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Dilettante
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Crítica Literaria/ dilettante.blog
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criticodilettante · 6 months ago
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Un poema largo que escribí, edité y publiqué.
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criticodilettante · 2 years ago
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La vida se detuvo
Para mí y para los otros;
Pero aún nos encontramos
Sin asombros y por costumbre
Por los caminos de la muerte.
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criticodilettante · 2 years ago
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Si existe una tradición que merezca ser continuada, es aquella que encuentra su camino no en la repetición de formas, temas o ideas, sino en el reconocimiento de los enemigos. Es ahí donde desaparecen las contingencias, donde podemos encontrar afinidades legítimas, y donde podemos aprender a reconocer las luchas que son necesarias; pues, aunque cada genio —y no nos incluimos en esta categoría— haya dado distintos frutos sirviéndose de diferentes virtudes, quienes los antagonizaron siempre han sufrido de los mismos vicios.
La labor, no obstante, de reivindicar estas relaciones con nuestro pasado, es un esfuerzo que ofrece pocas ventajas, ya que se agota su fuerza disruptiva al vernos del lado de la historia en que se saben de antemano los resultados de las batallas en que el genio consiguió alguna victoria. Desde esa perspectiva el resultado de cualquier análisis simple solo puede arrojar conclusiones demasiado optimistas, que se conforman con arrojar advertencias con sabor a moraleja para placer el gusto del lector ignorante. ¡Así se atreven a escandalizarse del entorno que hubiera quemado vivo al sabio!
Por eso no nos interesan los héroes y queremos abordar los paralelismos de un modo distinto. No nos interesa ponernos del lado correcto de la historia, lo que nos preocupa es afirmar que las hogueras ya están ardiendo, y que vivimos bajo las mismas condiciones que históricamente han mermado el desarrollo intelectual. Partimos de la premisa de que vivimos bajo un autoritarismo similar al que ejercía la escolástica decadente. ¿O no es lo mismo obligar a un escritor a dejar de escribir que forzarlo a repetir lo que ya se ha hecho?
Esta escolástica queda iluminada, al menos en lo que a literatura se refiere, con el creciente culto al autor. Un autor que no tiene rostro —como un ciudadano en una democracia—, sino que personifica un concepto y un objetivo: la neutralización de la cultura. El culto al autor es teología, y de la más burda además. Expresa, a modo de evangelios, solo testificaciones a favor de un significado único, con la esperanza de que la pluralidad de opiniones de verosimilitud a la mentira. Cualquier escritor vulgar puede aquí argumentar alguna experimentación casual producto de su holgazanería, sin llegar siquiera a intuir que lo que aquí se expone es el cimiento común sobre el cual se construyen las literaturas modernas.
No es sorprendente, por otra parte, que no sean conscientes de ello, pues antes de la caída de la literatura se derrumbó la figura del crítico. Hoy no quedan más que asquerosos reseñistas más ocupados en la escritura y corrección de la biografía del Autor sin rostro, que en el análisis de las obras. No hacen otra cosa que acicalar maniquís, eso sí, con una u otro desperfecto sistemático porque así lo exige el buen gusto de la gente de bien. ¿No da rabia solo de imaginarlo? Ese es nuestro enemigo.
Luego de reconocer nuestra lucha, valdrá la pena conocer a nuestro adversario. Pero nos encontramos que la genealogía que le han inventado sus biógrafos no son más que mitos, su origen no es honorable, su padre es apenas un editor analfabeta, y por madre tiene la moral enferma de una María. No es extraño que a los escritores les de lo mismo el crítico, pero tiemblen cuando están bajo la mirada del biógrafo. En el fondo saben a qué se dedican.
Por eso mismo no podemos rechazar ese deber marginal que tiene el crítico para con la vida de su objeto de estudio. No nos interesa, sin embargo, el acercamiento escolástico, sino que nos interesa, al modo de Schwob en Vidas Imaginarias, desclasificar las cosas, describir lo individual, elegir de entre los seres humanos aquel que es único. En este caso particular nuestro análisis recaerá sobre la antítesis del Autor: el distinguido señor Anónimo. Ese anónimo que por un momento fue el autor de la obra que nos ocupará el resto de este ensayo: el discurso del método.
Ese texto nos interesa particularmente en ese momento porque es solo después de que Descartes queda bajo la sombra del anonimato que la obra queda libre. Este movimiento nos ofrece dos ventajas, la primera es que nos desembarazamos del fantasma de los ismos y de la ciencia, y segundo — y principalmente— porque abrimos su escritura de nuevo y le quitamos su aparente significado último. !Así de rápido superamos el error principal del crítico cuando empieza a analizar una obra! A partir de ahora el texto que analizamos ya no es una lectura de bachillerato, ahora tenemos ante nuestros ojos una muestra de lo que Barthes llama contrateología en un ensayo que termina con las siguientes palabras: para devolverle su porvenir a la escritura hay que darle la vuelta al mito: el nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor.
