto por todos. El rostro de Daniela quedó horrorizado y con la boca abierta en una gran o soltando quejidos bajos.
–En el espectáculo siempre pasa –soltó Johnny con una leve sonrisa–. Te dolerá, pero después te acostumbras.
–Vamos con los médicos –dijo Kenshi y entre todos quisieron cargarla.
–¡No me toquen! –soltó la chica temblando.
En lo que llevaban juntos habían tenido heridas desde la infancia, pero nunca el nivel de huesos rotos. Esperaron a que Daniela procesara lo ocurrido y su respiración lograra estabilizarse.
–Dale cárgame, Mariano –dijo, pero alzó el dedo índice–. Pero no me toquen la pierna… Ni se les ocurra tocarla, porque si no los mato. Lo juro.
El rubio pasó un brazo de la joven sobre su hombro y Raiden lo imitó, mientras que Kenshi, Kung Lao y Johnny quedaron detrás siguiéndoles el paso. Daniela siguió soltando pequeños quejidos y Mariano intentaba hacerla reír sin éxito. Cuando estuvieron cerca de la enfermería, gritaron para que la ayudaran. Un par de monjes acudieron velozmente cargando a Daniela y la colocaron en una camilla.
Cuando quisieron avanzar, les negaron la entrada y les informarían cuando visitarla, pero por ahora debían atenderla. Desilusionado, Mariano se fue con el resto de sus compañeros a sus entrenamientos hasta que el atardecer dio sus últimos rayos de sol para dejar pasar a la noche estrellada. Al terminar la última clase, Mariano cayó nuevamente al suelo sintiendo su frialdad como una anestesia a sus músculos cansados.
Con la ayuda de Kenshi para ponerse de pie, fue hacia la enfermería para ver el estado de Daniela, pero los doctores le negaron la entrada y le confirmarían cuando podría verla. Volvió al recinto de estudiantes a continuar con la torre de radio.
La pequeña caja cuadrada ya estaba casi lista, tenía espacios donde se podía ver los cables sueltos. Solo le faltaba una forma de poder unir los últimos enchufes para el micrófono e instalar correctamente la pequeña antena en los techos del recinto. Se perdió en la música que había puesto y entonó algunas letras de las canciones que escuchaba.
–My name is Tekkno, I am travelling space/I got a rocket on my back fueled with big bang bass –gritó Mariano fuertemente sin remordimientos–. I am Tekkno, my religion is rave/And I bring it to the outerworld, so let me hear you say…
–¡Mariano! Es hora de cenar –llamó Kenshi–. Es la tercera vez que te llamo. Baja el volumen a la música
–Nunca.
Se puso de pie y fue con el resto del grupo. Antes de que pudiera sentarse en la mesa, Raiden le dio un golpe en la cabeza haciendo que su cabellera rubio bloqueara su visión e iba maldecirlo cuando se percató del por qué de su regañada. En la gran mesa, había entrado Liu Kang y los presentes se inclinaron ante él recibiéndolo con halagos y agradecimientos.
La cena para Mariano fue basta, pero se preocupó por el estado de Daniela e incluso de Adelina. Nunca habían estado separados tanto tiempo, le resultó extraño. Mientras divagó entre plato y plato, una parte de su mente pensaba en los siguientes pasos para la torre de radio y la otra, en cómo todo había cambiado en tan poco tiempo.
Sin darse cuenta, terminó con el quinto plato que le habían dado y los presentes se inclinaron ante la deidad para luego retirarse del comedor. Mariano y los demás caminaron lentamente hacia su recinto entre los caminos apedreados e iluminados con faroles.
Al entrar a su habitación, buscó su pijama y fue a bañarse. El agua caliente le relejó los músculos y la mente del ajetreado día. Se preguntó por qué la venida de Liu Kang, seguramente para ver cómo se encontraban las cosas en la Academia Wu Shi o si Adelina había finalizado su entrenamiento en Arctika.
Volvió a su habitación y soltó un suspiro al acostarse en el futón. Una alegría lo invadió al envolverse entre sábanas y colchas y deseó no salir de la cama nunca más. Sus párpados se cerraron esperando con dicha que el sueño le trajera más comodidades.
–Cuentenos más, Viejo Mario –exclamaba Daniela en su cama–. ¿Qué pasó luego con usted y sus amigos?
–Volamos hasta llegar a tierra. Cuando me bajé, unas nauseas me dieron… Tuve que alejarme de mis compañeros para vaciar el estómago –reía el anciano–. Ese primer vuelo fue tan malo, pero me hizo sentir tan vivo que inmediatamente fui a inscribirme en las Fuerzas Aéreas.
–¿Tiene otra historia, Viejo Mario? –preguntaba Adelina.
–Para otro momento. Ahora vayan a dormir.
Apagaba las luces y Mariano podía escuchar los ronquidos de Adelina antes de que el sueño lo consumiera y lo recibía con dicha.
Un ruido despertaba Mariano, vio que la puerta estaba entreabierta y revelaba una luz en la cocina. Mariano se levantaba silenciosamente tratando de que Adelina y Daniela no despertaran, caminaba hacia la cocina frotándose los ojos y bostezando y veía a el Viejo Mario colocando la pava en la hornalla. La mesa estaba repleta de galletitas y pan a medio cortar y el anciano preparaba el mate en el silencio de la noche.
Mariano notaba las pequeñas aspiraciones calladas del anciano, también sus moqueos. Se acercaba a él y lo sigueía observando en silencio. El Viejo Mario se enfocaba en el la pava en el fuego, luego tomaba una galletita y se la comía.
–¿Qué pasa, Viejo Mario?
–Nada, Mariano. Anda a dormir, es tarde.
–¿Seguro?
El anciano asentía sentándose en la mesa y Mariano lo imitaba. El Viejo Mario se limpiaba las lágrimas y empezaba a comer galletitas con tranquilidad. El niño lo observaba un rato más y se acercaba a él.
–Pesadillas, Mariano. Son solo eso.
–¿Son horribles?
–No valen la pena contarlas.
–Pero sería bueno que las cuente a alguien –dijo Mariano–. Para que no se las guarde y le hagan mal.
–No quiero que las escuches –contrarrestó el anciano–. Son cosas que debo afrontar solo.
–Pero necesita hablarlo con alguien…
–Anda a dormir, Mariano.
El niño sabía que era por la Guerra de Malvinas. Había muchas noches previas que lo escuchaba levantarse y el anciano se quedaba despierto para evitar conciliar el sueño por los horrores que vivió. Cuando Mariano era más niño, aceptaba sin discusión lo que le ordenaba el Viejo Mario, pero con el pasar del tiempo empezó a preguntar teniendo siempre las mismas respuestas.
Se quedaba con el veterano dándole compañía hasta que el sueño le era imposible de disimular. Mariano se levantaba, abrazaba al anciano y lo estrechaba con fuerza.
–Los extraño mucho. Los perdí a todos.
–Lo sé, Viejo Mario.
Se quedaba abrazando por mucho tiempo al anciano que no podía recordar cómo lo habían llevado a la cama. Pero le alegraba poder estar ayudando, aunque sea un poco al Viejo Mario.
A la mañana siguiente, Mariano, Kenshi, Kung Lao y Johnny fueron llamados por Liu Kang. Le fue extraño para el muchacho que el dios los necesitara para algo. Un maestro los guio hasta un recinto apartado de la academia y se marchó para notificar a la deidad.
–¿Para qué nos habrá llamado Lord Liu Kang? ¿Por qué no solicitó la presencia de Raiden? –preguntó Kenshi.
–Para felicitarnos por como avanzamos los entrenamientos –respondió Johnny orgullosamente.
–Sería la visita más boluda del universo –argumentó Mariano–. Un gasto de tiempo al pedo.
–Lord Liu Kang no nos llamaría solo por eso –espetó Kung Lao–. Debe ser por algo importante.
–Quizás sí, quizás no.
El maestro que los había llevado les permitió pasar y llegaron a un área despejada repleta de árboles y columnas chinas con faroles. Le transmitió tranquilidad a Mariano y se ajustó mejor la cola de caballo.
El dios apareció observando con sus ojos blancuzcos al cuarteto. Su silencio le ocasionó una incomodidad a Mariano que le recordaba sus tiempos en el colegio.
Cuando el maestro miraba a los alumnos para ver quién respondía la pregunta del cuestionario. Momentos de tensión para el joven Mariano de ese entonces, porque había hecho la mitad de las tareas y buscaba la siguiente forma de molestar a Adelina y Daniela.
–Gracias por aceptarme un poco de su tiempo.
–No hay de que –soltó Mariano y los tres guerreros lo miraron–. ¿Qué? Es educación.
–Les encomiendo una misión en el Mundo Exterior –dijo el dios seriamente–. Les daré más detalles en cuanto se preparen. Partirán cuanto antes.
Los cuatros campeones se inclinaron en silencio y fueron a vestirse. Los pantalones holgados negros le quedaban bastante cómodos a Mariano junto con la remera manga corta blanca con la camisa negra china, pero el calzado le fue molesto. Salió a buscar sus botas militares, recogió su mochila, metralletas y el rifle antiguo que el Viejo Mario le había regalado.
Al reunirse con Kenshi, Johnny y Kung Lao, un maestro le notificó que Daniela estaba despierta y que podía visitarla antes de partir al Mundo Exterior. Mariano llegó a la enfermería con la cara roja, por su loca carrera, y vio la pierna de la muchacha elevada con la cicatriz roja y cocida. Sonrió al verlo y se acomodó mejor en la cama.
–¿Cómo anda esa pierna rota? –cuestionó Mariano con una vaga sonrisa.
–Duele como la mierda.
–Me lo imagino.
–¿Por qué tan bien vestido? –preguntó Daniela–. ¿Adónde vas?
–Al Mundo Exterior.
El rostro de Daniela mostró sorpresa y Mariano detectó algo más en sus ojos cafés… Una expectativa perdida. Desde la partida de Adelina, algunos días, mostraba nervios y miradas a la nada pensando en algo o alguien y preguntó:
–¿Qué van hacer?
–Liu Kang nos dio una misión.
–Raro.
–Nos va a dar más detalles en cuanto nos vayamos.
–¿Viniste a darme un saludo, entonces? –preguntó Daniela con una sonrisa melancólica.
–No, vine a buscar mis armas y mis botas, porque el calzado chino me mató los pies.
–Oh… –dijo la muchacha observando lo que llevada detrás de su espalda–. Estás llevando el rifle del Viejo Mario.
–Es el arma de repuesto.
–Te acordaste de él ¿verdad?
–Sí –La afirmación le salió inmediatamente y sin titubear. Mariano quiso demasiado al anciano en vida–. Me va a servir y de paso, le doy mayor uso.
–Está bien.
–Quería avisarte que agarré tus silenciadores.
Daniela le revoleó una almohada furiosa.
–¡¿Cuántas veces te dijimos con Adelina que no entres sin preguntar?! –el muchacho rio por el arrebato–. Comprate tus propios silenciadores, puta que te parió.
–Porque me olvido, por eso.
–Después, no vengas pidiendo que alguno de los muchachos y te salve de la patada en el ojete que te vamos a dar –espetó la pelirroja indignada.
–No quiero repetir el incidente.
–Entonces pregunta antes, boludo.
El silencio se hizo presente, Mariano la abrazó fuertemente riendo y la chica aceptó el gesto.
–Volvemos en un rato. Mejorate de la pierna.
–No hagan nada estúpido.
Se hicieron una última mirada de aliento y, antes de partir al portal, Mariano fue a la cocina a tomar todo lo que encontraba.
El sol estaba saliendo, algunos faroles seguían encendidos y moviéndose con el leve viento que se había levantado. Las hojas de los árboles se balancearon levemente y crujían por las pisadas de Mariano.
Kung Lao llevaba su sombrero con cuchillas y tanto Kenshi como Johnny portaban katanas. Liu Kang le entregó al ex mafioso un retrato, que pudo visibilizar Mariano. Era de un hombre de cabello largo hasta los hombros y rasgos bien definidos. Poseía una mirada misteriosa e inteligente como si analizara su entorno por más que fuera un retrato bien hecho.
–¿Qué hay que hacer con él? –preguntó Mariano.
–Debemos buscarlo en el Mundo Exterior y traerlo para interrogarlo –explicó Kenshi.
–Sí –afirmó el dios firmemente–. Si sucedió lo que temo, él es una grave amenaza para los reinos.
–¿Algo más? –cuestionó Kenshi enrollando el retrato.
–Shang Tsung es un maestro del engaño –argumentó Liu Kang con calma–. No crean ni una palabra de lo que dice.
–Ah, está bien –soltó Mariano.
–Me recuera a mi primer representante –agregó Johnny.
–Es una misión compleja. Preferiría ir con Raiden que con este –la voz de seria de Kenshi se hizo presente enfatizando en el actor.
–¡Oye! –los ojos de Johnny mostraron ira–. “Este” hará el trabajo.
–Seguro y yo soy Luffy –exclamó Mariano en una risotada.
–Esta misión requiere discreción –el tono del dios hizo que la pequeña riña se apagara–. Falto a mi palabra de enviarlos al Mundo Exterior sin que la emperatriz Sindel lo sepa. Tras el torneo, Raiden ya es una cara conocida allí. Enviarlo solo aumentará la probabilidad de que los descubran.
Liu Kang buscó de entre sus bolsillos y sacó lo que parecía una brújula bastante peculiar. Les explicó que era un talismán para llevarlos hacia el hechicero. Mariano detectó que los ojos blancos de Liu Kang reflejaban severidad y determinación.
Tras desearles una buena suerte para su búsqueda, el portal de fuego surgió y el cuarteto pasó sin titubear. El vuelco del estómago se hizo presente en Mariano y sin darse cuenta, cayó en una zona desértica. Se levantó maldiciendo por el peso de su mochila y las armas y vio que Kenshi ya estaba ubicándose en la dirección que guiaba el talismán. Johnny y Kung Lao fueron los últimos en ponerse de pie.
–Es por aquí –dijo el ex mafioso.
Mariano caminó detrás de él acomodándose la cola de caballo recibiendo el calor abrasador del sol. La caminata hizo que el rubio se cansara del silencio y cantó una melodía medieval de aventura. Cuando se hizo repetitiva, comenzó a cantar canciones de Rata Blanca y Megadeth. Algunas veces, Johnny lo acompañó en los estribillos que recordaban, para que luego Mariano siguiera por su cuenta.
Poco a poco, el sol se fue ocultando dando paso a la noche y el estómago de Mariano empezó a rugirle por el hambre junto con el de sus compañeros. Sacó unos aperitivos para calmar el apetito y el de los otros. Comió tranquilamente la manzana verde sintiendo su sabor ácido en su boca y al terminarla, la tiró lejos.
La caminata continuó en el calor de la noche y Mariano compartió linternas para iluminar el desierto. Kenshi siguió liderando al grupo y soportando la pregunta repetitiva de Johnny sobre cuánto faltaba para encontrar a Shang Tsung y Mariano tuvo que acumular muchísima fuerza de voluntad para no amordazarlo. Al poco tiempo, el actor volvió a preguntar:
–Agh ¿Ya llegamos?
–¿De nuevo? ¿Cuántos años tienes? ¿Cinco? –repreguntó Kenshi enojado.
–¿Qué puedo decir? Estas botas no se hicieron para caminar.
–Qué pedazo de pelotudo –exclamó Mariano–. ¿Por qué no te pusiste otras?
–Si ese es el máximo dolor que sientes hoy, tienes suerte –soltó Kung Lao sonriente.
–Ya tengo suerte –dijo Johnny con sorna–. Llevo a Sento a la espalda.
–Será mía, Cage –afirmó Kenshi.
–¿Tienes tres millones? Es tuya.
–Y dale con eso –soltó Mariano cansado por sus disputas por la espada.
Presenció diversos insultos y hasta peleas entre ambos por el arma. A veces, en las cenas guardaban el silencio o hacían comentarios pasivo-agresivos constantemente y Mariano estrellaba su frente sobre la mesa cada vez que las disputas surgían. Daniela los frenaba siempre y el rubio se unía en ocasiones.
–Sabes que no los tengo –continuó Kenshi con desdén.
–Seguro tus amigos yakuza los conseguirían –soltó Johnny burlonamente–. Ah, es cierto, que los abandonaste.
Cuando no estaba el actor, Kenshi se abría un poco de su pasado oscuro y Mariano escuchaba junto a los demás. A veces, todos le daban algún pequeño consejo en esas charlas y los ojos marrón claro de Kenshi reflejaban agradecimiento. Mariano supo que Johnny estaba tocando una fibra sensible y se guardó la contestación que iba hacerle. Detectó cómo Kenshi sostenía con fuerza la linterna y su postura se volvió más rígida.
–Si algo aprendí de Hollywood, es a no quemar las naves –continuó–. Nunca sabes quién te puede ayudar.
En ese instante, Kenshi se detuvo y se volteó con brusquedad. Mariano vio furia en sus ojos marrones y tenía una mueca de disgusto en el rostro.
–Los yakuza son sanguijuelas que absorben la sangre de quienes son débiles –Kenshi se aproximó abruptamente iluminando la cara del actor con ira en los ojos–. Crecí viviendo así y nunca entendí por qué, para ganar, otros debían sufrir –confesó enojado–. Me salí y necesito que mi clan lo haga. No podemos seguir participando en sus crímenes.
De repente, el talismán comenzó a hacer ruidos extraños y Kenshi retomó la atención al camino de arenas y rocas dándole la espalda a los tres. Johnny se quedó de pie en silencio viendo pasar a Kung Lao con una mirada de disgusto y detrás, Mariano.
–Te lo buscaste, aguántate –dijo el rubio enojado.
El actor soltó un suspiro exagerado y los cuatro siguieron con la tortuosa caminata nocturna. Las piernas de Mariano le pesaron como plomo y se sintió tentado de hacer la misma pregunta de Johnny, pero se abstuvo. No soportó más el paisaje vacío, las linternas iluminaban arena, rocas y huesos desperdigados.
Los cuatro llegaron a un cañón que dejaba cerca un acantilado. Mariano se sintió un poco feliz por el cambio de paisaje e incluso pensó que allí, seguramente, estaría Shang Tsung. Las rocas del cañón mostraban sus relieves y poca vegetación seca. El muchacho avanzó detrás de Kenshi con la esperanza de ser el primero en ver que el talismán cambiara de dirección. Al mismo tiempo, escucharon lo que parecía gritos y espadas, se miraron entre ellos y avanzaron con cuidado hacia el acantilado.
Al llegar, vieron casas de barro entre las rocas mostrando iluminación en las ventanas. Mariano pudo visualizar algunas escaleras improvisadas entre los techos de las casas para poder conectarlas, pero lo que más lo sorprendió fue lo que ocurría cerca de la entrada de la colonia.
Soldados estaban conteniendo a los habitantes con lanzas. Estos, soltaban gruñidos y rugidos como animales salvajes. La mayoría eran calvos, con heridas y dientes puntiagudos como alfileres. Mariano miró a sus compañeros, Johnny sacó su celular para grabar lo que ocurría abajo y preguntó:
–¿Qué dice tu precioso?
–Que Shang Tsung está entre esas… cosas –respondió Kenshi.
–Son las provincias del Norte, solo que más desérticas –soltó Mariano abruptamente.
–Ah, mis fans enloquecerán disfrazándose de ellos en la Cage-Con.
Por el celular de Johnny, Mariano, Kenshi y Kung Lao vieron que unos soldados tomaban a uno de los habitantes y lo llevaban cerca de la persona que buscaban… Shang Tsung. Tenía en sus manos una gran jeringa.
–Ese es Shang Tsung –exclamó Kung Lao.
–Entremos cuando haya terminado –dijo Johnny emocionado–. En “Puños de Acero” hicimos eso de…
–No haremos estrategias con tus películas, Cage –negó Kenshi severamente.
–Yo no quiero que Johnny me humille –dijo Mariano–. Me basta y sobra que me humillo borracho y sin estarlo.
Los soldados obligaron a que el habitante se pusiera de rodillas a espaldas del hechicero y pudo hacerle inyección. Inmediatamente, mató a los soldados y se enfrentó a Shang Tsung. Seguido de eso, el resto de la colonia comenzaba a luchar con los otros soldados.
–Pensándolo mejor, la escena está bien sin nosotros –dijo Johnny bostezando–. Dejemos que la terminen.
–Debemos salvar a Shang Tsung. Liu Kang lo necesita con vida –dijo Kenshi.
–Menos mal que tengo ambas balas –soltó Mariano alegre–. Las de goma les va a doler como la concha de la lora.
Las cuatro bajaron del acantilado deslizándose entre las piedras y corrieron hacia la colonia. El habitante desplegó sus cuchillas y, al aproximarse lo suficiente, Kenshi retuvo al habitante para alejarlo de Shang Tsung. El extraño comenzó a forcejear dándoles patadas a Kung Lao y Johnny, mientras Mariano trataba de atrapar al hechicero. Se alejó de la riña e instantáneamente, su apariencia cambió al de un miembro de la colonia para perderse entre el polvo.
–¡¿Cómo hizo eso?! –preguntó Kung Lao abriendo los ojos como platos.
–Ni la más puta idea –susurró Mariano.
Volteó la cabeza para ver cómo estaba Kenshi. El habitante se había soltado del agarre preparándose para pelear, mientras que Mariano, Kung Lao y Johnny vieron al resto de la colonia acercarse lentamente. El rubio sostuvo sus armas, pero se percató que los superaban en número y los masacrarían en un abrir y cerrar de ojos. Los rodearon un pequeño círculo que se achicaba con cada miembro de la colonia que aparecía.
Escuchó el choque de los puños y metales entre Kenshi y el habitante del Mundo Exterior. Mariano volteó la cabeza y vio al habitante caer al suelo. El ex mafioso enfundó su katana, se puso en postura firme y dijo:
–Por favor, déjame explicarte.
–Tu nos metiste en esto –dijo Johnny–. ¿Qué te parece si nos sacas?
–Que la explicación sea rápida. Lo único que te pido, Kenshi –dijo Mariano. Los gruñidos y rugidos de los habitantes se hicieron más fuertes.
–Sé cómo se ve esto, pero no trabajamos para Shang Tsung –aclaró. Mariano, Kung Lao y Johnny se voltearon hacia él y al habitante.
Mariano le sorprendió más su aspecto de cerca que visto de lejos. El habitante era calvo con algunas heridas abiertas y con formación de costras. Sus dientes mostraban filo como agujas y sus brazos exhibían algunas escamas. Las manos del habitante relucían uñas filosas y las cuchillas retraídas en los antebrazos. Sus ropas estaban sucias por el polvo y la tierra.
–Si no –dijo el habitante con agresividad–. ¿Por qué salvarlo?
–Porque Liu Kang, el protector de la Tierra, quiere interrogarlo –respondió el ex mafioso–. Cree que Shang Tsung puede ser una amenaza para nuestros reinos.
–Soy Kenshi Takahashi. Soy… –el japonés extendió su mano, pero el habitante se alejó.
–Nuestra raza no estrecha las manos.
–Perdón. No quise ofenderte.
–¿Acaso no sabes lo que somos? –preguntó el habitante.
Los cuatro negaron con la cabeza como respuesta.
–Somos víctimas de tarkat –explicó–. No te contagiamos con facilidad, pero no puedes arriesgarte a exponerte más.
Inmediatamente, Johnny se pasó las manos por el traje, Mariano sacó una botella de alcohol y se bañó las manos completamente. El penetrante olor invadió la nariz del rubio y se sintió un poco más seguro de no contagiarse.
–Te desfigura y luego te debilita –continuó–. Con el tiempo, nos convertirá en monstruos sedientos de sangre. Solo la muerte nos liberará.
–Lo lamentamos mucho –dijo Mariano y los ojos del habitante reflejaron apenas amabilidad.
–Entonces ¿no siempre fuiste así? –preguntó Kung Lao.
–Solía ser un comerciante rico, pero cuando me enfermé, me desterraron –respondió el habitante–. Ahora dirijo esta colonia. Soy Baraka.
–¿Qué pretende hacer Shang Tsung con tu médula ósea, Baraka? –preguntó Kenshi.
–No lo sé. Pero viene aquí todos los meses a extraerla –contestó Baraka.
–Libéranos y lo capturaremos –ofreció Kenshi–. Y descubriremos por qué ha estado viniendo aquí. Lo prometo.
Baraka miró a sus compañeros decisivamente y luego puso sus ojos en el cuarteto.
–Dejen que se vayan –ordenó.
–Gracias. No te decepcionaremos.
Kenshi y el resto miraron lo que quedaba del talismán. Su cristal estaba roto y su luz roja se marchó.
–Mierda –maldijo–. Nos guiaba hacia Shang Tsung. Ahora no podemos hallarlo.
–Qué cagada –dijo Mariano.
–Su laboratorio está cerca –soltó Baraka–. Te llevaré.
En ese instante, Mariano quiso morir. Amaba las caminatas, pero su amor tenía un límite. Baraka habló en su idioma natal con los miembros de la colonia y no paraban de observar con ojos curiosos al cuarteto. Mariano mantuvo su distancia de cualquier infectado teniendo el alcohol cerca.
Los ojos de Baraka observaron a los hombres y con un gesto de cabeza, lo siguieron. Las botas de combate comenzaron a generarle calor y las plantas de los pies le dolieron como nunca antes. De su mochila tomó un poco de agua y compartió con el resto de sus compañeros.
Durante su caminata, estudió a Baraka y lo que había dicho antes. Le resultó extraño que no se haya visto ningún infectado en la capital, Sun Do. Podrían haber sido contagiados y transmitirla a la Tierra sin enterarse absolutamente nada. Notó una mirada de aflicción e ira en Baraka, por más que esté demacrada por las heridas del tarkat. Mariano se compadeció del habitante del Mundo Exterior.
Las arenas siguieron alrededor con rocas desperdigadas y huesos de animales desconocidos. Para la alegría del rubio, lentamente, se desvanecieron reemplazadas por los colores verdes. Los árboles camuflaron la vista de la luna y estrellas y las plantas chocaron contra Mariano. Cuanto más se sumergían, más hojas se metieron en su boca sintiendo su sabor asqueroso. El calor del desierto cambió por la humedad del bosque haciendo que el cuerpo del muchacho sudara como si no hubiera un mañana.
–Descansemos aquí –dijo Kenshi–. Durmamos por unas horas y luego continuemos.
–Me parece lo más adecuado –dijo Baraka manteniendo distancia del grupo.
Mariano junto a Kung Lao y Johnny buscaron ramas secas y armaron una pequeña fogata. Las llamas comenzaron a dar calor y desesperó más al muchacho. Detestaba con todas sus fuerzas ese clima y nunca logró entender como a sus amigas les gustaba. Sacó de su mochila bocados matando el hambre y también el de sus amigos. Tomó otra manzana verde y su sabor ácido y reconfortante inundó su boca apagando los rugidos de su estómago. Tuvo que tener un gran autocontrol de no devorarse lo que había en la mochila.
–¿Querés algo de comer, Baraka? –preguntó Mariano–. Para que no te quedes con hambre.
–Agradezco tu amabilidad, habitante de la Tierra.
Mariano buscó entre las profundidades de su mochila y le dio carne seca. Baraka la aceptó con gusto y volvió a su sitio alejado de los demás. Mariano continuó comiendo la manzana y notó el silencio entre sus amigos, sobre todo de Johnny y Kenshi.
Decidieron turnarse la vigilancia y Kung Lao fue el primero en ofrecerse. Mariano se acomodó en un árbol y cargó una ametralladora en sus manos pegada a su pecho. Los ojos del muchacho se cerraron y su cabeza se apoyó en el duro tronco.
Despertó con los leves golpes en el hombro de Kenshi y se levantó bostezando. Continuaron la caminata con el sueño agobiándolo y la visión borrosa. Se frotó los ojos sintiendo los párpados pesados como plomo e intentó despejarse el sueño con pellizcos en los brazos.
Baraka estuvo detrás del cuarteto y a veces, Mariano le preguntaba si quería algo para comer, pero se negó en todas las ocasiones. Poco a poco, escuchó el ruido del agua y sus pisadas se hundían en el barro. Soltó un bostezo exagerado y observó el cielo que mostraba sus primeros indicios del amanecer. El color amarillo, rosa y anaranjado se hicieron presentes acompañados del sol, pero este era tapado por la densidad de los árboles.
Se detuvieron a unos metros de la salida del bosque esperando a Baraka. Un río se hallaba frente a ellos y del otro extremo una rueda hidráulica unida a una pequeña torre. La única conexión que había era un puente de madera y detrás, varias casas y algunas no terminadas.
–¿Y sabes qué esperamos? –preguntó Johnny.
–No –respondió Baraka–. Nunca estuve adentro.
–Quédate aquí –dijo Kenshi–. Entraremos.
–Gracias por la ayuda –dijo Mariano con una sonrisa.
Los cuatro fueron hacia el puente y la madera crujió con cada paso que daban. Las aguas chocaban contra los postes, pero mostraron ser lo suficientemente resistentes. A Mariano le sorprendió la poca vigilancia que había en el sitio, pero tampoco le disgustó.
Llegaron a una gran puerta de madera bloqueada y la abrieron sigilosamente con el sombrero de cuchillas de Kung Lao. Soltó una risa orgullosa y entraron. Lo primero que vieron fue escaleras espiraladas y tapices antiguos. Kenshi siguió liderando la marcha y Mariano contuvo sus ganas de soltar respiraciones fuertes con cada escalón que pisaba. Detestó las escaleras, cada vez que creía que habían llegado, otro tramo aparecía y Mariano quería llorar. Cada uno de estos tramos estaba decorado con diferentes trajes de combates, armas antiguas, muebles sofisticados, jarrones delicados, retratos de extraños y más tapices antiguos.
Milagrosamente a sus plegarias, Kenshi abrió la última puerta y escucharon la voz de un hombre. Se agacharon con cuidado y pisaron el suelo como si fuera vidrio. Alzaron la cabeza del barandal de piedra viendo lo que ocurría.
En una silla, estaba recostada la princesa Mileena, a su lado había una Umbgadi. Del otro lado, la observaban un brujo de trajes violetas y a la persona que buscaban, Shang Tsung sosteniendo una inyección. Tenía una sonrisa orgullosa en la cara y Mariano tuvo la inexplicable necesidad de sacársela a tiros.
Shang Tsung hablaba con la soldado y el brujo. Por lo poco que escucharon, parecía que querían inyectarle un suero que contenía la médula de Baraka.
–Va infectar a Mileena con el tarkat –soltó Kung Lao.
–Tiene mucha soberbia –dijo Mariano–. Y ego. Es un golpista.
–Y dos de los jefes de Sindel están con él –siguió Johnny seriamente–. No me extraña que Liu Kang se preocupe por este sujeto.
–Debemos detenerlo –afirmó Kenshi.
–¿Salvar a una doncella angustiada? Dalo por hecho –afirmó Johnny con júbilo.
–Odio a los fascistas –dijo Mariano–. Que se cague.
Los cuatro salieron de su escondite y Mariano alzó sus ametralladoras. La Umbgadi y los hechiceros se sorprendieron
–¡Aléjate de ella! –gruñó Kenshi.
–¡Maldita! –dijo Johnny.
–¡¿Perdón?! –exclamó Kung Lao indignado.
–Ya sabes, la película –explicó Johnny– con la niña y la alienígena gigante ¡Ripley!
Tanto Kenshi como Kung Lao se quedaron confundidos por los dichos del actor.
–¿No? –preguntó sorprendido–. ¿En serio?
–¡Dale, Kenshi! –soltó Mariano bajando las armas–. Me lo puedo tragar de Kung Lao, porque vive en el campo, pero de vos no. Mira que yo vivo en un país con quinientos problemas, pero sé de Alien.
–¿Habitantes de la Tierra? –preguntó el brujo de trajes violetas–. ¿Cómo nos encontraron?
–Ya vieron demasiado –afirmó la Umbgadi furiosamente.
Arremetió rápidamente hacia los cuatro y Kung Lao y Johnny la bloquearon, mientras que Mariano y Kenshi fueron hacia Shang Tsung. El ex mafioso le dio una patada giratoria ocasionando que la inyección y su contenido se perdieran.
–Necesito tiempo –dijo Shang Tsung al brujo de ropas violetas–. Consíguemelo.
–Tiempo las pelotas –contestó Mariano–. Vos no vas a hacer ni un golpe de Estado.
Mariano alzó sus ametralladoras y Shang Tsung se posicionó para la pelea. Se abalanzó contra el muchacho y disparó sin dudar, pero el hechicero esquivó las balas y en un forcejeo arduo le quitó las ametralladoras. Mariano tomó el rifle antiguo de sus espaldas e intentó atacarlo con la culata, pero Shang Tsung volvió a evitar el golpe.
Creó una llamarada de sus manos dirigiéndola a Mariano y se aproximó para darle un puñetazo. Pero en la parte superior de su puño se desplegaron tres cuchillas afiladas como garras y Mariano se alejó del rango de golpe con la camisa negra rota. Antes de que pudiera bloquearlo, le asestó un golpe directo a la cara seguido de una patada. El rubio notó el dolor en su estómago y mejilla y se reincorporó tambaleante.
Mariano arremetió con un golpe directo usando sus puños y Shang Tsung no pudo desviarlo. Ante esa desprevención, el rubio volvió a usar el rifle antiguo para golpearlo con la culata y la dura madera chocó con el rostro del hechicero. Mariano sonrió victorioso, pero Shang Tsung se incorporó y lo miró con odio. Antes de que pudiera reaccionar, lo empujó con una oleada de llamaradas y Mariano sintió el vidrio de las ventanas en su espalda.
Soltó un quejido y cayó al suelo viendo el techo borroso y escuchando un pitido en sus oídos. Su mente no había reaccionado cuando vio a Kung Lao y a Johnny llamándolo y este le tendió la mano. La cabeza le dio vueltas al ponerse de pie y agradeció en un susurro la ayuda. Quitó de su mente las incomodidades y fue con sus amigos.
–Aléjate de la mesa –gruñó Kenshi alzando su katana hacia el hechicero.
–Es la segunda vez me molestas –espetó entre dientes–. Los habitantes de la Tierra tienen costumbres malsanas.
–Ya lo oíste –dijo Johnny con un dedo acusador–. No la vas a infectar con el tarkat.
–Intento protegerla, no infectarla –argumentó Shang Tsung.
–Nos enteramos de que mientes. Disculpa nuestro escepticismo –contestó Kenshi y les dio la espalda–. Cúbranlo.
Mariano alzó sus ametralladoras, mientras que Johnny y Kung Lao se posicionaron en postura defensiva. Los ojos del hechicero irradiaron ira y lo que además creyó el rubio, secretos. La voz tranquilizadora de Kenshi se hizo presente junto a los susurros de la princesa e inmediatamente, escucharon gritos. El muchacho apretó con fuerza sus ametralladoras y Kung Lao habló:
–¡¿Qué le hiciste, brujo?!
–¡Fue tu culpa, tonto! –espetó Shang Tsung–. Déjame ayudarla antes de que sea tarde.
Los gritos angustiosos de la princesa Mileena se volvieron más fuertes transformándose en rugidos de un animal. Mariano miró sorprendido la escena, la boca de la princesa ya no era normal, sino que estaba cubierta con dientes filosos desplegando una fina lengua como de una víbora. Se soltó de sus ataduras como si fueran plástico y miró a Kenshi salvajemente.
–¿Ahora me creen, habitantes de la Tierra? –cuestionó el hechicero.
–¿Qué hacemos? –repreguntó Kenshi, la princesa acercarse más y más a él como si fuera un depredador.
–Manténganla ocupada –respondió Shang Tsung y se dio la vuelta mirando su mesa de trabajo–. Necesito tiempo para hacer más suero.
–¡Johnny! ¡Mariano! –llamó Kenshi–. ¿Me ayudan?
–Ahí vamos –respondió el rubio.
–¿Tenemos un guion? –preguntó el actor–. ¿O solo estamos improvisando?
–Hagan lo que hagan, no podemos herirla.
–¿A ella? –cuestionó el actor–. Más bien ella a nosotros.
–Nos va a matar –dijo Mariano.
La princesa saltó como un puma y rasguñó a Johnny, pero su traje impidió que sufriera heridas profundas o peor… el contagio. Luego, arremetió contra Mariano y la esquivó de puro milagro cayendo de espaldas. Escuchó unas palabras sin sentido y la espada resonando en los oídos de Mariano y se levantó rápidamente para ayudar a Johnny. En cuanto lo encontró y ayudó a levantarse, el ex mafioso logró contener a la princesa Mileena.
–¡Johnny! ¡Kung Lao! ¡Mariano! –llamó–. ¡Ayuden a sujetarla!
Johnny y Kung Lao sostuvieron ambos brazos de la princesa, mientras Mariano la retenía por la espalda. A pesar de la fuerza de los tres, el rubio creyó que la superaba de manera olímpica por todo el forcejeo y gruñidos que hacía.
–¡Es ahora o nunca, Shang Tsung! –dijo Kenshi.
–¡Agiliza el trámite, hijo de puta! –gritó Mariano.
Inmediatamente, la princesa Mileena le dio un fuerte cabezazo enviándolo hacia atrás, recuperó el equilibrio y fue a ayudar a Johnny porque la joven iba a matarlo. Antes de poder hacer algo, Kenshi la tomó por detrás alejándola. La mente de Mariano no pudo procesar lo que había ocurrido después. Solo sintió las salpicaduras de sangre y los gritos aterrorizantes de...
–¡KENSHI! –gritaron Johnny y Mariano al mismo tiempo.
La princesa le había clavado un par de cuchillas en los ojos. Rápidamente, Mariano se sacó la mochila de los hombros y buscó los primeros auxilios. Los ojos de Kenshi estaban cubiertos de sangre y mancharon la remera blanca de Mariano. Los quejidos del ex mafioso invadieron el lugar e intentó calmarlo, mientras pasaba gaza con desinfectante alrededor de los ojos. Fue un milagro que siguiera con vida.
Se enfocó tanto en su tarea, que no escuchó los gritos de la hermana de la princesa, Kitana y al verla, tenía detrás a la guardia imperial y al General Shao. Kung Lao y Johnny los miraron con firmeza y Mariano siguió tratando las heridas de Kenshi, mientras escuchaba las mentiras de Shang Tsung. Una historia trazada en base por culpar al cuarteto de querer revelar la enfermedad de la princesa Mileena y generar un escándalo para la familia imperial.
–¡Mentiroso de mierda! –gritó Mariano enojado–. ¡Es un golpista!
–¡¿Qué?! –soltó Johnny indignado y Mariano alzó la vista–. ¡Eso es totalmente falso! Princesa, nosotros…
Inmediatamente, Johnny fue golpeado por un shokkan y Kung Lao se preparó para combatirlo, pero fue noqueado. Mariano se puso de pie lo más rápido posible y se posicionó para pelear, pero un fuerte dolor invadió su nuca, soltó un grito y cayó al suelo en un sonido sordo.
Un Mariano de diecisiete años llevaba su mejor traje de egreso. Un chaleco y pantalones elegantes de color azul marino, una remera de Goku y un par de zapatillas recién compradas. El cabello rubio le llegaba a los hombros haciéndole recordar a Ozzy Osbourne. Estaba sentado cerca del escenario junto a sus compañeros.
La directora estaba dirigiendo sus últimas palabras a los alumnos y luego de que todos aplaudieran, llamaba a cada estudiante para darle el diploma. Cuando había llegado el turno de Mariano, miraba hacia los diferentes padres hasta ver al Viejo Mario con su uniforme militar y a Adelina y Daniela en vestidos de verano. Sonrió al verlos y seguía manteniendo esa sonrisa cuando se sacaba la foto.
Tras terminar el acto, fue hacia el anciano y lo abrazó con todas sus fuerzas. El fotógrafo los llamaba para la foto, los cuatro sonrieron y Mariano dijo:
–Gracias por todo, Viejo Mario.
El anciano no podía contener sus lágrimas y los abrazó como si fueran sus hijos. Salieron del colegio y fueron a comer en un restaurante cercano pidiendo toda la comida que pudieran ver en el menú. En la noche, el Viejo Mario y Mariano había hecho un asado lo suficientemente abundante para que sobrase toda la semana.
Pasado un año, el anciano se encontraba débil por la edad y en su cama, miró a Mariano, Adelina y Daniela. Su mirada reflejaba tristeza, por lo poco que el rubio aprendió del CBC en la facultad. Las muchachas habían ido a prepararle algo caliente para beber, mientras que Mariano acompañaba al Viejo Mario.
–Dejame contarte una historia, Mariano –había dicho el anciano.
–Descansa, sino te va a hacer mal –espetaba Mariano.
–No me importa –argumentaba el Viejo Mario con orgullo en su débil voz–. Es sobre mi rifle.
Mariano lo miraba expectante sintiéndose nuevamente como un niño.
–Cuando estaba en Malvinas –decía seriamente–. Me hice amigo de un chico, Victor y nos juntábamos a descansar después de la colimba. Hicimos muchas cosas alguna broma pequeña, escondernos de los altos mandos cuando bebíamos. También, me contaba de querer ver a su novia, a sus hermanas y nos hicimos la idea de viajar siendo mochileros por todo el país. Pero le tocó ir a la parte terrestre y yo me quedé en las fuerzas aéreas.
Mariano se quedó en silencio mirándolo seriamente. Pocas veces, fue serio en su vida.
–Pero entre mis luchas –continuó el anciano con tristeza–. Victor falleció en combate a pocos días de que la guerra terminara. Nadie lo ayudó –las lágrimas del anciano se hicieron presentes–. Cuando fui a ver a su familia, no quisieron el rifle y me lo dejaron a mí –Mariano sintió las lágrimas derramarse por sus mejillas–. No querían ver nada de guerra y yo lo conservé como parte de su memoria… De la buena amistad que tuvimos –el Viejo Mario tomó el rifle de guerra entre sus débiles manos–. Por eso, te lo doy. Cuidalo como una extensión de Victor y de mí. Como también cuidas como tus hermanas a Adelina y Daniela.
Mariano quiso contestarle que no podía aceptar tal objeto patrio, pero sacó el pensamiento intrusivo y sostuvo el arma con firmeza. Vio la sonrisa triste del anciano y escucharon a Adelina y Daniela cargando un matecocido con galletitas.
Mariano recuperó la conciencia sintiendo un dolor espantoso en la nuca y escuchando golpeteos de algo metálico y quejidos. Abrió con todas sus fuerzas los ojos y su nariz fue invadida por el olor a carne descompuesta, químicos y eses.
–Llevas horas con eso –dijo Kenshi con voz queda.
