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oh, momma war
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james wright, 24 años. soldado estadounidense y dispuesto a dar la vida defendiendo mis ideales y mi nación.
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j-emwright · 10 years ago
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oh, diana...
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j-emwright · 10 years ago
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Los cuerpos temblorosos de los hombres (tan valientes, deseosos de exponerse de aquél burdo modo tiempo atrás) ahora se apiñaban unos contra otros, maltrechos y derruidos, en busca de un poco de cálida humanidad que saciara el ávido abandono de tantos meses existiendo, porque a aquello no se le podía llamar vivir, en la desolación más profunda. Meses atrás y hundidos hasta la coronilla en la llama roja, blanca y azul del fervoroso patriotismo, los jóvenes ahora heridos, maltratados por su propio ideal de destrucción, sonreían y se abrazaban, besaban a sus madres y prometían a sus amadas que regresarían en una sola pieza, con la victoria y el orgullo del país sobre los hombros. El panorama actual distaba de ser similar a la utopía que en sus retinas se había generado entonces, de recibimientos cálidos y apretones de manos, recuerdos de la hermandad generada en los tiempos difíciles y los disparos de sus rifles lanzando bocanadas de humo grisáceo que disiparía las diferencias y solucionaría los conflictos. Más bien, esto era la guerra misma. Conocer la verdad, haber visto a la muerte cara a cara y no ignorar el terrible chispazo con el que cientos de vidas son arrancadas tras el estruendo de las bombas y los cañonazos, todo eso lograba sin remedio cambiar la voluntad de una persona, doblegarla, hacerla padecer de maneras en que la imaginación jamás se torcería al momento en que la patria grita y dice, pidiendo socorro, "ustedes son el futuro". En imágenes difusas, entre el poco sueño y la marea absorbente del sonido del aire haciendo presión sobre las paredes del trasporte, rostros surcados por las lágrimas y féminas presionando pañuelos contra sus pechos, retorciéndolos hasta reconocer el semblante de sus hijos bajando de aquél avión, delgados y maltratados, bajo densas capas de polvo y angustia. No era soportable, cayó en la cuenta funestamente al aterrizar en tierra segura, la imagen sola del padecimiento de aquellos seres, familias enteras destrozadas por pasiones, por deseos o por necesidades de perpetuar linajes y hacer honor a títulos y condecoraciones arcaicas. No, pensó, nada de aquello era valedero, al tiempo en que las puertas se abrían y se iniciaba el descenso final, la llegada al hogar prometido. 
Último en su posición, unos cuantos centímetros de avance le faltaban para llegar a la zona del avión que quedaba pobremente iluminada por el sol de invierno. Oculto por la perenne sombra que, al parecer, lo acompañaría de aquí hasta que sus días se extinguieran (esperaba, dolorosa en su forma también) de modo muy merecido, volvió la vista atrás por sobre el hombro, la nostalgia invadiéndolo sin piedad alguna. No había nadie más allí, el rostro brillante y los cabellos dorados de quien una vez había sabido sonreír como su mejor amigo no estaban ya más a su espalda para darle ánimos, para brindarle la sensación de paz que siempre, e inconscientemente, le habían traído. ¿Podría, sería capaz de seguir adelante de esto, sabiendo que no lo había encontrado y que probablemente jamás lo haría? La pregunta egoísta no podía ser reemplazada por otra de mayor relevancia, seguía palpitando sobre sus sienes y aprisionándose en su corazón con pesadez, pero aún así tiempo para más tortura existía y lo siguiente hizo presencia con efectividad perturbadora: ¿y Diana? ¿Qué haría Diana cuando tuviese la certeza absoluta de que él había quebrantado su promesa de un modo irreparable? Porque no cabía en su imaginación un modo más terrible de darle una noticia del talante aquél que teniendo que verlo, sin comprender del todo, con sus propios y cansados ojos, deseosos de ver al amor de su vida después de tanto tiempo transcurrido.
Al tiempo, terrible, imparable, en que sus orbes se posaron sobre su delgada y femenina figura y su corazón dio un salto dentro de su pecho, compungido en sumo grado por la idea del dolor ajeno. Era incapaz, realizaba entonces, de verla sufrir. No así, no de un modo que fuera su responsabilidad en todo sentido. Porque eso había sido Robert, su cruz, la carga que había escogido, su responsabilidad y su hermano. Había prometido a su amada serle leal y tomar cuidados respecto de él, no permitir jamás que nada se interpusiera entre su amigable sonrisa y la tierra prometida, las plegarias de su madre y los brazos de la señorita Smith, pero, aún así, había fallado estrepitosamente. ¿En qué clase de hombre sin honor, sin códigos ni fidelidad lo convertía a él aquello? La peor de las calañas, supuso, sin un ápice de dolor por aquella revelación. Lo sabía, inconscientemente, en qué desleal asesino se había tornado. Reposando todo su peso en la pierna sana (la otra, padeciendo todavía gracias a las esquirlas de una granada y restos de madera, vendada con la misma gasa que hacía dos o tres días atrás), el soldado se apresuró a atravesar la distancia que lo separaba a él de la señorita, porque si se daba el lujo de pensarlo dos veces, vacilaría. Y dudar, se dio cuenta, significaría volver a meterse en aquél avión, escribir su nombre, roto, sin significado ya, de nuevo en la lista de voluntarios y marchar, una vez más, pero esta vez en pos de las líneas enemigas solo para encontrar ese cuerpo que tanto añoraba, su amigo tan leal. Detrás de él, la puerta del avión de carga se cerraba con un estrépito rotundo, la cancelación de toda esperanza de que se tratara nada más que de un mal sueño.
Así, con cada metro de lejanía que se consumía como pólvora lamida por las llamas quedaba en evidencia la inmensa tristeza, el reconocimiento de la realidad en el gesto de Diana. No había nada, no existía una palabra de aliento o de compasión que mencionar, de más estaba la intención de contentarla con excusas vacías y promesas de reencuentro cuando la posibilidad de que jamás volviese a contemplar los ojos de su amor (que pronto se le irían olvidando, como la textura de la cubierta de un libro materno que quedó en el olvido en el andén de una estación cuando el joven Wright era pequeño) se volvía menos y menos probable con cada instante que palpitaba en el reloj. Su pecho se contrajo al presentarse frente a ella, todavía con la vista perdida a sus espaldas, a la espera de un milagro que no sucedería y que mantendría su corazón aprisionado a partir de ahora, haciendo cada latido doloroso en sus venas, como si el plomo de las astillas y el metal de las balas se hubiese colado en su interior y ahora corriera, en contra de su voluntad, en busca de su órgano vital, buscando finalizar con su tormento— Lo siento, Diana —se atrevió a decirle al final, su voz tan quebradiza y endeble como su estado físico, el cansancio de meses a la intemperie acumulándose en sus huesos y en lo áspero de la cadencia de su voz—, me pesa muchísimo —finalizó, porque los vocablos eran mundanos y sobraban, para, un momento ínfimo después, tocarle el rostro. Un roce ínfimo, con la levedad de la caricia que podría propinar una pluma y lo casual del alma intentando desahogarse, nada más que un gesto desgarrado de misericordia que busca por todos los medios alivianar la carga de un corazón al borde de resquebrajarse. Sabía que no era correcto, por supuesto, con testigos presentes y en la plenitud del estado público, pero poco importaba ya lo que cualquiera pensara de él dado que incluso por sí mismo se consideraba lo peor de la raza entera—. Va a volver —dijo, mientras la envolvía en un cálido abrazo, con un brazo a través de sus menudos hombros y la mano, herida y rasguñada aquí y allá, presionada contra el cabello castaño que olía, como el Paraíso en la Tierra, a ciudad y jabón—, se lo juro —arriesgó, porque, incluso sin temor a comprometerse frente a Dios y Su señora Madre, estaba dispuesto a prometer que volvería, que iría en su búsqueda y que, si así lo requería el caso, daría la vida. Ya no había vuelta atrás, todo lo que había era una ciudad y dos corazones que latían, adoloridos, por la presencia eterna de la ausencia del mismo ser.
Los rumores se fueron esparciendo como las esporas en el viento. Tanta muerte pronta y lágrimas iban apresurando la llegada de aquellas notificas desfavorables y otras que contenían una pizca miserable de esperanza entre la descomunal desdicha que se anclaba a cada familia incompleta. Su desconsuelo estaba tambaleando en una cuerda floja y la angustia clavaba día y noche causándole una ansiedad siniestra a la espera de buenas nuevas. ¡Oh que dolorosos aquellos meses de agonía! Los traía guardados en el alma, aprisionados en su pecho como un veneno ponzoñoso que emanaba cantidades de él, matándola lentamente mientras los infelices días transcurrían sin divisar nuevamente esos rostros tan requeridos por su persona desde el momento en el cual los vio partir. Se lamentó como nunca bajo el aterrador silencio sonoro de sus llantos en contraposición con los cañonazos que iban y venían quitándole el sueño a todos los habitantes de la ciudad, sin discriminar edad o cuan sensible eran ante esos espantosos estruendos que asesinaban el espíritu sin piedad. Afortunadamente la lacerante esperaba veía un destello de luz en lo que había sido un túnel oscuro y tenebroso de decesos. La guerra continuaba, pero los hombres de la 107 volvían a abalanzarse sobre sus familias y sus seres más queridos. La torpeza se apoderó sus músculos durante la mañana en el bar que de buenas servía café y unos humildes desayunos caseros. Una taza quebrajada sobre el piso y un recibo de más a una mujer que compartió sus penurias junto a ella por unas largas horas. La destreza en sus movimientos estaba desvaneciéndose poco a poco y no hallaba la bendita hora de quitarse el delantal y correr por la avenida a la espera de un caluroso abrazo y unos labios que dejaron su eterna huella antes de cubrirse de barro y sangre. El reloj se mofaba de su expectación y los minutos avanzaban con lentitud. El tópico era el mismo en todas las bocas, la ansiedad y la emoción del pueblo hacia sus héroes que no verían los horizontes del enfrentamiento bélico hasta dentro de un tiempo más si es que se prolongaban las contiendas. Como una chiquilla adolescente realizó todas las tareas de su jornada con una maravillosa sonrisa en el rostro. Purificaba la recesión que contaminaba el aire e iluminaba el rostro cabizbajo de los concurrentes del local. ¿Quién si no ella podría quitar el peso de la melancolía? A pesar de vivir entre cenizas ese afán por alcanzar los sueños seguía palpitando fuerte en su pecho, tal como si fuese aquel día en el cual conoció a sus héroes. Ansió compartir la felicidad junto a su compañera Mary, pero la realidad era completamente distinta desde el despegue de los estallidos. La rubia estaba refugiada en otra ciudad junto a su familia materna y no volvería hasta sentir que las aguas estaban serenas. Sabía de antemano que la mujer deseaba volver a ver a James tal como ella deseaba estrujar a Robert en sus brazos y rogarle por sobre todas las cosas que abandonara ese deseo patriótico a toda costa.
Sin meditar la idea dos veces se quitó el uniforme y salió agitando la puertecilla que hizo sonar unas oxidadas campanitas. No se preocupó demasiado por abandonar su puesto, tenía el permiso de hacerlo a sus anchas cuando el momento llegara. Corrió con el rostro reverberante por los caminos de tierra y el pavimento al igual que otro puñado de jovencitas y mujeres maduras que murmuraban a destajos la alegría de reencontrarse con sus hombres. Todas con el puño cerrado, albergando la seguridad de no tener que oír malas noticias, y aquello la incluía a ella, que de no ser por una certeza y una intuición habría estado desmenuzándose los dedos envueltos en incertidumbre. Robert volvería, al igual que James, ambos poseían un carácter implacable y esa pasión por permanecer con vida y al mismo tiempo perder el aliento por su nación. No estaba dentro de las opciones que los dos amigos no se cuidaran la espalda de un ataque proveniente del enemigo y tal hecho tranquilizaba los latidos intermitentes de su corazón.
Una muralla de individuos se agitaba de lado a lado a la espera de que el avión aterrizara en el mismo lugar que les quitó lo más preciado que tenían. Los fantasmas del pasado se hicieron presente ante sus ojos y si algo le preocupaba era que recordaba más su despedida con el hombre no correspondido que con aquel fornido soldado del cual estaba sintiendo el efecto de la punzante flecha clamando amor eterno. Se reprendió al instante por atraer malos augurios y por sobre todas las cosas sentir una culpa inmensa. No era el momento ni el lugar para recapacitar sobre todo lo ocurrido unos meses atrás. Tomó una bocanada de brisa fría que curtía su rostro junto a la escarcha del invierno amenazante que caía sobre sus hombros y palpó su pecho teniendo la sensación sobre la palma de su mano. Estaba próxima a derramar lágrimas de conmoción y tener nuevamente al hombre de su vida en carne y hueso y no como un viejo recuerdo vago que se construía de memorias vividas. ¡No tenía palabras para balbucear en ese segundo! Tampoco las jovenzuelas vestidas de colores pasteles y otros más llamativos sobre sus vestidos. Nadie tenía el valor de correr hacia los suyos todavía, nadie quería cruzar la intranquilidad, pero el ser humano es débil y el amor puede mucho más que la serenidad.
Los hombres iban descendiendo con un pesar visible sobre sus párpados. Era estremecedor observarles sin abrir los labios pero a la misma vez esbozando una sonrisa que partía el corazón en mil pedazos. Se imaginó cuánto habían anhelado pisar suelo americano junto a sus familias, se imaginó que gran parte del cuerpo militar rezó día y noche por no amanecer con los huesos rígidos y la piel inerte y trajo a ese instante la angustia vivida en las tiendas de campaña trabajando como una enfermera desecha entre los cuerpos. Pero no había espacio para el pasado, el presente estaba golpeando su columna con violencia y no fue hasta que observó a un castaño maltrecho y pálido con vestimenta remendada arrastrar los pies con la expresión digna de un funeral. Era James, ¡Era James Wright! ¡Y qué feliz se sentía de verlo de nuevo! Agitó las manos como una mujer enloquecida para que este captara su atención, gritándole a los cuatro vientos su nombre para cruzar miradas nuevamente, pero este no parecía posar su atención en ella, más bien evitó toda muestra de júbilo. Se hubiese preguntado el porqué, pero no necesitó una prueba más contundente para reflexionar sobre la realidad. Sus conclusiones estaban quemando todo rastro de vida dentro de su cuerpo y muy pronto esas manos tan agitadas dejaron de mostrar movimiento hasta dejarse caer a los costados. Humedeció sus labios y rezó de súbito a Dios porque aquella puerta se abriera de nuevo y un olvidadizo Robert Simmons bajara la escalera con un toque de nerviosismo por pasarse sumido en los brazos de morfeo justo a la hora de aterrizar, pero no, ese altísimo Dios estaba haciendo oídos sordos, ¡Y sí que comenzaba a doler la incertidumbre que hace unas horas era inexistente!
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j-emwright · 11 years ago
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1942, durante la segunda gran guerra
Nadie en especial:
A veces me pregunto qué pensaría mi padre cuando se vio en la misma situación en la que me veo envuelto ahora, con los estallidos de las balas y los cañones ensordecedores, los gritos que se elevan por el aire crepitando como las llamas, los hombres siendo arrancados de la vida cuando aún les queda tanto por ver, por disfrutar.
Ya no divago al respecto tan seguido, sumido en tal grado en la inmundicia de las pocas trincheras, moviéndonos todo el tiempo en ofensiva y defensiva, pero aún así, en estas noches heladas en las que la distancia y los estallidos son de tal modo moneda corriente que uno apenas si reacciona ante los fuerte sonidos, son palabras que se acercan peligrosamente al cántico susurrante de una alimaña malintencionada sobre mi hombro, que no me deja en paz. ¿Estaría él orgulloso de mí, de lo que he logrado, de la guerra en la que me envolví para vanagloriar su nombre y de los hombres que tuve que asesinar a sangre fría para cuidarme la espalda? 
