Al igual que el Título, no es tan importante. Basura y algunos escritos; el último taller de trabajo de un aspirante a escritor.
Don't wanna be here? Send us removal request.
Text
Me recuesto un momento en el sofá porque me siento tan cansada. Usualmente le pido a Edher que se recueste conmigo porque extraño su conversación; ese intercambio ligero de ideas entre nosotros que se siente como un peloteo suave y elegante. Tac tac tac tac suenan las palabras cuando van y cuando regresan. A veces, cuando estoy muy cansada o distraída o en dolor, pierdo las pelotas y sus frases caen al piso mientras me mira con indulgencia cuando volvemos a comenzar. Tactac tactac un ritmo más lento. Uno que yo pueda seguir. Imagino que es como se sienten las parejas que comparten una pista de baile y la admiración de sus amigos y familia por saberse mover tan bien juntos. Nosotros nos movemos bien juntos aquí, en esta canción de las ideas.
Me cuesta imaginar cómo me miran los demás, junto a él. Lejos de sentirme protegida, me veo a mí misma como un ser invulnerable: capaz de todo, incluso de aquello que parece impensable.
Lo miro moverse a mi alrededor. Sobre mi pecho pesa el calor de un cachorrito diminuto, un proyecto de pitbull que observo mientras mi mente corre detrás de todos los planes que tengo para él. Necesito cortarme el cabello. Se ve fatal, crecido. Todo disparejo. Vamos, dice Edher, y retira al perro para devolverlo a su cama.
Me pongo en pie y subimos todos a nuestro auto: Edher, su hijo de 6 años, yo. Mi cabeza de siente pesada o demasiado ligera, es difícil entender la sensación. Siento un ardor especial en el esófago y un vacío frío y desconfiado en el estómago. Mis manos sudan. Siento frío. En el asiento trasero un niño de 6 años existe. Sólo eso: existe. Libre de ningún mal o calificativo negativo. Existe a través de su voz y de su voluntad. Voz. Voluntad. Conceptos nuevos y aterradores. Se agita. Su padre conduce y existe, a su vez, para él. Materializándose y respondiendo desde el lugar de los deseos y las consideraciones. Yo salgo de mi cuerpo.
Cuando llegamos al centro comercial, yo ya me siento mal. Tiemblo. Mi visión está borrada. Mi boca seca y húmeda y amarga y todo a la vez, pero no digo nada. Edher me toma de mano cuando echamos a andar y me pregunta si todo está bien. Hago un gesto vago con la mano, un más o menos, sin detenerme; sin mirar a ninguno de los dos. Entramos. El aire acondicionado me da náuseas. El gel antibacterial me da náuseas. Me adelanto y los espero un par de pasos más adelante, mientras mi estilista me pide volver en 10 minutos. Claro, está perfecto. Voy por una botellita de agua, le digo. Y me alejo con esos dos, que saben pero no saben que algo pasa. Mi cerebro se compra la idea de que no se han dado cuenta, de que estamos disimulando bien. Mi corteza prefrontal se tranquiliza despacio. La amígdala, no. Responde con una ira ciega y generalizada ante esa indiferencia fantasma que yo misma me esfuerzo en provocar y mantener. Ira. Ira. Ira. La ira lentamente me despierta de mi ataque de pánico. Edher me compra una botella de agua en medio de un océano infantil de sugerencias, peticiones y palabras: una marejada cúspide de la que me siento a su merced, sin poder detenerla o moldearla. Me entra por los oídos y la nariz y la boca con una voz alta, con un timbre seguro, con una proyección irreal de mil y un cosas propias y ajenas, reconocibles e irreconocibles, como el agua que se agita sin dejar que se vea el fondo arenoso del litoral. No sé nadar. Así que me ahogo. Entra esa agua por todos y cada uno de mis orificios y me veo arrastrada a sus profundidades. Augurios de vómito, asco, rechazo, dolor vienen a mi boca y mi lengua y saliva se ponen ácidas y pegajosas. Digo que necesito ir al baño y es verdad. El baño es mi sitio seguro. Camino deprisa al sanitario del centro comercial y me desconecto lentamente de ellos. De todos. Entro.