Hemos rendido nuestro tributo y así concluimos la biografía. Léase el resto a modo de epitafio. Estamos solos frente a frente con el único narrador posible: el método. Es de él el discurso. Aquí nace la literatura: donde dejan de ser útiles los sentidos. Donde comenzamos a pensar. Como obra narrativa nos presenta un dispositivo nunca aplicado en la literatura moderna: la investigación de lo desconocido en lugar de la exposición de lo que no sabemos. No nos ofrece ninguna explicación, sino un pretexto para dudar. La escritura se desarrolla entonces bajo una ley que afecta a todos sus participantes: Je pense, donc je suis. Este es único punto objetivo que podremos encontrar en ella. El Método no propone el camino que todos deban seguir para dirigir su razón, sino mostrar el que ha seguido él mismo para llegar a sí. Desde la simpleza a la que nos vemos arrojados luego de la destrucción sistemática de las costumbres y opiniones es que se puede conseguir una existencia, y construir a partir de ella una individualidad que nos permita salir de la condena de no hablar o repetir infinitamente.
Actualmente tal vez un discurso de ese estilo no vería la luz del día por un pudor extraño hacia la exposición de los métodos, de la experimentación desnuda. La obra inacabada es aceptable, sin embargo, revelar los secretos de su construcción es inmoral pues no es capitalizable. Cada quien espera poder dar con un producto para patentar. Esa es lógica de comerciante. Por otra parte, el motivo de quien quieran elegir como autor final del discurso es de un genio espectacular: compartir para solicitar ayuda.
Lo dijo Kierkegaard: Cada generación empieza como las precedentes, exactamente con las mismas tareas y sin poder ir más lejos que ellos.
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criticodilettante · 2 years ago
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Estamos es un punto medio, fuera de la genealogía que proclama Baudelaire. No compartimos sangre ni con el lector ni con el escritor. No somos hermanos. Reclamamos otro lugar, el del Dilettante. Esa categoría bastarda que rescata Pound, y que lamentablemente ha caído en el olvido. Preferimos la maldición de ser proscritos a la de ser simplemente idiotas. Nos hemos movido hacia ese espacio primero que nada por una definición negativa. Tal vez no sea nuestra patria, pero nosotros la acogemos con esperanza luego de haber escapado de la estupidez que reina la tierra de los literatos, y del conservadurismo intelectualizado que campa en los jardines de la gente «leída», y que ellos suelen llamar educación.
Nos desembarazamos pues de las ambiciones que rigen al mundo de las letras. Nuestro objetivo no es ni perseguir una corriente artística, ni fundarla, así como tampoco tenemos algún motivo oportunista para promover ninguna tradición. Y como tampoco estamos interesados en granjearnos la simpatía de ningún dios renegamos del carácter de beneficencia que reviste todo esfuerzo por promover el arte. Que quede claro que no tenemos ninguna buena intención, en el sentido arcaico y moralizante que heredamos del cristianismo. No tenemos ninguna riqueza que justificar y, aunque no podemos negar que alguna mancha en la conciencia nos pesa, afortunadamente L’enfer ne peut attaquer les païens. Siendo así no nos importan los pecados de nadie, y nos entregamos a esta tarea por puro diletto.
Utilizamos la palabra diletto y no «placer» u «ocio» por cuestiones de precisión. El diletto incluye en su definición aquello que dijo Crates: que es preferible ser puerco montés que hombre ignorante y malo; y excluye lo que dice Sófocles: que en no reflexionar se encuentra la vida más placentera. Es imposible escapar de las generalizaciones, pero al menos esperamos no ser incluidos en aquellas que tergiversen de manera fundamental nuestro ethos. En específico: no queremos ir a parar al saco de las simulaciones, ni al de la oportunista propaganda involuntaria. Cada aclaración se hará en su momento, pero a modo de advertencia vale la pena decir que no prometemos nada. Nuestra ignorancia no es tan grande como para no reconocer que esto es un esfuerzo insignificante. Sin embargo lo hacemos pese a la desesperanza. No somos fatalistas, solo somos escépticos del progreso. Nuestra relación con la historia es monumentánea. No nos interesa convertir a moscas en elefantes sólo para satisfacer el despropósito de la novedad.
Nuestra única y fútil tarea es pensar. No leer, tampoco escribir. Esa es la única credencial que presentamos. Aquí no hay académicos ni autores condecorados, la única certidumbre que se puede tener sobre nosotros es que somos gente que disfruta quebrarse la cabeza, no con la esperanza de dar con una verdad, sino de encontrar la materia de una discusión. Y en aras de encontrarla ninguna crítica será amistosa. No hay aquí ningún deseo de convivir, de unir a personas semejantes, sino de provocar un conflicto. La única decencia que reclamamos es la de no interponer nuestras obras inferiores entre las obras maestras y el público. Y sin embargo no hay ni un dejo de humildad en ello. Nada se ha escrito con tanta soberbia en realidad. Es un rebelión contra el status quo que guarda silencio detrás de su legitimidad sin fundamentos.
Y para quien se pregunta quién es este nosotros le aclaro que mi acompañante es el desterrado dios Momo y nadie más.
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