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Me rescato yo sola
Había una vez una hermosa princesa que había leído demasiados cuentos de hadas y visto demasiadas comedias románticas para su propio bien. Desde pequeña sintió fascinación por aquel personaje masculino que aparecía eventualmente en la vida de una y todo parecía arreglarse; todo aquello que estuviese mal, que doliera, que fuese incómodo e imperfecto se desvanecería ante la presencia de un hombre que trajera consigo EL AMOR VERDADERO.
Pero cuando la princesa —que tenía una combinación de “La Usurpadora”, “Candy” y “Rebelde Way” en su cabeza— entró a la adolescencia, vio con decepción que aquel maravilloso amor no se presentaba con facilidad y que por el contrario había sido reemplazado por interacciones torpes, botellas borrachas y besos con las almohadas. Y todo era divertido —o por lo menos debía serlo— pero en el fondo no lo era tanto. No lo era porque habían inseguridades adentro, porque la princesa no era la más guapa del grupo, ni la más cool, porque sentía que no era lo suficientemente interesante. Chicos habían, sí, pero varios de ellos le hacían la vida imposible y ella no se atrevía a enfrentarlos; a los hombres había que atraerlos, no rechazarlos, después de todo. Alguien le dijo “lo hacen porque están interesados en ti” y en su cabeza quedó tatuada la idea de que el amor puede llevar todo tipo de disfraces desagradables.
De repente llega alguien que le nubla la cabeza, la pone nerviosa, la hace reír, la tiene en vilo. ¿Es un príncipe? No, pero ella quiere que lo sea, así que ignora las señales, se involucra y ve una fortaleza donde sólo hay un castillo de naipes. Ella lo quiere a él, él no la quiere a ella, y la historia termina antes de empezar.
La princesa conoce el dolor del corazón roto y cómo éste parece abarcarlo todo.
Se suman años, se suman idas y venidas, se suman responsabilidades y trago y fines de semana que parecen no tener fin. ¿Príncipes? Pues no: pasan los que quieren algo pero no demasiado, los que quieren todo pero sin dar nada a cambio, los que ella pasa a llevar, los que aman pero hacen daño, y los que se vuelven una piedra con la cual tropezar y sacarse la mierda una y otra vez hasta que alguien ceda, hasta que el orgullo ponga el pare porque el corazón no sabe hacerlo. ¿Está mendigando cariño? No, por supuesto que no, es lo normal, es parte del proceso, así es el amor: caótico, doloroso, agotador. Tiene que costarte para que lo valores, ¿verdad?
Mientras tanto la vida pasa, pero no pasa nada.
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