Es un baño espacioso: con lavabos a dos alturas para que los niños y las personas en silla de ruedas no tengan problemas al lavarse las manos. Escojo una cabina y me siento sobre el WC totalmente vestida con un cronómetro corriendo en mi celular. Tengo la firme intensión de permanecer en ese sitio hasta que el ataque remita. Me permito rituales. Mirar el bote de basura. Sentir mis propias entrañas. A mi alrededor, el sonido de los intestinos ajenos vaciándose me recuerda mis propios sonidos peristálticos. Siento alivio y vergüenza y desconcierto ante el efecto no deseado de esa intimidad grotesca e incidental, tan burda y hasta cierto punto obscena. Mi teléfono no tiene recepción, lo cual me ayuda a concentrarme en mí y no recurrir a nadie excepto a mí. Y lentamente las náuseas por ansiedad se disipan, como las nubes grises después de la tormenta. Salgo de la cabina y me lavo las manos para disimular. Han pasado 17 minutos. Cuando salgo del baño, Edher me pregunta si estoy bien y le digo que sí. Su hijo me pregunta qué estaba pasando allí adentro. Un arrastrar pegajoso de los vocales débiles combinado con un golpe intencionado de las fuertes me recuerda al tono que usan las personas mayores cuando algo las irrita, pero el uso escogido de los sonidos y las palabras parecen más bien una mímica infantil. Respondo que nada. No hay nada qué contar.
Edher me da la mano y nos alejamos caminando de mi punto de refugio. El olor y la visión de los dulces en un aparador discreto me dan ganas de vomitar. Quisiera salir corriendo. El niño vagabundea, dando círculos a nuestro alrededor y conversando. Su papá intenta explicarle el por qué de algunas de sus negativas: a comprar algo, a entrar en alguna tienda, a seguir por determinado camino. Pese a eso, el niño no desiste. Intenta e intenta explorar un límite tras otro. Existe, existe, existe... Existen, esos dos, a través de las cosas que desean, de lo que necesitan, en una lucha de me deja afuera; a merced de ese océano inaccesible que me ahoga.
Creo que no voy a lograrlo, le digo a Edher. Y él me mira y me sujeta la mano aún más fuerte, como diciendo está bien, podemos irnos en cuanto lo desees. Pero el mar interminable de palabras no cesa. Mi cuerpo se siente rígido y no sé si voy a desmayarme o a vomitar. Trato de hablar conmigo para tranquilizarme, de darme ese apoyo exclusivo e incondicional... Y en la medida en que el mar de palabras no cesa; en que la existencia atronadora de un otro desconocido me repliega cada vez más hacia adentro hasta volverme prácticamente inexistente, viene de nuevo una ira ciega e indolente. Injusta. Absolutamente injusta, pero mi entrenamiento me recuerda que las emociones no tienen por qué ser lógicas ni obedecer patrones de causa-efecto específicos. El enojo no tiene condición moral. El enojo solo es enojo y a veces no es necesario justificarlo... Y me lo guardo. Acaricio ese enojo como al cachorro de pitbull que hace rato se recostaba en mi pecho. Pasamos frente a la estética. Quieres intentarlo, me pregunta Edher. Asiento con la cabeza. Siento la ira respondiendo frente al miedo. Los 30 minutos sin ellos comienzan a saberme a gloria, mientras cruzo la puerta en solitario. Ni siquiera miro atrás.
Allí dentro, el ataque de pánico se disipa casi por completo. Ha durado un total de 37 minutos.
Edher me lleva unas papas del fastfood y una empleada del local me las pasa. Comienzo a comerlas.
Termino.
Salgo del local y me los encuentro siendo ellos, distraídos en un Liverpool. Me distraigo un poco también, apenas unos instantes, mirando juguetes de perro, en medio de un torrente abrupto de recomendaciones de cuáles gustan más, cuáles deberían ser para el perrito pequeño, cuál para el más grande. No pienso comprar nada, de todas maneras. Salgo de la tienda y los espero afuera, porque se quedaron pegados en otro par de cosas que tampoco piensan comprar. Mi urgencia por salir es... Invisible, incluso yo misma la estoy ignorando. Mi terapeuta lo llamaba "Oír cómo grita la loca de la casa" y sí, así fue. Cuando al fin logramos estar en el auto, el torrente de manifestaciones tampoco cesa, ahora gira al rededor de la comida, las papas, el jugo, la hamburguesa... Yo reprimo mi intolerancia y está bien. La guardo en mi contenedor radioactivo, que borbotea. El reactor se calienta. Suben los Kelvin un poco más. A medida que más combustible se queme, los venenos nucleares se producirán y la temperatura comenzará a bajar.
Lo lograste, dice Edher.
