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Los Hijos de Bal
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Seth Athan llegó a Morthal con un objetivo en mente: hacer lo necesario para convertirse en el nuevo adalid de Molag Bal, el señor de la dominación. Sin embargo, conocer a Alicent Baskerville (la joven hija de la alquimista del pueblo) y a sus amigos hará que sus planes se tambaleen. ¿Puede la amistad ser más fuerte que la ambición? ¿Y el amor? Esas son algunas de las preguntas que Seth tendrá que responder cuando llegue el momento de decidir entre mantenerse firme en su objetivo o embarcarse en una nueva aventura.
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loshijosdebal · 9 months ago
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Capítulo XXXV: El regreso de Seth a Morthal
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¿Has llegado hasta aquí? Wow! Gracias! No sé ni qué decir...
a) ¿Y el capítulo?
b) No, si yo no lo leí.
>a) Adelante, que lo disfrutes.
>b) Ah... que estás aquí por error. Ya veo. Este es el último capítulo del libro, así que he escrito esto para evitarte spoilers. Y ya que estás aquí, ¿por qué no le echas un ojo? Puedes hacerlo en Tumblr desde el ÍNDICE o leernos en otras plataformas, como AO3, Wattpad, Inkspired o Inkitt.
Ya había caído la tarde cuando Seth llegó a Morthal. Desmontó a Sombra, su caballo, y lo hizo desaparecer. Había entrado por la parte de atrás, movido por la nostalgia. Quería volver a ver los restos de la Cabaña del Taumaturgo, lo único que le quedaba allí de Alicent. 
Bordeó el jardín, observando con apatía entre la niebla los restos del edificio que el fuego había devorado. A cada paso que daba, brotaba un recuerdo. Cada recuerdo hacía daño. En el castillo había sido fácil desprenderse de la culpa, pero ahora que estaba lejos de la influencia de su padre sentía que lo devoraba por dentro, como si él fuera una manzana y tuviera un gusano. Esa culpa tenía tal poder en él que, desde que había vuelto a Myrwatch no había sido capaz de mantener la mirada a Joric. 
Myrwatch. Solo había pasado una noche allí, pero el recuerdo de Alicent estaba por todas partes. Era insoportable. Tanto que hasta visitar a su madre parecía más agradable que pasar allí solo la Saturalia. Tanto que ya habría partido a Soledad, si no fuera porque tenía algunas cuentas que ajustar. Ahora que era el adalid de Molag Bal, estaba dispuesto a cumplir con su cometido a cualquier precio. No permitiría que la muerte de Alicent fuera en vano. 
Se detuvo cuando dos figuras aparecieron entre la bruma. Reconoció a Thonir, pero este no lo vio. Se acababa de dar la vuelta y se marchó rápido en dirección al aserradero. Sintió un tirón en el brazo. Seth giró la cabeza, sorprendido. El latido de asombro dolió en su pecho cuando reconoció a la mujer
—¿Lami? —preguntó, confundido. 
La madre de Alicent lo miró desde el interior del chal que cubría su cabeza y sus hombros. Había vuelto a perder peso. No lo había dejado de hacer desde el ataque de los nigromantes.
¿Así es como me veré yo en un tiempo? Sabía que no. Aun así, una risa burlona en su cabeza le hizo desear que así fuera. Que los demás supieran que la había querido de verdad, lo suficiente como para que su aspecto lo evidenciara. 
No digas tonterías. 
Lami se quitó la capucha y Seth tuvo que contenerse para no retroceder un paso. El ambiente frío no ayudaba; quizá con un poco de sol se hubiera visto de otra forma. Su rostro estaba tan cadavérico como rojos estaban sus ojos, sus manos también tenían un ligero temblor. Pero Lami no parecía sudorosa, así que no estaba enferma. 
Skooma. Seth no había probado nunca aquella droga, pero conocía sus efectos. Aunque el Skooma estaba prohibido en todo el Imperio, sobraban sitios donde comprarlo. Sobre todo en Skyrim, donde la situación era tan difícil que siempre había alguien necesitado de evadirse de la realidad. Por ejemplo, de perder a un hijo. A Seth se le hizo un nuevo nudo en el estómago. Él también había perdido a un hijo. Lo había matado. 
—¿Qué…? ¿Qué querías? —preguntó, tras carraspear, fingiendo normalidad.
—Voy a pedir una nueva partida de ingredientes —empezó Lami, con un tono de urgencia—. Hace semanas que no haces un pedido. Si me acompañas puedo tomarte nota y…
Seth tiró del brazo por impulso, para soltarse. No lo pudo evitar. No, ya no necesitaba ingredientes. Ya no había nadie que los preparase para él. La miró en silencio y Lami le devolvió la mirada expectante, con los ojos tan abiertos que, sumado a su aspecto entre la bruma, daba auténtico miedo. 
Ante la ausencia de respuesta, Lami siguió. 
—Me vendría muy bien el dinero, tengo que… tengo que reconstruir la casa, y para eso hace falta mucho dinero, y…
Y estaba mintiendo. Mientras hablaba, había empezado a rascarse un brazo a la vez que miraba a su alrededor con ojos agitados. Seth suspiró, suponiendo que necesitaba el dinero para la droga. Lami lo miró angustiada.
—Por favor. Cualquier pedido estará bien, por muy pequeño que sea.
La mirada de aquella mujer lo estaba incomodando demasiado. Estaba cargada de expectativas. Seth desató una pequeña bolsa de monedas de su zurrón y se la dio. No era mucho, porque no había ido allí con la intención de gastar, pero tendría suficiente  para una botella.
Lami la cogió entre ambas manos, pero no se molestó en contar las monedas. Forzó una sonrisa. Por algún motivo, sus ojos seguían brillando con desesperación. Seth supuso que estaría así hasta que pudiera aliviarse el mono. 
—Yo… Muchas gracias, Seth. Dime lo que quieres y lo anotaré en el pedido. Podrás venir a recogerlo…
—No quiero nada —interrumpió, incómodo—. Solo… La Cabaña del Taumaturgo… Es lo único que me queda de Alicent. Por favor, reconstrúyela. 
Lami se quedó sin habla. Apretó los dedos alrededor de la bolsa de séptims y se le escaparon un par de lágrimas. Después de eso se volvió a cubrir con el chal y se marchó, dejándolo allí, pasmado.
Seth cruzó los restos del puente principal, derrumbado durante el ataque de los nigromantes. Todavía no lo habían restaurado. Al otro lado, la villa estaba completamente desierta. Cuando los edificios calcinados aparecían entre la bruma, el pueblo parecía abandonado. Morthal nunca había vuelto a ser la misma desde aquel día. 
Se superpuso a la mala sensación que le dejó el camino hasta el Salón de la Luna Alta. Tras hablar con Movarth la noche anterior, Seth había tomado una determinación. Quizá no lo había perdido todo, sino casi todo. A fin de cuentas, Idgrod seguía viva. Había perdido la cordura, sí, pero, con suerte, eso podría jugar en su favor.
Ya casi había llegado cuando escuchó dos voces entre la niebla. Discutían. 
—¿Por qué Falion sigue en la corte, Aslfur? —increpó la voz de Benor. 
—Benor —Aslfur sonaba conciliador—. Entiendo tu preocupación, pero debemos mantener la calma. Falion tiene el respaldo de la jarl.
—¡Y eso me preocupa! —Benor alzó la voz—. ¿Por qué lo protege? Su magia es oscura, trae el mal al pueblo, ¿qué más tenemos que perder para que entre en razón?
Si no fuera por el mal cuerpo que tenía tras el encuentro con Lami, Seth habría sonreído. Al menos el plan para volver las sospechas de los vecinos en contra de Falion estaba yendo como esperaba. Había pasado los últimos meses esparciendo rumores y, por fin, el malestar estaba germinando. Era cuestión de tiempo que lo hiciera, tras lo ocurrido. El pueblo necesitaba un chivo expiatorio; Seth se había asegurado de que ese título lo ostentase otro. Falion, concretamente. El mago de la corte sospechaba de él desde hacía tiempo, tras el ataque de los nigromantes. Tanto que hasta se atrevió a acusarlo de practicar magia negra durante una clase, la última que habían tenido. Con ello, había firmado su propia sentencia. 
Cuando escuchó que unos pasos se alejaban, Seth retomó la marcha. Aslfur estaba apoyado contra la entrada del Salón de la Luna Alta, pensativo. 
—Seth, cuánto tiempo —saludó el nórdico. Su tono, cansado, reflejó sorpresa. 
—He visitado a la familia —compartió, y miró discretamente a su alrededor para asegurarse de que no había nadie escuchando—. No quería irme con el pueblo todavía en reconstrucción, pero necesitaba un respiro después de todo lo que ha pasado este año. 
—Ya, lo entiendo. Tampoco me habría sorprendido que te hubieras ido para siempre —admitió Aslfur antes de abrir la puerta de la casa comunal.
Seth entró después que el padre de Idgrod y ambos caminaron en dirección al trono. 
—Aslfur, antes no puede evitar oír lo que te dijo Benor. ¿Llegasteis a investigar a Falion? Me cuesta decir esto, pues ha sido un buen mentor, pero siempre ha sido… raro.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Aslfur con suspicacia.
Seth cargó un suspiro de dramatismo.
—Hay… detalles. En su día, Alicent me contó que él parecía muy interesado en su familia. Le hacía muchas preguntas sobre su padre —forzó un silencio y carraspeó, fingiendo incomodidad—. Además está lo que vi. Tenía una gema negra en casa, Aslfur. Sabes lo que eso significa, ¿verdad?
La mirada del nórdico se endureció. Claro que lo sabía. Las gemas de alma negras eran un artefacto prohibido. Arrancaban las almas humanas y las convertían en consumibles que los brujos podían usar para dar más poder a sus encantamientos. 
—¿Estás seguro de eso? —preguntó el administrador cuando ya habían llegado a la altura del trono. 
Seth asintió y Aslfur se hizo a un lado, con el ceño fruncido. Seth, por su parte, se dirigió al trono, hasta quedar frente a la jarl. Era una Idgrod Cuervo Viejo muy diferente a la que lo había recibido por primera vez en aquella misma sala, hacía poco más de un año. Su presencia seguía imponiendo respeto, pero su sabia mirada se había te��ido de paranoia. 
—Veo que has vuelto —saludó despacio, lo estudió con recelo.
Seth inclinó la cabeza en señal de respeto. 
—Aunque no por mucho tiempo, jarl Idgrod. Pasaré otra temporada en Soledad, probablemente un mes. 
¿Buscando el regazo de mamá después de sufrir a papá? Seth ignoró el pensamiento, forzando la apariencia de calma que necesitaba para hacer su petición.
—¿Y por qué has vuelto?
—Tengo asuntos que tratar. Asuntos importantes —la jarl lo estaba tratando de una forma tan fría que Seth se tensó— ¿No soy bienvenido? —preguntó, tanteando el terreno. 
Idgrod Cuervo Viejo lo observó en silencio, antes de mirarlo a los ojos. A pesar de todo, su mirada seguía imponiendo respeto. 
—Eres un chico intrigante, Seth Athan. Te has vuelto indispensable para nosotros y es innegable la ayuda económica que nos has aportado tras la catástrofe. Pero Falion tiene razón cuando apunta que la tragedia siguió tu llegada. Y mi pequeña Idgrod no deja de repetir que te acompaña una sombra oscura.  
En un arrebato de orgullo, Seth perdió la compostura y alzó una ceja, altanero. Aunque lo que había dicho era verdad, ella no tenía ninguna prueba.
—¿A qué viene eso?—se defendió—. No busque enemigos donde no los tiene, jarl Idgrod. En vez de verme como lo que no soy, ¿por qué no me mira como lo que podría ser?. 
—¿Y qué podrías ser? —preguntó la jarl con un cinismo afilado, aferrada al reposabrazos de su trono. 
Se le alzaron las comisuras al escuchar esa pregunta. Había practicado aquel momento. 
—Aproveché el tiempo que pasé con mi familia en Soledad para hacer una propuesta formal. Ahora que sé que ellos están de acuerdo con mi decisión, solo falta que usted lo esté también. 
Aunque su expresión se mantuvo plana, la jarl se acomodó mejor sobre el trono, revelando que sí estaba interesada en lo que él tuviera que decir. 
—Te escucho. Aunque antes quisiera dejar bien claro que, por más dificultades que estemos pasando, Morthal no está en ven…
—No es eso, mi jarl —interrumpió Seth, ignorando la mirada de advertencia que la mujer le dedicó por hacerlo—. Se trata de su hija. 
El semblante de la jarl se volvió vulnerable en cuanto Seth terminó de hablar. Saltaba a la vista que eso era lo último que esperaba oír.
—¿Qué pasa con mi niña? 
—Me gustaría casarme con ella. 
Idgrod Cuervo Viejo se quedó en silencio, sorprendida. Tardó casi un minuto en recuperar el habla y, cuando lo hizo, habló muy despacio.
—¿Quieres… casarte… con mi Idgrod? ¿Por qué?
Seth suspiró, teatrero. Se llevó una mano a la nuca y bajó la mirada a las botas, fingiendo nerviosismo. Un entreacto de vulnerabilidad previo a erguirse y adoptar la seriedad del joven lord que debía ser ante su mirada. 
—No crea que no estoy al tanto de las noticias. Son tiempos oscuros para todos, no solo en Morthal, sino en toda Skyrim —Seth se llevó las manos a la espalda, para dar más seriedad a su enunciado—. Con una guerra civil en ciernes… Nadie sabe lo que pasará el día de mañana, mi jarl. Su hija Idgrod es… —vaciló. No necesitó fingir el paso de la tragedia por su mirada y su voz, no en aquel momento. No cuando el dolor de la pérdida era cierto y la reflexión subyacente, una verdad a medias—. Idgrod es todo lo que me queda, aunque ya no siga siendo ella misma. Solo quiero asegurarme de que, pase lo que pase, estará a salvo. Mi familia no es como la suya, Jarl Idgrod. No dependemos de un título. Ambos sabemos que yo tengo más posibilidades que usted de asegurarle una buena vida si estalla el conflicto. 
—¿Quieres que crea que no haces esto por mi título? —preguntó la jarl, incrédula. 
Seth apretó la mandíbula y la miró en silencio, antes de suspirar. Pagó su cinismo con condescendencia.
—Con todo respeto, es solo un título. Un título en un pequeño pueblo en ruinas, además. Y no crea que no la admiro, porque lo hago. Puedo imaginar que incluso una comarca tan deshabitada como esta es más difícil de gobernar de lo que aparenta. Pero lo cierto, le guste o no, es que usted no es mucho más poderosa aquí de lo que mi familia lo es en la capital, y sin necesidad de ningún título. —La jarl lo miró en silencio, con una ceja alzada. Tras analizar su mirada, Seth decidió subir la apuesta—. Mi madre está de acuerdo, pero no del todo feliz. Usted sabe cómo funcionan las cosas. Ella quería que me case con Ingun Espino Negro pero… —apretó los puños y desvió la mirada, amagando tristeza y frustración. Ingun pertenecía a otra de las familias más ricas de Skyrim y quería ser alquimista; Seth confió en que la jarl entendiera el conflicto interno que aquello le podría causar—. Lo único que quiero es cuidar de su hija, jarl Idgrod. Déjeme hacerlo, por favor. Por la memoria de Alicent. Y por la de Joric. Tu hija es lo único que me queda de ellos. 
La mención de Joric pareció funcionar, porque la expresión de Idgrod Cuervo Viejo se suavizó. La jarl desvió la mirada, ausente. 
—Saber que a Idgrod no le faltaría de nada incluso cuando yo ya no esté… —musitó—. Eso es más de lo que he podido siquiera soñar desde que perdió la cordura. 
Seth apretó los puños tras la espalda, tenso. 
—¿Eso es un sí?
—Las cosas han empeorado para ella —contestó con una evasiva, volviendo a mirarlo—. A veces corretea por ahí y habla con Alicent y con su hermano. Otras incluso contigo, aunque no estés. Como si nada hubiera cambiado. Todo apunta a que irá a peor con el paso del tiempo.
Seth frunció el ceño, curioso y extrañado. Aquello no era lo que esperaba oír.  Había estado demasiado liado como para descubrir cómo habían cambiado las cosas para Idgrod desde el ataque de los nigromantes. A decir verdad, lo había evitado activamente, acobardado por la idea de tener que confrontarla.
—¿Conmigo?
—Contigo. Siempre que juega a ese juego que le regalaste, al ajedrez, habla contigo.
Seth miró inconscientemente hacia las escaleras y sintió un interés sincero por saber qué se iba a encontrar. Idgrod era una rareza entre los mortales. Una mente tocada por dos daedra; Hermaeus Mora y Sheogorath, destino y locura. 
—¿Quieres subir a verla? —ofreció la jarl.
—¿Puedo? 
—Vé —invitó. A continuación Seth la escuchó hablar en voz baja, para sí misma—. Quizá a tu lado… con el tiempo… vuelva a ser ella misma… —murmuró, pero Seth fingió no oír nada y puso rumbo al cuarto de Idgrod. 
Subió lentamente las escaleras, escuchando el crujido de la madera vieja bajo sus pasos. La petición estaba hecha, solo quedaba esperar. La jarl era inteligente, aceptaría la propuesta. No encontraría a nadie mejor. Ni tampoco a nadie peor. Tarde o temprano, Idgrod Cuervo Viejo tendría que aceptar que Seth era la solución a sus problemas y él se haría con el control de la Comarca del Hjaal. 
Cerró la puerta al entrar y encontró a Idgrod tumbada en la cama, sumida en la lectura de La Habitación Cerrada. La chica reaccionó al ruido levantando la mirada, pero no lo miró a él, sino a la puerta. Tras esto, dejó caer la cabeza y suspiró por la nariz. Lo hizo tan fuerte que Seth la oyó. Era como si estuviera esperando a alguien más. Seth apretó los labios, incómodo.
—¿Por qué parte vas? —empezó, con la intención de romper el hielo. Había leído aquel libro hacía algún tiempo. 
Idgrod sonrió de un modo críptico, indescifrable. 
—Aunque Yana sabe que su maestro es un hombre malvado y horrible, se resiste a creer que pueda usar el asesinato como método didáctico —dijo con la voz apagada y la mirada clavada en él, de tal forma que Seth sintió que lo atravesaba.
Le mantuvo la mirada sin dejarse intimidar, a la vez que contenía un escalofrío. Estuvieron casi un minuto así, en silencio, hasta que Seth se hartó y bufó, siendo el primero en romper el contacto visual. Se acercó a la mesa del escritorio, sobre el que estaba el tablero de ajedrez. Sacó la silla y se sentó, apoyando el antebrazo en una de las esquinas del espaldero. 
—¿Qué crees que sabes, Idgrod? —preguntó directo, sin miedo a su respuesta. 
Dijera lo que dijera, siempre la podría acusar de loca, pero no estaba preparado para su reacción. Donde esperaba un reproche, la chica abrió los ojos de par en par y le entró un tembleque. Bajó la mirada a su propio hombro y recorrió su propio brazo, antes de alzar de forma lenta la mirada hacia el techo, donde la dejó clavada. Aunque Seth miró en la misma dirección, no vio nada. Sí que está loca, pensó decepcionado.
—Tú también los conoces, ¿verdad? —preguntó tras el silencio, con un hilo átono de voz. 
Seth parpadeó un par de veces antes de entrecerrar los ojos, tras comprender que se refería a los daedra. 
—No sé de qué estás hablando, Idgrod —replicó de forma seca. 
Su vieja amiga bajó la mirada, lentamente, desde el techo hasta él. Luego la posó en la pared a sus espaldas e Idgrod esbozó una sonrisa sabihonda. 
—¿Ah no? Tu sombra ha cambiado desde la última vez que te vi. 