Siendo sincero, mi más profundo deseo es que no lo esté, que si mi madre desea estarlo para poder tener algo que decir de mí en el futuro (si es que existe para mí alguno, por supuesto) nadie puede quitarle el derecho. Tener que soportar sobre sus delgados y ancianos hombros el peso de una familia de hombres desesperados por experimentar el peligro y exponerse a ser tocados especialmente por las garras de la muerte le ha valido mi amor y aceptación incondicional, siendo objeto de reproche ninguno de sus caprichos, incluso si éstos son glorificar a un hijo y un esposo, que en paz descanse mi señor padre, asesinos por naturaleza. 
Creí en el pasado que esto sería mucho más simple de afrontar pero ahora me doy cuenta de que en realidad el haber derramado sangre se vuelve cada vez peor en la conc
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j-emwright · 11 years ago
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1942, durante la segunda gran guerra
A Robert:
Esto será disgustantemente breve. 
Juré por mi vida, ante la patria y sobre el suelo que me vio nacer, crecer y convertirme en lo que soy hoy, que iba a protegerte, que iba a cuidar de ti como mi hermano y como uno de los hombres más grandes que he conocido en todo mi paso por esta tierra inundada de expresiones violentas y agresividad sinsentido, de ambiciones mundanas y desproporcionadas que nos llevan a alejarnos de nuestras mujeres y arriesgar la vida con afanes de proteger algo que no nos compete, que no debería interesarnos. 
Podrían fusilarme si alguien leyera esta carta, notando de modo claro y sin tapujos mi nueva condición de soldado que no confía en su misión, que está desinteresado del futuro de su nación y que lo único que en realidad quiere es volver a casa a ver, más no sea a través de la distancia y por última vez, a la mujer que idolatra. Antes de morir, sin dolor según confesó, uno de los soldados con los que me vi emparejado desde el inicio de está misión que se me ha otorgado, confesó que deseaba su hogar, que anhelaba sus cosas y que morir así era lo peor que podía sucederle, totalmente consciente de cómo probablemente jamás iba a volver a aquél sitio. Me di cuenta, por ende y después de largas horas de meditar con las manos manchadas de la sangre carmesí de un joven apenas mayor de edad que sostuvo sus ideales hasta su última exhalación, que todos deberíamos ser fusilados si de traición se trata el deseo de volver a casa. Por el susodicho motivo es que enterraré este documento inmediatamente después de finalizar su escritura, más temeroso de la ira de mis comandantes y superiores que del destino o de Dios mismo. 
Quiero volver a casa, Robert. Deseo volver para contemplar los espejos azules de la mujer que amo y poder decir que sobreviví a todo esto, que sobreviví al patriotismo y a mi sentimiento de nacionalismo, que sobreviví al orgullo y a la supuesta validez de esta guerra de la cual ahora desconfío pero debo callar. Aún así, y sabiendo que quizá se cumpla, preferiría encontrarte ahora mismo y morir al instante siguiente, protegiéndote.
Porque sí, hermano mío, he visto tu nombre en la lista de los desaparecidos.
Desde ese momento me obligo a cada instante a pensarte en presente. No puedo creer en eso, no si quiero continuar adelante.
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j-emwright · 11 years ago
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1942, durante la segunda gran guerra
A mi estimada madre:
Planeo ser breve, porque son pocos los días en que podemos disfrutar de un momento de tranquilidad o dos, unos cuantos minutos en los que se nos permite descansar del ruido de fondo que nunca cesa: las órdenes de nuestros superiores, los gritos, los preparativos para la guerra.
No le cuento esto con afán alguno de preocuparla o hacerla sentir mal respecto del paradero de su hijo, jamás antes me había sentido más seguro de haber tomado una decisión correcta en toda mi vida. Es extraño despertar aquí, a un par de metros bajo tierra y con cada hueso de mi cuerpo padeciendo el frío del invierno, pero al mismo tiempo se siente bien en el pecho, justo sobre el corazón, el saber que estoy contribuyendo a la protección de nuestra patria, nuestra libertad. Estoy seguramente siendo repetitivo, pero mi honor me lo exige hasta el momento de regresar, cuando seguramente el brillo del patriotismo se habrá extinguido para dar paso a la inmensa sombra de los recuerdos de los horrores de las situaciones vividas aquí.
Adjunto dentro del sobre una fotografía que nos ha sido tomada a todo el grupo junto al arribar aquí unos cuántos días atrás. Sinceramente espero que no se pierda y jamás arribe a su destino, traspapelado entre el ajetreo gigantesco de las cartas de los miles de soldados deseando enviarles a sus familias y seres queridos algo de ellos, un poco de cariño. Debo finalizar aquí la carta, madre, porque el deber me llama a cumplir con mi tarea. Estoy bien y deseando volver a verla pronto, mi corazón estará siempre con usted y mi patria, madre. 
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j-emwright · 11 years ago
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j-emwright · 11 years ago
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Era como un espejismo que formaba parte del invierno, toda palidez y labios sonrosados por el frío, el cabello alborotado por la brisa. Su perfección lo habría sido más de haber estado rodeada de puros copos de nieve, enredándose en su pelo oscuro y formando pequeñas y delicadas cadenas. No quería tentar al destino mirando a la dama a su lado siquiera de soslayo, y mucho menos a su propia suerte, tan decaída desde el momento en que su corazón ciego osó enamorarse de ella. Tantas veces se había preguntado si aquella noche había sido una bendición o una cruz, tantas veces cuestionándose sus propias acciones, ¿y de haber hablado primero, qué hubiese sucedido? Quizá hubiese dejado de ser invisible ante los demás, opacado ante la sombra de un hombre hecho y derecho como lo era su amigo Robert Simmons. Se presionó el puente de la nariz con el dedo índice y pulgar de la mano derecha, intentando alejar así aquellos pensamientos de su mente... no era el momento y ni tampoco el lugar para estar dando rienda suelta a su cabeza para finalizar cayendo en semejantes conjeturas. Inhaló aire profundamente, sintiendo al hacerlo un leve atisbo de metal y un muy agradable perfume dulzón. 
James sintió una insondable decepción de sí mismo en el momento en que le vio agachar la cabeza con pesadumbre, agobiada seguramente por el peso de las palabras que él había comentado anteriormente y el significado que éstas llevaban consigo. ¿Podía ser un hombre más desconsiderado con una mujer que demostraba apreciarlo, incluso después de que él hubiese desmerecido cualquier tipo de afecto que ella pudiese querer entregarle? Se daba a sí mismo el beneficio de poder dudar acerca de eso, ¿qué clase de caballero era? O, mejor dicho, ¿era un caballero en absoluto? Porque un hombre de esa clase protege las cosas que estima y las valora de formas que él ni siquiera podría imaginar. Le dedicó una mirada, reclinándose ligeramente contra el muro del monumental galpón detrás de él, parecía estar sumida en sus propios pensamientos intrincados mientras él se debatía en la oscuridad de los suyos y se abstuvo de preguntar los por qué. No era necesario que ella dejara relucir sus inconvenientes y contrariedades con alguien que tantos de ellos le había brindado, por mucho apoyo que él desease poder brindarle. — Espero me permita agradecerle la voluntad de estar aquí, tanto como el gesto de haberse presentado aunque no debía hacerlo, es usted una mujer excelente, Diana. Espero que el tiempo de alejarnos sea fructífero y sirva para despejar la mente de las cosas que son inútiles, de modo que, si regreso, podamos construir una relación mejor que la actual  —expresó con sinceridad en voz baja, esperando que el comentario no sonara fuera de lugar o atrevido de su parte— ¿Sabe usted, señorita Smith, cuán maravillosa mujer usted supone para este mundo? Y no estoy haciendo mención a mis escandalosas declaraciones anteriores, sino a un juicio de valor completamente objetivo. Su bondad es algo que no se ve todos los días, estoy en deuda eterna con usted por estar aquí ahora, incluso sabiendo que está perdiendo su tiempo —James esbozó una pequeña sonrisa mientras levantaba la vista hasta ella, para posar los suyos sobre sus eternos ojos azules, era una sonrisa que se sabía rota pero que él esperaba que la dama frente a él no notara de aquél trágico modo.  
— Una vez más, agradezco sus palabras de aliento, señorita Smith —un asentimiento fue todo lo que hizo falta para darle respaldo a la frase. El muchacho sentía una gratitud verdadera dentro de su corazón, pero no podía prometer que iba a regresar. Ni él lo sabía, ni el destino lo querría. Ella hablaba de esperanza y ansiedad, pero lo único que a James mantenía esperanzado era el no morir para poder volver a verlos a todos. Ser capaz de regresar a la calidez de su hogar, ser recibido por los pasteles de su madre, beber un trago con su amigo de toda la vida, poder sonreír a Diana como la simple amiga que ella debería ser. Regresar a su vida normal.  Entonces, luego de unos cuantos segundos de silencio que le habían dado al joven la posibilidad de pensar acerca de aquello, ella reinició su amena conversación, como si por alguna razón hubiese leído, tan claro como escrito en un papel, lo que James había cavilado en su fuero interno. Volvió el rostro para poder mirarla, atrapado una vez más por el dulce y amable modo que ella tenía de hablar y dirigirse a él, y por un momento se sintió como en casa. Fue capaz de olvidar su próximo destino y los meses de sufrimiento que le esperaban, perdido en la cadencia suave de su voz, atesorándola en su mente para serle de alivio durante el período oscuro de su vida que le esperaba una vez que descendiera de aquél magnífico avión de guerra. Bosquejó una sonrisa agradecida en su rostro, ya cansado de tener que repetir las palabras, completamente seguro de que ella estaba consciente de su agradecimiento. En la lejanía, los soldados de mayor rango ya se dirigían hacia el transporte, y los generales se disponían a pasar lista entre las filas de soldados rasos. Tragó saliva con lentitud y parándose firme delante de ella, le extendió la mano para saludarla. Sólo Dios sabía si la volvería a ver algún día.
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Se abrazó a sí misma, a unos pasos del hombre que permanecía sereno, casi tranquilo a pesar del clima hostil y melancólico que se vivía en ese aeropuerto. Lo oyó mencionar una corta frase, que si bien no estaba recargada de una amargura justificable debido a los eventos previos, tampoco fue emocionante o grata haciendo contraste con oportunidades anteriores, pero Diana sabía la razón, ambos lo sabían y no iba a reprocharle, su educación y el respeto iban por sobre todas las cosas y no iba al caso liberar conclusiones erróneas acerca de los dichos en esa tarde lluviosa a plena avenida, al menos no por ahora que estaban a minutos de dejar su nación para involucrarse en una batalla que tenía en ambos lados de la balanza la vida y la muerte de los soldados, como él y como Robert. Todo era llanto y muchedumbre, pero James se encontraba relajado, con los brazos a los costados, observando en la lejanía, sin siquiera detenerse a admirar a la mujer que estaba de manos entrelazadas, esperando que se decidiera a dedicarle una leve sonrisa.
La brisa fría revolvía sus cabellos y le hacía sacudir sus hombros al sentir un extraño cosquilleo en su tersa piel de porcelana. Iba a abrir los labios, para quebrajar el silencio molesto que se interponía entre los dos jóvenes, pero fue inútil, el joven ya había tomado la palabra en sus manos y estaba excusándose otra vez por una declaración que era totalmente normal. Diana agachó la vista, era inevitable sentir culpabilidad, sentir que era la manzana de la discordia y que además Mary no podría perdonarle si algún día se enteraba de lo sucedido. Dio un trago y este recorrió su garganta entretanto sus delicadas y finas manos permanecían a la altura de su abdomen, evitando que la ventisca moviera la falda de su vestido más de la cuenta. Negó con la cabeza, el muchacho se estaba martirizando por sentir, por vivir, por ser un ser humano que no controla lo que sucede en su corazón y en su mente, algo que la castaña nunca pudo entender a lo largo de su corta vida, no estaba furiosa, tampoco ofendida, estaba pasmada y asimilar que el mejor amigo de su hombre sentía una conexión que iba más allá de lo discreto y lo cordial era un hecho que vagaba por sus alrededores, recordándole de vez en cuando que ya era hora de afrontar esa verdad. Arqueó las cejas, lo veía solitario y arisco, pero se contuvo de preguntar si ocurría algo más en su vida que no fuese el mal entendido entre los dos.— Ya me despedí de Robert, está con su familia, la familia siempre es lo más importante y por eso me tomé la libertad de regalar unas palabras de aliento si eso es lo que usted necesita —.dijo de todo corazón con esa magnificencia en la que se plasmaba su femenina y agradable voz.— ¿Enfado? Su país no está enfadado, tampoco yo, ni sus amigos, ni su familia, al contrario, el orgullo es infinito —.lo observó, obsequiándole una de sus mejores sonrisas. No sabía cómo es que podía reaccionar tan natural, sin pensar en lo dañado que se debía estar sintiendo James, pero cualquiera fuera la táctica la mantenía neutra, sin desesperarse por darle un abrazo y sollozar otra vez al sentirse una mujer desgraciada que había roto un corazón sincero y maravilloso.
La tensión era casi palpable, todo tono de voz incómodo era gracias a ella y rogaba a Dios que le diera la capacidad de resolver todo de alguna forma equitativa, el joven Wright no se merecía nada de lo que le estaba ocurriendo en ese momento, ni su rechazo, ni la guerra, ni la nostalgia, él se merecía mucho más que eso, pero Diana no podía ser quien le entregara parte de esa felicidad que estaba añorando desde antaño, ella estaba amando a otro, pero compartiendo sus buenos deseos y preocupación por un hombre que arriesgó su vida en ese bar, golpeando al ebrio soldado que intentaba poner sus sucias manos sobre su cuerpo y aquello era algo de lo cual nunca se olvidaría, un recuerdo que estaba grabado en su mente y que se aparecía de vez en cuando para recordarle que estaba endeudada eternamente con él.— No es algo fuera de lo común James, solo deseaba decirle que aunque esté en territorio extranjero habrán personas que lo estarán esperando con mucha esperanza y ansiedad, me incluyo —.sus labios se curvaron levemente mientras sus pies daban un paso más adelante.— Nunca piense que morirá, nunca piense que no lo logrará, porque su valentía y su carácter lo van a llevar muy lejos, un hombre honesto y con buenos sentimientos es lo que le hace falta a esta sociedad, por lo cual nada permitirá que usted deje esta nación haciéndonos una falta —
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j-emwright · 12 years ago
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La voz de la señorita Diana Smith —modo, en apariencia, indiferente en que se había forzado a sí mismo a llamarla a partir de la ridícula experiencia de la confesión en la calle aquella tarde lluviosa— sonaba suave, encantadora y venenosa en sus oídos. Dirigió su vista a la lejanía, donde el gigantesco avión de carga esperaba con su base abierta de par en par a que los pasos de los jóvenes soldados retumbasen en su estructura y se perdiesen allí, tal vez, para siempre. No podía darse el lujo de observar su rostro, sus facciones angelicales, demasiado siquiera para ser contempladas en la tierra. No sabiendo lo que la simple visión de sus brillantes orbes azules podían provocar en él, lo malo que ese deseo se volvía cuando incluso superaba las barreras de su amistad con el buen Robert. A aquélla especie de fascinación que él sentía por la mujer no le interesaba de amistades, de distancias, ni siquiera de honor; habría hecho cualquier cosa por poder salir a la luz. Pero él debía evitarlo a toda costa, y mirándola siquiera, no estaba contribuyendo al olvido. Al contemplarla se abría ante el hombre un mundo nuevo de cursilerías y romanticismos imposibles de evitar pero que, de todos modos, no lograban hacerle honor. Podía hallar cientos de comparaciones para el color de sus ojos y el modo en que sus labios se curvaban al hablar, pero nada resultaba suficiente o aceptable. Alejó esos pensamientos desubicados de su mente, concentrándose en el calor del cigarrillo ahora más cerca de sus dedos, como intentando acercarlo a la realidad de manera brutal.