Recordó todo lo que había pasado antes de llegar aquí. La misión de Liu Kang, el enfrentamiento con Shang Tsung, la sangre y las heridas de Kenshi. Inmediatamente, intentó levantarse e ir hacia él.
–Si pudieras ver, sabrías por qué –espetó Baraka.
–Kenshi –dijo Mariano acercándose a él–. ¿Estás bien?
–Mis ojos me duelen.
Mariano los examinó, estaban rojos y si no se apresuraban podrían acabar infectados. Observó por los alrededores algún rastro de su mochila, pero solo vio horrores. Lo que parecía un habitante del Mundo Exterior desgarrado de pies a cabeza y, aun así, continuaba vivo gimiendo y moviendo sus extremidades deformes. Otras celdas habían infectados por el tarkat y en el pasillo abundaba en carne estirada como masa de juguetes. Tanques de laboratorio repletos de líquido de un verdoso amarillo se ubicaban aquí y allá y dentro había cuerpos flotando entre las burbujas.
–Eso no va a pasar o sí. Sigue hablando. Así me distraigo. Cuéntame sobre tu vida antes de enfermarte –dijo Kenshi dirigiéndose a Baraka.
–Me estaba yendo bien comerciando artículos por la costa de Fartakh. Mi familia estaba cómoda y feliz –Baraka soltó un suspiro desalentador–. Luego llegó el tarkat. Terminó con la vida de mi esposa y después con la de mis hijos. Pero tuvo la crueldad de perdonarme la mía, por ahora. Creo que disfruta de consumirme el cuerpo de a poco.
–¿Y tú, Mariano? –preguntó Kenshi–. ¿Qué hacías además de ser piloto?
–No voy hablar de eso. Tus ojos están mal y necesito mi puta mochila. Ahí tenía todo y no quiero comprar otra.
–Por favor, Mariano –pidió el ex mafioso–. ¿Y por qué no quieres comprar otra?
–Porque es la cuarta mochila que me compro este año.
–¡¿La cuarta?! –exclamó Kenshi sorprendido–. ¿Qué hiciste para perder las otras tres?
–Me las robaron.
–¿Cómo? –cuestionó Baraka
–La primera me quedé dormido en el colectivo y aprovecharon para manoteármela –respondió Mariano alzando el dedo índice–. Por eso, tuve que batallar para hacerme el DNI. La segunda caí en una marcha y cuando quise salir me la robaron. La tercera fue cuando me noqueé en la avioneta por hacer volteretas y dejé las puertas abiertas –soltó una risa–. Lo bueno es que guardé mi billetera y el DNI en el bolsillo.
–¿Y antes de ser piloto? –preguntó Kenshi.
–Quería ser psicólogo –respondió el rubio–. Pasé el puto CBC y apenas un año de la facultad. Me fui porque no lo aguanté. Mucha presión y desastres.
–¿Por qué?
–Primero, el CBC es una mierda –contestó Mariano–. Segundo, no me alegraba el primer año y detestaban a mis compañeros.
–¿Qué hicieron?
–Todo el puto rato entrando a mis salones de clase creyéndose el centro del mundo –siguió el rubio–. Las ganas de mandarlos a cagar eran monumentales. Además de las marchas y las votaciones, fue una pesadilla. No sé cómo Daniela pudo soportar eso y conseguir el título.
–¿Fue la única en graduarse?
–Mas o menos. Adelina pagó muchos cursos de dibujo de terciarios y le dio títulos –respondió Mariano mirando al ex mafioso–. También, hizo la carrera para ser arqueóloga e incluso haciendo investigaciones pagadas. Yo solo hice cursos rápidos de primeros auxilios.
–Son bastante unidos.
–El Viejo Mario nos crio juntos.
–Son raros ustedes tres –dijo Kenshi.
–Vivo en el mejor país del mundo –afirmó Mariano–. Es divertido vivir en Argentina.
–¿Cómo que divertido? –cuestionó Baraka.
–No nos tomamos en serio ni nuestras propias desgracias –respondió–. Ni las de los otros. Podemos ver que el país se va al carajo, pero nos vamos a reír de la estupidez que dijo un político y burlarnos hasta el cansancio. Nuestra mejor anestesia a todo son los memes.
–¿De enserio? –preguntó Kenshi.
–Sí, cuando era niño recuerdo que nos burlamos de un jugador francés –respondió Mariano–. Y después de todos los franceses. Valió la pena –la risa lo invadió–. El país puede arder y seguramente nos vamos a burlar de cómo ardemos. Nos reímos de nuestras propias provincias, pero incluso nuestras risas tienen un límite y podemos enojarnos. Aunque eso desencadena que nos burlemos de los que se enojan.
–Debe ser una locura.
–Somos un manicomio, pero eso lo hace divertido –dijo Mariano riendo.
De pronto, escuchó los quejidos de Johnny y Kung Lao y los observó.
–Agh. Qué resaca –exclamó el actor y se acercó al ex mafioso–. ¡Kenshi! ¡Maldición! ¿El dolor es muy fuerte?
–Terrible.
–Me salvaste. No lo olvidaré.
–Pero puede que te arrepientas –dijo Baraka.
–¿Qué…?
De repente, otro grito famélico se oyó por los calabozos y no le inspiró confianza a Mariano.
–¿Qué rayos? –preguntó Johnny–. ¿En qué momento pasamos a un terror de supervivencia?
–Este es el verdadero laboratorio de Shang Tsung –respondió Baraka.
–Estamos debajo del lugar de antes –agregó Kenshi–. Era una fachada falsa.
–Me recuerda una película de bajo presupuesto que vi hace mucho: “Los Fosos de Carne” –dijo Johnny–. Vaya porquería.
–Es un psiquiátrico abandonado –afirmó Mariano.
Unas puertas se abrieron y el rubio escuchó pisadas entre los gritos agónicos y quejidos de los infectados.
–¿Quién es? –preguntó Johnny.
–Nuestro carcelero –respondió Baraka.
Vio a un hombre encapuchado y con la mitad de la cara cubierta por una máscara verde. Sus ropajes eran entre ese color y negros y llevaba sandalias. Mariano pudo ver que un brazo tenía tatuajes y llegaban hacia un lado de su rostro cubierto. De una mesa repleta de sangre, tomó un pedazo de carne y se la tiró a unos infectados que la comieron en un santiamén. El extraño se dio la vuelta y caminó lentamente hacia la celda del grupo y preguntó:
–¿Cómo está?
–Le arrancaron los ojos –dijo Johnny con desdén–. Adivina.
El carcelero se mantuvo callado y extendió la mano hacia una mesa que tenía al lado. Sostuvo un recipiente, se lo dio a Johnny y dijo:
–Eso aliviará el dolor.
–Es una vileza ser parte de esto –argumentó Baraka.
–Eres prisionero de Shang Tsung… –explicó el carcelero– y yo soy su esclavo. Tiene a mi familia. Los matará si no le obedezco.
Johnny sacó una venda roja de su cinturón y velozmente le pasó el ungüento, se lo ató a Kenshi y soltó un suspiro de alivio. Mariano luego revisaría las heridas al pasar unos minutos, por ahora solo quedaría esperar e ingeniar una estrategia para escapar de los laboratorios.
–¿Por qué te eligió? –preguntó Baraka al carcelero.
–Para descubrir cómo cambio de forma.
–¿Qué carajo? –soltó Mariano.
–¿Lo aprendió de ti? –preguntó Kung Lao–. Lo vimos hacerlo. Fue irreal.
–¿Cómo funciona? –cuestionó Johnny–. ¿Adoptas la forma que quieres sin más?
–Solo puedo cambiar entre esta forma y mi estado natural.
Inmediatamente, el carcelero dejó su aspecto humano y pasó al de un reptil. Parecía una lagartija humana repleta de escamas y uñas como garras. Mostró de su boca dientes como agujas filosas y Johnny soltó una exclamación.
–Eres de Zaterra –afirmó Baraka–. ¿Tu raza puede cambiar de forma?
–Nadie puede, excepto yo.
En ese instante, un resplandor blancuzco con arenas tomó la forma de Shang Tsung e inmediatamente el carcelero recobró su forma humana. Sus ojos fueron invadidos por el pánico y el miedo. El hechicero mostró una sonrisa maliciosa y orgullosa y Mariano le invadió nuevamente la necesidad de sacársela a golpes.
–¿Están listos? –preguntó maliciosamente–. Llegó la hora.
–¿Para qué, brujo? –cuestionó Baraka.
–Experimentos de replicación –respondió Shang Tsung orgullosamente ocultando una mano detrás de su espalda–. Comenzaremos por la vivisección. Usaré las partes que extraiga de tu cuerpo para nuevas creaciones. El proceso es letal, claro.
–Seguí participando –dijo Mariano entre risas falsas.
–Liu Kang no te dejará salirte con la tuya –soltó Johnny con furia y Shang Tsung rio maliciosamente.
–Solo si llega a enterarse de lo que ocurrió –dijo el brujo orgullosamente–. Una vez que termine, no quedarán rastros de ustedes. Volveré pronto a ver los avances. Ahora debo ocuparme de otros asuntos.
En ese instante, Shang Tsung desapareció con una sonrisa maliciosa y misteriosa. El carcelero se dio la vuelta y Baraka intentó razonar en vano con el carcelero. El carcelero caminó hacia una celda repleta de infectados, pero no parecían enfermos sino copias deformes y macabras.
Tiró cadenas oxidadas y las rejas de metal subieron chirriando lentamente. Los rugidos y gruñidos de los clones se hicieron más fuertes y las celdas se abrieron. Se acercaban velozmente hacia ellos y el grupo se posicionó para pelear. Baraka desplegó sus cuchillas y Johhny fue el primero en atacar usando los barrotes como columpios. Se balanceó y cayó frente a un infectado dándole un puñetazo a la cara.
Mariano se quedó cerca de Kenshi repeliendo con patadas a los clones. Entre el alboroto, encontró un fierro y golpeó a cada atacante que se aproximaba, pero alguien lo tomó por la espalda y forcejeó.
–¡Soltame, forro! –gritó Mariano furiosamente.
Vio que Kenshi cayó en la misma situación y peleaba por soltarse de los clones. Fueron tirados como perros a jaulas oxidadas y sangre seca y Mariano golpeó con todas sus fuerzas. Vio a Kung Lao y Baraka luchando contra los clones y rápidamente el granjero tomó de una mesa su sombrero decapitando a los enemigos que aparecían.
Entre los golpes hacia la jaula, Mariano se percató que Johnny acabó en la misma situación y que a la vez las jaulas comenzaron a soltar chispas y electricidad. Desesperado, Mariano siguió golpeando los barrotes y se detuvo inmediatamente al notar pasos más pesados.
Una celda se abrió revelando un clon obeso superando el tamaño de todos, cuchillas más gigantes a las de Baraka, cara deforme y repleta de heridas. Mariano siguió forcejeando con la jaula, mientras escuchaba el choque de los filos una y otra vez, al mismo tiempo, de los puños de Kung Lao y su sombrero. Baraka terminó de pelear con el clon y corrió hacia las jaulas donde estaban encerrados. Con una fuerza titánica, quebró los barrotes de los tres y cuando liberó a Kenshi, Johnny y Kung Lao lo sostuvieron antes de que cayera al suelo. Mariano estuvo adelante para buscar una salida, pero el carcelero dijo:
–¡Estoy acabado! ¡Shang Tsung torturará a mi familia para castigarme! ¡Pagarás por su sufrimiento!
Todos se voltearon, Baraka y Kung Lao se encargaron de él, mientras Johnny y Mariano cuidaban de Kenshi. El rubio con cuidado elevó la venda y se dio cuenta que el ungüento se había acabado. Necesitaba con urgencia los primeros auxilios.
Baraka y Kung Lao siguieron combatiendo con el carcelero transformado en su aspecto reptil. El sombrero del granjero y las cuchillas del enfermo lograron hacer un gran ataque hacia el enemigo y este solo retrocedía más y más. Escupió ácido en varias ocasiones, pero el dúo logró esquivarlo y contraatacaron más fuerte hasta que el carcelero cayó al suelo.
–Nos marchamos –afirmó Baraka.
Mariano pudo ver el terror en los ojos verdes del carcelero y se quitó la máscara revelando completamente su rostro exhibiendo el resto de su tatuaje.
–Entonces, mátame –dijo desesperado–. Si muero, tal vez deje en paz a mi familia.
–No –negó Baraka firmemente sorprendiendo a Mariano–. No te mataré.
–Es misericordia, no homicidio. Aunque, por lo que hice, no la merezco.
–Protegías a tu familia –contrarrestó Baraka–. Yo habría hecho lo mismo.
Los ojos del carcelero se suavizaron y se puso de pie. De pronto, el resplandor blancuzco reveló a Shang Tsung y el rostro del carcelero fueron invadidos nuevamente por el terror. El hechicero observó consumido por la ira sus creaciones derrotadas y mutiladas.
–¿Qué pasó aquí? –cuestionó.
Mariano alarmado buscó sus armas y mochila y los encontró en una mesa junto a la katana, Sento. Tanto él como Johnny tomaron sus pertenencias, les sacó el seguro y las sostuvo sosteniéndolas firmemente.
–Syzoth, ¡idiota! –exclamó Shang Tsung señalando con el índice–. ¡Permitiste que arruinaran todo!
–Nos vamos, brujo –dijo Baraka.
–Y te llevaremos con nosotros –continuó Johnny–. Liu Kang quisiera hablar contigo.
–No me pueden atrapar tan fácilmente –gruñó Shang Tsung.
Soltó un conjuro soltando un vapor verde y Mariano instintivamente disparó, pero las balas solo atravesaron los ladrillos sucios.
–Sí, esto me da mala espina –soltó Johnny.
–No veo un carajo –espetó Mariano–. Fallé.
–Me despido de todos ustedes –dijo Shang Tsung sonriendo con orgullo–. Alégrate, Syzoth. Voy a reunirte con tu familia.
–¿Están muertos? –recriminó colérico–. ¿Los mataste?
–Hace varias lunas. Odio los cabos sueltos.
Mariano volvió a disparar a lo que parecía la silueta de Shang Tsung entre el humo verde y Syzoth se abalanzó contra él. Pero desapareció entre las arenas y el resplandor blanco. El rubio tosió sintiendo su garganta apretada y la desesperación por el aire lo invadió. El maldito lanzó veneno.
–Tenemos que salir de aquí –dijo Johnny.
Syzoth corrió hacia la puerta y la golpeó varias veces. Las respiraciones pesadas y las toses se volvieron más frecuentes. El cerebro de Mariano dio vueltas, los mareos se volvieron náuseas y su garganta se apretaba cada vez más y más. Los puños de Syzoth no pudieron contra la fuerte puerta de madera. Mariano intentó apuntar, pero las ametralladoras, el rifle del Viejo Mario y la mochila le parecieron plomo y concreto.
–¿Qué sucede? –preguntó Kenshi.
–La puerta se debe de haber cerrado cuando se liberó el gas –respondió Syzoth.
–Hazte un lado –dijo Baraka guardando sus cuchillas.
Mariano, con la vista borrosa, vio como el infectado golpeaba la puerta un golpe, dos y tres hasta romperse como si fuera cristal. El veneno fue disipándose y el rubio sintió cómo sus pulmones recibían oxígeno limpio. Avanzó junto a los demás, con Baraka a la delantera y detrás de él Syzoth.
–Síganme –dijo el zaterrano–. Por aquí.
Mariano estuvo cerca Johnny y Kung Lao, que sostenían a Kenshi. El rubio cargó con mejor fuerza las armas y caminó unos pasos delante de ellos.
–Déjenme –dijo Kenshi entre jadeos–. Solos los retrasaré.
–Ni en pedo te dejamos –argumentó Mariano seriamente, pero notó su voz atrofiada–. Todos vinimos, todos nos vamos.
–¿Qué? –exclamó Johnny incrédulo–. Si Shang Tsung te encuentra, te mata.
–¡Mírame, Cage! Sólo estorbo. No arriesguen sus vidas por la mía.
–Oye. No te vas a rendir –dijo el actor–. Los Taira te necesitan ¿recuerdas? Volveremos a casa y veremos cómo ayudarte ¿Entendido?
Syzoth los guio entre pasillos de ladrillo repletos de suciedad, cadenas colgantes y celdas sin prisioneros con los barrotes hechos añicos y torcidos. El olor a carne podrida y eses continuó agobiando su nariz y deseó que el laberintico camino llegara a su fin. Los faroles destrozados iluminaron apenas y Mariano se preparó para cualquier ataque sorpresa de entre los calabozos o pasillos con menos luminosidad.
Poco a poco, el aire se convirtió en puro dejando la podredumbre y Mariano vio la luz del sol al final de los bastos pasillos. La salida del laboratorio de Shang Tsung quedó apartada del pueblo. El pasto le llegó hasta las rodillas y una dicha indescriptible lo invadió al sentir el calor en el cuerpo. Pasaron por una bajada chocando contra las ramas de algunos arbustos verdes. Los árboles pequeños se volvieron gigantes con troncos del grosor del cuerpo de Mariano y las ramas empezaron a medir metros teniendo miles de hojas.
–Si nos demoramos, nos capturarán –dijo Syzoth.
–Necesitamos ayuda para llevar a Kenshi al portal en Sun Do –afirmó Kung Lao.
–Tengo los primeros auxilios, pero no sé si pueden durar mucho –informó Mariano–. Necesita un mejor tratamiento.
–Solo puedo llevarlos hasta la puerta de la ciudad –afirmó Baraka–. Los tarkatanos tenemos prohibido entrar.
–Los acompañaré el resto del camino –ofreció Syzoth–. Es lo menos que puedo hacer para compensarlos.
Los árboles cubrieron toda la vista del grupo, rocas se desperdigaron aquí y allá invadidas por el musgo y un arroyo recorría una parte del paisaje. Las flores de colores irreales decoraron la tierra desplegando aromas desconocidos para Mariano, recordándole los aromatizantes y perfumes para las casas. El sol se posicionó en su más alto punto generando un calor desquiciante, pero gracias a las vastas hojas y ramas, la sombra hizo que no fuera un infierno.
En un momento, Mariano pidió detener la caminata y atendió las heridas de Kenshi. Con cuidado, le subió la venda roja y sacó las pocas gasas que tenía. Los ojos de Kenshi seguían rojos y Mariano les pasó delicadamente las gasas repletas de desinfectante. El ex mafioso hizo una mueca de disgusto por el ardor, pero no emitió ni un sonido. Johnny se quedó cerca de ellos y ayudó en todo lo que podía a Mariano. Una vez terminado su corto tratamiento, continuaron caminando por el gran bosque.
Lentamente los troncos de los árboles cambiaron drásticamente a rostros emitiendo llamas verdes claras. A veces movían sus bocas en palabras silenciosas y en otras ocasiones se escucharon el sonido de aves y animales del alrededor correteando por los árboles.
–Vaya, esto me recuerda a Planeta malvado –soltó Johnny–. Había un bosque en el segundo acto…
–¿La batalla de la mantícora? –preguntó Kenshi.
–¡Sí! –respondió Johnny emocionado–. Fue muy difícil de filmar, pero el resultado fue épico.
–Me imagino con detalles.
–Ni vi esa película –dijo Mariano mirando el alrededor–. Lo que sí vi con las chicas fue puro terror y anime.
–¿De enserio? –preguntó Johnny–. ¿Cuáles?
–La saga de Alien es una –respondió Mariano sonriente–. Algunas de Jason, Freddy e Evil Dead, pero lo que más asustaba a Daniela eran las de metraje encontrado.
–¿Cuál es ese género? –preguntó Kenshi.
–Son las que se hacen con cámara en mano y con bajo costo –respondió Johnny.
–Sip, La bruja de Blair es una y Gonjiam –dijo Mariano entre risas–. Daniela estuvo gritando como una niña chillona. Juro que ese día pensé que me quedé sordo.
–¿Qué otras películas vieron? –preguntó el actor–. ¿Las mías debieron cautivarles?
–Las miraba para hacer la siesta –respondió Mariano–. Prefiero mirar One Piece o Jojo. Incluso Daniela me apoyó en mirar un anime que tus películas y Adelina quería ver una película clásica.
–Eso duele, Mariano –dijo el actor en tono dramático.
–Mejor las verdades crueles que las mentiras –dijo el rubio sonriente.
–Esto es el Bosque Viviente –afirmó el enfermo.
–¿Hay algún bosque que no esté vivo, Baraka? –preguntó Kung Lao.
–Ningún otro tiene árboles que albergan las almas de los muertos.
–Espera un segundito –pidió Johnny confundido–. ¿Hablas de fantasmas?
–Buenos, no malignos –calmó Baraka–. Una deidad lo creó, tiempo atrás haciendo un trato con el emperador Jerrod y la emperatriz Sindel.
Mariano recordó lo que le había dicho Adelina después de entrevistar a la emperatriz. La diosa era Hela y lo que memorizaba era que tenía una guardia personal.
–¿Ustedes conocen a alguien aquí? –preguntó el actor.
–Algunos parientes lejanos –respondió Baraka.
–No encontrarás zaterranos –espetó Syzoth.
–¿Por qué no? –preguntó Kenshi.
–A los de sangre caliente no les agradamos –contestó Syzoth con severidad–. Así que mantenemos la distancia y vivimos bajo tierra en la provincia de Zikandur.
–Entonces ¿cómo conociste a Shang Tsung? –preguntó Kung Lao.
–Mi capacidad de adoptar una forma humana hizo que mi gente me viera como un bicho raro –contestó Syzoth–. Me intimidaban y escapé. Hambriento y sin dinero, me uní a una feria ambulante. Resultó que había muchas personas dispuestas a pagar bien por ver mi “don”. En aquel entonces, Shang Tsung era un vendedor ambulante. Nuestros caminos se cruzaron y vio mis habilidades. Cuando empezó a aprender brujería de verdad, quiso estudiarme. Y como me negué, capturó a mi familia.
–Vaya –soltó Johnny–. Una oferta que no se puede rechazar.
–Es peligroso… –advirtió Syzoth– y tiene planes. El General Shao, Rain y él están conspirando.
–¿Para hacer qué? –preguntó Kenshi.
–No lo sé con certeza, pues apenas oí fragmentos –respondió Syzoth.
–Es posible que quiera hacer un golpe de Estado –pensó Mariano en voz alta–. Si no ¿por qué aferrarse a la familia real con mentiras?
De repente, se escucharon rugidos salvajes y todos se detuvieron. Baraka desplegó sus cuchillas y Syzoth se transformó en su estado natural. Los rugidos siguieron oyéndose por el bosque y los habitantes del Mundo Exterior salieron a la carrera a una velocidad imposible para el cuarteto. Los rugidos continuaron e inmediatamente se detuvieron.
Mariano y Kung Lao estuvieron delante y preparados para cualquier ataque sorpresa, mientras que Johnny se quedó con Kenshi caminando velozmente. Cada poco tiempo, Mariano volteaba la cabeza para ver cómo estaban y Johnny alzaba el pulgar positivamente.
Caminaron lo más rápido que podían y con cada paso escucharon los rugidos de Syzoth, las filosas cuchillas de Baraka y una voz femenina. Las ramas chocaron contra ellos y Mariano preparó los cartuchos de las armas. Al llegar, la batalla de los habitantes del Mundo Exterior y encontraron a una mujer muy peculiar.
Sus ojos eran negros como la tinta igual a su cabello atado en una cola de caballo. Sus prendas eran blancas, la parte superior tenían mangas cortas estilo capa y parte del contorno parecían alas de ángel. En sus manos portaba una espada filosa y alrededor de sus ojos tenía tatuajes de líneas diagonales.
Mariano miró impactado los cuerpos de los alrededores. Eran monstruos con orejas puntiagudas y colmillos gigantescos. Sus rostros no parecían del todo humanos, pero tampoco eran infectados por el tarkat. Mariano y el resto pasaron al costado de una cabeza decapitada hasta estar cerca de Baraka y Syzoth.
–¿Qué es eso? –preguntó Kenshi mirando alrededor y olfateando.
–Mejor viví en la ignorancia –dijo Mariano.
–Solo sigue nadando –respondió Johnny–. Y… ¿quién es nuestra femme fatale?
–Soy Ashrah, demonio del Infierno.
–¿Demonio? –preguntó Johnny–. Te ves humana, o casi ¿Y qué es el Infierno?
–Los monjes lo explicaron –respondió Kenshi–. ¿Te dormiste en todas las clases?
Johnny hizo una mueca de enojo y contestó:
–Parece que sí en esa.
–El Infierno es la encarnación del tormento –informó Kung Lao.
–No me digas –dijo Johnny sarcásticamente.
–Parezco casi humana porque purgué la mayor parte de la maldad de mi alma –explicó Ashrah–. Cuando termine, habrán desaparecido los últimos vestigios de mi forma demoniaca.
–¿Por qué te perseguían esos demonios? –preguntó Kung Lao.
–Los envió Quan Chi, mi ex maestro –respondió –. Yo era parte de la Hermandad de la Sombra. Su intención era y es dominar los reinos. Me aparté de él cuando me di cuenta de que no podía ayudarlo a corromperlos.
–Y ahora quiere matarme –finalizó Syzoth.
–Exacto –afirmó–. Seguí a Quan Chi desde el Infierno hasta aquí. Está construyendo dispositivos que roban almas a gran escala. Primero los esta está probando con los muertos que residen en el bosque.
–¿Por qué robar almas, Ashrah? –preguntó Baraka.
–Quiere usar su poder ¿Para qué? No lo sé –respondió–. Pero sí sé que su intención es contribuir a los planes de otro brujo, Shang Tsung.
–¿Se conocen? –cuestionó Mariano boquiabierto–. ¿Cómo?
–Maldita sea –maldijo Johnny–. Está en todos lados.
–¿Seguro que Quan Chi está aquí? –preguntó Kenshi.
–Mi kris lo percibe. Está cerca.
–No, no –dijo Johnny firmemente a el ex mafioso–. Irás a casa.
–Tenemos trabajo que hacer –espetó Kenshi–. Quan Chi nos puede llevar hasta Shang Tsung.
–Liu Kang tiene razón –dijo Baraka–. Shang Tsung es un peligro al que debemos enfrentar. Les ayudaré.
–Yo igual –se unió Syzoth.
–Los votos a favor mandan –dijo Johnny en un suspiro–. Moción aprobada. Ashrah, guíanos.
La demonio alzó su kris y guio el camino entre la abundante vegetación. Siguieron caminando por unos minutos y todos estaban al pendiente. En un momento, la espada comenzó a reaccionar en la hoja en un destello blancuzco.
–Quan Chi se aproxima –dijo Ashrah–. Las emanaciones de su maldad se intensifican.
–Esa es un arma poderosa –comentó Baraka.
–Y eso me sirve mucho –agregó–. A medida que destruyo el mal que encuentra, me purifico cada vez más.
–He ido a terapia y estoy a favor de la autoayuda –dijo Johnny–. Pero ¿desde cuándo un demonio quiere tener menos maldad?
–Pasé una eternidad condenada en el Infierno –respondió Ashrah–. Había asumido que no existía ninguna otra cosa. Pero luego conocí la Tierra y el Mundo Exterior. Vi que había una mejor manera de vivir. Pero, para tener algo así, debía limpiar mi alma. Mis hermanas demonios se enfurecieron cuando cambié de parecer. Kia y Jataaka fueron las primeras en perseguirme.
–¿Quan Chi también es un demonio? –preguntó Syzoth.
–En realidad, es el del Mundo Exterior –contestó Ashrah–. Pero dominó la magia negra necesaria para viajar sin restricciones hasta mi reino.
–¿Alguna idea sobre cómo se alió con Shang Tsung? –cuestionó Johnny mirando con asco al zaterrano tras comerse un insecto.
–Comparten una benefactora –respondió Ashrah–. Ella sacó a ambos seres de la oscuridad y les enseño lo que saben. No la conozco, pero no hay duda de que es una hechicera incomparable. Quizás más poderosa que la gobernante que hubo en el Infierno.
La curiosidad de Mariano despertó recordando la investigación de Adelina con la interacción que acaban de tener. Quizás podría ayudarle sacando un poco de información para ella. Si salían del Mundo Exterior podría escribírselo en las cartas.
–¿Cómo que una gobernante? –preguntó Mariano.
–Fue una diosa que estableció un orden.
–¿Qué le pasó?
–Una revuelta fue lo que la hizo caer –contestó Ashrah–. A pesar de eso, muy pocos demonios le siguen siendo leales y esperan su regreso. También, muchas almas de guerreros caídos aguardan su retorno.
–¿No murió? –preguntó Kenshi.
–Algunos demonios dicen que sí –contestó Ashrah mirando la vegetación–. Otros rumorean que quedó en un sueño sin fin. Su poder fue bastante imponente y logró ser una líder bastante temida y respetada.
–Debió ser una diosa con mucho carácter –agregó Kung Lao.
En ese instante, la kris de Ashrah volvió a emitir sonidos y su luz más brillante y dijo:
–Quan Chi está cerca.
Llegaron a un conjunto de arbustos y árboles lo suficientemente bastos para ocultarlos a todos. Mariano visualizó a cinco personas frente a una gran maquinaria extraña y terrorífica. Tenía rostros esqueléticos y un par de columnas espiraladas del color cobre hacia el cielo emitiendo un resplandor verde.
Cada uno del grupo era más peculiar que el anterior. Una chica pelirroja con alas como gárgolas llevaba en sus manos una especie de rubí al igual que un hombre con vendajes en los brazos y heridas por todo el pecho. El brujo las colocó en un orificio como si fuera una boda con colmillos y empezó a conjurar en un idioma extraño.
–Vaya, la trama se complicó –soltó Johnny.
–¿Qué mierda es eso? –preguntó Mariano sorprendido.
–La tierra corre grave peligro –dijo Ashrah–. Un solo ladrón de almas basta para matar a cientos de miles. Si despliega muchos…
���Morirán millones –terminó Baraka con firmeza.
Ashrah alzó su espada. Sus ojos negros como la brea destilaron furia y dijo:
–Yo me encargaré de Quan Chi. Ustedes cuatro, contengan a los demás.
Todos avanzaron, pero Mariano se percató que Johnny y Kenshi se quedaron atrás por unos minutos. Mariano volteó la cabeza y vio que ambos intercambiaban las katanas. Junto a los demás, salieron a la carga de los secuaces de Quan Chi alertando a la pelirroja con alas. El brujo detuvo su encantamiento y dijo:
–Una vez más, evitaste que te capturaran, Ashrah. Y parece que tienes aliados.
–Te enfrentaremos en grupo, brujo –espetó–. ¡No robarás ni un alma!
Se prepararon para arremeter y la chica con alas de gárgolas se abalanzó hacia Ashrah. Mientras, Mariano junto a Johnny se enfrentaron a un hombre de color calvo de vestimenta negra y naranja. El hombre le dio una patada en la cara al actor y el rubio quiso golpearlo con las ametralladoras, pero lo esquivó y le respondió con un puñetazo.
Johnny volvió a contraatacar con un combo de golpes que fueron casi todos bloqueados, Mariano se reincorporó con una patada en las costillas al hombre calvo. Se desestabilizó, el rubio aprovechó para intentar darle un golpe con la culata del rifle viejo y luego, Johnny le dio un puñetazo a la cara. El hombre calvo se reincorporó, atacó a Mariano con una patada voladora y un golpe directo al pecho. Su espalda chocó contra los árboles y se levantó rápidamente con mareos y la vista borrosa.
Golpeó al hombre calvo con la culata del rifle y luego, Johnny le asestó un combo de golpes que no pudo esquivar. El contrincante quedó tambaleante, ambos aprovecharon y le dieron una patada haciendo que cayera entre uno de los arbustos.
En ese instante, Quan Chi terminó su encantamiento y el resplandor verde se desplegó con ferocidad a los cielos…pero, desencadenó algo mucho peor. El grito de una mujer se escuchó por todo el bosque seguido de aullidos y chillidos de lobos. Mariano se tapó los oídos tratando de bloquearlos, aunque sus manos fueron inútiles. Como si la mujer quisiera que todos sufrieran como ella lo está haciendo. Creyó que perdería la conciencia y luego comenzó a escuchar en su mente palabras de la voz femenina.
” ¡Ladrones! ¡Ladrón! ¡Los maldigo! ¡Mi creación! ¡Ladrón!”
El bosque perdió su vida. Los troncos con rostros humanos mostraron su dolor y el destello de sus ojos se esfumaban. Las almas de un color verde oscuro se dirigían hacia el ladrón de almas girando a su alrededor y perderse dentro de su resplandor macabro. Los árboles perdieron sus hojas y el pasto se volvió seco y quebradizo. Poco a poco, sus oídos comenzaron a soportar los gritos femeninos y los aullidos.
–Dios mío. Es un…  –dijo Johnny mirando al cielo–. Tornado de almas.
–Megadeth… –agregó Mariano imitando su acción.
Los rostros de los troncos se transformaron lentamente en cráneos y Quan Chi volvió a conjurar un hechizo sobre el ladrón de almas. Del resplandor verde de la maquinaria surgió una figura casi humana. Estaba encapuchado, su piel grisácea mostraba sus venas y sus ojos eran completamente verdes haciendo que su mirada fuera amenazante. Pareció que la presencia de este ente fue mucho peor, porque los gritos se volvieron más fuertes e imposibles de contener y una vez más comenzó a hablar en la mente de Mariano:
” ¡Mi balance! ¡Ladrón!”
–¿Qué tipo de magia oscura es esa? –preguntó Ashrah en vos alta.
–Somos Ermac. Un conjunto de almas unidas por la magia de Quan Chi. Vivimos para obedecer sus órdenes.
–Mátalos –ordenó el brujo señalando con el dedo.
Ermac salió del tornado de almas y disparó un halo verde hacia los compañeros de Mariano. Pero no pareció mostrar un ápice de dolor y lo alejó con su magia oscura. Mariano sintió el dolor al chocar contra un árbol y su vista se volvió borrosa.
Recobró la conciencia escuchando gritos de batalla. El rubio se levantó a trompicones y pudo ver a Kenshi atacando a Ermac, pero lo lanzó atrás con su magia. Mariano intentó ayudarlo, mientras recargaba sus ametralladoras escondido en un tronco tirado y Ermac le disparó con su halo verde. Una vez recargado, vació todos sus cargadores en la creación de Quan Chi, pero lo lanzó por los aires.
Mariano se levantó y Kenshi atacó usando su katana contra Ermac. Intentó darle estocadas y esquivó con agilidad cada ataque como si pudiera ver al enemigo. En un momento, Kenshi logró encestarle su katana y Ermac gritó. Sus ojos y boca emitieron un aura celeste y Ermac expulsó al ex mafioso, pero se sostuvo con su espada evitando un impacto. Los gritos de la mujer se debilitaron, pero su agonía todavía no.
Mariano quedó boquiabierto cuando vio a la katana de Kenshi moverse sola. Evadió cada ataque de Ermac de la forma más natural posible y al terminar, retornó a la mano de su portador. Se unió a Ashrah a pelear contra Ermac, Mariano tomó el rifle y corrió a ayudarlos. Si no pudo usar las balas, usaría la culata y los puños.
–La pelea no terminó –dijo Ashrah–. Derrotaré a todos los secuaces de Quan Chi.
–Nosotros somos muchos –dijo Ermac con fiereza–. Tú eres una. Te destruiremos.
Ashrah y Kenshi atacaron con estocadas, pero esquivó los esquivó y Mariano aprovechó para darle un golpe con la culata del rifle. Al mismo tiempo, el demonio usó su espada para emitir un halo blanco haciendo que Ermac retrocediera y Kenshi le propició una patada directo al rostro. Mariano quiso darle un puñetazo, pero Ermac usó su poder generando una presión indescriptible y lo alejó. Luego, lo hizo levitar por los aires y lo tiró más lejos haciendo que Mariano soltara un quejido.
Al levantarse, vio a Ashrah moverse tan rápido como la luz haciendo un corte limpio al pecho de Ermac y como contraataque generó la hizo levitar. Al mismo tiempo, Mariano corrió lo más rápido que pudo e hizo una patada voladora. El enemigo volvió arremeter, pero la katana de Kenshi se movió en el aire cortando cada intento de ataque. Ashrah aprovechó para darle un golpe final con una estocada con un resplandor blanco y Ermac cayó al suelo.
–La resistencia nunca es inútil –proclamó victoriosa.
–Nosotros somos muchos. Tú eres una. Te destruiremos –repitió Ermac como una radio vieja y se arrastró por el suelo.
–¿Qué le sucede? –preguntó Kenshi.
–El combate debe haber debilitado la magia que mantiene sus almas unidas.
–¡Sindel! –exclamó Ermac–. ¡Te encontraré!
El aura celeste volvió a salir de su boca y ojos y cayó al suelo. Se miraron confundidos y Kenshi preguntó:
–¿Qué fue eso?
–Vigílenlo –ordenó Ashrah–. Yo apagaré el ladrón de almas.
Mientras ambos se encargaban de Quan Chi, Ashrah con la espada en mano, intentó sacar la gema carmesí de la maquinaria, pero al hacerlo fue expulsada por una explosión. Las almas salieron del resplandor verde perdiéndose en el cielo… excepto una. Voló hasta Quan Chi tirado en el suelo y lo tomó por la cara. El brujo intentó evitar el fuerte agarre, fue en vano y Mariano pudo escuchar al alma decir:
–Nuestra diosa y señora sufre por tu culpa. Te haré sentir su dolor.
La piel aceitunada de Quan Chi pasó a ser blanca como la nieve en cuestión de segundos. Sus gritos se escucharon por todo el bosque, volvió a desmayarse con un ruido sordo y el alma se evaporó. En ese instante, Mariano se percató de que los gritos de la mujer y aullidos de lobos pararon. Sus oídos pitaron fuertemente y no pudo percatarse de que Ashrah caminaba desenvainando su espada.
–Ya que eso no te mató, yo lo haré –dijo alzando su kris.
–¡Para! –gritó Mariano–. No hay que matarlo.
–¡No, Ashrah! –exclamó Kenshi.
–Es muy peligroso para dejarlo vivir.
–Liu Kang debe interrogarlo. Él conoce los planes de Shang Tsung –explicó el ex mafioso.
Ashrah bajó su espada soltando un suspiro de derrota y con resentimiento en su voz aceptó. Los demás se pudieron reincorporar con lentitud y se acercaron hacia ellos.
–Bueno, está claro que pagué muy poco por ella –soltó Johnny refiriéndose a la katana, Sento–. ¿Sabías lo que podía hacer?
–En la leyenda no se menciona poderes místicos –respondió Kenshi–. Las almas de mis ancestros viven en su interior. Intentan guiarme.
–Bueno, solo no olvides quién te la dio, Takahashi –dijo Johnny orgulloso.
–Nunca, Cage. Ahora, llevémoslo a la Tierra –habló el ex mafioso enfatizando en el brujo.
–Sé que para ti este es tu lugar, Baraka… –empezó el actor–. Pero Syzoth, Ashrah; ustedes pueden venir si quieren. Seguro Liu Kang los recibirá.
–Nunca tuve un hogar –dijo la mujer con una sonrisa esperanzadora–. Eso sería maravilloso.
–Lamento cagar el momento emotivo –dijo Mariano–. Tratenme de esquizofrénico, aunque creo que todos lo escuchamos había una mujer sufriendo cuando Quan Chi activó el ladrón de almas. Literalmente, un alma dejó así al forro este porque supuestamente la lastimó. Segundo, tenemos que agilizar el trámite porque va venir el ejército y nos van a matar.
–Fue muy terrorífico lo que pasó –dijo Kung Lao–. Todavía puedo escuchar sus gritos y lo que decía.
–Lo veremos en cuanto lleguemos a la Tierra –dijo Ashrah con seriedad–. Tenemos que cargar a Quan Chi.
Johnny y Kung Lao cargaron al brujo por los hombros y continuaron caminando hacia la capital, Sun do. Pasaron por lo que quedaba del Bosque Viviente repleto de los árboles con rostro transformados en calaveras y otras plantas invadidas por llamas verdes. El pasto crujió con cada paso que daban y Mariano sintió el vacío del ambiente.
Alejado de los horrores del bosque, el grupo llegó a un pequeño río y se sentaron a descansar. Mariano se refrescó un poco y lo despejó de la loca carrera. El reflejo del agua mostró su rostro cuadrado con moretones por los combates, se enjuagó la cara y pasó el agua fresca por la nuca. Hizo una mueca al tocar la herida cicatrizada del golpe que le hicieron en el laboratorio de Shang Tsung. Luego, se remojó parte de la cabeza y el cabello y un alivio lo recorrió al disfrutar el agua fresca recorriendo su piel sudorosa.
Invitó a comer a Ashrah, Syzoth y Baraka, pero el único que se negó fue el zaterrano. Repartió lo último que tenía de comida y empezó a comer la carne seca soñando despierto en las comidas que ansiaba probar nuevamente y saciar su infinito apetito. Después, revisó las heridas de Kenshi con los últimos suministros que le quedaban. La inflamación en los ojos había disminuido considerablemente, pero seguía estando y cualquier indicio de infección desapareció gracias al ungüento de Syzoth y los primeros auxilios.
Durante el descanso, todos escucharon a Quan Chi removerse y quejarse en sueños. Mariano mantuvo cerca el rifle del Viejo Mario para golpearlo en caso de que despertara. Ashrah destiló su mirada de odio hacia el brujo inconsciente y volvía a comer en silencio sumida en sus misteriosos pensamientos.
El día dio paso a la noche y llegaron a la entrada de la capital del Mundo Exterior. Todos se despidieron de Baraka y le agradecieron con mucho su ayuda en batalla. Lo vieron marcharse entre los arbustos y árboles hasta no escuchar sus pisadas y choques con las ramas.
El grupo logró infiltrarse entre los guardias hasta llegar al mercado. Syzoth se había ido a los techos a ver cuánto faltaba para el portal y si había vigilancia. Mientras, Mariano y Johnny lograron robar un poco de ropa y máscaras para camuflarse entre la basta multitud. El rubio encontró un poncho lo suficientemente grande para esconder su mochila y armas sin problemas.
Johnny y Kung Lao intentaban ponerle los atuendos a Quan Chi, mientras Mariano vigiló el callejón oscuro y mugroso en el que estaban. Los ciudadanos pasaron y se apelotonaron en las grandes calles. Los puestos de comida desprendieron sus exquisitos de carne desconocida y de las masas fritas. Los músicos tocaron sus instrumentos y algunos habitantes del Mundo Exterior se agruparon a bailar y otros, lanzaron fuegos artificiales soltando risas al ver el cielo iluminado. Mariano se escondió cuando pasaron guardias del General Shao y notó que las calles estaban repletas de ellos.
