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Formación militar obligatoria para educar a los jóvenes
Me topé de casualidad con esas publicaciones que dicen que, para solucionar la delincuencia, la mejor opción es el servicio militar obligatorio. Y yo me puse a pensar ¿Es la única solución? A mi criterio, creo que es lo más aberrante y descarado que puede existir. Este pensamiento no nació de una oposición o desprecio hacia los militares; aun cuando estaría justificado dada la naturaleza de la historia del ejército y su participación en nuestro país y el mundo durante el siglo XX. Sin embargo no es así. Admiro el trabajo de los soldados: la valentía de enfrentar el peligro, de morir por una idea, por un país, por la libertad (o eso es lo que vende la propaganda bélica). Pero más respeto y aprecio siento por aquellos soldados que van a países en crisis y salvan vidas, llevan provisiones, luchan contra la pobreza y arriesgan sus vidas para salvar a otros de la esclavitud o desbaratar organizaciones criminales de trata de personas, como lo hacen los hombres como un amigo que eligió trabajar de eso; que se enlistó para ir a Haití y países en conflicto como ese.
Pero no creo que la disciplina militar, en sus métodos, sea la única forma de educar a la juventud, de alejarla de la delincuencia que, según dicen, “está peor que nunca”. No voy a negar que muchos chicos son crueles: roban, violan y hasta matan. Pero la responsabilidad ahí no es ni del estado, ni de las malas juntas, ni de las modas, ni de la escuela, ni de nada externo. Sino un problema interno, que viene aparejado de la casa, del hogar, de una familia ausente. Que yo sepa, los militares no engendraron a los chicos para hacerse cargo de su crianza; no sabía que eran “hormigas reina”. Lo cual me lleva a preguntar ¿Dónde están los padres? ¿Eh? ¿Dónde están los individuos ausentes que solo son padres cuando les mandan una nota en el cuaderno de comunicaciones para hacerles recordar su lugar como “adultos responsables” en la "familia"?
Como hay chicos que son irrespetuosos, que causan daño y lastiman a otros, también hay chicos excepcionales y únicos que nadie conoce. Chicos y chicas dulces, tiernos, inteligentes, innovadores, trabajadores, e incluso más sabios que muchos que se hacen llamar "maduros" o "adultos responsables". "¿Existen esos chicos? ¿No te parece que sos un poquito infantil para creer algo así, para no entender la realidad de nuestro país? ¿Para creer que todos son buenitos?" Preguntas de segundos como estas son las que oigo cada dos por tres, justamente de personas que dicen que la realidad es así, pero solo porque ven la realidad que quieren ver; que se quejan y no hacen nada para remediarlo tampoco. ¿Que si existen? Ej: Valentina Andrea Oliva, 14 años, una chica que vive en Trelew, es escritora ya a su edad; escribió un libro llamado Jade, de Valentina Oliva, una novela hermosísima y para la cual tiene pensados ya varios tomos y lo publicó, el primero, este año. Facundo Mose, un joven que recién de graduarse quiere ser profesor de vocación para enseñar a los niños "quiero ser alguien que les enseñe lo básico de la vida, el dibujo, el arte, las relaciones sociales, a confiar en quien se debe" (palabras textuales); un joven que quiere dedicarse a enseñar no para ganarse unos pesos, sino porque aprecia a los chicos y ve en ellos lo que son: niños, personitas que uno tiene el derecho y la obligación moral y profesional de educarlos!!! Mientras los demás los ven como monstruos que el sistema educativo contiene, olvidándose de que son personas también; como si los que los acusan fueran unos santos, como si nunca hubiesen cometido errores en sus vidas. Como bien dijo Jesús "Quién esté libre de pecado, que arroje la primera piedra".
Pero nadie ve a los jóvenes que acabo de mencionar, solo unos pocos. Estos chicos que acabo de nombrar son personas que tengo cerca; son los jóvenes que el mundo ignora y que solo les prestan atención cuando mueren baleados o pueden desprestigiarlos de alguna forma; para así encasillarlos en el mismo lugar de los otros que aparecen como mayoría, vendiendo de esta manera con el morbo y la desgracia ajena. Y podría seguir nombrando a decenas de chicos que he tenido el placer de conocer a través de estos años y que me han demostrado que la juventud no es símbolo de crimen, maldad o crisis educacional. Porque la educación viene de la casa, no de la escuela o los militares. Y sí, no voy a decir que todos son buenos, como tampoco que todos son malos. No son ninguna de las dos cosas ¡Solo son chicos, nada más! Y que se manden macanas, muchas veces terribles, no es su culpa. Es de los padres y la familia ausente ¿Hay que mandarlos al ejército para terminar con la delincuencia? Para eso hagamos como decía Micky Vainilla, el personaje de Capusotto, cuando entonaba su canción "Que vuelva la conscripción, ahí tendrán una educación, la vida puede ser un plantel, si al chico lo metemos dentro de un cuartel, vigilado y domesticado" o "No, la idea no es meterlos a los 18 años, es meterlos de bebés y que se queden ahí para siempre". Sé que es re extremista esta sátira, pero es la solución que seguro muchos padres irresponsables habrán pensado más de una vez antes de criar ellos mismos a sus hijos. "Mandémoslo al cyber, démosle plata, comprémosle una tablet, la Play, el celular táctil más nuevo, para que deje de hinchar las pelotas" he escuchado a muchos decir esto. Hasta los medios de comunicación dicen "Llegaron las vacaciones de verano ¿Qué hacemos con los chicos?" como si los chicos fueran una plaga que contiene la escuela. Y no me vengan con eso de "Pero vos interpretás el título así", porque eso es lo que en verdad quieren decir. Prefieren tirárselos a otros, lavándose las manos, sacárselos de encima, como si fueran perros o gatos que el estado mantiene, antes que tomarse el tiempo de charlar un rato, interesarse por todo lo que a ellos concierne y ELLOS mismos, como padres que deberían ser, imponer los límites. Y no me refiero a golpes, gritos o faltas de respeto que los denigren. Sino hablando, porque las personas que tienen un cachito de cerebro saben solucionar un problema hablando. Solo los burros necesitan patearlo, porque la cabecita no les da para más. Y son esos mismos burros los que dicen "Bueh, si no querés aceptar que hay que poner mano dura alguna vez, andá a tejer bordados". Típico comentario machista empedernido, acomplejado, discriminador y cabeza hueca. Típico de gente que lo único que sabe hacer es tirar los libros al piso en vez de sentarse a pensar un poco y razonar.
Es cierto, el mundo está armándose para la guerra. Pero desde siempre ha sido así. Fue así durante el contexto de las colonias americanas, durante la primera guerra mundial, durante la segunda, durante la guerra fría, la Crisis de los Misiles en Cuba, el atentado del 11/S y seguirá siendo así mientras el negocio de la guerra siga siendo rentable. Y que los demás lo hagan ¿Eso significa que también tenemos que hacerlo nosotros? ¿Dónde está nuestra independencia si tenemos que copiar al otro? ¿Dónde está la libertad por la que pelearon nuestros padres fundadores y tantos otros durante la prolongada historia de nuestro país? ¿Dónde está nuestra inteligencia? ¿Acaso todo se resuelve disparando un arma? ¿Acaso siempre tenemos que usar la frase "Hay que matarlos a todos"? ¿Acaso no se puede evolucionar, cambiar para mejor? ¿O es que todos tenemos que caer en la paranoia que los medios de comunicación nos meten en la cabeza, haciéndonos creer como siempre que el mundo está por acabarse cada año? No digo esto porque tenga miedo de pelear. Sino porque antes que un bruto, soy persona, y todos los que me rodean lo son, más allá de nuestras diferencias, que eso hace único a nuestro país entre todos los demás; esa es la verdadera riqueza de nuestra sociedad, DE NUESTRA TIERRA: las diferencias. Y como muchos otros que son personas, se hace lo que se puede para evitar cualquier conflicto innecesario.
Es cierto que hay chicos crueles. Pero es injusto, una aberración, que los usen como pretexto para meterlos en el ejército y eludir el problema principal y ese es el siguiente: Los padres están desconectados. Prefieren mirar Tinelli, un partido de fútbol, o trabajar más horas para ganar más plata en vez de compartir un tiempo con sus hijos. Pero estos chicos "delincuentes, vagos, alcohólicos, drogadictos" de los que hablan, son una minoría comparados con todos los que hacen cosas increíbles por este hermoso país, por este bello mundo; por construir un mejor futuro para todos. Sin embargo, no existen para la gran mayoría porque no venden los héroes, los intelectuales, los estudiosos, los creadores, los innovadores, los escritores, los músicos (a menos que seas un tipo que entone canciones machistas, misóginas y se esté quejando toda la vida que lo más malo que te puede pasar es que una chica te deje), entre otros. Vende el morbo: el menor de edad que entró a un kiosco con un arma (filmado por las cámaras de seguridad de algún programa), vende el drogadicto, el barrabraba que rompe ventanas de negocios, el alcohólico que le pega a la policía, el motochorro; en resumen, vende la alegría de ver una desgracia cuando la está sufriendo otro. Por ejemplo: Todos hablan de los chicos que salieron a robar durante la "Huelga de la policía" en Córdoba. Pero nadie habla de aquellos que no lo hicieron. Y por culpa de esos muchos que filmaron, salen con esa frase "Esta es la juventud de nuestro país", como si los gobernantes los hubieran parido ¿Por qué no dicen "Que padres más irresponsables que tienen esos chicos, no les da vergüenza ver que su hijo sale en las cámaras, fichado como un delincuente"? ¿Eh? Y con esto no defiendo a ningún partido político ni nada por el estilo. Estoy del lado de aquellas personas que hacen algo por la humanidad, que piensan en los demás, antes que en ellos mismos. Y los chicos, que hacen algo por este mundo, desde luego no lo hacen sentados en una computadora, mirando el Facebook o hablando de lo mal que está el mundo. Reaccionan, denuncian, luchan, dan su vida en pos de una causa, aún cuando las adversidades parecen prevalecer.
Admiro el valor de los soldados que luchan en una guerra hasta morir. Pero más admiro el de las personas que pueden detener una guerra sin pegar un solo tiro y que crían a sus hijos con amor, dedicación, respeto, consideración, tolerancia, igualdad, empatía, propósito y sin levantar una sola vez la mano. O en este caso, sin disparar un solo tiro.
Escrito por: Bryan Pablo Escalona Urrutia.
Fecha de creación de este artículo: 30 de junio de 2016/10:26 AM.
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El lenguaje: ¿instrumento o facultad inherente? La naturaleza frente al artificio de la palabra
La interacción con el Otro ha tenido un papel fundamental en la historia de la humanidad. Desde los cazadores en años prehistóricos que articulaban un determinado sonido para avisar a los demás de atacar o no a la presa, pasando por las teorías científicas más famosas, hasta las conversaciones cotidianas de hoy en día, querer transmitir una idea a alguien ha permitido edificar conceptualmente nuestro mundo. Las ideologías, las religiones, la política, la cultura, los vocabularios técnicos de las distintas ciencias y disciplinas han sido edificadas con el artificio de la palabra. Es cierto que las innovaciones lingüísticas mantienen a una lengua viva —me voy a referir aquí al nivel léxico— y esa misma innovación acompañó al crecimiento de la humanidad a lo largo de los siglos. Basta con echar un vistazo a los grandes descubrimientos de científicos, por ejemplo: antes de que se descubriese la célula, esa misma palabra “célula” no formaba parte del vocabulario de ninguna lengua. Fue Robert Hooke quien la descubrió utilizando un microscopio y posteriormente la designó con esa forma léxica; el italiano Antonio Meucci inventó un aparato para comunicarse a distancia y lo designó bajo la forma léxica de “teléfono” —teletrófono en italiano—. Ahora bien, estos mismos ejemplos apliquémoslos a nivel macro, esto es, al origen de las ideologías, las cosmovisiones, etc. Es una cuestión muy compleja e imposible de analizar, pero podemos encontrar un punto en común: el lenguaje tiene un papel fundamental para interpretar la realidad que nos rodea. Llamo “realidad pura” a la naturaleza en sí, sin intervención del hombre a través del artificio de la palabra. Esa “realidad pura” el hombre la interpreta con el uso del lenguaje, dándole un sentido, dándole un origen y amoldándola a sus creencias y convicciones. Ahora bien, con esto estoy diciendo que el lenguaje es un instrumento, una herramienta y, por tanto, exterior a nosotros. ¿Pero es realmente externo a nosotros o es una facultad inherente, innata? La capacidad del cerebro para procesar información —piénsese en la neurolingüística—, los órganos del aparato fonador que cumplen distintas funciones para que podamos emitir sonidos —piénsese en la fonética articulatoria—, nos hacen pensar que el hombre nació con ese don: el lenguaje. ¿Pero en qué quedamos entonces? ¿Es externo o inherente? Digamos que puede ser externo porque lo utilizamos al igual que una herramienta pero, a la vez, es inherente por las extraordinarias capacidades del ser humano. Estas preguntas no tienen respuestas, sino que hay que tomarlas en su problematicidad. Pero bien, volvamos al asunto anterior. Quiero desarrollar aquí el aspecto instrumental del lenguaje. Efectivamente utilizamos el lenguaje para amoldar la realidad a nuestras creencias, a nuestra cosmovisión, a nuestros pensamientos —por ejemplo, los códices son libros provenientes de la cultura maya donde esta civilización antigua dejó registros acerca de su modo de pensar y entender el universo—. Ahora bien, imagínese un albañil que coloca ladrillo por ladrillo para construir un muro sobre el suelo. Los ladrillos representarían los primeros símbolos que usó el ser humano para comunicarse —por ejemplo: los jeroglíficos egipcios—, el muro ya terminado representaría las lenguas desarrolladas —a nivel morfo-sintáctico, fonético-fonológico, léxico-semántico— y el suelo debajo del muro representaría la realidad. Pensemos en esta metáfora para entender al mundo. Las lenguas han evolucionado —con todo lo que ello implica— “sobre” la realidad. Y digo “sobre” porque la realidad no es ajena al impacto del lenguaje, sino que sufrió las consecuencias. El lenguaje la amoldó, la interpretó. Pero pensemos esto: en ese intento de interpretación, ¿no será el lenguaje una mentira válida para todos? Un tronco con ramas y hojas lo llamamos “árbol” en español, “tree” en inglés, “baum” en alemán. Son formas léxicas distintas para designar a una misma realidad, pero ¿cómo se llama en verdad aquello? No lo sabemos y, por tanto, “mentimos” y le asignamos un nombre. Pensemos en el ejemplo del descubrimiento de la célula: tampoco sabemos cómo se llama en verdad. La sociedad utiliza el lenguaje para mentir y esas mentiras son válidas para todos —por ejemplo: una persona dirá que aquello que brilla en el cielo se llama “sol” y no “luna”, dando por sentado una verdad absoluta, pero sin saber que puede llamarse de otro modo—. La “realidad pura” es ajena al uso artificioso que hacemos con el lenguaje. Entonces el uso instrumental que le damos es para mentir. Naturaleza y artificio, realidad y lenguaje. Cuestiones opuestas, pero indiscutiblemente inseparables. Dos caras de la misma moneda. Una moneda con la cual las sociedades viven, se mueven y son. 3 Referencia bibliográfica: Nietzsche, F. (2010). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Madrid: Editorial Tecnos.