Dejó escapar su oxígeno vital por entre los labios resquebrajados por los nervios y la helada ventisca de tanto tiempo expuesto al entorno. Era tan imposible no desear hablarle con dulzura, que incluso resultaba un infierno intentar esbozar un tono indiferente. Cualquier cosa que no fuera frialdad en la voz del soldado Wright recibiría, de parte de ella, una respuesta cálida y apacible que lo obligaría a querer estrecharla entre sus brazos como despedida. Y aquí, otra vez, la sensibilidad de su mejor amigo desde siempre quedaría herida. Negó con la cabeza. Su situación había desmejorado mucho a partir de aquella primera noche en el altercado del bar, y muchas veces se preguntaba qué hubiese sucedido si Robert hubiese cedido ante la principal negativa con la que James había respondido a su invitación. Quizá no estaría su vida dividida entre amor y amistad, tal vez no miraría con nostalgia y un poco de envidia las despedidas amorosas el resto de los soldados y de sus familias. Podía verlos a todos, más allá. Los soldados abrazando a sus mujeres, besándolas y prometiéndoles entregarles sus vidas por completo a su regreso… incluso sabiendo que todo podía ser una falsa promesa, nada más que una ilusión. — Solo procuremos que estas últimas palabras cumplan un mejor papel que aquellas que han sido las anteriores, tan vergonzantes y por las cuales no cesaré de pedirle disculpas, señorita —distancia fue lo que su voz reflejó, y casi se alivió de que sonase convincente ante sus propios oídos—. Pero estoy seguro que está harta de oír mis excusas, señorita Smith, así que me limitaré a preguntarle ¿qué es lo que hace usted aquí, con un hombre de poco aprecio, pudiendo estar despidiéndose de su hombre, en un día tan triste como hoy? Y no lo tome a mal, resulta agradable que alguien me despida con algo que no sea enfado de mi tierra natal —evitó con cuidado cualquier mención a su madre y a la negación que ésta estaba experimentando, lo cual la había llevado a confesar un disgusto profundo con las decisiones de su hijo. Él la comprendía y había esperado que, de todas maneras, ella se presentara a despedirlo, consciente de que él podía estar formando nada más que parte del barro de la tierra extranjera en un par de días, pero ella no lo hizo. La mujer había pasado por esto una vez antes, y él entendía que no había salido como lo planeado, que el Wright anterior que decidió arriesgar su vida por la patria regresó a ésta en un cajón de fina madera, cubierto por una bandera de la nación en sentido de gratitud. Sus placas y conmemoraciones aún están enmarcadas y expuestas con detallismo sobre el hogar de leña de la sala de estar de la viuda de Wright, el uniforme todavía guardado con celo. Terca y obstinada como cualquier mujer, James la perdonó, como de seguro lo hizo su padre el día en que él también partió hacia la guerra y ella también derramaba lágrimas de rabia— Lo fuera de lo común es que sea usted quien lo haga, ¿no le parece, señorita?
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Intentó, sin éxito que el tiempo pasara lentamente, que las horas fueran generosas en cuanto al futuro panorama que le esperaba al final de un largo túnel de risas y sueños esperanzadores sobre el amor, luchó con todas sus fuerzas, cerrando los ojos y apretando los párpados con fuerza a media madrugada para olvidar la grisácea idea de la guerra como tal, lamentablemente no era un simple rumor que iba de boca en boca, los muchachos ya estaban seleccionados con sutileza y el pueblo, la familia y las mujeres se preparaban para verlos partir con el alma en un hilo, balanceándose de forma endeble entre sus claros y oscuros cabellos. Diana estaba entre ese grupo de mujeres intranquilas que harían el gran esfuerzo de mantenerse solitarias por las aceras hasta que el ruido del gran ave de acero volviera a retumbar en la ciudad, trayendo más buenas que malas noticias. Si bien creyó que su madurez y experiencia le ayudarían para no volver a enfrentar una situación tan complicada y angustiante como esta, no pudo darle un rotundo rechazo al hombre que se veía nervioso, consternado y a la vez expectante por salir a defender con honor y temple el rojo, azul y blanco de la bandera flameante en el mástil. El viento balanceaba su falda con una serenidad aterradora y su mano sostenía con firmeza el fornido brazo del soldado, quien no cesaba su mirada por sobre las delicadas y esculpidas facciones de la muchacha. — A veces…a veces no entiendo la terquedad de ustedes, los hombres, ¿El permanecer en tu hogar con tus seres queridos te hace un cobarde? La nación está en guerra, no tú, no yo, no todos nosotros, no es justo que te batas a muerte con un extranjero para recordarles qué papel cumple los Estados Unidos en ese conflicto, ¿Lo entiendes? —la castaña y su ímpetu de aflojar la lengua para expresar sus sentimientos sin tapujos, esa era la joven que estaba hablando frente a los azulados ojos de Robert, reteniendo el aire en sus pulmones, estrujando con sus manos ambos brazos envueltos en esa inusual vestimenta, tragando saliva con dificultad y evitando que una cascada infinita desembocara por sus mejillas. El soldado, que permanecía erguido en una postura única tan solo alzó la mirada al cielo y luego a la figura femenina que yacía frente a él, reprimiendo cualquier sensación de ahogo dentro de sí. “Y eso es algo que ustedes, bellas mujeres, nunca entenderán, porque nos inculcaron este valor desde que comenzamos a razonar y es una forma de demostrarles que somos dignos de morir por lo que amamos.” Aquella frase bastó para sellarle los labios, estaba obstinado y obsesionado al igual que todos los jóvenes por triunfar en el continente vecino, siquiera su familia podría quitarle esa meta de la gran escalinata que subía peldaño a peldaño.
La despedida fue como un caluroso infierno, una soga que le estrangulaba el cuello de tal forma que deseaba desesperadamente gritar hasta saciar su melancolía y desvanecer sobre el suelo. Reconfortó entre sus brazos una imagen más retraída de Robert, besándolo repetidas veces y acariciando su rostro como si no hubiera mañana. Pensó que era necesario darle un espacio para estar con su familia, que ella no era la única mujer que lo extrañaría por el día y la noche, que la más afectada era su madre, por lo cual se alejó unos pasos más allá, escondiendo la mirada, cabizbaja, de brazos cruzados sobre su pecho, observando la conmoción que existía en el ambiente. Allá, a lo lejos, huidizo y esquivo se encontraba James, lo reconoció simplemente por el semblante imperceptible que le cubría el traje, cómo olvidar a ese hombre luego de hallarse en una encrucijada personal cada vez que su nombre resonaba dentro de su cabeza. La balanza estaba equilibrada y lo menos que deseaba en ese momento era tener un equilibrio entre ambas opciones, acercarse o dejar sus pies anclados al cemento, quizá una despedida no sería la mejor idea, más bien resultaría descabellado y atrevido de su parte. Meditó en una milésima de segundo, hasta dar con la respuesta del acertijo, la cortesía y el corazón hinchado en su pecho le permitieron caminar sin vergüenza por entre los grupos de individuos, hasta llegar a él. El trago amargo tuvo flujo en su garganta y su rigidez era sorprendente, por primera vez la timidez se apoderaba tanto de su cuerpo, aquella mujer valiente y segura se había marchado, corriendo con todas sus fuerzas para esconderse, dejando a una más débil, con las piernas temblorosas y la lengua adormilada dentro de su boca. Pronunció su nombre, casi como un murmullo quebradizo que se mimetizaba en el soplo de la brisa. Ver sus profundas pupilas y su pálida piel curtida por el frío no hizo más que hacerle estremecer por un leve segundo, haciéndole sentir un estruendo en su estómago. — Yo…creo que… —inspiró y exhaló aire de forma torpe— Es necesaria una despedida, ¿No cree usted? Después de todo…se va a la guerra, estas podrían ser las últimas palabras que cruzaremos, ambos.
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j-emwright · 12 years ago
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Frío. Tenía la piel erizada y el corazón acelerado por el mero hecho de que podía visualizar, en la distancia y a través de la niebla que se asentaba unos pocos centímetros y hasta un par de metros por encima del suelo, la gigantesca estructura del avión que lo conduciría a la helada guerra que se estaba llevando a cabo al otro lado del mundo, tan ajena a él como incrustada dentro de su ser. Por delante de él atravesando algunos cientos de metros estaba aquél ave de metal del color de la plata, atemorizante, erguido entre las penumbras como un monumento salvador, un faro de luz en la oscuridad. El joven Wright había dejado de tener miedo desde hacía largas jornadas, cuando por razones que entendibles y que ahora clavadas en su pecho ya no dolían de la misma manera que antes, aquella mujer había comentado entre lágrimas la verdad que él sabía efectiva pero que prefirió evitar hasta tener la dolorosa confirmación delante de sus ojos. Ahora le resultaba increíble y bastante tonto el haber pasado sus días en una lastimosa espera para que, al final, la respuesta terminase siendo negativa, ¡y aún más cuando cavilaba sobre ello y se daba por enterado de cuán evidente había sido todo el tiempo! El amor que ella le tenía a Robert —porque respondiendo a lógicas incomprensibles su nombre sí podía pronunciarlo, en tanto que el de ella quedaba atrapado y enredado en su garganta cada vez— palpitando en sus ojos como el batir de las alas de una golondrina, la manera en que parecían gravitar uno en derredor del otro, el modo de comunicarse de ambos, tan delicadamente que resultaba en la total envidia y sensación de estar interrumpiendo algo muy sagrado y privado de cualquier ser humano que se encontrase a su alrededor.
Elevó la vista de sus pies y del suelo humedecido por la llovizna que azoraba la ciudad desde horas prematuras de la madrugada, yendo a juego de una manera extrañamente casual con su estado de ánimo gris y cabizbajo. El último cigarrillo que fumaría en su tierra natal hasta Dios sabría cuándo ya se consumía entre los dedos índice y corazón de su mano derecha, otra vez pensó en el miedo. Pensó en su antiguo temor de cada noche a cerrar los ojos, la oscuridad, que ella no estuviera esperándolo allí para ser su refugio para todos los males que tendría que pasar en la guerra, todos aquellos pavores infantiles que había estado resguardando desde que la había visto por segunda vez y había tenido oportunidad de pelear por ella en un altercado de fundamentos estúpidos. Todo se había ido con el último "no" que ella había pronunciado, luego de que él tomara fuerzas desde donde no existían para poder quitar de sí la confesión que se cernía sobre su pecho robándose su aliento en todo momento. Ahora desasosiego recaía en otros tópicos: en su mejor amigo, en hallar una manera de protegerlo por sobre todas las cosas, en que su madre recibiera la carta que él le había enviado para despedirse, en decenas de cosas que ahora podía evocar. En ningún lado existía la idea de cuidarse a sí mismo, ahora no parecía haber nada que lo estuviera moviendo hacia adelante para volver aquí, a pisar de nuevo ese lugar. Mantuvo sus ojos entrecerrados, escudriñando la niebla y viendo a los trabajadores subir al avión grandes cajas de suministros, medicamentos, armamento, todo sucediendo frente a sus ojos. Un poco hacia su izquierda, apenas un par de metros de su posición retirada, docenas de soldados jóvenes como él se despedían de sus amadas y sus familias con largos besos y abrazos, con calurosos 'hasta luego' y 'vuelve pronto, te vamos a extrañar'. Incluso vio a Robert, su joven amigo, intentando sonreír a sus parientes y a ella a través de la clara preocupación y la tensión en sus hombros. Más allá de que no hubiese nadie ahí para él más que la dama rubia que acompañaba de cerca a la de cabellos oscuros y orbes azules, se sentía bien respecto a los constantes vistazos que su mejor amigo lanzaba hacia la multitud, buscándolo, inadvertido de que se hallaba sumido entre las sombras, esperando al momento de largarse de allí. Bajó la vista una vez más, tratando de olvidar que la mayoría de la gente por la que rezaría cada día de su exilio se encontraba a varios metros de él, interesados en hallarlo y despedirse de un modo dulce y familiar. Suspiró. Cerró los ojos y dio la última calada al cigarro falleciente entre sus dedos. Sólo los volvió a abrir cuando oyó aquella voz, tan cercana y real que le dio escalofríos. — ¿Q-qué hace aquí? No debería estar aquí, malgastando tiempo que podría pasar con su amado, señorita. Lo... —dudó unos segundos— lo digo por experiencia.
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j-emwright · 12 years ago
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j-emwright · 12 years ago
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Al principio fue solo un susurro acompañando su nombre a través de la brisa húmeda, como si quien lo pronunciara no fuera más que una alucinación producto de su propia imaginación: algo salido de lo más profundo de su mente. Pero luego, por alguna razón que no pudo comprender en aquél instante, pensó en el color que había visto en la tienda, e intentando descifrar la sensación que le había provocado, su memoria regresó a los ojos de Diana de modo automático; la manera en que la tela iría de la mano tan perfectamente con el tono de su piel y sus ojos. Pero luego la voz se volvió más fuerte y clara, para después transformarse en algo completamente tangible y real: la suavidad de una mano femenina presionando con brusquedad suficiente su brazo para conseguir que se volviera. No la oyó venir, tampoco supo de dónde había surgido hasta el momento en que la vio de frente. Cuando el tacto tibio usurpó su piel, alejó la extremidad al instante, turbado de golpe por el hecho de que alguien, en la calle, fuese lo suficientemente desfachatado para acercársele tanto. Perder la compostura de una manera semejante, ¿quién podría? Después de un instante, cuando se dio la vuelta lentamente, deseó con toda la fuerza de su corazón palpitante no haberse hecho esa pregunta. Se inquirió a sí mismo si habría alguna fuerza mayor que él que se hallaba vuelta en su contra, pero luego decidió que seguramente el Señor estaría ocupado en otros asuntos de más relevancia, como para tener que ocuparse también de entrometerse en la vida de uno de sus fieles ciervos. Impresionado por la belleza de la mujer que tenía enfrente, en la manera en que sus rizos caían en forma de una cascada broncínea sobre la piel pálida de su cuello, hacían resaltar sus ojos azules y sus mejillas sonrosadas; no fue capaz de hilar las preguntas correctas: cómo había llegado, de dónde había emergido, qué deidad la había ayudado a encontrarlo. Debido a la mirada que la señorita fue capaz de entregarle al soldado, cualquier tipo de duda fue automáticamente redireccionado hacia la casualidad, sin siquiera cuestionarse otras opciones y descartado por completo.
Por un lado podía notar la manera en que se avergonzaba por su actitud tan desacatada, por el mohín que había osado esbozar: esa mezcla entre enfado y pudor de saber que, aunque quisiera, no tenía nada que reclamarle al joven Wright pero que, de todas maneras, lo haría sin más. Prestando atención suficiente, en la otra complicada faceta, predominaba la confusión y la desesperación por deshacerse del misterio que había recubierto al muchacho durante las semanas en que él se había encargado de no aparecer en, absolutamente, ningún lugar en el que ella pudiese encontrarlo. Entonces, cuando se disponía a despegar de su aletargo y emitir algunas palabras —excusas, justificaciones quizá—, ella comenzó a hablar y lo dejó pasmado, helado en su lugar e imposibilitado de pronunciar una sola palabra. ¿Acaso estaba... acaso Diana Smith, la mujer que había conocido varias semanas antes, esa que iba a defender sus ideales aunque éstos ocasionaran que la Tercera Guerra Mundial se adelantara y desatara en los reducidos confines de un bar de los suburbios, acaso era esa la mujer que lo increpaba ahora, en medio de la calle y de un modo tan poco propio de una dama respetable que le resultaba estremecedor? — Diana, ¡Diana! —exclamó, pero aún sosteniendo bajo el volumen de su voz, debido a que un puñado de los transeúntes que aún deambulaban por las tranquilas calles de la ciudad estaban mirándolos de modo poco amigables y, otros incluso como si estuviesen locos—. Señorita Smith, le pido encarecidamente, baje la voz en este instante. Comprendo que usted necesite respuestas y quizá no pueda dárselas todas, pero prometo que lo intentaré si usted accede a mirar a su alrededor y caer en la cuenta de que éste no es el lugar más apropiado para la charla que usted me pide que entable con usted.