–Buenas noches, Príncipe de la Oscuridad –dijo Johnny a Quan Chi inconsciente y miró a sus compañeros–. Perfecto. Encajarán a la perfección.
–¿No podías robar un sombrero más práctico? –preguntó Ashrah y Mariano contuvo una risa.
–Pareces un mariachi –dijo el rubio.
–¿Qué? Te oculta la cara –espetó Johnny–. Y, a decir, verdad te queda bien.
Ashrah sonrió por el comentario y Kenshi dijo:
–Todavía me quedan mis dudas. Llevarlo llama la atención, y no queremos eso.
–Además, para cagarla aún más hay bocha de guardias –agregó Mariano señalando con el pulgar a la salida del callejón–. Cada cuadra hay como dos y creo que son del General Shao.
–Miren allá afuera. Me recuerda a los carnavales –espetó Johnny–. La gente pensará que la fiesta estuvo buena.
En ese instante, Syzoth bajó de los tejados y el actor preguntó:
–¿Qué pasa?
–Vayan hacia el escenario, luego a la derecha y hasta el portal. Pero hay soldados y oficiales por todas partes.
–¿Seguro que es suficiente? Si alguien nos ve estamos muertos –dijo Kung Lao.
–Por eso mismo crearé una distracción –espetó el zaterrano.
–También te buscan a ti, Syzoth –agregó Kenshi.
–Si no ve me ven no podrán atraparme.
Inmediatamente, desapareció de la vista de todos y dejó a Mariano boquiabierto.
–Maldición –soltó Johnny–. No me contaste que eres como el depredador.
Mariano oyó levemente las pisadas de Syzoth perderse en la multitud y los demás salieron con lentitud del callejón mugriento. Los ciudadanos de Sun Do fueron de un lado al otro con risas alegres y bailaban al compás de la música. Mariano se quedó atrás de Johnny y Kung Lao que cargaban a Quan Chi, mientras que Kenshi y Ashrah iban a la delantera.
En un momento, caminaron más lento y Mariano vislumbró a un par de guardias imperiales. El pánico lo inundó, pero el sonido de una explosión y los gritos de la multitud hizo que su corazón no explotara. Volteó para ver un fuego en los techos de las casas hecho por los faroles. El grupo apresuró el paso entre la gente que se apelotonaba y corría despavorida.
Mariano no tenía balas para pelear con los soldados y solamente preparó el rifle del Viejo Mario. Entre la carrera, se percató de que Kenshi no estaba y le invadió la preocupación, pero quedó opacado con las pisadas fuertes y al girar la cabeza, el General Shao y sus soldados estaban encima de ellos.
–Están detrás nuestro –dijo Mariano y Johnny y Kung Lao se detuvieron.
El brujo pareció recomponerse de su sueño y se soltó de ellos. Se tambaleó y Johnny y Kung Lao le dieron una pequeña paliza por turno. Antes de que Quan Chi cayera al suelo, Mariano le pegó con la culata del rifle y se arrastró por el suelo hasta perderse en la multitud. El General Shao no le dio importancia y se prepararon para pelear.
–Si fuera una de mis películas, nos salvaría un personaje cómico e intrépido –dijo Johnny.
–Prefiero a Adelina o a Daniela, muchas gracias –espetó Mariano.
A lo lejos, Mariano le pareció escuchar una risa y cuando giró la cabeza, vio a Kenshi y Syzoth bajar por una soga.
–Si hoy morimos será juntos –dijo el zaterrano.
–No sé si cómico, pero intrépido, seguro –soltó Johnny.
Inmediatamente pateó al shokkan que tenía enfrente y Mariano golpeó con la culata del rifle a un soldado dejándolo noqueado. Se abalanzó a otro y bloqueó el ataque con su espada. Mariano retrocedió a la embestida y aprovechó para darle al soldado un puñetazo en la cara seguido de una patada en la espalda. Sonriente, lo golpeó en la nuca con la culata y rápidamente, esquivó la estocada de un enemigo cercano. Mariano lo empujó con todas sus fuerzas haciendo que chocara contra un puesto de comida. Cuando todos los soldados cayeron, la multitud dejó pasar a los refuerzos liderados por un centauro y Syzoth gritó:
–Debemos irnos ¡Ahora!
El grupo corrió entre los habitantes del Mundo Exterior con el soldado centauro pisándole los talones. Algunos transeúntes les dejaron el paso libre y Mariano se alivió al ver el portal. Junto al resto, corrieron hasta pasar por este y el vuelvo en el estómago alivió a Mariano. Los oleajes violetas se volvieron naranjas y llegaron a la reconfortante Academia Wu Shi.
El aire fresco del lugar reconfortó al rubio, junto al sonido de los pájaros. Las respiraciones agitadas quedaron opacadas y Mariano se posicionó con los demás viendo si del portal salía un enemigo. Milagrosamente, el portal se cerró y el corazón de Mariano se tranquilizó más. Cayó al suelo de madera y soltó una risotada alegre. Sus ojos miraron por arriba el calzado del dios Liu Kang y algunos monjes.
–Hola, Liu Kang ¿todo bien?
–Johnny, Kenshi, Kung Lao, Mariano. Volvieron a salvo –el dios miró a cada uno del grupo y sus ojos blancuzcos se posaron en el ex mafioso–. ¡Por los Dioses Antiguos!
–Tuvimos un encontronazo con los demonios internos de la princesa Mileena –aclaró Johnny.
–Me quitó la vista. Pero Sento, a su manera, me la devolvió.
–Me alegra que Sento y tú se unieran –dijo Liu Kang con una sonrisa triste–. Aunque tenía la esperanza de que esta vez los medios fueran distintos.
¿Esta vez? ¿De qué hablaba el dios? La curiosidad de Mariano despertó rápidamente y lo miró como pudo desde donde estaba.
–¿Esta vez? –cuestionó el ex mafioso.
–Perdón, Kenshi. Me confundí. Ve, los monjes atenderán tus heridas.
Mariano vio como el ex mafioso se marchaba del lugar y dejó de oír sus pasos. Kung Lao decidió acompañarlo dejando a Syzoth, Ashrah, Mariano y Johnny con el dios.
–Encontramos a Shang Tsung, pero se nos escapó –explicó el actor–. Entiendo por qué te preocupa. Está hasta el cuello en cosas muy serias.
–Sospechamos que quizás quiera hacer un golpe de Estado… –agregó Mariano.
–Descansen y coman. Luego hablaremos.
–¿Me pueden traer un martini también? –preguntó Johnny–. Batido, no mezclado.
–Yo quiero un choripán y empanadas de jamón y queso fritas, por favor.
El rostro del dios mostró una pequeña sonrisa. Luego, miró a Syzoth y Ashrah y el actor soltó un suspiro.
–Perdón –dijo–. Estos son los nuevos jugadores de la Tierra. No habríamos logrado volver sin ellos.
–Son buena gente y pelean bien –dijo Mariano alzando el brazo con el pulgar arriba.
El dios se acercó al par y los llamó por sus nombres. Eso hizo que Mariano levantara la cabeza y abriera más los ojos de la curiosidad y sorpresa.
–¿Nos conoces? –cuestionó Syzoth.
–Como protector de la Tierra, sé muchas cosas.
–¿También conoces a mi exmaestro Quan Chi? –preguntó Ashrah–. Conspira junto con Shang Tsung,
–¿Una nueva alianza letal? –repreguntó el dios–. Vengan, todos. Díganme todo lo que saben.
Mariano vio desde el suelo a Ashrah y Syzoth marcharse con el dios y se quedó con Johnny.
–Vaya. Adiós al martini –dijo.
–Y a mi choripán y empanadas –agregó Mariano–. Che, ¿me ayudas a levantarme?
Johnny le extendió la mano y el rubio la aceptó con gusto. Siguieron a los tres y le contaron al dios todo lo que había pasado en el Mundo Exterior. Sobre todo, los gritos y aullidos en el Bosque Viviente. La mirada del dios era seria y sin exponer ni una emoción. Tras contarle cada pedacito de la información, el dios les dio permiso para irse a sus aposentos.
Antes de marcharse, Mariano le preguntó por el estado de Daniela. La amenaza de Shang Tsung opacó sus preocupaciones por su amiga. Deseó que su pierna haya mejorado e incluso, pudiera caminar con normalidad. El dios solo le otorgó con una sonrisa tranquila y le dijo:
–Creo que ella está cerca de los jardines. Se alegrará de tu regreso.
Mariano se retiró dejando a Ashrah y Syzoth a manos del dios. Corrió desesperadamente hacia los jardines y no la vio por ningún lado, fue hacia la enfermería, el recinto de estudiantes y luego, a las cercanías de los entrenamientos. Sonrió al ver a Daniela con muletas tratando de caminar y alzar la cabeza su rostro mostró sorpresa. Mariano corrió y la abrazó con fuerza. Le besó la mejilla y Daniela lo imitó entre risas.
–¿Cuándo volvieron? –preguntó sonriente.
–¿Cuándo pudiste caminar? –repreguntó Mariano alegre.
–Primero contéstame a mí.
–Más o menos –dijo Mariano mirando la herida de su pierna cicatrizada–. No pudimos atrapar al hechicero, pero conseguimos algo de información de él. Ahora vos.
–Los monjes hicieron algo mágico y puedo caminar un poco. Me enteré de lo que le pasó a Kenshi –dijo Daniela con tristeza.
–Sí, fue un duro golpe, pero lo importante es que estamos acá. También, tenemos nuevos compañeros.
–Uh, que bien –soltó Daniela con un brillo en sus ojos cafés–. Los quiero conocer ¿cómo son?
–Una es un demonio del Infierno y el otro es medio un furro, pero simpático. Y quiero comer tengo mucha hambre.
Daniela sonrió y fue con Mariano para ver a Ashrah y Syzoth y luego saquear lo que pudiera de las cocinas hasta llenar su estómago.
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coolpizzazonkplaid · 9 months ago
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Holis!!! La razón de mi ausencia es que estoy con parciales y trabajos. En cuanto termine con ellos voy a seguir publicando sobre Heredera del Infierno.
Como adelanto digo que va haber un capitulo de Mariano.😁
Lamento tardar tanto, pero los parciales me están agobiando, pero dentro de poco voy a publicar más capítulos. Las aventuras de Adelina, Mariano y Daniela no terminaron todavía. 😊
Si alguien quiere dejarme comentarios o preguntas sobre mis personajes puede hacerlo en donde dice "Pregunta lo que quieras"
Estoy asi:
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coolpizzazonkplaid · 10 months ago
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La heredera del Infierno
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Aviso: La información sobre los días de la semana la saqué de esta página y sobre Hela aquí.
La canción que canta Adelina al principio es Shinig Light de Mono Inc.
Por último, mucho de lo que dice Adelina en su charla con Tomas se basa en las teorias de @evilbihan y le agradezco por dejarme usarlas en la historia. Espero haberlas desarrollado como era debido. Las pueden encontrar aqui y aqui.
Sentimientos
Los entrenamientos de Adelina con Bi Han retomaron con más fiereza, pero no hubo resultados positivos. Con cada golpe del Gran Maestro, Adelina le dificultaba usar su poder, ya que no pudo crear armas o escarcha de proporciones abundantes. Cubrían solamente una pequeña parte de sus manos y molestaba a Bi Han como nunca antes.
El resto de clases seguían su curso normal, pero con la presión del Gran Maestro, rezaba no ser entre las primeras en los combates de práctica. Los músculos le dolían de las golpizas y esperaba que, en algún momento, pudiera usar su criomancia con mayor naturalidad. Adelina seguía intentando de comprender el chino sin avanzar mucho. A veces, lograba entender insultos que decían sus compañeros, aunque fingía no saberlos.
Las limpiezas en los templos eran tranquilas, por más que le quitaran las mejores herramientas, se tranquilizaba con la tarea, perdiéndose en su mente. Cantaba canciones que recordaba y terminaba más relajada.
En las noches, cuando no tenía que hacer vigilancia, Adelina leía y dibujaba. Su mano había perdido agilidad por los entrenamientos, pero en unas horas logró perfeccionarla haciendo diferentes bocetos de los elementos de su habitación. La mesa, el futón con su almohada, las armas desperdigadas, los templos del lugar (como los recordaba en su memoria), entre otras cosas.
A veces, en las vigilancias de las murallas, se topaba con Tomas, pero por la presencia de aprendices se mantenían formales. Aunque, no podía negar que a veces, cruzaban miradas y la desviaban velozmente. Las mejillas de la joven se calentaban y sentía que el estómago le daba vueltas.
Por otro lado, las cartas con sus amigos no habían sido contestadas y se sentía bastante sola y desconectada. Seguramente los entrenamientos se incrementaron. Intentaba seguir escribiendo, pero sin respuesta alguna. Hasta que un día, llegó una respuesta y Adelina abrió el sobre con alegría e impaciencia.
Querida Adelina:
Lamentamos no poder escribirte. Estuvimos teniendo días bastantes bizarros… cuando vengas te lo contaremos. Además, Daniela se rompió una pierna en los entrenamientos. Está todo complicado y al revés.
Esperemos que te encuentres bien y queremos desearte lo mejor en los entrenamientos. Quisiéramos darte mayor presencia, pero no nos dejan salir hasta nuevo aviso de Liu Kang.
Por ahora, es todo lo que podemos hacer. Intentaremos seguir en contacto, pero con lo que ocurre se nos va a dificultar.
Mariano y Daniela.
Corrió hacia su habitación buscando birome y papel. Escribió apuradamente la respuesta. Le causaba dudas y curiosidad lo que le habían escrito ¿qué ocurrió durante su ausencia? ¿por qué Liu Kang restringió el envío de cartas?
Queridos Daniela y Mariano:
¿Está bien Daniela? ¿Cómo ocurrió? No sé si podré estar allá en poco tiempo, creo que voy a seguir aquí. Mi criomancia es bastante débil.
Por favor, cuéntenme lo que está pasando de a poco.
Espero su respuesta,
Adelina.
Entregó la carta a la paloma y la vio alejarse de Arctika. Adelina se dirigió hacia el gran salón para comer, preocupada por lo que ocurría en la Academia Wu Shi.
Adelina se enfocó en el entrenamiento con Bi Han. Cada golpe que le dio, lo esquivó con todas sus fuerzas y su criomancia apenas ayudaba. Una leve capa de escarcha protegía sus antebrazos, pero Bi Han lo rompió como si fuera vidrio.
–Tienes que neutralizar tus emociones, Acosta –espetó rompiendo la escarcha de sus manos y las débiles púas que creaba–. Sino no lo haces, tu destino será trágico en el combate.
Adelina no contestó y eludió los ataques hasta que Bi Han le asestó un puñetazo terminando el combate. La chica se levantó con dificultad del frío suelo y meditó con el Gran Maestro tratando de neutralizar sus emociones… crear hielo como lo había hecho al despertar de su pesadilla con Hela. Pero lo único que salía era una escarcha tan fina, que con solo tocarla se quebraba.
Bi Han la corrigió una y otra vez, pero la criomancia de Adelina seguía sin desarrollarse. Parecía no querer florecer del todo, más con el ataque de pánico que tanto Bi Han como sus hermanos le dijeron y ella no tenía recuerdo de eso.
Cuando las campanadas sonaron, se dirigió tambaleante a la siguiente clase, con los músculos adoloridos y una parte del labio roto. Fue ardua y tortuosa, pero mantuvo su firmeza y cualquier gesto de incomodidad lo ocultó. No importara cuanto costara, no dejó mostrar alguna inconformidad y se mantendría en pie.
Continuaron los entrenamientos hasta el sonido de las campanadas, Adelina se dirigió a la biblioteca en busca de respuestas sobre Hela o Kolbein. Entre los pasillos, repletos de muebles con diversas armas y antigüedades chinas, llegó a la biblioteca de los Lin Kuei. La entrada, decorada con dragones orientales, recibió a Adelina mirándola con fiereza y abrió las puertas.
El olor a hojas viejas invadió su nariz y se maravilló por los diversos estantes abundantes de libros de historia del clan Lin Kuei. Caminó por los pasillos e intentó entender las letras del abecedario chino. Cada carácter le fue más complicado que el anterior haciendo que Adelina se confundiera y perdiera en los pasillos. Harta, buscó runas en las estanterías volviendo a la entrada y reiniciar su búsqueda.
–¿Qué haces aquí? –preguntó una voz conocida.
Adelina se asustó y se volteó para ver a Tomas con los brazos cruzados y una mirada tranquila.
–Carajo, deja de hacer eso –exclamó Adelina en susurros–. ¿Por qué me seguís ahora, acosador?
–No te vi en el gran salón –dijo Tomas señalando la entrada con el pulgar–. Creí que habías ido a las ruinas de la entrada de Arctika. Pero los guardias me dijeron que estabas aquí.
–Acosador.
–Técnicamente, soy tu maestro y, por ende, tengo que saber dónde se encuentran los estudiantes –explicó Tomas con una sonrisa tímida.
–Touché, pero sigue siendo de acosador que nos encontremos en los mismos lugares.
–¿Qué estás buscando en la biblioteca? –preguntó Tomas acercándose a ella.
–Libros sobre mitología nórdica –contestó Adelina observando los estantes.
–No es posible que los encuentres. Solamente hay historia del clan.
–Eso mismo dijiste cuando vos y tus hermanos vieron las ruinas.
Siguió buscando entre los estantes, pérdida en los diferentes títulos. Suspiró frustrada y pasó los delicados dedos por los lomos de los libros rápidamente tratando de encontrar runas o algo parecido.
–¿Qué buscas específicamente? –preguntó Tomas acercándose a los estantes–. Esta parte habla de las batallas del Lin Kuei con otros clanes.
–Necesito encontrar algo sobre Hela o Kolbein –dijo Adelina alzando la vista a las repisas más altas–. Pueden que tengan runas o inglés.
–¿Inglés? –cuestionó el muchacho.
–Sí, es un idioma que deriva de los nórdicos –explicó Adelina observando las repisas elevadas–. Thursday viene de Thor, “Día de Thor”. Lo mismo en el latín, viernes corresponde a Venus o sea Afrodita, “Día de Venus”, según la cultura romana.
Ambos siguieron investigando en la biblioteca, en cada estante Tomas le mostraba a Adelina algún libro para ver si cumplía con lo que buscaba. Quedaba poco tiempo para que finalizara la hora del almuerzo y no encontraron nada sobre Hela o su hijo.
–Creo que encontré algo, Adelina.
Se acercó a donde estaba Tomas mirando uno de estantes más altos de la biblioteca y vislumbró lo que parecían runas nórdicas en un lomo.
–Sí, creo que debe serlo –la chica se puso de puntillas tratando de alcanzar el libro con la punta de sus dedos–. ¿Me ayudas a bajarlo?
Tomas tampoco pudo tomarlo y buscaron por todo el sitio algunas escaleras o incluso bancos pequeños, pero sin éxito.
–¿Cómo lo alcanzaremos? –preguntó Tomas mirando por todo el alrededor–. No hay nada que podamos usar como escalera.
–Súbeme –soltó Adelina abruptamente.
–¿Qué? ¿Cómo?
–Sí, eso. Me vas a subir –dijo la muchacha–. Cuando salte, me alzas para tomar el libro.
Las mejillas de Tomas se tornaron rojas como las de un tomate y Adelina sintió lo mismo.
–Será rápido.
El chico asintió, se posicionaron y Adelina brincó. Rápidamente, las manos de Tomas tomaron sus caderas y su rostro llegó a las repisas repletas de libros viejos. Sus manos tomaron el libro nórdico y buscó alguna pista de otro tomo.
Adelina no se percató hasta ese momento de que las manos de Tomas. Eran cálidas, bastante fuertes, reconfortantes y con varias cicatrices. Volvió a enfocarse y sus dedos pasaron ágilmente por cada libro sin encontrar otro con runas nórdicas.
–¿Ya lo tienes?
–Sí, ya está –contestó Adelina–. Podes bajarme, Tomas.
Con cuidado, la dejó en el suelo, pero sus manos seguían posicionadas en sus caderas y el corazón de la chica bombeó con mayor intensidad sintiendo que salía de su pecho. Se volteó con el libro en el pecho y se sorprendió ante la proximidad en la que estaban. Los hermosos ojos de Tomas la estudiaron y admiró los pequeños detalles de su rostro. Incluso vio con precisión la cicatriz arriba de su ojo atravesando la ceja. Quiso tocar, pero se contuvo.
–Deberíamos ver lo que dice el libro –dijo Adelina–. Antes de que el almuerzo termine.
–Sí.
Se separaron y se sentaron en una de las mesas de madera con un apoya libros. La cubierta era marrón, por el pasar de los años, con la runa Ear negra, junto a otras pequeñas inscripciones. Abrió con cuidado el libro escuchando el crujido de las hojas. Había ilustraciones nórdicas de demonios y Hela, de la unión con su esposo, Alarik y de su hijo, Kolbein.
–¿Qué dice el libro?
–Habla de la vida de Hela –respondió Adelina pasando hoja tras hoja con delicadeza–. Su ascenso y caída, lo que creó y amó.
–¿Qué hizo Hela?
–“Los seguidores de la diosa de los muertos han de dejar registro, antes de ser exterminados… –recitó Adelina, absorta en las runas y los dibujos–… Hela estableció el balance del Infierno, la balanza para los justos. Creó sus más bellas y terroríficas creaciones… –miró el dibujo de la diosa. Extendía las manos, la derecha putrefacta, una calavera y la izquierda, un corazón. Adelina pasó a la siguiente hoja–… Con la intención de crear orden en el Infierno, convenció a demonios a unirse a su ejército. Creció de centenares a miles hasta ser fuerte y conquistaron el Infierno… –la hoja estaba ilustrada con la deidad guiando a sus soldados. Adelina, nuevamente, pasó a la siguiente página–… El poder del reino le otorgó un estatus indiscutible, pero supo que no debía caer en manos equivocadas. Por eso, lo estudió y lo volvió algo de su ser. Con los dones de muerte que ya tenía, estableció el orden…”
–Tuvo mucho valor y convicción para hacerlo –dijo Tomas respirando en la cabeza de Adelina.
–Tenes razón –coincidió la muchacha–. “…Para concentrar su dominio, nosotros, sus leales sirvientes, construimos su palacio, Eliud, rodeado por rejas y enredaderas de hierro, con su puerta, Falanda Forad. Su vestíbulo, Bilkanda, hecho con huesos de criminales e iluminado con el fuego del Infierno y la mesa, Hungour… –recitó Adelina, observando la ilustración del palacio de Hela y pasó a la siguiente página–… Sus leales sirvientas, Ganglate y Gangleura, la vestían y mantenían el orden en el palacio, mientras que los lobos de Armenia, eran su guardia personal…”
–Qué nombres tan raros a los objetos –exclamó Tomas.
–Eliud, significa “la miseria”, Falanda Forad es “el principio” –explicó Adelina enfocada en las hojas–. Bilkanda se traduce como “la maldición” y Hungour significa “el hambre”.
–Qué macabro.
–“…Para llegar al palacio, Hela creó El Camino de los Muertos…”–recitó Adelina y su mirada se tornó de confusión cuando pasó a la siguiente página. No había nada, el papel estaba rasgado, pero quedaron unas hojas pequeñas–. Qué raro. Arrancaron la hoja.
–Ese libro no estuvo en nuestros estudios, ni tampoco se conocían –dijo Tomas–. Debió ser antes de que Bi Han se convirtiera en Gran Maestro, tal vez incluso mucho tiempo atrás.
–“…La diosa se aisló del resto de los reinos, resolviendo por su cuenta las adversidades…” –prosiguió Adelina–. “… Pocas veces, se reunía con los representantes del resto de los reinos, como el emperador Jerrod y su esposa, Sindel. Hicieron un trato para que las almas del Mundo Exterior descansarán allí…”
–El Bosque Viviente –soltó Tomas.
–“…Pero algo pasó en ese aislamiento…” –contó Adelina y se asustó– “…Demonios se alzaron en contra de Su Majestad. Con la idea de corromper su balance, invadieron el palacio con un poder desconocido… imposible a los ojos de Hela y nosotros… La diosa salvó a su esposo e hijo enviándolos a la Tierra y que vivieran ocultos…”
–¿Cómo que una revuelta en el Infierno? ¿No dice nada más? –cuestionó Tomas.
–Solo eso ¿a qué se refiere con balance? Esta hoja tiene agujeros –Adelina siguió con su lectura– “…Hela fue encadenada y encerrada en un lugar desconocido. Nosotros, sus más fieles seguidores, no pudimos rastrear sus últimos pasos. Lo único que sabemos es su hijo, Kolbein, estaba luchando por encontrar a su madre. Nadie ha podido encontrar al Príncipe de los Muertos… Dejaremos caminos con el poder de nuestra diosa para que lo encuentre y podamos reunir las fuerzas necesarias… Nuestros enemigos serán marcados y perseguidos por la locura y el dolor hasta el final…”
Adelina pasó a la siguiente hoja, pero el libro tenía más hojas rasgadas. Tocó con cuidado el papel roto y los pocos fragmentos que quedaban.
–Las páginas vuelven a estar rotas –soltó Adelina y buscó hojas del libro desesperada por encontrar respuestas. Se levantó y fue hacia el estante para corroborar–. No hay respuestas.
–¿Sobre qué respuestas? –cuestionó Tomas mirándola–. ¿No estás buscando sobre Hela?
–Sí, pero también algo más –respondió Adelina.
–¿Es sobre lo que no quisiste contarme hace unos días?
La chica dudó y se arremangó la manga derecha mostrando el tatuaje de los huesos. El frío agobió su brazo y quiso cubrirlo. Le explicó todo lo que sospechaba cuando tocó la daga de Hela, Sultin. Las visiones, los sueños que recordaba y cuando aparecía Hela frente a sus ojos para luego desaparecer.
–¿Crees que vas a morir?
Los ojos de Tomas la estudiaron con insistencia, pero había una mirada cálida en ellos y a la vez perturbada por algo más. Adelina no sabía lo que decían esas visiones, menos si eran respuestas a sus preguntas. Al mismo tiempo, quiso saber qué era lo que agobiaba al ninja.
–No lo sé, sinceramente –soltó la chica cruzada de brazos y cabizbaja–. Pensé que encontraría mejores respuestas, pero creo que las tendré en la siguiente ubicación de los objetos.
Tomas se acercó con cuidado a Adelina y tomó una de sus manos suavemente. El calor de sus dedos hizo que le recorriera una electricidad familiar. Se sorprendió por el pequeño gesto de Tomas, pero no quiso que acabara el momento.
–Enfócate en lo que tienes primero. Controla tu criomancia y luego sigues con tu investigación.
Los ojos de Tomas captaron los de ella y mariposas revoletearon por su estómago. Se acercó a Adelina y sus mejillas se calentaron.
–Gracias por el consejo, Tomas.
Se aproximaba a Adelina, pero el momento fue interrumpido por las campanadas dando por terminado el almuerzo. Disgustada, soltó lentamente la mano de Tomas y se pusieron firmes. Salieron de la biblioteca y volvieron a sus respectivos puestos.
Los días continuaron con su ritmo habitual. Los entrenamientos con Bi Han se volvían más brutales llevando a caminos bloqueados para la criomancia de Adelina. Se esforzaba el doble en los entrenamientos con los hermanos de Bi Han y los superiores. Cuando terminaba su jornada quería meterse a la cama y no volver a salir nunca, pero la mandaban junto a otros superiores a hacer limpieza o vigilancia.
Buscaba en la biblioteca más respuestas sobre Hela con cero resultados positivos. También, le costaba dibujar un poco por su falta de costumbre, aun así, le ayudaba bastante. Esbozaba objetos de su habitación, paisajes de su memoria y personas. Entre ellos, había hecho un boceto de Tomas y se sonrojaba perfeccionando los delineados en lápiz en cada parte del rostro del ninja. Terminaba con los párpados pesados y con la vela casi acabada. A pesar de eso, lograba mantenerse en las clases, pero las cosas cambiaron.
Un día, horas antes de que fuera la hora de la cena, Adelina le tocó prepararla por primera vez para todo el clan. Se fue con un pequeño grupo de principiantes, que conocía por rostros ya que estaban cerca de su habitación. Se apartaron de ella, mientras eran guiados por un superior hacia las cocinas.
Él abrió las puertas de madera y Adelina se sorprendió por lo inmensa que era. Ollas colgaban cerca de las hornallas, cucharones y cuchillos en las vastas mesas de maderas de años de cortar alimentos. Tablas para picar escondidas a los costados de los hornos y los platos se veían arriba de repisas junto a armarios con las puertas abiertas exhibiendo condimentos y especias de todo tipo. Adelina vislumbró una puerta abierta, mostrando los diferentes quesos, carnes y verduras.
Todos los estudiantes se posicionaron en algún área de la basta cocina, mientras el superior los dejaba hacer sus labores, yéndose por la puerta de madera. Pero en cuanto se marchó, Adelina escuchó hablar a sus compañeros entre risas y voces bajas. Uno de los estudiantes, un chico de cabello negro, corto y ojos color nuez, salió por la puerta con sigilo, seguido de otras chicas y luego el resto del grupo dejando a Adelina sola.
–¡Ustedes! Tenemos que hacer la cena –gritó desde la puerta, pero solamente oyó palabras en chino perdiéndose en los pasillos.
Adelina, resignada, buscó entre las repisas más altas libros de cocina china y sacó el primero que tocó. Por varios minutos, leyó una y otra vez el texto, sin comprender ni una palabra de lo escrito, solamente las viejas ilustraciones le daban una vaga indicación de los platillos.
Después de unos minutos de taladrarse la cabeza en comprender chino, se hartó cerrando el libro bruscamente y lo puso en su sitio polvoriento. Se ató mejor el cabello negro, se lavó las manos y comenzó a preparar lo que conocía. Mariano y Daniela tenían agujeros negros por estómago y ella hacia la comida cuando requería el momento, así que podía hacer la cena para todo un clan y su Gran Maestro.
Sacó de su uniforme su celular dejando que reprodujera música, mientras Adelina buscaba los ingredientes necesarios para preparar la cena. Tomó de la gran bodega nalga, peceto y cuadrada de carne de vaca, pan duro, harina, huevos, tomates, papas, zanahorias y muchos más.
Acompañada por la música, metió el pan duro en una bolsa de tela y lo golpeó con un martillo que encontró cerca de los cucharones hasta dejarlo bien molido, sin ninguna migaja dura desperdigada en la bolsa. Luego, la puso en un molde redondo, dejándolo en el horno sin encender, tomó un cuchillo grande y las partes de carne vacuna y empezó a cortarlas finamente.
La música pasó por los oídos de Adelina entonando algunas letras, mientras cortaba la carne, poniéndola en un plato hasta formar una pila bastante alta. Tras terminar, rompió varios huevos en un bol gigante, mezcló las yemas con algunas especias y lo dejó de lado para aplastar la carne con el martillo. Se perdió en la lenta labor calmada y lejos de las presiones del clan o miradas juzgonas. Se sintió libre y casi en casa, con las milanesas que preparaba.
Luego, buscó una olla, le colocó agua y tiró las verduras. Con un tenedor pinchó con fuerza las papas y zanahorias y, rápidamente, las tapó para que el calor las cocinara. Tras terminar, se enfocó en hacer las milanesas.
Una vez más, Tomas y sus hermanos tuvieron otra discusión sobre el manejo del clan. Tomas creyó que cualquier ninja que pasara cerca del complejo del Gran Maestro escucharía los gritos entre ellos. No le gustaba pelear con Bi Han, pero no quería que destruyera la tradición que su padre mantuvo en vida.
Para calmar las aguas, se separaron, seguramente Bi Han volvería a sumergirse en su trabajo como Gran Maestro, pensó el muchacho. Caminó entre los tantos ninjas que le hacían inclinaciones respetuosas, perdiéndose en los reconocidos pasillos que recorría desde que había llegado hace quince años. Le enojaba que Bi Han fuera tan obstinado en dejar las tradiciones y códigos que tenía el Lin Kuei para perseguir algo imposible… no le cabía en la cabeza.
Sus pensamientos fueron callados cuando escuchó una voz femenina familiar… la voz de Adelina. Tomas se percató de que había llegado a la cocina del clan y le sorprendió el poco ruido que había. Recordaba que ese sitio estaba atestado de ninjas corriendo de un lugar a otro buscando los ingredientes para preparar las comidas. Le resultó anormal no escuchar órdenes y platos sobre las mesas de la cocina.
Tomas se acercó a la puerta y vislumbró por una pequeña hendidura a Adelina cocinar. Estuvo enfocada en la olla que tenía en el fuego entonando letras de canciones desconocidas a ojos de Tomas. Después, se centró en la pila de carne cortada, la puso en lo que parecía un molde repleto de pan y comenzó a aplastar con su puño.
– I am the scream inside your head/I am the silence/The fear of your spirit…–entonó la muchacha enfocada en la comida. Tomas le sorprendió que no hubiera nadie en la cocina. Adelina no podía hacer sola la cena para todo un clan–. The lie and the loss of your grandeur/The lack of power and rage of your heartstrings/I'm the void that one day you'll be…
–¿Por qué no están el resto de los estudiantes?
Adelina maldijo en español y se volteó para encararlo. Sus ojos heterocromáticos volvieron a maravillarlo, eran preciosos y distintivos. Lo hipnotizaron queriendo analizar cada detalle de él, como si quisieran descubrir sus secretos más profundos. Las mejillas de la chica se volvieron rosadas, cubriendo las hermosas pecas que tenía.
–¡Deja de aparecerte a mis espaldas, acosador!
–¿Dónde están el resto de los estudiantes? –volvió a cuestionar Tomas con insistencia y Adelina siguió preparando la cena, mientras él la miraba con curiosidad.
–Responde, Adelina –pidió Tomas con furia oculta.
–Me dejaron sola. Eso pasó.
–¿Por qué?
–No sé ni me importa –Adelina se volvió a enfocar en lo que preparaba–. Te pido que no tomes acciones.
–Sí, lo haré –espetó Tomas mientras le daba la espalda–. Es una falta a nuestros juramentos y principios dejar un compañero solo. Eres Lin Kuei y mereces que te traten con respeto. Ya vengo.
Tomas caminó rápidamente, enfurecido. Lo que había dicho fue verdad, nunca dejaban solos a los compañeros. Por más que no hayan crecido juntos, se los trataban como hermanos. Sus pasos fuertes se escucharon en cada pasillo hasta llegar al complejo de estudiantes.
Muchos, se inclinaron ante Tomas y siguieron sus tareas. La mayoría de las habitaciones estaban vacías y silenciosas, pero vislumbró a un pequeño grupo de estudiantes pasando el rato. Se acercó a ellos furiosamente y se pusieron firmes. Sus miradas reflejaron pánico, pero lo ocultaron con seriedad.
–¿Por qué dejaron a Acosta sola? –cuestionó Tomas y los estudiantes guardaron silencio–. ¡Respondan!
–No lo sabíamos, maestro Smoke –respondió un chico de ojos color nuez–. Nadie nos avisó que la estudiante Acosta estaba en las cocinas.
–¡No mientan! –gritó Tomas–. Es una falta a sus juramentos como Lin Kuei. Deben ayudarse entre ustedes, porque son compañeros de lucha.
–No nos habíamos enterado, maestro –explicó el muchacho y sus compañeros mantuvieron la cabeza gacha–. Nadie nos dio una orden específica de ir a la cocina.
–Veremos lo que dice sus superiores –argumentó Tomas. Se dio media vuelta y llamó a los superiores–. Si lo que dicen es cierto ¿no habrá problema que lo corrobore, verdad?
Los estudiantes se miraron entre ellos con temor en sus ojos, revelándole la verdad a Tomas. Después de hablar con los superiores, le confirmaron lo que sospechaba y miró a los estudiantes con furia.
–Maestro Smoke… nosotros…
–Serán castigados –dijo Tomas sin titubear y observó a cada uno–.  Harán la limpieza, guardia por varias semanas y lo que a usted se le ocurra, superior. Que vuelvan a aprender e incorporar los principios y juramentos del Lin Kuei.
Adelina se sintió confundida por lo que había hecho, pero no era momento para preocuparse por problemas futuros, debía hacer la cena para todo un clan. Se concentró en las milanesas aplastando la carne bañada en pan y huevo, para luego ponerla en la gran fila que tenía. Revisó las verduras brincaron destapando la olla. El calor invadió su rostro y las pinchó con el tenedor para ver si estaban blandas.
–Te conseguiré más compañeros –dijo Tomas, haciendo que la chica lo mirara fijamente.
–No los quiero ni los necesito –espetó Adelina volviendo a enfocarse en las milanesas–. Puedo hacerlo sola.
Tomas soltó una risa falsa.
–No puedes hacer la cena para todo un clan, Adelina –espetó el chico acercándose–. Terminarás muy tarde y Bi Han te castigará. No solo por no hacer la cena, sino porque no hiciste algo tradicional.
–Primero, viví con Daniela y Mariano que son la personificación de Goku y Luffy, así que tuve que hacer comida para un ejército –respondió Adelina–. Segundo, intenté leer libros de cocina china y no salió bien. Si tu hermano me quiere castigar que sea por no preparar la cena a tiempo, porque puse un plato en la mesa para todos. Tercero, el cocinero elige lo que se va a comer y si no le gusta puede hacerse él solito la comida. Yo no soy cocinera personal de nadie.
–Necesitas ayuda, Adelina –volvió a insistir el muchacho–. Lo digo de verdad.
La chica lo miró y sus ojos grises como la bruma la atraparon. Recordó el casi momento de la biblioteca y sintió que el estómago le daba vueltas.
–Si querés, podés ayudarme –dijo Adelina–. Lávate las manos y te enseño cómo hacer una milanesa. Espero que seas de los que aprenden rápido.
Tomas se fue hacia un balde de agua limpia, se quitó los antebrazos y vendas, colocándolas en una repisa, y se lavó las manos con el jabón en barra. Luego de secárselas, se puso al lado de Adelina y esperó las nuevas instrucciones.
–Bien, lo que tenes que hacer es aplastar la milanesa con el pan rallado –explicó la muchacha usando su milanesa como ejemplo–. La aplastas usando el puño con fuerza, pero evita romper la carne. Después, la pasas por el huevo y el pan rallado ¿entendés?
El chico asintió, imitó los pasos de Adelina y poco a poco le siguió el ritmo. La música los acompañó y quedó hipnotizada por las melodías, pero cuando miró a Tomas supo que no estaba bien. Sus ojos mostraron incertidumbre y perdido en sus pensamientos.
–Si no te molesta la pregunta ¿cómo fue tu infancia y adolescencia? –preguntó Adelina–. Me preocupan.
–Entrenar, cazar, convivir con mis hermanos y ver pocas veces a Harumi ¿la tuya?
Adelina quedó sorprendida ante esa respuesta tan corta. Ella pocas veces salía de la casa, pero incluso tenía algo de vida con Mariano y Daniela y recordaba haber hecho bastantes actividades en su infancia.
–Jugar, mirar Dragon Ball, ir a clases, aprobar las materias, salir y más cosas –respondió la chica con duda en su rostro.
–¿Dragon Ball?
–¿No conoces Dragon Ball? –Tomas negó la cabeza y una sonrisa adornó su rostro. Adelina cantó–: “…Un gran hombre sé que pronto serás/Algo en ti veo que es especial, un poder real/Te convertirás en un gran rival/Aventuras podrás disfrutar…”
–No, lo lamento.
–Tenés que mirarlo –afirmó Adelina sonriente y volvió a enfocarse en la milanesa–. Además de escuchar música y salir.
–Es muy exagerado de tu parte.
–No tuviste una infancia, pero lo que sí vas a tener es una vida joven –afirmó Adelina alegremente, mientras ponía la milanesa en la pila–. Vamos a ir de salida a ver lugares en Argentina y comer.
“…Once crucified, you forgave it all/But my own life condemned to fall/Where's the glory in your name?/My twisted soul still burns in flame/Hark, you angels; hear my call/Father witness to my fall/Between the lines of sin and pain/I walk the earth now doomed again…”
–Está bien –aceptó el ninja. Retornó un silencio, mientras se escuchaba la canción. Adelina percibió que Tomas guardaba cosas. Sus ojos lo decían, estaban brumosos y había incertidumbre–. ¿Cómo se llama la canción?
–Days of Future Past –contestó la muchacha. La canción siguió reproduciéndose en el celular llegando al intermedio musical acompañando con el sordo golpeteo de los puños en las milanesas. Adelina soltó una risita–. Cada vez que la escuchaba, siempre creía que hablaba de un rey malvado que había perdido a su reina por su codicia y lo castigaron para que sea inmortal.
–¿De enserio?
–Sí –contestó la chica y colocó la milanesa en la pila. Tomó otra y la cubrió con el pan rallado–. El Viejo Mario me decía que debía trabajar siendo cantante en el extranjero, pero no tengo madera de eso. Tampoco lo vi como algo posible para mi vida.
–Cantas bien –las mejillas de Tomas se tornaron rojas–. Lo poco que te escuché me lo confirma.
“…The days of future past to wander on the shore/A king without a queen to die forevermore/To wander in the wasteland/Immortal to the end/Waiting for the judgement/But the judgement never ends…”
Adelina sintió que su estómago dio un vuelco y sus mejillas se calentaron. No esperó esa respuesta. Pasó la milanesa por el huevo y tras sacarle las últimas gotas, lo colocó devuelta en el molde. La canción terminó y pasó a otra. À Tout le Monde de Megadeth.
–El Viejo Mario intentó que fuera a clases de canto, pero duré solo unas semanas –explicó Adelina nostálgica–. Escuchar toda la teoría me desesperó y no quise volver. Lo que sí me gusto fue dibujar, no me enloqueció tanto las perspectivas, las sombras y la anatomía.
–¿Dibujas? –preguntó Tomas con sorpresa.
–Es más un pasatiempo y tengo algo dinero –explicó Adelina y puso la milanesa en la gran pila–. Me gusta hacerlo, me relaja y aclara mis pensamientos.
“…So, as you read this, know my Friends/I'd love to stay with you all/Smile when you think of me/My body's gone, that's all…”
La música siguió con el silencio del dúo. Poco a poco, las milanesas se acumularon haciendo más grandes las columnas, se percató de que se le acababa el huevo y maldijo.
–Carajo. Se acabó el huevo –Adelina se agachó buscando más–. ¿Podrías sacar más especias de arriba?
–Está bien ¿Cuáles necesitas?
–Pimienta –Adelina se puso de pie y colocó con cuidado los huevos en la mesa.
