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1.

Todo era más fácil cuando no lloraba. Cuando era capaz de respirar, aguantar y dejarlo pasar. En esos momentos sí que lo podía todo, porque una vez que largas la primera lágrima ya no se puede parar. Era tan fuerte que evitaba los abrazos. Tan inteligente emocionalmente que no hablaba de mí. Podía manejar mis sentimientos con la mente. Era fantástico. Era el gurú de mis amigxs y familiares, el modelo a seguir de los depresivos. Soporté bullying, separación de mis padres, fallecimiento de un hermano, tres parejas fallidas. Todo sin llorar. Que bueno era.

En este momento tengo 30 años y necesito al fenómeno que fui para preguntarle que carajo hacer con mi vida. Se escapó esa primera lágrima y todo se fue a la mierda. Soy un nene sin recursos con ansias de volver a los brazos de mamá. La realidad me interpela en lo cotidiano y reabre viejas heridas. Ahora entiendo que todo se repite. Entiendo qué significa la proyección, la identificación. La importancia de atravesar por el cuerpo, en su debido momento, todas las emociones.

Ahora realmente entiendo que no era ningún fenómeno ni la tenía tan clara. Tape y la vida se encargo de abrir esa olla a presión. Porque aunque miremos para otro lado, todo encuentra la manera de emerger.