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Tallulah
¿Por qué insisten? ¡No quiero decirles mi nombre! ...Oh, pero... tienen razón... si pretendo contar una historia, ésta no puede tener un personaje anónimo... y si la historia habla de mí... podría usar un pseudónimo, y siempre me gustó la idea de llamarme Vlad. Y no se impacienten, aquí va la historia de este personaje que resulta ser yo mismo. No hay muchas cosas que deba decir para que conozcan mi carácter... debo decir, si, que mi personalidad siempre fue oscura; y desde siempre soy solitario, y puedo decir tranquilamente que nunca tuve amigos. Es por todo esto que no recuerdo cómo fue que conocí a Tallulah. Quizás fue su alma la que me buscó a mí, quizás fue la mía, que pedía a gritos un hombro en el cual llorar... ¿llorar? Si para ese entonces no tenía motivos para llorar. El punto es que nos encontramos, fue en un bar. Jamás voy a olvidar cómo se veía aquella vez, ni la primera vez que me dijo su nombre. Tallulah... ¡bella Tallulah! ¡Si la hubieran visto! Sus ojos felinos, su enmarañada cabellera negra, su piel que igualaba la palidez de la luna... pero lo que más me cautivó fueron sus labios rojos, su sonrisa sincera, sus dientes blancos...Pero Tallulah no solo era bella a los ojos. Su inteligencia, su forma de hablar... ¡cómo me gustaba escucharla! Si, su mente era maravillosa, encantaba a cualquiera con sus historias. Tan bella mujer... y el destino quiso que se encuentre con migo... Recuerdo aquella noche cálida, ella me contaba leyendas que aprendió hace tiempo, leyendas del más allá, perdidas en memorias y que nadie recuerda ya su autor. Yo, atento, la escuchaba con pasión... aún no sé por qué deslicé mi mano por su estrecha cintura y atraje su cuerpo al mío. Tallulah detuvo su relato, y me miró sorprendida ¡qué bella se veía! -¡no me veas así, mi niña!- le dije-¡te amo, Tallulah, te amo! Ella no salía de su asombro, pero sonrió. ¡Por qué tuvo que sonreír! No pude soportar el fuego que llevaba dentro y besé sus dulces labios. Me costó separarme de ellos, pero lo hice, y mis ojos no quisieron encontrarse con los suyos, sino que miré con ardor sus blancos dientes, su enigmática sonrisa... -¿por qué haces esto, Vlad?- me preguntó riendo. No supe qué decir ante tan extraña pregunta. Quedé en silencio, aturdido. Creí que me había sobrepasado, que estaba confundido con su cariño, más ella me tomó la mano y comprendí que su pregunta no buscaba una respuesta, si no, mi asombro. Me acarició la frente y volvió a hablar: -¿cuánto tiempo esperaste para decirme eso? Volví a mirar su sonrisa, sus dientes, suspiré, y sonreí. Estaba demasiado enamorado de aquella bella muchacha. -desde la primera noche que escuché tu voz- le dije al oído- desde la primer noche que no estoy solo. Tallulah rió ¡ah, esa risa era música para mí! Nos besamos nuevamente, ¡el más dulce de los besos! Pero... ¡ah! Nuestras bocas se separaron, yo sentí un dolor en mis labios, y un líquido que corría con un extraño sabor. Era sangre. Mordí mis labios, quizás en un arrebato de pasión. Agradecí no haber lastimado a Tallulah, jamás me hubiera perdonado el lastimarla, si así fuera por una desesperada prueba de amor. ¡Quién dijo que los solitarios no saben amar, que las almas oscuras no saben suspirar! Pues hasta un misántropo como yo puede hallar la belleza de tal sentimiento... yo la amé demasiado, y ella me amaba como si jamás antes hubiera conocido ese sentimiento, aunque a veces... a veces parecía que no era ese su sentimiento... más. ¡Ay, sus besos! Dulces, violentos besos que ella me daba ¡tan bella era Tallulah! Nunca imaginé que mujer alguna quisiera a un hombre como yo. Tan solitario, huraño, quizás. Jamás consideré ni mi atractivo excusa suficiente para quererme, mi apariencia no es extraordinaria; pero Tallulah compartía mi soledad. Los días grises y fríos, caminando tomados de la mano, en los parques desiertos, viendo las hojas caer de los árboles. Dos almas melancólicas que buscan aquellos momentos en los que sólo salen aquellos que quieren evitar las multitudes. Pero nada se comparaba con compartir las noches, a la tenue luz de la lámpara o alguna vela, entre las sábanas de mi cama, cuando al fin cerraba mis ojos, Tallulah, acariciándome el cabello, me contaba esas historias que sólo ella podía inventar. Pero había algo que no compartíamos, algo que yo aún no conocía. La crueldad que ocultaba el corazón de Tallulah. Fue un día de invierno, yo estaba solo, sentado en un banco de la plaza. Tallulah me había dicho que la espere, que ella pronto volvería ¡y Vlad, obediente, esclavo enamorado, se sentó a esperar! Hace varias horas ya que Tallulah había desaparecido al doblar una esquina. Yo seguía allí y ella no volvía. Una mujer tan bella, tan frágil, sola, en un día tan gris... mi mente me torturaba con horribles pensamientos. Comenzó a llover, y yo, desesperado, grité su nombre, buscando una respuesta. -¿qué pasó, Vlad?- dijo su dulce voz a mis espaldas. ¿Por qué me estremecí al verla? Tenía ganas de correr y abrazarla, pero sus ojos brillaban de una manera tan extraña, que sentí miedo. Estaba avergonzado de mi temor ingenuo, y creía que ella lo había notado, no la vergüenza, sino la desesperación idiota que sentí segundos atrás, y de seguro se habría molestado. De todas formas le respondí: -¡Ah, Tallulah! ¿Dónde estabas? -quería darte una sorpresa- dijo tímidamente- quizás olvidaste que mañana es tu cumpleaños. Yo no supe qué contestarle, en verdad lo había olvidado, nunca fue una fecha importante para mí, menos en ese momento que lo que más me preocupaba era saber que Tallulah estuviera bien. La miré fijamente, aún sorprendido. Vi lo que ella traía para mí: una guitarra. Una guitarra eléctrica. De mis ojos se escapó una lágrima. Nunca me habían regalado nada, y menos algo así. Desde niño que había admirado a los grandes guitarristas, pero mis padres me habían negado todo ante la idea de que su hijo se vuelva músico, alegando que era de vagos, seres inmundos e irresponsables... Me acerqué despacio. Tomé su mano entre las mías y contemplé su bella sonrisa, sus blancos dientes. Aquella noche me contó la más maravillosa de las historias, acerca de una niña que vivía en un mundo de pesadillas y sueños, llena de melancolía y también de amor. La niña era un monstruo, y a pesar del temor de los demás ella era feliz. Al terminar, se acercó más a mí y me besó el cuello. Yo estaba shockeado por la historia, y sentí un escalofrío ante el contacto con su piel. Sentí sus labios... ¿por qué tan fríos?... me miró con esos ojos ardientes de felino y me preguntó: -¿crees que se puede amar para siempre?- dijo de pronto. No supe qué decir; no comprendía a qué iba su pregunta. Simplemente cerré los ojos, como si estuviera demasiado cansado como para pensar en eso, ella rió ¡ah, esa risa! Esa risa que me hiso temblar. Aquella noche no pude dormir. Aquella noche por primera vez tuve pesadillas. Yo nunca había tenido una guitarra eléctrica, pero sabía tocarla. En mi niñez y los primeros años de mi adolescencia, escapaba de mi casa para ir con unos jóvenes más grandes que yo, que me enseñaban a tocar algunos instrumentos. ¡Ja! Recuerdo a esos jóvenes de pelo largo, llenos de cadenas y tatuajes... cómo querían a este niño pálido... si tan sólo hubiera podido seguir con ellos... ¡Y al fin tenía una guitarra propia! Los sueños que de niño tenía de convertirme en un gran músico volvieron a nacer en mí, y como si el simple hecho de tocar me hiciera exitoso, pasaba horas tocando, y Tallulah, riendo, me escuchaba ¡qué feliz me hacía ver su blanca sonrisa! Pero ¡ay! Pasaron los días, y Tallulah dejó de sonreír. Ahora me observaba seria, con sus ojos de fuego; incluso se encerraba en la habitación, sola, cuando yo tocaba la guitarra. Pareciera que comenzaba a molestarle su propio regalo. Y no sólo eso. En las noches dejó de abrazarme entre las sábanas, ya no me contaba historias. Tan sólo un beso en la frente al acostarnos, y sin dejarme acariciarla, me daba la espalda. Yo ya no podía dormir, no podía comprender por qué su amor era ahora tan frío. ¡Ah, y casi muero cuando ella dijo que prefería caminar sola en las noches, antes de dormir a mi lado! Y así pasé tantas noches en aquella habitación fría, sin Tallulah, pensando, mientras insistía en tocar la guitarra, por qué ella me abandonaría de esa forma, para volver en las mañanas sin siquiera saludarme... Recuerdo aquella tarde gris, yo estaba esperando a Tallulah, en silencio, sentado sobre la cama mirando un punto fijo frente a mí. Al fin ella llegó, pero... ¡ah! ¿Por qué esquivó el beso tan tierno que iba a darle el pobre Vlad? Apenas me miró y se encerró en la habitación, dejándome solo, triste y pensativo. Al cabo de unas horas, salió, con un vestido negro, tan corto, mostrando sus hermosas piernas ¡tan pálida, tan bella estaba...! ay, si mi corazón dio un vuelco... pero tan seria estaba... -¡qué bella estás, Tallulah!- le dije intentando sonreír. -voy a salir- me dijo sin siquiera mirarme. -no hay problema... Suspiré resignado, tomé la guitarra y toqué un par de notas. -¡ay, Vlad!- dijo ella, sarcástica- lloras por amor ¡pero eres tu quien me ha dejado! ¡Me cambiaste por la guitarra! -por nada te cambiaría- despacio me volví a verla- ¿a dónde vas tan tarde? -¡ingenuo enamorado!- dijo con una sonrisa irónica- ¿crees que tenés motivos para estar celoso? Celoso... ¿por qué usó esa palabra? ¡Ya creía yo que ya casi no me amaba! Pero nunca había pensado en otro hombre... sentí un frío terrible en mi pecho, me temblaban las piernas, y todo, vista y mente, se me nubló... Desperté en la habitación como de un largo y angustiante sueño. Me levanté confundido, y la cabeza latiéndome de dolor; no recordaba exactamente en qué momento me había quedado dormido, sólo que había sido uno de los peores sueños que tuve hasta ese entonces. Tomé un trago de aquella bebida tan dulce y agria, tan parecida a Tallulah, y fui a buscar mi guitarra. Esa guitarra... maldita guitarra... no la hallé... pero en su lugar, tan pálida y tan bella, como dormida entre pétalos de rosas rojas y collar escarlata, estaba Tallulah... Me acerqué temblando. ¿Era aquello, en verdad, sangre? Corrí hacia ella, y abracé su cuerpo frío. Lloré... gemí... grité... ¿acaso mi bella se había suicidado? ¿O acaso era Vlad su asesino? Quién sabe cuántas horas lloré, confundid y lleno de dolor... como dulce amante que fui, lavé su herida, besé sus labios muertos, y, en la oscuridad de aquella noche, la llevé lejos, lejos de mí... Llegué al fin al lugar indicado. Bajo aquél sauce solitario, cavé un pozo en la tierra húmeda. Tan triste dejé a mi Tállala allí, y, palada a palada, lágrima a lágrima, la fui cubriendo con la tierra negra. ¡Ni muerta dejó de ser tan bella! Dejé una rosa blanca sobre su tumba, cerré los ojos, y me alejé de allí sin volver la vista atrás. Aquella noche no dormí. Sin siquiera quitarme la ropa, me senté en la cama, me cubrí el rostro con las manos, y grité... grité su nombre... ¡Tallulah!... ¡y la busqué en mi mente! ¡Y quise aferrarme a su sombra, a su recuerdo que aún se escabullía entre las sábanas! Y escuché su voz, y vi su sonrisa maldita ¡sus hermosos dientes blancos! cerré los ojos, y allí estaba ella, frente a mí, pálida y dormida... olvidada bajo aquél viejo sauce... En ese momento, una horrible sensación inundó todo mi ser, cuerpo, mente y alma ahogándose en esa agonía. Me incorporé de un salto, grité, y salí corriendo de mi casa. Hacía frío y yo corría sin rumbo, ciego, desesperado ¡pobre Vlad! Corrí tanto que perdí el rumbo, más ¡qué importaba si no sabía a dónde iba, sólo me importaba escapar! De pronto algo frío acarició mi frente. Era una pequeña hoja la que me devolvió a la realidad. Una hoja de sauce. Mi mente trastornada y mis pies confundidos me habían llevado a la tumba de Tallulah. Alcé la vista al sauce y dije: -¡oh, Tallulah! El sauce llora tu muerte, llora las lágrimas que yo ya no puedo llorar... Cerré los ojos, y una ráfaga de viento helado me envolvió. Mi corazón latió con fuerza al sentir unos dedos de hielo acariciándome el cabello, y esa voz... su voz, que me susurraba al oído: -no eres mi asesino Vlad... pero adivina el destino de aquellos que se quitan su propia vida....