Sí, le respondo, quemada de mar, respirando bajo las profundidades... Sonidos y signos de exclamación emanan en oleadas desde el asiento trasero. Sus aristas afiladas rasgan la piel de mi cara, antes de estrellarse contra el parabrisas. El padre ya no las ve, es inmune.
Sí, vuelvo a decir, poniéndome unos lentes de sol, pero a qué precio.
Hay un precio, pregunta Edher preocupado.
Siempre hay un precio, respondo. Y acaricio la ira fantasma que pesa sobre mi pecho. Es casi tan tibia como el cachorro. Incluso lame mi mandíbula de la misma manera.
La llevo a casa conmigo.
1 note
·
View note
Text
Miércoles 3 de Marzo arrancado de una agenda del 2021
Cada día que pasa intento convencerme de que soy feliz.
Y comienzo así, con la sentencia de que no sólo a mí. Siendo honestos, es una farsa incompleta que deviene a real a medida que lleno estas líneas vacías. Líneas que debieran sujetarse entre sí, como hilos. Amarrárse a una vida rutinaria desprovista, a su vez, del elemento de la repetición.
<219K staged records for emailcampaignevents>
Hay un cristal y una ventana-cuerpo. Hay una noche joven. Se derrama.
Siluetas conocidas se agitan, unos metros más allá
un hombre con su hijo. amadas. odiadas.
apenas un baile de silencios y sombras coloridas que flotan
ciegas
a la muerte de los girasoles. al sufrimiento de los grillos:
encerrado, contenido, absurdo desprovisto de significado.
Me encierro, al igual que ellos -- los grillos -- en un bote transparente y
asuencias, fríos naúsea
me vigilan, a través de mi vitrina.
Pequeños agujeros permiten
que entre el aire: para que apenas respire, para que la percepción inminente de la Muerte se sostenga.
Se terminaron las líneas. Llegamos al miércoles pero ya estamos a viernes. No es molestia.
Continuamos. Parasitamos.
Y comprendo.
Comprendo que este dentro es un “afuera”.
Que ese hombre y ese niño que han dejado una imagen estática, transparente y metafórica del otro lado del cristal se hallan en un interior perpetuo del que yo no puedo, nunca podré ser parte.
Y lejos de sentir tristeza o añoranza,
lo que siento es repulsión.
Y alivio.
Como quien observa la efervecencia de la vida en un caldo de cultivo: gusanos pálidos, dedos cadavéricos asomando, diminutos, por la tierra que no se abre para mí.
Me gusta esa mesa Me gusta esta pluma Me gusta la estufa el refrigerador la pantalla
y los párpados cerrados.
Me gusta mi trabajo
Me gusta esta espera que en realidad no lo es: sabe más bien a guarida a espacio propio a poder sangre y calor metalizados
a cartas que no hacen más que transcribirse
(analógicas luego digitales)
llenas de repeticiones y aberraciones, de pares copulativos.
Y allá: la ansiedad
el miedo a lo inevitable que pudiera ser bueno.
Allá: el nervio vago.
Me reduzco a un personaje ficticio
a un lienzo en blanco para las paraedolias y los juegos fútiles de coincidencias.
y dejo de contar sueños.
Los sueños dejan de contarme a mí.
0 notes
Text
En esta pinche casa todo corre
En esta casa, todo corre.
Y no de ti: no de sí misma. Sólo corre. Es como si al abrir un gabinete o un cajón, las cucharas huyeran. Se deslizan en una mancha gris, veloces. Salen rápidamente de mi visión periférica.
Pasa lo mismo con los objetos más grandes, almacenados en rincones oscuros: con las ollas olvidadas, con los pequeños aditamentos escolares confinados en cajones crujientes.Todos ellos corren, en cuanto la luz los toca. Los recovecos y los rincones estallan en movimientos involuntarios: la luz cuaja en gotas de pared gelatinosa y resbala. Siempre resbala. No se adhiere.
Y la negrura.
La mano que entra en el reino del olvido, de lo prescindible, en el país de las bisagras mal cerradas y la humedad, sin ser invitada. La córnea que se agita, como una paloma. El asco. La fuente. La vida que se desmorona en gajos orgánicos móviles e inefables, creciendo y multiplicándose. Cayéndote a veces sin querer, pegajosa, sobre la piel. Corren por los dedos invasores muchas patitas: húmedas. Rugosas. A veces metálicas o invertebradas o frías.
Todo se mueve. Todo corre.
Nada consigue salvarse. Nada consigue salir.