–Ya lo tengo.
En el despiste un frasco con polvo negro cayó sobre Tomas haciendo que su pelo grisáceo se volviera negro junto a una parte su rostro. Adelina abrió la boca sorprendida y casi sonriente, soltó una risa. Tomas se limpió los ojos y se revolvió el cabello polvoriento.
–Ay, perdón –dijo Adelina entre risas–. Ya te busco un repasador.
–No te preocupes –sonrió el chico y se apartó del lugar de trabajo para limpiarse–. Sigue. Cuando termine de quitarme esto, te ayudo.
Adelina rompió los huevos y metió las especias en el bol. Mezcló lo más rápido que pudo los ingredientes y siguió preparando las milanesas, mientras Tomas seguía quitándose las últimas partes de polvo. La música siguió reproduciéndose alegrando el ambiente.
“…Moving on is a simple thing/What it leaves behind is hard/You know the sleeping feel no more pain/And the living all are scarred…”
–Es triste la canción.
–Oh, algo así –Tomas se acercó devuelta a Adelina y continuó ayudándola–. Dave Mustaine dice que para escribirla soñó con su madre. Bajó del cielo y le dijo “te amo”.
–El Viejo Mario decía que muchas de las cosas que hacen los artistas surgen de cosas pequeñas e insignificantes –continuó Adelina, mientras miraba a Tomas–. Creo que algo de razón tenía. Muchos de sus amigos hicieron algunas cosas para desahogarse.
–Mi madre también nos decía a mi hermana y a mí que de cosas pequeñas algo grande surgía.
–Debe ser una gran persona ¿dónde está?
El silencio de Tomas hizo evidente la respuesta y Adelina quiso que la tierra se la tragara. Recordó que durante su exploración en las ruinas le había comentado sobre ellas.
“…So, as you read, know my Friends/I'd love to stay with you all/Please smile, smile when you think about me/My body's gone, that's all…”
–Oh, perdón, Tomas.
–No, está bien –dijo el chico con una sonrisa triste–. Ella y mi hermana… ya sus fantasmas no me afectan. El clan creyó que eran enemigos y las mataron por accidente –Adelina se sorprendió por esa confesión tan abrupta–. El padre de Bi Han y Kuai Liang me adoptó por su honor y estuve con ellos desde entonces. Ahora, mi familia son los Lin Kuei.
–Está bien –Adelina quiso decir algo más y sus labios reaccionaron antes que su cerebro–. Mis padres también murieron.
–¿Qué les pasó?
–Los mataron narcos –Tomas la miró con desconcierto–. Cuando tenía cuatros años, vivía en Rosario, una ciudad portuaria de la provincia de Santa Fe. Hace tiempo, criminales querían establecer el narcotráfico, drogas básicamente –la música siguió su curso tranquilamente–. La ciudad se volvió insegura, jóvenes y políticos se metían en ese negocio y hubo muchos muertos. Cuando el gobierno combatió contra los criminales, no lo tomaron bien y para que cesen sus medidas. Comenzaron a asesinar civiles, entre ellos mis padres.
–¿Los vengaste?
–La policía encarceló a uno y al otro lo mataron en un tiroteo –explicó Adelina–. Yo estaba en el orfanato. Ahí, conocí a Daniela y unos años después, nos escapamos a Buenos Aires. El Viejo Mario nos crío, junto a Mariano. Fue un buen hombre.
–¿Murió?
–Sí, de viejo. Pasó por mucho, merecía un descanso.
–¿Qué le ocurrió? –dijo Tomas mirando a Adelina con curiosidad.
–Fue veterano de Malvinas –respondió–. Fue una guerra de finales del siglo XX, para recuperar unas islas pequeñas del poder ingles que están al sur de Argentina, cerca de Tierra del Fuego. El Viejo Mario, junto a otros soldados, eran jóvenes con poca experiencia, muy pocos sobrevivieron. Fue piloto y siempre nos contaba sus historias de cómo maniobraba su avión para derrotar los ingleses. Era como escuchar un narrador de cuentos, pero sufrió y perdió a muchos. Creo que por eso Mariano dejó la carrera de psicología para ser piloto y la curiosidad que tenía Daniela por todo lo que le contaba la llevó a ser periodista.
–Debió ser una maravillosa persona.
–Lo fue –Adelina sintió un cosquilleo en el estómago. Hacía tiempo que no hablaba del Viejo Mario y le causó nostalgia por los viejos tiempos–. ¿Cuánto falta para la hora cena?
Tomas volvió a su realidad, pero parecía seguir perdido en sus pensamientos. Terminaron de hacer las milanesas y Adelina le costó creer que lo hayan hecho los dos. Podrían terminarlo justo a tiempo si se apresuraban.
–Dos horas –dijo el chico–. No vamos a llegar.
–Sí, lo haremos –contradijo Adelina–. Tenemos las milanesas hechas. Falta calentar las sartenes de aceite, ver las verduras y hacer las mesas.
–Está bien.
–Lamento preguntarte, pero ¿qué te ocurre?
–No pasa nada, Adelina.
–¿Seguro?
Tomas pareció debatir por responder. Sus cautivantes ojos grises lo delataban y Adelina esperaba que quizás quisiera hablarle como lo había hecho con su asunto de la daga. Aunque, le hizo revolver el estómago y sintió mariposas.
–Tuvimos una discusión con Bi Han por el rumbo del clan –soltó Tomas, mientras Adelina encendía hornallas. Puso sartenes gigantes con la cantidad de aceite suficiente para muchas milanesas–. Sobre si deberíamos ser una nación y dedicarnos a otra cosa. Me es una locura.
–¿Por qué te parece una locura?
–Va en contra de la tradición –contestó Tomas secamente–. Todo lo que padre creó.
–¿Qué opina el resto del clan? ¿Están de acuerdo?
Esas dos preguntas dejaron confundido al ninja. Adelina lo miró esperando la respuesta y quedó fascinada por sus ojos grises.
–La mayoría del clan lo está –contestó Tomas–. Kuai Liang y yo, quizás otros más estamos en contra.
–Entonces, creo que tu hermano tiene un punto.
–¿A qué te refieres? Todo lo que quiere hacer va en contra de nuestros principios –argumentó Tomas con tranquilidad, pero Adelina detectó furia–. En contra de la tradición.
–Hay tradiciones, donde las nenas de diez años se tienen que casar con hombres de cuarenta años para empezar a ser fábrica de niños, Tomas. Si se atreven a opinar les pegan, ni hablemos si quieren divorciarse. Esas tradiciones siguen estando en países de Medio Oriente. Agradezco ser occidental y elegir cuando casarme –contraargumentó Adelina, mientras revisaba las ollas repletas de verduras que seguían sin ablandarse–. Hay tradiciones que deben quedarse, pero hay otras que tienen que irse, Tomas. Mira que no me cae bien tu hermano, pero tiene algo de razón. Solo un poquito.
–Pero nuestro clan no está dedicado a liderar, menos a ser una nación –explicó Tomas, a la vez, ayudaba a Adelina a sacar las sartenes suficientes para poner al fuego–. Servimos a la Tierra, pero lo que quiere hacer Bi Han va a terminar condenándonos.
–Tomas, ¿te molesta si te doy mi sincera opinión del tema?
–Dilo.
–Tu clan necesita modernizarse –soltó la chica con la mirada fija en el muchacho–. Necesita una mejora de armamento y de medicina. La sociedad avanzó mucho y si se siguen aislando, va acabar mal. En medicina se hicieron muchos avances, lo que antes parecía algo mortal, ahora nos parece miserable. Los ayudaría bastante. Con el armamento, si ustedes son la defensa de la Tierra necesitan actualizarse. No pueden estar con espadas, una bomba puede arrasar este lugar. Incluso si yo me lo propusiera, podría dejarte sin la mitad de soldados con el rifle y las pistolas que llevo.
–Pero el clan no ve que eso va en contra de nuestras costumbres.
–Si la mayoría decidió eso, tenes que aceptarlo. Se llama democracia –Adelina siguió pinchando las verduras para ver si se ablandaron–. Lo que puedes hacer es que reconsidere tus ideas y a la vez, escuchar las de él. Convencerlo, no atacar. Lo que no pueden ser con Kuai Liang, es un palo de la rueda porque eso va hacer que la mayoría tenga una fe ciega a Bi Han.
–Kuai Liang es el más habilidoso de nosotros. Deberían respetarlo y escucharlo por eso –argumentó Tomas.
–Que sea bueno en el combate no significa que lo sea en política –espetó Adelina–. Pero te digo esto, dejen que Bi Han pruebe su idea. Pongan límites para que los escuche, pero obviamente a quienes más va a prestar atención es a la mayoría.
–Pero está mal.
–La idea no es errónea, a menos que sea aniquilar a los que se oponen a él. Ahí, sí hay que preocuparse –explicó Adelina–. Porque querés poner tu idea la fuerza y créeme que cuando te digo que eso traerá problemas. También, recae en el método.
–¿Cómo lo harías, si fueras tú el Gran Maestro?
–No tengo madera de líder, pero sería como abrir la economía –respondió Adelina–. Lento y paulatino, porque si es abrupto explota. Además, si Bi Han quiere usar la fuerza para su idea, ya me opondría a él. Porque no escuchas un segundo punto de vista y con el pretexto de una buena intención, muchas personas hicieron desastres. Lo dice alguien que lo vivió.
El silencio inundó la cocina, solamente la música se escuchaba con el sonido burbujeante del aceite y Adelina colocó un pedacito de milanesa en una de las sartenes. Tras ver que burbujeaba, colocó el resto de la milanesa en la sarten y otra más. Luego hizo lo mismo en el resto de sartenes con la ayuda de Tomas.
–Gracias, por escucharme, Adelina.
–No hay de que, Tomas.
Las verduras saltaron de las ollas, Adelina revisó si estaban blandas con el tenedor y el vapor azotó su rostro. Les faltaba poco para que estén listas y revisó las milanesas. El olor a frituras le dio nostalgia, llevándola a viejos recuerdos y momentos. Se le hizo agua en la boca por la idea de volver a comer comidas de su patria. Extrañó el crocante sabor del pan y la carne, también las ensaladas sencillas.
Volteó las milanesas y Tomas la imitó, pero con algo de inexperiencia haciendo que saltaran gotas de aceite por doquier. Adelina rio y habló:
–Lo estás haciendo mal. Dejame que te enseño.
Adelina tomó la mano de Tomas y sintió el calor de su mano. Las mejillas se le calentaron más de lo que imaginaba, pero intentó mantener la calma.
–No tenes que tirar la milanesa –continuó y guio su mano–, porque si no el aceite va a salpicar y te quemas. Lo que tenes que hacer es deslizarla y pincharla desde las puntas, así evitas que se te caiga.
Sus miradas cruzaron y las mejillas se tornaron rojas, pero siguió enfocando sus ojos en Adelina. Todavía sintió el calor de su mano y la textura de las cicatrices. Era rígida y callosa, aunque a la vez suave y confortante. Se alejó de él y volvió a enfocarse en sus tareas con el corazón retumbándole en el pecho como si quisiera ser escuchado.
El burbujeo del aceite y el agua abundaba por la cocina. Tomas y Adelina se pudieron relajar un poco, pero siguieron vigilando la comida. Al mismo tiempo, empezaron a ordenar y colocar los platos sucios en la bacha, luego sacaron fuentes de vidrio y aluminio para las ensaladas y milanesas. La música cambió de tema en tema y calmó las ansiedades de Adelina.
–Ya está por salir la primera milanesa –informó la muchacha–. Esperemos que salgan las demás igual de rápido.
–¿Te ayudo con las ensaladas?
–Sí, coloca todas las verduras en las fuentes de vidrio, así luego les pongo sal y aceite.
Adelina sacó la milanesa la puso en la fuente de aluminio y le escurrió bien el aceite con papel de cocina. Después de quitarle, notó que Tomas miraba el alimento con hambre como si fuera un niño impaciente. Ella cortó la mitad de la milanesa haciendo que saliera vapor y desprendió el exquisito aroma a carne cocinada que tanto extrañaba. Tomó una mitad con la punta de sus dedos sintiendo el calor del pan cocinado y se la extendió a Tomas, mientras Adelina sostuvo su mitad.
–¿Querés probar?
–No, no sería justo.
–Tenemos lo suficiente para el clan. No habrá problema en comer una entre los dos –explicó Adelina y le tendió la mitad de la milanesa.
Tomas tomó el pedazo y maldijo por lo caliente que estaba. Antes de que se callera, Adelina sostuvo la mitad de la milanesa rápidamente y se la dio a Tomas. Con una sonrisa, Tomas se la aceptó y comió, mientras Adelina lo imitaba. Sintió el sabor del pan frito y la carne cocinada en su boca y se alegró como nunca antes en su vida.
Ambos sonrieron por el momento y siguieron preparando la cena con la música pasando por diversas canciones. El corazón de Adelina bombeaba como nunca antes lo había hecho y creyó que se escuchaba por sobre la música. Tomas la ayudó con poner las fuentes de las verduras y Adelina cuidaba que las milanesas no se quemaran. Al mismo tiempo, hicieron las ensaladas y sin darse cuenta, sus manos tocaron la misma fuente de vidrio.
La mano de Tomas seguía siendo cálida y cuando iba apartar la suya del contacto, él no se lo permitió. No fue fuerte ni brusco como la sostenía, sino tierno.
–Gracias, Adelina.
–¿Por qué?
–Por escucharme por el asunto de mi hermano… –los ojos de Tomas parecían no querer desviarse de la mirada de Adelina y se acercó a ella con cuidado–… También por exponer tu punto de vista sin miedo.
–Las mentiras tienen patas cortas, Tomas –dijo la chica–. Es preferible las verdades crueles. Duelen, pero son necesarias.
El muchacho se aproximó más a ella y sintió que el corazón le daba un vuelco al igual que su estómago. Tomas continuó mirándola queriendo capturar cada pedacito de ella a través de sus ojos grises como la bruma. Sin darse cuenta, su rostro estuvo cerca del de ella y no supo quién inició primero.
Adelina sintió que iba a explotar por lo tímido que fue ese primer beso. Percibió un té chino desconocido, pero dulce y curioso y, a la vez, la esencia del humo en los labios de Tomas combinado con el sabor de la milanesa de hace unos minutos. Se miraron mutuamente y Adelina lo acercó devuelta sin importarle lo que pasara y quien viera. Sus alientos se mezclaron y sus labios se juntaron en un beso más largo.
Tomas le tomó la cintura y ella enredó las manos en su cabello grisáceo, perdiéndose en el maravilloso momento. Siguieron aproximándose por más que ya estuvieran cerca e hizo que mariposas revoleteen por el estómago de Adelina. Se separó buscando aire, pero Tomas la acercó queriendo más aproximación y sus ojos grises la observaron.
Rápidamente, Tomas quitó sus manos de la cintura de Adelina y se enredó en su basto cabello negro y lacio. La tomó por sorpresa, pero aceptó dichosa el beso y siguió profundizándose hasta que tuvieron que respirar. Se miraron mutuamente y sonrieron soltando risitas silenciosas. Tomas apartó un mechón de cabello suelto de la muchacha y siguió mirándola con fascinación. Tocó sus mejillas con pecas y le daba pequeños besos en los labios.
Se apartaron lentamente, Adelina sintió el aroma de la comida y se apresuró a dar vuelta las milanesas con Tomas ayudándola. La chica sonrió por el momento previo y retornó a la realidad que tenía en frente. Sacó las milanesas de las sartenes haciendo que el aceite burbujeara y escurrió bien el líquido. Tomas la imitó y se enfocaron en condimentar todas fuentes de vidrio.
Algunas veces, Adelina percibía la mirada de Tomas mientras hacía sus tareas, sonrojándola más de lo que podía creer. Volvió a centrarse en las milanesas viendo que faltaban pocas y decidió hacer que las haría napolitanas. Tomó unos tomates y queso, los cortó con cuidadosa y finamente ocasionando que el jugo del tomate se escurriera en cada corte del cuchillo que tenía en mano. Condimentó las rodajas con un poco de orégano y las colocó en las últimas milanesas y encima el queso derritiéndose al instante por el calor.
–¿Por qué les agregaste tomate y queso?
–Porque vos y tus hermanos sabrán lo que es una milanesa napolitana –respondió Adelina, mientras alzaba su mirada a Tomas–. Me hubiera gustado hacer salsa de tomate, pero no hay tiempo. Espero que te gusten, Tomas.
–Ya quiero comerlas.
Adelina miró el reloj y vio que faltaba poco para que sonaran las campanadas anunciando la cena. Rápidamente, sacó todos los platos y vasos posibles y cubiertos que sus manos pudieran cargar y los dejó en la mesa. Apagó todo fuego que estuviera encendido y se lavó bien las manos.
–¿Segura que no necesitas ayuda en algo más, Adelina? –cuestionó Tomas tratando de sostener los platos–. No me molesta ayudarte.
–Gracias, pero ya hiciste suficiente –dijo Adelina sonriente–. Soy rápida haciendo la mesa. Anda con tus hermanos antes de que se den cuenta que no estás con ellos.
Tomas estaba a punto de marcharse y Adelina vio que sus antebrazos y vendas colgadas en la repisa. Las tomó y decidió hacer algo arriesgado.
–Tomas.
El chico se detuvo ante la mención de su nombre y Adelina le dio un pequeño y rápido beso en la mejilla. Luego le dio sus antebrazos y el muchacho sonrió.
–Gracias por ayudarme, de verdad.
Tomas se marchó colocándose los vendajes en sus puños. El rostro de Adelina adornaba una sonrisa y volvió a la cocina tomando todos los platos que pudiera cargar y caminó los rápido posible hacia el gran salón. Colocó los platos y retornó a la cocina para ubicar los restantes, luego siguió con los vasos y terminó con los cubiertos.
Poco a poco el barullo se acrecentaba en la entrada del gran salón y Adelina apresuró el paso cargando con las fuentes de vidrio repartiéndolas en las diferentes mesas y las que quedaban las dejó en del Gran Maestro. Por último, llevó las fuentes de acero repletas de milanesas y las napolitanas repartiéndolas velozmente. Las campanadas anunciaron la cena y entraron todos los estudiantes y superiores.
Adelina vio al grupo que se había marchado de la cocina con algunos moretones y miradas irradiantes de ira enfocadas en ella. Todos miraron con curiosidad la comida y se susurraron entre ellos observándola. Unos minutos después, Bi Han, Kuai Liang y Tomas llegaron con Cyrax y Sektor detrás mirando confundidos. Tomas, por su parte, mostró más tranquilidad y regocijo.
–¿Qué es esto? –preguntó Kuai Liang con indignación–. ¿Quién hizo la cena?
–Yo lo hice, maestro Scorpion.
La voz de Adelina sonó en el comedor y todos los ojos se posaron en ella. Kuai Liang, Bi Han, Cyrax y Sektor la miraron con incriminación generando que el corazón de la joven bombeara más rápido de lo usual. Mantuvo la cabeza alta ante ellos y vio que el grupo que la abandonó estaba frente a ella.
–Son milanesas con tomate papa, zanahoria y zapallo hervido –continuó con voz firme–. Para ustedes hice milanesa napolitana.
–¿Por qué no hiciste algunos de nuestras comidas, Acosta? –preguntó Bi Han y posó sus ojos gélidos en ella–. Pasaste mucho tiempo aquí, deberías saber cómo hacemos la comida.
–Mi chino no es del todo bueno, Gran Maestro –espetó Adelina firmemente y con tranquilidad–. Tampoco lo es en la comprensión de textos, así que decidí hacer comida de mi patria. Preferí eso a que no tuvieran un plato en la mesa.
–Está bien, Acosta. Siéntate y disfrutemos de tu comida.
Cuando Adelina empezó a caminar hacia su asiento, el líder del grupo que la abandonó alejó el plato y sus amigos lo imitaron.
–Yo no comeré esto, estudiante Acosta –espetó con orgullo–. Prepara algo de nuestra costumbre, por favor.
Todos callaron y Bi Han y Tomas miraron de la peor forma al estudiante. Adelina lo enfrentó posicionándose al costado de él y cruzaron miradas hostiles.
–Si pudiste hacer todo esto, Acosta ¿puedes preparar algo más nuestro? –preguntó su compañera.
–No hay otra cosa, es milanesa o milanesa –contestó Adelina de forma mordaz sin pensar en el tono que lo dijo haciendo que se sorprendiera.
–No queremos comer esto –comentó el chico de ojos color nuez y alejó más el plato.
Sin conciencia de lo hacía, Adelina le estampó la cabeza contra la mesa con un fuerte ruido y el crujido de la nariz rota del estudiante sonó emanando a borbotones sangre manchando su uniforme Lin Kuei. Los platos, cubiertos y vasos tintinearon por el movimiento brusco y rápidamente su compañera quiso levantarse, pero Adelina le tiró el cabello e imitó la acción. Esta vez le rompió el labio y la frente y el líquido carmesí escurrió de forma lenta por el rostro de la desconocida.
Todos se conmocionaron soltando exclamaciones de sorpresa, pero Adelina ni los escuchó. Las maldiciones en chino de sus compañeros sí que las oyó mejor que nunca. No le importó que Bi Han la estuviera mirando tampoco Tomas, pero esto era una total falta de respeto.
–Escuchen una cosa par de abortos de la naturaleza mal cogidos, yo no soy su puta cocinera personal –gruñó Adelina entre dientes, lo suficiente para que todos la escucharan–. Ni ustedes son chetos de Palermo. Son unos putos ninjas que se conforman con lo que tienen y lo que comen. Si esta noche decido hacer milanesa, todos comemos milanesa. Si quieren otra cosa, se lo preparan ustedes o se cagan de hambre. Pero no voy a tolerar que me desprecien la comida, es un lujo que no todos tienen. Lo dice alguien que pasó hambre –Adelina siguió sosteniendo el cabello del muchacho y no se dio cuenta que el comedor se estaba enfriando–. ¿Entendieron, manga de pelotudos infradotados?
Sin pensarlo dos veces, volvió a estamparles las cabezas contra la mesa y ambos emitieron quejidos de dolor y cayeron al suelo.
–¡Suficiente, Acosta! –gritó Bi Han soltando una ráfaga de escarcha delgada por la mesa y todo el mundo contuvo el aliento.
Adelina se alejó del par de estudiante y caminó velozmente hacia su asiento donde sus compañeros la miraron sorprendidos por su arrebato. Incluso, vislumbró la cara perpleja de Tomas.
Bi Han se sentó y empezó a comer con tranquilidad seguido de sus hermanos, luego Cyrax y Sektor. Poco a poco, el tintineo de los cubiertos se hizo presentes en todo el salón con el barullo de los estudiantes. Adelina mantuvo su silencio y disfrutó de la cena que había hecho. Aunque, detectó las miradas asesinas del dúo y las ignoró enfocándose en terminar su plato.
Se alegró de sentir la comida en su boca y calmó sus nervios y pensamientos procesando lo que acababa de ocurrir. Nunca pensó tener esa reacción tan violenta hacía unos extraños, tampoco del nivel de fuerza que tenía para poder estampar la cabeza de dos personas. Le resultó irreal y casi terrorífico. Recordó tener fuerza para pelearse con Mariano en su infancia, pero nunca el nivel de lo que había hecho hace unos instantes.
A veces, cruzaba miradas con Tomas y Adelina notó su preocupación y sorpresa por lo ocurrido, pero la desviaban lo mejor que podía. Recordó el beso que tuvieron y sintió las mariposas de su estómago revolotear con lo que había comido.
Tras terminar la cena, Adelina se fue a dar una ducha con el resto de las pocas mujeres que se encontraban en el clan y siguió escuchando los susurros, comentarios y miradas de desprecio y respeto que hacían. Vio al par que le despreciaron la comida metiéndose a sus respectivos cuartos y Adelina los imitó lo más rápido que pudo.
Soltó un suspiro, aliviada, de que el día llegara finalizara. Se colocó óleo para el cabello pasando sus dedos entre los mechones negros como la tinta y se lo peinó con cuidado rememorando lo que había pasado con Tomas. Recordó sus labios y su sonrisa, las manos en sus caderas y cómo se enredaron en su cabello. Sonrió mientras se acomodaba en las vastas colchas regocijándose en el calor que la abrazaban. Poco a poco, el sueño la atrapaba y sus párpados se cerraron completamente.
Adelina estaba en las puertas de una cabaña rústica y antigua y podía escuchar el alboroto dentro. El ruido de platos rotos y de los golpes se hacían más fuertes con cada paso que daba ella y al entrar vio a Kolbein. Estaba en posición de lucha enfrentándose a una mujer y logró tomarla desprevenida para sentarla a la fuerza en la mesa.
–¿DÓNDE ESTÁ? –preguntó Kolbein a una mujer, rápidamente le tomó el cabello y le estrelló la cabeza contra la mesa de madera–. ¿DÓNDE ESTÁ HELA, DEMONIO? ¡RESPONDE!
Adelina se acercó y vio que los ojos de la mujer eran negros sin un ápice de otro color. El demonio femenino se recompuso riendo con tranquilidad mientras Kolbein la miraba con furia en sus ojos heterocromáticos.
–No te diré nada, Príncipe de los Muertos –sonrió el demonio y se irguió en su asiento–. Tu madre debe estar pudriéndose en su tumba. Me alegro que su orden esté arruinado.
–Me encargaré de restaurar lo que mi madre creó –Kolbein acercó su rostro a la del demonio y mostró sus dientes–. Si tengo que hacerlo toda mi vida encontrar los artefactos que le arrebataron a mi madre, lo haré.
–No lo lograrás, Príncipe de los Muertos –el demonio femenino mantuvo su mirada seria e impasible en Kolbein–. No encontrarás nunca a nuestro líder.
–Nunca me pruebes, demonio.
Kolbein vio la funda de una daga y sus ojos mostraron sorpresa. Adelina mejoró su visión sobre lo que miraba el hijo de Hela y se dio cuenta que era la daga de su madre. Durante el encadenamiento de la deidad, seguramente el demonio femenino tomó la daga como trofeo.
Kolbein desenvainó su espada y sin titubear, le cortó la cabeza al demonio. La sangre brotó sin cesar manchando al muchacho por el rostro y una parte de su ropa vikinga. Tomó la daga de su madre y dejó la cabaña con un fuerte portazo.
–Por lo menos encontré tu daga, mamá. Te la daré cuando estes de vuelta.
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coolpizzazonkplaid · 10 months ago
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La heredera del Infierno
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Secretos
Pasaron días desde que Adelina se había marchado a Arctika y Daniela y Mariano siguieron con las rutinas. Todo el grupo se enfocaba en pulir sus habilidades en el combate y tener una sana convivencia durante los días que quedasen.
Daniela pasó las tardes entrevistando a profesores de la Academia Wu Shi después de los entrenamientos. También, leía los libros de la biblioteca para escribir críticas, ya que se había terminado los que llevó a la academia y Adelina no había dejado ninguno para compartir. Esperaba que cuando ocurriera una visita a Arctika le prestara algunos. Por ahora, tendría que esperar a que llegaran noticias de ella. Daniela seguía enfocada en mejorar, mientras escuchaba las divagaciones de Mariano.
En esos días, su creatividad había despertado y logró encontrar herramientas y objetos necesarios para crear un pequeño aparato para cargar los celulares usando el medallón de Raiden. En los momentos de descanso, Mariano intentaba dialogar con el granjero para trabajar en ello. El resto de luchadores se reían de cada vez que mencionaba el tema y se le iluminaban los ojos, como un niño.
–Vamos Raiden, déjame usar el medallón –pidió Mariano mientras comía su almuerzo y el resto miraba el escenario–. Voy hacer un gran invento.
–No te lo prestaré, Mariano –soltó Raiden enojado–. Lord Liu Kang, me lo dio para el torneo y como obsequio. No vas a usarlo para otra cosa.
–Ni tampoco para hacernos reventar por los aires –siguió Daniela sorbiendo de la sopa que hicieron los cocineros–. Me basta y me sobra que sos un peligro aterrizando con la avioneta.
–¿Explotó alguna cosa Mariano? –preguntó Johnny.
–Oh, sí lo hizo –contestó la pelirroja enfocada en su comida–. Una vez metió al microondas huevos y pescado para calentar. Lo puso a tres minutos y al poco tiempo escuchamos algo que explotó en la cocina. El olor estuvo por varias semanas y no importa cuantas veces limpiando, ese puto olor seguía. Otra vez, se olvidó de encender la hornalla. De milagro el Viejo Mario se dio cuenta y nos salvamos de volar por los aires.
–¿De enserio apestó tu casa a pescado por días? –preguntó Kung Lao sonriente y Daniela asintió.
–Che, mira que me volví mejor cuidando las cosas –espetó Mariano mientras tomaba la sopa.
–Deberíamos ver su casa –dijo Kenshi riendo–. Tal vez, lo que queda son solo escombros.
–Es una gran calumnia a mi persona, Kenshi –dijo Mariano dramático–. Me siento difamado.
Todos rieron y continuaron el almuerzo hasta que el sonido del gong anunciara el final. Dejaron sus platos cerca de las cocinas y volvieron a los entrenamientos. En las horas siguientes, hicieron clases para mantener equilibrio en la punta de los postes en los que Daniela caía en varias ocasiones, terminando con varias magulladuras.
Al llegar a los cuartos, Daniela sintió un alivio al sentarse en las escaleras. Mariano trajo mates y compartió con el resto, mientras se enfocaba en convencer a Raiden para dejarlo usar el medallón. Ya al punto en el que estaban, todos querían que Mariano se callara, incluido Johnny.
–Raiden, por favor, déjalo que haga sus manualidades para que deje de insistir –espetó el actor.
–¡Mira quién habla! El que no paró de parlotear por hacer una película –argumentó Mariano sarcásticamente y bastó para que Johnny cerrara la boca–. Sino quédate en mi habitación a vigilar el medallón, mientras lo uso para crear algo. No te lo quitaré porque lo estarás cuidando ¿te parece? ¿mucho mejor?
Raiden suspiró cabizbajo y alzó su mirada a los ojos azules de Mariano. Tenía ojos expectantes combinados con los de un cachorro.
–Está bien –dijo el granjero con los brazos cruzados–. Pero yo lo estaré cuidando. No permitiré que rompas lo que me obsequió Lord Liu Kang.
Mariano celebró y le dijo a Raiden que comenzarían al día siguiente después de los entrenamientos. Daniela rio por el entusiasmo de su amigo y siguieron tomando mates hasta que los sonidos del gong anunciaran la cena. Comieron tranquilamente y Daniela se sintió incompleta por la ausencia de Adelina, pero se recordó que pasaron algunos momentos así y pudieron cuidarse.
En la noche, Daniela se preparó para dormir, se puso óleo para el cabello en sus rizos rojizos y se acomodó en el futón. Tomó el libro que había tomado de la biblioteca de la academia y empezó a leer. Mientras se perdía en las palabras, no se percató de una luz anaranjada tapada por el libro. Daniela sintió que algo liviano caía en su regazo y tras vislumbrar sobre las hojas, vio un pequeño papel. Dejó el libro a un costado del futón y recogió el papiro.
Tenía delineaciones violetas y se dio cuenta de que era una carta de Shang Tsung. Lo desplegó por completo y comenzó a leer su contenido.
Querida Daniela:
Pasaron días desde nuestros pequeños encuentros durante el torneo y espero que te encuentres bien. Quiero seguir hablando contigo a través de cartas y aguardaré tu respuesta. Tu persona me cautivó y tengo la curiosidad de seguir descubriendo más sobre ti.
En estos días, estuve ocupado con mis avances para mejorar la salud del Mundo Exterior y necesitaba a alguien con quien hablar. Mi mente ha estado divagando en los pocos dichos que tuvimos y espero que en las cartas podamos seguir conversando.
Atentamente,
Shang Tsung.
Daniela sonrió, buscó hoja y birome y escribió. Sus mejillas se tornaron rojas ante lo que pensaba poner y dejó que su mano la guiara.
Querido Shang Tsung:
¡Gracias por escribirme! Tengo la esperanza de que hayas podido ayudar a tus pacientes y a los miembros de la casa real. Por lo que tengo de tu entrevista, sé que lo hiciste de maravilla.
En la Tierra, estuve entrenando, pero tenemos algo de tiempo libre y me lo paso leyendo y entrevistando a algún maestro. También, escribo críticas de los libros que voy terminando para despejar mi mente. Me entretiene, pero sería lindo hablar contigo mediante las cartas.
Tengo curiosidad sobre ti, también. Desearía conocerte más que como el brujo de la familia imperial.
Espero tu respuesta,
Daniela.
La muchacha dobló bien la hoja y la vio esfumarse entre llamas anaranjadas. Se sorprendió y volvió a acostarse en el futón con la esperanza de que el hechicero le volviera a escribir. Alzó su mano mirando el anillo con la joya rosada y un calor en sus mejillas inundó su rostro. Ocultó su mano en las colchas y sus párpados comenzaron a pesarle.
Pasaron pocos días cuando Mariano logró hacer el invento para cargar el celular usando la electricidad del medallón de Raiden. El primer prototipo lo usó en el de Johnny y casi explota por el nivel de voltaje. Daniela se sorprendió al ver el desastre de la habitación de Mariano.
Había muchos metales esparcidos por cualquier parte, haciendo difícil la posibilidad de caminar. Se escuchaba música y se veía a Raiden sentado al lado de Mariano, con la cara resignada. El futón estaba desordenado y la madera estaba repleta de yerba mate y migas de comida.
–¿Podrías bajarle el volumen a eso? –preguntó Raiden.
–No –contestó Mariano tranquilamente sorbiendo mate–. Uno, es Tornado of Souls de Megadeth y un buen tema. Número dos, es mi habitación y son mis reglas.
–Solo te pido que le bajes el volumen.
Mariano lo bajó apenas y siguió haciendo experimentos. Raiden miró a Daniela y sus ojos mostraban hartazgo.
–Lo lamento, Raiden –dijo la muchacha con los brazos cruzados–. Te tocará soportar su música hasta el final.
–No me molesta su música. Me molesta el volumen –espetó Raiden.
–¿Cuánto te falta para que termines con ese invento? –preguntó Daniela.
–No sé, creí que a la primera me funcionaría –dijo Mariano analizando el aparato–. Lamento que casi reventara tu celular, Johnny.
–¡No permitiré que mi celular sea una rata de laboratorio, otra vez! –exclamó el actor y lo guardó en su pantalón–. Tengo muchos videos para hacer mi gran película.
Todos miraron de mal manera a Johnny y Mariano se enfocó nuevamente en la maquinaria. Salían cada pocos segundos chispas naranjas y maldecía cuando había un pequeño cortocircuito.
–¿Quieres que te ayude, Mariano? –preguntó Kung Lao.
–Sabes que sí –el granjero se sentó y esperó nuevas órdenes–. Sosteneme el aparato y no lo muevas que tengo que ver mejor si ubiqué bien los metales.
Daniela y los demás se marcharon lentamente, escuchando a lo lejos la música estruendosa de su amigo. Siguieron charlando hasta la hora de la cena y antes de que la joven fuera al gran comedor, el anillo comenzó a darle calor en su dedo. En frente de los ojos de la joven, una nueva carta de Shang Tsung apareció. Desplegó el papel y leyó las palabras del hechicero.
Querida Daniela:
Me alegro que hayas aceptado mi propuesta y tengo intenciones de conocerte más. Me resulta positivo que puedas tener tiempo libre durante tus entrenamientos y mejores tus talentos.
Estuve tan ajetreado que no me enfoqué en mis pasatiempos. Quisiera hacerlo, pero mis labores me agobian. Son muchas cosas las que tengo que hacer y cada vez que termino una, aparece una nueva. No tienen fin, pero los hago con gusto. Cada tarea que me comprometo, la cumplo de forma meticulosa y me tomo mi tiempo.
Aun así, al leer tu carta sentí que pude tener un pequeño pasatiempo, aunque sea algo insignificante, para mí, significa mucho.
Espero con ansias tu respuesta,
Shang Tsung.
Daniela sonrió y comenzó a escribir emocionada las cosas que sentía hacia el hechicero. Sus mejillas se tiñeron de rojo como su cabello y notó un mechón pequeño se colaba en su vista. Se enfocó en el papel y su mano guio la pluma.
Querido Shang Tsung:
Espero que logres completar todas tus tareas. Si sientes que no puedes con todo, está bien sentirlo, es necesario que descanses y busques algo con lo que distraerte, aparte de escribirme cartas. No me molesta que me escribas, leo con gusto lo que me envíes, pero también busca otras cosas y experimenta.
Mi consejo es que limpies, a veces hacerlo es una gran forma de distraerte y hasta pensar en el siguiente paso. Otras cosas que pueden ayudarte son: cocinar, dormir, meditación, entre otras muchas.
Algunas veces, es necesario dejar algunas tareas para el día siguiente. Escribir, leer y hasta cocinar (no siempre me sale bien) son algunas de mis formas de descansar mi mente. Incluso salir a caminar me ayuda y espero que te sirvan a ti también.
Confío en que mis consejos te ayuden,
Daniela.
El papel se esfumó entre llamas. Tuvo la esperanza de que Shang Tsung leyera en poco tiempo su carta y volvieran a escribirse. De repente, Daniela escuchó gritos.
–¡Dani! ¡Ya es hora de comer!
–¡Ahí voy, Mariano!
Salió de su cuarto y corrió hacia donde estaban sus compañeros para unírseles. Caminaron, iluminados por los faroles anaranjados y las hojas secas y pétalos adornaban los caminos de piedras, llegando al gran comedor.
Luego de la cena, Daniela se aseó y fue hacia sus aposentos. Frente a su puerta, la luz de las velas de la habitación de su amigo seguía encendida y sonrió por sus maldiciones. Entró a su habitación y se sumergió en las vastas colchas de su futón.
Pasaron los días y Daniela siguió entrenando junto al resto de sus amigos y escribiendo cartas a Shang Tsung. Lo que sí le preocupaba a la muchacha fue la falta de noticias de Adelina, seguramente los entrenamientos en Arctika la agobiaban. Incluso, Raiden, Kung Lao, Kenshi y Johnny preguntaban por las noticias de ella hasta que esas dudas se apaciguaron un día después del almuerzo.
Previo a eso, luego de terminar los aparatos para cargar celulares, Mariano encontró en pueblos cercanos partes de torres de radio y comenzó a comprarlas para construirla. Ante eso, Daniela le propuso que lo hablara con Liu Kang para evitar cualquier inconveniente. El joven salió rápidamente hacia donde estaba el dios y le resultó difícil convencerlo para que le diera luz verde.
Fue poco tiempo, tras algunos discursos Liu Kang se lo permitió y Mariano dio comienzo a su construcción, haciendo que suenen chispazos y pequeños incendios en su habitación. Él y Kung Lao, a veces, salían por el humo y Daniela los ayudaba a recuperarse para que volvieran a meterse y seguir trabajando con la torre de radio.
El día que había llegado la carta de Adelina, tanto los demás luchadores como los profesores tuvieron que detener a Johnny y Kenshi por una riña por la espada Sento. Ambos se separaron, tomando diferentes caminos para bajar los aires de pelea, dejando a Mariano, Raiden, Kung Lao y Daniela en el recinto de estudiantes. Mientras esperaban a que los dos luchadores volvieran, un maestro llegó con una carta de Adelina.
Emocionados, Daniela y Mariano la leyeron y luego la joven preparó la respuesta. No mencionó las cartas que tenía con Shang Tsung hasta tener más confianza con él y poder hablarlo con sus amigos. Por ahora, sería algo que mantendría en privado.
Tras terminar la carta, un maestro los guio hacia el palomar y le dieron el papel con el invento de Mariano a un ave. La soltaron y la vieron perderse en el cielo. Regresaron al recinto con tranquilidad y Mariano se recogió el cabello rubio haciéndose una cola de caballo. Los dos entraron a sus respectivos cuartos y Daniela se enfocó en escribir la opinión de un libro de la biblioteca. Los faroles y velas le proporcionaban una gran luminosidad a su cuarto y la canción que reproducía de su celular la hacía olvidar el alrededor. Hasta que hubo otra explosión en la habitación de Mariano y Daniela, alarmada, salió a ver qué ocurría.
–¡Ay! ¡La concha de la lora! –maldijo el muchacho, sacudiendo su mano–. Putos cables de mierda.
–¿Qué pasó, Mariano?
–Estamos bien, Daniela –calmó Kung Lao–. Solo fue un cortocircuito.
–Me costó muchísimo pagar por todo esto –dijo Mariano enfocado en la maraña de cables y metal–. Más vale que me rinda la plata para hacer una pequeña torre de radio.
–¿Le preguntaste a Liu Kang sobre hacer esto? –cuestionó el granjero–. Me resulta difícil de creer que te haya permitido hacer esta locura.
–Me costó convencerlo, pero lo logré.
Mariano se calló y siguió enfocado en su trabajo con la ayuda de Kung Lao, algunas indicaciones se escuchaban cuando Daniela volvía a su cuarto. Al cerrar la puerta, oía la canción de Graveyard de Halsey y se centró en su crítica hasta el anuncio de la cena.
Pasaron los días y entre carta y carta la relación entre Daniela y Shang Tsung se amplió. Hablaron sobre los pasatiempos de cada uno y algunos libros que leían. A veces, le llegaban mensajes antes de ir a dormir y los respondía lo más rápido posible con una sonrisa adornada en el rostro.
También, recibían cartas de Adelina y se alegraban de tener noticias de ella. Le molesta un poco que su amiga no se arriesgara un poco, pero era entendible. La extrañaba, nunca habían estado tanto tiempo separados los tres, pero tendrían que esperarla. Quería hablar cara a cara con Adelina y pasar junto a Mariano los entrenamientos. Era extraño no tenerla al lado.
Mariano seguía enfocado en poder instalar la torre de radio, pero entre explosiones y maldiciones, parecía que no tenía resultados positivos. Hasta Kenshi y Johnny creían que era imposible que lo lograra, pero no les hacía caso y seguía manteniendo su convicción. Raiden y Kung Lao no soportaban la música de Mariano, pero mantuvo el volumen bajo para mantenerlos contentos.
Un día, en los aposentos recibió una carta de Shang Tsung y comenzó a leerla. Su sonrisa se acrecentaba con cada palabra escrita por el hechicero del Mundo Exterior.
Querida Daniela:
Me alegro que en estos días hayas podido seguir entrenando y haciendo tus tan mencionadas críticas literarias. En algún momento, me gustaría poder leerlas a tu lado y compartirnos nuestros gustos por los libros. Espero que hayas podido terminar el libro que estabas leyendo.