Entonces sentí sus dientes clavándose en mis carnes...
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Manual de fluctuaciones (Entrega N°3)

Palabras preliminares
¿Reaparecerá lo perdido, de tanto insistir en publicar los restos? No lo descartemos: la suerte es autónoma. Es el único milagro que llegaremos a conocer con los ojos así de abiertos.
Mirar de frente lo central es una redundancia. Al centro se llega de reojo.
(Las estrategias del toro)
Prefiero arriesgarme a la incomprensión que esforzarme en verbalizar porqués.
(Nuevas didácticas)
Un día la cola del súper será tan larga que la gente empezará a alimentarse de los productos que todavía no pagó para subsistir.
(Profecías menores)
Por Hernán Bergara
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Un partido de tenis de alarma
Crecimos en una casa chica, una casa de barrio, mi hermano menor, papá y mamá. Digo "crecimos" porque todos en mi familia lo hicimos (cuando yo nací, mamá tenía la edad que yo tengo ahora y papá,un año más que ella).
De a poco, mis viejos empezaron a laburar un montón y a ahorrar, y la casa se fue agrandando bastante, justo nos había tocado en la esquina y eso, aprendí, te da muchas posibilidades para crear espacios nuevos. Sin embargo, los cuartos quedaron donde estaban originalmente: 3 habitaciones medianas separadas por un pequeño pasillo que en un extremo tiene la puerta al único baño de la casa y en el otro extremo, un espejo frente al cual con mi hermano nos pasábamos horas haciendo caras raras y morisquetas. La única habitación que tenía (tiene) tv, es la que compartían mis viejos. Siempre dejábamos las puertas abiertas y los domingos a la mañana, nos despertábamos con el sonido de algún partido de tenis en ese cuarto y, aún con los párpados a medias astas y con el cuerpo todavía dormido, corríamos a meternos en la cama grande a ver el partido todos juntos. A veces papá o mamá se levantaban y hacían mate. De repente se hacía cerca de la 1 del mediodía y nos teníamos que levantar para ir a comer el asado del abuelo Julio. Hasta hoy, el sonido de los golpes de la raqueta contra la pelota así, en estéreo, acompañado de los quejidos que salen de los jugadores con cada movimiento, sobre todo si es a la mañana, me genera un estado de relajación tal que es difícil de cambiar en el curso del día. Ayer pensé que tal vez, si pusiera el audio de un partido de tenis de alarma (alguno donde no juegue Sharapova, je), podría levantarme bien en cualquier momento de la semana, del año, de la vida; en cualquier parte del mundo o de la galaxia y con quien sea que esté. Y aun que hoy, ni mi hermano ni mi papá ni yo vivamos en esa casa, se que así voy a tener siempre el pasaje de ida a la cama grande con mis viejos y Fran y la excusa de un partido de tenis para estar juntos y así todas las mañanas el mundo va a ser un poco menos difícil y así, nunca voy a estar sola.
Por Pau Lina.
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Carta al Intendente
Señor Intendente: antes que nada, disculpe mi insistencia con las cartas. Sucede que estoy desesperado. La policía ya no me contesta los llamados; la última vez que me arrimé allá a comentarles, con urgencia, lo que presencié, insistieron a desgana en que me vaya a casa. De mala, iba a hacerlo, cuando un oficial me grita que “espere sentado en mi casa la llamada de usted”, que después de tratar con el Presidente de la nación dicho problema, se comunicaría conmigo. Claramente me fui emocionado, ¿Cómo no estarlo? ¡Elevaron el tema con el mismísimo Presidente! Aunque, cierto es que era de esperar que los políticos se comunicaran conmigo, si les queda algo de decencia… Digo, ante un problema de tales magnitudes, resulta imprescindible.
Como verá, señor, yo lo esperé pacientemente. Pasaron cinco… seis… siete… y ocho… hasta nueve… ¡nueve minutos! ¡Una locura! ¡Pero si es casi la sexta parte de una hora! Y, entonces, reflexioné: ¡claro, está aún hablando con el Presidente! Evidentemente, debía enviarle una carta a manera de disculpa (porque… para cuando me percaté de la verdad de la situación, ya había enviado una carta, con un tono algo peyorativo, tratando el tema de su demora. Usted igual ya sabe todo esto, no hace falta que se lo cuente).
Pero sucede que no recibí jamás la respuesta, ni de esa ni de aquella. Por ende, más tarde llegué a suponer que estaba mal la dirección. Repasé y repasé cada letra de la misma. Aparentemente, estaba bien. Coincidía con la que me habían dado los policías una vez, entre risas también. Pero no… no puede uno guiarse por las apariencias… Aquí hay gato encerrado.
Rápidamente, me dirigí a su trabajo, el cual, por cierto, estaba completamente lleno del mismo tipo de crímenes que presencié la otra vez, en la universidad ¿no se dio cuenta? Bah… ya tendremos tiempo de hablar de eso cuando me invite a almorzar. Resulta que el tipo que me atendió, un tal Gonzales, (así decía llamarse) me miraba con cierta extrañeza; hablaba con su compañera mientras me atendía. Lo noté un poco confuso y no creí en su comentario acerca de que mi dirección estaba mal, que era, probablemente, un chiste de mal gusto. Ya sé que era mi duda a priori, pero en estos tiempos, uno tiene que desconfiar de todo, sobre todo de “cierta gente”. Ya sabe, aquella que levanta sospechas.
Como sea, usted conoce mejor que yo la clase de empleados que tiene, no me meto en esos asuntos, aún. Además, probablemente no estoy haciéndole más que perder el tiempo al escribirlo… ¿Le dijo Gonzales que acrecentó mis dudas? ¡Sí que lo hizo! Sucede que, en el momento más incómodo, redactó en un papel lo que parecía una dirección y me la alcanzó. Evidentemente, lo era. ¿Puede creerlo? ¡Otra más! ¡Ahora debía escribir dos veces cada carta! O debería… digo, si no me hubiera encontrado justo con usted, en aquel instante, después de recibir la mentira de su sirviente.
Lo sé, tenía usted prisa, y no podía hacer otra cosa que pasar velozmente, como ignorándome, al costado de mí persona. Qué suerte que vi la puerta en la que se adentró y pude seguirlo. Fue ese encuentro, aunque no me crea, el momento más peculiar de la situación, por lo siguiente: al entrar, de repente, dos hombres me agarran de los hombros y me sacan a patadas ¡A patadas! ¿Puede creerlo? ¡Sí que puede, mi queridísimo!
No me quedó otra opción más que regresar a casa y escribir el presente texto. En fin, mi atento lector, hablando de textos, no quiero continuar aburriéndolo con palabras anecdóticas y sin un valor imprescindible. Vista la situación, es mejor adentrar ya la lectura a mi versión de cierto hecho: hay un banco, que tiene todo para ser un banco de plaza. Hasta me inclinaría a pensar que es el significante que a la gente le viene al describir cómo es un banco de plaza. El problema es que no está en una plaza, sino en la universidad ¡La universidad, señor Intendente, en la casa de estudios! ¡Eso es un crimen! Es más, este delito es doblemente un crimen: primero, al buen gusto, y segundo, a la percepción y su consecuente utilidad (es ignorado por todos). Entenderá que el culpable debería estar preso. Sin embargo, ¿cómo podríamos reconocerlo? En su momento se me ocurrió que podría ser obra de ingenieros… si… aprenden a construir cosas, pero se olvidan de lo más importante: el orden de las cosas. Por cierto, son los ingenieros… los que hacen bancos… ¿no? Espero no estar escribiendo una burrada… digo, a veces me salta lo ignorante del alma, como cuando hablo de la enajenación, y desvarío con palabras elegantes para aparentar haber leído a Marx.
A todo esto, mientras observaba horrorizado el banco, un amigo mío, Hernán Bergara, me explicó que ese banquito era la obra de arte de un gran artista. Era el inodoro del Marcel Duchamp trelewense; fue colocado a manera de metáfora sobre la resistencia y la protección contra la tormenta, (la tormenta, deduje, era la universidad). Fue ahí cuando me percaté de su tono, sus gestos que, a mi parecer, expresaban cierta complicidad con la obra. Si… fue ahí cuando me di cuenta y me dije para mis adentros: ¡ajá! ¡Encontré un sospechoso! Bah… qué sospechoso ni qué sospechoso… es el culpable. Si… él era el culpable, sus ademanes lo delataron, no podía haber otro que lo mirara, que se percatara de la existencia de ese asiento, y menos aún que pueda teorizar acerca de una supuesta utilidad artística.
Por ende, mi respetado señor Intendente, ahora sabe, por puño y letra de su héroe, que se ha identificado al criminal. Y que ya no deberá movilizar al pueblo para marchar contra la impunidad de la falta de razón, ni tampoco al cuerpo de policía científica para hacer algún tipo de rastreo. Yo mismo puedo alcanzarle la dirección del culpable a su casa, cuando usted me invite. Lo cual, intuyo, será pronto.
Atte: su queridísimo amigo.
Pd: ¿va a querer que le dé el papel con los datos después del postre? ¿O lo prefiere antes del plato principal?
Por Walter Leal
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FUERA DEL MUNDO
Ella sintió que el tiempo se detuvo de repente, en su paseo por la peatonal de los artesanos. Ni la luz ni el verde ni el calor de la Mesopotamia pudieron impedirlo.
No existieron más ni el piso ni el techo. Cayó en un mundo vacío, sin referencias, como en una burbuja inmensa del espacio sideral.
Tampoco podía pensar, ni moverse. Solo respiraba y las gotas de sudor caían por su blanca cara impávida. No las podía percibir ya que el cuerpo continuaba con las funciones vitales fuera del control de su mente.
Su mandíbula cayó y la boca quedó abierta. Sus ojos desorbitados miraban la nada misma. Los brazos largos, como ramas, llovían a los lados del cuerpo y las piernas eran como dos estacas. Un espectro en el quieto suspenso.
No podía sentir ni el frío ni el calor, ni la alegría ni la angustia. Su cuerpo estaba inmóvil y su mente también. No podía ver ni escuchar. Un verdadero estado suspendido.
Nadie pudo sacarla de ahí por un largo tiempo. Ni su marido, que le hablaba a los gritos de las posibilidades que tenían en la búsqueda. Ni los recuerdos de la voz de su padre, que le había advertido antes de viajar. Ni los artesanos de los puestos del mercado, que intentaban recordar si habían visto algo y comentaban entre sí. Sus caras no trasmitían ninguna emoción.
Nadie, hasta que vio venir a su hijo de la mano de un policía que sonreía.
De golpe la realidad la contuvo como si fuera una cama elástica. La caída fue como la del que nace en un parto rápido, deslizándose por un túnel aceitado hacia manos cálidas.
No supo cuánto tiempo había pasado, sólo observó que se había ido la luz del sol de la siesta. Abrazó a su hijo por un largo rato hasta sentirlo en su pecho. Era suyo nuevamente, quería tatuárselo en la piel...
Lloró mucho –durante días- hasta comprender que su mente la había protegido de la locura.
Pietra
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Aforismos
IV
Si suponemos que al escribir se desdibuja el fin, ¿acaso podemos decir que las obras de Platón se jactan de aquello? ¿No esconden los diálogos de Sócrates cierta “pereza” por llegar a la verdad? ¿Será que se nos deshace entre las manos cualquier significación del todo? ¡Pero si es un “mal” necesario!
V
La teoría se asume a sí misma como quien desenmascara la literatura: explicándola. Pero la máscara está siempre vigente en la obra de arte. Siempre oscura. Siempre eterna. Es la cualidad esencial del arte.
VI
No resulta una novedad escuchar que vivimos en una época en la que el arte se ha desligado de las ataduras de la regla, para que su sentido sea dado por las creencias de la interpretación ajena; todo se separa y abisma, y la voluntad de poder impera y se explicita. Han llegado los días de “sentir” como arte un simple rayón. Y que no nos extrañe atormenta... o debería.
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Diciembre
Antes que salga el sol de entre los cerros, en el albor del día, estaba en esa rimbombancia del sueño tratando de asirme de algo firme que me saque de ese como agasajo de baile en que me había metido. Y por eso me di cuenta que no estaba conmigo. El lecho estaba caliente todavía, y afuera no se sentía nada. El aire se siente, sí, pero este no se sentía. Por la ventana ya se veía el amanecer pegado a la noche. Ni una luz de farol me mostraba a Mercedes, ni en el pozo, ni en la huerta, ni en la leña, ni en la letrina, ni en el gallinero, ni en el corral. ¿Dónde está, mujer? pensé. Mercedes, pensé. No quise llamarla en voz alta para que no se me atemorice más allí afuera. Me persigné dos veces; dos por ella y dos por mí; y salí a la amanecida. Ya tendría que haber argüido mi maliciar; algo se le estaba imponiendo contra su buena voluntad para volver a la casa. Tampoco estaba Ceniza, el perro, no estaba. Me agarré del cuchillo de la faja y ya me puse como una araña. Bordonié la casa con los hombros afirmados a la quinchada de barro; pisé el plato del perro y ahí me vino como una anunciación del pasado: se me echo al pozo, dije, y enderecé para allí desmaneado como carrera de embolsados. Meche, grité, por Taita digamé si está bien. Ya la luz era buena y pude ver el fondo limpio con mi mismo reflejo. Escuché los gritos de Ceniza que venían del lado de la aguada. Y los vi caminando como si fuera un juego. Venía luciendo su falda pilquen, de día de señalada; en lugar de mi bombacha vieja. Entré a la casa y en el calendario decía 14 de diciembre de 1945 sabe Dios. Que yo supiese, día laboral.