Confiando en que la muchacha comprendiera la situación y el aprieto en que los estaba poniendo a ambos y que, al hacerlo, se diese el lujo de pensar en qué reputación prefería conservar frente a la gente que los estaba observando, la miró a los ojos hasta que esta recuperó la compostura. — Diana, por favor —susurró, ahora mucho más confidente de lo que había sido jamás con otra mujer, poniendo más confianza y pasión en ese susurro casi inaudible que en cualquiera fuera la cantidad de palabras que el soldado hubiese pronunciado en toda su vida. Bajó la vista por unos momentos, compungido por no saber qué decir, cómo iniciar a explicar la revelación de todas las cosas que había callado por un tiempo mucho más que suficiente para cualquier corazón herido y necesitado de un desahogo. La observó a ella y, luego de un suspiro y de que otro peatón curioso se alejara sin conseguir oír qué era aquello que los dos jóvenes discutían con tanto ímpetu y en medio de una acerca pública, la tomó con disimulo pero suavemente de la mano y la obligó a caminar a su lado durante una calle más, hasta un lugar más tranquilo. Era notorio que cuánto más alejados se hallaban de la avenida principal, más calma reinaba en las calles. Llegados a destino, que resultó ser una esquina en la que se erigía una bellísima florería con vidrieras enormes y puertas de madera pintadas de color verde brillante, James se paró de frente a Diana y siendo lo más valiente que pudo, comenzó:— El origen de aquél error que cometí en el baile fue... yo simplemente perdí el control de lo que sentía y lo lamento mucho, señorita Smith. Lo lamento por usted, por Robert, Mary, incluso por mí, porque ahora, al momento de decirlo en voz alta doy de frente con la realidad de cuán poco leal he sido con ellos, de las mentiras que he dicho por mantenerlos felices a todos. Creí que podría aguantar la sensación de ahogo en el pecho, guardármelo hasta que las semanas me arrojaran de lleno a una guerra sinsentido y que, debido a ésta, lo olvidaría todo. Que regresaría como un hombre nuevo y capaz de soportar la visión de mi mejor amigo completamente enamorado de la mujer que desde un principio me ha robado el aliento, el corazón, el alma —la miró a los ojos, angustiado en sumo grado. Temía que la voz fuera a quebrársele, ¡qué poco hombre era!—. Le pido mis más sinceras disculpas, Diana, yo jamás deseé que esto desembocara en esta situación... yo jamás quise lastimarla. Perdóneme, se lo ruego —y para entonces, el crepúsculo había dado paso a las nubes, y éstas comenzaron a descargarse. La caída de una gota, diamantina y perfecta, parecida a una lágrima, sobre la mejilla de Diana, provocó en él el impulso irrefrenable de elevar la mano y arrancarla de allí con la más suave de las caricias. La primera, última, la única que James Wright podría regalarle a la única mujer que había amado jamás.
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Buscando fuerzas inexistentes en su cuerpo tomó la decisión de seguirlo cautelosamente, no planeaba alarmarlo, tampoco a los que estaban a su alrededor, rogaba entre pensamientos que una desesperada Mary o un intrigado Robert apareciera en medio de la ardua y larga caminata que emprendía por el asfalto, apenas posando la suela de sus zapatos en el piso para evitar el inquietante sonido que aquellos podrían producir para luego captar la atención del joven y arruinar toda la sorpresa. Aún se cuestionaba el hecho de estar siguiendo a un hombre a hurtadillas, ¿Por qué de pronto le interesaba tanto conocer el origen de esas viejas pero marcadas palabras? ¿Qué no debería importarle mucho más lo que pensaba el joven Simmons sobre su persona? Cualquiera fuese la respuesta, esta no se encontraba de ninguna manera en su cabeza y era por esa misma razón que pretendía ser una espía entrometida, de otra forma no podría consultar sus dudas hasta el tiempo después de la guerra, tiempo que quizás no exista por el mero hecho de saber que ambos soldados estarían al borde de la muerte a cada minuto presionándolos contra reloj. El lapso que quedaba tenía los días contados, era corto, era fugaz y permitirse el ignorar una declaración tan maravillosa y sincera era un lujo que Diana no podía darse.
—Joven Wright —murmuró con una presión casi inexplicable en su pecho, musitaba en medio del bullicio cotidiano de la ciudad, el cuerpo no le dejaba ensanchar su torso para articular el nombre del susodicho con más fuerza, con más actitud y firmeza. Aceleró el paso, experimentando una sensación de ahogo y opresión al momento de encontrarse más cerca de la figura que continuaba su paseo sin siquiera inmutarse, lo observó mover un pie y luego el otro, como si la voz femenina a sus espaldas no existiera. — ¡James! ¡James Wright! —un grito audible solo para ambos y bastante molesto se desprendió de su garganta mientras estiraba su extremidad derecha y tomaba con fuerza de la muñeca del hombre, ejerciendo un movimiento hacía atrás para desestabilizarlo y tenerlo frente a frente aunque fuera una locura, una idea descabellada y un atrevimiento que no era justificable ni con la excusa perfecta. Lo observó con las pupilas dilatadas, más grandes que de costumbre, con las mejillas incoloras y con la piel tan fría que se asimilaba a un témpano de hielo a temperatura ambiente. Entreabrió los labios sin saber con exactitud qué audaces palabras saldrían de ellos, solo una mezcla entre vigor y vergüenza le recorrieron el cuerpo en ese instante, ¿Cómo pudo osar a increpar a un muchacho a plena luz de tarde? Le temblaban las manos y el labio inferior como nunca antes. — M-Me vas a escuchar, n-no voy a juzgarte, solo quiero obtener respuestas, desde aquel día no he podido conciliar el sueño pensado en…en todo lo que dijiste —contuvo la respiración por unos largos segundos, tensando los labios hasta sentirlos friccionar uno contra otro. Intentar no perder la calma ante esos profundos y misteriosos ojos azules era un suplicio, un suplicio de nunca acabar. — No tengo idea de dónde provino todo eso, fue…fue tan repentino que…que no tengo respuesta, no tengo conclusiones, no tengo nada conciso en qué pensar, ¿Cómo debo sentirme yo luego de oír tamañas frases? Necesito aunque sea una mísera explicación si es que fue verídico o un arranque de impulso que no significa nada —sus ojos divagaron de arriba hacia abajo, contemplando su rostro de desconcierto, rodando de extremo a extremo como una señal de nerviosismo explícita por donde se le mirara.
Siempre existió algo inquietante en el magnífico hombre que tenía frente a sus ojos, algo que quizá Robert no poseía, algo que le tomó hasta ese minuto descifrar, algo que se le escapó de las manos por perderse en los bellos halagos que supo con astucia hacer el que ahora tenía la mitad de su corazón bajo siete llaves. Diana estaba tan cegada que la bala envuelta en señales aún no perforaba su sien con violencia, la esperaba, la esperaba perpetuamente entretanto alguien la protegía y la ocultaba de caer en los brazos de otro. Su subconsciente danzaba y hacía el ridículo entonando una melodía tortuosa con lucidez para despertarla del oscuro sueño, como si deseara deshacer el nudo de la venda que tapaba sus ojos con maldad. — Dígame,  por favor —su voz quebradiza y cansada esta vez acaparó el momento, sus ojos cristalinos, esperanzados porque solo fuera una equivocación, porque en realidad él estuviera enamorado de su amiga y no jugando con los sentimientos de esta, ni tampoco con los de Robert. Se hallaba desesperada, pero la calma reinaba ante todo, una mujer de su calaña a pesar de no controlar el ímpetu debía obligatoriamente bajar el tono de voz cuando estaba sobrepasando los límites. Otra vez sonaba grosera, otra vez insistía y se tomaba la libertad de expresar el comentario que primero se le viniera a la cabeza.
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j-emwright · 12 years ago
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— Muchísimas gracias, señor Roberts —al tiempo en que el aludido envolvía cada cosa amablemente entre hojas de periódico viejas y amarillentas, la voz del joven Wright se elevó por encima del sonido del aparato del radio exitosamente, a pesar de que aquella no era una tarea particularmente difícil de concretar. Las mujeres que deambulaban por los disminuidos pasillos del antiguo almacén cada tanto le dedicaban miradas furtivas de genuina preocupación. James estaba en pleno conocimiento de las razones que tenían y, realmente, no las culpaba en lo más mínimo y absoluto. A estas alturas, ya no echaba la culpa a nadie más que no fuese él mismo por haber arruinado tantas existencias al mismo tiempo. Le parecía estúpido, de todos modos, que una reflexión de calaña semejante se llevara a cabo en un hombre ya hecho y derecho, ese pequeño gran egocentrismo que se genera al pensar que es uno mismo quien genera pesar en los demás. La sensación de desazón, el dolor, la añoranza. El pensar acerca de cuántos van a salir lastimados si llegara a morir en el territorio enemigo, ese al que iba nada más para mantener erguida la irrevocable condición honorable del apellido Wright que su padre había logrado formar con su participación en la primera gran guerra. En cuanto a las féminas de lenguas largas pero recatadas ante la vista del público presente, podía imaginar lo que estaban sintiendo en sus pechos de solo verlo ataviado con el uniforme del ejército: aquellas prendas, ubicadas sobre la piel de un joven con altas expectativas de vida y un brillante futuro en el horizonte, no hacían más que recordarles que quizás sus propios hijos o, siendo arriesgado al aventurar, incluso también sus nietos podrían llegar a estar vistiéndolo en ese mismo momento. De todos modos, con un poco de la bien llamada empatía podía sentir pena por ellas y entenderlas perfectamente, ¿qué madre en sus justos cabales y con su cordura intacta desearía que el último destello que sea visible a sus ojos, de sus hijos o nietos, sea el de esas inocentes criaturas despidiéndose para ir a la guerra? Ninguna, en lo más absoluto, desearía una cosa semejante para un fruto de sus entrañas y esfuerzo. "Tantos años invertidos en educarte y cuidarte, en enseñarte para que fueras un hombre de bien, un digno hijo de tu padre, ¡un caballero respetado! Pero no, James Wright no desea ser médico, porque James Wright posee demasiado en su sangre que recuerda a su progenitor..." lo recordaba tan bien, aquél momento. Su madre había levantado la vista del tejido entre sus manos y sus ojos verdes lucían cansados, preocupados y adornados por el brillo ceniciento de una sola lágrima renegada. La últma luego de tantos años de llorar. "Pero, ¿sabes, hijo mío, luz de mis ojos? Mi pequeño, mi niño. Te comprendo muy bien, casi tanto como entendí a tu padre en su momento; pero no quiero verte regresar en un ataúd y que lo único que a mí me quede sea otra bandera de esta nación, que el Señor la bendiga, y una conmemoración en la pared del salón. Quiero que regreses, hijo. Deseo verte volver y formar una familia, vivir una vida feliz". Y pensar que había arruinado eso semanas antes, cuando como un hombre no pensante se había precipitado hacia el rechazo sin dar lugar a la más mínima duda. Ahogó un suspiro y dirigió su turbada mente hacia otros asuntos.
Un momento después, ya poseía entre sus manos el paquete que contenía su pedido: dos muy necesarias ampolletas completamente nuevas, anheladas fieramente por quien ahora las pagaba debido a que la que poseyó anteriormente, que hasta hacía una media hora había estado funcionando de modo ininterrumpido pendiendo del techo de su habitación vagamente, había cometido el terrible acto de traicionarlo por la espalda al parpadear moribundamente un par de veces y, luego, como si nada, se había extinguido para siempre y sin retorno. De este modo tan dramático, el simple acto de descomposición de un maravilloso sistema eléctrico —o mejor dicho, rotura de una ampolleta— se había convertido en una catástrofe total por el simple hecho de haber dejado a un escritor aficionado en plena oscuridad mientras éste, con su mayor y mejor ímpetu, intentaba darse a la tarea de hilar un par de frases sobre un papel gracias a la negra tinta. Luego de agradecer una segunda vez con un movimiento suave de la cabeza, permitió que sus largas piernas lo llevaran hasta la recién lustrada puerta del lugarejo, a través de la cual volvería hacia la calle. Aún así, antes de llegar a ella y por el rabillo del ojo,  un destello de color amaranto lo distrajo un segundo, que transcurrió muy lento, de su loca abstracción del mundo. Poco dispuesto a perder la inspiración recién adquirida y tan valiosa como oro, e ignorando la extraña sensación que, luego de ver aquél llamativo color perteneciente a su vista panorámica, se había alojado en su garganta, decidió que mucho mejor sería alejarse de allí sin más y cuan rápido fuera posible. Y en eso estaba, tan solo habían transcurrido dos cortas calles, cuando a la luz de falleciente crepúsculo, oyó a una voz femenina clamar su nombre.
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Sin duda el momento más bochornoso de su vida había sido el planear alguna excusa creíble pero a la vez absurda que mantuviera a Mary y a Robert tranquilos después de la abrupta reacción de James en el baile. No se había vuelto a encontrar con él en semanas y, aunque no lo quisiera admitir le dolía en el fondo de su delicado corazón observar por entre las calles a los jóvenes uniformados y de civiles, todos compartían momentos cálidos con sus compañeros, incluso Robert, pero el espléndido rostro del ojiazul no se reconocía ni en el más angosto recoveco de la ciudad. La jornada laboral ya no era lo mismo de antes, sus párpados luchaban por no caer y lograr que le despidieran a causa de su ineptitud, párpados que estaban cansados de mantenerse arriba a media madrugada. Diana sufría de oscuros y angustiosos desvelos, preguntándose el porqué de aquellas sinceras y bellas palabras que se desprendieron de sus labios hacia ella, existían un centenar de dudas que se esparcían por su cabeza golpeándole las sienes con violencia, sintiendo su corazón subir lentamente por su garganta, queriendo estallar incluso por el detalle más trivial e insignificante que se le presentara en cualquier instante de debilidad. De lo único que estaba segura era de algo que no se le pudo escapar en la reflexión prometedora consigo misma que tuvo esa noche, James era poco expresivo cuando se encontraba a su lado, casi no le dirigía la mirada mientras se impregnaba los labios con el nombre de su compañera y prefería evadir los llamados de atención de Diana, cubriéndolos con Robert. Todas esas señales y la descripción deslumbrante que hizo frente a sus ojos –que más bien lucía como una leve declaración de enamoramiento– bastaron para hacerle caer de frente que era necesario verlo una vez más antes de la guerra, no para restregarle el hecho de que se encontraba sumamente enamorada del rubio apuesto hombre, sino para despejar su mente del humo tóxico y confuso que envolvía a su incertidumbre.