También, me causa mucha curiosidad los tantos alimentos de tu amada patria, sus nombres me resultan curiosos y deliciosos. Me gustaría probarlos algún día. Por ahora, me conformaré con mi imaginación. Tu patria parece bastante maravillosa por cómo me la cuentas, pero quizás verla en persona sería más hermosa.
Ansío tu respuesta,
Shang Tsung.
Daniela salió inmediatamente hacia las cocinas de la Academia Wu Shi y luego de conseguir todos los ingredientes empezó hacer unos cañones rellenos de crema pastelera y de dulce de leche. Los cocineros le dejaron un pequeño espacio para hacerlos.
Preparó la masa con harina, manteca de cerdo y leche. Mezcló con tranquilidad y al compás de los ruidos de los cocineros yendo de un lado para el otro para la cena. Poco a poco, la masa de los cañones se iba despegando del bol, Daniela amasó con fuerza el alimento, comenzó a formar bolitas pequeñas para aplastarlas y después enroscarlas.
Mientras las cocinaba, preparó la crema pastelera con maicena, azúcar, yemas de huevos, leche y canela. Colocó la crema y el dulce de leche en las masas hechas y los cocineros comieron unos pocos para volver a sus asuntos. Daniela llevó una gran cantidad para los demás luchadores y celebraron el pequeño gesto junto a los mates de Mariano. La joven guardó en una pequeña caja para Shang Tsung en su habitación y siguió compartiendo el momento con sus amigos.
Antes de que sonara el gong, Daniela fue a su cuarto y le escribió una carta para el hechicero. Se sentió una cursi haciendo el postre, pero esperaba que le gustara el gesto.
Querido Shang Tsung:
Me encantaría mostrarte todas mis críticas que he hecho, pero por ahora las tengo en borrador y quiero mejorarlas para que las puedas leer. Estoy terminando el libro y me siento muy emocionada por ver cómo termina. Escribirlo no es lo mismo que decirlo con palabras.
Lo único que puedo darte son cañones de crema pastelera y dulce de leche. Son uno de las tantas facturas que hacemos en Argentina. Si no llegan con la magia que hiciste, pido perdón. Me las comeré luego para que tengas antojo y envidia.
Espero que te gusten.
Daniela.
En cuanto terminó la carta, la puso junto a la caja de madera y ambas ardieron hasta desaparecer. La joven tuvo la esperanza de que los haya recibido y no se quemaran en el proceso. También, uno de los maestros llegó con una nueva carta de Adelina y se apresuró a contestarla.
Querida Daniela:
Espero que te encuentres bien y que Mariano haya avanzado con la torre de radio. No sé por qué pienso que va a tener todo el cabello para arriba como si fuera Dragon Ball. Me rio con la imagen de la cabeza que tengo.
Todos los días tengo entrenamiento a la mañana entrenamiento con Bi Han y no puedo despertar mi criomancia. Después sigo mis clases con sus hermanos y otros maestros. Aprendo manejo de armas (siento que es un poco atrasado usar una puta espada, pero bueno qué puedo hacer), sigilo, combate, etc. Al mediodía, es la hora del almuerzo y soporto las miradas hostiles de los demás principiantes (es una porquería, pero ni siquiera sé por qué lo hacen y no tengo intenciones de saberlo). Después sigo haciendo entrenamiento y limpieza.
Termino hecha mierda, me da ganas de tirarme en la cama y dormir por un año. Me cuesta poder encontrar un tiempo para averiguar las ruinas con todas las tareas que me asignan, apenas logré hallar el palomar.
Los extraño mucho y quisiera hablar con ustedes en persona. Me siento un poco sola, pero a veces hablo con Tomas, no es mucho lo que hablamos, pero me hace sentir comprometida… eso creo. No me molesta hablar con él, es solo que parezco buscar algo más de él y no es así. Cuando aparece un extraño intentamos ser lo más formales… me hace sentir una tonta.
Además, mis mejillas se calientan y me gustan sus ojos. Me hacen recordar a portadas de libros y mañanas nubladas.
Espero tu respuesta,
Adelina.
Daniela tomó un papel y la pluma comenzó a escribir.
Querida Adelina:
Te extrañamos también y queremos verte lo más pronto posible. Para tu decepción, Mariano no tiene el cabello parado ni sé si avanzó o no con su torre de radio. Sinceramente, pienso que avanza de a poco, aunque cada explosión y maldiciones me hace sentir lo contrario.
Por lo que entiendo de los Lin Kuei, cuando estábamos teniendo las clases teóricas, son nuestro ejército. Así que sí, te tocará el entrenamiento más fuerte, aunque admito que deberían darse unos descansos, pero ese es mi pensamiento. Por otro lado, también me resulta anticuado el uso de armas, pero son sus costumbres, no podés hacer mucho.
Me enoja que te traten diferente, me recuerda al orfanato, pero no busques pelea con ellos y evita cualquier provocación. Además, me alegra que puedas hablar con Tomas, no te agobies la cabeza con esos pensamientos, mientras no busques algún privilegio usando sus sentimientos, no hay problema. Te conozco y no lo harías, así que deja atormentarte.
Con cariño,
Daniela.
La muchacha preparó la carta, fue hacia el palomar y soltó el ave. Voló perdiéndose en la oscuridad de la noche y escuchó el sonido del gong anunciando la cena. Bajó de la torre y corrió hacia el gran comedor, alcanzando a sus amigos.
Las risas y barullo se acrecentaron en las cuatro paredes cuando los platos se sirvieron. Todos comieron y agradecieron con júbilo la habilidad de los cocineros. Las charlas continuaron hasta que los maestros anunciaron la hora de dormir.
Daniela se bañó y se preparó para sumergirse en las vastas colchas del futón. Tomó el libro que tenía al lado y lo abrió. Las palabras fueron atrapándola y la metió en el mundo de la trama, perdiendo la noción del tiempo. Con cada página, los párpados le pesaron y le costaba mantener la coherencia de lo que leía. Cerró el libro y se tapó con las colchas, esperando un mejor día y posiblemente alguna carta de Shang Tsung.
Los entrenamientos siguían todos los días, Daniela lograba seguir a sus amigos, pero a veces tenía dificultades. Las clases en equilibrio y meditación eran las más complicadas, ya que la joven tambaleaba en los postes y perdía el equilibrio constantemente generándose varios moretones. Mariano se reía de cada caída, una y otra vez para luego ayudarla levantarse. Por el lado de la meditación, su mente siempre fue acelerada y encontrar la calma le resultaba complicado. Lo que le parecía media hora, en realidad, eran segundos o minutos.
Le frustraba a Daniela, pero se esfumaban por las cartas de Shang Tsung y preparar algunas facturas o picada para los luchadores y el hechicero. Entre carta y carta la relación entre ellos se fue abriendo más y más. Se actualizaban de los días y hablaban de sus gustos. Se expresaban mucho las ganas de verse en persona y seguir con sus divagaciones.
En una de las tantas cartas, Daniela se emocionó por su contenido y un cosquilleo invadió su estómago.
Querida Daniela:
El papel no logra expresar mis ganas de hablarte en persona. Quisiera escuchar tu voz que hace tiempo mi memoria no le hace justicia. Mi petición es que podamos hacer un encuentro y vernos. Si estás de acuerdo, por favor envíame una respuesta.
Shang Tsung.
Daniela no supo contener su alegría y le escribió una respuesta inmediatamente.
Querido Shang Tsung:
Me encantaría. Veámonos en dos días a la medianoche, afuera de la Academia Wu Shi. Te esperaré con algunas cosas para comer juntos.
Daniela.
La carta se esfumó entre las llamas y los nervios la carcomieron, esperando la respuesta del hechicero. Su mente divagó a su sonrisa encantadora de hace semanas atrás, en su estadía en el Mundo Exterior. Sus ojos marrones que le recordaban a las tortas negras.
Luego de cenar y asearse, Daniela se quedó despierta por un tiempo más, con la esperanza de que Shang Tsung le mandara una respuesta a su propuesta. La ansiedad la mantuvo caminando en círculos por su habitación por varios minutos hasta que el cansancio le pesaba. Se acostó en el futón y se envolvió con las colchas. Antes que sus ojos se cerraran, llegó una nueva carta con la respuesta afirmativa del hechicero. Se durmió con una sonrisa en su rostro y pensando en qué hacer de comida para Shang Tsung.
Los dos días fueron eternos, haciendo que las ansiedades de Daniela se acrecentaran y lo único que la despejaba eran los entrenamientos. Preparó más cañones de crema pastelera y dulce de leche, junto a algunas medialunas y galletitas. Compartió parte de sus facturas a sus amigos y a veces le entregaba a Mariano cuando se enfocaba en hacer la torre de radio.
Raiden y Kung Lao seguían en la habitación de su amigo para evitar que le explotara algo nuevamente. La música estruendosa de Mariano se podía escuchar al pasar cerca de su habitación, junto con el vocabulario vulgar y miles de maldiciones cada vez que ocurría un cortocircuito.
Johnny y Kenshi seguían peleados por la espada Sento y Daniela estaba hartándose de escuchar sus idas y vueltas. Después del primer conflicto, se mantenían al margen, pero se tiraban comentarios mordaces.
Cuando llegó el día de ver al hechicero, los nervios carcomían a Daniela y se tocó constantemente el cabello rojizo. Algunos mechones enrulados y cortos se metían en sus ojos y se los apartaba para calmarse. Estuvo todo el día con el estómago revuelto y se acrecentaron cuando terminó la cena.
Cuando todas las velas del complejo de estudiantes se apagaron y los faroles iluminaban los caminos. Daniela salió sigilosamente y caminó hacia las grandes puertas de la Academia Wu Shi. Las abrió con cuidado y se sumergió entre las plantas del vasto bosque, chocándose con varias y algunas hojas se metían en su boca.
Llegó hacia unas colinas donde había un árbol con flores y a lo lejos se veían las columnas de la Academia Wu Shi. Se sentó en la roca y dejó al lado una canasta pequeña con las facturas que había traído para el encuentro. Estiró las piernas y se quedó esperando a la llegada del hechicero.
Los nervios la carcomían por dentro y se mordió la uña del pulgar. Los segundos parecieron minutos y sintió que sus esperanzas para la reunión se apagaban. La chica admiró el paisajismo y el cielo estrellado. El viento sopló suavemente, haciendo que algunos mechones rojizos se elevaran.
De repente, un destello blanco apareció enfrente a sus ojos. Poco a poco, se reveló la figura de Shang Tsung y el corazón de Daniela dio un vuelco. Los ojos del hechicero la vieron y de su rostro adornaba una pequeña sonrisa.
–Buenas noches, Daniela.
–Hola, Shang Tsung –saludó la muchacha y un sonrojo invadió sus mejillas que rivalizaron con su cabello corto–… Eh… traje más facturas para comer juntos. Espero que no te moleste.
–Está bien –dijo el hechicero y se acercó a Daniela–. Extrañaba tus delicias ¿Quieres sentarte?
–Sí, gracias.
Se sentaron en el pasto y abrió el canasto con las facturas. Desvió sus ojos del hechicero y se enfocó en el hermoso cielo. Hacía tiempo que no veía las estrellas, eran pocas las que se distinguían en capital y las veces que las vio fue cuando pasó noches con el Viejo Mario en la provincia de Buenos Aires.
Tomó un cañón de dulce de leche y comenzó a comerlo tranquilamente. Vislumbró al hechicero e imitó la misma acción que ella. Su corazón le latió con fuerza y el estómago le cosquilleaba.
–Es bonita la noche –soltó Daniela después de tragar la factura–. Hace tiempo que no veía las estrellas.
–Tienes razón, es encantadora –coincidió Shang Tsung con la vista enfocada en el cielo–. Es extraño ver solamente estrellas. En el Mundo Exterior, hay días o semanas que veo diferentes colores en los cielos hasta incluso galaxias.
–¿De enserio?
–Sí, es maravilloso –respondió el hechicero y la miró–. Al igual que tus delicias.
–Gracias y espero que mis consejos te hayan ayudado.
–Sí, me ayudaron… –dijo Shang Tsung y le sonrió tímidamente–… pero lo que más me favoreció fue escribirte.
Las mejillas de Daniela se calentaron y se cautivó por los ojos chocolate del hechicero. Le recordaban las tortas negras y caramelos de dulce leche. Tomó otra factura y la mordió. La delicia de la masa y la crema pastelera invadió sus papilas gustativas.
Tras terminarla, su mano fue hacia la canasta para tomar otra, pero chocó con la de Shang Tsung y la tomó con delicadeza, como una flor. Daniela se sonrojó más, pero dejó que tocara su mano, parecía fascinado con ella.
–Son suaves –exclamó el hechicero hipnotizado–. A pesar de tus entrenamientos, siguen siendo delicadas.
–Gracias, Shang Tsung.
Sus dedos se entrelazaron y Daniela sintió que encajaban perfectamente, cual piezas de rompecabezas. Sus pulgares chocaron y el calor de su fuerte mano le pareció confortante. Una electricidad recorrió todo su cuerpo y sus mejillas se calentaron mucho más.
Daniela no quiso zafarse de su tacto. No llevaba los guantes que recordaba verlos puestos en la estadía en el Mundo Exterior y agradeció ver la complexión de su mano. La muchacha desvió la mirada hacia el cielo nocturno por unos minutos más, pero sentía los ojos del hechicero.
Volvió a mirarlo y hubo un silencio. Las hojas se levantaron por el viento leve y el cabello rojizo de Daniela se elevó suavemente. Dejó de lado el cielo y cualquier tema de conversación y se acercó dudosa a Shang Tsung. La imitó y el estómago comenzaba a revolotear.
Daniela apartó lentamente la canasta y se aproximó más. La mano del hechicero tocó su rostro, como si fuera porcelana y la acercó hasta ver mejor su reflejo en los ojos de Shang Tsung. Sus respiraciones se unieron y ya no hubo espacio entre ellos. Los labios de ambos se juntaron y el corazón de Daniela explotó. Fue suave, pequeño y tímido.
Se alejó del muchacho lentamente y volvió a mirarlo. Sus ojos chocolate la recibieron y quedó hipnotizada por ellos. No se percató que los labios del hechicero capturaron los de ella nuevamente, dudoso y Daniela lo siguió. La mano que ahuecaba su rostro se encaminó al cabello pelirrojo de Daniela, enredándose en sus rulos.
Daniela chocó con el cuerpo de Shang Tsung y continuó besándola con suavidad. El corazón bombeaba con intensidad y buscó aire para respirar. Se alejaron un momento y las puntas de las narices de ambos chocaron. Shang Tsung volvió acercarla y la besó con más pasión, tomando a Daniela desprevenida. Las manos de la chica se enredaron en el cuello del chico, pegada a sus labios. La otra mano de Shang Tsung se posó en su cintura acercándola con más pasión.
Daniela se separó y buscó aire desesperadamente. Las mejillas las sintió acaloradas y el brujo la observó con fascinación. Poco a poco, la mano que se había enredado en su cabello pelirrojo se zafó lentamente y se apartó.
–Eres hermosa –soltó el hechicero.
–Gracias, Shang Tsung.
El silencio perduró por más tiempo. Ambos se miraban, entrelazaban sus manos y sus pulgares recorrían las complexiones. La comida fue olvidada y se besaban delicadamente de vez en cuando. Pero poco a poco, el sueño invadía a Daniela, haciendo que cabeceara.
Shang Tsung se percató y la ayudó a levantarse para irse a la Academia Wu Shi. Recogió la canasta y caminó con tranquilidad a las profundidades del bosque. Antes de sumergirse, despidió a Shang Tsung con un delicado beso y lo vio esfumarse en el resplandor blanco. Daniela sonrió y se metió en el frondoso bosque.
Llegó a las puertas de la academia y entró sigilosamente, evitando los faroles que iluminaban los caminos de piedra y ramas de árboles con sus hojas anaranjadas. Daniela ingresó al complejo de estudiantes con cuidado hasta su habitación. Se sumergió en el futón, se tocó los labios y sonrió, como una niña pequeña enamorada por un famoso. Repitió los sucesos de esa maravillosa noche hasta quedarse dormida.
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coolpizzazonkplaid · 11 months ago
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La heredera del Infierno
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Aviso: En el pequeño diálogo y pensamiento de Tomas, mucho de eso pertenece a las teorías de @evilbihan. Espero haberlo hecho bien y quiero seguir usando algunas más de sus teorías para los siguientes capítulos.
La información de Hela se encuentra aquí, también sobre Fólkvangr y Valhalla y sobre la Duat.
Para finalizar, las letras que canta Adelina son de dos canciones. La primera es "Days Of Future Past" de Iron Maiden y la segunda es "Maldito duende" de Héroes del Silencio.
Descubrimiento
Adelina despertó escuchando voces y una luz brillando cerca de sus ojos. Con una mueca de disgusto los abrió y la cabeza le estalló ante esa diminuta acción. Vio el techo de madera, paredes blancas y camillas. La boca le supo extraña y sus extremidades parecían que estuvieron dormidas por una eternidad. Se frotó los ojos fatigados percatándose de las vendas blancas que tenía y el camisón de tela china que llevaba puesto.
“¿Qué pasó?” se preguntó Adelina.
Se sentó en la cama, pero la paz no le duró demasiado. Las náuseas volvieron, la bilis invadió su garganta y vomitó al costado de la cama. El cuerpo le dolía, la boca le supo peor y a la vez su estómago rugió de hambre. Adelina siguió frotándose los ojos para sacarse el sueño y encontrar algo para evitar que su cerebro la matara.
Se levantó y sus pies tocaron la fría madera. Corrió las cortinas buscando a algún médico y a la única persona que vio fue a Tomas. Estaba en la puerta de la enfermería y sus ojos grises se sorprendieron al descubrirla despierta y tratando de caminar.
–Adelina –dijo de forma sorpresiva–. Ya traigo inmediatamente a Cyrax y Sektor para que te ayuden.
–¿Qué pasó? ¿Cuánto llevo dormida?
–Dormiste tres días completos –dijo una voz grave. Una tan conocida que Adelina le dio ganas de matar a la persona–. Tomas y yo estuvimos vigilando tu estado para ver si ocurría un inconveniente.
Adelina vio a Bi Han de manera odiosa y dejó su rencor para procesar lo que le había dicho. Tres días y su memoria seguía en blanco.
–¿Qué me pasó? –preguntó la chica y caminó lentamente hacia los hermanos–. Lo único que recuerdo es estar en el frío.
Se miraron entre ellos, como si no pudieran creer lo que decía. Bi Han se marchó con su voz grave llamando a las dos ninjas.
–¿En serio no recuerdas nada, Adelina? –cuestionó Tomas acercándose a ella–. ¿Absolutamente nada?
–Tengo la cabeza en blanco ¿qué pasó?
El chico guardó silencio y en sus cautivantes ojos grises entró la duda. En ese instante, Cyrax y Sektor entraron, se alarmaron al ver a Adelina de pie y le ordenaron volver a la cama. Tuvo otro ataque de vómito y el par de mujeres le dieron un balde para poder descargar la tripa. También, le ofrecieron un té relajante para calmar las náuseas y vio que Tomas seguía allí, observándola.
Cyrax y Sektor le hicieron preguntas sobre lo que recordaba y al ver la negativa de Adelina, supusieron que esa pequeña pérdida de memoria la recuperaría con el tiempo. Por ahora, necesitaba descansar y alimentarse para volver a los entrenamientos lo antes posible. Tomas siguió mirándola, como si tuviera miedo de que volviera a caer descompuesta, mientras ella bebía té.
–¿Qué miras, maestro? –preguntó Adelina temiendo que algún superior o los hermanos de Tomas rondaran cerca–. ¿Tengo algo en la cara?
–Me preocupa que no recuerdes lo que ocurrió.
–Lo último que recuerdo fue estar en el frío –dijo Adelina mirando a la nada, tratando de buscar recuerdos en su memoria, aunque sea pequeño–. Estaba temblando… Luego, creo que escuché gritos… y… ya está. Lo demás está en blanco.
–Bueno –dijo el muchacho con resignación y se puso de pie–. Tengo que dar clases, Acosta. Más tarde vendré a ver cómo te encuentras.
–Está bien –dijo Adelina–. Suerte en tu día.
Tomas se marchó de la enfermería y Adelina contempló el vacío. El silencio la estaba enloqueciendo y su pierna comenzó a moverse. Los minutos parecieron eternos y no podía volver a cerrar los ojos. Escuchó los pasos de los estudiantes y sus risas burlonas. Intentó conservar autocontrol que le quedaba antes de gritar improperios y verdades. Debía mantener el control y evitar que Bi Han le complicara más su estadía en Arctika.
Poco a poco, sus párpados le pesaron y se sintió dichosa de volver a cerrar los ojos, sumergiéndose en la negrura absoluta. No tuvo visiones ni pesadillas. Era una caricia a su persona. Necesitaba dejar de soñar.
Tuvo la esperanza de que, en esos tres días dormida, Daniela y Mariano le hayan enviado alguna carta en respuesta de la anterior. Quería leer si ocurrieron más locuras durante su ausencia en la Academia Wu Shi y sonreír por un momento.
Se sentía bastante sola, más cuando no podía hablar con Tomas o alguien de aquí. El ninja fue comprensible, era su maestro y tener una conversación casi informal cerca de los estudiantes podría dar un significado incorrecto. No consiguió entender el resto de estudiantes lin kuei ¿por ser de la Academia Wu Shi sería un paria? ¿por tener que entrenar con Bi Han y los demás no, la tratarían diferente? Fueron preguntas que se desvanecieron cuando el sueño se apoderó completamente de Adelina.
Al cabo de un par de días, Cyrax y Sektor le dieron el alta a Adelina y antes de que el dúo se marchara, les preguntó sobre qué le había ocurrido para estar en la enfermería. Ambas mujeres se miraron entre ellas y le comentaron sobre su ataque de pánico en el que acabó con convulsiones y delirios. Un nudo en la garganta se apoderó de la garganta, pero su memoria seguía en blanco. No había ni una imagen o algún recuerdo sobre esa noche. Las dos mujeres se fueron y dejaron a Adelina para que empezara su rutina.
Salió de la enfermería con el uniforme Lin Kuei y se topó con Tomas. Sus ojos grises se iluminaron al verla y le dedicó una pequeña sonrisa. Se desvaneció rápidamente, mantuvo una postura firme y Adelina hizo lo mismo.
–Acosta –empezó el ninja de gris–. Me alegro que Cyrax y Sektor te hayan dado el alta.
–Gracias, maestro.
Un silencio incómodo se instaló entre los dos. Tomas parecía querer decir más cosas, pero había duda en sus ojos grises.
–¿Puedo hacerte una pregunta, maestro?
–Hazla, Acosta.
–Cyrax y Sektor me dijeron que esa noche… la noche en que estuve en el frío –el rostro de Tomas se volvió serio. Adelina no sabía cómo hacer la pregunta sin que fuera rara–. Tuve un ataque de pánico. Dicen que estuve con convulsiones y delirios. Que decía cosas sin sentido.
–Eso es verdad.
–¿Qué fue lo que dije?
–¿Disculpa?
–Esa es mi pregunta ¿qué fue lo que dije durante mi ataque de pánico? –siguió Adelina. Sus ojos se posaron en sus manos que se juntaban nerviosas–. Quiero saberlo.
La mirada de Tomas se tornó pensativa. Al igual que Adelina, buscaba una forma de decir las cosas sin que fuera extraño.
–Decías que alguien sufría –explicó Tomas–. También que algo fue corrompido. Es todo lo que recuerdo.
–Está bien –dijo Adelina y puso su mejor sonrisa–. Muchas gracias, maestro.
–Fue un placer.
Antes de ser atrapada para una nueva labor, Adelina se escabulló hacia las afueras de los templos Lin Kuei con una pistola, su celular y anotador. El clima gélido abundaba en todo el lugar, los árboles tenían nieve en sus hojas, huellas de animales y las de la propia Adelina se esparcían por doquier. El cielo era un gris blanco y caía la nieve.
Adelina se puso la máscara Lin Kuei y siguió su camino. En las afueras, encontró las entradas a las montañas y caminó por ellas iluminada por las antorchas. De repente, Adelina escuchó una rama romperse y se volteó con la pistola en alto. Nada. No había nadie alrededor. La muchacha siguió enfocada en los caminos rocosos. Entró por uno y se guio por las antorchas hasta llegar a una bifurcación.
–¿Qué haces aquí? –preguntó una voz conocida.
Adelina se asustó con un pequeño grito, volteó para ver a Tomas con su traje de ninja y sus cautivantes ojos grises y analíticos.
–¿Por qué me sigues?
–Porque parecías que te estabas fugando del templo Lin Kuei –espetó el muchacho con los brazos cruzados–. Además de que soy tu maestro y exijo que me digas por qué estás a las afueras del templo.
–Porque quiero mirar las ruinas que vi la primera vez que llegué a Arctika –dijo Adelina tranquilamente–. ¿Quieres acompañarme?
Tomas dudó, pero aceptó unirse. La llevó con total normalidad entre las paredes rocosas y bifurcaciones hasta llegar a donde recordaba haber caído cuando pelearon.
–¿Qué buscas en esas ruinas? –cuestionó Tomas tranquilamente.
–Respuestas para mi investigación –contestó Adelina sin dar vueltas.
El joven la miró y sus ojos grises la mantuvieron hipnotizada, analizando el rostro de Adelina. Sintió que los pasillos se volvían más pequeños haciendo que el aire fuera sofocante y sus mejillas se calentaron.
–¿De qué es tu investigación? –siguió preguntando Tomas.
–Sobre Hela.
–¿Quién es ella?
–La diosa de los muertos según los nórdicos –explicó la muchacha.
Adelina y Tomas continuaron por el camino rocoso hasta llegar a las estatuas de Ganglate y Glangeura. Ambas formas de piedra seguían serias y derechas. Sus miradas parecían analizar a Adelina hasta incluso juzgarla.
–¿Quiénes son?
–Ganglate y Glangeura –respondió Adelina y estudió a las estatuas–. Son las sirvientas de Hela.
–¿Sus nombres significan algo?
–Ganglate significa “el retraso” y Glangeura “la pereza”.
Empezó a estudiar mejor a las estatuas. Quizás tendrían respuestas ocultas o incluso la solución a sus problemas. Sus ojos inexpresivos no daban a pasajes ocultos ni otros artefactos antiguos.
–¿Sabes por qué lo crearon? –preguntó Tomas.
–Eso creo –la mirada del muchacho escrutó a Adelina para que le expandiera su respuesta–. Creo que fue para guiar a su heredero hacia Sultin o algo mucho más grande.
–¿Sultin?
–Es la daga de Hela, significa “la sed”.
Adelina pasó las estatuas de las sirvientas y llegó a la cámara rocosa donde sus pesadillas iniciaron. La estatua de Hela seguía frente a la caja de piedra con dibujos y runas. Los ojos vacíos de la diosa recibieron al dúo y a pesar de estar sin vida, la analizaban.
–No puedo creer que hayan hecho esto –susurró Tomas.
–¿Qué cosa? –preguntó Adelina, mientras estudiaba a la estatua.
–Culto a la muerte. Es aberrante
–No lo es –contradijo Adelina pérdida en la roca–. Es imaginar qué hay más allá de la vida. Quizás algo mejor. Todas las civilizaciones lo han hecho a lo largo de la historia.
–¿Cómo cuáles?
–¿Cómo que cuáles, Tomas? –repreguntó Adelina con una sonrisa al chico, pero este seguía serio–. Todas las civilizaciones lo hicieron. Los nórdicos no solo creían en Hela, su verdadero paraíso era el Valhalla y Fólkvangr. Los salones donde iban los guerreros caídos en combate para seguir peleando para el fin de los tiempos –señaló la estatua de la diosa–. Los griegos pensaban que Hades gobernaba el inframundo junto a su esposa, Perséfone. Hades lo administraba, mientras los que se encargaban de juzgar eran tres reyes. En los Campos Elíseos se hallaban para las almas bondadosas, mientras que el Tártaro, residían los criminales y quienes atentaron contra los dioses del Olimpo.
“Los egipcios creían que dándole ofrendas a los muertos y preparándolos llegarían mejor a la Duat para que los juzgara Osiris con su balanza. Era un dios muy querido y alabado en los tiempos en el que el Antiguo Egipto estaba en su apogeo. Hasta incluso, fue el faraón de los dioses egipcios.
“Los cristianos tienen a Satán y a Dios. Satán castiga a los criminales y come a los traidores, mientras que Dios le otorga la entrada al cielo a las almas buenas. Hasta creo que seguramente vos hiciste en algún momento.”
 –¿El qué? –preguntó Tomas–. ¿Rendirle culto a un dios de la muerte? Es algo maléfico.
–No es maléfico rendirle a la muerte ¿Nunca has visitado a los fallecidos? –cuestionó la muchacha estudiando cada parte de la estatua de Hela–. Para hablar con ellos y homenajear su memoria. La cultura mexicana lo ha hecho, para ponerte un ejemplo. Dar ofrendas a los que ya no están, esperando que disfruten de su siguiente vida.
–A veces me arrodillo frente a los altares de madre y padre. También a los de mi madre y hermana –soltó Tomas con nostalgia.
–No es malo rendirles memoria, ni tampoco a dioses que no han hecho nada malo.
–¿Hay dioses de la muerte buenos?
–Hades es uno de ellos. La imagen de él era bastante mejor que la de sus hermanos, Zeus y Poseidón –explicó Adelina mientras tocaba cada parte de la estatua–. Fue el más leal a su matrimonio… bueno más o menos.
–¿Lo era o no?
–Sí y no.
–Explícate –exigió Tomas.
–Hades tuvo pocos amoríos a espaldas de Perséfone, mientras que sus hermanos fueron unos fornicadores constantes –argumentó la joven–. Ni siquiera sé decirte con sinceridad si Zeus tuvo más que hijos que Poseidón.
–¿Y Hela?
Adelina se quedó dudando un poco, absorta en la mirada de vacía de la estatua de Hela, analizando a ambos y cada pequeño gesto insignificante que hacían.
–Era solitaria, por lo que sé –comenzó Adelina–. No se metía en asuntos de otros dioses, ni tampoco la querían mucho por su aspecto.
–¿Qué tenía de malo su apariencia?
–La mitad de su cara era un cadáver en descomposición.
La mirada de Tomas se tornó incómoda y Adelina volvió a enfocarse en la estatua. No había ningún hueco o palanca. La dejó de lado y se enfocó en la caja de piedra. Sus manos temblaron al tocar la roca, pero tomó valor y sacó el objeto de su sitio.
Ese movimiento, hizo que la roca del alrededor se moviera y el polvo caía revelando inscripciones. Adelina mantuvo la caja en sus manos y la observó. Seguía teniendo la figura de un lobo y una serpiente, también de los otros lados estaba el dibujo de Hela siendo encerrada y el dibujo de un muchacho.
Adelina miró un momento hacia arriba encontrándose con un retrato nórdico de Kolbein por lo que decía las runas nórdicas.
–No me había dado cuenta que arriba estaba escrito –dijo Tomas y se acercó para ver la caja que sostenía Adelina–. Es extraño que no lo hayamos sabido.
–Yo tampoco vi esto cuando vine por primera vez –habló Adelina y mantuvo sus ojos en las inscripciones. Luego se alarmó por los dichos del ninja–. ¿Y cómo carajos no sabían? Pensé que la razón por la que intentaste matarme fue porque no querían que descubriera esto.
–Ni Bi Han sabía de estas ruinas. Y no quería hacerte daño.
–La puñalada en mi abdomen no dice lo mismo –dijo Adelina sarcásticamente y Tomas se rio.
–Lo digo de verdad, no quería lastimarte –habló el muchacho y su tono se volvió serio.
–Ya está en el pasado. Las acciones de ahora son las que importan.
–Está bien ¿qué significan esos símbolos? –Adelina le sorprendió el abrupto cambio de tema, pero se enfocó en el trabajo.
–Son runas y hablan de Kolbein –la chica entrecerró los ojos para entender el mensaje de las inscripciones–. “En honor a Kolbein, hijo de Hela y príncipe de los muertos. Los seguidores de Hela nunca encontraron sus restos. Duerma junto a su madre, alteza.”
–¿Entonces todo esto es un santuario para Kolbein?
–No lo es –dijo Adelina, mientras miraba los dibujos de las piedras. Mostraba a Kolbein como un guerrero de historias vikingas y en grandes batallas–. Al entrar a Arctika, hay runas nórdicas describiendo que esto es una prueba y lo que encontré en la caja era la primera parte de ellas. El retrato de Kolbein es simplemente una decoración más, como las estatuas de las sirvientas y de Hela.
–¿Qué había dentro de la caja?
Adelina dudó en qué decirle a Tomas. Le agradaba su compañía, pero esto era un asunto delicado y no tenía el valor para decirle toda la verdad.
–No puedo decírtelo, ahora –respondió Adelina con firmeza–. En otro momento te lo diré. Lo prometo.
Los ojos de Tomas se transformaron en decepción y la muchacha sintió que su pecho se estrujó ante esa mirada. Volvió a enfocarse en las ruinas, pero no hubo nada más que mirar o encontrar.
–Es todo, por ahora –dijo la chica en voz baja–. Volvamos antes de que se den cuenta que no estamos.
Tomas asintió y caminaron de regreso a los templos. Fue un trayecto silencioso, no hubo conversación, solamente el sonido de sus pies estrellándose en la nieve. El frío golpeó el rostro de Adelina y sentía sus mejillas rojas. Poco a poco, vislumbraron las puntas de los templos con sus banderines y al llegar a la entrada se separaron con un saludo respetuoso entre maestro y estudiante.
Durante el resto de la mañana, Adelina se dedicó a limpiar los pisos de algunos templos. El superior se lo había ordenado cuando estaba cerca de la zona de estudiantes y le mostró donde se hallaban todas las escobas, baldes y cepillos. También, otros alumnos fueron seleccionados y se apartaron de Adelina.
Al dejarlos, se llevaron todas las escobas riéndose de ella, como siempre. Lo único que quedaba eran cepillos y baldes. La chica suspiró y los tomó con furia. No iba a ceder a sus emociones y mantuvo su poco interés. Según las lecciones del Viejo Mario, la indiferencia era la mejor forma de enfrentar a los que molestan.
Una vez lleno el balde, Adelina fue hacia un templo, se arrodilló y comenzó a pasar el cepillo mojado por el suelo. No soportó el silencio y su voz entonó letras de canciones que recordaba. Su brazo pasó por la madera lentamente al compás de su voz. Héroes del Silencio, Iron Maiden, Megadeth, Seether, AVIVA.
Los suelos, poco a poco, iban brillando y librándose de la suciedad. El agua del balde se convertía en marrón y Adelina se perdió en su mente con las canciones que recordaba. Después siguió con el gran salón, luego otro templo y terminó cerca del área del Gran Maestro. Tras terminar, continuó su día con las clases regulares.
Bi Han le había dicho que al día siguiente retomarían sus clases para entrenar su criomancia. Mientras tanto volvería a los entrenamientos con los superiores y los hermanos de Bi Han. Le resultó complicado estar al día con el resto de estudiantes, pero poco a poco estuvo siguiéndoles el ritmo, hasta que llegara la hora del almuerzo.
–Bi Han, debemos respetar con la tradición –espetó Kuai Liang furioso–. Tenemos que seguir los pasos de padre.
–Necesitamos una nueva visión para los Lin Kuei –continuó su hermano vestido de azul y su rostro se volvió más frío como lo hacía con los estudiantes. Dejó su faceta tranquila para ponerse a la defensiva–. Podríamos ser una de las mejores naciones de la Tierra hasta incluso ser los más fuertes.
–Nosotros estamos para defender la Tierra, no gobernarla, Bi Han –contradijo Tomas y se levantó de su asiento–. Tenemos un compromiso con Lord Liu Kang.
La discusión fue elevándose más y más y los tres hermanos se separaron para calmar las tensiones. Tomas se alejó de los aposentos y caminó furiosamente hacia otro lugar. No le importaba, necesitaba escapar por unos segundos de las locuras de Bi Han. La tradición era importante, no podía dejarse atrás, era…
De repente, escuchó una voz desentonada conocida y detuvo sus pasos. No se percató que estaba en uno de los pasillos de los templos. Algunos faroles estaban apagados, al igual que algunas fogatas dejando un ambiente oscuro y vacío. La voz femenina siguió cantando y Tomas comenzó a caminar buscando a su dueña.
En su caminar, encontró a Adelina limpiando el suelo con un cepillo. Por sus acciones, no se percató de la presencia del muchacho. La observó haciendo la actividad una y otra vez, alejándose poco a poco, mientras entonaba una melodía tranquila y luego las letras.
–The days of future past to wander on the shore/A king without a queen to die forevermore/To wander in the wasteland –su mirada seguía enfocada en la madera y eso provocó en Tomas la nostalgia con recuerdos de su madre cantando a él y su hermana en las noches de cacería–. Immortal to the end/Waiting for the judgement/But the judgement never ends…
Volvió a recitar las mismas letras, terminando la canción y Adelina mejoró su postura. Tomas no pudo reconocerla, un misterio a sus ojos. Por más que el predecesor de Bi Han les haya enseñado inglés y su esposa les había cantado algunas canciones cuando era un niño, esta le resultó atrapante.
Adelina comenzó a cantar nuevamente, pero en español, un idioma, a ojos de Tomas, cautivante. Nunca pudo comprenderlo, más con el acento peculiar de la muchacha y sus amigos. A veces, le causaba gracia cuando rememoraba los días en que iban a la Academia Wu Shi los escuchaba hablando en ese acento tan entretenido.
–He oído que la noche es toda magia/Y que un duende te invita a soñar –Tomas no entendió las palabras, pero no pudo evitar sentirse intrigado con el significado. Adelina seguía enfocada y Tomas la escuchaba cantar–. Y sé que últimamente apenas he parado/Y tengo la impresión de divagar…
Adelina continuó en su labor y Tomas retomó su caminata, escuchando de lejos la dulce voz de la muchacha. Necesitaba aclarar su mente sobre el camino del Lin Kuei.
En la hora del almuerzo, hubo algunas miradas burlonas y risas por su incidente. Adelina se enfocó en comer. El estómago le rugió por pensar en el hambre que tenía, se le hizo agua en la boca en las diferentes comidas que quería probar. Cuando todos los presentes recibieron sus platos, Adelina tuvo que esforzarse para no comer tan apresuradamente, aunque su estómago no la ayudaba con cada bocado que hacía.
Tras terminar, siguió con sus entrenamientos hasta llegar al anochecer. El cansancio la invadió cuando las últimas campanadas daban por terminado el día y recibir con dicha la cena. Las risas no pararon en el gran salón, ya comenzaban a hartar a Adelina y tuvo que tener mucho autocontrol para no empezar una pelea. Debía mantener la cabeza gacha y preservar su paciencia. Comió su cena con tranquilidad y mantuvo su indiferencia.
Vislumbró a los tres hermanos charlar animadamente y a las dos mujeres, Cyrax y Sektor, escuchar la conversación. Sus ojos se posaron en Tomas, su sonrisa y su calma ante la presencia de sus hermanos. Le pareció bonito verlo así con sus allegados, sin preocupaciones o presiones por ser maestro. Su firmeza se marchaba y era reemplazaba por un hombre alegre y divertido.
Adelina volvió de sus divagaciones y terminó su plato. Cuando se marchaba hacia la zona de estudiantes, uno de los superiores la llamó y pidió que se prepara para la vigilancia nocturna en las murallas de los templos. Maldijo mentalmente, pero aceptó que tarde o temprano iba a ser elegida.
La chica llevó un libro para distraerse, rifle y pistolas, unos cuchillos, linterna, binoculares, celular, el invento de Mariano y un detector obsequiado por él. También, pudo conseguir agua caliente para hacerse mates durante el transcurso de la noche.
El superior le enseñó una pequeña torre de vigilancia donde prepararse. Luego, ubicó al resto de aprendices en lo que quedaba de las murallas, perdiéndose entre los fuertes. Cada estudiante sería reemplazado en el cambio de turno, incluso cabría la posibilidad de ser acompañados por más expertos o maestros. Por ahora, Adelina se quedó sola en la torre de vigilancia y contempló el amplio espacio que tenía.
Una cama de paja para descansar, varias ventanas exponiendo al exterior de las murallas, antorchas iluminando la zona, un asiento de madera y escaleras que llevaban al exterior donde había una hoguera sin quemar para avisar sobre un ataque. Adelina colocó sus pertenencias en la mesa de madera y cama, mejoró la iluminación de las cuatro paredes y ordenó mejor su arsenal. Dejó su libro en la mesa con el celular, el equipo de mates y el invento de Mariano. Cargó con el detector, las armas, linterna, cuchillos y binoculares.
Salió de la pequeña torre de vigilancia y caminó lentamente por el estrecho de piedra, manteniendo su rifle cerca de su pecho. El aire frío golpeó una parte de su rostro cubierto por la máscara del uniforme Lin Kuei, la nieve cayó por su vestimenta y la piedra, los vientos hicieron una neblina imposible de visualizar lo que se hallaba fuera de los muros.
En cada parada, Adelina usaba sus binoculares para corroborar si su zona estaba despejada y hojeaba su detector. Tras vislumbrar la siguiente torre de vigilancia, retornó a la suya de forma tranquila y siguió caminando hasta ver la que se encontraba del otro extremo, repitiendo sus paradas para observar con los binoculares y el detector. Finalizó su caminata nocturna viendo desde su torre de vigilancia y abrió la puerta para sentarse en el taburete de madera.
Su espalda chocó con la mesa y el libro que trajo a la vigilancia junto con el invento de Mariano. Antes de empezar su lectura, Adelina preparó su equipo de mate. Puso yerba en el pequeño recipiente y azúcar, echó el agua caliente y dio sus primeros sorbos, mientras tomaba el libro. Cronometró el tiempo en que se perdía para retornar a la realidad y hacer la vigilancia. Las letras se convirtieron en una película hecha en su mente con cada acción que hacían los personajes, los pensamientos del protagonista y sus divagaciones.
Adelina miró su celular y percatándose de la hora, abrió la ventana para usar sus binoculares y detector y salió nuevamente a repetir la caminata. Fue de extremo a extremo con lentitud y libre de las presiones que Bi Han y las miradas crueles de sus compañeros. Solamente caminar. Volvió a la torre, se encerró en las cuatro paredes y se sumergió en la hoja que había dejado, acompañada por los mates.