-Para qué agarré campo si no tengo compañera- fue lo primero que le dije.
-Buenos días se dice, ¿o usted no sabe saludare?
-No se haga la chistosita. ¿No le estoy enseñando a ser una esposa? No me haga recordar que no me ha dado ni un hijo. ¿Qué andaba haciendo en la escurana?
-Cosa de mujeres…- me dijo desafiante.
-Cosa de mujeres es atender al esposo como Dios quiere. Apréstese que vamos al pueblo.
Ensillé mi overo Monipodio que casi quería largarse a hablar sus palabras y le dije: tranquilo galantero, si quiere preciarse en el pueblo éste es el mejor apero de fücha Purrán; en su rancho vamos hacer noche a la vuelta… ¡pero tranquilo!... paisano, le digo. Ensillé el pilchero de Mercedes; ella ya tenía preparado ñaco y una botita de vino para el camino. Llevaba sus joyas de plata que hacen ruido al galopar. Su siquel de plata. Y diciendo bien de las enseñanzas suministradas por mi paire muerto, cargué en la mula una cabrita maneada para agraciar a mi suegro que ha sabido ser tan generoso conmigo. Generosidad que tienen entre pocos y nadie; atributo del que se defienden muy bien los que pueden. Ya lo sabía mi paire y por eso lo fusilaron sin cuidarse de dejar un guacho y una viuda ignorante a merced del hambre y la conmiseración de Dios. Y a pesar que mi paire lo vilipendiaba tanto en largas conversas con sus iguales, y le afrentaban su estatus, Diosito igual nos ayudó. Buen esquilador había sido.
Mi esposo solicio bajó de su caballo. Llegábamos para descansar a la vutacura, con cinco horas de camino al calor del sol y una malurita de nube negra, cerca del río chimehuin; por donde sabemos juntar piñones que pedimos al nguen pehuén sepa darnos. “vamos a descansar” dijo mi ayün solicio, que siempre cuida de mí cuando campeamos, y me ayudó a bajar de lliulliu para comer algo a la sombra de la vutacura. Siempre agradezco llegar a esta piedra buena que es el único refugio antes del pueblo. Tampoco él quiere entrar a junín de los andes porque dice que los huincas puebleros tienen ojos hostiles. Yo solo se esperarlo afuera del almacén mientras compra las faltas. Dice que los huincas tienen corazón de piedra cuando el sufrimiento; y que su pobre paire voceaba ideas de igualdad. Yo escucho todo lo que habla porque son cosas de familia, y cuando tengamos nuestro primer choyin querrá preguntar. Tengo flor de leliuquén y raíz de ihuis mahué para darle un hijo sano. Le ruego a las estrellitas de luán, y me baño en agua para ser más dada cuando me abraza y me acaricia.
Después de comer con fuerza los alimentos que bien sabe una mujer y el vino que nos ha dado la ilustración del Señor me rendí sobre la matra a contemplar el horizonte desmedido que se une al cielo; como queriendo decir que hay una inmensidad infinita. Somos un suspiro en el universo soñoliento. Una pena es pequeñita comparada al cielo; si tuviera que perderse entre los astros. El cielo… el pesado de Ceniza dele molestar a la pobre cabrita con sus juegos, y Mercedes que venía desde el río con un poco de agua. Me sacó la camisa y las alpargatas y me higienizó. Mientras la tierra preste al hombre no hay pobreza decían, pero sí la injusticia, que era contra lo que ellos hablaban. Mi pobre paire era un confiado de la sociedad, ilusionado. “Socialismo libertario” hablaban en un galpón lleno de lana; las ideas que los iban a sacar de la injuria. Presuntuosos. Pero el hombre es lobo. Una junta de lobos hambrientos. O peor, la humanidad no es un solo animal de oficio, es toda la selva junta entreverada en familia. No sé qué habrá fastidiado Dios aquí con sus avezadas manos.
Cuando la mulita ale y los caballos reunieron fuerza y se nutrieron con su propia forma de vida, como fueron criados, sacando fuerza de la mapu en este lugar, mi ayün solicio nos reunió, cargó la cabrita en la mula bien maneadita, y seguimos caminando largamente por horas, llevados por el ruido de los cascos. Rogamos al nguen leufü poder bandear bien sus aguas del río y llegar a las calles del pueblo. Solicio se preocupó al pensar en su adentro que las tiendas estaban cerradas por algún mal destino, hasta ver dos niños llevando las achuras del matadero en una carretilla. Cuando mataron a su pobre paire, solicio dejó un gran penar y dice que cuando vio la realidad no pudo dejar de verla. Nos hizo las señas con el rebenque para seguir avanzando por las calles del pueblo adentrándonos a su paso hacia el almacén en donde comprar. Tres milicos nos saludaron al pasar en sus hermosos alazanes. Llegamos a la plaza de jóvenes pehuenes donde los cazadores mostraban un puma a la gente.
Ahí estaban los galancitos del pueblo haciendo la burla; quitando los animales; haciendo las grandes causas, con tales fines. El de arriba del carro me mostró la carabina para ganarme el saludo de aprobación. Me toqué el sombrero nomás. El puma estaba tendido en el carro como dormido, como si nunca hubiese dormido, y nosotros apeamos a la vuelta de la plaza donde el fresco de la sombrita. Monipodio y Lliulliu estaban exhaustos los pobres animales; mucho piedrerío. La mulita Ale venía como dormida; y a la cabrita la bajamos cerca de un pasto para que coma un poquito. Ahí aflojé la cincha al Monipodio para que se le seque el cansancio. Mientras Mercedes iba a buscar el agua de los animales adonde le suelen servir, me tomé un trago de vino para no caerle seco al viejo Simón. La esperé sentadito en el banco de la plaza viendo la gente ir y venir sobre comentando la ocurrencia del puma. Que lo estudiaron; que le encontraron las marcas de uña en un tronco en el faldeo; que era solo. Que se había cebado, pobre. Entré al almacén de don Simón. “Cómo le va mi amigo”, “bien don Simón” le dije, “¿qué anda presurando hoy? ¿Ya esquiló? Agarraron el león de don Herminio, vio eso? ¿Qué anda buscando hoy?” Le pedí el tabaco, le pedí la sal, le pedí el alambre, le pedí la harina, le pedí querosene, le pedí el arroz, y si me podía fiar el vino también. “Ta dura la torta dijo uno. Esta no es época… aunque sea págueme la mitad”, “si don Simón, le voy a agradecer si le puedo pagar todo después”. “Está bien, hasta el mes que viene nomás. Porque esta no es la iglesia Solicio. Ya se va a enterar cuando tenga hijos que se dejen llevar por la siesta y las cuecas esas”. Le agradecí a don Simón; él es buen hombre. Todo cargamos en la tropilla, bien terciado como es la forma. Le rogué a Diosito que no lloviera. Mercedes me dio huella para salir, y enderezamos para el camino donde tenemos que tomar para ir de Purrán, mis suegros. Sin darnos cuenta unos muchachones se nos pusieron a la parcita; era el carro de la plaza con el puma, la gente del pueblo. “Oiga criancero” me dijo uno. Ceniza le chumbaba dentre las patas de Monopidio. Andaban queriendo algo. Mercedes se me pegó al ladito, ocultando su platería. “Oiga” me dijo y lo miré. “Ya sabe don, si se le mete un puma me avisa. Hacen puro daño” me dijo como para decir algo. Nos siguieron unos minutos más y se fueron. En el pueblo siempre hay que tener buen ojo y tranquilidad.
Sentí la vergüenza; por andar demás con la plata en el pueblo, con mi siquel, con mi trarilonco. En la noche había soñado con la luna; me despertó y ahí estaba; y quise recordarla durante el día cómo me iluminó adentro mío, por darme compañía. Mi ayün solicio se enojó en su corazón sin hablarnos. No habló nada por las horas del atardecer. Se prendó a su silencio y así anduvimos hasta llegar al bajo, donde vinieron a amarrar mis padres después de la huída, hace años atrás, para vivir, para hacer nuestra shuka donde crecí.
-Mari mari don Purrán.
-Mari mari, chun leimí hijo; baje.
-Feley, feley.
-Mari mari pu lamngen.
-Mari mari ñahue, hija.
-Chachai, papai.
En ese tiempo en que vinieron con tanto regalo, con tanto alegría, con alimento que nos dejaba mi yerno Solicio, siempre con un animalito, un chivo, una cabrita que traían de su ruka, una bolsa de trigo, un tabaco, siempre venían con tantas cosas. Eustequio parecía que le llamaba con el pensamiento, de seguro. Le había tomado aprecio como un hijo, como un paisano nuestro. Ahora en Willimapu en Chile nos vemos al año quizás, para San Sebastián. Y allá quedaron las chivas, la ruka, todo. Los telares. Así nos corrieron. “Propiedad privada” dijeron, arriba de sus carros. Tuvimos que huir de nuevo. Mi yerno quedó, no le tocaron sus tierras. Esa vez que vinieron los dos solitos, y los hombres se quedaron hablando en el fuego, tomando mate, ya escureciendo, contando historias, la traje a Mercedes a la luz de la luna y le dije “usted está embarazada”.
Por Francisco Alfonso
Datos del autor
Francisco Alfonso es estudiante de Letras de la UNPSJB y escribe cuentos y poemas.
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“Tal vez no me dedique a las letras nunca más, pero jamás la literatura, la poesía y las palabras se irán de mi vida” - Entrevista a Dieguitx Towers

La presentación de Dieguitx Towers por Dieguitx Towers
Una loca mal nacida pueblerina de Trelew con aspiraciones de gran ciudad y con un imaginario pelo largo que sabe moverlo de aquí para allá. Amante de las letras, las artes y las ciencias duras cómo la química, la física y la matemática. Docente de Lengua y Literatura con aficiones por el teatro y dragueo. Reside aquí este monstruo desde 1991.
L.: ¿Cómo y cuándo decidiste estudiar Letras? ¿Cuál otra carrera tenías en mente o qué otra te gustaría estudiar además de esta?
D.: Entré en el 2009 a Letras. Por aquellos tiempos también había ingresado a Ingeniería Civil pero en realidad me tiré más por Letras en un comienzo ya que no podía irme a estudiar lo que realmente quería. Letras fue en ese momento una salvación. Mis amigos me ayudaron a decidir y mi Madrina que fue muy importante en ese momento. Actualmente estoy terminando la Licenciatura en Letras y volví a Ingeniería para poder irme a estudiar otra cosa que amo que es la química, la física y la matemática.
L.: ¿Cuáles fueron tus expectativas al ingresar? ¿Se cumplieron?
D.: Mis expectativas eran altas. Desconocía completamente el mundo de las letras. Recuerdo que después de mi primera clase con Ana María Jones de Teoría y Práctica Crítica salí emocionado y me crucé con amigos letrosos que me preguntaron cómo me había ido y emocionado dije que bien que maravilloso porque no había entendido nada, a lo que mis amigos solo rieron con cara de qué? Así fue mi carrera, un inmenso ¿qué?
Letras significó un reto para mí, una aventura y fue así durante algunos años. Luego mi emoción decayó. Algunas profesoras empezaron a irse y la carrera se vino abajo en mi mente. Sentí y siento que Letras está en un pozo. De todas maneras sé que los cambios son graduales y que resurgirá. Eso espero.
Como soy un sincericida constante debo admitir que me fui desilusionando con los años. La política universitaria, la mierda que hay en humanidades y que nadie quiere reconocer me fue consumiendo la pasión. Luché mucho en Letras pero muchos esfuerzos se desvanecieron en la historia de la carrera. Con el tiempo letras se volvió monótona, aburrida, fastidiosa. Aunque sigo amando la literatura ya no disfruto de cursar, de rendir ni mucho menos de recibirme. Creo que me recibiré porque estoy más cerca que por ganas.
L.: ¿Qué te cautivó más de Letras?
D.: Es una pregunta difícil esta. Me cautivó la Literatura y muchísimo la Teoría Literaria. Durante un tiempo mi objetivo fue ser teórico. Supongo que lo seré algún día. Me cautivaron algunas profes con las que pudimos congeniar la pasión, lo humano y lo emocional de la literatura. Personas como Isabel, Sonia, Ana María, Eunice me hicieron amar la literatura de una manera que no todxs pueden. Me hicieron recordar que la literatura no son solo palabras y técnicas ni teorías, sino mucha pasión y un objeto sobre el cual reflexionar absolutamente todo. Lo que más me llevo de esta carrera es el amor a la lectura que hasta la rama lingüística me dio de la mano de Cora.
L.: ¿Qué cambios harías en la carrera?
D.: Uffff… Por dónde empiezo! Participé en la renovación del plan de estudios de la carrera y tendría que decir que ya habíamos planificado ese cambio, pero la gente de Comodoro no lo quiso y entonces impusieron este plan nuevo que es una verdadera cagada. Lxs egresadxs salen sabiendo literatura europea y española de hasta el siglo XVII, una vergüenza. Las decisiones son siempre políticas y no van en mejorar las carreras sino los puestos de trabajo de algunxs. Empezaría por agregar más literaturas. Por ampliar nuestro panorama del mundo. No hay literatura que no sea occidental. Oriente es la nada misma en nuestra carrera. Orientaría las materias educativas a la realidad y no a la teoría que es muy linda y todo pero nuestro mundo te pasa por arriba y quedas toda estropeada en el piso llorando porque no sabés qué hacer con un montón de cosas que te pasan como docente o investigadorx. Nos pintan un mundo color de rosa y de repente el mundo no era tan rosita viste, era más como verde, azul, morado, rojo y mucho negro…
L.: ¿Cuáles crees que son los problemas más importantes en materia de educación?