La forma en que lo dijo le hizo dudar. Tocada por el destino y la locura, se repitió, ¿es posible que esté pasando algo por alto? Invocó un hechizo simple que amplificó sus sentidos y entonces lo vio. O mejor, lo pudo percibir. Había haces de energía verde por toda la habitación, expandiéndose como tentáculos, uno de los cuales estaba sobre el hombro de Idgrod, donde ella había mirado antes con espanto. La mayor cantidad de energía pendía sobre sus cabezas, donde ella clavó la mirada. Seth contuvo un nuevo escalofrío mientras se giró, para encarar a su sombra. Parpadeó un par de veces, sin dar crédito a lo que vieron sus ojos. De entre sus rizos salían dos cuernos finos y no muy largos, con una sutil curvatura a media asta. De repente la sombra abrió los ojos. Unos iris del color de la nieve, gélidos como los de su padre, le devolvieron la mirada. Seth apartó la vista por acto reflejo y, al hacerlo, vio otra sombra al lado. Una que no correspondía a ninguno de los allí presentes. Era más pequeña, como de un animal, y salió corriendo al ser percibida. 
¿Qué demonios…?
Estaba por encarar a Idgrod cuando la puerta del cuarto se abrió. Aslfur se asomó y los miró con gesto grave, antes de relajar los hombros. 
—¿Está todo bien? —preguntó, mirando a su hija. 
Seth se giró hacia Idgrod, a tiempo de verla asentir. 
—Si queréis tomar algo…
—Está todo bien, papá —lo cortó Idgrod. 
Aslfur asintió antes de irse, pero dejó la puerta abierta. Seth permaneció mirando a Idgrod, que le devolvió la misma sonrisa sabihonda de antes. Pero aunque sonreía, sus ojos estaban cargados de odio.
—Tu madre dice que has estado practicando al ajedrez —comentó Seth, buscando cambiar de tema.
—¿Quieres jugar? —preguntó Idgrod. De nuevo, tenía esa expresión indescifrable que le ponía los pelos de punta. Estaba muy cambiada.
—Claro… 
Respondió sin demasiado entusiasmo, todavía con la cabeza dando vueltas a lo que acababa de ver. Idgrod montó el ajedrez sobre la cama mientras él contemplaba su propia sombra, en silencio. El hechizo se terminó antes de que ella hubiera colocado todas las piezas y su sombra volvió a ser normal, pero el malestar no abandonó a Seth. Preferiría no haber descubierto aquello; vivir con la incertidumbre de que su padre pudiera espiar cada uno de sus pasos era mejor que hacerlo con la certeza de que lo hacía.
Cuando Idgrod colocó la última pieza, comenzaron la partida. Aunque supuso que sería tan fácil como siempre, en esta ocasión Seth encontró a una rival formidable. Se fue estresando poco a poco al comprobar que daba igual lo que hiciese, porque Idgrod parecía ir siempre un paso por delante. En un momento dado, cuando Idgrod consiguió llevar a uno de sus peones a la octava línea, Seth estaba tan frustrado que volcó el tablero, impidiendo el jaque mate. Lo hizo despacio y sobre la cama, para no formar un estruendo. Luego miró a Idgrod a los ojos, tan cabreado como ofendido. 
—Estás haciendo trampa. Ya has visto esta partida —acusó. 
Era la única forma que se le ocurría de que Idgrod pudiera ganarle. Tensó la mandíbula y frunció el ceño, esperando que ella lo negara. Pero, en lugar de eso, Idgrod solo se rió en un tono bajo y lo volvió a mirar igual, con el odio en las pupilas, pero también con una satisfacción que no logró entender. 
—Ah, si eso fuera todo, Seth. 
Idgrod volvió a mirar al techo y Seth sintió que los pelos se le ponían de punta. 
—¿Qué más has visto? —preguntó, con una mala sensación creciendo en el pecho.
—Tu futuro —respondió ella, volviendo a reír de aquella manera lunática. 
Seth sintió cómo se le encogía el estómago.
—Idgrod, estás loca… —acusó entre dientes. 
Fuera lo que fuera, no lo quería saber. Lo supo por la forma en la que sonreía. 
—Quizá sí, quizá no. No lo podrías saber, pero yo sé algo que tú no. Cuando el ojo de Hermaeus Mora se abra e intentes comer una torre, un peón se convertirá en reina. Y entonces no podrás evitar el jaque mate. Pero no importa. Nada lo hace, porque cuando él nos mire, todos estaremos condenados.
Esta vez Seth no pudo contener el escalofrío que, como un soplo helado, entró por su nuca y bajó por su espalda.
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loshijosdebal · 9 months ago
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Capítulo XXXIV: La decisión
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—Mata a la chica. Demuestra hasta dónde estás dispuesto a llegar para ser mi adalid —ordenó Molag Bal. 
El frío eco de su voz retumbó en la sala, pero también en el pecho de Alicent. La orden la dejó helada, inmóvil. Posó la mirada sobre su plato lleno de comida, también fría para esas alturas. No podía moverse, tampoco seguir llorando. Había alcanzado un límite. Ya estaba, todo se terminaba allí. Idgrod estaba loca, Joric, prisionero. Su madre nunca sabría lo que pasó. Su hijo no llegaría a nacer. La daga que su linaje juró guardar había sido reconstruida. El chico que le juró amor era el culpable. 
—Pero… Padre… —Seth balbuceó, con la voz cargada de dudas. 
—¡No! —exclamó Joric. Aunque su voz sonó apagada, Alicent notó la ansiedad de su tono—. No podéis…
Sus protestas se volvieron un amasijo de sonidos irreconocibles y amortiguados, como si alguien le estuviera tapando la boca. 
—¿Y ya está? —preguntó Don Dogma—. Qué aburrido. Que jueguen al khajiita y al skeever, al menos. Siempre me gustó verla jugar por el pueblo. Dale media hora de ventaja, ¡ya verás qué buena es!
Alicent levantó la barbilla despacio, para mirarlo. Don Dogma no la estaba mirando, sino que estaba entretenido haciendo una pequeña bola de pan entre los dedos. Parecía tan inofensivo como siempre, pero era tan mentiroso como casi todos los allí presentes. El daedra le lanzó la bolita a Harkon, que estaba amordazando a Joric con una mano. 
—Eso lo hará más divertido —coincidió Molag Bal, sin apartar los ojos de los de su hijo. 
—¿Y luego? ¿Qué va a pasar con ella? —preguntó Seth, todavía vacilante.
¿Cómo que qué pasará conmigo? Alicent frunció el ceño y sus ojos buscaron los de Seth, pero él no la miraba a ella, así que no pudo ver su cara.  ¿Qué más hay que la muerte?
—La hospedaré en Puerto Gélido —contestó Molag Bal en un tono siniestro, respondiendo, sin saberlo, a sus dudas. 
Un escalofrío la recorrió de los pies a la cabeza al escuchar aquello. Puerto Gélido, el plano de Oblivion del daedra. Hay cosas peores que la muerte. Falion lo había dicho durante una de sus clases, cuando su vida todavía era suya, y Seth lo había confirmado durante el Festival de la Bruma, la misma noche que la juró proteger. Su alma quedaría a las puertas de la muerte, condenada a la existencia eterna en un reino donde no tendría un minuto de paz, y todo por no haber sido más lista. Por haberse aferrado a las falsas ilusiones de un actor que, visto en retrospectiva, en realidad no era tan bueno. La existencia eterna, se repitió mentalmente, embarazada para siempre de un bebé que nunca podrá nacer. 
Sus ojos volvieron a ampliarse. El pensamiento la removió internamente y se llevó una mano a la tripa, la cual acarició de forma inconsciente. Aunque breve, ella al menos había tenido una vida, pero su bebé no tendría ni eso. Sería solo un proyecto que nunca se llevó a cabo, pero que tampoco se desechó. Esperando para siempre, sin saberlo, por algo que jamás ocurriría. 
Escuchó su nombre como un eco lejano hasta que una mano zarandeó su hombro. Alicent levantó la cabeza y se encontró el ceño fruncido de Seth. Lo miró, sin saber qué decir. Seth la miraba, contrariado y confundido. Parecía estar esperando algo. 
—¿Es que estás sorda? Se acaban de apostar tu vida, Alicent. ¿A qué esperas? —su voz sonaba estrangulada, angustiada—. Corre —ordenó—. Si te encuentro, se acabó. 
Pero Alicent no se movió, negándose a obedecer. Iba a morir de todas formas. Estaba cansada. Si iba a morir, al menos quería conservar la poca dignidad que le quedaba. No quería seguir siendo un juguete, así que se encogió de hombros. 
—Moriré igualmente. Prefiero que sea rápido, así que hazlo de una vez —pidió, con tono impersonal. 
Seth abrió la boca, oscilante, y buscó a su padre con la mirada. Alicent se sorprendió al notar que le temblaban las manos. Tras todo lo que les había hecho en los últimos días, se le hizo difícil entender por qué aquello le estaba resultando tan difícil como parecía. Como fuera, no sintió pena por él. No podía, después de todo lo que había hecho. No podía, sabiendo lo que iba a hacer. 
—¡BAAAAH! —gritó Don Dogma de pronto, atrayendo la atención de todos los presentes—. La esperanza es como un jinete borracho; sin ella solo hay paseos en carretas —añadió, negando con la cabeza, mirando a Molag—. Vamos a darle más gracia. Propongo que la dejemos vivir si consigue llegar con vida al alba.
A Alicent se le aceleró el corazón y Seth suspiró aliviado, pero su padre no tardó en romper sus ilusiones.
—Pero si eso pasa, no te convertirás en mi adalid. 
Don Dogma levantó un dedo.
—Por este año —puntualizó. Bal se volvió hacia él, disconforme, pero este se encogió de hombros, despatarrado en su butaca—. Tener o no tener queso. Ah, ahí la decisión está clara. Pero, perder parte de tu queso a cambio de un poco de pan… Eso es más complicado y más interesante, ¿no crees?
Molag Bal balanceó la cabeza, como si lo estuviera pensando. Como si fuera una charla filosófica informal y no estuvieran discutiendo la forma más divertida de poner fin a su vida. 
—Bien, así se hará —aceptó, para sorpresa de Alicent. 
De pronto, la posibilidad de que su bebé llegara a nacer, que pudiera tener una vida, le provocó un arranque de adrenalina que le dio valentía para alzar la voz.  
—Si lo intento… Si juego… y gano —habló con nerviosismo—. Quiero que el bebé tenga una vida lejos de todo esto. Quiero que Hugo lo ponga a salvo. 
Seth y Molag Bal la miraron, contrariados y con desconcierto. Don Dogma rompió el silencio con una risa. 
—Pajarito —Molag Bal la miró con los ojos entrecerrados, hablando despacio, en tono condescendiente—. ¿Crees que estás en posición de pedir algo?
Aunque su presencia la intimidaba y su mirada era aterradora, Alicent no se dejó amedrentar. No en esta ocasión. Lo que estaba en juego era más importante que su propia vida. 
—Sí, porque si no me lo prometéis, no jugaré a vuestro juego —replicó, decidida. 
Seth soltó un jadeo sorprendido. 
—¿Cómo te atreves a…?
—Ah —interrumpió Don Dogma—. Una nueva oportunidad para una nueva vida. Seguro que a nuestra Meri le hace ilusión ser abuela. 
Seth miró a Don Dogma con confusión. Estaba a punto de preguntar algo cuando Molag Bal resopló.
—No vuelvas a mencionar a esa perra dorada en mi presencia. Bastante estás molestando ya esta noche. 
Alicent no sabía de qué hablaban, pero no le importó. Golpeó la mesa con una mano, impaciente por conocer su propio destino. 
—¿Sí o no?
Los tres volvieron a mirarla, igual de sorprendidos. Lo hacía toda la sala, en realidad. Pero en ese momento solo ellos eran importantes. 
—Bien. Que así sea —contestó Molag Bal, volviendo a sentarse—. Ya me he aburrido de negociar. Que empiece la caza. Y tú —miró a Don Dogma, que en ese momento le tiraba bolitas de pan a él—, estate quieto. 
—Pero… ¡es mi voluntad! —exclamó con travesura, antes de arrojarle otra bolita de pan a la cara que el daedra atrapó en el aire con un gruñido. 
Alicent se levantó y miró a su alrededor, sopesando sus posibilidades. Había muchas puertas y no sabía a dónde daba ninguna. Al hacerlo se encontró la mirada de Joric. Quizá fuera la última vez que se vieran. Se le hizo un nudo en la garganta, los ojos se le llenaron de lágrimas por el peso de la culpa. Desde que los vampiros habían tomado el barco se había sentido culpable ante la posibilidad de que su carta los hubiera condenado; la presencia de Don Dogma en la mesa se lo había confirmado. Le pidió perdón por todo, moviendo los labios sin pronunciar palabra. Joric la miró en silencio, pero sus ojos le gritaron que se diera prisa, que se pusiera a salvo. Es ahora o nunca. Alicent echó a correr en dirección a la puerta más cercana, a la izquierda de la mesa.
Cruzó salas y salas, cada una más lúgubre que la anterior. Estaba convencida de que Seth conocía de memoria aquel laberinto de pasillos de piedra, tal y como ella conocía de memoria las calles de Morthal. Y aunque no tenía verdaderas esperanzas de conseguirlo, debía intentarlo. No por ella, sino por su bebé. Pero si seguía corriendo como un pollo sin cabeza, terminaría chocando con Seth tarde o temprano.
Abrió una puerta que daba a una herrería. Se asomó, jadeando por la carrera, comprobando que allí no había nadie. Al fondo había una mesa de encantamientos junto a varias estanterías llenas de libros y, pegado a la pared, un ataúd. La idea voló a su mente tan rápido como la arcada a su garganta, pero fueron su repulsión y su miedo lo que la convencieron de que aquel podría ser un buen escondite. Con suerte, creerá que nunca me atrevería a entrar en un sitio así. 
Se metió en el ataúd y cerró la tapa. Una vez dentro, se forzó a controlar la respiración, envuelta por la oscuridad. De nada servía ocultarse si la podían escuchar desde fuera. Empezó a respirar despacio y esto la calmó un poco. Solo debo quedarme aquí hasta el amanecer, sin hacer nada que me pueda delatar. 
No supo cuánto pasó así. Sin nada que hacer, el tiempo transcurría de una forma que no podía interpretar con claridad. ¿Habían pasado horas? ¿O habían sido minutos? Pegó la espalda bien al fondo del ataúd, mucho más cómodo de lo que había imaginado. No puedo dormirme, se recriminó cuando los ojos se le empezaron a cerrar por culpa de la suavidad de las telas que la envolvían, pero también del dolor y del cansancio emocional y físico que arrastraba debido a la situación. No, no podía quedarse dormida allí, donde cualquier movimiento mal dado podría causar su muerte. ¿Cómo he terminado así? Sus ojos se aguaron y agradeció mentalmente estar acostumbrada a llorar en silencio. 
Allí metida, encerrada en lo que sintió un presagio, recordó las advertencias de su madre y sus amigos sobre Seth, cuestionando todas y cada una de las decisiones que había tomado desde que él llegó a su vida. Todo lo que había perdonado. Ahora su falsedad parecía tan obvia que no fue capaz de entender cómo lo pudo pasar por alto, cuando todos a su alrededor se lo habían señalado. Era guapo, sí, ¿pero tanto como para que ella hubiera sido tan estúpida? Un sollozo agudo se abrió paso entre sus labios y Alicent se llevó las manos a la boca, sintiendo un sudor frío, pudiendo escuchar la fuerza con la que su corazón empezó a latir. Apretó la mano todavía más contra sus labios, tanto que se hizo un poco de daño con los dientes, y repitió el proceso de controlar su propia respiración. 
No le dio tiempo a relajarse de nuevo cuando escuchó unas pisadas. Se puso tan a alerta que se prohibió respirar hasta que escuchó que los pasos se alejaban. Para su horror, volvieron al poco. En esa ocasión, la puerta del ataúd se abrió de golpe, arrancándole un grito del pecho.
Seth estaba allí, con la consternación reflejada en el rostro. La calló tapando su boca con una mano y después la empujó contra el fondo del ataúd y se metió dentro con ella. Cerró la puerta y quedaron a oscuras. 
—¿De verdad creíste que era un buen escondite? —susurró Seth, con voz monocorde—. Es como si ni siquiera lo hubieras intentado —reprochó. 
—Por… Por favor Seth —tartamudeó Alicent en cuanto él apartó la mano de su boca. A pesar de que no podía ver nada en la oscuridad, cerró los ojos—. Haz que sea rápido… —suplicó angustiada.
—Cállate —susurró. Alicent abrió los ojos, confundida, a tiempo de verlo lanzar un hechizo que hizo aparecer una lucecita blanca sobre sus cabezas—. Si queremos tener alguna oportunidad, tenemos que ser más astutos que ellos. 
Alicent lo miró sin comprender nada. Su voz también se le hizo extraña. Volvía a sonar como el Seth de Morthal, incluso como el que estaba a veces en la torre. Acariciaba suavemente una de sus mejillas, tratando de calmarla. 
—¿Realmente crees que quiero matarte? —preguntó, con un deje de decepción—. ¿Que te pondría en peligro?, ¿que pondría en riesgo a nuestro hijo por algo así? Puedo esperar un año más, no me importa. Sé que… —su voz se volvió vacilante, titubeante, como si le costara decir las palabras—. Sé que crees que soy un monstruo, pero tienes que entenderme. Es mi padre. Lo conozco. Si no hubiera aceptado esto, si no te hubiera hecho todo lo que te hice… él te habría hecho algo peor. Todo lo que hice, desde el principio, ha sido por tu bien. Lo hice para proteger a nuestra familia —añadió, bajando la mano de su mejilla a su vientre. Aquella era la primera vez que se lo tocaba sin mediar amenaza desde que se enteró de que estaba embarazada. La acarició con cautela, como si temiera hacerle daño, y clavó sus ojos en los de ella—. Piénsalo, Ali. Ya has oído lo que dicen de mi padre, y todo es verdad. Todo se queda corto, de hecho. Y tú tenías la empuñadura. ¿Sabes lo que te habría hecho si yo no te la hubiera quitado? ¿Lo que te habría hecho si yo no te hubiera llevado a la torre? Sé que te traté mal, pero era la única forma de impedir que él te hiciera algo peor. 
Alicent parpadeó, confusa. No había forma de que aquello fuera cierto, pero al mismo tiempo sonaba real. No lo quería creer, porque para entonces ya sabía lo convincente que podía sonar. 
—¿Cómo sé que no es otra mentira? —se atrevió a preguntar en un susurro.
—Estás viva, ¿no? —Alicent separó los labios, lista para replicar, pero de su boca no salió nada. Seth suspiró—. Escúchame atentamente, porque ahora no tenemos tiempo que perder. Ya discutiremos esto cuando os haya puesto a salvo. Ali, voy a irme y no volveré a esta sala. Tú vas a quedarte aquí y a contar hasta seiscientos septim. Cuando salgas, tienes que volver al comedor y cruzarlo, hasta tomar el pasillo que está al fondo a la derecha. No importa si alguien del clan te ve; no pueden intervenir. Cuando veas una escalera, súbela y entra en la sala que hay al final. Yo estaré ahí, esperando. Escaparemos juntos por una salida secreta que descubrí hace unos años. 
Alicent siguió sin hablar. Por una parte se negaba a creerlo, pero por otra, la esperanza le decía que lo hiciera. Que él decía la verdad. Que aunque Seth era un monstruo, solo lo era por obligación. Que, aunque había hecho esas cosas horribles, las había hecho por ella, para evitarle un mal mayor. Pero yo no he estado bien en ningún momento… El pensamiento, doloroso pero cierto, mantuvo su indecisión. No sabía cómo sentirse y mucho menos qué decir. 
Seth chasqueó la lengua con molestia, probablemente por su silencio. 