0 notes
Text
Kitsune
1.
Sombras desfallecidas se agolpan
en las náuseas
nocturnas
poco qué decir.
un aguijón intenso recorre mi intestino
Y pienso: "esta vez.."
O "Las albóndigas de pollo/ el licuado".
Grito visceral,
agua, sal y tierra borbotean:
me vierto abierta en el abismo.
Mi estómago siente un asco
profundo hacia sí, hacia el sacrilegio
retrospectivo del alcohol
y explota
luego silencio.
Silencio: entonces.
There is no sound, diría David Lynch.
Sólo poemas basura
a la mitad de la madrugada.
Sólo colas.
Una y otra y otra y otra:
cascada escarlata
en la cama
pisoteada
en un estertor lánguido
y febril de
imágenes decapitadas,
fotogramas congelados que se caen
en las paredes deformes
recuerdos sueños fantasías hechos
es difícil distinguirlos
entre las nubes
entre el grito de unas las sábanas
mojadas
sin pasado ni contexto.
2.
Me devuelven la mirada, desde el fondo
los ojos de un zorro que se pone mi cabello
y se levanta
en dos piernas regordetas
pinta las uñas de unas manos recortadas:
dedos continuos dedos robados
dedos de belleza vulgar
dedos emancipados
dedos que pintan otros dedos
en una orgía de acuarelas y pinceles
sobre un rostro difuminado: impreciso
una boca una nariz un párpado
apenas salpicados
impersonales
pestañas de agua
dientes lágrimas de silicón
un zorro mágico me mira
desde mi cuerpo prostético,
“Ceci n’est pas une femme” reza
porque el hijo de puta es mucho mejor que yo
para los idiomas
Porque el hijo de puta transpira dolor
en su risa de cera.
un zorro impostor me mira
lo que sea que eso signifique ;
me mira desde los colmillos
me recuerda
hace de mí un fantasma terso
joven
incorpóreo
Me difumino.
Casi desaparazco.
Desliza
por sus piernas prestadas
un par de medias
y el elastano es cómplice de la mentira
pone un dedo sobre los labios ajenos y
guardo silencio.
El encaje sanguíneo salpica
un torso de zorro
y lo ciñe, transmutado
uñas larguísimas
uñas oscuras de zorro
estilizan las terminaciones de un liguero
“Si se marca, es mejor” dice
y me pregunto si sabe lo que hace
si también lleva prestada mi tristeza
mi introversión
mi encierro ontológico,
mis náuseas perpetuadas en sudores nocturnos
para pasearlos y lucirlos
sobre tacones.
Se aleja, escondiendo la cola.
Pero yo sé quién es. Yo puedo verla.
Yo puedo verla.

0 notes
Text
.(solo un dia mas)
(Prologo ficticio desde una computadora sin tildes ni letra ñ)
Mientras suena el telefono – ring, ring, ring, ring, hago un vago amago de levantarme de mi lugar para contestarlo. Pienso en mis compañeros, especialmente en uno de ellos, el que paga una renta muy lejos de su circulo primario de cuidadores. Me siento muy triste. Me siento muy cansada. Me siento muy ineficiente. Por que de pronto es tan importante esto que nos gusta lllamar productividad?
Tengo ganas de escribir desde hace varios dias.
Tengo ganas de permitirme ese cinismo, ese relativismo moral que se regodea de la mierda con la que muchas veces envuelvo mis circunstancias. En mis textos, soy un personaje despreciable, un ente fantasma y canibal, que toma y que se alimenta en un eterno circulo alrededor del deseo y la muerte. No entiendo el impulso creativo que surge de la devastacion; creo que nos devuelve el mito de que “cosas pasan” en nuestras vidas no necesariamente interesantes. No somos necesariamente interesentes. Tampoco estamos necesariamente vivos.
Quiero escribir un libro que se llame .(solo un dia mas) .
Con los parentesis y ese puntito introductorio al inicio.
Podria parecer una excentricidad, pero en realidad pretende establecer un codigo oculto entre los usuarios de R – ese estupido lenguaje de programacion y el atrofio narcicista que sera la pieza principal. Incluso es pretencioso llamarlo libro. Es estupidamente arrogante considerar que los “libros” pueden o no escribirse.
No quiero que sea una pieza agradable.