D.: Falta de docentes de nivel superior preparadxs. Bueno viste que ahora salió el tema del escrache de un doctor de nuestra facultad… o sea… es una tomada de pelo nuestra educación. La falta de preparación. La falta de teoría educativa actual. La falta de lectura de parte de lxs docentes. La falta de trabajo. La falta de capacitaciones de verdad. La falta de un buen salario. La falta de una buena inversión educativa. Me arriesgo a decir que hacemos todo mal. Lo digo con todo lo que eso significa. Alejamos a lxs chicxs de la lectura y la escritura, las clases son tediosas y no hacen pensar, ni reflexionar, ni siquiera les acercamos un poco de crítica. La escuela debería estar orientada a la práctica pero no hay plata, ni recursos, ni ganas de nada. Eso y la vagancia que hay. Leer un texto o hacer un informe es casi un disparo para lxs docentes. Nuestra educación es una gran estafa a lxs adolescentes de nuestro país.
L.: ¿Cuál fue la anécdota más divertida en estos años de cursada?
D.: Bueno. Tengo miles. Salir de un parcial de filosofía golpeando la puerta. Discutir en Española II por la defensa del uso de la X en la escritura. Pelear por las poéticas clasicistas en Europea I. Que me haya dedicado el centro de estudiantes un cartel enorme diciendo que me había afanado información y papeles. Haber intentado hacer NAE y usar la escalera de madera como punto de encuentro. Pelearme con Quintana en el comedor en frente de todxs. Haber llevado textos no muy copados a Didáctica Específica (el texto hablaba de cómo una nena veía los pitos de los hombres de su casa a escondidas en el baño, era una especie de autobiografía) y haberlo leído ante la cara de espanto de unos cuentos, y haber presenciado la lectura de un texto peor de la mano de Yanina. Demasiadas anécdotas tengo en esta Uni.
L.: ¿A qué aspiras al recibirte?
D.: Sinceramente… a nada. Mi vida solo está dedicada al estudio de todo lo que pueda estudiar así que no seguiré nada de Letras. Tan solo me recibiré y seguiré otros caminos.
L.: ¿Tenés autorx favoritx? En caso de tener algunx, si tuvieras la oportunidad de tomar un café ¿qué le dirías y qué crees que te respondería?
D.: Ufff…. Lemebel, Copi, Perlongher, Poniatowska, Sor Juana, por citar algunxs de los latinoamericanxs… Poe, Lovecraft, y Anne Rice, por los viejos momentos Góticos. Kafka y Thomas Mann de los europeos… Cortázar, Arlt, Borges de los argentinos. Después tengo miles de teóricos: Adorno (mi favorito), Benjamin (otro favorito), Foucault (esa pelona locasa), Deleuze, Monique Wittig, y bueno, no están muertas pero me encantaría hablar con Spivak, Butler y, ahora es hombre trans, Paul Preciado. Ahora más que nunca me encantaría hablar con dos personas: Lemebel y Adorno. A ambxs les preguntaría si creen en el amor y en la revolución. No estoy segura de qué me contestarían, pero me gustaría que me digan algo que no sea tan cínico como yo. Imagino que Lemebel me diría algo muy poético y bello que me haría llorar; Adorno contestaría con una dialéctica tan exquisita que me haría acabar intelectualmente.
L.: Brindar la posibilidad de dar a conocer sus trabajos a lxs estudiantes es uno de los objetivos por los que abrimos la página del Laboratorio de ideas. ¿Te gustaría publicar alguno?
D.: Sí, de una guachinxs!
L.: ¿Qué y sobre qué te gusta escribir?
D.: Cuentos, poesía y teatro. Últimamente he escrito más que nada poesía pero mi alma literaria estuvo atada a los cuentos desde pequeño, sobre todo a la fantasía. A nivel de investigación me gusta escribir sobre teoría literaria, cultural y género y disidencia sexual. También hago crítica literaria pero bueno, eso en menor grado.
L.: ¿Sobre qué investigaste o investigarías?
D.: Investigo mucho sobre autorxs latinoamericanxs. Me obsesiono fácilmente así que puedo cambiar en cualquier momento. Ya presenté muchas cosas sobre Lemebel, he escrito sobre Copi, Arlt, Perlongher, incluso sobre Borges y Cortázar. He investigado sobre la escritura de los galeses acá en Patagonia, sobre Martín Fierro y Facundo. Creo que he escrito mucho para ser estudiante jaja. Me gustaría investigar sobre cine, pero soy bastante malo escribiendo sobre eso. También me gustaría escribir sobre cosas que son consideradas menos académicas como mangas, historietas, incluso sobre pintura y música. Veremos que sale.
L.: ¿Cómo cambió tu percepción estos años de cursada de Letras?
D.: Abrió mi cabeza y la hizo mucho más dúctil y abstracta. Lleno mi cuerpa de emociones y pasiones que desconocía y me dio riqueza en el lenguaje, en las palabras. Un infinito deseo de saber y una sed de vocablos nuevos todo el tiempo. Me dio algo que enriqueció mi infortunio y fue la duda en la verdad. Siempre fui un chico de ciencia y creía en algunas verdades científicas irrefutables. Hoy ya no. Aunque amo la ciencia veo todo como una ficción y analizo cada palabra que surge como si fuera una novela. Descreo de todo porque todo está hecho con palabras pero al mismo tiempo las disfruto de la forma que solo la literatura puede dar.
Las letras me dieron de una vez y para siempre un inmenso mundo de densidad lingüística, poética, sonora y conceptual. Tal vez no me dedique a las letras nunca más, pero jamás la literatura, la poesía y las palabras se irán de mi vida. Haber estudiado letras me hizo entender que no fue ni es una profesión lo que me pasa con la literatura y la palabra, sino una pasión desbordante, un deseo inextinguible y un dolor punzante que me rompe el alma y me eleva a un mundo nuevo todo el tiempo.
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Los angelitos grises
Están entre las sombras, acechando en silencio desde la oscuridad. Son almas perdidas de sueños robados, nombres tuvieron más los han olvidado. Ya nadie les canta canciones de cuna, ya nadie ríe mientras los abraza y besa. Sus vidas han sido extinguidas, borradas como los versos equivocados de un poema sin autor.
Si hay silencio en la noche, se pueden oír sus alitas rotas revolotear por aquí. Tal vez buscan la entrada al cielo, tal vez buscan llevarnos allí.
Dicen que no duermen, y que buscan sin parar, algún alma en vida para secuestrar. No pueden soportar el miedo a la soledad. Lloran y ríen, pero con risas vacías, lágrimas muertas, hace tiempo olvidaron lo que era sentir. Y allí salen a cazar corazones que aun sepan lo que es vivir; almas secas de niños suicidas, buscando compañías para juegos y fantasías. Ni cielo ni infierno los dejan entrar, ellos tienen miedo de ir solos al más allá, y así buscan a alguien que los pueda acompañar... los angelitos grises pronto te encontrarán.
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Odio y Amor
Escuché decir alguna vez que Odio fue feliz. De más está decir que se divertía a su manera, pues, si bien feliz, cruel fue siempre. Se divertía odiando, y jugándole las peores bromas a quienes odiaba. Todas las noches se escuchaba la risa siniestra de Odio, resonando en algún rincón de la oscuridad.
Pero llegó el día en que Odio se encontró con Amor, y le pasó lo peor que puede pasarle a cualquiera. Odio se enamoró de Amor. Se enamoró del fogoso brillo de sus ojos, de sus mejillas sonrosadas, de su risa melodiosa, y de su gran corazón... Y como todo enamorado, intentó conquistar a Amor, pero tan sólo logró decir maldades y hablar de quienes odiaba. Amor, por primera vez, frunció el ceño. Odio conocía muy bien esa expresión y sabía que no era algo amistoso, y se alejó en silencio.
Pero Odio, si bien con desánimo, volvió a intentar. Esta vez no hablaría, sabía que no lo hacía bien; quería regalarle algo a Amor, y creyó que las flores primaverales eran la mejor opción. Del jardín eligió la que le pareció la más bella, pero cuando fue a cortarla... ¡Ay, si no se hubiera herido con las espinas del rosal! lanzó un grito, más de bronca que de dolor, maldijo a las espinas y se fue buscando algo mejor.
Pobre Odio, nada pudo encontrar. Todo lo que se le ocurría, por alguna u otra razón, lo consideraba indigno para Amor, y terminaba descartándolo. Y, mientras, Amor reía y danzaba, repartía abrazos a quien quisiera, e ignoraba el esfuerzo que hacía Odio para poder tan sólo cruzar una mirada con aquellos dulces ojos.
Un día, Odio se sentó sobre una roca a pensar cómo hacer que Amor, con tanto cariño para dar, también le diera un poco. Como siempre que se piensa en alguien, aparece, no tardó en oírse la cristalina risa de Amor. Odio abrió los ojos de par en par y volvió la cabeza a mirar a quien venía. Su mirada se encontró con la de Amor, y sin saber qué era lo que hacía, sonrió. Pero Amor apartó la vista, sin ruborizarse y con el ceño fruncido, se alejó a reír y amar en otro lado. Odio suspiró con tristeza, no comprendía la reacción de Amor frente a una simple sonrisa. Ocurre que la sonrisa de Odio no está hecha para conquistar y menos aún para inspirar cariño. La sonrisa de Odio es cruel y vacía, y no es ardiente sino fría la mirada que la acompaña.
Al ver que en todo había fracasado, Odio lloró: no sólo era la primera vez que lo hacía, sino también la primera que lloraba por amor. Sentía un dolor profundo al ver lo fácil que se le hacía a Amor dar cariño a tantos otros, a esos otros a quienes Odio odiaba. Y los odió más, y ya no para burlarse y hacer maldades, sino que los odiaba en silencio. Los odiaba porque no podía ser como ellos. Siguió llorando hasta quedar sin lágrimas, y odió.
Se odió a sí mismo, y odió su existencia. Y cuanto más grande era su odio, más conciso se hacía su existir. Odió odiarse y odió más. En las noches ya no se escuchaba su risa sardónica, ni pensaba maldades por hacer; ahora sus ojerosos ojos cansados lloraban, y odiaba sufriendo, y odiaba sufrir.
Ocurrió un día que ya no soportó el amor que sentía, ni la indiferencia de Amor hacia su sentimiento. Odió amar, y odió tanto su existencia, que comenzó a rasgar su pecho con sus uñas largas y quebradas, y escarbaba su carne, mientras la sangre espesa y negra corría por sus manos, y arrancó su corazón para que ya no palpitara. Pero fue tal su odio que no pudo morir. Con el alma llena de resignación y ya sin fuerzas, se sentó en la roca, mirando su corrompido, oscuro corazón, y dejó escapar la última lágrima que le quedaba, y se la dedicó a Amor.
Odio nunca pudo comprender que era Amor quien no sabía valorar el afecto de alguien que sólo podía odiar; ya que, gran ironía, Amor no sabe amar.
Abril Iñon Rukavina
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Manual de fluctuaciones (Entrega N°2)

Palabras preliminares
¿Reaparecerá lo perdido, de tanto insistir en publicar los restos? No lo descartemos: la suerte es autónoma. Es el único milagro que llegaremos a conocer con los ojos así de abiertos.
A veces el pasado nos espera adelante.
(Clases de estacionamiento en pueblos chicos)
La primera palabra debió haber sido “Adiós”. Adiós significado, adiós cosas. Toda palabra es un adiós a las cosas.
(El felpudo de Derrida)
La felicidad es como la caca: de nada sirven los esfuerzos al invocarla. Hay que esperarla nomás.
(New-Age Hardcore)
Por Hernán Bergara.
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Los medios de comunicación y el alcohol: ¿El sabor del encuentro?

El presente ensayo tiene como objetivo desarrollar la influencia de los medios de comunicación en el proceso de la construcción de identidad en jóvenes con respecto al consumo de drogas, puntualizando en las bebidas alcohólicas. Se hará un recorrido desde el concepto de droga, las representaciones sociales existentes en torno a las sustancias, el paso al consumo de alcohol en jóvenes y su relación con la formación identitaria, haciéndose hincapié en la influencia de los medios de comunicación en ello.
Droga según la Real Academia Española (2014) refiere a toda sustancia de origen y efectos diversos, empleada ya sea en medicina, en la industria o en las artes. La definición elaborada por la Organización Mundial de la Salud la señala como toda sustancia que, introducida en el organismo de un individuo por cualquier vía administrativa, altera el sistema nervioso central (por ejemplo, produce modificación de la conciencia o del estado de ánimo). Sin embargo, estos conceptos implican una gran multiplicidad de sustancias, muy diferente al constituido en el uso cotidiano por las personas y el divulgado por los medios de comunicación. En estos usos corrientes, la utilización de la palabra droga más que responder a criterios biológicos o científicos, está ligada a significaciones construidas en la trama socio-histórico-cultural que da lugar a pares dicotómicos que distinguen lo bueno de lo malo y hacen una distinción entre los marcos legales e ilegales. El estatuto “malo” lo integra la droga ilegal (marihuana, cocaína, heroína), quedando excluidas las drogas legales (alcohol, tabaco y psicofármacos) al ser aceptadas y toleradas por la comunidad a tal punto de no considerarlas droga. Tal como señalan Slapak y Grigoravicius (2007) “se evidencian las contradicciones de los acuerdos mantenidos por una sociedad que mientras sanciona con dureza el consumo de ciertas sustancias psicoactivas, tolera y hasta propicia el consumo de otras”.
Siguiendo el estudio de Rengel Morales (2005), la construcción sociocultural de las drogas se elaboró con el protagonismo de los médicos de comunicación, situándolo a nivel histórico entre los años 1960 y 1970. A partir de la dicotomización mencionada en el párrafo anterior, se construye en el imaginario social la conocida visión negativa del sujeto drogadicto. Es así que se crea el “problema droga” y se relacionan, entonces, las drogas con la criminalización del drogodependiente, la pobreza y marginalización. En el polo opuesto, se encuentra el ciudadano “normal y formal” al que se le atribuyen los aspectos positivos y se le tolera, acepta y perdona cualquier conducta que se rechaza si la persona considerada drogadicta las realiza (consumo de sustancias psicoactivas, tráfico de drogas, prescripción abusiva de fármacos, etc.).