Salió de su hogar con una lista en la mano doblada en cuatro partes, la cual contenía artefactos y pedidos importantes que su madre le hizo para poder terminar en su trabajo como costurera. El cielo ya comenzaba a tornasolarse de un púrpura discreto y los niños se resguardaban en casa, corriendo hacia sus madres, con sus rostros empolvados pero sintiendo un gozo inmenso de haber compartido un mundo paralelo en el cual las puras y esperanzadoras almas de no más de diez años inflaban su pecho creyendo que salvaban a su patria con un acumulo de inocencia, admirando a los jóvenes uniformados que les doblaban en edad. La castaña caminaba por el asfalto saludando cordialmente a quien paseara cerca suyo, era una muchacha conocida por su labor desempeñada como enfermera y a la vez por ser hija de una de las viudas más memorables del pueblo. Traía el cabello suelto, le caía sobre los hombros sin observarse vulgar, no existía mechón que le estorbara en el rostro y su vestido sencillo color amaranto hacía un maravilloso contraste con el tono blanquecino de su piel. Se aproximó a empujar con suavidad la puerta del almacén, observando la cantidad considerable de individuos que esperaban con calma y con desasosiego también a su turno para llevar a casa eso que tanto deseaban. Diana, como buena dueña de una gran gota de paciencia y tranquilidad se quedó de pies juntos dando un vistazo a la sección de telas nuevas importadas desde la India. Hubiera concentrado sus pupilas en admirar el bordado perfecto y las texturas que trazaban diminutas formas de no ser por el apuesto muchacho que recibía una bolsa de papel en las manos mientras entregaba dinero. Abrió su vista más que de costumbre y se escondió entre sus cabellos, evitando a toda costa que el joven Wright notara su presencia en el recinto. Si algo se hallaba con claridad en ese segundo era extraña impaciencia de la castaña por enfrentarlo y pedir amablemente una charla que no le quitara mucho tiempo. “Lo siento madre, pero no puedo, ni debo dejar pasar esta oportunidad” pensó conteniendo el aire en sus pulmones. Cuando la alta y delgada figura del hombre cruzara esa puerta ella también lo haría y utilizaría la prudencia para no alarmarlo hasta encontrar un lugar tranquilo y tomar el impulso necesario para hacer oír su voz.
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j-emwright · 12 years ago
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En aquella oportunidad, iluminada dulcemente por la luminaria pálidamente dorada del salón, Diana se veía horriblemente tensa, y esa fue la primera impresión que se llevó al mirarla con detenimiento: la presión entre sus labios finos, la forma en que se curvaban para dar lugar a una sonrisa que no era justamente a lo que se llamaba del todo genuina. James se revolvió lo más disimuladamente posible, temía que fuera a arruinar la primer gran oportunidad que tenía con ella nada más por pronunciar las palabras equivocadas en el momento más erróneo. ¿Pero cómo iba a saberlo, si ella jamás había demostrado unas ansias ávidas de mantener una conversación con él más allá de las frases corteses que siempre se habían dedicado entre sí y por pura amabilidad? No podía descifrar la manera correcta en que se podía hallar la verdad detrás de su semblante y de sus gestos, por lo que simplemente se dio a la tarea de hacer lo mejor posible para que ella se sintiera cómoda en su compañía y presencia. — ¿Lo es en verdad? —inquirió con sumo respeto el futuro soldado, sorprendido genuinamente de que la señorita se estuviera dirigiendo a él en esos términos. Lo último que el hombre habría sospechado acerca de ella era que hubiera estado dichosa de compartir con él una balada que, al parecer, no estaba dispuesta a terminar jamás. Deseando de nuevo no hacer que la señorita se hallara incómoda a su lado, esbozó una media sonrisa mientras se movía suavemente al ritmo de la música, guiando así también a su acompañante y excelente bailarina— No deseo ser grosero, usted comprenderá, no tenía ninguna sospecha de que a usted pudiese resultarle placentera la obligación de una danza conmigo en este tan ridículo juego... De todos modos, siéndole sincero, ahora descubro que también es un gusto para mí, debido a que usted se mueve con mucha soltura y profesionalismo.
Desvió su vista hacia otro lado, decepcionado en sumo grado de sí mismo, en el momento en que la cercanía con el cuerpo de la bella dama le permitió sentir con total claridad que se le escapaba un suspiro que, por la mirada en sus ojos, reconoció como provocado por el más puro tedio. Un corto instante después, la confirmación de que sus palabras habían sido poco acertadas se hacía presente frente a él como el más negro de los presagios. La observó a los ojos mientras hablaba, con aquella voz tan musical, conteniendo las ganas de que volviera a pronunciar su nombre una vez más. Que lo dijera una vez más y rodeada del más completo silencio, de modo que así pudiese grabarlo en su mente por el resto de los tiempos y que, al momento de estar en el frío aislamiento de los campos de batalla, casi reducido a las cenizas del hombre que había sabido ser, pudiese recordar la manera en que el sonido de cada letra salía de sus labios y lo reconfortara, lo animara a aguanta hasta volver al hogar. — Si usted afirma que no es malintencionado, por mi mente jamás pasaría la idea de que está mintiéndome —asintió firmemente, y en sus ojos estaba plasmada toda la confianza que sentía hacia ella, toda esa confianza guardada bajo un eterno secreto—. Comprendo perfectamente su punto, señorita Smith, y lamento que mis intentos de entablar una conversación se hayan tornado tan repetidamente infructuosos. Hablando con el corazón que no miente, nunca me hubiese atrevido a pensar que alguien como usted podría estar interesada en intercambiar ideas con un joven como yo y, lo admito, en vista de que su corazón había sido cautivado por completo por Robert, que es tan disímil a mí mismo en muchos aspectos, simplemente creí que lo mejor sería centrar nuestras conversaciones en él, que era en quien usted estaba realmente interesada… le pido mis más sinceras disculpas, una vez más y le doy pie para que, de desearlo así, pueda usted hablarme de lo que ansíe con total libertad. Yo intentaré ser lo más activo posible en la charla, para así contentarla.
Luego de aquél tan imponente discurso en el que dio permiso a la mujer más bella que conocía hasta el momento y que, lamentablemente, le pertenecía a su más grande amigo, se sintió total y completamente nuevo. Como si, de alguna manera extraña, se hubiese convertido en una persona totalmente distinta, y todo gracias a la chance de conocerla que ella ahora le estaba —sorpresivamente— brindando y al alivio que había producido esa pequeña e insignificante confesión. Ahora sabía algo, y de eso estaba cabalmente seguro: dentro de la señorita Diana Smith, por mínimo que fuera, yacía un pequeño rescoldo de interés hacia su persona. Había un algo que la arrastraba hacia él, a conocerlo aunque más no fuera por el nimio par de instantes que durara una melodía. Frunció el seño ante la siguiente cadena de frases que los labios de la dama a su lado emitieron y, luego de hacerla girar suavemente sobre su eje, se dio el lujo de esbozar un gesto entre curioso y divertido y expresar: — Espero esté usted bromeando y que no crea plausible la eventualidad que a mí me involucra creyéndola a usted una mujer aburrida, Diana, porque, de lo contrario, me veo en la obligación de comunicarle que lo anteriormente mencionado es una imposibilidad enorme como la cancelación de la guerra que se avecina —luego de aquello, cayó en la cuenta de lo que había dicho y se aclaró la garganta con suavidad, penoso—. Me refiero a que nunca una mujer me ha resultado tan maravillosa e inteligente como usted, desde el mismo momento en que la conocí no pude hacer otra cosa que caer atontado por la fuerza de su mirada y la valentía con la que habla, se expresa usted de una manera tan sagaz y firme que es incomparable con cualquier otra mujer; Diana usted es una mujer única y… —y entonces, cuando estaba a punto de concluir con todo aquello que había deseado decir desde el principio de los tiempos, cuando nada más ella se había acercado a servirles una copa en un bar de mala muerte, todo se atolondró y mezcló con la mirada atónita que la señorita le estaba entregando.
Se silenció de golpe. Aturdido por su atrevimiento y por la respuesta que había recibido ante este, reprochándose cada sílaba, cada palabra de lo que había dicho con anterioridad y deseando que existiera una manera de borrarlas todas, de no involucrarse más de lo que ya lo había hecho. Se relamió los labios con lentitud, le temblaban notablemente y la adrenalina estaba dominando su cuerpo como nunca antes había sido testigo. Azotado por el inminente rechazo y la vergüenza que ahora le generaba su tan desacatada confidencia, bajó la vista un instante y luego de un suspiro trémulo, elevó sus ojos verdes —ahora notablemente más fríos y distantes— hasta los azules de la señorita Smith. Detrás del barullo de voces, que parecía estar huyendo de su encierro dentro de un recipiente muy pequeño, la música de la canción que tanto tiempo y tan cerca lo había conservado de la mujer que lo mantenía en vilo durante las noches, cesó suavemente, como el pétalo de una rosa cae desde la flor hasta la grava primaveral, como una pluma se desprende del nido y vuela lejos. Carraspeó una vez y, manteniendo a raya la frustración que amenazaba con escapar de su pecho en un grito de rabia, permitió que su voz se elevara entre los dos como un murmullo totalmente audible: — Y, si me lo permite, señorita Smith me disculpo de todo corazón por la tan bochornosa escena que ha tenido que vivir hoy aquí y me despido. Espero que su noche termine de un modo espléndido —sin más, justo en el momento en que Robert Simmons llegaba hasta su mujer, retiró la mano suavemente de entre las de ella y se alejó a paso firme entre la muchedumbre, hacia la puerta de salida de aquél lugar que se había convertido en un infierno. Era un estúpido y arriesgado, un ser no pensante, se dijo y, mientras huía de allí transitando las ensombrecidas calles, se olvidó de todo: la guerra, su amigo, del desasosiego de Mary, esperando al joven que no volvería a su lado, la música y el amor. En lo único en que, lastimosamente, su mente era capaz de pensar, era en Diana. Diana Smith.
De un momento a otro la atención de todo el salón la acaparó una figura femenina, despampanante y espléndida. Notoriamente los caballeros que yacían junto a sus parejas en medio de la pista de baile no pudieron evitar desviar la mirada hacia la bella señorita que tomaba posesión del micrófono para cambiar el rumbo de la escena, aquello no mantenía tranquilas a las féminas que asistieron a olvidar los pormenores de la guerra en vez de presenciar la imagen curvilínea de la dama envuelta en una seda elegante. Diana se hallaba indiferente a lo que estaba aconteciendo, su leve sonrisa seguía en el mismo lugar que hace unos segundos esperando a la dinámica que propuso la animadora. Un bullicio floreció entre el tumulto de personas que la rodeaban. Se acercó a Robert discretamente hasta encontrarse cerca de su oído. — No quiero hacerlo —murmuró como si fuera un gran secreto, acompañándolo con una risa encantadora. Honestamente no deseaba cambiar de pareja cada vez que terminara el compás de la canción, deseaba frenéticamente compartir ese bello momento con un solo hombre entre todos los que poblaban el recinto. “Si le soy sincero, yo tampoco, pero le prometo que obtendrá ese ramo de flores, cueste lo que cueste”, afirmó el alto e imponente muchacho en su oído como un murmullo. La castaña sonrió satisfecha y resignada, tendría que sumarse al lúdico juego que pronto se pondría en práctica, cambiaría de bailarín cada cierto minuto hasta volver con su preciado hombre, no era nada que no pudiera soportar fingiendo alegría y conservando el respeto y la cortesía con quien fuese que le tocara. — Le haré señas cuando deba buscarme —mencionó la joven cargando su delicada mano en el hombro de Robert, obsequiándole una ostentosa sonrisa para apaciguar la incomodidad que sentía cada uno al tener que dejarse.
El momento había llegado y fue claramente indicado por el comienzo de la música después de ese corto receso para entender las instrucciones del concurso. Diana esperó paciente en su lugar con los brazos a los costados, apenas tocando el género de su vestido. Un hombre de estatura media, de piel blanquecina, cabello castaño claro y pupilas color miel se acercó con timidez hasta ella. “Buenas noches señorita”, añadió haciendo una diminuta reverencia frente a sus ojos, “¿Me permite esta pieza?”. En ese instante agradeció al destino por haber evitado que un grosero y bruto hombre sirviera como su nueva pareja de baile, se sintió menos tensa cuando el soldado empleó unas palabras educadas y se tomó la libertad de consultar primero si deseaba bailar con él o no. Si existía algo que caracterizaba a Diana por entre las demás era su amabilidad, cortesía y humildad, fuera con quien fuera, era algo que le inculcó su padre y luego su madre cuando este dejó de ser una figura visible en el hogar. Asintió lentamente con la cabeza estrechando su brazo derecho y así el hombre recibiera su mano. — Claro que sí, ambos deseamos volver lo más pronto posible con nuestra pareja y si me permite decirle, ha sido un gesto muy amable el que me haya preguntado si deseaba bailar, aunque mi respuesta de todas maneras siempre iba a ser un sí —luego de aquella respuesta se dispuso a bailar con él dentro de lo que durara la tonada. Cuando el ritmo dio el paso a la siguiente canción se despidió de su acompañante, recibiendo a unos cuantos más.
El joven yacía un puesto más a la izquierda, con otra mujer, el suyo estaba vacío y esperaba con la misma tranquilidad que hace un momento a quien tendría que tomarlo. Entrelazó sus manos y desvió la mirada hacia su derecha, no fue un acto para precisamente evadir al que viniese, pero coincidentemente un rostro bastante conocido y difícil de olvidar se presentó ante sus claros y cristalinos ojos, era James Wright, un joven interesante, un joven magnífico que deseó conocer más a fondo hasta percatarse de que eso nunca sucedería por sus propias conjeturas nocturnas. — Es un agrado que me haya tocado con usted —afirmó con los labios tensos, juntos, pero entregándole una sonrisa certera. Posó su mano sobre la que le extendía una invitación, sintiendo el calor que esta le proporcionaba a su fría y pálida piel, un calor agradable. La muchacha albergaba una serie de ideas sobre el joven Wright, verídicas o no, eran ideas que surgían cada vez que mantenía un contacto visual o físico con el mejor amigo del hombre que le robaba el aliento a cada segundo. Cuando deseaba entablar una conversación con él era imposible charlar sobre la vida cotidiana o sobre ellos mismos, pues él se empeñaba en sacar a flote a su rubia compañera, algo que le obligaba articular su lengua para pronunciar el nombre “Robert”. No sabía si se trataba de algo personal o si solo el hombre era despistado y tampoco era demasiado ávido para buscar un tema de conversación, quizá no la hallaba una mujer interesante y por consiguiente encontrar un buen motivo e inspiración para compartir unas palabras no eran de suma importancia, situación que si fuera cierta la entendería de sobre manera. La castaña carecía de recordar una plática que no fueran dos o tres palabras con el aspirante a soldado que le acompañaba, estaba casi segura a que se debía por la proximidad que cada uno tenía con el confidente del otro, pero aun así no lo justificaba, Wright era tan cautivador como cualquier otro muchacho que tuviera esas facultades y seguramente sería más que agradable invertir minutos en un coloquio cualquiera fuese el tópico.
Ahí estaba él, otra vez mencionando a la inquieta señorita de cabellos dorados para luego dirigirse al fornido rubio de ojos azulados. Diana inspiró aire disimuladamente hasta sentir su tórax más ancho de lo normal y lo dejó escapar con un suspiro adueñándose de una sumisa mirada. — ¿Me permite decirle algo James? No quisiera que lo tomara de una forma negativa, al contrario —quizá nunca debió tomarse la atribución de hacer una introducción para dejar escapar sus íntimos pensamientos, pero simplemente lo hizo. — Sé que si algo nos conecta es mi queridísima amiga Mary y su compañero, Robert, pero… ¿No cree usted que sería más interesante si dejáramos de nombrarlos en nuestras cortas pláticas? No tenemos a menudo algún intercambio de ideas y cuando ocurre siempre trata del mismo tema, entiendo y comprendo perfectamente lo encantado que se encuentra con mi fiel amistad y cómo no, si es una mujer maravillosa que merece lo mejor, pero también me encantaría entablar más que dos palabras con usted, no sé si esto se debe quizá a mi falta de espíritu jolgorioso o es que en otra circunstancia le puedo parecer una mujer aburrida, pero si a usted le parece…sería realmente grato —se atrevió por fin a comentarle algo que le perforaba continuamente la mente luego de encontrarse a los muchachos caminando por el asfalto o simplemente con la mirada. No deseaba incomodar al hombre, ni menos sonar grosera, así que aguardaba por una respuesta positiva de su parte, al menos para dejarle tranquila. No clamaba por una sesión que durara sesenta minutos, pero sí por un cruce de frases que no tuvieran que ver con los otros dos personajes importantes de la historia. — Disculpe, no quiero sonar insolente, es…es solo que…necesitaba decirle —se aproximó a disculparse antes de oír la masculina y cordial voz que envolvía al hombre que tenía en frente. Intentó no distraerse por ningún motivo, aunque sabía que su pareja estaba unas cuantas más allá y Mary también. El baile con el castaño le parecía eterno, pero no estaba deseosa de que diera término, era una gran oportunidad para alcanzar una mayor proximidad.