—Confía en mí, por favor —suplicó—. Mi padre es un mentiroso, no creo que haya aceptado de verdad el trato. Te matará aunque aguantes hasta el alba. —Apoyó las manos en sus hombros y la miró a los ojos—. Haz lo que te he dicho. Te prometo que no te llevaré a la torre; iremos a Soledad. Allí, la magia de mi familia te protegerá de él. Nuestro hijo nacerá en un lugar seguro. Es lo que querías, ¿no? 
Aunque estaba tan aturdida que no podía pensar con claridad, asintió brevemente. Si tenía alguna certeza en ese momento, era que quería que su hijo tuviera una vida lejos de aquella barbarie. De pronto Seth la besó con desesperación, dejando sobre sus labios la angustiante sensación de la duda. No quería besarlo así como no quería creerlo, seguía sin confiar en su palabra, pero la necesidad, el instinto de supervivencia y la costumbre movieron sus labios por ella.
Cuando Seth se separó, Alicent le devolvió una mirada aprensiva.
—Tienes que hacerlo bien, Ali —susurró Seth—. Esta es nuestra última oportunidad de poder ser una familia. Si vuelvo a atraparte y hay testigos no habrá marcha atrás. Tendré que llevarte ante mi padre, y no voy a ser capaz de matarte. —Aquello, pese a ser algo bueno, no sonó como tal—. Y si yo no te mato, lo hará el.
La recorrió un escalofrío. Si iba a morir, prefería hacerlo a manos de Seth. Él había sido aterrador con ella, pero Alicent no dudaba de que su padre sería mucho peor. Es un daedra, al fin y al cabo. Y no un daedra cualquiera, sino Molag Bal, el más cruel de todos ellos.
Tenía tantas dudas que sentía que la cabeza le iba a explotar. Seth era un mentiroso, no lo quería creer, pero si tenía la más mínima posibilidad de salir de allí con vida, pasaba por él. Así que se aferró al hecho de que, si realmente quisiera matarla, ya lo habría hecho. Terminó por asentir, movida por el terror y la esperanza, y Seth suspiró aliviado. La besó una vez más y luego salió del ataúd, sin volver a mirarla. 
Estaba tan nerviosa que ni siquiera pudo seguir las instrucciones de Seth. No al menos la primera, ya que se perdió varias veces contando, pero cuando llegó tres veces a doscientos, supo que era hora de salir de su escondite. También se perdió varias veces al intentar desandar sus pasos y volver al comedor, y cuando lo consiguió, rehuyó las miradas curiosas de los vampiros que seguían allí reunidos. Aunque Seth había asegurado que no podían intervenir, confiar en ellos sería una estupidez. Igual que confiar en Seth, se replicó. 
Tras cruzar el salón todo lo rápido que pudo subió las escaleras con pasos ligeros, atenta a cualquier ruido. Empujó la puerta, con nerviosismo y la esperanza ardiendo en el pecho por haber conseguido llegar al lugar indicado. La puerta se cerró a sus espaldas con un golpe sordo que la asustó. 
La sala estaba en penumbra. La única iluminación provenía de los ventanales, por los que se colaba la luz de Masser, y también de un par de velas rojas colocadas sobre un altar, frente al que Seth estaba esperando. Tras él había lo que Alicent supuso que era un ídolo de piedra dedicado a Molag Bal y sus cuernos, como un presagio, parecían formar parte de su figura.
Alicent avanzó despacio por el santuario, con una mala sensación en el cuerpo. Aquel lugar ponía los pelos de punta. Había montones de huesos esparcidos sobre el frío granito oscuro del suelo, limpios e incluso roídos en los extremos, como un recordatorio macabro de que ni siquiera los restos de los sacrificios que allí se llevaban a cabo tenían derecho a la paz.
Todo va a salir bien, se repitió como un mantra, mientras caminaba despacio hacia Seth, quien la esperaba en silencio. Un rayo cayó sobre el castillo y su luz reveló que no estaban solos. Había dos figuras más observando, ocultas a los ojos mortales. Aunque fue fugaz, a Alicent le bastó para reconocer las siluetas de Don Dogma y Molag Bal. Alicent dejó caer los hombros, sintiéndose repentinamente agotada, como si el dolor y el cansancio que habían desaparecido durante aquel juego inhumano hubieran vuelto, multiplicados. El trueno retumbó en la sala como la revelación lo hizo en su mente. Te lo dije, acusó la voz de la razón a la que no quiso hacer caso. 
Quedó paralizada, mirándolo con reproche. Desde allí la luz de las velas le permitió apreciar mejor a Seth, que tenía la mano sobre la vaina de la daga en su cinturón y una mirada culpable. Tras un breve silencio, Seth se acercó a ella y Alicent retrocedió un paso. 
—¿Cómo puedes ser tan cruel? —preguntó con un hilo de voz y se llevó las manos a la tripa de forma inconsciente.
—¿Cómo puedes ser tan ingenua? —replicó él, y luego apartó la mirada—. ¿Sabes? Tenía la esperanza de que no me creerías, de que seguirías tu propio camino. Supongo que me pasé de convincente —añadió en un tono más bajo, tanto que pareció que lo decía solo para él—. Pero está claro que no puedo eludir mi destino, y tú el tuyo tampoco.
Seth la miró con tristeza, pero esta vez no le creyó. Ya no podía, aunque era demasiado tarde. La manzana no cae muy lejos del árbol, repitió las palabras que Alva le dijo antaño. Todo esto es por él, no por mí. Yo nunca le he importado.  
Seth desenvainó la daga y Alicent miró en silencio la empuñadura que había estado en su mesita de noche tanto tiempo. La que Seth le cambió por un lazo de Mara con el que nunca cumplió. La que Seth juró haber perdido a cambio de la vida de Joric. 
—Fue todo por esto, ¿no? —masculló, desolada—. Por la daga de mi padre. 
—No —replicó Seth con un tono frío, volviendo a mirarla—. Fue por la del mío. 
Alicent asintió en silencio y apartó la mirada de él, apretando los labios. Hasta Alva la había advertido. Si tan solo hubiera escuchado. 
—¿Y ya está? ¿No vas a decir nada? ¿No vas a llorar ni a suplicar? —cuestionó él. 
Alicent se encogió de hombros con desgana. 
—Estoy cansada de esto. Estoy cansada de ti. Para qué decir más, si todo es un engaño. Tú eres una mentira —aseguró al fin, encontrando fuerza para sostenerle la mirada—. No hay nada de verdad en ti. Eres capaz de decir cualquier cosa con tal de salirte con la tuya. 
Seth contuvo una sonrisa y miró de reojo hacia un lado, donde antes había intuido la figura de Molag Bal. Alicent negó despacio, con disgusto. 
—No era un cumplido. 
Seth se encogió de hombros y luego suspiró. Estiró una mano para coger la de ella. Aunque Alicent se intentó apartar, la agarró por la muñeca y la atrajo contra sí. Intercambiaron dos miradas muy distintas: la de ella, exhausta y harta; la de él parecía triste. 
—No todo ha sido mentira—aseguró—, ni todo ha sido por la daga. Aunque no me creas, te quiero, Ali. Si no lo hiciera, mi padre no tendría interés en ti. No sabes lo difícil que está siendo esto. —Seth alzó ambas manos y la tomó de la cara, sin soltar la daga. Podía sentir sus dedos y el frío metal contra la piel—. Eres lo más puro que he tenido jamás, y te recordaré hasta mi último aliento —prometió.
Alicent parpadeó y un par de lágrimas rebeldes escaparon de sus ojos. Parecía tan sincero que, esta vez, sí le creyó. Pero eran palabras vacías, tanto como su forma de querer. La veracidad de sus sentimientos de poco servía si estaba dispuesto a matarla. Y todo por no esperar otro año. Alicent se intentó apartar, pero Seth no la dejó. Su expresión cambió y, por un momento, volvió a parecer un crío frustrado. 
—¿Por qué no pudiste conformarte conmigo? —recriminó con tono ansioso—. Te dije que no te pasaría nada malo mientras estuvieras conmigo. ¿Por qué tuviste que escapar?
Alicent suspiró. Quiso negar, pero sus manos lo impedían. Ni siquiera se molestó en responder. Había algo más importante que necesitaba saber antes de que todo acabara. 
—Nuestro hijo. ¿Qué va a pasar con él? ¿Va a morir?
Seth frunció el ceño y apretó la mandíbula, a la vez que soltó su rostro. 
—Lo que no nace no puede morir, Alicent —dijo entre dientes. 
Un segundo más tarde, Alicent sintió un dolor agudo en el vientre, seguido de la hoja del puñal saliendo de su interior lentamente. Seth la sujetó de la cintura, impidiendo que ella cayera al suelo. Alicent rompió a temblar mientras un grito agudo de desesperanza escapaba de sus labios. Mi bebé. Había empezado a respirar por la boca, hiperventilando. Llevó la mano a su tripa y sintió la calidez de la sangre empapando sus dedos y su ropa. Qué más da, contestó su propia voz, tan fría y lejana que parecía la de alguien más. Pronto estará muerto. Y tú también.
—¿Qué has hecho…? —su voz sonó débil y sus piernas cedieron. 
Seth la aferró con más fuerza y la cargó hasta el altar, donde la sentó. Aunque intentaba mantenerse firme, sus ojos también se habían llenado de lágrimas. 
—Eres increíble Alicent, ¿cómo puedes seguir preocupándote por esa cosa cuando estás a punto de morir? ¿Cómo lo puedes querer cuando todo esto es culpa suya?—reprochó Seth, con la voz temblando. Todo él lo hacía. 
Alicent siguió respirando de manera entrecortada. La forma en que se refirió al bebé, el asco con el que lo dijo, la removió por dentro. Tanto que el enfado se superpuso a la debilidad y al dolor. 
—¿¡Culpa!? —chilló con la voz rota— Todo esto es culpa tuya y solo tuya, Seth. Felicidades, al fin tienes una vida de la que tu padre pueda estar orgulloso. Eres igual que él —espetó con rabia.
La mirada de Seth se oscureció y, todavía con lágrimas en los ojos, la miró con reproche. Alicent hizo acopio de las pocas fuerzas que sentía y levantó la mano, dispuesta a estamparla en su mejilla, pero antes de poder hacerlo volvió a sentir el filo de la daga atravesando su carne. 
Alicent dejó caer el brazo con un gemido ahogado. Seth desenterró la daga de su pecho, la dejó caer al suelo y susurró su nombre. Luego intentó besarla. Alicent se resistió mientras el mundo se volvía borroso. Le mordió con toda la fuerza que pudo y sintió el sabor de su sangre antes de que un borbotón de la suya propia saliera de su garganta. 
Seth se apartó de ella y se limpió la sangre de los labios con la manga de su camisa. Alicent se desplomó sobre el altar cuando él dejó de sujetarla. Su mirada, vacía e ida, se mantuvo clavada en ella hasta que la sombra de su padre se materializó a sus espaldas, tomándolo del hombro. 
—Buen trabajo. Vamos, es la hora de tu nombramiento —apremió Molag Bal.
El daedra tiró de él, obligándolo a reaccionar, y lo guió hasta la puerta. Ya habían salido cuando una nueva sombra se materializó ante ella. Era Don Dogma, que la miraba de la misma forma curiosa que siempre, como si estuviera esperando a que ella le sirviera alguna poción. 
Alicent intentó hablar, preguntarle por qué había hecho eso, por qué había jugado así con ella, pero de su boca solo salió otro borbotón de sangre. Era solo una niña. Una simple mortal. ¿Por qué aquellos dioses crueles la habían elegido para jugar con su vida a sus juegos macabros?
El mundo ya se había vuelto borroso y sentía la vida escapar de entre sus dedos cuando sintió una mano sobre su vientre, seguido de un dolor agudo, como si la abrieran en canal. 
—Ah, la basura de unos, el tesoro de otros. Tranquila, mi niña —añadió Don Dogma, antes de acariciar su mejilla. Por la humedad de su tacto, Alicent supo que tenía las manos manchadas de su propia sangre—. Te prometo que me encargaré personalmente de que tenga un padre que la quiera. 
Está viva, asimiló. Y aunque quiso preguntarlo, de sus labios solo salió un estertor; su último aliento.
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loshijosdebal · 9 months ago
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Capítulo XXXIII: Juego en la mesa
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Nadie los interrumpió hasta la noche del segundo día en el castillo. Hasta entonces Seth había estado desatado, loco. Lo que les había hecho, lo que les había obligado a hacer, Alicent estaba segura de que no podría olvidarlo nunca. Aunque daría lo que fuera por ser capaz de hacerlo, por poder recuperar un poco de la humanidad que sentía que le había arrebatado al tratarla peor incluso que a un animal, porque nadie le haría a un animal lo que él le había hecho a ella. 
—Te quiero —jadeó, agotada. 
—Sigo sin creerte —respondió Seth con una sonrisa cruel y la volvió a coger del cuello, a apretar los dedos sobre su piel, para ahogarla. 
Lo había hecho más de doce veces ya y, a esas alturas, hasta coger aire cuando la soltaba dolía. Entonces alguien llamó a la puerta y Seth la volvió a meter en la jaula. El brujo la abrió y un viejo vampiro de aspecto decrépito entró a la sala. Su piel era tan blanca, tan fina y estaba tan arrugada que parecía que se resquebrajaría en cualquier momento.
—Estás haciendo un buen trabajo, chico —expresó el hombre con una sonrisa, tras estudiarlos a ella y a Joric brevemente—. No estaba seguro de si serías capaz, pero me alegra haber errado. 
Hablaron durante un buen rato. Seth le contó que Hugo había estado tras su huida, mencionaron algo de una cena y luego el hombre se interesó por Joric, pero Alicent no pudo seguir bien la conversación. Estaba tan débil que estuvo a punto de desmayarse una vez más. Aunque Seth no dijo su nombre, Alicent supo quién era él. Harkon. Pudo adivinarlo por la manera en la que Seth se dirigía a él, por la forma en la que hablaron, como si se tuvieran ambos en estima y se considerasen del mismo rango. Se apreciaban. Alicent recordaba que Seth le había hablado de él, de Harkon, como alguien tan cercano que era casi de la familia, casi como un tío. Lo recordaba bien por lo sorprendente que le pareció que tuviera tanto aprecio por el tío de Alva. Pero no se parecía en nada a como Alicent se lo había imaginado.
Al final le pudo el cansancio. Lo último que vio antes de perder la consciencia fue cómo Harkon se llevaba de allí a Joric. Debía estar igual de débil que ella, porque apenas forcejeó, y Alicent sabía bien que, hasta el momento, Seth no lo había embrujado. Estaba empeñado en romper su voluntad por sí mismo y no mediante la magia. La de ambos.
Seth no la despertó hasta el día siguiente. Alicent abrió los ojos desnuda en la celda, muerta de frío y de dolor. La puerta de la jaula estaba abierta y Seth estaba frente a ella. Había dejado un vaso de agua y un trozo de pan duro en el suelo junto a él. Alicent los miró con necesidad, pero no se abalanzó sobre ellos de inmediato, sino que miró antes a Seth, buscando permiso. Cuando lo hizo, vio que se estaba desabrochando los pantalones. 
—Si lo quieres, ya sabes qué tienes que hacer. 
Lo sabía, así que gateó hasta él con las pocas fuerzas que tenía y se aferró a su cintura con ambas manos, para no desplomarse, sintiéndose sucia y humillada. Por suerte, tras correrse la dejó en paz y se fue, dejándola sola. No habían vuelto a llevar a Joric al cuarto. Fue extraño sentir alivio y envidia en vez de horror al pensar en lo que podría haber sido de él. En que quizá estuviera muerto. 
Para. No se podía permitir pensar esas cosas, o haría una locura. La locura es no hacerla, se replicó. Justo entonces, como si su bebé pudiera escuchar sus pensamientos, se removió en su interior. Alicent cerró los ojos con fuerza y se acarició la pancita que, con el paso de las semanas, se había ido haciendo cada vez más obvia. Aquel simple movimiento bastó para que le doliera todo el cuerpo. Allí, en el silencio del cuarto, tuvo tiempo para reflexionar sobre muchas cosas. Nadie se había molestado en ir a frenar a Seth, a pesar de los gritos y las súplicas, como si les diera igual la barbarie. Podía entender por qué Hugo había intentado alejarlos de todo aquello. Y por primera vez en mucho tiempo, Alicent volvió a rezar. Fue una súplica muda a cualquier deidad que la quisiera escuchar, en la que pedía por la criatura, para que la familia de Seth se hiciera cargo y pudiera tener una vida lejos de ese lugar de locos. Para que no fuera un monstruo como su padre. 
Se volvió a dormir al poco y, una vez más, Seth la despertó. En esta ocasión entró en la  celda y la sujetó de un brazo, obligándola a ponerse en pie. Bufó con fastidio cuando la tuvo que agarrar contra él, porque Alicent no tenía fuerzas ni para sostenerse a sí misma. La ayudó a subir las escaleras y luego la metió en el dormitorio. Alicent se sorprendió al ver que el cuarto, lujoso, estaba hecho un desastre, como si Seth lo hubiera destrozado todo en un ataque de ira. Cuando la hizo entrar en la bañera, la mente de Alicent colapsó ante el recuerdo de su primera vez juntos. Sintió vértigo, su corazón rompió a latir desbocado y respirar se volvió complicado, pero para su desconcierto, Seth solo le puso la mano encima para lavarla. Frotó su piel con un trapo áspero que la raspaba, pero que consiguió sacar todo el rastro de la sangre y la mugre que había acumulado en los últimos días. Una vez estuvo limpia, la obligó a beber una poción de aguante que, aunque no anuló el dolor, sí hizo desaparecer la sensación de agotamiento.
La peinó y vistió como si fuera una muñeca. El espejo roto del tocador le devolvía una mirada triste y cansada. A Alicent le pareció que las quebrajas del cristal formaban parte de su propia imagen. Tenía el labio inferior partido y, aunque Seth no le puso ninguna joya, las marcas moradas de sus dedos rodeando su cuello hicieron de collar. 
—Hoy mi padre dará una cena. Quiere que asistas —compartió Seth de pronto, detrás de ella. Había apoyado las manos en sus hombros, provocando que se tensara bajo ellas, y la miraba en el reflejo con disgusto—. ¿No vas a decir nada? —preguntó Seth al cabo de los segundos, con un deje molesto.
—¿Feliz cumpleaños? —preguntó con voz trémula, tras pensarlo un momento. Por la fecha, debía ser ya su cumpleaños. 
Por algún motivo, aquello pareció enfadar más a Seth.
—¿Eres idiota? Te acabo de decir que mi padre dará una cena.
Entonces Alicent comprendió lo que buscaba y se resignó a jugar su juego. A aquellas alturas, descubrir que Lord Athan estaba vivo ni siquiera le supuso una sorpresa.   
—Dijiste que tu padre estaba muerto…
—Bah —bufó Seth, por lo poco creíble que sonó su asombro—. Mentí.
Alicent asintió, sin dudar que fuera verdad y sin preguntar nada más. De todas formas, si lo hacía, probablemente le mentiría también. Seth la obligó a levantarse de nuevo. Tras asegurarse de que ya se mantenía en pie por sí sola, la empujó hacia la puerta de la habitación. La hizo detenerse antes de salir, clavando los dedos en su piel. Alicent apretó los labios en una mueca dolorida, pero no se quejó.
—¿Has aprendido ya la lección? —susurró contra su oído, con voz grave. 
Alicent forcejeó un poco contra su agarre, solo para girarse y mirarlo a los ojos, mientras asentía. Tras eso, se abrazó a él y escondió la cabeza en su pecho. 
—La he aprendido, lo juro por los Ocho. No volveré a intentar escapar nunca más. No volveré a hacer nada tonto, te lo prometo. No me hagas más daño, por favor… —suplicó contra la fina tela negra de su camisa, conteniendo el llanto.