La imagino llena de sensaciones corporales, abandonadas al miedo y a la angustia; al sabor de la pesadilla que se disipa por la mañana, sin alejarse del todo. La oscuridad rara vez abandona por completo la habitacion. Los monstruos no desaparecen debajo de la cama. Quiero que sean cuatro textos breves (microrelatos, si se me permite el uso de terminos que para nada deberian estar a mi alcance), empapados de la ira metaforica, de la soledad autista de la ciudad.
Yo no soy un escritor.
Soy un fantasma atrapado en una maquina.
0 notes
Text
Cicatrices
Me gustan las cicatrices.
Me gustan también las personas que las tienen.
No hablo de heridas: cicatrices,
marcas físicas
y metafísicas
en el cuerpo, en el alma.
Carne cerrada.
Patrones.
Pátinas.
Fibras espirituales destruidas
que se regeneraron en un orden
coloidal,
lleno de silencios y espacios vacíos,
de bocas cerradas.
Me gustan los castillos,
los rieles
y los senderos
dejados por el rayo,
por la calamidad: por la muerte
que pasó de cerca
con los ojos vendados
y marcó, arrancó, masticó
grabó y desenterró
lo más preciado, lo más terso
lo más humano de nosotros,
abandonándonos.
Me gustan las cicatrices,
me gusta el pasado que no duele pero define,
el futuro incierto que se lee en los bordes y despeñaderos
de una piel que apenas siente
que es suya, que se pertenece
.
que habita, junto con otras
un mundo lleno de cicatrices
unas más nuevas que otras,
unas hermosas, otras significativas,
otras un recuerdo de su paso por el tiempo
desvelado, acuoso
desvestido y estático que lo devora
diente a diente,
fibra a fibra.
Carne a Carne.
0 notes
Text
Segundo Lugar
Comienzo a escribir. Pienso en llamar a esto "Proxy", también "Revancha". Me imagino a mí misma como un héroe posmoderno, ajeno a atribuciones de género; ni masculino ni femenino.
Mi protagonista comienza su relato con palabras como "siempre se trató de la Inmortalidad" o "hace falta contexto para entender la pesadilla". No mira al lector a los ojos. Mantiene la cabeza baja. Guarda para sí mismo una ira incontenible. En el fondo, es él quien escribe. Ésta es su novela. Ésta es la historia de un juego entre forma y significado; entre la subjetividad compulsiva de un ego que implota, pero también construye.
Mi héroe lo entiende todo. Atrapado en una pantalla brillante intenta explicarme, en un diálogo infinitamente complejo, el sentido de mi vida. También el origen de mi tristeza. Aquí, adentro, yo no me siento triste. Construyo este Avatar, este alter ego que es capaz de actuar en función de su enojo. Que exige razones. Que cobra venganza para equilibrar la balanza del Mundo.
Él comienza escribiendo "Siempre se trató de la Inmortalidad. Hace falta contexto para entender la pesadilla" y no sabe si escribe un capítulo o una carta. Su relato es un tapiz; la soledad parece su materia prima. También la búsqueda. La Esperanza. La vida se revela, interminable, en una sucesión de emociones mayúsculas. Pero sabemos que a ficticio. No es real y por eso estamos a salvo. Y entonces él, mi héroe posmoderno, escribe mi historia. Las cosas que he hecho, las cosas que destruí, las personas que lastimé. Los secretos que oculté y cargué y que ahora construyen su identidad. Él sabe por qué la pesadilla es importante. Por qué la angustia es importante. Él sabe y grita y exige.
Yo no.
0 notes
Text
Primera y Segunda Muerte
“Tengo un gato sobre el hombro
le digo a la Primera Muerte “que me grita
en el oído derecho”.
Me reclinó y de mi frente
cae arena y agua fría.
Ella me besa: en su tacto
hay un secreto
maduro sabio femenino
que cae sobre mi mano
y mi fiebre significa apenas
nada,
acaso un cúmulo de dientes
que brotan de mi centro
hasta mi ombligo.
La sangre cae. La vida corre.
Lo mismo la gente que recorre el cementerio.
Ponen en sus cuerpos
flores amarillas que susurran;
sus pétalos son lágrimas de vida.
“De una Vida que no entiendo” le digo
a la Primera Muerte,
Patrona y Señora de la Enfermedad
y el Infortunio.
La Segunda Muerte es mi amiga.
Me mira al fondo de los ojos de mi gato
que me grita en el oído;
me grita mi dolor, mi soledad,
los dientes las flores y la sangre
que cae cae como un reloj abierto
con las piezas oxidadas y ensombrecidas.
La Segunda Muerte es el dolor
y la tortura.