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j-emwright · 12 years ago
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La pista de baile se había convertido en un hervidero de personas y sentimientos, se podía notar la algarabía y la emoción en todas partes, estallando en repentinos abrazos y el amor fundiéndose entre dos con un beso fugaz y precavido ante los posibles comentarios de la gentuza, pudiendo ser captados por muy pocas miradas curiosas del entorno. Frente a él, Mary se movía con una soltura y una pasión difícil de hallar en una nueva compañera, dejando a James notar que aquél era parte de su entorno natural y que allí, bailando, se sentía como un pez en el agua. El castaño no pudo evitar dedicarle a su blonda acompañante una enorme sonrisa de diversión en el momento en que, luego de finalizar un giro en que la acampanada falda se elevó y James debió apartar la vista, el cabello dorado de Mary dejaba de estar dentro del recatado peinado que hasta momentos antes se había encargado de lucir tan perfectamente. – Es usted una mujer muy audaz, Mary, y he de confesarle que mis pocas dotes para el baile se sienten más que azoradas ante la habilidad con la que usted se defiende en esa materia… —por encima de la música de jazz era dificultoso oírse, por lo que James y Mary debían acercarse en una medida poco decorosa para poder decirse las cosas, por supuesto, al oído. Entretanto ellos conversaban alegremente acerca de cuán apropiado era que las circunstancias se hubiesen dado de la manera en que se dieron para que, en aquél momento, estuviesen disfrutando de un tan ameno baile, la música descendió en su cadencia y se volvió solamente una ligera melodía aguda y romántica de piano, únicamente un ruido blanco que provocó, casi de modo automático, que todos los presentes cesaran en sus danzas y voltearan prontamente hacia el escenario. Las miradas de todos estaban clavadas incesantemente en la mujer de escotado vestido de seda sobre la tarima, todos habían quedado interesados ante una tan abrupta ruptura de la anterior melodía que habían estado disfrutado. “¿Es esta una noche agradable para todos ustedes, damas y caballeros?” inquirió, pareciéndose más a una de las animadoras atrevidas de Stark que a una presentadora y una cantante de reputación calificada como respetable. A pesar de la tan ácida crítica en su fuero interno de James hacia ella, un coro de afirmaciones y risitas predominó en el lugar durante un corto segundo. “Me alegra que así sea, porque un público de su calaña merece el mejor entretenimiento y gozo de la música que un artista pueda entregar. Ahora, para hacer todo más interesante, de todas maneras, me gustaría jugar un juego con ustedes… ¿les apetecería?” A esta altura, ya todos estaban exacerbados ante el atrevimiento y la ligereza de palabra de la cantante, los hombres presentes podían disimularlo con tranquilidad, pero las mujeres dejaban relucir en sus bellos rostros el descontento e impaciencia que sentían por continuar con la velada. La respuesta general fue meramente masculina, dado que, como anteriormente se mencionaba, las mujeres no estaban en acuerdo de modo total con la mujer de la melodiosa voz. “Muy bien, el juego es algo muy simple y de participación mayoritariamente masculina… consiste básicamente en que, cada uno y cada vez que la canción cambie, deberá, obligadamente, cambiar de pareja con el muchacho que se encuentre a su izquierda, ¿está bien? El ganador por un maravilloso arreglo de rosas para su compañera es aquél que regrese primero y más rápido con su pareja original… ¡les deseo buena suerte!” La sonrisa de la mujer hubiera sido, para él y para cualquiera que la observara, la curva más hermosa que su cuerpo poseía, pero el escote de aquél vestido de color esmeralda que llevaba puesto esa noche dejaba tan poco a la imaginación que se volvía hasta grotesco.
— Bueno, mi querida Mary, creo que nos queda poco tiempo juntos, pero prometo que volveré lo más rápido que me sea posible para ganar el premio solo por y para usted —sonrió, oírse a sí mismo le resultaba cómicamente meloso y dirigido a la persona equivocada pero ¿qué más podía hacer? ¿Quedaba alguna otra alternativa para él que no fuese amoldarse a su realidad? Prefirió no pensar acerca de aquello en ese momento tan singularmente inadecuado. “Espero sea rápido, mi estimado James. No es algo que ansíe atolondradamente el separarme de usted durante mucho tiempo ahora que he logrado el primer acercamiento, y debo aceptarlo aunque decirlo resulte sumamente indecoroso en la boca de una dama…” El nombrado rió en voz baja, negó con la cabeza muy suavemente y esbozó una torpe frase que tranquilizara a una delicadamente ruborizada Mary. Su recato implicaba que al observador se le produjera en el pecho una profunda sensación de apego e intensas ganas de envolverla en sus brazos para protegerla, deseo escandaloso que Wright solamente se guardó para sí.  La canción llegó a su final en aquél instante, pero antes de tomar por la cintura a la muchacha que acompañaba al joven a su lado, besó la mano de Mary en señal de confianza. La joven con quien bailaba ahora parecía estar tallada en el más pálido mármol, con los labios de un color naturalmente rosado y el cabello del color de la miel cayéndole en suaves ondas sobre los delgados hombros. Al levantar la vista, de unos ojos grandes y de profundo color caoba, una sonrisa se dibujó en los labios de James Wright, invitándola a que abandonara aquél posicionamiento tan erguido y recto, además de la actitud evidentemente incómoda. — Tranquila, señorita, que nada que la perjudique sucederá mientras conmigo se encuentre. Así como usted anhela regresar con su pareja, yo lo mismo para con la mía —ella sonrió, por fin, relajando los hombros con sutileza. Al terminar la canción, el joven Wright se despidió de su temporal compañera una vez más y tuvo que pasar por otras dos antes de llegar a la única mujer con la que no hubiese querido cruzarse en ese baile y, mucho menos, para tener que compartir una pieza romántica como la que ahora flotaba en el ambiente.
Observó el lugar vacío a su izquierda, al muchacho con el traje de color azul noche saludando amablemente a su compañera transitoria y los ojos de ésta perforándolo con avidez en busca de sabría Dios qué clase de emoción. Lo vio irse hacia su izquierda e intercambiar pareja con otro hombre mientras ella se quedaba estática, frotándose las manos entre ellas, quizá ya arrepintiéndose de haber aceptado las insistencias de su fiel amiga que, sin saberlo, la había atraído hacia un lugar donde para ella nada bueno estaba ocurriendo. La nueva canción había dado ya comienzo y, al acercarse hasta Diana y ofrecerle la mano, resistiendo lo máximo dentro de sus posibilidades el encanto infinito y el efecto extraño que sus ojos tenían sobre él, atisbó en la distancia, dos o tres parejas más allá, la mirada penetrante de su buen amigo Robert Simmons, observándolo con desconcierto producto de su rara actitud. — Nos ha tocado encontrarnos, parece —murmuró James, con la vista clavada en la abstracta distancia, esperando a que la arisca muchacha de ojos azules y piel perlada posara su suave mano sobre la de él, aceptando la invitación al baile que forzosamente se les instaba a compartir. Así, mientras él maldecía al destino por tener que posar sus manos sobre la mujer que había envenenado oscuramente todos y cada uno de los rincones de su pensamiento, se limitó a dirigir todos sus esfuerzos hacia la coordinación de sus extremidades entre sí, para no quedar en ridículo delante de ella, de Mary, que paradójicamente lo observaba preocupada desde su izquierda, en los fuertes brazos de un soldado que no parecía pensar en otra cosa que en devorársela momento a momento con la vista, y de todo el público presente. Apenas unos segundos habían transcurrido desde que la canción comenzó y, luego del acto tan burdo que había perpetrado al quedarse totalmente en silencio durante el transcurso de todos esos instantes, no podía pensar en otra  cosa que no fuera en disculparse. El tiempo parecía transcurrir mucho más lento, como si fuera denso y pesado, cuando se encontraba a su lado, y atribuía toda la culpa al extraño enamoramiento que por ella sufría y que volvía torpes sus palabras y sus movimientos, tanto como los latidos de su resquebrajado corazón. No es nada que la distancia no pueda arreglar, se dijo a sí mismo, la guerra nunca es buena para nadie, nunca favorece a nadie, pero a ti sí, James Wright. A ti sí. — Lamento mi tan desagradecida actitud, Diana, debido a que sin usted habiendo aparecido para que mi gran amigo la viera con tan buenos ojos, jamás habría conocido a la tan adorable dama que la señorita Mary es… —realizó una breve pausa en que, esperando ver una chispa de algo en los ojos de ella, reconocimiento de la verdad, comprensión, aunque más no fuera compasión, se perdió dentro de esos dos océanos de un color azul profundo que sus ojos eran— se lo agradezco, señorita Smith. Y espero que el señor Simmons sepa también aprovechar las grandes oportunidades que la vida le ha dado y le da —habiendo terminado la frase, James deseaba irse de allí rápidamente, pero se contuvo, alejando la vista.
Observar la satisfactoria escena de su mejor amiga desprendiendo un ardor y destello gracias a la caballerosidad que demostraba el muchacho era deleitante, pues de una u otra forma su idea era impulsarla a dejar a un costado la timidez que acosaba su cuerpo cuando estaba cerca de James y Diana era la primera en notarlo, conocía a la rubia desde que eran unas pequeñas infantes que gracias a las reuniones de sus madres podían intercambiar algunas palabras que no fueran tan crudas como aquellas que se oían desde una avenida a otra. No intervino entre la pareja mientras caminaba de forma grata, acompañada por el hombre que desde un comienzo se había atrevido a robarle el corazón con unas efímeras palabras, ella aún se preguntaba si el destino existía, pues la coincidencia se había convertido en un hecho verídico al momento de recibir un leve codazo en la cintura por parte de su compañera, que anunciaba la llegada de los amigos al magnífico evento. Si bien la enamoradiza y coqueta señorita creía en el amor como algo que curaba las heridas que dejaba la Primera Guerra, cicatrizándolas hasta no poder notar su huella en el alma, Diana no compartía ese ideal, al contrario, era reacia a pensar de una forma romántica, el amor en tiempos de contienda solo ayudaba a infectar la llaga, provocar un dolor insoportable y suturarla de tal forma que quedara expuesta a un contagio futuro. Fue así como el miedo repentino le hizo reprenderse a sí misma entretanto oía despistadamente las bellas palabras que la halagaban bajo una noche estrellada. “¿Por qué te aferras a algo que no volverá?”, se preguntaba reiteradas veces, como un eco que quisiera salvarla de un abismo futuro, un abismo que presentaba la  imagen melancólica de una mujer con oscuros cabellos, destrozada, rogando a Dios con las manos entrelazadas, pidiendo honestamente que el hombre de su vida volviera sano y salvo. Su consciencia pretendía asegurarle estar excluida de tamaño dolor, pero los latidos que provenían de su pecho eran más fuertes y la lucha constante entre la razón y el sentimiento le quebraba el temple de acero que alguna vez le perteneció, era vidrio en pedazos recorriendo su garganta, dejando hilos de sangre que desencadenarían en un río, en pocos meses más.
Intentó alejar sus afligidos pensamientos, Robert no merecía observar su lado más nostálgico, merecía vivir un buen momento, merecía a una mujer que le hiciera olvidar aunque fuera por un segundo el desesperanzador y despiadado futuro que le esperaba, si ella era merecedora de tomar ese puesto entonces lo haría y llena de gozo, hasta la última gota de felicidad que se albergue en sus pupilas, esperando a perderlo entre las masculinas figuras que subirían a un avión de guerra para desaparecer en la frontera, recién así podría el llanto caer por sus mejillas sin remordimiento. Su sonrisa se expresó en totalidad ante la magnificencia del recinto, los colores que representaban el patriotismo que los envolvía a todos por igual solo tenía un único propósito que se dividía en distintas ramas, como recordar los pasos agigantados de la guerra, el nacionalismo que se respiraba en las calles, el amor que compartían los soldados entre sus familias, sus mujeres y la nación, todo poseía un brillo de jolgorio, pero la tensión y el temor se disfrazaban de forma inteligente.
Esto se ve precioso -.fue una declaración absurda, pero para ella era más que justificable luego de experimentar un augurio desalentador.- Y yo que no estaba segura de asistir -.admitió agachando la mirada con una sonrisa fugaz. Robert inspiró aire, llenando sus pulmones de regocijo al encontrarse acompañado de una dama tan perfecta y humilde como la señorita Smith. La música comenzó a sonar, haciendo efecto en la gran masa de concurrentes, fue en un par de segundos que de pronto todos se encontraron reunidos en la pista de baile, la mayoría eran conocidos que se saludaban de forma animosa, hombres que al igual que ellos estaban nerviosos y disimulaban esa intranquilidad elogiando a la dama que tenían al lado. Diana en una vista rápida divisó a su amiga moviendo los pies de un lado a otro, el baile no cesaba entre ambos y si en ese instante no reaccionaba era gracias a un momento de admiración que sintió por todo el entorno que le acompañaba, como si su mente hubiese hecho un viaje sin previo aviso. “¿Desea ir a bailar, Diana?”, se incorporó al oír la respetuosa y cariñosa voz muy cerca de su oído, engrandeciendo su vista para carcajear mientras apoyaba sus manos en el pecho del muchacho con un tanto de vergüenza.- ¡Discúlpeme! Estaba demasiado encantada con la fachada del salón y me olvidé de lo demás, ¡Claro que sí! ¿Creía usted acaso que me estancaría en el piso con aire de aburrida? -.se cruzó de brazos otorgándole una coqueta mirada al hombre, una mirada que le incitaba a correr por entre las personas y buscar un buen lugar para mover las extremidades. Robert sin pensarlo dos veces tomó de la mano a la muchacha, no sentía la necesidad de preguntar más o incluso de “pedir”, pues el aire de confianza que respiraba cuando se encontraba en su presencia le tranquilizaba y relajaba los músculos por completo.
Caminaron de forma rápida hasta encontrar a la pareja que hace un rato habían abandonado la rigidez por quitarse la monotonía de los días y el estrés de los cuerpos.- Los estábamos buscando, pero luego recordé que Mary es una muchacha enloquecida por el baile, se me ocurrió mirar en el tumulto y aquí estaban -.añadió con una risa, de repente el clima de algarabía que desbordaba el local era tan grande que Diana olvidó su preocupación sumiéndose en el ritmo. Tomó la mano de Robert frente a una melodía rápida de jazz que retumbaba en sus oídos y se dejó llevar, sintiendo sus pies deslizarse por la cerámica como si fueran plumas danzando por el cielo. Todos imitaban los mismos pasos de baile, elevando a sus muchachas en el aire, girando delicadamente, yendo de un lado a otro, desprendiendo una esencia tan emocionante que a cualquier transeúnte le hubiese contagiado el alma en un abrir y cerrar de ojos. Diana observó a los ojos a Robert, expresando en aquel momento toda su sinceridad y sus ansias de estar con él disfrutando una pieza de baile, pidiendo a gritos que decidiera de alguna forma no ir a la guerra, escoger otro camino, en el cual no estaba en sus planes perderlo de alguna forma tras la batalla, dejando ver entre líneas que ella estaba apta para cuidar de él, entregarle felicidad y no decepcionarlo en ningún ámbito, esos deseos brillaban en sus profundas y azules pupilas, brillaban de una manera intermitente, pero un hombre de honor como él no abandonaría su deber  causa del amor, ni menos entendería las señales femeninas que emanaban de la castaña, todo era esfuerzo perdido.