Seth la tomó del mentón, con tanta fuerza que hacía daño, y la obligó a mirarlo a los ojos. 
—No me das ni un poco de pena. Tu futuro depende de lo que hagas hoy —dijo con rudeza, con una mirada amenazante—.  Ni se te ocurra avergonzarme. Si no lo quieres hacer por mí, ni por ti, al menos hazlo por nuestro hijo. 
Alicent echó a andar en cuanto Seth le dio un pequeño empujón, sin decir nada, aguantando como podía el nudo en su garganta. Esto se volvió especialmente complicado en cuanto llegaron al austero pero elegante salón principal. Había decenas de vampiros reunidos alrededor de dos mesas largas, inmensas y dispuestas en paralelo, sobre las cuales reposaban tumbadas las víctimas que servirían de banquete aquella noche. Sus pies se frenaron ante el horror, pero  las manos de Seth sobre ella se lo impidieron.
Alicent las miró a hurtadillas, mientras caminaba al ritmo que Seth marcaba. Algunas parecían estar tan débiles que era un milagro que siguieran vivas. Como yo. Tan cansadas que no parecían ni asustadas. Como yo, volvió a repetir en su cabeza. Por otro lado, los vampiros parecían algo ansiosos, como si estuvieran esperando por algo. Por un momento Alicent se preguntó si sería por ellos, pero les prestaron tan poca atención cuando cruzaron la sala que desechó rápido la idea.
Había una mesa más al frente de las otras dos en la que solo había cinco asientos. Las sillas de los extremos eran simples, viejas y de peor calidad que la de los demás vampiros. La del centro parecía más un trono que una silla, y las que estaban a su lado eran mucho más lujosas que todas las demás. Joric estaba allí, sentado en uno de los extremos, junto a Harkon.
Ya estaban cerca de la mesa cuando Seth la soltó con brusquedad y le hizo un gesto con la mano. Alicent entendió que quería que tomara el sitio que le correspondía. Por un instante pensó en huir, en salir corriendo, pero no fue capaz, convencida de que era una prueba. 
Caminó en silencio hacia la silla libre en el extremo opuesto a Joric, a quien buscó con la mirada. Pero Joric ni siquiera la miró. Como si no existiera o, más bien, como si no existiera él mismo. Sus ojos estaban abiertos de par en par y completamente vacíos, clavados en algún punto frente a él. Ni siquiera parecía ser consciente de lo que pasaba a su alrededor. Alicent tomó asiento y Seth se sentó a su lado. 
—Qué… —susurró, vacilante—. ¿Qué le habéis hecho? —le preguntó a Seth en voz baja.
—Nada que no te haya hecho yo a ti —contestó Seth,con una sonrisa perversa. 
Cuando Alicent comprendió a qué se refería, se horrorizó tanto que quiso ir hacia él y abrazarlo. Pero no se atrevió, se limitó a quedarse en su sitio, sin habla. No pasó mucho tiempo hasta que Harkon se puso en pie y el salón quedó en silencio. 
—Un año más, nos reunimos para celebrar el día de la Invocación de Molag Bal. Todos los aquí presentes habéis cumplido con su voluntad, sobresaliendo sobre los demás miembros del clan este año; por eso habéis sido invitados hoy a su casa. ¡Enorgulleceros! —bramó, y todos los presentes rompieron en vítores. Harkon esperó un rato antes de amagar con las manos, pidiendo silencio—. Y ahora, disfrutad del banquete. No todos los días tendréis el privilegio de respirar el mismo aire que nuestro señor.
Harkon volvió a tomar asiento mientras Alicent se tensó, aterrada. ¿Molag Bal? ¿El de verdad? Aquello no podía ser cierto, tenía que ser imposible. Se dio cuenta de que todos los vampiros miraban en dirección a su mesa con devoción, pero ya no miraban a Harkon, sino a algo más. Había alguien tras ellos. O algo. Agachó la cabeza, aterrada. ¿Por eso hay un trono? ¿Está detrás nuestro? Se hizo todo lo pequeña que pudo, tratando de no llamar la atención. Y de pronto, como en una pesadilla, una mano se apoyó en su hombro. 
—Así que tú eres el pajarito de mi muy querido hijo —dijo una voz masculina, cargada de sorna. 
Alicent levantó la cabeza despacio, con sorpresa. Cuando la giró, se encontró con un hombre apuesto, tan parecido a Seth que solo podía ser una persona. Lord Athan. Desvió la mirada de él por instinto, esperando encontrarse con Molag Bal mirándolos, pero no había nadie más.  
Todavía no ha llegado. Alicent sintió un poco de alivio al llegar a aquella conclusión, al comprobar que no había atraído la atención de ningún dios diabólico. Pero entonces, ¿qué estaban mirando? El padre de Seth debe de ser un señor importante incluso entre los vampiros, concluyó.
La mano de Lord Athan la sujetó del mentón, en un gesto parecido al que Seth le había hecho tantas veces, para obligarla a que lo mirase. Sintió su pulgar acariciando su piel, muy cerca de su boca, de su labio roto. Su mirada era fría, parecida a la de Seth, aunque sus ojos eran azules como el hielo y daban mucho más miedo. Sus dedos, tan gélidos como su mirada, la hicieron sospechar que él también era un vampiro. Eso explicaría muchas cosas. El hombre soltó una risa lenta y grave, cargada de burla. 
—Realmente eres un encanto. Me parece que es a mí a quien buscas, criatura. Espero que la fiesta sea de tu agrado —añadió por último, en un tono extraño. Se separó de ella y dio un par de palmadas a Seth en un hombro, sin dirigirle la palabra. Tras esto, ocupó el trono.
Miró a Seth con horror, boquiabierta, mientras la comprensión la atenazaba. Es su padre. Su padre es Molag Bal. Seth parecía tan tenso como ella lo estaba en su propia presencia. La miró de una forma extraña, cargada de sospecha. Incluso parecía que tenía dudas.
Un par de esclavos dejaron dos platos con venado asado y guarnición frente a Seth y Alicent. No habría comida para Joric, ya que él sería parte del menú. La noche anterior Harkon se había encaprichado de él y a Seth le pareció que su escarmiento no podría tener un final mejor que ese.
Aunque la comida tenía un aspecto estupendo, él tenía el estómago cerrado, pero ya estaba acostumbrado a hacer de tripas corazón. Como todos los años, su padre lo obligaba a asistir al día de su invocación, su fiesta anual. Aquella obligación le había arrebatado cada cumpleaños y, por más que había intentado sobreponerse, siempre terminaba con la misma sensación de vacío durante la ceremonia. Pero aquel año era incluso peor porque, contra todas sus expectativas de ser nombrado como adalid, Harkon no había mencionado nada al respecto, por lo que Seth había asumido que tendría que esperar al siguiente.
Seth no tocó su comida. Nadie lo hizo hasta que un chico joven, tanto como Alicent, se acercó a su mesa portando un cáliz de oro viejo forjado con espinas en la base y en el cuello. Seth había visto al crío más veces. Había acudido con sus padres a un par de banquetes más. Sintió alivio al comprobar que él sería la ofrenda anual de su padre; por un momento había temido, al ver como miraba a Alicent, que intentara arrebatársela.
El chico subió la manga de su camisa y se rasgó la muñeca con las afiladas espinas de la copa. Reprimió a duras penas un gesto de dolor y empezó a llenar el recipiente con su propia sangre. Mientras esto pasaba, Seth se inclinó hacia Alicent.
—Cada año mi padre acepta como ofrenda al heredero de alguna de las familias que pertenecen a nuestro clan. El año pasado Alva tuvo el honor… aunque creo que a ella no le hizo demasiada ilusión. Nunca me perdonó que revelase su paradero. 
Alicent asintió. Seth sabía que aquello la horrorizaba, pero por lo menos estaba sabiendo mantener la compostura. Al final, solo necesitaba un poco de mano dura, se dijo. 
—Muchas gracias por aceptarme como ofrenda esta noche, mi señor —dijo el chico cuando terminó de llenar el cáliz. 
Su padre sonrió discretamente, conforme, y dio un trago a la copa como respuesta. El joven hizo una reverencia torpe y volvió a su mesa, tambaleándose de forma sutil. Entonces, empezó el banquete. 
Los vampiros hincaron sus dientes en la piel de sus presas. Seth empezó a comer, fingiendo estar despreocupado, fingiendo disfrutar la comida mientras se forzaba a apagar sus emociones, escuchando cómo su padre hablaba tranquilamente con Harkon. Y a mi ni me ha dirigido la palabra, aunque hace un año que no me ve.  
Miró hacia Alicent, buscando evadirse. Se dio cuenta de que, aunque jugaba con el tenedor en el plato, no había pegado un bocado. Frunció el ceño, extrañado. Apenas le había dado de comer desde que habían llegado al castillo. 
—Alicent, come —ordenó en un susurro. 
Alicent asintió sin replicar. Cogió una de las patatas que acompañaban al venado y se la llevó a la boca. Temblaba tanto que a Seth le pareció que en cualquier momento se le iba a caer el tenedor. Por suerte, no lo hizo. Por suerte, no lo estaba dejando en evidencia. Alicent apenas había empezado a masticar cuando tronó sobre el castillo. El ruido fue tan estridente que Seth se llevó un susto, y fue a él a quien se le terminó cayendo el tenedor sobre la mesa. Ni se molestó en recogerlo, sino que miró a su alrededor, tan tenso como los demás asistentes a la ceremonia. Había empezado una tormenta.
Una tormenta en una situación así era una falta de respeto de dimensiones míticas. Era sabido que Sheogorath podía hacer eso, robar las fiestas de otros señores daédricos provocando una tormenta cerca de donde algún culto estuviera llevando a cabo la celebración. Pero que Seth supiera, nunca se había atrevido a hacerlo en una de las fiestas de su padre, no al menos en las que este era el anfitrión. Tal vez ha sido algo al azar, aventuró. Pero era imposible. Un trueno sobre el castillo Volkihar justo ahora tenía que ser a propósito. Aunque, tras pensarlo, tampoco le pareció tan descabellado. Hacerlo era una locura, pero por algo Sheogorath era conocido como el dios loco.
Seth se apuró a mirar a su padre, quien dejó la copa sobre la mesa de un golpe, haciendo salpicar unas cuantas gotas de sangre. 
—¿Qué significa esto? —bramó Molag Bal. 
Dio un manotazo sobre la mesa, tan fuerte que provocó que la copa cayera y la sangre se desparramase sobre la madera. Seth y Harkon se apartaron rápido, para evitar ensuciarse. Lord Athan se puso en pie, visiblemente enfadado. 
 —¡Que faltan cubiertos! Y montones de queso, si es que me lo preguntas a mí —dijo una voz a sus espaldas. 
Seth se giró buscando al dios loco, aquella sería la primera vez que lo vería. En cuanto lo reconoció, se quedó sin habla. 
—¿Señor Dogma? —preguntó Alicent a su lado, con un hilo de voz que anunciaba llanto. 
Madgod la miró con los brazos en jarras.
—¡Que respetes mis dés, niña! 
Seth lo observó en silencio, mientras rodeaba la mesa como si estuviera en su propia casa. De repente captó el sentido de su sinsentido. Si lo pensaba bien, si recordaba todo lo que había visto de él… ¿Cómo he podido estar tan ciego? Don Dogma es Madgod. Era un anagrama. Tensó la mandíbula. La verdad había sido tan obvia desde el principio. ¿Cuántas cosas más se le habrían escapado? Bajó la mirada a su plato, haciendo memoria. ¿Habría estado en contacto con algún daedra más sin haberse dado cuenta?
Los sollozos de Alicent lo trajeron de vuelta a la realidad. La miró con molestia, sin sentir ni un ápice de empatía. Solo era un cliente más, su traición no era para tanto. No aprende. 
—Deja de comportarte como una cría, Alicent —ordenó en voz baja.
Aunque le habló en un susurro, Sheogorath lo escuchó.
—¡Eso! —exclamó, y luego miró hacia su padre—. ¡Y tú deja de comportarte como un daedra!
—¿Te atreves a desafiarme en mi propia casa? —preguntó Bal, con los puños apretados por la rabia. A Seth le sorprendió el hecho de que se estuviera conteniendo. 
—¡JA! Si pedir queso es un desafío, ahora entiendo por qué mi señora está siempre tan enfadada. 
—Esto no quedará así, Sheogorath —siguió su padre.
—Por supuesto que no —Madgod se detuvo al otro lado de la mesa, junto a Harkon y Joric—. Necesito una silla. 
Sheogorath palmeó la coronilla de Harkon, quien se levantó con una mueca de disgusto y ocupó la silla de Joric, a regañadientes. Bal se llevó una mano a la sien y resopló, antes de volver a sentarse en su trono. Seth lo miró contrariado, sin entender por qué lo permitía, por qué no se había abalanzado ya sobre él. 
—¿Qué es lo que quieres, Sheogorath? —preguntó Molag. El tono fue paciente, como si hablara como un niño. Aunque yo he sido un niño, y nunca me habló así. 
—Queso, ya te lo he dicho. —Molag Bal lo atravesó con la mirada, en silencio, y Sheogorath dio una palmada—. Ah, también quería presenciar esto. Parece ser que tener adalides se ha puesto de moda; quería ver cómo es una ceremonia. Las mías nunca han resultado como deberían. Sigo intentando convencer a Pelagio, pero el muy bribón sigue empeñado en estar muerto. 
Seth reprimió una mueca de sorpresa, mientras el fastidio y los celos empezaban a arder en su pecho. No sabía que había más adalides. Hasta donde él sabía, no eran frecuentes. Por eso se había sentido tan especial, tan presionado por hacerlo bien. Apretó los dedos de las manos sobre sus muslos.
—¿Hay otros adalides? —se atrevió a alzar la voz.
—Claro, claro. Hasta Sanguine tiene a su rosa —respondió el loco.  
—Ha habido un cambio de planes —siguió Molag Bal. 
—¡De eso nada! No he venido aquí a que me cambien el pan —exclamó Sheogorath. El daedra se estiró sobre la mesa, invadiendo sin vergüenza alguna el espacio de Molag, y le robó el pan a Seth para, luego, señalar a Bal con este—. Hagamos algo, mi querido y cornudo amigo. Tú me dejas presenciar la sorpresa, ¡y tú conservas a tu presa! —Sheogorath miró al resto de presentes con una sonrisa amplia—. ¡Que siga la celebración! Haced como si yo no estuviera —y mordió el trozo de pan. 
Lord Athan lo miró con desconfianza y Seth lo hizo con sorpresa. Tenía entendido que Sheogorath se quedaba con las ofrendas destinadas a los daedra cuyas celebraciones robaba. ¿Será hoy la excepción? Su padre pareció pensar lo mismo. 
—¿Y qué ganas tú con todo esto, Madgod? —preguntó su padre, desconfiado
—Ya que está claro que nadie me va a servir unas onzas de queso… —Sheogorath se inclinó sobre el oído de Molag Bal y susurró algo que Seth no consiguió escuchar. 
Entonces la cara de su padre cambió poco a poco. Miró a Sheogorath con una ceja ligeramente arqueada y luego puso una cara que indicaba que, fuera lo que fuera lo que el daedra le había dicho, no le parecía mal. Tras esto se volvió hacia Seth.
—Puede que al fin no hayas hecho un mal trabajo —comentó, mirando luego a Alicent. 
—Fue Hugo —se apuró a excusarse, percibiendo la oportunidad que se le abría—. Él… 
—Y debes reconocer que el hecho de que sea la heredera de tus enemigos tiene su gracia. ¡Qué buena obra se habría escrito si el hombrecito de hojalata tuviera un corazón! —interrumpió Madgod.
Molag asintió y se levantó. Agarró a Seth de un hombro. Seth tuvo que reprimir un quejido al sentir la fuerza de su agarre.
—Levántate, hijo. Dadas las circunstancias, había pensado en postergar este momento, pero viendo lo visto, quizá Madgod tenga razón. Es hora de que ocupes el lugar que te corresponde como mi adalid. 
Aquello pilló a Seth tan por sorpresa que tardó un momento en reaccionar. Cuando se puso en pie, Molag Bal hizo aparecer su daga reconstruida, y a Seth le brillaron los ojos y se le aceleró el pulso.
—¡No! —sollozó Alicent. 
—¡La has reconstruido! —exclamó Seth. 
Estiró la mano hacia la daga, sin vacilar, pero su padre la retiró en el último momento, esbozando una sonrisa peligrosa. Lo dejó un rato así, en ascuas, hasta que al fin le tendió el arma. Seth la tomó por la guía casi con respeto, la sujetó sobre la palma de ambas manos y la contempló con admiración hasta que, de repente, sus ojos repararon en su propia cicatriz. Aquella que Joric había dejado en su mano. Fue esto lo que vio Idgrod. Reprimió un suspiro de alivio al pensar en la suerte que había tenido. De haber tenido una visión más panorámica, lo habría arruinado todo. La voz de su padre lo hizo volver en sí. 
—Pero antes tendrás que demostrar lo que estás dispuesto a hacer por obtener el título. Ya que yo no podré disfrutar de mi día, tú animarás la fiesta. —Tras decir eso último miró a Alicent. 
Seth se tensó, entendiendo las implicaciones de aquello. Él también miró brevemente a Alicent, que tenía la cabeza caída y la mirada fija en su plato. Seth sintió el miedo y la frustración burbujeando en su interior. Siempre había más. Algo más que hacer, algo más que destrozar, que arrebatarle. Volvió a mirar la daga y asintió, sin protestar, sin saber exactamente qué era lo que su padre le pediría, pero sabiendo que no sería nada bueno, ni para Alicent ni para él. No podía serlo cuando había dos daedra sentados a la mesa, dispuestos a juzgarlo si no actuaba de una manera adecuada para ambos.
Para un tirano y para un loco.
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loshijosdebal · 10 months ago
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Capítulo XXXII: Corazón de daedra
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Seth apretó los dedos sobre el parapeto de piedra del puente que daba acceso al castillo del clan Volkihar mientras veía cómo el barco se acercaba lentamente hacia el pequeño puerto de la isla. Aquello lo estaba consumiendo. La espera. Los nervios. Aunque estaba solo, tenía la sensación de que lo estaban mirando. Juzgándolo, incluso burlándose de él, de su error. Y no era disparatado. Era lo que cabía esperar de los seguidores de Molag Bal.
Solo quienes son capaces de hacer lo necesario para conseguir lo que quieren merecen ser sus súbditos. Pero yo quiero ser su sucesor. Tengo que demostrar que sigo siendo digno. 
Tras lo ocurrido con Alicent y Joric su puesto como adalid no solo estaba en entredicho, sino que lo peor era que ni Seth sabía cómo defenderlo. Sentía que tenían razón al dudar de él. ¿Cómo lo iban a respetar si no podía ni con dos adolescentes? Dos adolescentes humanos, para colmo. 
El barco atracó y Seth suspiró con alivio al reconocer a Alicent y a Joric. Los vampiros del clan que habían tomado la embarcación los arrastraron hacia el castillo. Desde allí podía escuchar los gritos de Joric, repartiendo improperios. Seth levantó una mano y se pellizcó el puente de la nariz, suspirando solo de imaginar los días que le esperaban con aquel par. 
Hacía solo unas semanas desde que había aparecido en su mesita de noche un sobre firmado por “un viejo amigo”. Dentro encontró la carta que Alicent había escrito para Lami. Durante días, Seth se aferró a la esperanza de que intentarían cruzar Skyrim para ir hacia el norte de Cyrodiil. Todo habría sido tan fácil si lo hubieran hecho así. Había escrito a los siervos del clan que habitaban cerca de la frontera con la descripción física de Joric y Alicent. Nunca habrían llegado a su destino. Los habría capturado y llevado de vuelta a la Guardia de Myr sin levantar demasiado ruido. Pero claro, a mi nunca me pueden salir bien las cosas. Cuando se enteró de que un barco iba a zarpar desde Lucero del Alba en dirección a Cyrodiil y que había Vigilantes de Stendarr en la tripulación, no le quedó más remedio que pedir ayuda directa a Harkon para interceptar el barco. Como consecuencia, ahora todo el clan sabía que había fallado. Que lo habían burlado dos críos. Y ahora allí estaban los tres, en aquella situación de mierda que ninguno de ellos quería tener que vivir. 