A partir de mirada positiva sobre cierto sector social y determinadas drogas, se normaliza el uso de ciertas sustancias (preferentemente las legales) dando a conocer, así, los límites de la tolerancia física y social.
El alcohol -la sustancia que tratará el presente trabajo- es una de las drogas no consideradas droga en el habla coloquial. La tolerancia social toma en cuenta la tolerancia física resaltando como positivo el hecho de “ponerse alegre/en pedo” en especial los fines de semana.
En Argentina, como señala Míguez (2005), tras la extensión mediterránea de ingestión cotidiana de vinos por la inmigración italiana, se hizo presente una concepción más liberal en cuanto al disfrute placentero de la bebida como condimento que acompaña las comidas familiares. Sin embargo, en las últimas décadas se produjeron grandes cambios y el marketing comenzó a apuntar al consumo de alcohol en estrecha relación con la vida social, comenzando a predominar la cerveza por encima del vino. Esto trasladó el uso de la sustancia del contexto familiar a las salidas de fin de semana y, en consecuencia, apuntó a un público adolescente por sobre el adulto.
Retomando el estudio de Renge Morales (2005), el consumo de alcohol además de estar fomentado por los medios de comunicación, el sistema sanitario y la autoridad social, está motivado por las creencias de los adolescentes y jóvenes que le atribuyen al alcohol únicamente efectos positivos (por ejemplo, la sociabilidad asegurada por la desinhibición o el efecto psicoactivo de placer). Entonces, “de esta forma se construye la representación social positiva del alcohol que nos acerca a un modelo social de consumo de alcohol”.
Según Míguez (2010), la subjetividad es un producto más en el mercado, por lo que el negocio de las bebidas alcohólicas recluta cada vez más clientes, sobre todo, al presentarse como ícono de la diversión juvenil. El problema inmediato, expresa, no es la pérdida del control personal con la alteración de la percepción o emoción, sino la ingeniería comercial convalidada para tales fines. Míguez (2009) a su vez, señala que el abuso de alcohol como “reconocimiento de prácticas comunes entre los jóvenes pone a pensar sobre la real libertad de elección de una identidad que ha sido construida, con frecuencia, por los propios mecanismos publicitarios que promocionan el consumo”.
Retomando la pregunta a la que hace referencia el presente trabajo basado en los medios de comunicación y el alcohol, “¿el sabor del encuentro?” (Publicitado slogan de la cerveza “Quilmes”): ¿a qué encuentro alude?, ¿el sabor del alcohol propicia el encuentro?, ¿qué quieren vender los medios de comunicación tras esta cuestión?, ¿el encuentro con otros sólo es posible tras una cerveza? A partir de todos estos interrogantes, cabe mencionar lo desarrollado por Arizaga (2009) en cuanto a la identidad juvenil. Según la autora, los adolescentes para definir al Otro apelan a signos del consumo que lo distinguen del Nosotros y la identidad se define como “la forma más auténtica de ser uno mismo”. El mercado de consumo es visto como un espacio donde buscar, elegir y construir la propia identidad, lugar que pone a la venta la supuesta posibilidad de autenticidad, pero brindando en realidad una identidad preconfigurada. Los jóvenes encuentran, así, un “repertorio simbólico con el que clasifican su entorno social”.
El mercado de consumo saca provecho del proceso de construcción de la identidad del adolescente, publicitando que un buen encuentro con sus pares debe darse en el marco del consumo de alcohol. Es posible afirmar que, además de explicitar que a través de una cerveza se da la reunión positiva con amigos, el espacio (y el “sabor”) del encuentro sería, en realidad, con uno mismo, con la construcción de esa identidad que tanto busca reconocimiento y autenticidad, pero que no se sabe hasta qué punto es una construcción ya preestablecida.
Bibliografía
Arizaga, C. (2009). El consumo de drogas como consumo cultural. La problemática del consumo de sustancias psicoactivas en adolescentes desde la cultura del consumo. Observatorio Argentino de Drogas. SEDRONAR. Recuperado de http://www.observatorio.gov.ar/media/k2/attachments/ElZConsumoZdeZDrogasZComoZConsumoZCultural.ZAoZ2009.pdf
Del Olmo, R. (1997). Los medios de comunicación social y las drogas. Comunicar, 9, 119-124.
Míguez H. (2005). Cambios de la alcoholización en la Argentina: problemas sociales y sanitarios. Revista de policías y criminalística, 362(16).
Míguez, H. (2009) Patrones culturales de la alcoholización social en estudiantes bonaerenses. Revista Argentina de Psiquiatría, 10, 325-328.
Míguez, H. (2010, 8 de noviembre). El “yo” que construye el alcohol. Clarín. Recuperado de http://hugomiguez.com.ar/El%20yo%20.pdf
Real Academia Española. (2014). Diccionario de la lengua española. (23° ed). Madrid, España: Autor.
Rengel Morales, D. (2005). La construcción social del “otro”. Estigma, prejuicio e identidad en drogodependientes y enfermos de sida. Gaceta de antropología. Recuperado de http://www.ugr.es/~pwlac/G21_25Daniel_Rengel_Morales.html
Slapak S. y Grigoravicius M. (2007). “Consumo de drogas”: la construcción de un problema social. Anuario de investigaciones. Recuperado de http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S1851-16862007000100023&script=sci_arttext&tlng=en
Datos de la autora
Mikaela Aló nació en Puerto Madryn el 8 de diciembre de 1994. Actualmente está terminando sus estudios de Licenciatura en Psicología en la USAL (sede Juan XXIII, Bahía Blanca) y es mamá de Justina (seis meses). Escribió este ensayo para la cátedra de Psicoterapia de la Drogodependencia.
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Pavor nocturnus
Los trastornos del sueño afectan la salud mental, perturbando las capacidades mentales el enfermo, llegando, a veces, a extremos en los que éste es incapaz de distinguir la vigilia del sueño.
David estaba frente a frente con su propio reflejo en el espejo del baño. Sus manos de dedos finos apoyadas sobre el lavabo; parecía ignorar las gotas que caían de la canilla, en un continuo suicidio de agua, tan absorto mirando sus propias pupilas a través de aquella masa de vidrio, pero no. Aquél repiquetear era insoportable, y la única razón por la cual David no había perdido la calma era porque ya la había perdido en otros asuntos.
Finalmente, con un movimiento brusco e inconsciente se alejó del lavabo, y del espejo. Después de todo ya conocía demasiado bien aquél rostro ojeroso y de expresión cansada. Eso era lo que David vía, parecía olvidar que sus rasgos eran considerados atractivos, y que esa barba de día, lejos de verse desprolija, le daba un aire de informalidad y calidez, útiles para los triunfos en su trabajo.
Triunfos... eso era antes, ahora estaba pasando por un mal momento. Hace varios días que no podía dormir bien, a veces era insomnio, cuando a pesar del cansancio no lograba conciliar el sueño; otras veces tan sólo dormía profundamente, pero bajo las más extrañas visiones. A veces llegaba a parecerle que dormía más cuando estaba despierto.
Era aún de madrugada, el sol aún no clareaba en el horizonte; faltaban horas para que David tuviera que ir al trabajo, pero a pesar del cansancio, sabía que no podía dormir.
-No vale la pena- murmuró en una voz somnolienta- va a ser mejor que tome algo y haga un poco de tiempo...
Sin pensarlo más, se cambió la musculosa y el pantalón de gimnasia por un jean, una impecable camisa blanca y una corbata que ya no recordaba quién se la había dado. Así vestido se dirigió a la cocina dispuesto a hacer café, pero antes de que pudiera siquiera pensar dónde estaba el café, oyó un ruido en su ventana, un golpeteo rítmico, demasiado como para ser accidental, y él vivía en un quinto piso.
Extrañado, se acercó a la ventana. Incluso en la oscuridad pudo distinguir la forma pequeña y emplumada: un pequeño pájaro golpeaba el vidrio. Sin saber lo que hacía, abrió la ventana y miró al ave. Ésta le devolvió la mirada, unos ojillos oscuros, penetrantes, extraños... de pronto, se oyó ruido a vapor escapando de la cafetera, y el ave voló espantada por ese sonido maximizado por el silencio de la noche. David miró la cocina, con curiosidad. La cafetera estaba lista, con el agua hirviendo. David cerró la ventana y se acercó intrigado.
No recordaba haberlo hecho, por el contrario, tenía la certeza de que la distracción con el ave no se lo había permitido.
-Quién sabe... - murmuró espantando la intriga- debo estar demasiado cansado...
Bebió una taza de café caliente y miró la hora. Sintió una extraña sensación en el pecho al ver que ya faltaba poco para ir a la oficina. Se quedó pensando, pero sin atreverse a sacar conclusiones; no quería encontrar una explicación a porqué el tiempo había corrido sin que lo notara. Sea cual sea la razón, sabía que no iba a gustarle.
Finalmente, aburrido ya de sus propios enredos decidió que era mejor caminar al trabajo.
Al fin llegó, más temprano de lo que esperaba, pero más tarde de lo que hubiera querido. De todas formas, nadie le reclamó nada; sólo se limitaron a observarlo extrañados, como si nunca antes hubiera entrado a aquella oficina.
Durante todo el día se sintió ajeno, y sin embargo conocía bien las rutinas, como si las tuviera grabadas en la piel. Sus compañeros parecían lejanos, como si se movieran en otro espacio tiempo. Cada tanto alguien le decía algo, pero él, si bien contestaba, parecía no entender las palabras.
Así se le pasó el tiempo: lento, como en su sueño; pero a pesar de todo, para cuando quiso acordarse, ya había finalizado la jornada. Se levantó de su silla torpemente, sentía que su cuerpo no le respondía. Comenzó a caminar, siguiendo a los otros cuerpos que se movían listos para dejar el edificio; pues él no pensaba siquiera hacia dónde ir. Miró sus pies y cerró los ojos. Le resultó extraño no sorprenderse al abrir los ojos, pues estaba ya en el ascensor.
-Necesito dormir un poco- murmuró llevándose la mano a la cabeza.
Finalmente David se irguió y se quedó observándose en el espejo del ascensor mientras bajaba. Vio ese rostro pálido y ojeroso hasta que se abrieron las puertas. Sin saber cómo, ya estaba fuera del edificio.
Estaba tan cansado que sólo pensaba en llegar a su casa, pero al pasar frente a la biblioteca, sintió una extraña necesidad de entrar.
Sin siquiera detenerse a pensar en esa fuerza extraña que lo obligaba a entrar, se dejó llevar por el impulso. Tras la puerta, un paraíso de libros apareció ante su vista. La biblioteca era inmensa, parecía brillar con luz propia, hermosa, serena, llena de algo que no se parecía a la realidad, pero sí a la consistencia. La gente leía tranquila, metido cada uno en su mundo de palabras. Fue en ese momento en el que oyó una voz a sus espaldas.
-¿En qué puedo ayudarlo, señor?
Era un joven de tez pálida y rasgos suavemente angulosos, la nariz pequeña y respingada, cubierta de pecas, y unos grandes ojos celestes llenos de la inocencia de los niños. Eran sus ojeras y su oscuro cabello despeinado lo que le daba ese aire descuidado que sorprendió a David.
-Por cualquier cosa que necesite- siguió diciendo- estaré allí en el escritorio.
Tras pronunciar esas palabras, se dio media vuelta lentamente y se alejó encogiéndose de hombros, como si estuviera protegiéndose de algún ataque inesperado. David se quedó mirándolo. Pocas personas llamaban su atención al nivel de la curiosidad. No podía creer que alguien así estuviera trabajando en la biblioteca, se veía como un niño, como alguien introvertido y excesivamente tímido. Cuando el joven se sentó en la silla, David se acercó, dispuesto a hablar. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, vio el cartel frente a él, con su nombre escrito, presentándolo a todos los extraños que allí entraban; Nigel D. Williams.
-Joven- lo llamó David, sin atreverse a nombrarlo.
Nigel levantó la vista tímidamente. David se quedó mudo ante esa mirada, le generaba un repertorio de emociones indescriptibles. La biblioteca entera se le desdibujó, y tuvo una sensación de vértigo que le pegó las entrañas a la espalda; sólo podía ver esos ojos celestes e inocentes, esos ojos cansados de experiencias no debidas y sueños sepultados; esos ojos y el reflejo de todas las historias que ocultaban por vergüenza o por temor. Y fue entonces que una sensación extraña de pánico se apoderó de él y...
-¿Señor?- la voz lo despertó- señor ¿está bien?
David abrió los ojos de par en par. Estaba en la biblioteca, sentado en la silla del escritorio, y frente a él el bibliotecario del extraño aspecto. Se llevó una mano a la cabeza, estaba temblando, sudando frío. Miró a su alrededor sin comprender qué estaba pasando.
-Yo...- balbuceó David- creo que me he dormido.
David se llevó una mano a la cabeza ¿cuándo fue que se había quedado dormido? No lo sabía, y en verdad era algo que no quería preguntar. Nigel lo miró confundido; notó la inquietud de David, pero entre timidez y prudencia no quiso preguntarle a qué se debía. Sin pronunciar palabra alguna, le alcanzó un vaso de agua. David lo miró y miró el vaso, y sin pensarlo, lo tomó entre sus manos, pero no tenía sed.
-Gracias- dijo dejando el vaso en el escritorio, y poniéndose de pié.
-Usted no está bien, joven- dijo el bibliotecario.
-¿Joven?- rió entre dientes- debo tener al menos cinco años más que vos.
-Pero... ¡usted no parece de treinta y tres años!
-Yo- David guardó silencio para hacer la cuenta y calcular la edad del otro- no... No tengo treinta y tres.