Amiga del miedo y la desesperanza,
la muerte por suicidio.
0 notes
Text
Cuando tengo sueño
La mayoría de las personas a las que les explico, creen que la única forma de dormir mal es no dormir.
Se equivocan. Hay algo peor.
Nunca abandonarse a la inconsciencia.
Curiosamente cuando pienso en la muerte, la visualizo como ese estado profundo del sueño en donde toda la actividad eléctrica del cerebro es irreconocible; donde no tiene un rostro, no huele a agua fría. La muerte me parece un sinónimo de vacío cerebral. Me asusta. Me reconforta. Es como el silencio perfecto.
La mayoría de las veces, dormir es resignarse. Me sumerjo en un enjambre de ruido mental, que no necesariamente merece un calificativo moral o emocional. A veces hay tristeza. Ansiedad. Felicidad. Amor. Esos chispazos humanos que me sorprenden algunas veces durante el día, me persiguen durante las noches.
Los sueños son vívidos (la mayor parte del tiempo son lúcidos), ricos en formas espaciales y detalles arquitectónicos. Los protagonistas son plurales; individuos epistemológicamente complejos con los que constantemente discuto el carácter de las circunstancias. No puedo evitar entrar en duelo, cuando despierto. Me siento una destructora de mundos. Sé que es narcisista. Pero a veces no quiero que se acabe.
Cuando sueño, el carácter doloroso o placentero de los recuerdos se difumina. O se amalgama. Se convierte en una única experiencia que reivindica y reclama símbolos que cayeron en el lodo. No existe lo profano. O lo sagrado. No existen las gavetas, con sus contenedores. No existen las clasificaciones. No existe lo bueno o lo malo.
Es la madre del Caos. Cuando despierto,me siento fuera del mundo y digo que dormí mal. Que estoy cansada. Que tengo sueño.
0 notes
Text
Ya estoy practicando las diferentes posiciones que haré en la noche en mi cama. Mientras lloro.
440 notes
·
View notes
Text
Niños Grandes II
Llega el día en que los Niños Grandes se miran y se reconocen; los ojos del otro se convierten en un par de espejos de obsidiana, su reflejo vuelve a ellos y parece que les besa las mejillas, les acaricia el alma con un beso suave. Ese día se van a casa, borrachos de oxitocina y otros químicos baratos. Se acuestan en su cama y se preguntan si el Amor que ellos conocen es el mismo del que hablan los demás, si es verdad que ahora son más buenos, son mejores, por el simple hecho de proclamarse enamorados. Lo que los Niños Grandes no saben es que todo "acto de amor" es verdad un pequeño acto de egoísmo. El día que lo descubren se lamentan por todas las lágrimas y las estrellas perdidas, ahogadas en la melancolía de la noche. Con el tiempo lo superan. Se reconcilian con su naturaleza narcisista y aprenden a quererse a sí mismos así, a valorar el amor que ofrecen, dejar de creer que es "imperfecto" porque no es 100% puro, 100% sacrificio, 100% para el otro. Descubren que el amor que sienten es también para sí, que esa fuerza, esa rabia valen: valen mucho, y que el mundo es un lugar mejor cuando dos personas libres se aman, en su egoísmo y su vanidad.
0 notes
Text
Cantarella
Pienso en ti, en ese cabello cobrizo que se agita con tus hombros porque así los mueves; en tus pies descalzos, en la longitud de tus dedos pulgares. Los observo con mucha discreción para que tú bailes y sonrías para nadie, como lo has hecho siempre, disfrutando de tus piernas y tus caderas, del aire que entra y se escapa por tu boca abierta sin pedirme permiso.
Por supuesto que yo no tengo nada que ver. Apenas te conozco. Tú no me conoces. Y está bien. Porque hoy quiero que sepas que te vi bailar descalza, regalándote a tu cuerpo por completo, abandonándote a una sensualidad completamente personal que no busca la aprobación ni el repudio de nadie. Te vi y pensé en que me gustan los besos largos, largos, con lengua bien trabajada; con la saliva fría, y los labios relajados, apenas abiertos. Te vi y pensé en los besos caídos, en los labios arrancados que asesiné cuando aún soñaban en mi boca. En el hielo y la muerte de un lengua extendida para nadie. Pensé en ti. En el esmalte de tus uñas. En ese amor propio que derramas con una impudicia deliciosa sobre mí y sobre los otros, sin notarnos siquiera. Pensé también en cerdos en descomposición. En cómo en el pasado personas más fuertes que yo me alimentaron con veneno y luego abrieron mi vientre, arrancaron mis vísceras y las dispusieron en un recipiente que cubrieron del sol. Y ahí me abandonaron, para que me pudriera en el espíritu a la sombra 30 días. Cuando ya no me reconocía, cuando ya casi no quedaba nada de mí, dejaron que me secara al Sol. Al final… Quedé hecha este polvo, esta azúcar de la muerte: inodora, incolora, insípida. Con una sexualidad frustrante y una toxicidad letal.