Alicent y Joric lo habían arruinado todo e iban a pagar por ello. Estaba enfadado con ellos, sí, pero no se sentía capaz de hacer lo que debía hacer. Aun así poco importaba lo que él quisiera. Todas las esperanzas de Seth de convertirse al fin en el adalid de Molag Bal pendían de un hilo, y ese hilo estaba a punto de romperse. Necesitaba reforzar su posición cuanto antes, y solo había una forma. Debía castigarlos y asegurarse así de que los miembros del clan comprendieran las consecuencias de desafiarlo. Harkon había sido tajante la noche anterior: era su única oportunidad de remediar lo que había pasado. Era su deber. Pero ese deber lo asustaba, por más que se negara a admitirlo. Había un límite que jamás se había atrevido a cruzar, y ahora estaba a punto de hacerlo. Y todo era culpa de ellos.
Tienen que ver que soy capaz de cualquier cosa. Eso es lo que representa Molag Bal, la fuerza del individuo, la capacidad de imponerse. Debo dar un paso más. No hay otra forma. 
Tras mentalizarse, echó a caminar en su dirección. Aunque Joric se resistía desde que lo habían bajado del barco, Alicent no empezó a hacerlo hasta que lo vio acercarse a ellos. Sus intentos por no avanzar fueron en balde, el vampiro que la arrastraba tenía bastante más fuerza que ella. Cuando Seth llegó a su altura, lo primero que hizo fue darle una bofetada con fuerza, sonora, que le cruzó la cara. 
—¡NO LA TOQUES HIJO DE…!
Acalló a Joric de un puñetazo. Le pegó tan fuerte que le rompió la nariz. El vampiro que lo sostenía lo miró a los ojos antes de soltarlo y Seth pudo sentir el reto en su mirada. Fue un recordatorio de su situación, algo que alimentó su rabia. Le pegó otro puñetazo, ahora en la boca del estómago. Joric cayó al suelo de rodillas, tosiendo, momento que Seth aprovechó para pegarle una patada con toda su fuerza, seguida de otra cuando Joric ya estaba tirado de lado en la cuesta.  
Si no lo siguió pateando fue porque los gritos de Alicent lo hicieron volver en sí. Se giró despacio hacia ella, con los ojos ardiendo en furia. 
—Yo me encargo —dijo al vampiro que la sujetaba antes de agarrarla del brazo.
Alicent intentó de nuevo no caminar, pero fue en vano y solo sirvió para hacerla caer en un par de ocasiones, pero eso no le importó. Siguió tirando de ella hasta el interior del castillo y la arrastró por el salón principal hasta sus aposentos, asegurándose de que todos los allí presentes vieran la escena.
El lugar estaba dividido en dos salas. La habitación estaba separada de la sala de estar, habitualmente amueblada para ser su centro de estudio. Sin embargo Harkon había hecho reformar el mobiliario para la ocasión. Había hecho colocar una jaula y una mesa de tortura donde habitualmente estaban las estanterías y su escritorio. Alicent miró a su alrededor y luego lo miró a los ojos, aterrada. La observó en silencio, esperando a ver qué tenía que decir, cómo intentaba justificar lo injustificable. Bajo su mirada, Alicent se dejó caer al suelo y se abrazó a sus rodillas, pero él la apartó sin tacto. 
—Se… Seth —lloriqueó cuando la soltó, dejándola tirada en el suelo. Alicent se volvió a arrodillar y lo miró con la cara inundada en lágrimas—. Lo… Lo siento muchísimo. Yo… Yo… 
—Tú qué —espetó Seth, con la voz contenida, los brazos tensos y los puños cerrados—. ¡HABLA! —ordenó, cuando pasó el tiempo y Alicent seguía sin decir nada. 
Alicent se sorbió la nariz. Era obvio que ni ella sabía cómo justificarse. La miró a los ojos y se sorprendió al ver su pánico. No era miedo, era terror. Aquello le molestó profundamente. Debí encerrarla en una celda desde el principio. Pero no lo había hecho. La había tratado como a una noble, le había dado los mejores vestidos. La había acogido en su casa, en su cuarto. Apenas le había levantado la mano en todo aquel tiempo, y eso que en más de una ocasión lo había merecido, sobre todo al principio. Y, aun así, no le quería; le temía. 
—Por favor, Seth… 
Su voz temblaba tanto como su cuerpo. La miró a los ojos y tuvo que apartar la mirada cuando empezó a hacer uno de sus pucheros. Lo ponía de los nervios. Lo hacía sentir… mal. ¿En qué estaba pensando? Fui un idiota por acogerla en mi vida. Los sentimientos son una debilidad. Y yo no me puedo permitir tener debilidades 
—Este sitio da miedo. Vamos a casa. A la torre. Por favor… —consiguió decir finalmente—. No nos hagas daño.
Escuchar aquello fue el colmo. Seth entrecerró los ojos y apretó tanto los puños que sintió las uñas clavándose en sus palmas. Alicent sabía que estaba enfadado, más que nunca. Aun así, tenía la osadía de no rogar solo por sí misma, sino también por Joric. Si antes había dudado entre dejarla ahí o llevarla a la habitación mientras se encargaba de Joric, aquello le aclaró la mente. No podía seguir siendo un iluso. No había forma de que las cosas volvieran a ser exactamente igual que antes. No había forma de que Alicent lo dejara de ver como a un monstruo después de lo que iba a pasar allí. Así que la volvió a agarrar del mismo brazo que antes, donde había dejado sus dedos marcados, y la obligó a entrar a la jaula y cerró la puerta con llave. 
Son todas iguales, pensó, viendo como Alicent se arrastraba hasta los barrotes más alejados de la celda. Su madre había hecho lo mismo. Marcharse en cuanto pudo con otro que le gustaba más. Todavía tendré que estar agradecido porque se fuera en silencio, sin intentar asesinarme antes como mamá le hizo a papá.
La miró, reprimiendo un bufido. ¿Cuál era exactamente su plan? ¿Estar con Joric? ¿Criar a su hijo con él? Su mandíbula se tensó solo de pensarlo. De pronto, aquel feto creciendo en su vientre no le pareció tan mala idea. Se tragó una sonrisa cruel y se aferró con ambas manos a los barrotes de la jaula.
—¿Cómo pudiste? —Hasta él se sorprendió por lo sincera y dolida que sonó la pregunta. Alicent se encogió sobre sí misma, mirándolo a través de los mechones de pelo que le caían por la cara—. Irte así —siguió, inclinándose sobre los barrotes para verla mejor—. Con nuestro hijo. 
—Seth, yo…
—¿Pensabas dejar que lo criara él? —Lo preguntó sólo para torturarla, pero ver que ella ni siquiera intentó negarlo hizo que la boca le supiera a bilis—. Muy bien —susurró, con las palabras cargadas de rabia—. Espero que tengas claro que lo que va a pasar aquí es todo por tu culpa. 
La puerta del cuarto se abrió de golpe, cortando la conversación. Hicieron falta dos vampiros para meter a Joric en la habitación quien, incluso en inferioridad numérica y de fuerza, se seguía resistiendo, como si creyera que tenía alguna posibilidad.  
—¡SOLTADME! —gritó Joric, forcejeando. Miró hacia la celda, hacia Alicent—. Ali. ¡ALI! ¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño? —Verla lo motivó a luchar con más ahínco, tanto que incluso intentó morder a un vampiro— ¡Eres un hijo de puta! —volvió a gritar en cuanto el vampiro se zafó de él.
Seth señaló hacia la cama de tortura. Los dos vampiros arrastraron a Joric hasta ella y lo subieron, atándolo de pies y manos. Ni siquiera su cara llena de sangre por el puñetazo que le había dado antes lo consiguió animar. Quería arrancarle la cabeza tanto como a Alicent, no solo por haber estado implicado en su huida, sino también porque había podido huir. Burlar su magia. Aquello era incluso más insultante que lo que había hecho Alicent. Durante toda su vida, Seth había tenido un montón de motivos para dudar de sí mismo, pero nunca de su magia. Esta nunca le había fallado, hasta Joric.
—Dejadnos —ordenó a los vampiros en cuanto Joric estuvo bien amarrado. Los vampiros abandonaron la habitación, dejando a los tres a solas.
Aunque no se lo había comentado a nadie, ni siquiera a Harkon, ese tema lo había carcomido por dentro desde que habían desaparecido. Seth no era capaz de entender cómo había pasado, ni desde cuándo sucedía. ¿Cuánto tiempo habría estado Joric fingiendo que seguía sus órdenes? ¿Cuánto tiempo se había estado riendo de él a sus espaldas? 
Había algo más en todo aquello que le molestaba. Tampoco terminaba de entender por qué Joric no se limitó a seguir fingiendo. Por qué no se había quedado con él. Podría entender que se fuera para volver con su familia. Pero se fue con Alicent. Con ella, tan estúpidamente ingenua, sensible y frágil. Se volvió a la celda, para mirarla. Ahí estaba, sentada en el suelo, abrazándose las piernas, con los ojos encharcados y una mirada de súplica. Una vez más, Seth tuvo que desviar la mirada, sintiendo un nudo en el pecho. Se enfadó consigo mismo por sentirse así, sobre todo al escuchar una risotada cínica en su cabeza. Como siempre, cualquier atisbo de sentimiento era pagado con burlas. Como si no tuviera derecho a querer tener un amigo. Como si no lo tuviera a querer que Alicent lo amara. 
¿Por qué lo tendrías? No los has tratado bien nunca. 
Seth apretó los labios. Mentira, aquello era una burda mentira. Los he tratado bien. Mucho mejor de lo que merecen. Quizá no lo había hecho a ojos del mundo normal, pero sí en su mundo, donde la amabilidad era considerada una debilidad y la confianza una muestra de ingenuidad. Y así me lo pagan. Ahora, por su culpa, estaba condenado a zambullirse de lleno en aquella oscuridad que su padre siempre quiso ver en él pero que había logrado esquivar hasta la fecha. Dio un par de pasos hacia atrás alejándose de la jaula e intercaló la mirada entre ambos.
—No sabéis lo que habéis hecho —escupió, mientras decidía hacia quién ir primero. 
Alicent era la opción más obvia, incluso con Joric inutilizado como estaba. Era ella quien lo había abandonado, quien se había llevado a su hijo para criarlo con otra persona. Con Joric. Sus pies se movieron solos, en dirección a él. De una manera retorcida, estaba más cabreado con él. Se lo podía haber esperado de Alicent, al fin y al cabo era una mujer, y todas eran así. Pero se suponía que Joric era su amigo. ¿Qué clase de amigo hacía algo así? Se detuvo junto a él y lo sujetó de la mandíbula, fuerte.
Joric lo desafió con la mirada. No lo miró con miedo, como Alicent, sino que lo hizo con asco y odio. Seth clavó las uñas en su piel.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó, con la voz tensa y afilada—. ¿Cómo escapaste de mi control? 
—¿No es obvio? —preguntó Joric.
Seth vaciló durante unos segundos. ¿Lo es? ¿Qué se me escapa? Entonces Joric sonrió con burla, con la boca llena de la sangre que le caía desde la nariz.
—Eres tan insoportable que ni la magia oscura puede conseguir que quiera estar contigo, Athan. 
Seth lo soltó al instante, con desdén. Se apartó un paso y le lanzó un hechizo de asfixia que consumió el aire de sus pulmones y le impidió respirar. Lo mantuvo un rato hasta que Joric pareció lo bastante desesperado. 
—¡Dímelo! —ordenó Seth, impaciente. Como Joric no habló repitió el hechizo, y esta vez lo mantuvo un poco más de tiempo—. Podemos estar así todo el día hasta que hables.
Joric le mantuvo la mirada pero, por un instante, la desvió hacia abajo, hacia una de sus manos. Seth siguió su mirada, por reflejo. Entonces Joric tosió, a propósito, buscando llamar de nuevo su atención. Fue demasiado obvio.
Seth lo ignoró y se centró en su mano. Entrecerró los ojos al ver que llevaba puesto un anillo. No creo. Pero Seth se rebeló contra la voz de su conciencia. Pues claro que me lo creo. Hugo. Quién si no. 
—Te diré cómo lo hice —exclamó de pronto Joric, dejando la farsa de la tos, intentando distraerlo. Seth lo cogió de la mano—. Pasó un día sin más, ¿vale? Hacía mucho que no me lanzabas el conjuro y… eh… me quedé para poder sacarla de ahí, sí. —Su voz, cargada de alarma, solo le indicaba que estaba haciendo lo correcto—. La secuestré. No es culpa de ella, lo juro. La secuestré. Le pegué con el frutero en la cabeza y… 
Y Seth le quitó el anillo. No pasó nada, pero al mismo tiempo lo hizo. Joric lo miró con sorpresa cuando siguió siendo dueño de su cuerpo y Seth lo miró de la misma forma, porque creyó que no lo sería. Tenía que renovar el conjuro. Joric había estado lejos de él demasiado tiempo, no había otra explicación. Es culpa de Hugo, no de mi magia. No podía serlo. Se tensó solo de pensarlo, de imaginar que su magia estaba empezando a fallar. Si era así, quedaría demostrado que era el más inútil de sus hermanos. 
Aquel pensamiento lo aterró un poco. Necesitaba probarse que no era así. Se concentró en Joric y le lanzó el conjuro de control. Apoyó la mano en su pecho con fuerza y Joric soltó un quejido ahogado, al mismo tiempo en que sus ojos se opacaron un poco. Justo después, tuvo una arcada. Aquello fue la confirmación de que había funcionado
—Dime la verdad —ordenó. Sus poderes hicieron el resto, obligando a Joric a ser sincero.
—Hugo —contestó Joric. Incluso bajo el control de sus poderes, se notaba que no quería hablar—. Hugo me ayudó a escapar para poner al bebé a salvo. 
Seth reprimió un suspiro de alivio en cuanto tuvo la confirmación de sus sospechas. Ser burlado por su hermano no era ni de lejos tan humillante como ser burlado por un adolescente humano. Todos lo entenderían. A nadie allí le caía bien Hugo, porque le encantaba hacer esas cosas por el mero placer de molestar. No se detenía por nada ni por nadie, tanto que había sobrepasado los límites incluso con su propio padre. Que Hugo hubiera jugado con él de esa manera y en una fecha tan importante no solo no era vergonzoso, sino que, además, era algo de esperar. 
Solo que no estaba jugando. Seth estaba convencido de que lo había hecho con la intención de que saliera bien. Y todo por el maldito bebé. 
Se alejó de Joric y volvió a acercarse a la celda de Alicent, todavía sin saber cómo podía castigarla a ella. Lo pensó unos segundos antes de tomar una decisión. Alicent odia que piensen mal de ella, que la crean peor de lo que es. Atacaría por ahí. 
—Te voy a dar la oportunidad de contármelo todo —dijo, tratando de sonar calmado—. Y más te vale decir la verdad —añadió, con un tono más afilado—. ¿Pasó algo entre vosotros?
Clavó la mirada en sus ojos, esperando a que empezara a tartamudear. A intentar excusarse. Casi estuvo a punto de sonreír. Pero Alicent siguió sin decir nada. Sus ojos, llenos de vergüenza, se inundaron de nuevo en lágrimas. Rehuyó su mirada y se abrazó a sí misma antes de empezar a sollozar. Aquello le sentó como un bofetón. Lo hizo. Seth abrió los ojos, atónito, y se giró hacia Joric hecho un basilisco, sintiendo un nudo en el estómago.
—Tú —jadeó, incrédulo—. ¿Os habéis acostado?
Joric negó, movido todavía por su magia.
—¿La tocaste? —Joric negó otra vez. —¿La besaste? —Joric volvió a negar. Seth suspiró con alivio, aunque no tardó en fruncir el ceño. Aquello no tenía sentido. El temor de que su magia volviera a flaquear lo atenazó una vez más—. Entonces, ¿qué pasó?
—Ella… —pudo notar cómo Joric se intentaba resistir a hablar, en vano—. Ella se ofreció —dijo al fin, con arrepentimiento y la mirada puesta en Alicent.
—¿Que se ofreció? —preguntó confundido.
—Ella… —Joric gimió con desasosiego, tras intentar una vez más, en vano, contener las palabras—. Se quitó la túnica y luego… luego me intentó dar las gracias con la boca.
Seth tardó un par de segundos en darse cuenta a qué se refería. Cuando lo hizo se volvió hacia Alicent, con los ojos abiertos de par en par. 
—¿Así de fácil? —preguntó sin poder creerlo, sintiéndose de nuevo humillado, indignado. Todo lo que él había tenido que hacer para lograr que lo hiciera y Joric lo conseguía así como si nada. Apretó los labios antes de esbozar una sonrisa cruel y hasta se le escapó una risa seca, breve, histérica—. ¿Y se supone que tú quieres ser la madre de mi hijo? ¿Mi esposa? Solo eres una puta barata. 
—¡DÉJALA! —gritó Joric—. Ella creía que lo tenía que hacer por culpa tuya. ¡Eres…!
—Tu amo —lo cortó. De repente notaba dentro una frialdad extraña, desconocida, como si toda la ira que ardía en su interior se hubiera convertido en hielo—. Así que empieza a hablarme con respeto, si no quieres...
—Prefiero morir a tener que servirte un día más —lo cortó Joric, anticipando sus palabras.
Seth parpadeó un par de veces y lo miró, aturdido. ¿Morir? ¿Creía que eso era lo peor que le podía hacer? Después de unos momentos se llevó una mano a la cara y rompió a reír, con fuerza. Eran tan ingenuos, tan críos. Realmente no eran conscientes de lo bueno que había sido con ellos. De lo cruel que podría haber sido. De lo crueles que eran todos los demás. 
Sea como fuere, ya daba igual lo que pensaran. No había marcha atrás. Si creían que era malvado, ahora lo iba a ser de verdad. Ya ni siquiera era por ellos, sino por él mismo. Necesitaba que los escucharan gritar, para terminar de salir bien parado de aquel problema. Y después de lo que habían hecho, no merecían volver a su antigua vida. No merecían el buen trato que les había dado. Las cosas a partir de ahora serían parecidas para él, aunque para ellos ya nada volvería a ser igual. Joric podía despedirse de tener un cuarto propio y de no formar parte de la dieta del clan de Movarth. Luego estaba Alicent. Para ella las cosas sí que serían distintas. No volvería jamás a sus aposentos, ni a disfrutar de la posición privilegiada que le daba el ser su novia. Vivirá en las celdas, como merece. Y me complacerá cuando y como yo quiera. Si tan juntos querían estar, ahora lo estarían en el sótano de Myr. 
Se acercó a la cajonera que había cerca de la mesa en la que estaba Joric y abrió un cajón, con el rostro ensombrecido. Sin vacilar, sacó de su interior un kit de herramientas de tortura, y de entre sus pliegues, una daga especialmente fina y afilada. Se quedó mirando el arma, todavía sin tener claro qué hacer con ella, ya que esa iba a ser su primera vez torturando a alguien. 
—Qué… ¿Qué vas a hacer? —preguntó Joric, con un hilo de voz. 
Seth lo miró de reojo. Por primera vez desde que habían llegado, Joric parecía más asustado que enfadado. 
—Estoy tan harto de vosotros, Joric. No te haces a la idea. Pero no vais a morir —aclaró—. No todavía. Los dos sois míos, y solo moriréis cuando yo quiera que lo hagáis.