Diana pensó en su mejor amiga, nunca se le había observado con tanto entusiasmo, seguramente ella aún no pensaba en la soledad y la angustia que sentiría al verlo marchar, no quería verla sufrir aunque tenía conocimiento de que sería un dolor compartido entre ambas, se acompañarían en la melancolía hasta ver bajar del mismo avión, unos meses más tarde a sus hombres, tan solo eso pedía, que resistieran todo lo que estuviera a sus alcances y que la fuerza no las abandonara, dejándolas a la deriva, debilitadas y moribundas.- ¿Cómo fue…? -.el comienzo de una pregunta quizá algo atrevida se asomó entre sus labios al terminar la canción, dudó en hacerla, pues no deseaba ahuyentarlo y al mismo tiempo se sintió decidida en algo que era verdadero.- ¿Cómo fue que me has capturado de repente? Si otra hubiese sido la ocasión o si otro hubiese sido el joven que me invitara a un baile habría dicho que no -.una mueca cohibida floreció en sus labios, nunca creyó que unas palabras así salieran de lo más hondo de su corazón hasta ahora. El destello de emoción en los ojos de Robert fue notorio, “No lo sé, pero de lo único que estoy completamente seguro es saber que usted es la muchacha más hermosa e hipnotizante del universo, me siento privilegiado de recibir unas palabras tan sinceras como las suyas Diana, es una dama única”, así culminó una mirada que dijo más que mil palabras.
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j-emwright · 12 years ago
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j-emwright · 12 years ago
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La minúscula discusión entre damas que se estaba llevando a cabo enfrente de sí tuvo rotundo éxito en arrancarle de los labios una ligera sonrisa cuyas llamas fueron pronto apagadas por la frialdad de la mirada de su amigo Robert. — Bueno, mi estimada Mary, comprenderá que los planes para esta noche fueron programados en grupo y que, lógicamente, en conjunto deberían continuar, ¿verdad? En dicho caso, si su buena amiga Diana no desea acudir al baile al que usted nos honora al invitarnos, entonces se podría realizar cualquier otra actividad que complazca a todos y permitamos que nuestra visita a la pista de baile se efectúe en otra oportunidad... ¿no le parece algo justo? —sonrió, mirándola a los ojos directamente e intentando que surtieran el efecto deseado por él, aquél tan particularmente bello en que las damas bajan la vista y sus mejillas se pueblan de un tan alucinante esfumado rosado gracias al cual se asemejan a ángeles tallados milímetro por milímetro en la más fina y delicada porcelana. Y lo hizo, pero acto seguido, permitió que en su dulce gesto se filtrara, sobre sus ojos claros como el agua, una mirada tan anhelante y deseosa que a James le provocó una oleada de sentimientos bastante inoportunos. "Si a usted le parece así... en ese caso deberé..." Pero, entonces, Diana volvía a hablar, poniendo como una evidente excusa para su falta de entusiasmo para con la idea, la dura realidad de que el día de mañana ambas mujeres deberían servir a su propia acalorada causa en el trabajo, intentando conseguir el pan de cada día a base del sudor y las penas propias.
Momentos después de refrenado aquél pequeño rapto de pasión exacerbado y de oír las acotaciones que su blonda acompañante tenía para exponer ante los poco sostenibles fundamentos de su morena amiga, decidió que era el tiempo justo para intervenir y que no se generara una contienda en la que, esta vez, ellos no se verían implicados más que como sorprendidos espectadores. — Le agradezco por las amables palabras, señorita Smith, pero no creo ser merecedor de tales halagos —Wright adjuntó una sonrisa que hubiese hecho que cualquier mujer cayera rendida, en la aludida no pareció significar más que un gesto cordial entre casi perfectos desconocidos. Dándose por vencido, sin saber cuándo había comenzado a intentar algo tan estúpido como anhelar a la muchacha que pronto pertenecería en cuerpo y alma a su único, gran y mejor amigo, volvió su vista hacia su bellísima compañía de aquella noche y, tirando suavemente de su brazo para acercarla a él y poder caminar hacia una soledad relativa un par de pasos por delante de la otra pareja, se trasladaron en silencio hasta un corto metro adelante, donde James se detuvo con la máxima docilidad posible. — Señorita M-... —ante la mirada de desasosiego que la muchacha expresó, de seguro debida a la excesiva formalidad del próximo soldado de la nación, éste último se corrigió tan rápido como su lengua era capaz de —. Mary, si me permite el atrevimiento, quizá deberíamos pensar una vez más el objetivo de esta bellísima noche... ¿no le parece que sería mucho mejor si dejáramos el tan anhelado baile para otra oportunidad en que, quizá, su amiga aceptara más dichosa? No es por arruinar sus planes, por supuesto que no, pero creo que deberíamos pensar en el resto de nosotros, dado que somos cuatro y una parte no está excesivamente emocionada con la idea de... —"Oh, no, James... ¿acaso es usted quien está en desacuerdo? Siéntase libre de decírmelo, por favor, y con total confianza. Yo me vi encerrada en mi deseo de pasar un tiempo con usted y no pensé en que quizá fuera usted quien no lo deseara así... le pido disculpas en ese caso y estoy a su disposición para llevar a cabo lo que usted sienta que es su aspiración en este momento." — No, no, ¡por favor! —rió, quizá demasiado estrepitosamente, y una mujer que pasaba por su lado le dedicó una mirada entre extrañada y horrorizada por la cercanía que ostentaba con su nueva amiga. Automáticamente, al notar que había curvado su espalda y cuello en una medida mínima para poder mantener sus ojos a la misma altura que los cristalinos de Mary, se irguió en todo su largo, con la espalda muy recta para demostrar sabría Dios qué— Será un placer acudir al baile en cuestión con usted, y aún más lo será para mí si es algo que usted ambiciona y viviría con mucho gozo. 
"En ese caso, mi estimado, reitero que la mejor idea y el plan más prometedor que esta noche poseemos es el de retirarnos de esta bella feria y asistir al baile. En cuanto a sus preocupaciones acerca de mi queridísima amiga Diana, ¡no se exalte! Con la cercana compañía de su amigo Robert estará mucho más que protegida y entretenida..." Pero entonces, cuando la blonda se disponía a continuar con aquella oración tan atinada que salía de sus labios con la suavidad y la dulzura de la misma miel, se oyó por encima del gentío la voz de Robert, grave y profunda, llamando el nombre de su amigo con insistencia. James elevó la vista, consternado por tales gritos y se halló observando el panorama de un Robert llamándolo por medio de señas desde la distancia que los separaba. — Espero, señorita, me crea que comprendo a lo que se refiere cuando dice que Robert sabrá cuidar a su buena amiga tal y como lo haría el mejor de los esposos, pero ¿será usted capaz de arriesgarse a descubrir si yo puedo cumplir el mismo propósito para con usted? —mueca de picardía en los labios y una mirada cómplice, la mano extendida hacia ella para que la tomara a modo de respuesta y, cuando la piel suave y tersa de ella tocó la de él, se dispusieron a andar hasta sus melosos acompañantes. 
Durante el corto trayecto hasta el bellísimo salón donde el baile se llevaría a cabo, los cuatro amigos se mantuvieron concentrados en complacer a sus respectivas parejas de aquella noche. Robert y Diana caminaron por delante, tomados por el brazo en un gesto que no hizo más que achicar el corazón de James hasta que, creyó, podría mantenerlo palpitante y adolorido incluso dentro de la palma cerrada de su mano. Por su parte, éste último mantuvo su hombro ligeramente pegado al de Mary, mientras, cada tanto, musitaba alguna que otra respuesta en su oído, pudiendo atisbar el agradable y sobrecogedor aroma a vainilla que sus cabellos dorados y ondulados poseían. Dentro del recinto, la luz que las gigantescas arañas de acero pendientes del techo despedían era clara y cálida, el suelo de madera estaba perfectamente pulido, dejando notar que casi nadie había puesto un pie sobre él con un movimiento brusco o malintencionado. Las paredes pálidas estaban decoradas con grandes estandartes de los colores de la bandera de los Estados Unidos, logos de la armada y marina de la nación y, al final, sobre el gran escenario descansaba un arreglo con telas de seda roja, azul y blanca que enaltecían totalmente los colores tierra de los instrumentos, ya dispuestos pero en soledad sobre la  tarima. A cada lado de la gran sala, descansaban mesas cubiertas de blancos y pulcros manteles ataviadas con sillas de madera del mismo color que los marcos de los cuadros con motivos de la milicia que reposaban mansamente en las paredes. Al ingresar, la delicada mano de Mary aferró con más fuerza la de James, que la observó ruborizarse y sonreír con una mueca de diversión en el rostro. "¿A que no es un lugar bellísimo? Me lo habían descrito antes, pero verlo es otro asunto totalmente disímil... lo digo porque nunca había venido antes, Diana no ha querido acompañarme nunca alegando cansancio y... una dama sin compañía no debería acudir a estos eventos." — Efectivamente, es un lugar hermoso —decía James, cuando la música comenzó a sonar y la banda se puso en marcha, cinco minutos después de lo previamente pactado. Sin importar nada más y alejando su vista y su mente de Robert y Diana, a los cuales había perdido de vista, se decidió a invitar a Mary a unirse a las otras tantas parejas que ya pululaban suavemente sobre la pista—, pero no tanto como usted, si me lo permite. ¿Me haría el honor de concederme esta balada, bella dama?
Conjunto a su pregunta –la cual poseía una respuesta apresurada concretada por ella misma– vino la aclaración posterior que hizo Robert, de forma natural y casi quitándole importancia a la idea de enlistarse que se mantenía latente en propagandas con el rostro del famoso “Tío Sam”, haciendo un amenazante llamado a los jóvenes que bordeaban la edad justa para enfrentarse en la guerra próxima. Diana daba por hecho el tipo de emoción que traían consigo ambos hombres en lo que refiere a aprobar las pruebas que comenzaban a filtrar entre un grupo no menor de aspirantes. Pronto intervino el castaño, antes de que la muchacha pudiera contestar.- No se preocupe señor Wright, ¿Cree usted que pongo en duda la valentía y compromiso que poseen ustedes? Está más que claro el principal motivo de su visita a este lugar pomposo, la tecnología parecer ser un tópico interesante, pero lo es aún más el hecho de sobrevivir a la contienda -.asintió con carisma y una bella sonrisa que tranquilizó al forzudo acompañante que mantenía su brazo en el mismo lugar para otorgarle un soporte. La mirada gentil que le proporcionó Diana al hombre que servía como escolta a su mejor amiga fue bien recibida por este y no tardó en demostrárselo con calidez a los tardíos segundos. La castaña prefirió abandonar todo tipo de entrometidas ideas fuera de lugar sobre la extraña impresión que se había llevado de él, después de todo no era un personaje relevante en su vida y Mary debiera ser la más interesada en despejar sus inexistentes dudas.
Oyó con atención la breve explicación y opinión del joven que menospreciaba la gran exposición acontecida en ese instante, sus palabras no hicieron más que incitarle a sonreír de una forma sorpresiva, alzando las cejas posteriormente.- Entonces usted es lo bastante reacio y escéptico a los adelantos modernos, ¿No? -.añadió la dulce castaña mientras desviaba la mirada a Robert, quien comenzaba a espetar la incredulidad de su amigo. “No seas aguafiestas Wright, si un vehículo puede permanecer en el aire por algunos segundos significa que el futuro será aún más provechoso de lo que pensamos, y todos conocemos la obstinación de Stark por descubrir avances que nos llevarán, en palabras más embellecidas si lo prefieres, a la gloria”, argumentó su fiel compañero, que, al contrario del descreído joven sí resultaba asombrado en la convención concurrida por un centenar de individuos. Diana por su parte permanecía estupefacta observando la excentricidad de la puesta en escena, la presentación de las muchachas que danzaban y cantaban con destellantes y atractivos trajes sobre el escenario, las motivantes palabras del creador de cada objeto y las risas o murmullos que florecían en la masa, compuesta más por la juventud que los adultos. Su escueta distracción solo le permitió despertar en la parte más interesante que componía el discurso o petición de Mary. Su vista se engrandeció, ya que no tenía conocimiento de ese baile, tampoco de las deseosas ganas que poseía su rubia amiga para asistir. La observó con un gesto que exigía una explicación de su parte.- Creo que el clima y el reflejo de las luces comienza a afectarte en demasía querida, ¿De baile hablas? Recuerda que mañana el deber nos llama a trabajar, no es propicio que te desgastes en medio de una pista -.su intención no era por ningún motivo estropear el magnífico y romántico momento que se llevaba a cabo entre ella y su acompañante, pero al no verse segura de aceptar un baile utilizó la vida laboral como excusa.
“Te recuerdo que nuestro turno se aproxima a eso de las seis de la tarde en adelante, no le veo el problema a gozar de unas cuantas canciones, ¡Diana, no seas tediosa!”, la temida explicación y reproche que provino de su mejor amiga le cuartaron, sin otra creíble excusa para negarse. “¿Me va a hacer el desaire de darme un ‘no’ como respuesta? Porque lamento decirle que no lo aceptaré”, Robert se aproximó a contribuir con una frase que la mantuvo entre la espada y la pared. Tensó sus labios sin saber con certeza el porqué de su tímida actitud.- ¡Oh, no! Verá, he estado cansada esta semana y creo que me he transformado en una versión más joven de mi madre -.contestó acompañada de una risa, la cual escondió posando su delicada y delgada mano sobre sus labios. “Si me permiten caballeros, eso no es real, su madre es la mujer más jocosa y jovial que he conocido jamás, ¿Cómo te atreves a comparar el hastío que te caracteriza usualmente con el marcado y evidente paso del tiempo que desgasta a una mujer que posee el doble de tu edad?”, la ojiazul sentía un respeto inmenso hacia su íntima, pero innumerables veces la de los cabellos cobrizos no tenía la percepción de cuándo permanecer en silencio y cuándo entreabrir los labios para hacer un comentario constructivo y solidario.- Si te encuentras en una disyuntiva por mi culpa te aclaro que eres dueña de tu destino, ¿Por qué decirle que no a un hombre tan apuesto y caballero como lo es el señor aquí presente? -.hizo alusión al muchacho que permanecía de escolta, a James Wright. Su deseo era claro, una futura unión entre la insistente y chispeante mujer y él sería fructuosa y al mismo tiempo adorable, pero si no aceptaba acompañarles al baile, Mary tomaría la absurda decisión de desistir, algo que necesitaba evitar tanto como fuese posible.