En un momento, la lectura le hizo recordar algunas memorias de su infancia con el Viejo Mario y rio sola, tranquila e invadida por la nostalgia. De repente, escuchó un ruido extraño y tomó uno de sus cuchillos que tenía en la bota. Cuando la puerta comenzó abrirse, lanzó el cuchillo y tomó la pistola. El rostro de Tomas esquivó el arma y se preparó para el combate. Adelina se relajó y sintió la vergüenza inundar su rostro.
–¿Qué haces aquí, acosador? –cuestionó Adelina y guardó el arma.
–Vine para la vigilancia –espetó Tomas, mientras sacaba el cuchillo de Adelina de la puerta–. El Gran Maestro me lo ordenó. Después, te relevan de tu puesto.
El muchacho le entregó el arma y las puntas de sus dedos se tocaron, haciendo que una electricidad volviera a recorrer las puntas de sus dedos. Adelina sintió que sus mejillas se calentaron y el estómago le dio vueltas. Mantuvo sus armas al descubierto y se sentó en el banco de madera, sorbió un poco de mate y retomó su lectura tranquila, pero la mirada penetrante de Tomas la distraía.
–¿Qué miras? –cuestionó Adelina observando por arriba del libro–. ¿Queres mate?
–Eh, gracias–respondió Tomas algo tímido. Tenía su máscara colgando en su cuello, pero la muchacha pudo notar el rubor en sus mejillas. Preparó el mate y se lo dio al ninja–. Estaba tratando de leer el título de tu libro.
Adelina lo alzó, exhibiendo la portada para que Tomas lo viera, mientras sorbía de la bombilla.
–Se llama “Nuncanoche”.
–¿De qué habla? Es bastante…–Tomas intentó buscar las palabras para terminar la oración y le extendió el mate a Adelina–… extenso.
–Lo es –coincidió Adelina, puso el señalador entre las hojas y tomó el mate–. Cuenta la historia de una chica que quiere vengar a su familia y se une a una escuela de asesinos para matar a los responsables.
–Parece bastante gracioso, porque te escuché reír desde cerca –dijo Tomas estudiando el libro–. Para tener una trama seria, por tus risas es bastante inmaduro.
Adelina sonrió y dejó su libro en la mesa. Tomó el recipiente de azúcar, le echó un poco al mate y agua caliente. Sorbió y le calentó el interior de su cuerpo.
–La protagonista, a pesar de sufrir, mantiene su humor y carisma –habló la chica–. Me recordó a Mariano. Su lenguaje, sobre todo, y la inmadurez.
–¿Inmadurez?
–Sí, Mia Corvere tiene momentos donde hace cosas graciosas, como Mariano.
–¿Qué hizo? –preguntó Tomas y su sonrisa se ensanchó.
–Siempre te cuento algo mío –contrarrestó Adelina y se enderezó en su asiento, mientras preparaba otro mate y se lo entregó al hombre–. Cuéntame tú una anécdota, Tomas. Tus hermanos y tú debieron haber hecho algo estúpido.
El muchacho sonrió y se quedó callado. Sus ojos grises eran pensativos, Adelina le recordaron las portadas de mangas y de libros que consiguió hace tiempo.
–No sé si tengo recuerdo de haber hecho algo inmaduro.
–Claro que debes tenerlo –espetó la muchacha sonriente–. Todos los tenemos. Cuesta recordarlos porque fueron parte de la infancia, pero sí que poseemos.
Tomas mantuvo su silencio con su gesto pensativo y terminó de sorber de la bombilla.
–Fuimos a un prostíbulo.
Adelina contuvo una carcajada y el rostro de Tomas se volvió rojo como un tomate. Después, le entregó abruptamente el mate a la chica.
–No te creo –exclamó y se acercó más al ninja, mientras se preparaba otro mate–. ¿Pero cómo? ¿Por qué?
–Éramos curiosos –argumentó Tomas con gesto de disculpa y una sonrisa tímida–. Queríamos saber a dónde iban los guerreros.
–Cuenta. No me dejes así.
Tomas se puso rojo y sonrió ante esas palabras, mientras Adelina sorbía mate.
–Siempre veíamos a los guerreros ir en la noche a un pueblo cercano. Buscaban compañía femenina –rememoró el ninja mirando a Adelina–. Bi Han, Kuai Liang y yo creíamos que se referían a sus esposas, pero nunca las vimos en los templos. Por eso, los seguimos desde Arctika hasta el pueblo y llegaron al prostíbulo… Nosotros no lo sabíamos. Por miedo a que nos atraparan, nos metimos en los callejones y vimos por las ventanas a las señoritas. Logramos entrar y nos pusimos mal al verlas.
Adelina soltó una carcajada y le costó respirar por el ataque de risa. Incluso Tomas se contagió, pero trató de conservar el control.
–¿Qué pasó luego?
–Las chicas nos atendieron y sentimos que éramos afortunados–expandió el ninja y ocultó su rostro–. Qué vergüenza…. –Adelina rio por cómo Tomas intentaba hablar–…. Los soldados que nos vieron se espantaron y nosotros hipnotizados por las mujeres. Nos llevaron a rastras hacia el templo Lin Kuei –Adelina no pudo contener sus risitas y Tomas se puso más rojo de lo que estaba–. Tuvieron que hacer un esfuerzo titánico para explicarle a padre por qué estábamos allí.
–¿Qué les dijo?
–Los castigó con vigilancia hasta el amanecer por semanas –Tomas rio y Adelina notó que su rostro se relajaba. Sus cejas dejaron de tensarse–. A nosotros nos dio una reprimenda y tuvimos que limpiar los templos por varios días. Desde ahí, Bi Han recapacitaba de cualquier cosa que hagamos.
–No puedo creerlo –suspiró Adelina con dolor en las comisuras de los labios y controló su respiración–. Un prostíbulo. Suena difícil de creer.
–Ahora es tu turno de contarme qué te hizo recordar a Mariano la novela.
Adelina se acomodó mejor el cabello negro y miró a Tomas. Su rostro estaba relajado y las mejillas de la muchacha se sonrojaron. Preparó más mate y le dio al ninja.
–Cuando éramos chicos, Mariano era un bromista y lo sigue siendo. Pero ahora está más controlado –explicó la joven–. Hay tantas estupideces que hicimos, pero la que recordé fue cuando se metió debajo de nuestra cama.
–¿Por qué lo hizo?
–Quería tocarnos los pies como si fuera una película de miedo –Adelina rio y Tomas se quedó en silencio esperando más, mientras sorbía de la bombilla–. Cuando lo hizo, Daniela y yo salimos a las corridas de la habitación y Mariano nos perseguía con una máscara de terror. El Viejo Mario casi lo ahorca, pero creo que yo fue la que casi lo hizo recapacitar de su vida.
–¿Por qué?
–Porque destrozó uno de mis libros.
Un silencio se hizo presente y el rostro de Tomas mostró muchas emociones combinadas. Le dio el mate y Adelina comenzó a echar más agua caliente.
–¿Casi matas a tu amigo solo por un libro?
–No literalmente, pero sí que me enojé cuando era pequeña –rio Adelina, mientras le daba el mate a Tomas–. El Viejo Mario tuvo que contenerme para evitar que lo agarrara y obligó a Mariano que me comprara otro.
La risa de la joven se apagó poco a poco y quedaron con el viejo ambiente alegre en la torre. Un silencio se apropió y se miraron. El rostro de Tomas estaba más relajado y el color de sus mejillas se apagaba lentamente. Adelina dejó el mate y tomó sus pertenencias para seguir con la vigilancia.
–Déjame ayudarte con tus cosas –dijo el ninja levantándose abruptamente–. Me olvide de decirte que no permitimos armas modernas.
–Gracias, pero las necesito –argumentó la chica, mientras caminaba hacia a la puerta–.  Si llega haber un ataque, no podré pelear con un cuchillo. Un rifle es mejor y puedo enfrentarme dando un golpe con la culata.
El muchacho se contuvo lo que tenía que decir y caminaron en el silencio de la noche nevada. El viento sopló fuertemente haciendo que la vista fuera imposible y Adelina tuviera que entrecerrar los ojos para mejorar su visión. Algunas veces, se detenían para mirar los alrededores y retomaban su caminata nocturna. Volvieron a la torre de vigilancia y continuaron compartiendo mates y charlando hasta que llegó el relevo de Adelina. Se despidieron amablemente y la chica regresó a sus aposentos esperando el nuevo día.
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coolpizzazonkplaid · 11 months ago
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La heredera del Infierno
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Aviso: En la estadía de Arctika, Adelina estará por varias semanas hasta incluso un par de meses.
Entrenamiento
Adelina despertó con el sonido de campanadas. Sus ojos tuvieron que hacer un esfuerzo titánico para abrirse y se levantó lentamente del futón. Se cambió el pijama y se puso el uniforme. Abrió la puerta corrediza y no esperaba ver el rostro Tomas.
–Buenos días –dijo y mostró una pequeña sonrisa. Un grupo de estudiantes se acercaron a mirar lo que ocurría y el gesto amable Tomas desapareció inmediatamente–. El Gran Maestro solicita tu presencia y ponte máscara.
–No la tengo –dijo la chica. Buscó en sus bolsillos, miró velozmente su habitación y no la encontró. Ante eso, Tomas acercó sus manos a la nuca de Adelina y tiró de la tela hasta mostrar una especia de capucha. Luego, sus manos fueron hacia su cuello y sacaron una especia de tela como máscara–. Ah, ahí estaba.
Soltó una pequeña risa e intentó acomodar la nueva parte de su uniforme, pero le fue imposible ya que hacía que su cabello se saliera de su cola de caballo.
–Déjame ayudarte con esto –el chico volvió a poner las manos en Adelina ayudándola a acomodar la máscara. Mientras la ayudaba, no se percató de que uno de sus dedos cálidos se clavó en uno de los ojos de Adelina.
–¡Ay!
–Perdón –dijo Tomas alarmado y la observó por un momento para corroborar el daño y si le puso bien la nueva parte del uniforme. Adelina sintió que sus mejillas se calentaban y agradeció que la tela cubría su rostro–. Siempre fue difícil ponérmela cuando era estudiante.
–Está bien, no hay problema –la tela la estaba asfixiando y no habían pasado más de pocos segundos de cuando se la puso. Tomas hizo un gesto con la mano, mientras caminaba y Adelina lo siguió–. No puedo respirar con esto.
Tomas soltó una risa pequeña.
–También me pasó eso siendo estudiante, pero te acostumbrarás.
Caminaron por los establecimientos del clan hasta un gran campo de entrenamiento. Estaba afuera, libre de nieve y estudiantes miraban a Adelina y Bi Han. Kuai Liang lo acompañaba, mientras observaba a la muchedumbre y caminó hacia ellos.
–Vuelvan a sus actividades –dijo mordazmente y los estudiantes se pusieron rectos. Kuai Liang los llevó a otro lugar y llamó a Tomas para que lo ayude. Miró a la joven una última vez y fue con su hermano.
Adelina enfrentó a Bi Han percatándose de sus ojos marrones gélidos y se le acercó, mejorando su postura. El hermano de Tomas parecía analizar cada detalle, incluso su respiración, pero Adelina se mantuvo impasible a sus ojos de hielo.
–Veamos qué te enseñaron en la Academia Wu Shi –habló Bi Han de forma mordaz.
Repentinamente, de sus manos emergieron escarcha hasta convertirse en antebrazos y expulsaron hielo haciendo que Adelina saliera disparada. Se levantó inmediatamente, se posicionó para el combate y arremetió contra su enemigo. Bi Han la esquivó, volvió atacar con una aguja de hielo, Adelina la rompió con un puñetazo, y le asestó una patada giratoria. Bi Han retrocedió, mientras la observaba Adelina lo analizó y supo a dónde tenía que atacar.
Bi Han creó una daga de hielo con sus manos repletas de escarcha y la embistió. Adelina se hechó para atrás de forma veloz y se agachó para evitar la nueva emboscada. Inmediatamente, le hizo una llave al brazo de Bi Han y trató de salir de su agarre. Poco a poco, comenzaba a dejar de forcejear, pero Bi Han logró escapar dejando una figura de hielo de él y pateó Adelina.
Se quitó la máscara para tomar aire, escupió sangre y se puso de pie tambaleante manteniéndose a la defensiva. Definitivamente, Bi Han era más difícil de estudiar sus ataques que su hermano, Tomas. El ninja azul le dio un gancho, luego otro, hizo una patada lateral y arremetió con un deslice de hielo en el suelo haciendo que Adelina cayera al suelo nuevamente. Intentó levantarse, pero Bi Han creó una lanza de hielo apuntándola al cuello de la chica terminando su pequeña pelea.
–Me decepciona lo que la academia te enseñó, Acosta –espetó Bi Han y se puso en postura firme. La muchacha se mordió la lengua para contestarle de la peor forma–. Es una pena que ni siquiera hayas desatado tu criomancia.
–No esperaba un combate, Gran Maestro –dijo Adelina e intentó ponerse de pie. Se limpió la sangre de la boca y se acomodó la ropa–. Tenía otras suposiciones sobre mi primera clase.
–La Academia Wu Shi te hizo débil –Bi Han siguió mirándola y los ojos heterocromáticos de la chica hicieron lo mismo–. Ellos mismos no pudieron detectar a una criomante ni siquiera sabrán cómo entrenarte. Recibirás el entrenamiento suficiente para desatar y controlar tu poder. No esperes amabilidad en tu entrenamiento.
Adelina se enderezó, mientras Bi Han le daba la espalda. Se fue caminando, pero al ver que la muchacha no lo acompañaba se dio la vuelta y le gritó:
–¡Camina!
Sintió las piernas como plomo por el combate, aun así, apresuró el paso. La llevó entre los tantos templos, donde los estudiantes miraban con burla cómo el Gran Maestro le dio una paliza. Llegaron a otra arena de entrenamiento donde Kuai Liang vigilaba los movimientos de ataque rítmicos de los alumnos y le dio permiso para poder seguir el entrenamiento, acompañando al resto.
Tomó una vara de madera y les siguió el ritmo hasta coordinar sus movimientos con el resto de la clase. Algunas veces, vio como los dos hermanos la estudiaban y se susurraban entre ellos, pero Adelina fingió que estaba concentrada en mover la vara.
Continuaron con esa actividad por varias horas más hasta que Kuai Liang dio la orden de hacer pequeños combates entre estudiantes. Adelina vio como la mayoría pasaba intentando dar lo mejor de sí e impresionar al maestro. Se sintió aliviada de que sonaran las campanadas anunciando el almuerzo, así evitaba pasar a combatir por el dolor muscular.
Durante el almuerzo, vio a los tres hermanos charlando animadamente, mientras ella disfrutaba su comida y las incesantes risas poco discretas de sus compañeros por su pelea con Bi Han. La mirada de Adelina reflejaba lo poco interesada que estaba de sus comentarios y trataba de dar su mejor mirada de asesina para evitar problemas.
Algunos susurros seguían siendo esparcidos para hacer que Adelina pisara el palito, pero mantuvo su buena postura e ignoró todos los comentarios sobre su persona. Si tenían algún problema con ella que se lo dijeran en la cara y no a escondidas.
Al terminar el almuerzo, un superior le dio un balde y una pala de madera para que continuara con la labor de la noche anterior, terminar de quitar la nieve de las entradas. Adelina tomó los objetos y continuó con la tarea. Lentamente, la primera entrada iba quedando despejada y más cómoda para caminar y Adelina dejaba la nieve a las afuera del recinto. Siguió con la segunda entrada, después tercera, hasta que las campanadas anunciaron el cambio de clase y donde la muchacha tenía que dirigirse.
Una clase de manejo de armas dirigida por Tomas. Todos eligieron un arma con las que pelear y, como en la clase de Kuai Liang, hicieron pequeños combates en los que Tomas corregía cada movimiento. La chica rezó para evitar participar en las prácticas por los dolores musculares y siguió observando como Tomas peleaba con uno de los estudiantes. Tras derrotarlo, el ninja gris los observó y sus ojos se toparon con la figura de Adelina.
–¿Quieres demostrar tus habilidades con armas, Acosta?
La muchacha maldijo por lo bajo y se puso de pie, llegando a unos pocos metros frente a Tomas.
–Con gusto, maestro –respondió Adelina resignada.
Había una repisa repleta de armas de largo y corto alcance. Dagas, cuchillos, espadas, hachas, lanzas, etc. Adelina eligió lo que parecía un cuchillo de cocina, era lo único que mejor manejaba gracias a las clases que tuvo hace tiempo con el Viejo Mario.
Se posicionó a la defensiva y Tomas hizo lo mismo con su karambit en mano. Se miraron uno al otro y Tomas fue el primero en atacar usando el arma como un proyectil con su magia de humo y Adelina lo bloqueó con el cuchillo. El humo llevó el arma a su dueño y atacó con una patada haciendo que la muchacha se alejara. Tomas volvió arremeter, pero Adelina lo impidió con su antebrazo, le asestó un puñetazo en el pecho e intentó embestir con el cuchillo de cocina. El traje gris del ninja quedó rasgado, miró el daño sorprendido y volvió a ubicar su karambit cerca suyo.
–Tienes habilidad, Acosta –dijo Tomas sonriente–. Pero eres muy lenta en algunos aspectos.
–De los errores se aprenden, maestro.
–Sí, espero que la Academia Wu Shi te haya enseñado corregirlos rápidamente –habló Tomas y se preparó para atacar–. Tu destreza en el combate es vital.
Adelina bloqueó un combo de golpes con toda su fuerza, pero el dolor muscular por sus actividades anteriores le cobraban factura. Volvió a enfocarse en su contrincante y atacó con un puñetazo seguido de una embestida con el cuchillo de cocina, pero Tomas la esquivó. Luego, usó su karambit como proyectil y Adelina lo desvió, aunque no pudo evitar que el muchacho se acercara velozmente. Intentó retroceder lo más que pudo, sin embargo, Tomas le quitó de las manos el cuchillo de cocina y con una maniobra hizo que la chica callera al suelo. Rápidamente, apuntó su karambit al cuello de Adelina dando por finalizado el combate de práctica.
–Peleaste bien, Acosta –el cuchillo seguía a centímetros de Adelina, pero Tomas lo retiró–. Te desempeñas bien, pero te falta aprender más el manejo de armas. Tus habilidades con las de corto alcance es bastante habilidoso.
–Gracias por el consejo, maestro –contestó la muchacha. En ese instante, Tomas le ofreció la mano y Adelina la aceptó con gusto.
Las manos de ambos se juntaron, y cuando se alejaban, Adelina sintió que sus dedos se tocaron y una electricidad desconocida la recorrió. Sus mejillas se calentaron, agradeció tener puesta la máscara de tela y caminó velozmente hacia su sitio, sintiendo las miradas de todos como un puñal constante.
Tomas siguió peleando con otros estudiantes hasta que las campanas sonaron y Adelina siguió a su grupo. En su caminata entre los pasillos, vio a las dos ninjas de la noche anterior hablando con Bi Han. Cuando pasaba con el grupo, la observaron momentáneamente y retomaron su conversación. Al mismo tiempo, los estudiantes hicieron una inclinación y siguieron su camino.
Las clases continuaron con normalidad hasta que las campanadas sonaron nuevamente para anunciar la hora de la cena y Adelina se sintió aliviada ante el sonido milagroso. Los músculos le dolían como nunca y extrañó las clases de la Academia Wu Shi. Con dificultad, se sentó en la mesa y soltó un pequeño suspiro aliviada de poder descansar.
Al recibir la comida, la chica la aceptó dichosamente y devoró todo su plato hasta dejarlo limpio y reluciente. Algunos compañeros, la observaron con risas y Adelina les devolvió la mirada hostilmente haciendo que volvieran sus rostros a sus platos, pero aun así siguieron soltando pequeñas risas.
Tras terminar de cenar, Adelina se aseó y sus músculos gritaron aliviados por cada gota de agua caliente. Se enjuagó bien el cabello negro y su cabeza se relajó con cada masaje en su cuero cabelludo. Salió de los baños con la mente más calmada y con el cansancio pesándole en el cuerpo.
Llegó a sus aposentos con pasos pesados y cerró rápidamente la puerta corrediza para evitar a sus compañeros. Ya bastantes la evitaban como la peste por ser una antigua estudiante de la Academia Wu Shi y no quería tener que confrontarlos o causar disturbios por los que el Gran Maestro se enojara.
Se acostó en la cama y se cubrió con las colchas hasta parecer un burrito. Sacó una mano para agarrar un libro que tenía pendiente y comenzó a leer, sumergiéndose en las palabras que se transformaban en imágenes en su cabeza. Con cada página, sus párpados empezaron a pesarle, las letras se volvían borrosas haciendo que Adelina volviera a leer la misma oración varias veces y dejó el libro al lado de su futón. Cerró los ojos gustosamente y, a la vez, temerosa esperando no tener pesadillas.
A los pocos días, buscó un lugar para poder enviarles cartas a sus amigos. En sus escapadas del almuerzo, encontró un palomar y los pocos soldados que quisieron hablar con ella le dijeron que las aves llegaban a la Academia Wu Shi. La muchacha intentó disimular su emoción y salió rápidamente a sus aposentos. Tomó una pluma de entre sus bolsos y papel, las puso en la mesa y comenzó a escribir.
Queridos Daniela y Mariano:
Espero que se encuentren bien en la Academia Wu Shi. En Arctika, las cosas son rutinarias y rigurosas… no sé si esto es la colimba como la que vivió el Viejo Mario, creo que estoy exagerando con lo que escribo. En estos días, no pude desarrollar mi criomancia, pero espero hacerlo pronto e irme. Bi Han sigue siendo el mismo amargo y creo que si viera a Mariano le daría un ataque de ira y dolor a su ego.
A veces, me escapaba de las horas del almuerzo para poder buscar el palomar. Por esta vez, Mariano tenías razón, ganaste. Además, estoy pensando dentro de poco ir a las ruinas de las fronteras de Arctika para ver si me faltó algo de mi investigación. Creo que encontraré respuestas, aunque sean pocas y quizás sobre el hijo de Hela, Kolbein.
Las comidas son ricas, pero extraño comer medialunas, vigilantes, milanesas, asado… No me atrevo a cocinar a escondidas porque hay guardia y no quiero causar problemas por las que Bi Han quiera matarme. A pesar, de esas nostalgias, intento adaptarme y volver rápido con ustedes y los demás.
Espero sus respuestas,
Adelina.
La chica corrió devuelta hacia el palomar, colocó el sobre en una de las palomas y la liberó, viéndola volar y alejarse más y más, hasta perderse en las montañas. Adelina se quedó unos minutos hasta que escuchó las campanadas anunciando que el almuerzo había finalizado. La muchacha corrió a seguir con sus labores con expectativas de que sus amigos recibieran su carta.
Las semanas siguientes transcurrieron lentamente en Arctika, los entrenamientos con Bi Han se volvieron más rigurosos y extremos con nulos resultados positivos en hacer que Adelina desatara su criomancia. Incluso, el Gran Maestro usó el combate y el silencio para hacerlo. Luego de que los entrenamientos con él finalizaran, Adelina barría los suelos y alrededores de los templos, también otras labores de limpieza con algunos principiantes. Al finalizar, retomaba sus clases con los otros hermanos de Bi Han y superiores. Clases de manejo de armas, estilos de lucha, meditación, sigilo, etc. Algunas, Adelina podía destacarse como en las armas de corto alcance y meditación.
Agradecía que no le tocó hacer guardia o preparar la cena por la ardua rutina que tenía constantemente. El resto de estudiantes podían manejarla de una manera tan tranquila que hicieron que Adelina envidiara su forma tan fácil de lidiarla. Todo el cuerpo de la chica parecía gelatina con cada día que pasaba y necesitaba un respiro.
En varias ocasiones, se topaba con Tomas, se saludaban gentilmente y volvían a sus labores. Otras veces, tenían pequeñas conversaciones que se esfumaban ante la presencia de otros estudiantes y superiores. Por otro lado, Adelina intentaba encontrar una forma de salir a las fronteras de Arctika para investigar las ruinas. Le costaba demasiado por la dura rutina y los guardias que custodiaban día y la noche, pero a pesar de esas incomodidades Adelina siguió sus tareas.
También, iba al palomar averiguar si llegaba una carta de sus amigos. Esperaba hasta que las campanas sonaban anunciando el fin del almuerzo y volvía a sus labores. Hasta que, un día, la paloma vino con una carta. Adelina, emocionada, la abrió y leyó su contenido:
Querida Adelina:
¡Te extrañamos mucho! Estamos bien en la Academia Wu Shi. Entrenamos bastante, pero conseguimos algo de tiempo para descansar y hacer otras cosas. Eso despertó las creatividades y manualidades de Mariano. Está empedernido en hacer una torre de radio con la electricidad que tiene el medallón de Raiden. Imagínate su estado de ánimo, harto y resignado. Tuvo que hacer todo un discurso para convencer a Liu Kang que lo dejara hacer sus inventos.
Kung Lao es casi su secretario, pero no soporta escuchar la música de Mariano, ni Raiden. Si estuvieras aquí, seguramente te parecería como canciones de cuna. Despiertas con heavy metal, comes con heavy metal y duermes con heavy metal. Además, hay cada explosión en la habitación de Mariano y cada ruido raro que me da risa.
Kenshi y Johnny siguen peleando por quien es el poseedor de Sento, siento que es la pelea por la custodia de un niño. Hace poco, casi luchan de enserio por la espada, lo único que los frenó fuimos nosotros… aparte de los maestros.
Por mi parte, no hay mucho que contar. Solamente veo cómo Mariano se mata así mismo, pero a veces lo ayudo, no tanto como lo hace Kung Lao. Estuve entrevistando a algunos maestros para una nota personal y para ver si les caigo bien. No creo que sea así, pero vale la pena el intento.
Te extrañamos mucho,
Daniela y Mariano.
P.S: El maldito me pidió que pusiera su nombre. Además, me dijo que te diera este aparato para cargar tu celular durante tu estadía en Arctika. Sí funciona y no te hace explotar.
Adelina vio el invento y le pareció maravilloso. Era redondo y metálico, emitía electricidad y cuando acercó su celular mostró que cargaba como lo hacía con su cargador. Guardó la carta y la máquina como reliquias y los llevó a su habitación en un escondite. Buscó una nueva hoja y escribió la respuesta, expresando todas sus emociones. Luego, fue al palomar, liberó a un ave con su carta y corrió a continuar sus actividades antes de que los superiores se enteraran.
Alrededor de esas semanas, se rumoreaban que harían noches más frías y algunos llevaban más colchas a sus habitaciones y leña cerca del establecimiento. Adelina le resultaba difícil de creer que podría hacer más frío del que hacía porque parecía que vivía en la Cordillera de los Andes que en montañas chinas.
Una de las noches, Adelina se quedó despierta mirando su celular, pérdida en las fotos que tenía con Daniela y Mariano. Pasaron pocas semanas, pero aun así los extrañaba al igual que a Kenshi, Kung Lao, Raiden y Johnny. Esperaba reunirse pronto con ellos y seguir con su vida, pero por ahora debía entrenar en Arctika. Adelina se quedó mirando una vieja foto en la que los tres estaban comiendo en una de las pizzerías de Avenida Corrientes, Mariano tenía un vaso alzando y las chicas sostenían una porción de pizza en forma orgullosa. Recordó ese momento, habían logrado conseguir una buena cantidad de dinero en sus trabajos y celebraron yendo al centro.
Pasó a la siguiente foto en la que estaban nuevamente, pero se encontraba el Viejo Mario. Adelina y Daniela eran más jóvenes de unos diecisiete o dieciocho años, estaban con su mejor ropa mostrando sonrientemente sus diplomas de graduación. El Viejo Mario vestía con uniforme militar para los dos actos de egreso del trío y se sentían orgullosos de poder compartir ese momento con él. Le invadió la nostalgia al recordarlo y cómo los cuidó antes de fallecer.
Los pensamientos fueron interrumpidos por los golpes a las afueras de la habitación de Adelina. Se levantó del futón, maldijo ante el abrupto aire congelado que la invadía, fue hacia la entrada para ver quién molestaba altas horas de la noche, frotando sus manos para conseguir algo de calor y abrió la puerta con dificultad. Se sorprendió ver a Tomas con su uniforme habitual de manga corta y una mirada preocupante. Sus ojos grises mostraban incertidumbre e hicieron que Adelina los comparara con la bruma de las madrugadas. Misteriosas y no sabía qué esperar de ellas.
–Tomas –dijo Adelina y tapó mejor su cuerpo del frío y de los ojos del muchacho. Se maldijo por lo bajo al decir su nombre cerca de los oídos de sus compañeros–. Maestro, ¿qué ocurre? ¿Qué hace a estas horas de la noche?
–El Gran Maestro quiere verte –contestó Tomas seriamente–. Pide que lleves puesta ropa de clima cálidos.
–¿Qué? Hace un frío horrible afuera ¿No se dio cuenta?
–Me ordenó que te llevara con él y con esas instrucciones. Él te dirá la otra parte de lo que quiere hacer esta noche –los ojos de Tomas se volvieron tranquilos y compasivos–. Si quieres lleva un abrigo, medias y un calzado.
Adelina lo miró por un momento y entró a su habitación cerrando la puerta. Eligió una remera de manga corta blanca con el logo del álbum “The Number of the Beast” de Iron Maiden, pantalones del mismo color con rayas azules, medias polares y unas pantuflas. Tomó una campera de invierno y se chocó con Tomas al salir apresuradamente. La atrapó antes de que callera y la miró por uno segundos para después recomponerse. Le hizo un gesto para que la acompañara y la chica lo acompañó, pasando entre pasillos oscuros hasta llegar a un área decorada con vasijas y retratos familiares.
Había alfombras y varias chimeneas dando calor, muebles decorados con armas antiguas, cajones, roperos y pinturas de guerras pasadas. En ese instante, Adelina se dio cuenta de donde se ubicaba, el área donde residía el Gran Maestro y sus allegados. Una zona prohibida para ella a pesar de que la curiosidad la carcomía cada vez que veía a los hermanos entrar y salir.
Tomas entró hacia una gran sala, por lo poco que pudo ver Adelina antes de que cerrara la puerta, y se quedó afuera caminando en círculos para obtener algo de calor. Sintió que sus piernas eran cubos de hielo y el resto de su cuerpo temblaba como una hoja. Se frotó los brazos en vano y siguió caminando por varios minutos.
Harta de esperar a que Tomas volviera aparecer o Bi Han la llamara, se acercó a la puerta para escuchar si la llamarían. La oreja derecha de Adelina tocó suavemente la madera y agudizó su audición lo mejor que pudo. Escuchó susurros entre los hermanos y gritos silenciosos seguido de pasos que se aproximaban de manera veloz y alarmó a Adelina. Se alejó de la puerta y comenzó a caminar en círculos nuevamente hasta que oyó el sonido de la madera abriéndose.
Tomas apareció, indicándole que podía pasar, fue recibida con la mirada gélida de Bi Han y se inclinó rápidamente. Volvió a poner sus manos cubriendo su pecho del horrible frío que hacía por más que las chimeneas dieran calor. Bi Han estaba sentado en lo pareció un trono con pieles de animales y sus ojos chocolate le lanzaron dagas a la muchacha.
–¿Para qué me llamó, Gran Maestro? –preguntó Adelina y bajó la cabeza–. Si no le molesta que la haga esa pregunta.
–Vamos a ver si esta noche puedes despertar tu poder de una vez, Acosta –dijo Bi Han poniéndose de pie y se acercó a Adelina–. Quítate el abrigo.
–¿Perdón? –un mal presentimiento la inundó y sentía que algo iba a salir mal de la situación.
–Quítate el abrigo –repitió Bi Han y su mirada se tornó amenazadora–. Vas a estar en el frío y no me hagas repetirlo.
–¿Por qué?
–Porque hará que tu criomancia despierte completamente –espetó Bi Han y alzó el dedo índice de forma represiva–. Y si sigues interviniendo me encargaré de hacer entrenamientos más duros y castigos extremadamente crueles.
La chica, resignada, se sacó la campera, medias y pantuflas y tembló locamente. El aire parecía ser miles de cubos de hielo que acechaban su piel descubierta y maldijo mentalmente de todas las formas posibles a Bi Han.
–Hermano, esto no es una buena idea –dijo Tomas y Adelina escuchó pasos acercándose, debía ser Kuai Liang–. Podrías ocasionarle un daño a su cuerpo o incluso matarla. Eso no le agradaría a Lord Liu Kang.
–¿Qué ocurre aquí? –preguntó Kuai Liang y salió de sus aposentos con una bata de seda–. ¿Qué hace Acosta en este lugar, Bi Han?
–Acosta despertará su criomancia –contestó su hermano tajante y volvió a enfocarse en Tomas–. Liu Kang no está aquí y si llegara a haber un problema con Acosta lo solucionaremos. Nos la trajo para que le enseñáramos la criomancia a nuestra manera.
–Bi Han, llevas entrenándola hace semanas, no creo que sea la mejor forma de hacer que su poder despierte –espetó Kuai Liang y se acomodó mejor la bata–. Deberías seguir con combate y meditación. Deja esto como último recurso. Padre no querría que te apresuraras en esto.
–No hubo ningún resultado –el tono de Bi Han se volvió oscuro–. Este es el último recurso. Sal al exterior, Acosta. Te vigilaré por si ocurre un inconveniente.
Adelina se quedó en silencio ante la discusión de hermanos y prefirió quedarse así que meter más leña al fuego. Aceptó con disgusto su destino y fue hacia la puerta que daba al exterior nevado.
El frío recorrió todo su cuerpo y quiso retroceder a toda costa. Miró una última vez la sala y comenzó a extrañar el calor que emergía de las chimeneas. Los rostros de los tres hermanos tenían diferentes expresiones, Bi Han reflejaba determinación y un aura amenazadora. El rostro de Tomas mostraba confusión y enojo y Kuai Liang miraba de una forma decepcionante a Bi Han.
Adelina puso un pie en frío suelo y sus dientes castañearon. Avanzó hasta quedar cerca de la puerta y seguía maldiciendo a Bi Han mentalmente.
–Debes alejarte del calor completamente, Acosta –gruño Bi Han–. Sino tu poder nunca despertará.
El rostro de Adelina reflejó enojo y caminó más lejos con los pies hundidos en la nieve alejándose del calor. El viento soplaba fuertemente haciendo que el cabello de Adelina se revolviera de un lado al otro. Su remera no le brindaba calor, sus pies ya no los sentía y temblaba como nunca antes lo había hecho en su vida. Sus dientes castañearon y Adelina se frotó los brazos para obtener algo de calor sin buenos resultados. Percibió la mirada penetrante de Bi Han a sus espaldas.
–Boludo de mierda y la concha de la lora –dijo entre susurros y castañeando–. La puta madre que te re mil parió, hijo de puta y la concha de tu hermana.
Para dejar de insultar, recordó canciones que le gustaban y comenzó a entonarlas para dejarla de pensar en el frío que estaba pasando. Se le dificultó memorizar cada letra por sus escalofríos y cantó desentonado por su castañeo constante. El cabello negro se le pegó constantemente a la boca seca, azotando cada parte de su rostro, haciéndole imposible ver su alrededor e intentó acomodárselo en vano.
Los minutos le parecieron horas o siglos, metida hasta la cadera en la nieve. No sentía sus piernas ni su cara, pero se mantuvo en su lugar, incapaz de poder hacer un movimiento. Extrañó con desesperación el calor y quería volver a la cama, el sueño la estaba consumiendo.
–Debo retirarme momentáneamente, Acosta –alzó la voz Bi Han–. Mi hermano, Tomas, te seguirá vigilando.
La chica no le contestó y siguió enfocada en cómo evitar morir congelada o por una hipotermia. A pesar del fuerte viento, pudo escuchar los pasos del ninja alejarse y quedó todo en silencio, como cuando estaba hace unos instantes, hasta que Tomas le habló:
–¿Estás bien?
–Me estoy cagando de frío –contestó Adelina dificultosamente–. No sé qué significa eso para vos, pero para mí es un no rotundo.
–Estoy intentando hacer que mi hermano recapacite de su idea loca –habló Tomas y Adelina volteó un poco para mirarlo–. Hasta Kuai Liang lo hace.
–Si quiere ver que haga que el clima pare, se está equivocando –dijo la chica frotándose fuertemente los brazos para tener movimiento–. Ni siquiera siento una sensación extraña o un llamado.
Una risa pequeña se escapó de Tomas, Adelina sonrió y sus mejillas se calentaron a pesar de estar en medio del frío.
–Lamento cambiar de tema, pero ¿qué demonio estabas llevando puesto? –preguntó Tomas fuertemente con curiosidad.
–¿Qué demonio? –Adelina volteó la cabeza, otra vez, haciendo que su cabello tapara su visión.
–El que llevas en la camisa –siguió explicando el muchacho–. Tiene una llama en la mano e hilos en la otra.
–Ah, no es un demonio –contestó Adelina con una risa pequeña–. Es Eddie The Head.
–¿Quién es?
–Es la mascota de la banda Iron Maiden –explicó Adelina con una sonrisa y se acomodó la maraña negra–. Es solo un personaje y la ilustración pertenece a la portada de uno de sus álbumes.
–¿Cómo se llama? –cuestionó el muchacho nuevamente.
–Me preocupa tu adolescencia. Te lo digo sinceramente, Tomas.
El muchacho río, Adelina sintió retorcijones en el estómago y el pecho comenzó a dolerle al igual que sus oídos. Volvió a mirar al frente rápidamente, pero no esperaba ver lo que tenía enfrente suyo. Una figura familiar, de cabello rubio y largo, rostro cuadrado y ojos azules.
–¿Mariano? –susurró.
Su amigo ni se inmutó ante su llamado, parecía que miraba hacia otro lado y Adelina vio que aparecían Kung Lao, Johnny y Kenshi. Pero el hombre tenía una roja en los ojos y una de sus manos estaba en el hombro del actor. Además, había tres desconocidos acompañándolos. Un hombre vestido de negro y verde, con una capucha ocultándole parte de la cabeza, una máscara cubriendo su rostro y Adelina creyó verle un tatuaje de espiral en uno de sus ojos. Un hombre calvo con heridas alrededor del cuerpo y lo que más le impactaba a Adelina eran sus dientes filosos. Por último, la que más le llamó la atención a Adelina, una mujer de cabello negro y ojos del mismo color vestida de blanco.
“Un demonio” pensó Adelina “Algo no está bien.”
–Tomas –llamó la muchacha. Sentía que el estómago le dolía más y la cabeza le daba vueltas–. No me siento bien. Quiero irme… ¿Tomas?
Volteó la cabeza y no lo vio, sino árboles con rostros de ojos verdes resplandecientes. Ese color abundaba por todo el mágico sitio, Adelina dejó de sentir frío y miró la escena que tenía delante suyo. Intentó tocar uno de los árboles con rostro, pero su mano lo traspasó. Comenzó a escuchar susurros por todo el lugar, no se había percatado de las voces que hablaban y recordó lo que le dijo Sindel.
“Es el Bosque Viviente.”
–¿Qué mierda es eso? –preguntó Mariano observando a la nada.
Pero Adelina vio a quienes sus compañeros espiaban. Eran cuatro extraños, dos hombres y dos mujeres que estaban caminando hacia una maquinaria extraña que irradiaba oleajes verdes. Esa… cosa, le dio escalofríos a la muchacha, le provocó asco, repulsión y le dio un mal augurio. Aunque uno de los cuatro desconocidos le originó desconfianza y mala espina. Un hombre calvo con dibujos en la cabeza, los ojos pintados y piel aceitunada.
Parecía discutir con uno de sus compañeros, tenía una joya roja y extraña como un rubí nunca visto por Adelina. Mientras Mariano y los demás observaban la escena, parecía que la chica de blanco sabía quién era el hombre. Comenzó a hablar:
–Un solo ladrón de almas basta para matar a cientos de miles. Si desplegara muchos…
“Ladrón de almas”. Le dio escalofríos hasta la médula, intentó recordar esas palabras en la Academia Wu Shi, tampoco los sueños que tuvo hace tiempo. Su memoria estaba en blanco. El miedo a esas tres palabras la tenía completamente paralizada y siguió escuchando la charla entre sus amigos.
Todos se pusieron de acuerdo y avanzaron hacia el ataque, Mariano alzó una ametralladora y en su espalda llevaba un rifle antiguo de guerra, el arma obsequiada por el Viejo Mario. Nunca pensó que la podría usar. Se lanzaron al ataque contra el hombre calvo y este se enfocó en la escalofriante maquinaria.
Entre los golpes de batalla, las manos del brujo se tornaron verdes como el aura del ladrón de almas terminando su conjuro. Las voces gritaron angustiadas, lloraban sin cesar y un grito femenino fue el más fuerte de todos. El bosque agonizaba, igual que ella y alguien más… Los oídos de Adelina fueron invadidos por quejidos de lobos, sus espeluznantes aullidos sin fin y lloriqueos… la estaban enloqueciendo… los gritos de femeninos se combinaron con los chillidos de las bestias haciéndose insoportables.
Las náuseas se volvieron más fuertes hasta volverse ganas de vomitar, la cena combinada con la bilis comenzó a subirse por la garganta de Adelina y salió de su boca manchando la nieve. Tosió fuertemente y su respiración se volvió pesada e irregular. No supo si en ese momento estaba gritando o Hela era quien lo hacía junto a los lobos.
–¿Adelina? –llamó Tomas Vrbada. Le pareció extraño que no haya contestado la pregunta, echándole la culpa a los fuertes vientos. Pero al ver que Adelina cayó a la nieve tras hacer arcadas y toser fuertemente, Tomas corrió hacia ella–. ¡Adelina! ¡Bi Han!, ¡Kuai Liang!
La chica tembló incontrolablemente y sus ojos estaban abiertos como platos. Soltó respiraciones agitadas y se le escapaba vaho por la boca dispersándose en el aire. Una parte de su cabello negro cubrió su rostro y se mezcló con el vómito. La recogió al estilo princesa y corrió hacia la puerta, uno de los brazos de Adelina colgaba inertemente, pero recobró la conciencia y se soltó del muchacho. Fue hacia la nieve nuevamente chillando y llorando como un bebé.
–¡No te me acerques! –gritó Adelina–. ¡Alejate de mí! ¡Todos aléjense!
–Adelina, soy Tomas –hizo un gesto con sus manos en señal de calma–. No hay nadie más que yo. Mis hermanos vienen para ayudarte.
–¡ALÉJENSE! –los ojos heterocromáticos de la chica reflejaban miedo, cayó en la nieve y con sus palmas se arrastraba por la nieve, apartándose del chico–. ¡BASTA! ¡NO ME TOQUEN!