Míos. Aquella palabra le dio la clave y de pronto tuvo claro lo que iba a hacer. Un recordatorio perenne de lo que era: su propiedad. Caminó hasta él, viendo como Joric se tensaba sobre la camilla. Intentó zafarse de nuevo de sus amarres, con fuertes tirones que le dejaron marcas en las muñecas y en los tobillos, pero no consiguió nada. Seth negó con la cabeza y se inclinó sobre él, sobre su pecho, y empezó a trabajar en su obra.
Tardó bastante, pero no fue nada tedioso. Ni siquiera con los gruñidos y quejidos de Joric cuando cortaba su piel con la daga, ni con los lloriqueos de Alicent y sus súplicas pidiendo que parara. Eso último, en realidad, solo le daba más paciencia para seguir con el tema. Sus gritos lo animaban. Sin que ella lo supiera, estaba haciendo exactamente lo que él necesitaba. Ahora, arrancar un grito a Joric se convirtió en su objetivo. Y cuando lo consiguió, al arrancar el primer trozo de piel entre los trazos de la escarificación, sonrió con sadismo. 
No se detuvo hasta que pudo leer bien escrito su nombre y apellido sobre el abdomen de Joric, un lugar discreto que nadie podría ver salvo él a diario, para impedir que volviera a olvidar a quién pertenecía. 
Cuando terminó, algo se había roto en él. Incluso estaba excitado. Todo el miedo que había tenido a ese momento había sido en vano. Le había gustado. Había sido… placentero. Y ahora era el turno de Alicent. Había cambiado de idea en el último momento; merecía algo mucho peor que solo malas palabras. 
Se volvió hacia ella, con la daga ensangrentada todavía en la mano. Ni siquiera tuvo que pensar en lo que hacía. Solo se dejó llevar. Abrió la puerta de la celda y se metió dentro. Se acuclilló ante Alicent y, mientras la miraba a los ojos, le acarició la mejilla con la daga. Ella lo miró con auténtico terror, y no era para menos. Estaba rabioso, ensangrentado y excitado como un perro en el frenesí de la caza. 
—Estaba recordando el día que me dijiste que te gustaría de todas formas. ¿Te gusto ahora, Alicent? —rió entre dientes, con un deje desquiciado, y la intentó besar. Alicent se intentó separar, en vano, ya que tenía la espalda pegada contra las rejas—. Vaya, ¿ya no te gusto? Es una pena que lo que tú pienses ya no le importe a nadie. 
Deslizó la daga sobre su piel, con cuidado de no dejar cortes en su cara. Luego la bajó hasta dejarla sobre su vientre. Consiguió lo que quería. Alicent, cada vez más nerviosa, empezó a hiperventilar y a suplicar, pero Seth no la escuchó. 
—Bésame —ordenó—. Vamos, bésame como si me quisieras. El niño tiene que sentir el amor de sus padres. Si no, ¿qué sentido tiene que nazca?
La amenaza surtió efecto. Sintió los labios torpes de Alicent temblando contra su boca. Hasta su lengua temblaba. Pero no se detuvo ahí. Aquello no era suficiente castigo. 
Una vez consiguió lo que quería, llevó la daga a la tira que ataba su túnica. La cortó sin miramientos, tiró la daga al suelo y luego cogió a Alicent del brazo, obligándola a ponerse en pie. La sacó de la celda y la llevó a empujones junto a Joric, donde la desnudó. Joric apartó la mirada y Seth apretó los dedos sobre la piel de Alicent, arrancándole un grito. 
—¡MÍRANOS! —gritó. Joric volvió a clavar los ojos en ellos. Su mirada estaba vidriosa y tan cansada que apenas se notaba su enfado—. No quiero que dejes de hacerlo. Quiero que veas cómo me la follo. 
—Eres un… —empezó, pero Seth lo calló al instante.
—¿Un qué? Vamos, sigue insultándome. Desobedece. Ella será quien lo pague. 
Sonrió triunfal cuando vio en la mirada resignada de Joric que había ganado. Después de eso empujó a Alicent contra él y cayó entre sus piernas, abiertas sobre la camilla. Alicent intentó apartarse, horrorizada, pero Seth la empujó de nuevo. La forzó a quedar arrodillada entre las piernas de él y luego apoyó la mano en su espalda y la aplastó contra su cuerpo. Su cabeza quedó sobre las heridas de Joric. Seth agarró su pelo y le refregó la cabeza contra su obra, haciendo que su cara se empapara en sangre. Joric y Alicent gritaron y Seth sonrió, volviendo a colocar la mano sobre la espalda de ella.
Se subió de rodillas a la camilla y se colocó entre sus piernas.  Se bajó los pantalones como pudo con una mano, sin quitar la otra de la espalda de Alicent, y luego se introdujo en ella de un golpe, arrancándole un grito de dolor. Fue el primer grito de tantos. Las voces de ella mezcladas con las de Joric no lo ablandaron. Lo animaron. Era el coro que necesitaba. Nadie que escuchara los alaridos que salían de sus aposentos se atrevería a poner en duda que él era el digno adalid de Molag Bal.
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loshijosdebal · 10 months ago
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Capítulo XXXI: El Salón de los Vigilantes
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Llegaron por la noche a Morthal y Alicent salió corriendo en dirección a la Cabaña del Taumaturgo. Cuando se encontró con el edificio quemado tuvo un mal presentimiento. Seth me contó que salvó a mamá pero, ¿y si era también mentira? Escuchó pasos viniendo del puente y se giró, esperando encontrar a Joric, pero en su lugar vio entre la bruma, densa como nunca, a una mujer mayor a la que no conocía. La anciana alzó el brazo y señaló en dirección al pueblo. Alicent sintió un escalofrío y se le erizó el vello del cuerpo. Asustada, echó a correr en la dirección señalada. Reconoció el cartel de la Cabaña del Taumaturgo en cuanto llegó a la altura de la que hasta entonces había sido la tienda de Laelette. Aunque Alicent no entendía nada de lo que estaba pasando, llamó a la puerta, ansiosa por reencontrarse con su madre, pero nadie abrió. El edificio tenía dos plantas y hundía sus cimientos en el Hjaal. Alicent bordeó el edificio por la pasarela de madera y subió al segundo piso por la escalera exterior. Cuando estuvo arriba se asomó a la ventana. Vio a su madre tirada en el suelo, dormida junto a la cama. Tenía un frasquito de color lila en la mano y, aunque Alicent no tenía muy claro qué era, sí que sabía que era malo. Ilegal. Intentó golpear el cristal de la ventana para despertarla, pero alguien la agarró del brazo y la giró con fuerza. Seth estaba allí, mirándola con el ceño fruncido, la mandíbula tensa y un puño cerrado.
El pánico irguió su cuerpo y Alicent se sentó en la cama. Despertó sobresaltada, asustada y ansiosa, esperando ver a Seth frente a ella, pero solo vio camas vacías a su alrededor. Estoy en el Salón de los Vigilantes. Se tranquilizó en cuanto reconoció el lugar. Lo hizo rápido, porque llevaba despertando de la misma forma desde que había llegado.
Los Vigilantes de Stendarr eran una orden de monjes guerreros que luchaban contra las fuerzas daédricas por todo Tamriel. Se habían comprometido a ayudarlos tan pronto como Joric les contó la historia de la empuñadura de Mehrunes y del ataque de los nigromantes. Aunque podía entender por qué Joric había dejado a Idgrod al margen, seguía sin comprender por qué no había mencionado a Seth, pero lo cierto es que se alegraba. 
Después de vivir tanto tiempo sola en una torre llena de lujos, resultaba difícil acostumbrarse a convivir con tanta gente en un sitio tan austero. Había más de doce camas apiladas en aquel sótano que hacía las veces de dormitorio y comedor, y casi todas estaban ocupadas. Por suerte, los vigilantes se despertaban antes del alba y a aquellas horas ella era la única que seguía durmiendo, por lo que podía tener un rato de intimidad. Aunque no estaba del todo sola. Ciselle, una chica que debía de tener la misma edad que Idgrod y Seth, estaba sentada en la mesa del comedor, escribiendo una carta. 
Se quedó mirándola un rato, mientras se desperezaba. Lo poco que sabía de ella, además de que era nórdica, es que se había unido a los vigilantes hacía poco. Alicent tenía la sospecha de que la espiaba. Siempre estaba ahí cuando abría los ojos por la mañana, pero podía entender que la quisieran tener bajo control después de lo que había pasado durante sus primeros días allí. 
Sintió vergüenza al recordar las cosas que había hecho por miedo. Estaba aterrada. Lo estuvo desde que despertó y comprendió que Joric la había secuestrado. Aunque ahora no se podía imaginar actuando así, en ese momento solo quería volver a la torre, algo que intentó con desesperación. 
Joric. Pensó en su amigo mientras se empezó a asear. Los primeros días habían sido difíciles para ella, pero también lo debieron ser para él. Alicent se había negado a escuchar nada de lo que tuviera que decir y, para colmo de males, le había dicho algunas cosas realmente crueles. Le tengo que pedir perdón. 
Por si fuera poco, el primer día se las había apañado para escapar. Ese recuerdo la mortificó. Había estado tan asustada por ella y por el bebé que los había puesto a ambos en peligro por miedo, porque escapar de Seth le había parecido imposible en aquel momento. Aterrada, pensó que quizá, si ella lo encontraba antes de que él lo hiciera, podría convencerlo de que nada de aquello había sido su culpa. Los vigilantes la encontraron una hora más tarde perdida en mitad de la nieve, gritando el nombre de Seth. Por suerte él no apareció. Y los días pasaron, y siguió sin haber rastro de él. Y Alicent, poco a poco, empezó a aceptar su libertad. La posibilidad de que, tal vez y solo tal vez, aquello podría salir bien. 
Se terminó de peinar y se puso una de las túnicas que le habían dejado los vigilantes, mucho más simple y cómoda que cualquiera de los vestidos que Seth le había comprado. Estaba terminando de amarrar la túnica cuando escuchó unos pasos bajando las escaleras. Era Joric, que venía a desayunar con ella. Siempre llegaba cuando terminaba de vestirse. Y como cada mañana, Ciselle recogió sus cosas y se fue de allí, dándoles algo de intimidad. 
—Buenos días, Ali —saludó Joric.
Se detuvo a un metro de la mesa que hasta entonces había ocupado la vigilante y posó la bandeja con el desayuno. Alicent se acercó y se sentó junto a él. Cogió su bol de gachas, su jarra de té y bebió la mitad de su vaso de agua. 
Se sentía tan rara. No era capaz de responder a algo tan simple como un buenos días. Volvió a sentirse egoísta por cómo se estaba portando con él. Apenas habían hablado desde que escaparon y, cuando lo hicieron, ella lo había tratado mal. Le dije que era igual que Seth. Que lo criticaba, pero tampoco tenía en cuenta lo que yo quiero. Y aunque en aquel momento era cierto, ahora parecía diferente. Joric no la forzó a hablar. No la forzó a hacer nada, en realidad. Tampoco le pidió explicaciones.
Alicent se metió la cuchara en la boca, dando un bocado a las gachas. Estaba acostumbrada a hablar poco, pero no tanto al silencio. Joric hablaba mucho menos que Seth y parecía tener las mismas ganas que ella de hablar. Pero tenían que hablar. Llevaba un día entero pensando en ello. No podían simplemente no hacerlo si iban a escapar juntos. Y aunque sabía que debía, no sabía ni por dónde empezar. Tampoco sabía si sería capaz de hablar del tema. Los sentimientos pesaban tanto que los podía sentir, tirando de sus párpados hacia abajo y oprimiendo su pecho. Y luego estaba el cansancio que sentía. Era como un conjuro. Como si Seth nos hubiera echado una maldición.
Miró a Joric de reojo. Tenía los ojos anclados a la mesa y una expresión apagada. Alicent suspiró y dejó la cuchara en el cuenco. Tienes que hacerlo. Ahora.  
—Joric —empezó. Joric levantó la mirada, sorprendido. Apreció por primera vez que sus ojos tenían el mismo deje vacío que tantas veces había visto en su propio reflejo. La imagen de su amigo se volvió borrosa, por las lágrimas—. Lo siento. Lo siento muchísimo…
Joric se giró hacia ella y estiró un brazo hacia su hombro, pero se arrepintió al momento. Apretó los labios y lo dejó caer sobre su propia pierna. 
—Todo está bien, Ali —prometió—. Solo… No vuelvas a ponerte en peligro, ¿sí? 
—No lo haré más. Te lo prometo —asintió, limpiándose las lágrimas con el puño de la túnica. 
Joric asintió también y, aunque forzó una sonrisa breve, a Alicent le dio la impresión de que no la creía. Podía entender el porqué. Estaban como estaban por su culpa, porque se había obsesionado con Seth y no había hecho caso a ninguna de sus advertencias, por creer que eran celos. Pero también había pensado que era un niño.  Un crío que jugaba a ser un héroe. Pero ahora nos ha puesto a todos a salvo. Alicent se acarició la tripa y lo miró. 
—Perdón. Pero no era eso lo que quería decir —Joric la miró con curiosidad, sin interrumpirla—. Lo siento por haber escapado. Y también haber sido cruel contigo. No pienso de verdad que seas como Seth. Yo…
—Sé que no lo decías en serio, Ali. Estabas asustada, lo entiendo. 
Alicent buscó en sus ojos algún atisbo de mentira. Sabía que no era buena detectando aquellas cosas, evidentemente. Si lo fuera, Seth no me habría engañado así. Pero Joric tampoco había sido nunca bueno ocultando sus sentimientos, así que cuando vio que era sincero, soltó un pequeño y rápido suspiro de alivio.
—Todavía no me creo que no nos haya encontrado —admitió en voz baja, mirando brevemente hacia la puerta—. Soy incapaz de relajarme. Es como si sintiera que va a aparecer en cualquier momento, para llevarnos de vuelta a la torre y castigarnos por lo que hemos hecho. 
Joric asintió. Era evidente que temía lo mismo. Lejos de aliviarla, aquello la preocupó todavía más. Era imposible que Seth no les estuviera buscando, ¿cuánto tardaría en encontrarlos?
—No lo hará —dijo Joric de pronto, respondiendo tanto a lo que Alicent había dicho en voz alta como a sus propias preocupaciones internas. 
Estuvieron un rato en silencio, durante el que no pudo dejar de pensar en lo que pasaría si él los encontraba. Ella estaba embarazada de él. Aunque quisiera, no podía dañarla sin hacer daño a su propio hijo. Pero, ¿qué iba a ser de Joric? ¿Cómo era en realidad la relación entre ellos?
—¿Qué pasó, Joric? —consiguió preguntar en un susurro cuando encontró su voz. Joric la miró, confundido, y ella sintió su labio inferior temblar—. El día que… Ya sabes. 
Dejó la frase a medias, pero Joric entendió lo que quería decir. Lo notó en sus ojos. 
—Estaba seguro de que ocultaba algo —respondió, también en voz baja—, así que fui al Cerro. Fui un idiota. Cuando le intentaron avisar de que estaba allí, seguí a Jesper y llegué a la Guardia de Myr. Me capturaron. Después apareció Seth y… pensé que iba a matarme, pero al final no lo hizo. Creo que no pudo. En lugar de eso, pues… 
Alicent abrió la boca, dispuesta a interrumpirlo para pedir perdón una vez más, ahora por no haberlo creído. Pero Joric no la dejó hablar.
—Esto no ha sido culpa tuya, Alicent. Ni lo pienses. La culpa es de Seth. No eres responsable de que él sea un monstruo, ya era así antes de ti. 
Alicent se encogió sobre sí misma y asintió con vacilación.
—Entonces… ¿Viviste allí todo el tiempo?
Joric asintió.
—A veces te veía en el balcón, cuando estaba en el jardín. No había día en que no quisiera subir y sacarte de allí, pero no podía. Seth me controlaba. 
Alicent frunció el ceño. Primero, porque solo recordaba haberlo visto en el jardín los días que la visitó. Y segundo, por lo que acababa de decir.
—¿Cómo que te controlaba…? 
—No lo sé. —Joric se levantó de la mesa y empezó a dar vueltas por la habitación, sorteando los catres. Iba mirando al suelo, y su cara evidenciaba que estaba recordando cosas que no le gustaban—. Sé que algunos vampiros tienen el poder de controlar la mente de las personas, su voluntad, pero solo los más fuertes. Seth tiene ese mismo poder, pero no sé cómo ni por qué, porque los dos sabemos que no es ningún vampiro. —Se detuvo de golpe, con una mueca triste aflorando en sus labios—. Supongo que… esto es el tipo de cosas que podría responder Idgrod.  
Escuchar el nombre de Idgrod fue un golpe. Pensar en ella después de tantos meses prohibiéndose hacerlo dolió. 
—¿Sabes si está bien? —se atrevió a preguntar—. La noche que Seth me secuestró… el día antes cayó enferma.
Joric asintió, con la mandíbula apretada. 
—Los escuché hablar de ella varias veces, en la torre. Dicen que perdió la cabeza, que sufrió un ataque bajo la lluvia y quedó loca. 
Alicent empujó hacia el centro de la mesa el cuenco de gachas, casi entero. Se le había cerrado el estómago, probablemente para lo que quedaba de día.
—¿Por qué estás aquí, Joric? —preguntó, tras pensarlo unos momentos—. ¿Por qué no has vuelto a Morthal con ella? Con tu familia. 
—Estamos aquí por Hugo. Seth quiere… —Joric apretó los labios, repentinamente enfadado. Fuera lo que fuera lo que quería decir, estaba claro que estaba haciendo un esfuerzo por contenerse—. Da igual —dijo al cabo de unos segundos. Volvió a la mesa y se sentó a su lado—. Hugo no quiere que su sobrino crezca en una torre llena de vampiros, por eso me liberó. Para llevarte a un sitio en el que pueda tener una vida normal. La única condición que me puso a cambio de esto fue que no volviera a contactar con mi familia. Y puedo ver por qué —añadió, con un suspiro—. Cualquier tipo de acercamiento podría darle una pista a Seth de dónde encontrarnos, Ali. 
Hasta ese momento, Alicent no se dio cuenta de que Joric tenía un plan. Que su futuro no estaba a merced de la generosidad de los vigilantes. Frunció el ceño.
—Entonces… ¿Estamos yendo a algún sitio? —preguntó, ansiosa. 
Joric la miró y forzó una pequeña sonrisa.
—A Cyrodiil. Al parecer, unos amigos de Hugo tienen un viñedo en el Condado de Bruma. Nos quedaremos con ellos. 
Alicent parpadeó, sin saber qué decir. Cyrodiil. Hasta hacía una semana parecía imposible volver a salir de la torre y ahora estaba hablando con Joric sobre ir a Cyrodiil, la capital del Imperio. Sus ojos se opacaron. Era irónico, pero sobre todo cruel, que aquello que siempre había querido, viajar por Tamriel, fuera a pasar de aquella manera. 
Por otra parte, aunque saber que tenían un plan le dio seguridad, todo lo que dejaban atrás, y ahora de manera voluntaria, dolía. Él no volverá a ver a familia. Yo tampoco. El pensamiento le cayó como un jarro de agua fría. Pero antes de ahogarse en él, buscó refugio en la mirada de Joric.
—¿Era verdad lo que dijiste? Antes de… antes de sacarme de la torre. 
Joric se tensó y asintió.
—Seth estaba agobiado porque le tenías miedo, así que me ordenó hacerte creer que estabas sola. Supuso que si te quitaba toda esperanza fuera de él y de la torre las cosas irían mejor. 
Aquello ni siquiera la sorprendió. Ya no podía sentirse más estúpida y engañada, era imposible. Asintió, compungida. 
—Mira, no podrías haberlo sabido —siguió Joric—. Él tenía motivos para mentirte, pero, ¿por qué lo iba a hacer yo? Esa sanguijuela retorcida me obligó a decirte que Lami te odiaba, pero tu carta nunca salió de la torre. Por lo que yo sé, tu madre cree que estás muerta. 