0 notes
Text
No hay título
Me voy a quedar aquí, al lado. Y te voy a cagar. Te voy a agarrar a putazos a horas específicas en momentos específicos con palabras específicas sobre tu cuerpo tu cerebro tus emociones. En especial tu cuerpo: eres una cerda. A caso crees que los hombres valoran la mierda que te cargas en la cabeza? Y te callas, nadie sabrá lo que pasa aquí, te lo prohíbo. Vas a vivirlo sola y en silencio. O voy a hablar. Y no te va a gustar lo que tengo que decir. Porque todos sabrán lo puta que eres, lo pendeja que estás, lo fracasada y el fraude que siempre fuiste. Porque tengo en la mano lo que más valoras, Y si no obedeces, por tu bien, Voy a destruirte.
0 notes
Text
Diccionario
El beso sobre el calor el calor respira en las manos que se mueven como plumas
mi vida es un trozo en blanco de papel la sostengo en la pinza de mis dedos como algo que apenas puede ser sujetado
una llama viva. hiriente. carente de verdad o significado y que sobreescribo
con un beso prestado con un abrazo prestado con afecto prestado que sé un día habré de devolver
pese al riesgo de quedarme a solas con los fantasmas. con las ideas desnudas. con la boca seca y cansada de predicar un Amor que no existe
de enumerar palabras que los otros ya no buscan en los diccionarios.
Los otros vendrán. Me hallarán vencida. Y la tinta, el beso, las manos, la lluvia serán sueños sumergidos en una tinta imaginaria.
0 notes
Text
No vale tanto la pena
Atraes a ti un pájaro herido una premisa incompleta que recuerda a través del olvido el mismo pedazo de hiel que un día se sacó del pecho a costa de quedarse con el corazón hecho jirones. Atraes a ti, con tu luz, con tu paz de linterna una polilla gigantesca que se arrastra por el piso porque las aves le arrancaron las alas Atraes un cúmulo de miedo e incertidumbre que teme pero lo hace: derramarse; vacía su amor como un vómito gestado en lo profundo del temor, del deseo por la muerte. Y te quiere de un modo imperfecto, vil, Insuficiente. Peor aún; te admira. Y te ofrece un beso, un Abrazo Un corazón infantil con unas manos incompletas, sin escudos. Con bocas que sangran y que gotean dientes marchitos. Un amor que no vale que no tiene valor de mercado porque crece, como las florecitas esas insignificantes, en el pasto bajo la sombra de los grandes árboles ancestros. Un amor que no vale. Porque es... Cualquier otro, cualquier mujer podría doblarlo en cantidad, en erotismo, en belleza.... Cualquiera. No hay en mí nada especial. No valgo tanto la pena.
0 notes
Text
Manía
Hay días buenos y malos: como en todo. El problema es que los malos son especialmente malos.
Con el tiempo uno aprende a verlos venir. Primero todo parece funcionar, las cosas parecen arreglarse, haces una lista de lo que tienes pendiente y te parece perfectamente posible satisfacerla. Trabajas como desquiciado. Eres creativo. Tu cerebro descansa por las noches lleno de sueños normales, plagados de gente de tu pasado. Despiertas y te sientes bien. Te das una ducha. Es una secuencia que se repite un par de días. Los más, es mejor. Tú lo sabes. Te das cuenta y te preguntas si al fin le hallaste al modo a eso que otros llaman “vivir”, si todo es por la medicación. Pero hay un día en el que te despiertas y la derecha parece haber cambiado por la izquierda, la sensación de soñolencia de la noche anterior está hecha de brea y se pega a ti. Aún así, hay voluntad. Te levantas de la cama. Tomas la ducha, pero te cuesta encontrar tus cosas, aunque están en los lugares habituales. Llegas tarde a donde tengas que llegar. Tus amigos te dicen que te ves bien, que pareces animado porque estás hablando demasiado.