El muchacho se dio media vuelta para irse de allí, riendo con una risa incrédula; después de todo, que ese rostro aniñado pertenezca a alguien de veintiocho años, era lo menos raro que le había pasado.
David despertó agitado, como si hubiera corrido por horas, y una sensación de pánico le había secado la boca, más la pesadilla no había dejado rastros en su memoria.
-¿Pero qué diablos me pasa?- dijo para sí, restregándose los ojos adormilados- ya estoy harto de estas pesadillas... a ver... una esta mañana, otra en la biblioteca, y ahora esta...
David había comenzado a enumerar sus sueños sin saber por qué, pero se detuvo de pronto al notar que no recordaba cuándo se había quedado dormido.
-Va a ser mejor no pensar en eso- dijo, e intentó conciliar el sueño nuevamente.
Intentó, pero tres horas después aún no podía pegar un ojo. No paraba de dar vueltas, hasta que, ya vencido por el insomnio, se incorporó, y fue hasta el baño. Casi instintivamente abrió el agua fría para lavarse la cara, pero se quedó allí, con las manos apoyadas en el lavabo, viendo el agua correr. Un golpeteo lo hizo volver al mundo, era algo extraño, al principio creyó que alguien había entrado a su casa, el golpetear se oía del otro lado de la pared... no... Del espejo...
-No puede ser- murmuró David, sin poder creer lo que veían sus ojos.
Allí, junto a su propio reflejo estaba aquello que golpeaba el espejo. Era aquella ave que lo llamaba del otro lado de la realidad.
Al abrir los ojos, el sol brillaba dejando entrar la luz por la ventana. David se incorporó en la cama, con un extraño sentimiento de no pertenecer a aquel lugar, como si estuviera viviendo una vida ajena. Intentó incorporarse, pero su cuerpo tampoco parecía ser suyo. Le costó darse cuenta d que en efecto estaba andando sobre sus pies.
Llegó al baño para lavarse la cara y despejarse, pero cuando abrió la canilla, salió un líquido rojo y espeso. Fue el olor a cobre lo que lo descompuso, y el vértigo se apoderó de él; sentía cómo caía lentamente, como derritiéndose, pero aún de pié.
Abrió los ojos, y el agua corría frente a él.
-Fue tan sólo una pesadilla- se dijo David, tranquilo, pero lejos de creer que era alivio lo que debía sentir.
Se lavó la cara y se secó sin atreverse a mirar el espejo; una extraña sensación de vacío se apoderaba de él de tan solo pensarlo. Al volver a la habitación, se vistió rápidamente y se sentó en la cama. No tenía hambre; se sentía ajeno, pero al mismo tiempo que toda su existencia descansaba sobre él, ahogándolo. Quería irse de allí, ya no soportaba aquél ambiente esa habitación gris, opaca, que tan malas jugadas le estaba haciendo a su mente. Finalmente, David decidió que lo mejor que podía hacer era salir un rato de aquél lugar.
Hace varios minutos que David caminaba sin prestar atención de dónde estaba; de hecho, apenas recordaba cuándo había dejado su casa. Después de todo no le importaba. David iba mirando el suelo, como si buscara algo perdido, la realidad, quizás, que a veces se le desdibujaba. Tan atento en su búsqueda iba, que casi tropieza con algo en la vereda; más precisamente una niña, de más o menos tres años, con una larga cabellera dorada. La pequeña estaba de espaldas a él, sentada en el suelo, tarareando una canción. Estaba jugando con papeles y tijeras, cortándolos y pegándolos para crear collages infantiles, mezclados con hojas y flores; estaba ya por el quinto, y los otros cuatro se exhibían frente a ella, acomodados en semicírculo.
-Son muy bonitos- comentó David para justificar por qué no había seguido su camino.
-Me gusta hacer cosas bonitas- contestó la niña con voz cristalina.
En ese momento se volvió y alzó la vista. David sintió un escalofrío. La pequeña tenía el lado izquierdo del rostro quemado. La pobre pequeña tenía ojos grandes, nariz pequeña, frente amplia, todos los rasgos de la belleza, pero su rostro se había desfigurado de una forma tal que ya no podía ser bonita. Y a pesar de todo, sonreía. David sintió náuseas ante aquella expresión de inocencia, y sintió cómo le bajó la presión, debilitándose, y cuando estuvo a punto de caer, una mano lo agarró con fuerza del hombro.
David abrió los ojos, recuperando el aliento. Quien estaba a su lado ayudándolo a estar de pié, era el bibliotecario con cara de niño que había conocido, Nigel.
-¿Está usted bien?- preguntó con evidente preocupación- ¡no me mire así, usted está pálido!
-Yo... - David tardó en reaccionar- ¿dónde está la niña?
-¿Qué niña?
La sorpresa en el rostro de Nigel fue tal que David no pudo contestar. Miró a su alrededor, buscando con la mirada perdida a aquella pequeña. No pudo encontrarla, ni a ella, ni a sus dibujos. Confundido, volvió volvió a mirar a Nigel. Éste lo observaba con cierta preocupación temblándole en los ojos turquesas. Finalmente bajó la vista, y dijo en una voz suave y tímida:
-Creo que usted no está bien...
-Sólo estoy muy cansado...- dijo David, llevándose una mano a los ojos, sólo para evitar cruzar miradas.
-Vamos, no tenga miedo de reconocerlo, yo tampoco estoy bien...
La sonrisa de Nigel era perturbadora, demasiado inocente para alguien de esa edad, y al mismo tiempo, reteniendo tantos llantos en su muralla de dientes. David intentó disimular su incomodidad y dijo:
-Sólo tuve un mal sueño...
-Usted creyó estar despierto... ¿cómo sabe que no está soñando ahora también?
-Porque no soy idiota.
-Pero lo duda...
-¿Es esto un sueño?
-No...
-¿Entonces?
Nigel no contestó, sonrió bajando la vista.
-A veces yo también sueño- dijo el bibliotecario.
-¿Qué soñás?
-Cosas. Pero tengo que soñarlas rápido para que no me las roben.
-¿Qué?
-En verdad usted no se encuentra nada bien. Venga aquí, siéntese en este banco...
En ese momento, David se percató de que estaba en una plaza. Nigel lo acompañó hasta un banco y lo ayudó a sentarse, David lo dejó hacerlo a pesar de que se sentía lo suficientemente bien como para valerse por sí mismo.
-Espéreme aquí- dijo Nigel- no se vaya, volveré en un momento. Usted sólo trate de relajarse.
Luego de pronunciar esas palabras, el bibliotecario se dio la vuelta y se alejó con pasos cortos y apresurados. David lo observó confundido, no entendía bien qué estaba pasando, pero estaba tan cansado que no hizo ningún esfuerzo en comprender. En verdad se sentía agotado, y sin pensar muy bien lo que hacía, cerró los ojos y perdió toda noción del tiempo. Parecía que habían pasado segundos, pero David se sentía como si hubiera dormido eras. Extrañado, miró a su alrededor, aún estaba la plaza, en el mismo banco en el que lo había dejado Nigel; y el sol apenas se había movido de lugar. Fue tan extraño para él despertar tan normalmente que se sintió perturbado. En ese momento sintió una sombra a su lado. Miró y sintió que todo dentro se le ponía blanco. Con las patitas apoyadas en el respaldo, lo observaba fijamente a los ojos aquél ave.
-No puede ser- murmuró sin saber si había alguien para oírlo o si hablaba dormido.
Y allí se quedó devolviéndole la mirada a la avecilla, hasta que alguien se acercó. Era Nigel, que se acercaba lentamente a él, hasta detenerse a unos cuantos pasos.
-Se ve raro- dijo el bibliotecario con una voz audible a pesar de la distancia.
-No me siento bien- en efecto, David sentía como si estuviera cayendo al vacío- ¿es esto un sueño?
-¿Usted qué cree?
Apenas terminó de pronunciar aquellas palabras, y el rostro de Nigel comenzó a derretirse como cera en una espantosa mueca que a veces quería ser sonrisa, y a veces un desesperado grito de horror.
-¡¡Despierte!!
La voz retumbó y David abrió los ojos. Estaba en un banco de plaza, sí, pero éste miraba para el lado contrario. Se sintió mareado y desconcertado, sin saber bien dónde estaba. Miró a su alrededor, y vio a Nigel observándolo fijamente con sus ojos turquesas. El bibliotecario llevaba en brazos un oso de peluche, viejo y remendado; uno de sus ojos había sido reemplazado por un botón, el otro tenía clavada su juzgadora mirada artificial en David.
-Se ha quedado dormido... no se veía bien ¿estaba teniendo una pesadilla acaso?
-Yo... -David titubeó- me dijiste que te esperara....- al ver la cara de confusión de Nigel, agregó- o quizás lo soñé.
-Está soñando mucho...
-Demasiado para mi gusto... - David guardó silencio un momento- ¿por qué tenés un peluche?
-Es mío.
David lo miró algo desconcertado. Se llevó una mano a la frente, pensando algo para decir. Finalmente, clavó la vista en Nigel, y le preguntó con expresión soñolienta:
-¿Es esto un sueño?
-Eso ya me lo preguntó- la sonrisa del bibliotecario podría haber llegado a dar miedo- y ya le dije que no.
-¿Por qué tenés un oso?- preguntó el joven volviendo a fijar su atención en el peluche.
-Es... para el niño que llevo dentro.
-Todos tenemos uno...
-Quizás... pero éste tiene miedo de salir. Le tiene miedo a la mujer que habla, ella ríe y le dice cosas feas. Él tiene miedo y grita, y llora, sin querer salir. Para él es el oso. Para que no tenga tanto miedo.
Al terminar de hablar, Nigel miró a David, sonriendo con inocencia. Éste le devolvió la sonrisa, pero más por acto reflejo que por voluntad propia, estaba impactado e impresionado por lo que el bibliotecario le había contado, incluso cuando no sabía cómo interpretarlo.
-Yo...- David balbuceó- yo tengo que irme...
-Oh... pero si apenas comenzamos a hablar de algo interesante.
-Algo... ¿qué? ¿De qué hablábamos exactamente?
-De osos de peluche...
La inocencia en la mirada de Nigel hizo que todos los temores y enojos de David se extinguieran como si nunca hubiera estado allí, pero aun así dejándole un extraño sabor amargo en la garganta.
-Usted no se ve nada bien- comentó Nigel meneando la cabeza- vamos, demos una vuelta, caminemos por el parque.
David se levantó del banco obedeciendo como un autómata, se sentía tan ajeno a su propia existencia que no creía poder ser dueño de sus propias acciones.
Caminaron varios minutos sin decir nada. David miraba el suelo vigilando a cada paso que no se abriera a sus pies. Cada tanto echaba una mirada a Nigel, intentando encontrar intenciones ocultas en la mirada, pero siempre lo veía tranquilo y apacible.
-¿Le digo algo curioso? - dijo de pronto Nigel- a veces quisiera estar dormido y que toda mi vida no sea más que un sueño.
-Yo quisiera saber si esto es un sueño o no- murmuró David.
El bibliotecario lo oyó y lo miró fijo con sus ojos turquesa.
-¿Y usted qué cree? - preguntó con dureza.
David sintió que el alma se le iba del cuerpo al oír esas palabras. Miró a nivel con espanto, sabía que no tenía una respuesta para esa pregunta, siquiera quería buscarla.
-yo era real- dijo el bibliotecario desviando la vista- usted no está soñando.
Nigel retomó la marcha, sin volverse atrás. David no quiso seguir caminando, no junto a él; ya demasiado incómodo lo había hecho sentir. Se quedó mirándolo hasta que lo vio perderse entre las calles, se dio la vuelta, con las manos en los bolsillos del pantalón, y se dirigió a su casa.
David se incorporó en la cama con los ojos bien abiertos, y la respiración agitada. Había tenido un mal sueño del que sólo recordaba el vértigo como si el suelo se le abriera a sus pies.
Se sintió aliviado al saber que estaba en su casa; pero la tranquilidad se desvaneció cuando se percató de que no recordaba el momento en el que se había ido a la cama.
Confundido y alarmado, fue al baño a lavarse la cara. Al caminar hasta allí, tuvo una espantosa cesación de no estar avanzando a pesar de los pasos que daba. Al llegar, ni lo pensó, se lavó la cara con agua fría para despejarse de sensaciones tan desagradables. Miró el espejo pero no encontró su reflejo.
David se incorporó en la cama, con un amargo sabor a inexistencia en la garganta. Se fregó los ojos, sin estar seguros si había sido un sueño o si simplemente no recordaba haber ido a la cama. Tampoco recordaba qué había soñado, sólo tenía las sensaciones que éste había dejado.
En ese momento, se percató de un sonido que oía, era como un río tumultuoso. Aguzó el oído.
-Está lloviendo- dijo para sí- no... No es eso... se oye adentro...
Sus propias palabras lo sorprendieron, aun cuando en efecto el sonido venía del baño. Confundido, se sentó en la cama. Sus pies, al pisar el suelo, se encontraron con agua. Se puso de pié lentamente y caminó hacia el baño; por debajo de la puerta, corría agua.
-¿Qué...?- David no comprendió qué estaba pasando, y aun así empujó la puerta.
El baño estaba inundado y con la canilla abierta, el lavabo parecía una catarata. David no se detuvo a pensar qué había pasado, se abalanzó sobre la canilla para cerrarla, y finalmente lo pudo hacer, a pesar de todo el esfuerzo.
David se sentó en el borde de la bañera para recuperar fuerzas y razón. Se llevó una mano a la cabeza, una puntada comenzaba a palpitar dentro. De pronto tuvo la certeza de que no había más agá, pero no se atrevió a abrir los ojos para verificarlo; pero de pronto un goteo lo obligó a mirar, confundido y mareado, perdido entre la duda y el temor.
Ya no quedaban rastros del agua, ni siquiera humedad. Esta vez, lo que corría por la canilla era un líquido espeso y oscuro.