–¡Bi Han!, ¡Kuai Liang! –gritó Tomas nuevamente. Intentó acercarse una vez más a Adelina, pero estaba completamente asustada–. ¡Vengan rápido!
Adelina se agarró su vientre y su rostro pasó a asco. Volvió a vomitar y cayó inconsciente. Al levantarla por segunda vez, Tomas se dio cuenta que estaba en el mismo estado que al principio, convulsionando y temblando sin cesar. La idea de Bi Han, sí que salió extremadamente mal. Cuando Tomas llegó a la puerta, Adelina volvió a gritar y patalear. Sus hermanos aparecieron y vieron el estado deplorable de los dos. Alarmados, los dejaron pasar y Adelina seguía gritando sin cesar.
–¿Qué le pasó, Tomas? –cuestionó Kuai Liang.
–No… no… no lo sé –dijo el muchacho. Los gritos de Adelina le impedían pensar con claridad–. Estaba bien y tosió… y… convulsionó…
–¡BASTA! ¡QUIERO QUE LOS CALLEN! –la chica comenzó a llorar y lágrimas emergían como cascadas de sus mejillas–. ¡NO LOS SOPORTO ESCUCHARLOS LLORAR!
Los gritos de Adelina se volvieron extremadamente fuertes y del suelo comenzó a surgir escarcha. Formaron púas haciendo que se dirigieran hacia la puerta y a otros lugares de la sala. Bi Han apareció y llamó a Cyrax y Sektor.
Tomas se le estrujó el pecho ver el estado desastroso de Adelina. Quiso hablarle, hasta incluso tratar de tocarla amablemente, pero no tuvo resultados. Él y Kuai Liang intentaron cargarla, pero se retorcía y seguía llorando sin parar.
–¡CALLENLOS, POR FAVOR! –volvió a gritar y dejaba a Tomas más confuso a lo que se refería–. ¡NO SOPORTO SUS GRITOS! ¡DÉJENME EN PAZ, POR FAVOR!
Adelina volvió a convulsionar, arquear su espalda y gritar, Tomas notó algo en la alfombra. Un líquido carmesí con el que vivió la mayor parte de su vida en Arctika… Sangre…
–Bi Han… Kuai Liang –el hermano menor señaló con el índice–. Miren.
El brazo tatuado de Adelina comenzó a sangrar y su remera blanca se manchó en la parte del abdomen. Tomas subió la prenda velozmente, su abdomen sangraba en donde estaban los tatuajes anatómicos. Buscó tela para quitar el líquido carmesí, pero Adelina se soltó nuevamente.
–¡NO ME TOQUEN! –las lágrimas inundaban su rostro. Sus mejillas estaban rojas y moqueaba sin cesar–. ¡QUIERO QUE ME DEJEN EN PAZ! ¡DEJEN DE GRITAR! ¡BASTA! ¡SE LOS SUPLICO!
Cayó nuevamente en convulsiones y vomitó una última vez. Tomas y Kuai Liang la recogieron y llevaron a la enfermería a toda prisa. Bi Han llegó con Cyrax y Sektor y se prepararon para tratarla inmediatamente. Adelina dejó de gritar, pero temblaba y susurraba incoherencias y Tomas trató, una vez más, de consolarla.
–Los escucho… están sufriendo –dijo Adelina y su mirada parecía perdida–. Ella está sufriendo… llora por su preciosa creación… está siendo corrompido… ¡AHHHH!
Escarcha salió por toda la camilla y los cinco lograron someterla. Cyrax le dio un calmante haciendo que los gritos incontrolables de Adelina se convirtieran en lloriqueos, luego respiraciones agitadas hasta lograr que descansara completamente.
Hubo un silencio sepulcral en la enfermería, solamente se escuchaban las respiraciones agitadas de los cinco y con cuidado soltaron a Adelina. Bi Han tomó su brazo derecho y limpió la sangre que emanaba de la extremidad. El trapo se teñía de rojo y Tomas limpió la parte baja del abdomen, mientras que Cyrax y Sektor preparaban vendajes.
–Te dije que no iba a salir bien, Bi Han –soltó Tomas, mientras pasaba desinfectante en el abdomen–. Ella no estaba lista para soportar el frío. Lleva pocas semanas en Arctika.
–Acepto que fui extremo, pero su criomancia no despertaba –suspiró Bi Han y su mirada se relajó, dejando su frialdad que le había ofrecido a Adelina. Siendo simplemente, el hermano mayor que era enfrente de Tomas y Kuai Liang–. En pocas semanas, pude despertar mi don y padre me enseñó a controlarlo. Ella necesitaba este cambio.
–Padre fue más cauteloso cuando estábamos desarrollando nuestras habilidades –dijo Kuai Liang, mientras observaba a sus hermanos.
–Podrías haber seguido por unas semanas más –espetó Tomas y observó momentáneamente a Adelina–. Antes de sacarla a una de las noches más frías.
–Este método era necesario y no volveré a repetirlo.
Kuai Liang siguió observando, mientras Tomas y Bi Han limpiaban la sangre. Tomas miró por un momento a Adelina. La remera blanca estaba roja, las puntas de su cabello negro tenían restos de bilis y comida, saliva en la comisura de sus labios y sus mejillas seguían rojas de tanto llorar con lágrimas que no se habían secado. Los ojos de la chica estaban cerrados como si estuviera en un coma, su rostro mostraba una paz que le resultaba difícil de creer y algunas extremidades se comenzaban a retomar color.
Los tatuajes le provocaban terror con solo mirarlos, más cuando sangraron sin ninguna herida. Tomas recordó que eran las mismas actitudes que Adelina tuvo hace meses. Cuando vino a Arctika y encontró esas ruinas antiguas. Le preguntaría cuando despertara. Por ahora, la muchacha necesitaba descansar.
Una vez desinfectada sus heridas, Cyrax y Sektor empezaron a vendar el brazo y el abdomen. Les pidieron a los hermanos que se retiraran para poder cambiar a Adelina y cubrieron la camilla con cortinas. Se miraron entre ellos, el primero en retirarse fue Kuai Liang, seguido de Bi Han y Tomas se quedó unos minutos más. Ante de que Cyrax y Sektor se fueran, le pidieron que si ocurría un inconveniente le avisaran en cuanto antes para así poder ayudar a Adelina.
Tomas la vigiló, parecía que estuviera en un sueño tranquilo, pero en algunos momentos, hacia muecas y susurraba incoherencias.
–Ella sufre… está corrompido… debe ordenarse… los oigo llorar…
El muchacho no supo cómo hacer para que se calmara y se preocupó que volviera a tener un ataque de pánico tan pronto. Pero verla dormida, hizo que sus nervios se desvanecieron lentamente y siguió cuidándola. Tomas se dio cuenta de que una parte de su cabello cubría su rostro, inconscientemente le quitó unos mechones recién lavados permitiendo ver su belleza. No se había dado cuenta de que en sus mejillas había un grupo pequeño de pecas, creando formas distintivas y hasta incluso constelaciones como las que recordaba en sus tiempos de cazador con su madre y hermana. Le resultó extraño no ver sus ojos ni escuchar su voz.
Rememoró los acontecimientos de hace unos momentos, al escucharla gritar, su pecho comenzó a sentir dolor, como un millón de agujas clavándose. Le dio pena verla llorar descontroladamente y más lo asustada que estaba de él. Esperaría a que a la mañana siguiente mejorase y pudiera decirle a él e incluso a Bi Han sobre lo que le ocurrió.
Se dio la vuelta, una última vez, Adelina seguía dormida y ya no lloraba ni hablaba. Salió de la enfermería y se dirigió a sus aposentos para un merecido descanso.
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coolpizzazonkplaid · 1 year ago
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La heredera del Infierno
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Los Lin Kuei
Los dos días pasaron tan rápido que Adelina no se había percatado. Los nervios le carcomieron por dentro, mientras empacaba sus últimas pertenencias. Guardó el mapa y la daga en su mochila con un montón de trapos y evitar los ojos curiosos. Tomó su rifle y lo puso en su hombro, también sus pistolas y cuchillos que tenía desperdigados por la habitación. Admiró lo vacío que se hallaba.
Ya no había libros a los costados de su futón, ni hojas de dibujo a medio hacer. Tampoco su ropa diaria y aparatos tecnológicos dispersos. Se acomodó mejor sus pertenencias y salió de sus aposentos. Las habitaciones estaban completamente vacías y se escuchaban los pájaros. El aire sopló el rostro de la chica y sus ojos recibieron a sus compañeros.
–¿Vas a estar bien? –preguntó Daniela y Mariano se acercó a su amiga para ayudarla con el equipaje–. ¿Tienes todos lo que necesitas?
–Sí, voy a estar bien. Tengo todo –Adelina exhibió sus pertenencias–. Creo que hasta me llevé los muebles de la habitación.
–Nos quedaremos en la academia hasta que vuelvas –dijo Mariano acomodando el bolso de Adelina en su hombro–. Intentaremos mantener el contacto.
–Esperemos poder hacerlo –dijo Adelina con duda en su voz–. No creo que en Arctika haya una torre de radio y mucho menos Internet.
–Lo más seguro que haya es correo mediante palomas o mensajeros –se burló Mariano y escuchó la risa de Johnny–. Intentaremos hacer visitas.
Adelina y los demás fueron hacia el gran jardín donde Liu Kang la esperaba. Mariano le devolvió su equipaje a Adelina y los miró. Detrás de él y Daniela, estaban Raiden, Kung Lao, Kenshi y Johnny. Sus rostros mostraron tristeza, pero mantuvieron controladas sus emociones haciendo pequeños gestos de saludos. Daniela y Mariano la abrazaron y le susurraron motivaciones.
–Suerte en Arctika –dijo Kung Lao cruzando los brazos.
–Podrás controlar tu poder, Adelina –habló Kenshi tranquilamente–. Tienes una gran habilidad que los Lin Kuei respetarán.
–Gracias, muchachos –Adelina sonrió y apretó la correa del rifle de asalto–. Los veré pronto.
–¿Podríamos tener una cita, Adelina? –cuestionó Johnny y Daniela lo miró de la peor forma posible–. ¿Pibita bonita?
–Seguí haciendo eso y te voy a dar tres patadas en el culo –contestó Adelina bruscamente–. No te sale nuestro acento y nunca te saldrá.
–Es hora, Adelina Acosta –dijo Liu Kang tranquilamente.
La muchacha los miró por última vez y a la Academia Wu Shi. Despidió a sus amigos con la mano, caminó por el portal de fuego invadida por cosquilleos y mareos hasta volver a respirar. Un viento frío invadió su rostro y al respirar, vaho salía de su boca.
El paisaje era gélido, repleto de nieve en las cimas de los templos, también formaban pequeños cúmulos en las entradas y cerca del portal. Los banderines de azul y negro flameaban sin cesar por el fuerte viento y las columnas del portal negras y azul oscuro. Frente al portal, Adelina vio a soldados lin kuei detrás de los tres hermanos, Bi Han, Kuai Liang y Tomas. El ninja de azul caminó hacia Adelina y Liu Kang y se inclinó hacia el dios.
–Bienvenido a Arctika, Lord Liu Kang –dijo Bi Han tranquilamente–. Y a ti también, Adelina Acosta.
–Lamento la visita inesperada –habló el dios y unió sus manos–. Espero que tus enseñanzas ayuden a Adelina.
–Aprenderá lo necesario aquí –intervino Kuai Liang acercándose hacia su hermano–. Nos encargaremos de que controle su poder. Su estadía en Arctika la ayudará.
–Muchas gracias, Sub Zero y Scorpion –dijo Liu Kang y su mirada fui hacia Adelina–. Debo retirarme, Adelina Acosta. Debo atender asuntos en la Academia Wu Shi. Suerte en tu entrenamiento.
–Gracias, Liu Kang –dijo Adelina, el dios se dirigió al portal y desapareció.
La muchacha se dio la vuelta enfrentándose a los hermanos y Bi Han le dedicó una mirada hostil hasta que habló:
–No esperes que te demos una gran bienvenida, Adelina Acosta –habló Bi Han, se dio la vuelta y caminó en dirección al templo.–. Tus entrenamientos comenzarán mañana al amanecer. Durante tu estadía aquí, me llamarás Gran Maestro.
–Está bien –Bi Han la vislumbró y sus ojos helados se enfrentaron a los de ella. Le costó decir las dos palabras–. Gran Maestro.
–Mis hermanos son maestros y serán parte de tu entrenamiento –prosiguió el ninja de azul.
–También, los principiantes se encargarán de la limpieza y el Gran Maestro elegirá quién se encargará de cocinar en las noches –continuó Kuai Liang–. Te dirigirás hacia mis hermanos por sus alias. El mío es Scorpion, el de Bi Han es Sub Zero y el de Tomas es Smoke.
Bi Han y su hermano se susurraron entre ellos y se detuvieron, mientras Adelina caminaba con sus bolsos y armas. Se dieron la vuelta y miraron a la muchacha.
–Kuai Liang y yo debemos resolver unos asuntos urgentes –explicó Bi Han y miró a Adelina–. Tomas te ayudará a buscar tus aposentos y ubicarte.
Los dos hermanos se fueron entre los pasillos y Adelina y Tomas se quedaron solos. Volvió a recoger sus bolsos y esperó a que el muchacho la guiara por el templo. Reaccionó a tiempo, se puso delante de ella y caminó entre los miembros del clan.
Los soldados la miraban con ojos curiosos. Cubiertos por las máscaras de ninjas parecían analizar cada aspecto de ella. Su campera grisácea, sus bolsos con pegatinas de bandas y dibujos y la bufanda negra cubriendo su cuello. Algunos, pudieron notar el tatuaje de los huesos en la mano derecha, pero a la chica no le importó.
–En tu habitación tienes el uniforme lin kuei –dijo Tomas y giraron en una bifurcación de pasillos–. En la noche habrá vigilancia a los alrededores del templo y puedes ser elegida. Tienes permitido cualquier, excepto las habitaciones del Gran Maestro y sus allegados. Respeta el horario de tus primeras clases y puede que consigas dar una buena impresión.
–Lo dudo mucho, pero gracias por el consejo –dijo Adelina con una sonrisa y afirmó mejor su rifle al hombro–. Creo que al Gran Maestro no le caigo bien y más con lo que ocurrió en mi casa.
–Es así con todos los nuevos estudiantes y maestros –explicó Tomas y volteó a mirar Adelina–. En privado es más amable. Además, mayormente estarás con él para que te ayude con tu don, así que creo que en poco tiempo podrás adaptarte.
–Eso espero, maestro.
Fue extraño a ojos de Adelina, decir la palabra, por las charlas que tuvieron cuando Tomas visitaba la academia. A pesar de eso, le dedicó una sonrisa, pero el momento fue interrumpido por el sonido seco de los bolsos de Adelina al caerse.
–Déjame ayudarte, lamento no haberlo hecho antes –dijo Tomas tomando uno de los bolsos y lo llevó a su hombro–. Fue descortés de mi parte.
–Está bien, ya no importa.
Caminaron un poco más hasta llegar a la zona de estudiantes, donde muchos la miraron hostilmente. Tomas dejó los bolsos de la muchacha en la entrada de su habitación y se miraron por un momento. Adelina no se había percatado de los ojos grises del joven y le recordó a unas viejas portadas de libros que tenía en su biblioteca. Pudo ver con más detalle la cicatriz que tenía encima de su ojo y se preguntó qué habría pasado para conseguirla.
–Gracias, maestro.
–Es un placer –dijo Tomas sonriente.
Tomas se marchó de la zona de estudiantes y Adelina metió rápidamente sus pertenencias. La habitación era sencilla, había un futón con colchas y encima de ellas un uniforme de color negro y azul oscuro. Desempacó poco a poco sus cosas, los libros los dejó al lado del futón y las armas de fuego en una esquina del cuarto.
Después, sacó la daga de Hela y la desenfundó. El filo seguía manteniéndose intacto y la hoja podía reflejar a la muchacha. En el reflejo, Adelina no pudo ver nada extraño. No muertos, no Hela ni versiones muertas de sus amigos. Un escalofrío le recorrió la espalda y guardó el arma en su funda para ocultarla debajo de la almohada junto al mapa.
Se cambió la campera y pulóveres por el uniforme de los Lin Kuei. Se ató el cabello negro en una cola de caballo y dejó su rostro descubierto. Salió de la habitación y vio a los demás estudiantes, pero no se les acercó. Se mantuvieron alejados, mientras Adelina arreglaba mejor su ropa y el medallón que tenía el pecho.
Un superior se le acercó, le dio un lampazo y un balde y señaló donde tenía que comenzar sus labores. Observó los bastos pasillos y quedó impactada por la cantidad de polvo y suciedad. Puso el lampazo en el balde, lo estrujó y lo pasó lentamente por el suelo de madera. Escuchó algunos susurros detrás suyos, pero no les dio importancia y siguió con su labor hasta que los brazos le dolieron.
Era la tarde cuando Adelina terminó de limpiar los suelos y el superior le ordenó sacar la nieve de las entradas del templo. Le dio una pala y otro balde y le señaló los lugares donde empezar. La chica tomó aire, ubicó la herramienta en la nieve, sacó la mayor cantidad posible y lo tiró en el balde. Repitió la acción hasta que rebalsó y dejó la nieve lejos de las entradas.
Adelina terminó su tarea al anochecer, escuchó unas campanadas que parecían anunciar la hora de la cena. Vio a los estudiantes, superiores y maestros ir hacia el templo principal y los siguió. Al entrar, un montón de mesas estuvieron abarrotadas de estudiantes y delante había una gran mesa donde estaban Tomas y sus hermanos.
Una hoguera se ubicaba en el centro del salón emitiendo llamaradas anaranjadas. Daban calor a todo el lugar iluminado con pequeños faroles y velas decoraban las mesas repletas de cubiertos y palillos chinos. Adelina se sentó en un extremo de la mesa, evitando a los ninjas. Una vez más, detectó miradas curiosas, susurros y risas.
“Es una estudiante de la Academia Wu Shi. Parece que no tuvieron una peor estudiante para traer.” “Sus aires denotan superioridad.” “Liu Kang me decepciona. ¿Cómo no sabía que tenía una criomante entre sus filas?” “Es irritante que tengamos que soportar a una estudiante de la Academia Wu Shi. Ni siquiera ellos saben cómo enseñar a sus aprendices.”
Ignoró los comentarios cuando las puertas se abrieron revelando a aprendices llevando comida. El Gran Maestro y sus hermanos fueron los primeros en recibir sus platos y las voces de júbilo inundaron poco a poco el gran comedor.
Bi Han unió su puño con su otra mano, tanto sus hermanos como estudiantes se inclinaron y Adelina los imitó. Después, las voces alegres volvieron a llenar el salón hablando en su idioma nativo. Adelina pudo interpretar algunas palabras, pero a pesar de su estadía en la Academia Wu Shi, su agilidad con el chino no había mejorado.
Estudiantes seguían susurrándose entre ellos para luego soltar risas indiscretas. Adelina encontró un autocontrol milagroso para no contestarles de la peor forma posible y pasó por alto los comentarios. Intentaría todo lo posible para encontrar una forma rápida de poder controlar su poder y marcharse. Por ahora, tendría que aceptar su lugar de principiante y acatar las reglas que aparecieran.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por los ruidos de la puerta abriéndose repentinamente. Dos mujeres pasaban entre los pasillos y los presentes se pusieron de pie en señal de respeto. Una chica iba vestida de rojo y la otra de amarillo. Se acercaron a la mesa enorme donde estaban Bi Han, Kuai Liang y Tomas y se inclinaron. Se ubicaron en uno de los extremos de esta y un grupo de ninjas corrieron a darles la cena y mejores comodidades. Charlaron con Bi Han, mientras que Kuai Liang y Tomas se metieron en su propia conversación.
La cena transcurrió sin problemas y al terminar, se inclinaron ante Bi Han y sus hermanos. Los estudiantes recogieron sus respectivos platos y los dejaron para que otro grupo lo limpiara. La muchacha se dirigió a su habitación mezclándose con el resto. Buscó los baños y se metió lo más rápido que pudo.
Tras bañarse, Adelina corrió a sus aposentos y se ocultó en las cálidas colchas. Una alegría la invadió al ser recibida por ese calor reconfortante y cerró sus ojos, esperando un mejor día.
Hela estaba a la altura de su hijo, Kolbein, por lo que recordaba Adelina. Lloraba y su hijo también, la abrazaba fuertemente mientras soltaba quejidos y la veía por última vez. Hela le acomodaba mejor el cabello castaño como las almendras ofreciéndole una sonrisa triste y Adelina se percató que sus ojos azules eran iguales al ojo izquierdo de su madre.
El esposo de Hela, Alarik, se acercaba y recogió al niño, mientras miraba a la mujer que amaba. Se daban un beso de despedida escuchando los sonidos de demonios y gritos guturales cerca. Alarik se llevó a Kolbein, mientras este gritaba desesperadamente: “¡Mamá! ¡Quiero quedarme contigo! ¡Ven con nosotros! ¡Mami, Mami! ¡Te quiero, mamá!”
Hela lloraba al escuchar a su pequeño. Su hijo. Se sacaba las lágrimas y puso su mejor cara de guerra. Aunque Adelina sabía el resultado de ese enfrentamiento fatídico.
El recuerdo cambió a otra persona. Esta vez, Kolbein era un muchacho de diecisiete o dieciocho años. Su cabello tenía algunas pequeñas trencitas y su mirada destilaba guerra y odio.
Discutía con un hombre canoso, su padre, Alarik. Kolbein tenía un hacha en la espalda, en su cadera colgaba una espada y la bolsa de runas que su madre le había regalado. Entre grito y grito, salía de la cabaña con un fuerte portazo y caminaba a un bosque cercano. Su rostro chocaba con varias plantas intrusivas, sus pisadas fuertes ahuyentaban animales y hacían crujir las ramas secas. Se sentaba en un gran tronco, mientras bajaba la cabeza y gritaba fuertemente al cielo.
Sacaba su espada plantándola fuertemente en la tierra cubierta por hojas y pasto. Kolbein se arrodillaba y su frente estaba cerca del mango. Adelina escuchaba sus pequeños lloriqueos y susurros, se acercó con lentitud y miedo ante el muchacho a pesar de que era un recuerdo.
–Perdóname, mamá –susurraba Kolbein con la frente pegada al mango de la espada vikinga–. Te vengaré, lo prometo. Restauraré nuestro honor y te buscaré. No voy a huir ni a esconderme. Nuestra familia volverá a gobernar el Infierno. Perdóname, mamá. Por todo.
Los llantos del muchacho se esfumaron y una negrura invadió a Adelina. Solamente escuchó la voz de Hela:
“Maldigo mi alma para que proteja mi carne y sangre. Sus allegados serán la guardia de mi prisión hasta restaurar lo que se perdió. Llorarán por el dolor que sufro. Mi pequeño Kolbein… Ladrones, ladrones… lo pagarán con sus vidas…”
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coolpizzazonkplaid · 1 year ago
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La heredera del Infierno
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Pesadillas hechas realidad
Un sirviente llamó a la puerta de Adelina anunciando el desayuno. La muchacha sintió que los pies la estaban matando debido a la noche anterior. Se cambió el pijama y optó por jeans negros, una remera con decoraciones doradas del mismo color y zapatillas.
Se reunió con el resto de sus compañeros a un gran salón donde la emperatriz y sus hijas los esperaban para disfrutar un rico desayuno. Comenzaron a ponerse diferentes alimentos en los platos, mientras poco a poco se iban sacando el sueño. Sindel anunció que la finalización del torneo sería pasada la hora del almuerzo. Adelina pudo ver que Raiden estaba nervioso por combatir con la princesa Mileena, pero parecía intentar combatir con esas ansiedades.
Los chicos aprovecharon para poder explorar la capital, Sun Do. La emperatriz ordenó que fueran acompañados por la escolta de la primera oficial, Li Mei y marcharon lentamente. Los vigilaban mientras charlaban entre ellos. Adelina, en varias ocasiones, la invitó a unirse con los luchadores, pero ella se negaba rotundamente.
La vegetación se transformaba en casas y edificios, los habitantes del Mundo Exterior se congregaban en las grandes calles y otros, lo miraban desde sus puestos. Invitaban a los luchadores a sus espacios de comida y los músicos tocaban, dando alegría a las personas.
Adelina comió muchos de los platillos que ofrecían en las calles de Sun Do junto a Mariano y Daniela. Kenshi, Johnny, Kung Lao y Raiden admiraban los bailes que hacían las diferentes civilizaciones del Mundo Exterior. Mariano y Daniela vieron a un grupo de niños y padres jugar con la pelota y los invitaron.
Se acercaron y el muchacho fue el primero en tomar la pelota. Cautivó a los pequeños con acrobacias usando los pies para moverla y luego, con una maniobra, la llevó a su cabeza haciendo equilibro para evitar que callera. Los niños presentes, tanto shokan como centauros, miraron con brillo en los ojos las hazañas de Mariano. Con un cabezazo, le pasó la pelota a Daniela y la rebotó con sus pies varias veces para luego dejarla en el suelo.
Los niños se sorprendieron y quisieron imitarlos. Los adultos miraron sonrientes como intentaban hacer las habilidades de Mariano y Daniela. Ellos propusieron hacer un pequeño partido de futbol, se dividieron los equipos y Adelina hizo de árbitro.
Los infantes mostraron su competitividad y el dúo los calmó incentivándolos a que formaran dos rondas para prepararlos. Adelina estableció la cancha y vio como sus amigos motivaban a los pequeños inseguros por sus aspectos.
–¿Sabés lo que yo veo en esos cuatro brazos que tanto odias? –dijo Mariano, el pequeño shokan negó con la cabeza–. Veo a un gran arquero o defensor, eso es lo que veo.
–Lo que consideras una desventaja, yo lo considero un beneficio –Daniela hablaba con una pequeña centaura–. Tu complexión nos servirá para atacar, eres rápida y eso facilita más el poder meter la pelota en el arco.
Adelina terminó de preparar la cancha y puso la pelota en el medio, mientras los dos equipos se posicionaban y el dúo daba sus últimas indicaciones. La pelinegra gritó un “comiencen” y el partido de futbol de práctica inició. Daniela y Mariano corrigieron pequeños errores durante la jugada y lograron que los niños lo entendieran mejor.
Los dos grupos se posicionaron y Adelina dio comienzo al juego. Los niños corrían de un lado al otro para poder llegar al arco del equipo contrario y pasaban la pelota a los capitanes. La centaura del equipo de Daniela por poco llegó al arco del equipo de Mariano, pero un niño shokan se la arrebató y corrió lo más rápido que pudo al arco contrario. El niño asestó la pelota en el arco, Mariano gritó un fuerte “gol” y los pequeños lo imitaron.
Adelina anotó en papel una raya para mostrar el puntaje y siguió vigilando las jugadas de sus amigos. Mientras, los demás habitantes de la Tierra miraban el partido con curiosidad y reían ante las actitudes de los niños. Mariano y Daniela estaban tan enfocados en el juego que no escuchaban los ánimos de sus compañeros y se concentraron en ayudar a los pequeños.
Por varios minutos, el partido siguió en los que el equipo de Daniela asestó en el arco opuesto y se enorgullecieron tanto, que saltaban de la emoción. Uno de los pequeños del equipo de Mariano pudo propinar un pelotazo tan fuerte que lo pudieron escuchar desde el palacio real y hacer gol.
Adelina siguió anotando los puntos y vio que los guardias y la primera oficial parecían intrigados por el partido. El juego terminó con la victoria del equipo de Mariano con cinco goles a su favor, haciendo que los niños se cansaran y fueran a los brazos de sus padres. El dúo invitó varias veces a los guardias a pasar un rato de diversión, incluso a la propia Li Mei la invitaron y se negó rotundamente a participar. Entonces, el grupo decidió explorar la capital.
El grupo se separó prometiendo reunirse en la calle principal, mientras un guardia los vigilaba. Daniela paseó entre los caminos empedrados y casas. El guardia que la cuidaba estaba detrás de ella y siguió su caminata hasta pasar por lo que le pareció una herbolaria donde vio una maraña de cabello negro y ropa que recordaba. La persona se dio la vuelta y la reconoció. Era Shang Tsung.
La chica lo saludó con la mano y el hombre le dio una media sonrisa. En sus manos, tenía una bolsas con hierbas, líquidos y pociones de diferentes colores.
–Es un placer verla, señorita Daniela.
–Ya te dije que me puedes decir solamente Daniela, Shang Tsung.
–Estoy acostumbrado a las formalidades, lamento molestarla –el hombre se acercó a Daniela con una sonrisa en el rostro.
–No es molestia, es simplemente comodidad.
–¿Qué haces por aquí? –cuestionó el hechicero mientras sostenía aún las bolsas con objetos–. ¿No deberías estar con los tuyos en el palacio?
–Sí, pero nos dejaron salir un rato para explorar la capital –dijo Daniela y volteó la cabeza mientras señalaba al guardia detrás suyo–. Además, no estoy tan sola. Un soldado de la primera oficial me escolta.
–¿Por qué tienes toda la cara roja y sudando?
–Oh, hicimos con Mariano un partido de futbol para los niños –Daniela rio y sintió sus mejillas se volvían más rojas–. Mi amigo acabó ganando. Ahora, la primera oficial, Li Mei, nos dejó estar a los alrededores de la capital, pero siendo escoltados.
–Parece un combate interesante.
La chica se rio y el rostro de Shang Tsung mostró su confusión. Comenzó a avanzar y la chica lo siguió.
–Es un juego que hacemos en varios países y es una pasión en el mío –explicó la chica mientras se quitaba el sudor de la frente y se abanicaba las mejillas rojas– Déjame que te ayude con las bolsas.
–No, gracias. Son elementos delicados –dijo Shang Tsung.
–¿Seguro?
–Sí, son elementos que necesitan un cuidado especial –explicó el hechicero mientras ordenaba cuidadosamente los objetos de las bolsas–. Debo usarlas para revisar antídotos y hacer otras pociones.
–Ah, está bien ¿Vas a estar presente en la última fase del torneo? –preguntó Daniela.
–No podré. Mi trabajo me agobia.
Daniela y Shang Tsung siguieron hablando hasta llegar al mercado de la capital. Los diversos puestos se apelotonaron en la gran calle y las personas se mezclaban en ellos. Los mercaderes ofrecían desde ropas hasta artilugios para muebles y la chica se sintió cautivada por cada elemento que aparecían a sus ojos.
Daniela vio un puesto de libros y se metió sin dudar, con Shang Tsung detrás y observaron las obras literarias. La chica miró cada portada sintiéndose atrapada y sus pequeños símbolos desconocidos a sus ojos.
–Ese libro lo tengo –habló Shang Tsung señalando el libro que Daniela tenía en sus manos–. Es bastante informativo.
–¿De enserio? ¿De qué habla?
–Una parte de la historia del Mundo Exterior –se acercó a la muchacha y abrió las hojas. Estaban ilustradas con varios acontecimientos y retratos de personajes históricos–. La etapa de los kahnes.
–¿Fue oscura esa etapa?
–Lo fue para muchos.
La chica siguió hojeando el libro y lo dejó en su sitio. Avanzó entre los puestos y llegó a uno de joyas. Todas eran desconocidas a ojos de Daniela. Había averiguado los tipos de piedras preciosas después de hacer una nota periodística sobre un robo de joyas. Cuarzo, rubí, jade, malaquita, alejandrita, entre otros. Fueron tantas joyas y piedras preciosas robadas que Daniela pudo haber hecho una exposición oral de cada una.
Las joyas pasaban de collares a brazaletes de tantos metales extraños que cautivaron a Daniela. Hubo un bello collar y anillo que le hizo recordar los que el Viejo Mario le había regalado a ella y Adelina. A Mariano le había obsequiado un reloj con un avión en el centro de las manecillas. Lo que recordaba era que parecía un niño con el mejor juguete del mundo.
–Son muy bellas –soltó la chica.
–Las mejores joyas se comercian en la capital –explicó Shang Tsung–. Las extraen de minas sumamente peligrosas, los mejores herreros las confeccionan y las llevan aquí para vender.
–Son maravillosas. Nunca vi estas piedras en mi vida.
Shang Tsung eligió un bello anillo con una joya de color rosa claro y detalles blancos alrededor. El comerciante la envolvió cuidadosamente en regalo y el hechicero le dio una bolsa con monedas. Siguieron caminando un poco más hasta casi llegar a la calle principal y vio a sus compañeros dirigirse a la dirección del palacio.
–Ahí están mis amigos. Debo irme –la chica se fue separando del hechicero y se puso de espaldas a la calle principal–. Suerte con tus antídotos y el anillo para tu novia, Shang Tsung.
–Hasta la próxima, Daniela. El anillo es para alguien más.
El sol apuntó el mediodía y la primera oficial anunció que los habitantes de la Tierra debían volver al palacio para la última fase del torneo. Caminaron lenta y tranquilamente, alejándose del bullicio de Sun Do y convertirse en las sofisticadas obras de la realeza y los colores violetas y lilas.
El grupo se encontró con Liu Kang cerca de sus aposentos y fueron al basto jardín del día anterior donde los nobles estaban detrás de los tronos reales. Raiden se posicionó frente a los asientos esperando la llegada de la emperatriz. Su postura era relajada, pero Adelina vio que el rostro del chico mostraba nervios y a veces, tocaba el medallón que Liu Kang le regaló.
Las trompetas sonaron anunciando a la emperatriz y todos dejaron de murmurar para escucharla:
–No dejas de sorprenderme, Raiden –enderezó la espalda y puso sus manos en sus piernas–. Entre otros, derrotaste a Kotal, Motaro y Sheeva. Solo quedan dos peleas. ¿Estas listo, habitante de la Tierra?
–Sí, majestad.
–Entonces, enfrentarás a mi hija… Kitana.
De entre los caminos de piedra, invadidos por pasto y árboles a los costados de diferentes formas y colores, apareció la princesa. Sus tacones repiqueteaban, su postura era recta y llevaba un par de abanicos en sus manos. Una parte de su rostro estaba cubierta por una máscara azul, igual que su ropa y sus ojos destilaban determinación y seguridad.
Adelina y los demás se miraron entre ellos sorprendidos por el brusco cambio de combatiente y Liu Kang dio unos pasos hacia la emperatriz.
–Majestad, esto no tiene precedentes –el dios intentó conservar la calma y elegir bien sus palabras al hablar–. El próximo oponente de Raiden debería ser tu heredera.
–Mileena tuvo que irse… –la mirada de la emperatriz se volvió seria y un poco hostil– a atender unos asuntos imperiales urgentes.
–Eso, es una mentira más grande que una casa –susurró Mariano y las chicas lo callaron mientras seguían mirando el pequeño conflicto.
–Pero no lo preparé para enfrentar a Kitana.
–Ya demostró una gran habilidad –Sindel puso una cara de inocencia e ingeniudad–. ¿No puede improvisar?
Liu Kang parecía contenerse de lo que iba a decir, pero Raiden habló con calma:
–Descuida, puedo hacerlo.
–Muy bien.
Liu Kang se fue hacia donde estaban el resto de los luchadores de la Tierra, mientras que Raiden y Kitana se posicionaban.
–Soy un rival tan fuerte como mi hermana, habitante de la Tierra –dijo la princesa caminando en su posición.
–No me hago falsas esperanzas, alteza.
–Ganaré esta pelea. –Kitana agarró con más fuerza los abanicos para luego desplegarlos, revelando sus cuchillas–. Por ella, mi emperatriz y todo el Mundo Exterior.
Se quedaron un minuto en silencio, Kitana atacó usando sus abanicos elevando el cuerpo de Raiden haciendo que gritara y luego, el segundo abanico lo rasguñó ocasionando que cayera al suelo. Rápidamente, la princesa soltó una de sus armas y giró hacia Raiden para poder darle otro rasguño más profundo, pero lo bloqueó usando una bola de rayo para desviarlo. El campeón se acercó lo más que pudo a la princesa asestándole un golpe con rayos cerca de los pies y en sus manos emergieron chispas haciendo que Kitana se alejara.
Adelina sonrió por los buenos movimientos de Raiden y como logró mantener el control de su ansiedad sobre el cambio brusco. Kitana contratacó lanzando uno de sus abanicos como proyectil y arremetió con el otro como si fuera una puñalada cerca del estómago de Raiden. Lo elevó nuevamente para hacer un combo de golpes en el aire, pero Raiden esquivó los golpes con una patada aérea con rayos en sus piernas y Kitana cayó al suelo. No pudo levantarse a tiempo antes de que Raiden se abalanzara a ella como una bola eléctrica y Kitana volvió a caer, dando por terminado el combate. El granjero se recompuso y habló:
–Luchaste bien, princesa.
–Al igual que tú, habitante de la Tierra –Kitana se puso de pie con dificultad y sus respiraciones eran aceleradas–. Para mi sorpresa.
–Espero que nos veamos en circunstancias distintas.
Ambos se miraron y la sonrisa de Raiden se ensanchó. Adelina pudo notar un leve sonrojo en los dos, a pesar de que Kitana llevara su máscara, sus ojos mostraban admiración.
–Es hora del duelo final. Las victorias logradas son un fiel testimonio de tus capacidades, pero ahora debes enfrentar al general Shao –espetó Sindel cortando el pequeño momento entre los dos luchadores. Kitana aprovechó la situación para ir a su asiento real. Por los ojos de la princesa, Adelina pudo notar el alivio que tenía por el acalorado combate y la situación incómoda con Raiden–. El vencedor de la Guerra de Tervaria, conquistador de las llanuras de Kuatan y defensor de la costa de Navala. El general Shao nos defiende con fervor y tenacidad, como lo hizo su familia durante generaciones. Todos en el Mundo Exterior agradecemos su servicio.
El general caminó con orgullo usando una máscara de calavera para cubrir la parte superior de su rostro. Llevaba un hacha y echaba el pecho con orgullo y superioridad hacia Raiden. Adelina vio a Mariano y Daniela y se sorprendieron por lo que tenían que enfrentar. Los tres combatientes del día anterior eran una piedra pequeña comparado con lo que se iba a enfrentar Raiden.
–Teníamos razón –dijo Mariano entre susurros–. Le van a meter los dedos en el orto.
Las chicas asintieron lentamente, mientras seguían mirando al general Shao ubicándose frente al campeón de la Tierra.
–Qué fabulosa lista de logros, general –dijo Raiden alegremente y Adelina no supo si su compañero era inocente o estúpido.
–Apenas es una parte de ellos –contestó con brusquedad el general– Recitar todo llevaría días.
El general Shao atacó con un hachazo haciendo que Raiden cayera al suelo. Se puso de pie rápidamente y el general volvió atacar con el hacha, pero esta vez desprendía un aura rojo fuego y negro. Raiden lo esquivó, asestó un proyectil en forma de bola de rayos y el enemigo bajó las defensas. Ante ese momento, Raiden hizo una voltereta con rayos, haciendo que su contrincante cayera. El general se levantó, hizo un salto y cayó con los antebrazos para golpear de cerca. Shao le dio un puñetazo, lo pateó en el pecho y usó su hacha para revolearlo en el aire y Raiden cayó al suelo abruptamente.
Raiden se reincorporó y se defendió con su medallón de las auras rojo fuego y negras del hacha del general. Luego, usó el medallón que su enemigo se electrocutara en el aire y Raiden le asestó un golpe de electricidad en el pecho. Antes de que cayera, el granjero le dio al general una patada en el aire con rayos. Se transportó de espalda al general y volvió a electrocutarlo para después abalanzarse con rayos. El general cayó al suelo y con eso el combate terminó.
–Se acabó –la sonrisa de Raiden se hizo más grande conforme pasaban los segundos–. ¡Lo logré!
–Felicitaciones, Raiden. La Tierra ganó –el rostro de la emperatriz mostró decepción y derrota, pero aun así logró apartarlo.
Se puso de pie y luego siguió su ejemplo Kitana. Adelina volvió a mirar al general Shao que gruñía y trataba de ponerse de pie por el duro combate. Al ver esto, Raiden caminó hacia el general y le tendió la mano amablemente.
–¿Quieres que te ayude?
–No te me acerques, habitante de la Tierra –el general apartó la mano de Raiden bruscamente y se asustó por el gesto hostil.
–Bien hecho –dijo Liu Kang acercándose al campeón–. Superaste mis mayores expectativas.
–Gracias, Lord Liu Kang.
–Gracias a ti, quienes buscan perturbar la paz del Mundo Exterior volverán a ser apaciguados –el dios se posicionó al lado de Raiden y puso su mano en su hombro– Ya. Despidámonos de nuestros anfitriones y regresemos a la Tierra.
Todos unieron su puño se inclinaron en respeto al campeón de la Tierra. Daniela y Mariano se acercaron y fueron los más entusiastas en celebrar, seguidos de Kung Lao, Johnny, Kenshi y Adelina. Estaban sumamente felices y ansiaban volver a la Tierra. Adelina esperó que con lo poco que pudo encontrar sobre Hela pudiera avanzar en su investigación. Volvería lo más pronto posible a Buenos Aires para dirigirse a las costas de España y Francia.
Daniela era la última en salir de sus aposentos con sus pertenencias. Sus compañeros se adelantaron y la esperaban en las afueras. Empacó sus pertenecías y meditó sobre la pequeña experiencia antes de regresar a su vida normal. Su mente recordó a Shang Tsung, le había agradado hablar con él y las conversaciones que tuvieron.
Al salir, los ojos chocolate de Shang Tsung la recibieron junto a su media sonrisa cálida. La puerta se cerró con un ruido sordo y Daniela acomodó mejor sus pertenencias.
–Hola, Shang Tsung –la muchacha se puso su bolso entre sus piernas–. Fue lindo conocerte y gracias por la entrevista.
–Fue un placer ayudarte, Daniela –Shang Tsung sonrió y Daniela vio que tenía en sus manos una pequeña bolsa dorada con decoraciones–. Espero verte en otra visita.
–También lo deseo.
Quedó entre ambos un silencio incómodo. Daniela sintió que sus mejillas se volvían calientes y se apartó un rulo rojizo de sus ojos cafés. Shang Tsung tenía una mano detrás de su espalda y la extendió mostrando una bolsa de regalo.
–Es un regalo para ti, Daniela. Espero que lo disfrutes –la chica tomó la bolsa y la abrió revelando el anillo de joya rosa. Sacó el objeto delicado y lo observó por unos segundos, maravillada por lo sofisticada que era de cerca–. Hechicé el anillo para poder comunicarnos.
El hechicero sacó un pequeño papel y escribió rápidamente. Después, la hoja se volvió cenizas hasta desaparecer y Daniela se dio cuenta de que la joya rosa titilaba. El papel renació entre las llamas y pudo leer lo que rezaba: “Me encanta tu cabello”.