Estar acompañada de Robert bajo una noche estrellada y agradable era un sueño hecho realidad, un acierto de esos pocos que se presentaban en su vida para hacerla sonreír cuando la tormenta por fin había cesado. Las razones no iban ligadas a una posible incomodidad de la cual no era dueña, no, al contrario, pero el peso de su cuerpo –aquel que casi la obliga a permanecer en su hogar sin obsequiarse el sucinto momento para admirar cada detalle de la jornada– era mortífero. Mary vaciló rodando las pupilas al percatarse de la negación que existía en el cuerpo de la castaña, esta se dio cuenta y optó por satisfacer la voluntad de ella.- Bien, bien -.concluyó con una risilla de aspecto ajado.- Vamos a bailar, pero le advierto señor Simmons que si me sumo en sueños sobre su hombro tendrá que cargarme hasta mi hogar -.añadió con un tono bromista y gracioso. La sonrisa de Mary no demoró en hacerse presente, un tono rojizo se esfumó poco a poco en sus mejillas, Diana logró divisar desde su posición a la muchacha, quien apoyó su cabeza en el brazo de James, con una amplia expresión de gozo, esta le dijo algo casi en un susurro inaudible. “Será una gran noche, se lo prometo y soy un hombre que cumple sus promesas” dijo Robert tratando de persuadir a su chica.- N-No lo dudo, confío en sus promesas -.pronto se daría inicio a la jornada de baile en el gran salón de la ciudad, en la cual se encontraría con las mismas alcahuetas elegantes bien acomodadas y las carentes doncellas que se le aproximaban a su realidad humilde, un punto de reunión imparable y diverso.
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j-emwright · 12 years ago
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Los fuegos artificiales se elevaban y estallaban en miles de pequeños retazos de albor, flotando majestuosos sobre sus cabezas y destellando en todos los hombres y mujeres que debajo se encontrara como si éstos estuvieran hechos de algún tipo de material preparado para imitar el fulgurar alucinante del más bello arcoíris. Los juegos alrededor giraban y se movían mecánicamente, sus sonidos maquinales eran apenas murmullos roncos por debajo de las voces y las risas de todos aquellos que se encontraban presentes y admirándolos. Por su parte, las disímiles luces de colores fuertes y brillantes que todo lo adornaban, cumplían la función de llenar el cielo de hito en hito, haciendo parecer a todo alrededor un poco más alegre y distendido, triste contraste con la guerra —figurativa pero casi tan delicada como la verídica–, que se estaba llevando a cabo dentro de la mente del joven Wright. La mujer blonda que ahora caminaba a su lado con los labios dispuestos en una mueca silenciosa pero al mismo tiempo increíblemente reveladora, le había dejado saber, con una voz pequeña, musical y vaporosa como la gasa que envuelve el traje de una novia el día de su boda, que su nombre era Mary y estaba totalmente encantada de encontrarse allí aquella noche. James no podía notarlo del todo, dado que ella poco y nada más que eso dijo, dedicándose a respirar profundamente y coordinar curiosamente sus pasos retumbantes, a los silenciosos de él. — ¿Le sucede algo, Mary? ¿Hay algo que quizá yo pueda hacer por usted, se siente usted incómoda? —la pregunta fue atrevida y quizá hasta fuera de lugar, tomando en cuenta que quizá los nervios de la muchacha estaban jugándole excesivamente en contra, pero él necesitaba —más en honor al respeto que otra cosa— que ella se encontrara lo más cómoda posible junto a él. “Oh, no, señor Wright… por favor, no piense que quizá podría encontrar penoso el hecho de poder gozar de su compañía. ¡Es todo lo contrario! Sucede simplemente que todas las palabras que había pensado en decir desde que lo conozco parecen haber huido de mis labios como la arena entre los dedos y creo que es muy poco delicado que lo diga, pero si he de ser sincera con usted, y deseo serlo, me encuentro bastante nerviosa…” James asintió lentamente y posó su mano libre encima del antebrazo de su compañera para infundirle calma. — Tranquila, Mary, pronto descubrirá que soy un hombre tan básico y poco merecedor de la compañía de una mujer como usted como cualquier otro de los que este suelo están pisando esta noche. No hay nada que temer de mí, no es necesario ningún tipo de fingimiento, ya ha cegado mis ojos con su belleza y dulzura, no es necesario que me deslumbre con nada más —para finalizar la frase, decidió que una sonrisa no estaría de más. Y tenía razón. Al atisbar la mueca en el rostro de James, Mary le regaló una sonrisa que, hasta en la más oscura de las noches, podría haber iluminado el cielo cual la más brillante de todas las estrellas.
— Usted despreocúpese, Mary, y disfrute tanto como pueda de mi humilde compañía y del ambiente tan próspero en el que nos encontramos —la animó James, un instante después, deseoso de que ella hallara algún tema de conversación de su agrado y él no se viera en la obligación de tener que llevar el hilo principal del habla. No se le daba bien mantener viva la llama del interés, por lo que esperaba poder expresar alguna que otra opinión respecto de lo que Mary desease charlar en aquella ocasión. Para su completa y rotunda suerte, la blonda pronto comenzó a llevar adelante un monólogo rápido acerca de las nuevas chácharas que Stark había lanzado últimamente y de las cuales James desconfiaba bastante, ¿qué hombre en su sano juicio creería que en algunos años nada más los autos podrían elevarse del suelo y flotar? Ninguno, y aquél que lo hiciera se vería seriamente obligado a recapacitar acerca de sus facultades intelectuales. A lo lejos, Robert respondió con dulzura a una pregunta formulada en voz alta por Diana haciendo una muy escasa referencia a enlistarse en el ejército para formar parte de los pabellones. Así que ya estaba arrepintiéndose, ¿eh? El amor podía lograr cualquier cosa, y James lo había oído antes, pero nunca pensó que un amor pudiese cambiar su moral y sus ideales de vida por una mujer. “En realidad veníamos a ver qué tal iba todo y hasta cuándo poseíamos tiempo en nuestro poder para poder enlistarnos… Stark es nada más que la distracción para luego de haber cumplido el deber que tenemos para con nuestra nación, nuestra patria y el gobierno que cada día hace todo lo posible para ennoblecer y engrandecer a este maravilloso país, ¿no le parece, Diana?” — Amigo mío —lo interrumpió James con una leve carcajada—, nos haces parecer inseguros y vacilantes de pulso ante la posibilidad de sumarnos a las anchas y patrióticas filas de nuestro magnífico ejército. En verdad, señorita Diana, estábamos dispuestos a firmar cualquier papel que fuera necesario para poder enlistarnos cuando su mirada se trabó en la de mi queridísimo amigo y éste se vio arrastrado sin voluntad por el fantasma de su belleza, trayéndome a mí con él también, por supuesto —comentó el castaño en voz alta, pero al finalizar el discurso y elevar la vista, no halló más que a una señorita Smith completamente absorta en sabría Dios qué clase de pensamientos que lograban arrugar su ceño y opacar sus ojos con preocupación.
Al alejar la vista de la ojiazul, fue cuando Mary vio oportunidad de hablar incansablemente, dándole al joven Wright la posibilidad de callar y, ocasionalmente, ofrecer una observación. “¿Ha visto usted lo interesantes que son ven aquéllos nuevos artefactos que Stark ha presentado hoy por la tarde? Los que se encuentran en la parte alta del escenario…” Emitió algunos comentarios, ahondando tanto en el tema como su conocimiento se lo permitía, explicó su posicionamiento y su opinión respecto al dueño de las empresas de tecnología, hombre que le parecía demasiado ostentoso y pagado de sí mismo como para ser de excesiva confianza. Pero algo en su vista panorámica captó su atención por completo, un destello entre grisáceo y azul; ubicados en medio de un rostro ceniciento y sobre dos mejillas perennemente ruborizadas, ahí estaban esos dos pequeños zafiros pálidos y hermosos iluminados con pobreza y escasez por la iluminación penosa del recinto. Y estaban fijos en él, los grandes y expresivos ojos de Diana, yaciendo por encima de una feliz sonrisa que a partir de aquél instante haría las veces de la condena eterna para James por intentar siquiera salir adelante luego de haber caído tan profundamente en la trampa que su prohibido amor suponía. Era como un castigo inconsciente, tal y como si con aquella sonrisa estuviera diciéndole, a pesar de desconocerlo, que no intentara huir, que no tratara de olvidar ni borrar nada de lo que había sentido por ella porque, por mucho que lo deseara, jamás lograría erradicarla de sí. Intentando contrastar con sus lúgubres pensamientos, el castaño obligó a sus abarrotados músculos a esbozar la más convincente y amplia sonrisa que pudiera proporcionarle a la muchacha como muestra de reciprocidad por su demostración de amabilidad constante. Entonces, al final de un largo túnel, pudo oír el eco de una voz familiar: era Mary, intentando suavemente captar su atención: “James, ¿me oye?” inquiría con dulzura “Le comentaba recientemente a Diana que esta noche se estaría llevando a cabo un baile, y me preguntaba si a usted ¿le apetecería ir a bailar, quizá? He oído que será en un pequeño pero muy acogedor salón a unos cuantos metros de aquí… daría comienzo a las ocho con cuarenta y cinco, por lo que aún tenemos un par de minutos para llegar hasta allí. Obviamente, sólo si usted accede” — ¿Acaso ha dicho bailar, Mary, preciosa? —preguntó, sonriente y de pronto entusiasmado por la idea, elevó las cejas en una mueca cómplice— Porque si es así… acepto.
Por un momento creyó que el amigo de aquel hombre que yacía cerca de ella no sentía el deseo de acercarse, más bien la incomodidad circundaba a su alrededor, pero pronto lo observó aproximarse a su encuentro no hizo más que revelar una risa ante su acertado y jocoso comentario.- Si es así joven, entonces me parece un buen acto de fraternidad hacia su amigo -.admitió siguiendo el juego con un leve movimiento de cabeza que derrochaba elegancia. Observó de reojo la grata escena que se desencadenaba a su lado, Mary vivía quizá el mejor episodio de su vida en mucho tiempo y como fiel amiga no pudo sentir un orgullo y alegría más inmenso de lo que su corazón soportaba en ese minuto, la terca e impaciente muchacha de cabellos cobrizos se deleitaba ante tan deslumbrante caballerosidad. Diana intentó suprimir una sonrisa cómplice que se asomaba por sus labios cuando la joven intentó entregarle su preciado nombre cuidándose de no tartamudear a causa de los nervios que se iban apoderando poco a poco de su cuerpo sin piedad. Quitar la ansiedad y la emoción de su rostro era una tarea ardua que no podría llevar a cabo hasta quedar en su hogar, sobre su cama y sintiendo un cansancio ingrato que le hiciera apoyar su peso sobre la almohada, cayendo rendida al profundo sueño. James demostraba en frente de la señorita todo aquello que supo guardar luego de la reyerta en el bar.- Usted es todo un romántico, recuerdo que fuera de nuestro trabajo siquiera pude oír su nombre, eso me hace concluir que la primera impresión no lo es todo -.aclaró la ojiazul con el fin de relajar la rigidez que traía consigo su mejor amiga, además de otorgar una opinión que se llevó a causa de su silencio respetuoso.- ¡Enhorabuena! Me complace que nos den el magnífico privilegio de contemplar este evento en compañía de ustedes -.exclamó la castaña inspirando profundo sin dejar de mirar a ambos hombres a la misma vez, cuando sin previo aviso se ruborizó de manera instantánea al oír lo que James guardaba para decir.- Dichosa es una palabra miserable en comparación con lo que siento en este momento mi buen hombre -.contestó aproximándose al costado de Robert sintiendo gratitud.
“Mis deseos de ser su compañía han llegado a límites imperceptibles Diana, y déjeme decirle por favor que luce maravillosa esta noche, su belleza encandila más de lo que un hombre quisiera para no perder la cabeza”, aquellas palabras causaron una sensación más que estremecedora en lo hondo de su ser, cada segundo que transcurría era uno que hacía valer la pena el desastroso momento de observar a los hombres golpeándose sobre las desgastadas mesas. Sus pupilas fueron en dirección al fornido hombre de cabello claro, su conmoción era tan descomunal ante la majestuosa expresión que pudo experimentar una huella vidriosa y quebradiza en su iris. Nunca antes su pulso aceleraba de esa forma al verse elogiada por un caballero, y por primera vez el miedo de caer rendida como motivo de esos portentosos encantos fue haciéndose dueño de sus extremidades, iba enmascarado en corazonadas positivas sin alarmarla en demasía.- Y si me lo permite, he de mencionarle lo agradecida que me siento de recibir estas alabanzas de las cuales con todo respeto creo no ser digna, hallándose este mundo rodeado de bellas y finas damas -.replicó empleando un tono humilde que le había caracterizado toda su vida. El problema de Diana era aquel que presionaba y ahogaba a la raza femenina en cualquier emplazamiento del mundo, sentir que no existía comparación entre una dama rodeada de lujos, riqueza, una situación económica acomodada y belleza, a una mujer que dependía del menesteroso sueldo a recibir semanalmente. “No diga eso mi bella mujer, usted es una flor dentro de la adversidad, única, sublime y esplendorosa, me siento afortunado, con toda sinceridad.” Sus modestos labios se sintieron avergonzados de las palabras que cundían en los de Robert, tomando la breve decisión de avanzar lentamente, sujeta al brazo de su acompañante.
¿Y a qué se debe la visita de ustedes a este masivo evento? ¿Va ligado a Stark y sus magníficas locuras o más bien les ha llamado la atención la gran fila de muchachos que quisieran enlistarse al ejército? -.se hizo una alusión a la razón más corriente y sensata de encontrarse coincidentemente con ambos, la proximidad de la guerra. No los culpaba, en lo más mínimo, aquel sueño suicida absorbía la mente de la población masculina que habitaba la ciudad y nadie tenía la osadía de burlar el hecho cuando el patriotismo se inculcaba a los niños desde pequeños, en cada hogar de los Estados Unidos, preparándolos a ser dueños de una larga lista de valores. Hizo hincapié en la segunda opción, la más coherente, si llegaban a ser seleccionados existía una alta probabilidad de no divisar a Robert caminando por el asfalto de forma tranquila hasta que el avión de misión arribara nuevamente para brindar buenas y malas noticias. Dentro de sí rogaba clemencia y pedía a gritos incesantes una oportunidad para ser amada o en su defecto que el muchacho abandonara la inconveniente idea de crear fuertes lazos hacia su persona, cualquiera fuera el destino de su petición le aliviaría el anticipado dolor de perder a otro ser querido, el mismo pensamiento iba para con su castaño amigo, evitarle un futuro dolor a Mary se encontraba entre sus prioridades por excelencia, defenderle y cuidar a su corazón de caer rendido en pedazos, ¿Qué mujer desea ver su figura envuelta en un luto melancólico? Intentando olvidar lo angustiante de su raciocinio recorrió con la mirada a los concurrentes que paseaban en pareja al igual que ellos, entregándoles un cordial saludo de buenas noches como cortésmente se hacía cotidiano para cultivar las buenas costumbres y educación. Las luces eran buenas aliadas en medio de la noche, destacando los coloridos vestidos que embellecían a las mujeres en cada paso que daban, los jóvenes por su parte desprendían un aire de galantería que hacía delirar a las féminas en cuestión de segundos, todo transcurría de una manera serena y novedosa.
Los sucesos que marcaron esta semana iban aconteciendo tan rápidamente que Diana ponía en duda la veracidad del mundo real que la despertaba a cada mañana, luego de una estancia dolorosa la esperanza hacía su calurosa aparición para recordarle que no todo estaba perdido como creía, que la vida ofrecía más de una oportunidad para concretar sus metas, que se vieron desplomadas hace una cantidad no menor de años, cuando era pequeña. Como un acto reflejo giró su rostro para observar a su fiel amiga, Mary, pero la muchacha estaba prestando atención a otro lugar en forma despistada. Fijó sus ojos en James, con quien cruzó miradas de forma coincidente, dio un trago al sentirse levemente intimidada como siempre, pero disminuyó el efecto con una sonrisa grandiosa y encantadora que iba dirigida hacia él, parecía que el muchacho guardaba la intención de decir mucho, pero para Diana aquello era solo una conjetura quizá hasta errada. Sus luceros tornasolados en una gama clara de colores pero empapados de profundidad se sumieron en honestidad y fascinación para corresponder el gesto en vista de que el señor Wright era su paisaje más próximo en ese instante.  
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