Eso último le volvió a arrancar las lágrimas. Piensa que estoy muerta. Como papá. Se abrazó a sí misma, comenzando a temblar.
—Ali —Joric se atrevió a apoyar una mano en su hombro—, ahora yo estoy aquí. Y voy a cuidar de ti y de ese bebé como si fuera de mi propia familia, ¿vale? No estás sola. Me tienes a mí. Nos tenemos el uno al otro. Y no voy a dejar que te… que os ocurra nada malo, te lo prometo. 
Alicent hipó y se abrazó a sí misma. De repente, la ansiedad se descontroló, desatada por un recuerdo. Ya había escuchado eso antes y no había terminado bien. Ahora tenía a Joric, sí, pero, ¿y si Joric cambiaba de idea? Ella y su bebé estarían completamente solos, sintiendo siempre el miedo acechante de que Seth podría aparecer en cualquier momento. Incluso si no lo hacía, si las cosas habían sido difíciles para su madre en un pueblo pacífico donde la gente la apreciaba, ¿cómo sería para ella la vida en Cyrodiil, donde no conocía a nadie?
Dependemos de Joric. De que él se quede a nuestro lado. Aquello la puso tan nerviosa que le empezó a costar pensar con lógica. La idea de que Joric se marchara le pareció terrorífica. Tenía que hacer algo para que se quisiera quedar con ella, y en la torre Seth solo le había enseñado un modo. Así que giró el cuerpo hacia él sobre el banco y empezó a desanudar la túnica, sin mediar palabra. Joric la miró, pero no con deseo o posesión, como solía hacerlo Seth, sino con un pánico casi infantil. Cuando vio sus pechos se puso rojo hasta las orejas y se apuró en volver a subirle la túnica.
—¿Pero qué haces? Ali, yo no… —No supo cómo seguir. 
—Ah… —dijo ella, desconcertada e incómoda—. ¿Prefieres que me lo meta en la boca…? —No le pareció raro. A veces, sobre todo por las mañanas, Seth estaba tan cansado que simplemente quería que Alicent lo hiciera así. 
Intentó ponerse en pie pero Joric volvió a detenerla. Para esas alturas su piel parecía haber descubierto un nuevo tono de rojo. 
—¡Alicent, para! 
El grito de Joric la paralizó. Lo miró sin saber qué era lo que estaba haciendo mal.
—Pero… —su voz tembló—. Pero quiero que nos cuides, Joric. Que te quedes con nosotros… 
Además de rojo, ahora Joric parecía asqueado. 
—Ali, yo… Prefiero no saber qué te habrá hecho o dicho ese imbécil para que pienses que me debes algo así, pero no lo haces. Os voy a cuidar, pase lo que pase. 
Alicent tardó unos segundos en creerlo, y aun así lo hizo con reticencia. Aquello no tenía ningún sentido.
—Lo… ¿Lo dices de verdad? 
—Te lo prometo. No tendrás que hacer eso nunca más. 
Después de eso se quedó en silencio, avergonzada por lo que había pasado, por lo que había intentado hacer con Joric, pero él no dejó que volviera a encerrarse en sí misma.
—¿Vamos afuera un rato?
Aceptó la propuesta, agradecida porque él no estuviera enfadado. Recogieron la mesa, se pusieron unas capas de piel y salieron al exterior. Allí no había niebla, pero la nieve lo cubría todo, desde la enorme montaña bajo la que se asentaba el Salón de los Vigilantes hasta el bosque de coníferas que bordeaba el camino por el que habían llegado. 
—Me pregunto cómo será Cyrodiil —dijo Alicent tras contemplar el paisaje en silencio durante un rato. 
Joric se sentó junto a ella en uno de los escalones de madera de la cabaña y le contó algunas cosas que recordaba de Cyrodiil, donde había estado cuando era niño. 
Le contó que Bruma no se diferenciaba tanto de aquello. Hacía frontera con el sur de Skyrim y la ciudad se erigía sobre una montaña. También que podrían haber intentado llegar desde Helgen, pero que habían decidido no arriesgarse a cruzar toda Skyrim, donde posiblemente los estuvieran buscando. Aunque Alicent tenía un interés y una curiosidad real por lo que contaba, se acabó perdiendo entre los nombres de tantos lugares que no conocía. Se abstrajo de la conversación y volvió a pensar en Seth, incapaz de quitárselo de la cabeza. Se sentía tan engañada que tuvo la necesidad de hablar del tema con alguien y, en un impulso, lo cortó a media frase.
—No consigo dejar de pensar en lo tonta que fui —confesó. 
Joric la miró, confundido. Luego frunció el ceño. 
—Ali, no…
—No, espera. Necesito decirlo. Me avisaste, pero no te hice ni caso. Si lo hubiera hecho, nada de esto habría pasado. 
—O igual hubiera pasado algo peor. —Ahora fue Alicent quien frunció el ceño. Joric siguió, —Seth es imbécil, pero está metido en asuntos muy oscuros, Alicent. —Joric enmudeció por un instante y apartó la mirada—. No sé cuánto te habrá dejado saber, pero está metido en cosas que dan miedo. Tú tenías la empuñadura, yo soy el hijo de la jarl y Seth quiere tener la daga y el pueblo. ¿Recuerdas el ataque de los nigromantes? Fue él. Y, llámame loco, pero estoy seguro de que hizo algo para apagar la antorcha.
Alicent sintió que el estómago se le revolvía. Seth siempre le había contado que se encargaba de la mina, descubrir que incluso aquello era una mentira le dio vértigo. Se echó ambas manos a la cabeza y se quedó mirando al suelo, en silencio. 
—Tengo miedo —confesó pasado un rato. 
Si antes le daba miedo que Seth pudiera encontrarlos, ahora sentía terror. Joric suspiró y apretó suavemente su hombro.
—Lo sé, pero estamos vivos, Ali. Hemos escapado. Tenemos que confiar. —Alicent asintió y posó la mano sobre la de él, todavía en su hombro. Estuvieron así un rato hasta que Joric rompió el contacto. —Tengo que hablar con Bardur sobre los preparativos del viaje. —Alicent reconoció el nombre del jefe de los vigilantes. —No vuelvas a escapar, ¿vale?
Aunque Joric lo dijo en tono de broma, a Alicent le pareció que una parte de él lo decía en serio. Se obligó a sonreír para que él entendiera que no tenía nada por lo que preocuparse. Tenía miedo, pero confiaba en Joric. Su plan era mucho mejor que volver a la torre.
—Te lo prometo.
Debió parecer convincente, porque Joric asintió y entró a la cabaña. Alicent quedó en las escaleras de madera, sentada y abrazada a su capa, contemplando el paisaje helado. Allí estaban lejos de todo. Era imposible que nadie los encontrara. Para su sorpresa, se le escapó una sonrisa. Tardó unos segundos en reconocer la sensación, porque llevaba mucho tiempo sin hacerlo. Se sentía a salvo. 
Como si de una broma divina se tratase, el chirrido de las ruedas y los cascos de un caballo rompieron el silencio en ese preciso instante. Alicent se tensó al ver que se acercaba un carruaje. Tuvo la tentación de entrar al edificio, pero se repitió a sí misma de que era imposible que Seth los hubiera encontrado. De todas formas se subió la capucha, por precaución. 
Cuando el carruaje se acercó más, reconoció al hombre que lo guiaba. ¿Don Dogma? Alicent se arrebujó en su capa, intentando esconderse. Demasiado tarde, al parecer. El hombre se paró en mitad del camino, se puso en pie sobre el carruaje y empezó a saludar moviendo ambos brazos. Alicent miró a su alrededor, comprobando que no había nadie más a quien se pudiera estar dirigiendo. ¿Cómo me ha reconocido?
Se puso en pie y bajó el camino que separaba la cabaña de la carretera. Cuando estaba llegando a su altura, el hombre saltó desde encima del carruaje y aterrizó en el suelo con gracilidad, sorprendiéndola. Nunca había imaginado que fuera tan ágil. 
—¿Señor Dogma? —saludó, confundida—, ¿Cómo sabía que soy yo?
El peregrino la miró como si fuera la cosa más interesante del mundo. 
—Y dale con quitarme dés —protestó, omitiendo la pregunta. Alicent lo miró, confusa. Seguía diciendo tantos sinsentidos como siempre, lo que consiguió hacer que se sintiera un poco mejor, por nostalgia. Él también era alguien a quien pensó que no volvería a ver nunca—. Qué bien verte tan bien. 
—Yo también me alegro de verte —saludó con timidez bajo la capucha, sin saber qué más decir.
—Y cuánto se alegraría Lami de verte aquí, con tanta vida. Ah, desde que te perdió ha languidecido más que un elfo en una cueva. Es una auténtica pena que no me vaya a creer, ¿no te parece? Ya sabes lo que dicen, solo los locos creen a otros locos. 
Mamá. No entendió del todo lo que el peregrino dijo, pero se pudo hacer una idea. Cuando perdieron a su padre, su madre se puso tan triste que ni siquiera quería jugar con ella. Incluso había días que ni siquiera hacía la comida. Alicent recordaba aquellos días con angustia, la idea de que volviera a estar así la espantó. Necesito decirle que estoy bien. Era peligroso, pero era su madre. Podía confiar en ella. 
—Señor Dogma… —lo llamó con urgencia—. ¿Le entregarías una carta de mi parte? 
—Ah, eso lo haría todo mucho más sencillo —apreció Don Dogma, acariciando su bigote mientras miraba al cielo. Asintió, volviendo a mirarla—. Claro, criatura. Yo haré llegar esa carta a donde debe. 
Alicent sonrió con amplitud, llena de gratitud. Fue una suerte que Don Dogma tuviera papel y tinta a mano. Se apoyó en un tablón del carruaje para escribir una carta a su madre, en la que se disculpó con ella y le contó que no podía volver, aunque la echaba de menos y era lo que más deseaba en el mundo. También le contó que iba a tener un bebé, y que si era chica la llamaría Brienne, como su abuela. 
Le entregó la carta al peregrino. Estaba a punto de despedirse de él cuando escuchó a alguien gritar su nombre. Era Joric, que la llamaba desde las escaleras de la cabaña. Le dijo adiós y desandó el camino hasta el Salón de los Vigilantes. Cuando llegó allí, Joric la miraba con una expresión de sospecha. 
—Alicent, ¿con quién estabas hablando?
Agachó la cabeza, volviéndose consciente de lo peligroso que había sido lo que acababa de hacer. Agradeció tener la capucha puesta, porque sentía el calor en las mejillas que indicaba que debía estar roja como un tomate por la vergüenza. 
—Don Dogma me reconoció. Yo…
—Ali —la interrumpió Joric, mirándola con cautela—, ahí no había nadie.
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loshijosdebal · 10 months ago
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Capítulo XXX: ¿Qué prefieres?
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Joric estaba limpiando la cocina cuando escuchó un alboroto. Dejó el trapo raído a un lado y se acercó a la puerta entreabierta. Seth entró al comedor llevando a otro chico a rastras, sujetándolo con fuerza de un brazo. 
¿Hugo? Definitivamente era Hugo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se habían visto, pero estaba prácticamente igual. ¿Cuándo ha llegado? Cuando había invitados en la torre lo habitual era hacer una serie de preparativos de bienvenida. Era ridículo pensar que Hugo fuera la excepción, y más siendo un Athan. No solo se habrían hecho, sino que hubieran sido más escandalosos. Estaba seguro. Llegó por sorpresa, dedujo. Aquello explicaba la cara de Seth, quien se veía más pálido de lo normal y bastante enfadado. La sonrisa en la boca de Hugo, cargada de tanta malicia como sus ojos mientras se dejaba guiar por su hermano, no hizo más que confirmar su sospecha. 
Esperó, asomado tras la puerta. Aunque su cuerpo no hizo ningún intento por moverse, Joric sabía que podía ir hasta el salón para avisar de que estaba ahí. Pero como Seth también había ordenado que no le molestara cuando estaba ocupado, cosa que saltaba a la vista que estaba, pudo decidir qué hacer. Y decidió quedarse allí sin hacer ruido, para tratar de averiguar qué estaba pasando. 
Los hermanos estaban muy cerca de la puerta cuando Seth se volvió hacia Hugo. Lo sujetó del pecho y lo empujó. Hugo se habría estrellado contra la pared de piedra si no fuera porque Seth lo volvió a atrapar justo a tiempo de evitarlo. 
—¿Qué te crees que haces? —alzó la voz, furioso.
Joric contuvo la respiración, sorprendido. Estaban tan cerca que sentía de él que Seth podría verlo en cualquier momento. Estaba tan enfadado que Joric llegó a vacilar, pensando que lo mejor era volver a sus quehaceres antes de que llamara la atención de alguno. Pero por suerte para él, Seth y Hugo estaban tan concentrados el uno en el otro que ninguno pareció reparar en su presencia. 
—No puedes ir en serio —dijo Hugo, sin desviar la mirada. 
—Lo tengo todo bajo control —replicó Seth entre dientes—. No tienes nada de qué preocuparte. Yo me encargaré de todo. 
La voz de Seth sonó nerviosa, tan llena de rabia como su expresión. Sin embargo, sus palabras no parecían encajar con sus acciones. Joric miró a Hugo, atento a su reacción. Sus ojos airados fueron la evidencia de que se le estaba escapando algo; estaba claro que Hugo no le creía, pero no sabía por qué.
Hugo no dijo nada durante unos segundos y, entonces, antes de hacerlo, sonrió con cinismo. Ni se molestó en fingir que no lo estaba haciendo a la fuerza.
—Deshacerte del bebé —espetó. Su tono no reflejó sorpresa, pero sí molestia—. ¿Esa es tu forma de tenerlo todo bajo control? 
¿Del bebé? Joric parpadeó, saltando la mirada entre uno y otro. Tardó solo un par de segundos en sentir cómo se le contraía el estómago. Alicent. Recordó que hacía un año ni siquiera sabía cómo se hacían los bebés, ¿y ahora iba a tener uno? La sola idea le revolvió y quiso creer que no hablaban de ella.  
Seth estrechó los ojos y apretó los labios.
—Eso no es un bebé —replicó, escupiendo cada palabra—. No lo será mientras no nazca, y no lo hará nunca. 
Hugo soltó una risa entre dientes, fría y cargada de veneno. Se deshizo del agarre de su hermano con facilidad, como si tuviera mucho más fuerza que él. Joric se preguntó si el que Seth lo hubiera sujetado y tratado de aquella forma no habría sido todo una escenificación de Hugo, para hacer pensar a su hermano que era más duro de lo que realmente era. De la que se movían Hugo hizo un movimiento con la cabeza en su dirección. Fue mínimo, tan sutil como un trazo a mano alzada, y en ningún momento levantó los ojos para buscarlo, pero eso no le quitó la sensación de que sabía que estaba allí. Pero si estaba en lo cierto, tampoco hizo ni dijo nada para informar a Seth de ello.
—Los no-bebés no se mueven —apuntó, yendo hacia la mesa—. No dan patadas. 
Seth no dijo nada, pero lo siguió con los puños apretados.
A Joric le estaba costando digerir lo que estaba escuchando. Hizo de tripas corazón y, aunque dolía, se obligó a aceptar lo que estaba escuchando. En realidad, tenía sentido. Lo raro era que no hubiera ocurrido antes. Alicent estaba embarazada de Seth. Seth quería matar al niño. Pero, ¿por qué? ¿Por qué no lo quiere? ¿No se suponía que si mantenía a Alicent con él era porque, a su retorcida manera, la quería? ¿No era lo normal terminar formando una familia juntos? 
—Entiendo que no te haga mucha ilusión. —Joric levantó la mirada del suelo. Hugo se había sentado en una silla, mientras Seth estaba de pie frente a él, tal y como solía hacerlo él cuando era Seth quien estaba sentado—. Pero con Eve sucedió exactamente lo mismo, ¿o ya no te acuerdas? A ninguno nos hacía mucha gracia el asunto, pero mira ahora. Con tu hijo podría pasar lo mismo.
—Que yo no tengo ningún hijo, Hugo —dijo Seth, desesperado. 
Hugo se quedó mirando a su hermano. Seth no tardó en tensarse y mirarlo con advertencia.
—No te atreverás.
—No tendría por qué ser yo. Un comentario al azar de cualquiera de los que estamos aquí, o de la propia Alicent si es que un día se conocen, y mamá se aseguraría de que no puedas embarazar a nadie nunca más. No te estoy diciendo nada que no sepas. —Seth se mantuvo impávido y Hugo suspiró, decepcionado—. Pasar tiempo con papá te está arruinando. 
Joric contuvo un jadeo. ¿El padre de los Athan estaba vivo? Frunció el ceño. Aquello no tenía ningún sentido, la muerte de Lord Athan no había sido ninguna mentira de Seth. Era algo que todos en Skyrim sabían. Los miró a ambos, sintiendo como palpitaba su cabeza. Toda esta familia está podrida. 
Seth se giró y comenzó a caminar en dirección a la escalera de la torre. Hugo se levantó con rapidez y lo siguió. Ambos salieron del campo de visión de Joric, pero podía seguir escuchándolos. De pronto los pasos se detuvieron. 
—No permitiré que hagas lo que estás pensando hacer, Seth. Es mi sobrino. Haberlo pensado antes. 
—¿Te crees que no lo hice? —la voz de Seth sonó estrangulada—. Alva le daba un té abortivo cada mañana. No sé cómo ha podido pasar. 
—¿Alicent lo sabía? —preguntó Hugo.
—No vi la necesidad —zanjó Seth, tajante.
—¿Le… le diste un té abortivo a una alquimista? ¿Eres idiota?—preguntó Hugo con tono incrédulo—.  Bueno, eso explica lo de la planta. 
Sonó un bufido, Joric supuso que de Seth. Se volvieron a escuchar pasos alejándose, pero solo un par. La puerta chirrió al abrirse y luego se cerró de un portazo. El par de pasos restante se acercaron a la cocina y Joric sintió que el pulso se le aceleraba. Entonces, tras un breve silencio sepulcral, la puerta que los separaba se abrió de par en par, tan de golpe que le habría dado en el hombro si no fuera porque la esquivó a tiempo.
Hugo estaba de pie frente a él, obstaculizando la salida. Joric retrocedió un par de pasos, con desconfianza. Hugo lo observaba con intensidad y al mismo tiempo pensativo. De la nada bajó una mano a uno de los bolsillos de su pantalón y hurgó en él hasta sacar un anillo. Jugó con él entre sus dedos.
—Joric, Joric, Joric. No sabes lo bien que me viene ahora mismo que hayas estado ahí, escuchando todo. —Tras una breve risa, se frotó los ojos con la mano libre y luego la puso en su cintura, a la vez en que hizo saltar el anillo en el aire para después atraparlo—. ¿Recuerdas lo bien que lo pasábamos jugando a ‘Qué prefieres’?
Joric se relajó un poco antes de asentir. Recordaba haberse reído como nunca mientras jugaban a aquello paseando por Soledad. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? Se negó a echar las cuentas, ya había aprendido que pensar en el pasado solo le traía sufrimiento. 
Hugo puso el anillo frente a su nariz. La joya era una baratija de plata, con el metal tan desgastado que incluso había perdido su brillo natural y ahora se veía medio azulado. Joric apartó los ojos del anillo solo para quedar atrapado por la mirada de Hugo. 
—Vamos, una última partida. ¿Qué me dices? —Hugo no le dio tiempo a responder—. Qué prefieres, Joric, ¿pasar la vida libre pero lejos de Skyrim, sin poder contactar con tu familia nunca más, o continuar pudriéndote en esta torre?
Aquel comienzo le cayó como un jarro de agua fría. Tanto que sintió ganas de pegarle un puñetazo. Solo un imbécil, o alguien increíblemente cruel, podría bromear con algo así. Quiso apretar la mandíbula de pura rabia, pero su boca no le dejó.