Estás hablando demasiado, ¿lo oyes?. Es la misma voz en tu cabeza. La de los malos días. Y tras ella ríen a coro, bajito, miles de otras voces que te parece sonríen en algún lugar de la oscuridad.
Esa noche, tu patrón de sueño es habitual. Te vas a una hora decente, con soñolencia decente. Pero tus sueños ya no son normales. Tienes sueños violentos, por etapas. Te mantienen despertando durante la noche, y cuando vuelves a dormir, ellos continúan en la fase dos, en la fase tres, en la fase cuatro. Son sueños con escenarios vívidos, donde eres varias personas al mismo tiempo, viviendo varias ola misma historia al mismo tiempo. Son persecutorios, finalmente agresivos; mutilas, eres mutilado. La ira y el miedo son lo mismo. Eres el monstruo. Eres la víctima. Cuando suena el despertador te parece que pasaste toda la noche con los ojos abiertos, por la sensación arenosa en el interior de las párpados, y te miras las manos, porque las sientes mojadas. Te cuesta un infierno levantarte de la cama. Ya no te duchas. Ése día no te arreglas, pero consigues no llegar tan tarde. Caminas al trabajo y tus pensamientos están completamente desordenados. Tus manos sudan. Odias eso. Hay muchas voces dentro de tu cabeza que parecen comunicarse entre sí, pero no las entiendes porque hablan un idioma que desconoces. Distingues algunas palabras. Algunas son escenas olvidadas de tu infancia, de un detalle que intrascendente que viste tres minutos atrás porque todo el mundo: TODO EL MUNDO entra poco a poco por tus canales de atención, que de pronto se saturan. Es difícil ser creativo porque toda tu mente es una estación de trenes fantasma, con vías descarriladas, una sobre otra. Una sobre otra. Una sobre otra. Esa noche vas a la cama, pero no duermes. No concilias el sueño hasta en la madrugada. Pero te despiertas. No hay bronca. La vida sigue. La noche llega. No duermes. Sin broncas. La vida sigue, hay que chingarle. Las voces son una carga mutilante, pero haces un trabajo extraordinario. La noche llega. Te duermes al fin, con lágrimas que resbalan de tus ojos porque la medicación ya no funciona. Respiras como te enseñaron. Te preguntas si mañana se te notará en el trabajo. Entonces sueñas: con Él. Con una sonrisa tímida que te persigue, con su cabello, con la tristeza de sus ojos y su temperatura; con la promesa de calma, la promesa de amor, la promesa de Paz y de esperanza que te arrebataron. No de una manera romántica, sino filosófica, ontológica. No quieres correr hacia él... porque sabes que esa persona ya no existe, que simboliza todo lo que dejaste atrás, bien o mal, malvado o no; todo lo que renunciaste a ser porque convertirte en “Eso” que necesitabas tenía un precio altísimo que quizá no podías permitirte. Pero él está ahí: sólido, como sólo podría serlo el Rey de los Fantasmas. Quisiste ser como él. Debiste ser como él. No querías nada más que su reconocimiento, su respeto. Y lo obtuviste. Y lo perdiste. Porque no pudiste morirte cuando debiste de hacerlo: morirte en la forma fea, desde adentro.
Aún así, cómo te hace falta. El sueño es una trampa irreducible. Y es muy tarde. El despertador suena, pero el sonido no tiene significado. Las imágenes te persiguen al menos 40 minutos más, aunque parezcas estar despierto. Sales de la cama. Tomas una ducha. Te arreglas. Llegas asquerosamente más tarde de lo habitual preguntándote si lo que haces tiene algún sentido.
Te das cuenta que no.
El suicidio es una opción. Lejana. Pero valiosa.
0 notes
Text
Estómago
El lobo feroz tiene una vida propia
su propia renta e internet telefonía móvil por contrato
podría usar traje todos los días pero ¿para qué?
el cielo es el cielo siempre las calles son calles la vida es una constante repetición de acordes desgastados
coreografías de circunstancias repetidas pero inciertas.
El lobo feroz comprende mejor que nadie, (mejor que yo incluso) que está solo
así que no busca más caperucitas porque casi siempre son pésimas narradoras
y los cuentos deben contarse con palabras calientes y alfileres bajo la lengua creciendo en las encías en las noches dolorosas en que el ácido se las come junto a los alfileres y las historias y hay que comer sano y respirar y hacer ejercicio y tener sexo y deshacerse de la mitad de lo construido para construir De morir para continuar.
0 notes