–Es fantástico ¿cómo lo hiciste? –la chica se quedó boquiabierta por el pequeño espectáculo–. Gracias por el halago.
–Es verdad tienes un cabello realmente hermoso. Es como una pequeña llama que sigue en una tormenta.
La chica se sonrojó y rio ante sus coqueteos. Guardó el regalo en su bolso y volvió a mirar al hechicero. El cruce de miradas fue interrumpido por los gritos de Adelina llamándola y volteó hacia la voz.
–Tengo que volver a la Tierra, Shang Tsung.
–Espero poder verte pronto, Daniela.
La joven aminó velozmente por los pasillos pérdida en sus pensamientos, volteó la cabeza para darle una última mirada al hechicero, pero este se había esfumado. Llegó hacia donde estaban sus compañeros y Liu Kang los guio a la salida del palacio, mientras esperaban los carruajes. Cuando llegaron, se subieron y pasaron por la bulliciosa Sun Do.
–¿Qué pensas Dani? –la voz de Adelina despertó de su ensoñación y la sonrisa de su amiga se acrecentó–. ¿Feliz de que volveremos a casa?
–No es eso –dijo Mariano mirándola analíticamente, como lo hacía tratando de usar sus pocos conocimientos en psicología tras abandonar la universidad–. Está pensando en otra persona.
Las mejillas de Daniela se volvieron tan rojas como su cabello.
–No.
–¿Estás pensando en ese hechicero que entrevistaste? –preguntó Mariano–. Quedaste muy encantada con él. Se notaba en tu cara y tu tono de voz durante el banquete.
–No. Nos conocimos por poco tiempo –la chica escondió su rostro en sus manos–. Bueno… quizás sí le agradé, pero no sé.
–Cuando volvamos, sería lindo conocerlo y ver si es digno de ti –bromeó Adelina–. Hasta Raiden quedó encantado aquí. Se notaba en su cara que le gustaba la princesa Kitana.
–No sé si era comparable con las caras de Mariano cuando ve a una chica bonita –dijo Daniela sonriendo–. Habría que ponerlos a los dos en un experimento a ver si es verdad la teoría.
–¡Eso duele! –las chicas rieron más por el tono gracioso de Mariano.
La emperatriz y la princesa los acompañaron hacia el portal que desprendía oleajes lilas y violetas. Con una última reverencia, se despidieron del Mundo Exterior y Liu Kang pasó el portal. Daniela sintió esos cosquilleos extraños y los oleajes violetas se transformaron en naranjas y azules. Los edificios orientales de la Academia Wu Shi recibieron los ojos de Daniela y los monjes Shaolin los esperaban expectantes. Liu Kang anunció la victoria de Raiden en el torneo y los monjes comenzaron los preparativos para la gran celebración.
Daniela se unió a Mariano y Adelina en hacer comida. En la cocina, pusieron música y comenzaron a preparar fuego para hacer un asado y los monjes hacían sus platillos. El fuego comenzó a tener fuerza y echaron carbón que poco a poco se iba tornando más rojo. Adelina preparaba las ensaladas, Mariano cortaba la carne para ponerla al fuego y Daniela hacía una enorme picada para todos. Los monjes corrían de un lado al otro preparando fideos, salsas y carnes para el banquete.
Mariano puso la carne al fuego y las chicas pusieron la picada y ensaladas en las mesas. Todos los monjes y luchadores empezaron a comer. Celebraron al trío por sus bastas habilidades y Mariano siguió enfocado en el asado. La música siguió, cantaron al ritmo de la música y bailaron. Kung Lao se les unió seguido de Johnny, mientras los demás observaban la escena.
Pasaron los minutos, Mariano sacó las primeras tiras de asado y empezó a darles los platos repletos de carne. Los monjes entregaron tazones de fideos y carnes, y fueron celebrados. Liu Kang hizo un brindis celebrando a Raiden y el resto de luchadores victorearon.
El banquete siguió hasta altas horas de la noche y solo quedaron las charlas y risas. Después de comer, levantaron los platos y limpiaron todo el salón. Kung Lao, Mariano y Daniela se dedicaron a comer lo que quedaba de los platos, parecía que su apetito era un gran agujero negro. Johnny y Raiden recogieron los platos restantes y Kenshi y Adelina empezaron a llevarlos para que los monjes los lavaran.
Una vez limpio el salón, el grupo marchó para asearse e irse a las camas. Daniela y Adelina fueron a su área para poder desnudarse. Daniela se mojó el cabello rojizo y se pasó jabón por todo el cuerpo. Adelina fue la primera en terminar en bañarse e irse a su cuarto.
Liu Kang dijo que dentro de poco los enviaría a sus respectivos hogares, pero si querían seguir entrenando no iba a tener problema en su estadía en la academia. Daniela terminó de bañarse y se dirigió a su habitación. Se acostó y miró el anillo que tenía en su dedo índice, sus mejillas se tiñeron de rojo por pensar en Shang Tsung. Esperó poder escribirle pronto o que él lo hiciera, su estómago hizo un cosquilleo y cerró los ojos, pensando en sus hermosos ojos chocolate y su cabello negro y sedoso como la brea.
Adelina vio a una mujer cantando una canción de cuna a un bebé. Estaba sentada en la habitación del pequeño y pudo ver los detalles del lugar. Una cuna de madera antigua decorada con púas en las cuatro cimas y enredaderas pintadas en los barrotes, el asiento donde estaba la mujer parecía estar hecho de hueso y las paredes del cuarto eran de color ladrillo.
Hela tenía su corona de púas en el cabello oscuro y su lado derecho del cuerpo no estaba tatuado. Adelina se acercó para hablarle, pero al tocarla su mano traspasó el cuerpo. Alejó la mano y siguió mirando a la diosa. Su rostro mostraba alegría viendo al bebé y volteó la mirada hacia Adelina, pero esta sintió la figura de un hombre desconocido atravesando su cuerpo. El extraño le besó la frente y miró al bebé.
“Hela tuvo un hijo” pensó Adelina y siguió mirando ese recuerdo extraño. Hela continuó cantando y el bebé se durmió. Lo colocó en su cuna y salieron en silencio para dejarlo descansar. El rostro de la diosa no era macabro ni expresaba ese pánico que en otras pesadillas hacían que tuvo Adelina. Era una mujer calmada y mostraba alegría a pesar de estar en un reino sumamente horrible.
–El pequeño Kolbein está dormido –dijo Hela juntando su mano–. Heredó la energía de su padre.
–Pero tiene el poder de su madre –contrarrestó con una leve sonrisa y luego se desvaneció–. ¿Lo estará desarrollando?
–No lo sé, Alarik –Hela miró hacia la puerta entreabierta–. No sé si es su crecimiento o por el despertar de su poder. Me duele verlo llorar.
–Lo veremos durante el transcurso de la noche y si empeora lo solucionaremos.
El recuerdo cambió a otro donde Hela cuidaba a su hijo junto a su marido a las afueras de su gran palacio. El bebé creció hasta ser un niño de no más de 5 o 6 años. La madre lo alentaba a que siguiera explorando los alrededores y se posicionó a su altura.
–¿Qué es eso, mamá? –preguntó el pequeño.
–Es un pequeño obsequio para ti, Kolbein –Hela abrió la bolsa y Adelina acercó la cabeza para ver el contenido–. Te ayudarán a cuidar y amplificar tu poder en situaciones peligrosas.
–¿De enserio, mamá?
–Sí, pero tendrás que ser responsable con estas runas, Kolbein, ¿entiendes? –el niño asintió rápidamente y siguió observando la bolsita–. Cuando creces, cuantas más libertades tengas más responsabilidades obtienes. Te enseñaré a controlar tus poderes, Kolbein. Será un proceso lento, pero generará frutos.
–Está bien, mamá.
El recuerdo cambió nuevamente. Esta vez, Hela estaba batallando contra unos demonios y estos lograron retenerla. Ella gritó con todas sus fuerzas, mientras era encadenada y golpeada por los demonios. A lo lejos, Adelina vio al hombre cargando al pequeño en sus brazos y quiso seguirlos, pero el recuerdo siguió enfocado en Hela.
Vio como intentó usar su poder en vano, mientras los demonios y una figura desconocida la ataba y amordazaba para retener sus gritos. Su lado derecho mostraba tatuajes de la anatomía del esqueleto. Los otros demonios la miraban y se burlaban, pero ella se mantuvo impasible ante los actos.
–¡Vamos, su excelencia! ¿No tiene agallas ante nosotros? –cuestionó uno de los demonios y le lanzó un pedazo de carne–. Descubrimos una forma de encadenarte y ¿así es como te comportas con los que te van a dar una linda lección?
Hela siguió tranquila, su lado tatuado se pudrió e intentó usar su poder, pero en su rostro se reflejó dolor. Mantuvo su compostura y mirada hostil a sus secuestradores.
–Ya basta, ustedes –dijo el desconocido y los demonios pararon–. Hela, este cambio, nos ayudará a todos. Tus juicios aquí no funcionan y el Infierno necesita una mejora. Déjenla hablar.
Los demonios sacaron la mordaza y Hela le gritó.
–Lo que estás haciendo no es un cambio. Es una condena –su mirada se volvió de odio e intentó ponerse de pie, pero los demonios la retuvieron–. Traerás caos y una guerra sin final. El Infierno tiene otro propósito.
–Cada vez que escucho esa respuesta, me convenzo más de que es una buena decisión –la figura apenas volteó la cabeza para mirarla y los demonios volvieron a callar a Hela–. Además, me encargaré de tu esposo y el bastardo de tu hijo.
Ante la mención de ellos, Hela cambió su tranquilidad a ira sin control. Forcejeó para desatarse y los demonios rieron ante los intentos de la diosa. Uno de ellos la agarró por el cuello e hizo que se sentara. La llevaron hacia una caverna pérdida, la diosa seguía forcejeando con las cadenas y los demonios la sometían.
Los recuerdos se fueron, Hela estaba frente Adelina y detrás de ella estaban Daniela y Mariano. Pero no eran ellos, eran versiones cadavéricas y los verdaderos tirados al suelo. Adelina se acercó alarmadamente para ayudarlos y las lágrimas brotaron de ella por lo real que era. Intentó reanimarlos, pero sus ojos seguían abiertos y sin vida.
–¿Por qué me haces esto? –gritó Adelina con el cuerpo de sus amigos en brazos–. Si es por la daga te la devuelvo. Si quieres mi vida por importunarte, tómala. Solo, déjame en paz.
–Mi balance fue alterado. Son usadas para corromper mi orden –Hela seguía sin escucharla–. Usarán mi poder para fines oscuros. No para el propósito justo que cree.
Adelina seguía sin entender lo que decía y volvió a enfocarse en ayudar a sus amigos. Las versiones muertas de ellos, se acercaron a Adelina rápidamente y la retuvieron. Le estrellaron la cabeza contra el suelo de aguas negras y se vio a ella misma siendo encadenada y amordazada. Sus lágrimas bañaban sus mejillas rojas de la ira o la impotencia, no sabían cuál era la peor de las emociones.
Los gritos se combinaron y empezó a escuchar su propio nombre, mientras otros muertos la atacaban y tocaban sin cesar: ¡Adelina! ¡Adelina!
–¡Desperta Adelina! –una voz la llamaba e intentó zafarse–. Vamos despertate.
La chica abrió los ojos y vio a Daniela y Mariano frente suyo. Recordó sus versiones cadavéricas. Creyó que los estaba viéndolos otra vez y se apartó rápidamente de ellos. Enfocó mejor su visión y Kenshi, Kung Lao y Johnny estaban detrás suyo. Se alejó, creyendo ver sus versiones muertas y sintió la escarcha en el suelo al arrastrarse hacia la pared.
Escarcha.
Observó con detenimiento su habitación y todo lo que rodeaba su futón era escarcha y algunas pequeñas púas de hielo. El frío le invadió todo el cuerpo y de su boca salía vaho, desapareciendo en el aire.
–¿Qué pasó? –preguntó Adelina y notó su voz rasposa.
–Estabas hablando dormida –dijo Mariano con tranquilidad–. Luego, te escuchamos gritar y al entrar tu estabas transformando todo tu cuarto en un cubo de hielo.
Adelina volvió a mirar todo lo que generó.
–No te preocupes. Raiden llamó a Liu Kang para que te ayudara con lo que te está pasando –tranquilizó Kenshi.
Adelina asintió vagamente, aunque sabía lo que ocurría. Hela la estaba torturando. Quería castigarla porque se llevó su daga de su sitio o por tocarla cuando no tuvo que hacerlo. Su respiración se volvió agitada y Mariano convenció a los demás para que la dejaran con él y Daniela.
–Bien, respira hondo y luego, exhala –dijo el chico cuando todos se fueron de la habitación. Se acercó a Adelina para que pudiera calmar sus nervios–. Respira y exhala.
La chica repitió la acción varias veces hasta conseguir relajarse un poco. Sus amigos ya no tenían sus rostros descompuestos ni verdosos, sino que estaban bien.
–¿Qué soñaste Adelina?
–Con Hela.
–¿Otra vez?
–Ya me pasó –soltó la chica y sus amigos miraron con duda. Sus ojos pedían más explicaciones–. Antes de ir al Mundo Exterior soñé con ella y le pregunté a Sindel.
–¿Qué te dijo? –cuestionó Mariano.
–Ella creó el Bosque Viviente –explicó Adelina sus ojos se enfocaron en las tablas y se quedó pérdida en los recuerdos–. También me contó sobre los lobos de Armenia. Eran su guardia personal. Nada más.
Miró toda la habitación y su estado. Hela la estaba persiguiendo y quiere que su balance sea reestablecido, quizás su cuchillo está enojado por eso u otra cosa. Adelina estaba paralizada para seguir procesando sus pensamientos. Inmediatamente, retiró la almohada para ver si el mapa y la daga les había ocurrido algo. La daga no mostraba signos de daños ni el mapa se había congelado.
–Pero, Adelina, esta escarcha no apareció de otra parte –explicó Daniela y su tono era tranquilo–. Salió de tus manos. De ambas.
–Es Hela, no yo –dijo Adelina mientras sus brazos se dirigían a sus hombros para darse calor–. Quiere que pague porque saqué el cuchillo de Arctika. Necesito encontrar una forma de que estas visiones de pesadilla se acaben.
–¿Pero y si son dos cosas diferentes? –preguntó Mariano–. ¿No será que el sueño activó tu don de hielo?
Adelina no se paró a pensar esa posibilidad. Le era remotamente improbable y casi demencial. Si tuviera un don lo hubiera desarrollado de pequeña, no ahora. ¿Y si era una señal para poder enfrentarse a la diosa y conseguir su vida normal? ¿Serían los primeros pasos para algo peor que sus alucinaciones?
–Concéntrate en hacer algo de hielo. Solo un poco y veamos si es un don o quizás otra cosa peor.
Pensó en hacer una púa, pero al cerrar sus ojos, la mirada de sus amigos muertos se hizo presente, llorando y lamentando. Una figura los tenía como si fueran perros y casi toma a Adelina de no ser porque ella se alejó paranoica. En su escapada, púas de hielo trazaron un camino haciendo que Daniela y Mariano se separaran y la miraron sorprendidos.
Adelina estaba boquiabierta por unos minutos y siguió temblando como una hoja. Unos pasos se escucharon y la voz de Raiden. Guardó los dos objetos antiguos rápidamente y la puerta se abrió, revelando el rostro de Liu Kang y analizó con detalle la escena.
–¿Qué ocurrió aquí, Adelina Acosta?
La chica miró a sus amigos con cierta duda y luego su mirada se dirigió al dios. Ocultó como pudo su pesadilla sobre Hela, habló sobre cómo sus amigos la despertaron y creó hielo tras volver a recordar el mal sueño. Liu Kang escuchó cada detalle del relato y cuando Adelina terminó de contarlo, el dios preguntó:
–¿Tu familia se dedicó a la criomancia?
–No lo sé, murieron cuando era pequeña –contestó Adelina a secas. Se cubrió con las colchas para tener algo de calor–. No sé mucho de ellos.
–Está bien, Adelina Acosta –el dios parecía juzgarla con esos ojos blancuzcos y ayudó a que Adelina se pusiera de pie–. Sal de tus aposentos. Hay que dejar que se descongele y me comunicaré con los Lin Kuei lo más rápido posible.
Adelina se congeló ante la mención de ellos.
–¿Los Lin Kuei?
–Sí, Bi Han podrá ayudarte a perfeccionar tu don –explicó el dios a las afueras de las alcobas de estudiantes. Adelina pudo notar que Kenshi, Johnny, Kung Lao y Raiden estaban charlando y observando la situación. Mariano y Daniela estaban cerca de ellos–. Su clan posee varios conocimientos de criomancia y te ayudará controlarlos.
–Creo que puedo hacerlo sola, Liu Kang –dijo Adelina con una sonrisa poco convincente. No tenía intenciones de volver a Arctika, con el lugar que fue el disparador de su situación actual–. No usaré este don y no me sirve. Estoy cómoda usando armas, no creo que sea necesario.
–Debes controlarlo, Adelina Acosta –espetó el dios tranquilamente. Su mirada fue indescifrable–. En una situación peligrosa o hasta incluso con un mísero sueño, puede acabar con resultados pocos favorables. Es mejor que vayas con los Lin Kuei.
Adelina no pudo contradecir sus palabras y aceptó que tenía que ir allí. Aunque sea para descartar la posibilidad de que no es una obra de los castigos de Hela y, por otro lado, podría conseguir más investigación sobre ella. Lo único que esperaba sería conseguir controlar su poder rápidamente para seguir con su investigación.
–Está bien.
El dios se dio la vuelta y continuó su camino. Detrás suyo, los demás luchadores se acercaron a Adelina y Raiden preguntó:
–¿Qué te dijo Liu Kang, Adelina?
–Tengo que ir con los Lin Kuei.
–¿Los Lin Kuei? –preguntó Johnny y su sonrisa se esfumó–. Tendrás que soportar al Gran Maestro Gruñón.
–No digas eso de Sub Zero –espetó Kung Lao.
–¿Qué te pasó, Adelina? –preguntó Raiden tranquilamente–. Si quieres hablar podremos escuchar.
–Simplemente un mal sueño ocasionó que mi poder despertara –dijo Adelina y puso su mejor sonrisa falsa.
Por educación, ninguno volvió a preguntarle. El día transcurrió pacíficamente y al atardecer, Liu Kang le informó que iría a Arctika en dos días y Adelina asintió con miedo a lo que iba a ocurrir en adelante.
Cuando la noche cayó, Adelina estuvo despierta hasta altas horas de la madrugada con miedo de cerrar los ojos y tener otros ataques. Ver a Mariano y Daniela convertidos en muertos le hacían querer vomitar y llorar al mismo tiempo. En un momento, sus párpados comenzaron a pesarle y pudo al fin cerrarlos. Esta vez, no tuvo pesadillas.
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coolpizzazonkplaid · 1 year ago
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La heredera del Infierno
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Aviso: En este capítulo, los personajes estarán en el Mundo Exterior durante tres días. Para que ocurra más interacción con los personajes y para la coherencia de la historia.
El hechiero
El amanecer había llegado y un sirviente tocó la puerta de Adelina informándole de la continuación del torneo. Se levantó de la cómoda cama y caminó hacia el baño, arrastrando los pies por el frío y liso suelo. Preparó el agua caliente y se desvistió para meterse en la ducha.
Salió y comenzó a vestirse para la siguiente pelea de Raiden. Eligió jeans cortos, una remera gris con enredaderas en los hombros y sandalias. Acompañó a sus amigos a un nuevo lugar para el combate, elegido por la emperatriz.
Era un sitio cerca del palacio. Árboles con hojas violetas, celestes y verdes se imponían haciendo sombra en algunas partes, caminos de piedra llevaban a diferentes partes del jardín y a otras entradas del palacio y torres decoraban a lo lejos. Otros, iban a monópteros con arbustos repletos de flores y enredaderas en sus columnas. En los alrededores, había bancos de color blanco con almohadones violeta y cascadas que estaban cerca del pequeño jardín.
Todos se ubicaron detrás de los tres tronos mientras esperaban a la emperatriz, pero Raiden fue el único que permaneció frente a los asientos. Apareció el general Shao y su segundo al mando, Reiko, con sus miradas hostiles y Adelina esquivó sus intentos de empujones accidentales entre los presentes. El sol comenzaba a salir cuando la familia real se presentó para la continuación del torneo.
–Sean bienvenidos todos a la continuación del torneo entre la Tierra y el Mundo Exterior –la emperatriz extendió sus manos hacia los invitados y al darse la vuelta, su mirada se encontró con el campeón de la Tierra–. Raiden te tocará enfrentarte a Kotal.
Apareció una figura de aspecto humanoide, un osh-tekk, según recordaba Adelina gracias a las clases en la academia. Se posicionó frente a Raiden, mientras Sindel se sentaba junto a las princesas. El combate inició, Adelina se sorprendió bastante por como su compañero esquivaba los ataques de su contrincante. En variaas ocasiones, Raiden usó su medallón para defenderse o arremeter a Kotal haciendo que retrocediera.
Raiden obtuvo la victoria haciendo que Sindel se mostrara sorprendida con el resultado y presentó al siguiente combatiente, Motaro. Adelina reconoció a la especie del combatiente, un centauro, recordó por sus conocimientos de mitología griega y sus clases en la Academia Wu Shi. Por sus armaduras, era uno de los oficiales del general Shao.
Raiden logró salir victorioso en el combate y acrecentó más la mirada de odio en el general. La gobernante quedó nuevamente sorprendida y por su tono, Adelina percibió indignación. Sindel presentó al nuevo oponente, una shokan llamada Sheeva. Preparó sus cuatro brazos y caminó con pasos pesados hacia el campeón de la Tierra.
Raiden, nuevamente. ganó y todos aplaudieron, excepto el general Shao y Reiko. Ya era media mañana y la emperatriz se puso de pie anunciando que el torneo continuaría el siguiente día. Ella y sus hijas se retiraron y, al mismo tiempo, los miembros de la casa real.
Adelina intentó apresurar el paso antes de que Sindel desapareciera de su vista, pero fue demasiado tarde. Los habitantes de la Tierra fueron a sus aposentos, algunos aprovecharon para explorar el lugar y, otros, decidieron permanecer en sus habitaciones. Adelina decidió buscar a la emperatriz para su investigación, mientras que Daniela iba a entrevistar a un miembro de la realeza y Mariano optó por querer explorar los alrededores junto a Kenshi y Kung Lao.
Daniela Ramoter se separó de Adelina en una bifurcación de pasillos y caminó hasta llegar a uno de los tantos jardines del palacio. No quería hacerle preguntas a los sirvientes o guardias porque estaban corriendo de un lado al otro y siguió paseando por el laberíntico jardín. Se enfocó tanto en su anotador que chocó contra un hombre y su anotador y birome cayeron al suelo.
–Uh, discúlpame. No vi por donde caminaba –la chica se frotó la frente por el golpe y alzó la cabeza hacia el extraño–. Mil perdones, no lo vi señor.
El hombre le tendió la mano y Daniela la tomó poniéndose de pie. Se limpió el jean corto y se alisó la remera celeste pastel. Miró el suelo, recogió sus cosas desperdigadas en el pasto y le sonrió al extraño.
–No importa. Tenga más cuidado, señorita –el hombre sonrió y analizó a la chica–. ¿Se encuentra bien?
–Sí, estoy bien –contestó Daniela sacándose el corto cabello pelirrojo de sus ojos–. Fui despistada, perdón.
–Descuida.
Daniela observó al chico, poseía el cabello negro hasta los hombros atado en una media colita con un broche. Tenía hombreras de metal, debajo de un traje amarillo apagado y con un chaleco marrón claro unido a un cinturón de tela negro y rojo con medallas plateadas a los costados. Tenía pantalones de color marrón con decoraciones amarillas y botas.
–Si me disculpa, me retiro, señorita –dijo el extraño apartándose de Daniela y caminó en la dirección contraria a la de ella.
–Espere, señor –la chica se aproximó al desconocido y volteó la cabeza para mirarla–. ¿Le molesta si puedo hacerle unas preguntas?
–¿Para qué? –cuestionó con una mirada hostil.
–Es solo para mí –explicó Daniela–. Soy periodista y quiero saber un poco más del Mundo Exterior. Es mejor con una persona que vivió aquí y no por escuchar a otros o leer libros.
–Ah, eres una habitante de la Tierra –dijo el chico y su mirada se tornó juzgona–. Me pareció escuchar de ese oficio raro.
–Sí… eh… Soy Daniela Ramoter –la chica extendió su mano hacia el muchacho–. ¿Le molesta si le hago una entrevista, señor…?
–Shang Tsung –completó el hombre con una media sonrisa–. Mi nombre es Shang Tsung. Con gusto responderé sus preguntas.
–Es un lindo nombre, parece de un emperador –dijo Daniela y soltó una risa–. Tenes un broche bonito.
–Muchas gracias por el halago, habitante de la Tierra.
–Por favor, decime Daniela.
Buscó una mesa en el jardín y se sentaron. La chica se cruzó de piernas, Shang Tsung se puso rígido y cruzó los brazos. Daniela pudo ver mejor sus ojos de color chocolate, eran intrigantes y le hacían recordar las tortas negras.
–¿Cuál es tu oficio, Shang Tsung? –preguntó Daniela mientras escribía en su anotador–. Me refiero a qué haces aquí como miembro de una casa real.
–No pertenezco a una –espetó Shang Tsung con tranquilidad–. ¿Qué es ese extraño oficio que haces?
El tono ante la palabra hizo que Daniela sonriera, pero notaba un poco de su hostilidad, quizás el hombre era de los que pertenecían a las facciones extremistas del Mundo Exterior. Pero prefirió mantener su buen ánimo.
–El periodismo es un trabajo en el que se investiga un hecho –dijo la chica mientras gesticulaba con las manos–. Puede ser internacional, deportivo, político. Tiene que contestar las cinco preguntas básicas ¿Qué?, ¿Quién?, ¿Dónde?, ¿Cuándo? y ¿Por qué?
–Suena interesante.
–Lo es.
–Soy hechicero de la corte –dijo Shang Tsung orgullosamente para volver a la conversación–. Procuro a la familia real.
–¿Cómo es ese trabajo? –preguntó Daniela mientras escribía en la hoja–. ¿Te dedicas a hacer predicciones o es entretenimiento para la familia real?
–Ninguna de las dos –espetó el hechicero mientras negaba con la cabeza–. Cuido la salud y bienestar de la emperatriz y sus hijas.
–Ah, eres médico.
–Podría decirse así.
–¿Cómo conociste a la emperatriz? –anotó Daniela apresuradamente–. ¿Trabajabas en algún lugar cercano a su círculo?
–Estaba en mercados de los alrededores con intención de ayudar a los que más necesitan –explicó Shang Tsung acercándose a la mesa–. La emperatriz me ofreció un lugar en la corte para poder seguir avanzando en los estudios y ayudar a la familia real y al Mundo Exterior.
–Eso es bastante bueno. Me alegra que puedas dar tu granito de arena para ayudar a tu mundo –dijo Daniela mientras anotaba–. Hay personas que se dedican a los avances de la medicina.
–Uso varias pociones y conjuros para ver si un antídoto es posible.
–Eso es bueno –dijo Daniela y siguió escribiendo–. Tienes un buen corazón, Shang Tsung.
–No sé si tengo uno.
–¿Cómo qué no?
–Varias veces tomé decisiones equivocadas –dijo Shang Tsung y juntó sus manos en la mesa–. Me cuesta creer que posea uno.
–Claro que lo tienes –dijo Daniela sonriente, relajándose en su asiento–. Ayudar a personas que no tienen nada, es una buena decisión. Entiendo que a veces, puedas perder vidas en tu oficio como hechicero, pero es parte del trabajo. Es su contra, por así decirlo, esas fallas quizás puedan ayudarte a mejorar en tu camino.
Shang Tsung sonrió ante las palabras de la muchacha y su rostro pudo relajarse poco a poco. Daniela siguió escribiendo y se sacó un mechón enrulado de su vista, otra vez. Volvió a mirar al muchacho.
–¿Este trabajo desde hace cuánto lo haces? –preguntó el hechicero con una media sonrisa–. Pareces tener experiencia.
–Lo hago desde que estuve estudiando la carrera –sonrió Daniela–. Y en varias ocasiones, me trajo problemas tanto a mis estudios como trabajo.
Shang Tsung elevó una ceja, curioso a esa afirmación y se relajó en su asiento. Daniela aclaró sus dichos:
–Expuse varios crímenes en mi país y negocios turbios –sintió las mejillas calientes ante esas palabras y rio–. Por eso, algunas veces, quisieron callarme para que sigan haciendo sus pequeñas fiestas.
–Eres valiente. Es muy admirable –dijo Shang Tsung.
–Es simplemente ayudar con lo que se puede. Contar la verdad.
–Sigue siendo valiente –aclaró el hechicero–. ¿Hay muchos como tú?
–Sí, hay muchas personas que se dedican a informar–explicó la muchacha–. Hay diversas áreas en las que se puede hacer periodismo.
–Eso es interesante.
–Son áreas efectivas a su manera –dijo Daniela y su sonrisa se acrecentó–. Me hace sentir pequeña, como ahora.
–¿De verdad?
–Todo el Mundo Exterior es maravilloso, tiene tantas bellezas y civilizaciones fantásticas –dijo Daniela y admiró su alrededor–. No sé si esto es lo que siente Adelina cuando explora ruinas antiguas.
–La Tierra y su cultura es… sorprendente.
–Hay diferentes culturas. Cada país tiene sus costumbres y tradiciones, como el Mundo Exterior –dijo Daniela soñadoramente–. Además, me encantó leerlas en la academia, pero quiero seguir explorando por mi cuenta.
–Pareces verdaderamente interesada.
Daniela y Shang Tsung siguieron hablando, perdidos en la conversación sin percatarse que el sol comenzaba a posicionarse para el atardecer. La chica recogió sus cosas y el brujo la acompañó devuelta a la zona de los habitantes de la Tierra. En su caminata, siguieron charlando de tantos temas que, varias veces, Daniela se adelantaba en sus divagaciones y el hechicero volvía a guiarla por los pasillos.
–Muchas gracias por dejarme hacerte una entrevista, Shang Tsung –dijo Daniela y le sonrió–. Espero verte en otro momento.
–Fue un placer y lo espero con muchas ansias.
El hechicero se dio la vuelta y siguió su camino, perdiéndose en la oscuridad de los pasillos. Daniela se quedó mirando unos minutos a la nada y luego entró a sus aposentos. Sus mejillas ardieron por los recuerdos con el hechicero, mientras avanzaban hacia la cama alegre por la entrevista que tuvo.
Adelina buscó por todos los lugares a la emperatriz, pero se resignó y prefirió disfrutar un rato de la tranquilidad de los tantos jardines que había en el palacio. Tomó su cuaderno de anotaciones y su mano comenzó a dibujar. Contempló su boceto, era una de las tantas flores violetas y rosas del jardín, acompañadas de sus enredaderas unidas a las columnas decorativas.
Adelina escuchó pasos y vio al general Shao y sus soldados pasando. Intentó ser lo más desapercibida posible y salirse de los insultos del general. Se ocultó entre los tantos arbustos y caminó rápidamente hacia los pasillos que conducían a sus aposentos, pero escuchó la voz gruesa del general:
–¡Detente!
La chica maldijo por lo bajo y se volteó enfrentándose a él y a sus ojos rojos como la sangre.
–¿Qué necesita, general Shao?
–No debes estar en esta área, es solamente para la emperatriz y las princesas –gruñó y la chica se inclinó en modo de disculpa.
–Lo lamento, general. Ya me retiro.
Estaba a punto de marcharse cuando la volvió a atacar:
–Te recuerdo a ti, eres una de los habitantes de la Tierra que entregó esos estúpidos obsequios a la emperatriz.
–La misma –afirmó con una sonrisa falsa–. Ahora me marcho, general. Lamento importunar este jardín.
–Fuiste descortés con esos regalos, al igual que tus amigos –la mirada del general se volvió más odiosa–. Representan mal a la Tierra y muestran más nuestras diferencias.
–Lamento haberle ocasionado molestias por eso, general Shao –Adelina mantuvo su sonrisa falsa ante los ojos rojos fuego del general–. Era simplemente un gesto de buena voluntad y no descortesía.
–Sigues mostrándome que eres diferentes a nosotros –se acercó amenazadoramente hacia Adelina.
Intentó mantenerse lo más distanciada del general lo más que pudo y buscar la salida ante su figura aterrorizante.
–Me tengo que marchar general, disculpe las molestias.
La chica corrió lo más rápido que pudo de los ojos rojos del general Shao y se encaminó a sus aposentos hasta que llegara la hora del segundo banquete.
Era de noche en la Tierra. En Argentina, las nubes tapaban la luna llena y la humedad agobiada el aire, haciéndolo pesado. El edificio del Bajo Flores rondaba el silencio, luces encendidas en algunos departamentos, pero en otros solo había oscuridad. En uno de los departamentos, poseía un silencio desde hace varios meses y el polvo comenzaba a presentarse, por más que el casero la revisara cuando podía.
Un desconocido apareció en la puerta del departamento vacío y cuidadosamente maniobró la cerradura abriéndose con un pequeño chirrido apenas audible. Al entrar, el desconocido permitió que entraran otros extraños y comenzaron a allanar el hogar meticulosamente. Buscaron en cada estante de biblioteca, muebles, cajones, sillones e incluso detrás de la televisión.
–Señor, no encontramos nada –dijo uno de los subordinados acercándose a su jefe–. Ella debió ocultarlo en otra parte.
–Busquen entre las paredes y pisos si es necesario –el desconocido se revolvió el cabello negro tratando de sacar su frustración–. Debió dejar los artefactos en algún lado.
Los subordinados siguieron buscando, hasta que uno dio la noticia de encontrar un hueco en la pared. Sacaron una pintura y lo que el desconocido pudo ver fue un hoyo sin nada. Casi lo invade la ira cuando otro subordinado halló en los estantes de la biblioteca una pequeña caja y el extraño se acercó.
La abrió con desesperación y vio la hoja amarillenta, el mapa. Faltaba la daga, el desconocido lo analizó. Estaba feliz. Pronto les informaría a sus superiores, estarían más que complacidos y la diosa no saldrá de su prisión pérdida en el tiempo. Al observar el mapa, notó algo. Tan pequeño y pasado a simple vista que hizo que su cólera volviera.
–¡Señor! Aquí está la daga –dijo el subordinado extendiéndole el arma a su jefe.
–Es falsa –el desconocido casi soltó un gruñido y contuvo el impulso de destrozar lo que tenía–. La maldita ocultó los verdaderos artefactos en otro lado.
Destrozó el papel amarillento y tuvo el impulso de quebrar la daga falsa. Pero la vibración de su celular captó su atención y contestó la llamada con el tono más relajado posible.
–Los artefactos no están aquí –el hombre estuvo dando vueltas como un perro ansioso–. La chica los escondió en otra parte.
–O quizás, Acosta las lleva consigo –dijo la voz del celular con disgusto–. Tienen que encontrarla.
–Está en el Mundo Exterior, al parecer –habló el desconocido, mientras los subordinados lo miraban, esperando sus órdenes–. Uno de los brujos lo confirmó.
–Liu Kang se encuentra ahí. Protege a sus luchadores como un halcón y no podemos sorprenderlos –dijo la voz del celular–. Cuando vuelva a la Tierra, busquen una forma de traerla con nosotros. Los brujos dicen que dentro de poco su maquinaria podrá construirse y debemos encargarnos de los artefactos de esa maldita diosa desaparecida. Háganlo rápido, sino buscaré a otro para que lo haga.
–Sí, señor.
La llamada terminó y el extraño ordenó a sus subordinados que dejaran todo como estaba. Marcharon al cabo de unos minutos y el desconocido tuvo que pensar una mejor forma de conseguir los artefactos de Hela. Mientras tanto, solo podía esperar a que Adelina retornara a la Tierra.
La noche se hizo presente en el Mundo Exterior, Adelina pudo escuchar los tambores y gritos alegres de su capital, Sun Do. Había fuegos artificiales decorando el cielo nocturno, junto a las titilantes estrellas. La habitación estaba iluminada con velas y las fragancias de las flores invadían todo el espacio. El calor del sitio la agobiaba haciendo que llevara pantalones cortos y una remera holgada, mientras admiraba a lo lejos la capital y el pequeño dibujo que hizo del paisaje.
Adelina entró a su habitación y buscó su ropa para el segundo banquete. Eligió un jean negro, una remera gris con perlas de plástico en las mangas y unos zapatos.
Cuando todos salieron, los sirvientes guiaron a los habitantes de la Tierra hacia el jardín y esperaron a que los nobles y la familia real llegaran. Adelina se juntó a Daniela y Mariano y se actualizaron en sus exploraciones en el palacio. Mariano parecía contento por haber explorado y Daniela no paraba de hablar de la entrevista que pudo hacerle a un miembro de la nobleza. Adelina les comentó de su pequeño percance con el general Shao, pero no dio más detalles.
De a poco, los nobles aparecieron y apareció el general con su segundo al mando. Luego de una corta espera, la emperatriz Sindel y las princesas se presentaron, dando inicio a la velada donde la charla se hizo presente. La música apareció a los pocos minutos, mientras que los guardias patrullaban a los lejos. Adelina se sentó y siguió hablando con sus amigos.
Unos minutos después, los sirvientes trajeron la comida. Nuevos platillos de carne, vinos y diferentes ensaladas llenaron la mesa. La chica tomó un poco de todo y dejó que los nuevos sabores la invadieran. Disfrutó de la música, la charla entre sus amigos y las diversas risas que soltaban los nobles. Varias veces, vio a Johnny intentando coquetear con Kitana y Sindel seguía inmersa en su platillo.
Cuando todos dejaron de comer, la música se volvió más festiva y los nobles empezaron a bailar. Mariano y Daniela les siguieron. El sonido de los tacones de la muchacha resonó entre la piedra, la falda de su vestido de escote de corazón rojo y dorado se movía con los movimientos de la joven y Adelina adornó una sonrisa en su rostro.
Los demás invitados se quedaron charlando en la mesa y Adelina aprovechó para hacia la emperatriz. Seguía inmersa en su cena y observaba a los miembros de la casa real bailar junto a Mariano y Daniela.
–Majestad, ¿le molesta si puedo robarle un poco de su tiempo?
Sindel volteó su cabeza y observó a Adelina con detenimiento.
–No hay ningún inconveniente, habitante de la Tierra –respondió Síndel y dejó su copa de vino de lado–. ¿De qué quieres hablar?
–Tengo una duda sobre algo… –la chica intentó formar mejor sus oraciones mientras giraba sus dedos rápidamente–. Es algo que estuve investigando para mi trabajo. Soy arqueóloga.
La chica le explicó su oficio y comentó sobre las ruinas que había encontrado en Arctika. La mirada de la emperatriz se convertía poco a poco más analítica con cada gesto que hacía Adelina y esta, a su vez, podía notar en sus ojos la curiosidad.
–Las ruinas me hacen pensar que eran en tributo a Hela, la diosa de los muertos según los nórdicos –explicó Adelina y la mirada de la emperatriz se volvió preocupante–. ¿Usted sabe algo sobre ella? Liu Kang no me pudo dar muchas respuestas.
–¿Qué te dijo sobre Hela? –cuestionó la gobernante inclinándose en su asiento.
–Me dijo que era bastante temida y no salía a menudo del Infierno.
–Eso es verdad. Hela logró que muchos enemigos temblaran y rezaran para evitar sus castigos en el Infierno –siguió Sindel con su mirada fija en Adelina–. No salía de su fortaleza a menos que fuera necesario. Muy pocas veces la vi.
–¿No tiene más información de ella? –preguntó Adelina.
–La última vez que la vi, fue hace cientos de años –contó Sindel con un rostro pensativo–. Ella estaba lidiando con un conflicto en el Infierno. Una revuelta, por lo que recuerdo, decía que iba alterar su manera de juzgar a los muertos. Su balance.
Un escalofrío recorrió la columna de Adelina, eran las mismas palabras que había dicho Hela. Su preciado balance.
–¿A qué se refería con eso?
–Hela juzgaba a los muertos de todos los reinos. Con ella, hicimos un trato –el rostro de la gobernante se tornó pensativo–. Cuando terminara de juzgar a los muertos del Mundo Exterior, las almas buenas descansaran aquí. Colaboramos hace tiempo para que crear el Bosque Viviente, para que estuvieran cerca de sus familias. Ha sido su mejor obra, aunque algunos que estuvieron en el Infierno dicen que su Bosque de Hierro es su pesadilla en vida.
–En su estadía aquí, ¿ella habló o mencionó algo como los lobos de Armenia o algo parecido?
–Los lobos de Armenia eran casi su guardia personal –dijo Sindel sin tapujos–. Ella los trataba como sus mascotas más que nada. No aparecieron mucho cuando estuvo en el Mundo Exterior.
–¿No tiene nada más de ella? –preguntó Adelina–. ¿Hela vive?
–No puedo responderte eso con seguridad. La creación del Bosque Viviente fue algo de pocos días y no pude hablar con ella lo suficiente –negó con la cabeza lentamente y volvió a mirar a Adelina–. Solamente supe de ese conflicto en el Infierno. Pienso que, Hela lo pudo solucionar, sino el Bosque Viviente estaría en ruinas y las almas vagarían sin rumbo.
–Muchas gracias, majestad –Adelina se puso de pie y se inclinó–. Por favor, disfrute su cena. Buen provecho.
Adelina volvió a su mesa y siguió mirando a sus amigos bailar con los miembros de la realeza. Estaban tan alegres que hizo que Adelina se sintiera feliz, vio como Mariano y Daniela comenzaban una especie de trencito y los nobles se les unían mientras los músicos sonreían.
Los demás reían ante lo que hacían el dúo e insistieron para que Adelina los acompañara, pero se negó hasta que al fin pudieron convencerla. Todos se alegraron y continuaron con el baile hasta que los pies les dolieron. Paulatinamente, los nobles abandonaron la velada y la emperatriz le puso fin deseando las buenas noches.
Adelina y Daniela se tuvieron que sacar los zapatos debido al dolor en los pies. Las risas entre los luchadores no pararon, incluso cuando llegaron a sus habitaciones. Se despidieron y Adelina entró a su habitación tratando de recobrar el aire. Se sacó lentamente la ropa y se puso su pijama más cómodo. Se recostó en las sábanas de seda permitiéndose dormir, esperando no despertar jamás del cansancio que tenía.
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