David se puso de pié, con la tenue luz amarilla apenas podía verlo. Intrigado, acercó su mano al lavabo, dejando que ese líquido cayera a su mano, corriendo por sus dedos. Lo acercó a su rostro. El color rojo oscuro y el olor cobrizo le dieron la certeza. Era sangre lo que caía por la canilla gota a gota, como desangrando un cuerpo lentamente. David mantuvo la calma, sabía que no podía ser más que su imaginación, pero al mismo tiempo, tenía la inexplicable sensación de que todo tenía sentido.
El joven se acercó decidido. No estaba seguro qué fin tendría, pero se le había plantado en la cabeza la idea de cerrar la canilla y que la sangre deje de correr. Y así lo hizo, al fin suspiró aliviado... hasta levantar la vista al espejo.
Le costó reconocer su rostro en el que lo miraba en el espejo. Era su rostro, sí, pero estaba quemado, desfigurado tal como la niña. Una espantosa sensación de frío le subió por la garganta, se sintió mareado, asqueado, con nauseas; no podía soportar la idea de que el rostro que se reflejaba era el suyo.
De pronto sintió una sensación quemante ardiéndole en el pecho. Ira. Una ira casi inexplicable. En un impulso que no pudo contener, arrancó el espejo de la pared y lo arrojó al suelo. El espejo se hizo añicos, también su realidad. Fue entonces cuando despertó.
David miró a su alrededor, confundido. La luz amarilla se había opacado, haciendo el ambiente más antiguo y encerrado, y el aire se sentía enrarecido. Estaba en la bañera, como si fuera una cama rígida y fría. Le dolían todos los huesos, y se levantó como pudo sin sentir más que un hormigueo en los pies. Con movimientos torpes, intentó poner los pies fuera de la bañera lentamente para no caer, ya que no sentía los pies. Finalmente tocó suelo firme. Algo crujió. Dirigió sus ojos cansados a sus pies; y allí los vio: un montón de cristales rotos. Varios se habían incrustado en sus pies, haciéndole sangrar, pero los tenía dormidos y no podía sentir dolor.
Con cuidado para no caer, intentó caminar un poco. No sabía si quería dirigirse a la puerta o al lavabo, pero llegó a este último. Miró hacia adelante, sin saber muy bien qué es lo que buscaba. El espejo estaba en su lugar, pero dos fuertes golpes lo habían quebrado, y varios cristales habían caído al piso, los que David había pisado y lo habían hecho sangrar.
-Pero...- murmuró- fue un sueño... y estaba en el suelo...
-¿Y cómo sabe que no es esto también un sueño?
Una voz interrumpió sus pensamientos. Parecía venir de todos lados y también de dentro de su cabeza, de su pasado, de la nada. Y también del espejo. David miró lleno de cierto espanto y nausea. Del otro lado del cristal, el baño se extendía en una réplica invertida y exacta. Pero era Nigel y no él quien allí estaba, acercándose pasó a paso al cristal, sonriendo tímidamente.
David dio un paso atrás, sorprendido a pesar de lo que había estado viviendo.
-No me mires así...- dijo Nigel- no soy un monstruo... ni un fantasma...
-En verdad... ¿es esto un sueño?
La voz de David tembló al hablar. Nigel lo miró de lado, sonriendo con picardía infantil.
-¿Usted qué cree?- contestó acercándose más al cristal. Las rajaduras del vidrio partían la imagen del bibliotecario sin llegar a desfigurarlo.
David no se atrevió siquiera a dar un paso atrás. No podía aguantar otra pesadilla más, pero todo se veía tan real, más no verosímil; y estaba tan turbado por aquella irrealización que deseaba con todas sus ansias poder despertar. Más no fue así. Nigel estiró una mano, atravesó el espejo con sus tímidos dedos pálidos, para posarlos en el hombro de David.
-¡Dios mío!- exclamó el bibliotecario- ¿qué es lo que te ha ocurrido?
David dio un paso atrás, y Nigel, alarmado, retiró su mano. El rostro del bibliotecario estaba contraído en una expresión difícil de definir, mezcla de horror y asco. Eso impresionó a David en extremo.
El instinto fue más fuerte que la prudencia, y se llevó una mano a la cara, pero antes de que sus dedos tocaran su rostro, vio su mano y la sangre se le heló en las venas. Estaba quemado. Quiso gritar, pero le salió un grito ahogado.
-¿Qué has hecho?- preguntó de pronto Nigel.
-Nada...- contestó David aún espantado.
-Ha roto el espejo- continuó Nigel, apoyando su mano en el cristal roto como si fuera una ventana.
-Fue un sueño...
-¿Lo fue?
La mano de Nigel presionó el cristal más fuerte, y éste se astilló clavándose en sus carnes y haciéndole sangrar. David lo miraba con espanto, pero espanto provocado por no saber qué debía contestar.
-¿Qué has hecho?- volvió a preguntar el otro.
-Ya dije que nada.
-Qué me has hecho a mí...
David empalideció.
-Tu rostro...- Nigel extendió su mano nuevamente, ahora ensangrentada, los ojos celestes llenos de espanto, y la boca retorcida en una mueca de terror infantil.
David se llevó las manos al rostro. Sus dedos tocaron algo viscoso, pegajoso. David no lo había sentido hasta ese entonces. Una sustancia gelatinosa que envolvía su rostro, su cabeza, y se le metía en los oídos, en la nariz, la boca, y lo asfixiaba. A David le dolía la piel, como si esa cosa se filtrara por sus poros para meterse en su carne, y se sintió sin aire. Desesperado, intentó librarse de aquella cosa gelatinosa, pero todos sus intentos fueron inútiles, ya era demasiado tarde.
“Es un sueño” pensó.
Pero esa vez no despertó pavor.
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“Nosotros somos gracias al lenguaje” - Entrevista a Mónica Pincheira

Mónica Pincheira nació en Cipolletti, Río Negro, en “mil novecientos ochenta y varios”. Terminó el secundario en el CEM Nro 5, de Cipolletti e ingresó a estudiar Letras en la Universidad Nacional del Comahue. Sin embargo, al poco tiempo, se mudó a Trelew y continuó sus estudios en la UNPSJB.
L: ¿Cómo y cuándo decidiste estudiar Letras? ¿Cuál otra carrera tenías en mente o qué otra te gustaría estudiar además de esta?
M: Decidí estudiar Letras cuando desistí de hacer Medicina en Cipolletti, Río Negro (yo soy de allá). En realidad, estaba entre Letras y Medicina: quería ser médica cirujana, y me quería ir a Médicos sin Fronteras, jeje. Un profesor, Daniel Aroca, de la materia Literatura, Arte y Sociedad de mi escuela secundaria, sin quererlo me entusiasmó. Así que, terminé inscribiéndome en la Universidad Nacional del Comahue, en Neuquén. Después, me mudé a Trelew, y empecé acá.
Además de Letras, me gustaría intentar con Medicina y con Psicología. Pero Letras ya me corre por la sangre. Es mi vida, soy Letras caminando. Creo que no estudiaría aquellas otras dos carreras aparte, sino para profundizar y relacionar todo lo que me apasiona.
L: ¿Cuáles fueron tus expectativas al ingresar? ¿Se cumplieron?
M: Mmm… Para hablar de expectativas, tengo que hablar de mis dos momentos: Como toda ingenua, empecé Letras en Neuquén pensando que sólo íbamos a leer. Contaba, sí, con que tendríamos materias como Gramática, pero jamás imaginé que iban a ser tan exigentes en el área lingüística; y, por otra parte, me fascinó lo que sabían los profesores que tuve allá. Fue como empezar a vivir un mundo nuevo de perfeccionamiento en algo que no sabía que me iba a apasionar más de lo que pensaba. Acá, en Trelew, ya no era la ingenua, ahora sabía y sé lo que quiero. Trelew, la carrera acá, es una continuación. En realidad, mis fichas están puestas en mí.
L: ¿Qué te cautivó más de Letras?
M: Lo que me cautivó más de la carrera es el análisis estructural que puede hacerse desde la literatura; y saber que la literatura puede ser también un arma de combate, me encanta. Letras no sólo es leer y estudiarla: es saber que podés cambiar mundos, mentalidades, tenemos el “don de la palabra”: “Poetas, no cantéis a la rosa, ¡hacedla florecer en el poema!” (V. H). Y la Lingüística, como la Literatura, tienen mucho para hacer y decir.
Me cautivaron, también, los profesores. Es un mundo nuevo que te presentan casi incondicionalmente. Calculo que son pasiones compartidas entre el docente y los alumnos, por eso engancha tanto.
L: ¿Qué cambios harías en la carrera?
M: Cambios en la carrera… Creo que añadiría más materias. Literatura regional/mapuche (¿no tenemos sangre indígena, también?). Aunque me gustaría que materias, como Literatura Europea, no nos quede en cuarto año, sin dejar de observar que para hacer Literatura Europea II tenés que hacer el Superior. (¿Qué clase de egresado en Letras para Educación Secundaria tiene que carecer de tal formación?). Además (sigo), estaría bueno que tengamos especializaciones: por ejemplo, en Lenguas clásicas, en Lingüística... materias optativas. (No sé si me explico).
L: ¿Cuáles crees que son los problemas más importantes en materia de educación?
M: Creo, humildemente, que nos hace falta un poco más de capacitación respecto de problemáticas actuales de los alumnos de secundaria, a saber: Hay chicos con problemas de atención porque no comen bien, sufren violencia en sus casas, chicos con problemas de “límites” y tantos otros problemas no menores que se me escapan ahora. No tenemos estrategias para enfrentar a un grupo de chicos alborotados, más que la que se nos van ocurriendo por experiencia o porque alguien más “nos aviva”. Ya sé que esto puede ser abordado por asistentes sociales u otros profesionales, pero mientras tanto, a los adolescentes los tenés que saber cautivar.
L: ¿Cuál fue la anécdota más divertida en estos años de cursada?
M: No sé si la puedo decir por acá, y si la digo, no sé si mis compañeros me van a ver con los mismos ojos... bueno, ahí va: (¡¡lo curioso es que me pasa siempre con la misma docente!!) En ciertas literaturas, es culpa mía que mis compañeritos leamos más material del que suele aparecer en el programa, porque, en mis búsquedas en biblioteca, encuentro material muy bueno (se los juro), y se lo muestro a la docente y, bueno, ¡lo añade para el parcial! ¡Jejeje! (¡Perdón!).
L: ¿A qué aspiras al recibirte?
M: Estoy pensando en que, luego de recibirme, me gustaría especializarme en Psicolingüística. Escuchando y leyendo, uno aprende mucho. Piglia habla, en su Tesis sobre el cuento, de que hay dos historias en ello: la historia 1, que es la que se nos narra, y la historia 2, que está por debajo, y es la que no se nos cuenta, pero que suele aparecer en ciertos intersticios de la narración. Para mí, las personas también tienen historias 2, alumnos de secundaria y universitarios, por qué no. Y muchas veces, hay trabas en el proceso de aprendizaje que obstaculizan esto. Mi idea, y mi meta, es saber o aportar algo en pos de la solución.
L: ¿Tenés autorx favoritx? En caso de tener algunx, si tuvieras la oportunidad de tomar un café ¿qué le dirías y qué crees que te respondería?
M: ¡Sí!, mi autor favorito es Manuel Puig. Sería un sueño tomar un café con él. Sin embargo, no sé qué le preguntaría… Dejaría que me charle de lo que quiera, de cómo estuvo Europa la última vez que viajó, y si el cine de ahora es lo que era en su época. Tal vez le preguntaría qué hace decaer al cine actual, aunque creo que me diría -sin pelos en la lengua-, que Hollywood ha hecho puras porquerías y muy pocas “joyas”. Me hubiese gustado ser parte del grupo selecto de sus amigos.
L: Brindar la posibilidad de dar a conocer sus trabajos a lxs estudiantes es uno de los objetivos por los que abrimos la página del Laboratorio de ideas. ¿Te gustaría publicar alguno?
M: Si escribo algo, ¡seguro! Aún no tengo nada escrito.
L: ¿Qué y sobre qué te gusta escribir?
M: Me gusta escribir cuentos cortos. Me gusta la literatura infantil, hacer juegos de palabras para ellos. Por ahí estaría bueno poner a la lengua y a la literatura como un juego, como algo lúdico y no tanto como una materia que hay que aprobar. Para mí, el lenguaje es como jugar con plastilina: la podés amoldar, moldear, ¡CREAR nuevas cosas, infinitamente! No tiene por qué ser algo inmutable y rígido.
L: ¿Sobre qué investigaste o investigarías?
M: No sé si es algo investigado. Creo que lo que “descubrí” es más una conclusión de haber escuchado a mis compañeros: he llegado a la conclusión de que la mayoría de los que decidimos estudiar Letras, hemos sido “poco escuchados” en nuestras casas, por alguna razón o por otra, ya sea porque vivimos en hogares carenciados, o tuvimos padres bastante rígidos, etc., lo que hizo que estuviéramos más pendientes de escuchar lo externo que nuestro interior, y por ello, Letras es el espacio donde podemos hablar hasta por los codos, o expresarnos como queremos. Sin embargo, acepto que no a todos les ha pasado.
L: ¿Cómo cambió tu percepción estos años de cursada de Letras?
M: Creo que acrecentó mi visión de la vida. Desde aquella vez en Neuquén, cuando entró la profesora y revoleó saco y cartera, y le dijo al que tenía más cerca: -“¿qué es el extrañamiento?”, sin decir cuándo eran las clases de consulta, ni cómo se llamaba… me enseñó a que la vida también debe “extrañarse”, verse como si la viéramos por primera vez. Y eso pasó gracias al lenguaje, a que ella lo dijo, la forma en que se presentó. Nosotros somos gracias al lenguaje. Para bien o para mal. La conciencia crítica al respecto, creo, que nos hace mejores, porque nos autoevaluamos. Y ese es mi fin último. Ser lo mejor que pueda hacer de mí. Y eso se da gracias al lenguaje, a los sentidos que lo envuelven. Resignificar realidades, mi realidad, para ver en qué me puedo mejorar.
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