—Seguir pudriéndome en esta torre —contestó tal y como le exigía la voluntad de Seth. Empezó a caminar. A buscar a Seth, supuso Joric. A contarle lo que acaba de decir Hugo.
—Eh, espera. Espera, espera… ¡Que esperes! 
Joric no dejó de andar. Avanzó hasta hacer contacto con Hugo y chocó contra él. Hugo maldijo por lo bajo, pero en lugar de apartarse lo contuvo con ambos brazos. Tal y como sospechaba, Hugo era más fuerte de lo que le gustaba aparentar. No le costó ni un poco sujetarlo de un brazo y, aunque su cuerpo forcejeó e intentó zafarse, le consiguió poner el anillo. Entonces, de la nada, Joric sintió como si un muro de hormigón se rompiera en su interior, reventando en miles de pedazos. La sensación fue desgarradora. Cayó sobre sus propias rodillas y se agarró la cabeza, donde el dolor fue más intenso. 
No duró mucho y cuando el dolor se desvaneció, su cuerpo no lo obligó a ponerse en pie e ir en busca de Seth. 
Tardó unos segundos en asimilar lo que estaba pasando. Miró a Hugo, confundido. Soy… ¿Soy libre? Era imposible. Se miró las manos, algo desorientado. Tenía prohibido lesionarse a propósito, así que levantó una de ellas y se pegó un bofetón, seguido de otro más solo por si acaso. Ninguna fuerza invisible le robó el control para impedirlo. Motivado por el éxtasis del momento, intentó pegar un cabezazo contra el suelo, pero Hugo lo sujetó a tiempo y lo obligó a mirarlo. 
—Para. Lesionado no me sirves de nada. No me hagas repetir la pregunta, Joric. 
Joric negó por sí mismo, todavía sin poder creerlo. Se puso en pie lentamente, mientras se hacía a la idea. Podría… Podría pegarle con algo y salir corriendo ahora que puedo. Miró a su alrededor; lo único contundente que había allí era una olla vacía y estaba lejos. Hugo levantó ambas cejas, esperando por su respuesta. 
—Esto…. ¿esto es real? —preguntó, cargado de desconfianza. Hugo asintió—. ¿Dónde está la trampa? 
—Ya lo has oído. Alicent está embarazada, Seth no quiere tener hijos, y a mí me divierte tener un sobrino. Así que te la vas a llevar de esta torre —ordenó con una simpleza que pareció que estaba hablando de algo mucho menos peligroso—. Iréis en dirección al cerro, bordeando la montaña. En un par de días alcanzaréis el límite de los Nacidos del Cielo. Seguid la ladera hasta que veáis un camino que sube entre las rocas. Tenéis que llegar allí. 
Hugo miró a su alrededor hasta que encontró lo que quería, en la esquina de la mesa en la que solía trabajar Seth cuando no le apetecía estar en el salón. Agarró un mapa de toda Skyrim, y tras mojar una pluma en el tintero, dibujó la ruta. Joric aprovechó el rato para pellizcarse y moverse, echando algún que otro vistazo breve a la ruta que el otro chico estaba dibujando. Era raro, se sentía torpe dentro de su propia piel. Tras rodear el destino, escribió en la esquina del mapa un nombre que Joric reconoció. Bruma. Aquello estaba en Cyrodiil. Luego escribió otra palabra. Hoover. De eso último no tenía pistas.  
Cuando Hugo terminó, se volvió hacia él. 
—Pedid a los vigilantes que os lleven a Cyrodill. Cuando lleguéis, dirigíos al condado de Bruma. Antes de llegar a la ciudad encontraréis el viñedo de la familia Hoover. Decid que vais de mi parte y os acogerán. Una vez allí, Joric, tú te encargarás por mí de que el bebé crezca y que lo haga bien. 
Aquella era demasiada información. Todo estaba cambiando demasiado rápido. Joric desvió la mirada hacia el suelo de piedra, agobiado. Se le pasó por la cabeza que pudiera ser todo una trampa de Seth, pero de alguna forma el recuerdo de las expresiones de Hugo mientras discutían lo convencieron de lo contrario. Va en serio. Realmente va en serio. ¿Es que está loco? Si Seth nos pilla…  
—Joric, ¿me estás escuchando? —preguntó Hugo, dándole en la frente con el mapa enrollado. Joric se sobresaltó y asintió, quitándoselo de las manos cuando Hugo se lo tendió. 
—Encontrar el Salón de los Vigilantes, pedir que nos lleven a Cyrodill, ir a Bruma y allí buscar a los Hoover —confirmó—. ¿Y mi familia? —preguntó en el último momento, con una mirada insegura. ¿No los volveré a ver nunca más? Nunca creyó que podría volver a hacerlo, pero también pensó que jamás se libraría del influjo de Seth. 
Hugo suspiró, con una sonrisa cargada de paciencia pero también algo burlona. 
—Tu familia, ¿a la que mi hermano está intentando derrocar? No solo pondrías en riesgo a mi sobrino, Joric, sino también a mi hermano. —Fue una amenaza clara. Joric quiso replicar que lo que ocurriera con Seth le daba igual, pero no era imbécil. Hugo seguía siendo un Athan y saltaba a la visita, por lo que estaban haciendo, que quería a su familia. Sus siguientes palabras solo lo confirmaron todavía más—: Créeme, si le pasara algo a Seth por tu culpa, lo que has vivido en esta torre durante el último año te parecerá un juego de niños. 
Joric no puso en duda aquella amenaza. Bajó la mirada y asintió; la sumisión voluntaria se le hacía incómoda, pero tampoco es que tuviera otra opción. O hacía lo que Hugo quería o se quedaría allí para siempre. Y Alicent también. 
—Lo haré. 
—Pues claro que lo vas a hacer. —Hugo le dio unas palmaditas en la cabeza, como a un perro que se había portado bien. Volvió a hablar, en voz baja y con seriedad—: Me voy a llevar a mi hermano a Morthal. Marchad antes de que Movarth y Laelette despierten, o no lo conseguiréis. Mi caballo os estará esperando al cruzar el puente. 
Dicho eso, Hugo se fue, dejando a Joric a solas consigo mismo por primera vez en mucho tiempo. El chico miró sus pies y sus brazos. Debía tener un aspecto lamentable, pero no tenía tiempo para arreglarlo. Tenía que ponerse en marcha cuanto antes. 
Subió corriendo los escalones de la torre hasta la habitación de Seth y Alicent, y solo se detuvo cuando estuvo a la puerta. Su mano se agarrotó alrededor de la llave, temiendo lo que podría encontrar dentro. No había vuelto a ver a Alicent desde que Seth lo utilizó para manipularla, y de aquello habían pasado meses. Bastantes. 
Tienes que darte prisa, se increpó. No habrá otra oportunidad. 
Giró la llave y abrió la puerta. La buscó con la mirada, pero no la vio hasta que Alicent se incorporó con cuidado sobre la cama. Estaba… diferente. Más mayor, y también más desmejorada. Pero aun con la cara hinchada y la expresión agotada, la encontró guapa. O quizá solo lo pensaba porque hacía mucho que no la veía.
—¿Joric? —preguntó ella, confundida. 
Alicent clavó los ojos tras él y su mirada se tiñó de ansiedad. Joric se volvió rápidamente, temiendo encontrar a Seth. Pero allí no estaba Seth, solo él y la puerta abierta. Volvió a mirar a Alicent, sintiendo como se le revolvía el estómago. Era la puerta lo que la tenía así. Aquello solo lo incitó a seguir adelante con el plan de Hugo.
—Alicent —dijo con urgencia—. Debemos irnos. 
Alicent lo miró desde la cama, sin moverse. Ladeó la cabeza, como si no entendiera lo que acababa de decir.
—¿Seth te ha pedido que me lleves a alguna parte? —lo mirlo de pies a cabeza, estudiando su aspecto. Joric vestía harapos y para esas horas ya estaba bastante sucio, tras haber limpiado media torre— ¿Estás… bien?
Joric sintió un nudo en su garganta. Caminó hasta el centro de la habitación, saltó el semimuro y abrió el armario ante la mirada confundida de Alicent. Empezó a pasar vestidos, uno tras otro, sin dar crédito a lo que veía. Demasiada tela cara, pero que no era nada práctica. No al menos para una huida. 
Lo cerró y fue hasta otro armario. Lo abrió, viendo la ropa de hombre. Era el de Seth. 
Alguien lo cogió de un brazo y él giró la cabeza como un resorte hacia el culpable. Alicent estaba a su lado, extremadamente nerviosa. Supuso que ya había deducido que no estaba allí por orden de Seth.
—Joric, tienes que irte. Si te ve aquí, si me ve contigo sin que te lo haya pedido… se va a enfadar muchísimo —tartamudeó, con los ojos inundados de miedo.
—Todo es mentira, Alicent —espetó, estresado—. Todo lo que te dije la última vez que te vi. —Alicent le soltó el brazo y retrocedió un paso—. Llevo viviendo en esta torre desde que desaparecí. Seth nunca me rescató; él fue quien me metió aquí. Y tu madre nunca recibió la carta que escribiste. 
Sabía que estaba siendo brusco, pero necesitaba aclararlo todo cuanto antes. No tenían tiempo que perder. 
—Estás… Estás diciendo tonterías, Joric. Te habrás perdido perdido y estás desorientado —dijo torpemente. Joric la miró con lástima; la apariencia podría ser más adulta, pero por dentro parecía haber retrocedido. Como una niña pequeña incapaz de ver la verdad más allá de la palabra de sus padres—. Sí, eso tiene que ser —asintió ella, tratando de autoconvencerse—. Tienes que esperarlo abajo. Seguro que él te ayuda cuando vuelva. 
Joric la miró con lástima, pero sin vacilación. Cogió dos capas, una para ella y otra para él y cerró el armario. Podía escuchar la respiración de Alicent a su lado, cada vez más ansiosa. Incluso la escuchó ahogar un jadeo antes de hablar.
—Joric, vete, por favor —rogó con un hilo de voz— Estoy… estoy embarazada. Y no sabes cómo es cuando se enfada… 
La volvió a mirar, en silencio, brevemente. Quizá había sido demasiado duro juzgándola. Quizá ella solo hacía lo necesario para sobrevivir. Independientemente de la opción que fuera, él no tenía tiempo para sutilezas, ni para discursos. Ya había intentado eso una vez y no había servido de nada. No estaba dispuesto a permitir que su falta de carisma los volviera a condenar a ambos. 
Lanzó las capas sobre una silla cercana, mientras miraba a su alrededor. De todas las cosas que se le vinieron a la cabeza como una opción, el frutero sobre la mesa del desayuno le pareció la menos lesiva. El miedo de matarla sin querer tensaba sus músculos, pero eso no lo echó atrás. Caminó hasta él, con Alicent siguiendo sus pasos. Al llegar a la mesa lo cogió entre sus manos, sin vaciarlo, y lo levantó.
—Lo siento mucho, Ali —masculló, antes de girarse.
—¿Qué…?
Entonces lo estrelló contra un lado de la cabeza de Alicent, quien cerró los ojos tras mirarlo una última vez, asustada y confundida, pero sin ningún resquicio de desconfianza, como si en ningún momento hubiera esperado que él la pudiera atacar.
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loshijosdebal · 1 year ago
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Capítulo XXIX: El huésped
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Alicent suspiró, sentada en la balaustrada del balcón. Sostenía su tripa con gesto distraído, mirando hacia el jardín. Su espalda estaba apoyada contra el muro, y su sien, dejada caer sobre la barrera mágica que antaño había impedido su salto hacia la libertad.
Para, se reprochó mentalmente. Deja de pensar así. Si no fuera por Seth...
Si no fuera por Seth, ¿qué? se autodiscutió. Últimamente lo hacía más que de costumbre.
Si no fuera por Seth, estarías completamente sola.
Alicent sorbió su nariz, sintiendo el frío del otoño colarse por su garganta. Todavía no nevaba, pero no tardaría demasiado en hacerlo. Pronto las pocas flores que adornaban el jardín desaparecerían durante meses, bajo montañas y montañas de nieve. Aunque se lamentó por las vistas, no pudo evitar sentir una pizca de placer cínico porque nadie más pudiera disfrutar del jardín. No había vuelto a pisarlo desde que llegó, y de eso habían pasado ya muchos meses. Tantos, que hacía más de un mes que había sido el festival de la bruma. Desde el balcón había logrado ver, a través de las incipientes brumas, la luz de las hogueras. Ese año ni se molestó en dedicar un rezo a Magnus. Estaba claro que el aedra la había olvidado hacía tiempo.
Los ojos se le cerraron solos, al mismo tiempo en que bostezó. A pesar de que no había hecho gran cosa esa mañana, se sentía agotada. Lo único de lo que se había encargado era de preparar las pociones que Seth le pidió, limpiar la habitación, y comer a duras penas. Se obligó a abrirlos y sorbió de nuevo sus mocos. Hacía ya varios días que sentía la nariz cargada, y eso la frustraba bastante. Ahora que por fin se me ha pasado el dolor de estómago, me resfrío. Aquello era ridículo. Alicent apartó las manos de su barriga y las levantó, apuntándose con ellas. Las miró unos segundos, con gesto concentrado, tal y como le había enseñado de Seth. De pronto, dos espirales de energía dorada serpentearon alrededor de su cuerpo, haciendo que se sintiera un poco mejor. Se extinguieron solo unos segundos más tarde.
Seth le había explicado que eso pasaba porque no tenía demasiado maná, que era la energía que permitía la magia, y que en unas personas era más fuerte que en otras. Se culpaba a menudo por eso, sobre todo en ese momento, en que tuvo que empezar a respirar por la boca cuando su nariz volvió a estar completamente taponada. Si tuviera más maná, no estaría resultando tan cargante. Nunca había sido una persona propensa a la enfermedad, pero desde que estaba en la torre era como si su cuerpo hubiera decidido demostrar cuán inútil podía llegar a ser.
Un movimiento en las aguas llamó su atención. Desde allí podía ver el puente formarse cuando alguien accedía al islote. No tardó en reconocer la figura de Seth cruzando las piedras con decisión. Su corazón se aceleró, como lo hiciera antaño ante la expectativa de pasar la tarde con él, aunque ahora la emoción que dominaba sus nervios era muy diferente. Seth no solía estar allí por las tardes, pero a veces volvía antes de tiempo. Y podían pasar varias cosas; que tuviera asuntos en el castillo, en cuyo caso o tardaba en subir o subía pero la ignoraba, o que algo se hubiera torcido. Alicent rezó porque fuera lo primero, ya que cuando Seth estaba de mal humor los días eran especialmente horribles. Una vez más, se reprochó por pensar cosas tan feas de él. Seth tiene razón, siempre me quedo con lo malo. A veces, de vez en cuando, también me trata bien, se dijo. Aunque la frecuencia con la que pasaba una y otra cosa no estaba balanceada en absoluto.
Se levantó de un salto y corrió hacia el armario. Aunque a Seth no le gustaba que pasara el día día en pijama, evitaba arreglarse cuando estaba sola y se cambiaba cuando se acercaba la hora de que él volviera, para que la viera presentable. Los vestidos que Seth le había regalado podrían ser los más bonitos que había tenido y usado nunca, pero también los más incómodos. La ropa de diario era demasiado molesta como para usarla cuando nadie la veía. Por más que evitara pensar en ello, echaba de menos sus vestidos. Al menos con ellos podía agacharme si se me caía algo al suelo.
Intentó ponerse el mismo vestido que se había puesto unas semanas atrás. Seth había preguntado por él el día anterior, y a esas alturas Alicent ya lo conocía lo suficiente como para saber que si lo había dicho, era porque quería verla con él puesto. Si tenía que elegir, prefería tenerlo contento. Así todo era mucho más fácil. Sin embargo, el vestido no parecía estar tan dispuesto como ella en contentar a Seth; el corset ya no le apretaba como antes, directamente ya no le abrochaba.
Se miró al espejo con frustración y echó todo el aire que pudo para intentarlo de nuevo, pero no hubo forma. Horrorizada, escuchó el chasquido de la llave abriendo la puerta y maldijo para sus adentros. Las manos le temblaron al intentar cerrar el corset una vez más, sin éxito. Se lanzó a sí misma una mirada de reproche. Soy una glotona estúpida, no debería haber comido tanto estos días. Desde que el malestar estomacal había remitido había empezado a comer un poco más y también había dejado de vomitar. Como consecuencia, había subido de peso.
—¿Otra vez estabas en pijama pasada la mañana? —Seth caminó hasta quedar tras ella y la miró a través del espejo—. Vuelves a tener mala cara.
—Estoy un poco cansada, creo que he cogido un catarro —se justificó.
Seth echó aire por la nariz con fuerza, con un bufido que expresaba hartazgo. La sujetó de la cintura para girarla entre sus brazos y la besó hasta que se aburrió. Al separarse la volvió a girar, dejándola de cara al espejo. Alicent miró su reflejo, apenada. Ni siquiera se había podido peinar bien. Apretó los labios, notando un nudo comenzando a formarse en su garganta. Seth la soltó y llevó las manos al cierre de su vestido.
—Coge aire —ordenó.
Alicent lo hizo con pena y Seth consiguió cerrar por fin el vestido, a la fuerza. Estaba tan apretado que le hacía daño. Aun así, no se quejó. Él sonrió en el reflejo, pero en lugar de devolverle la sonrisa, bajó la mirada, abochornada por la situación.
—Vamos Ali, sigues estando guapa, aunque hayas cogido unos kilos.
Alzó los ojos y se miró al espejo. Su labio tembló y sus ojos se empañaron. Ahora que Seth lo había dicho, se le hizo más obvio lo mucho que había engordado. Alicent ya lo sabía, pero escucharlo de sus labios lo hizo todavía más real. Su cara se tiñó de rojo por las vergüenza. Se sentía como un bufón, en vez de como una princesa, que era como debería verse así vestida. Alicent giró la cabeza para mirarlo, impotente. Seth estaba impoluto, aunque se había pasado el día ocupado en asuntos importantes. Ella no tenía otra cosa que hacer que mantenerse bonita para él, y ni eso podía hacer.
—Venga, ¿a qué viene esa cara? —preguntó Seth.
—Lo siento —musitó tras unos segundos.
Seth soltó un suspiro largo, la tomó por las caderas y la volteó de nuevo. Pegó la frente a la suya y la miró con intensidad. Alicent comprendió que pretendía crear un momento íntimo, pero, con lo incómoda que se sentía en el vestido y en su propia piel, no fue capaz de dejarse llevar. La frustración llegó a su cúspide y, por más que intentó evitarlo, rompió a llorar con desesperanza.
Seth alzó ambas cejas pero no dijo nada. Alicent se cubrió la cara con las manos y empezó a disculparse entre sollozos. Pasó un rato hasta que Seth la abrazó contra sí, tras suspirar.
—Ea, ea. Ya está. —Pero Alicent no se calmó. —¿Puedo hacer algo para que te tranquilices? Traerte un collar, o un...
Aquel ofrecimiento la consiguió sacar de su desesperación. Levantó los ojos y no se pudo resistir al impulso de pedir lo que llevaba tiempo deseando.
—¿Podemos salir...? —preguntó, haciendo un puchero. Seth parpadeó, sorprendido.
—¿Salir? —repitió, como si no pudiera creer que ella hubiera propuesto eso—. ¿A dónde?
—Al jardín. Hace tiempo que no paseo bajo la luz de Magnus, lo echo de menos.
Seth no parecía muy convencido.
—¿Para qué? El balcón es amplio —replicó. Los hombros de Alicent se hundieron.
—Lo sé, pero... —se detuvo un solo instante, pensando con rapidez—. Creo que es porque no me muevo lo suficiente —dijo de pronto, sorprendiendo a ambos—, el que haya engordado —aclaró, avergonzada—. Además... —su tono cambió a uno cargado de nostalgia—, a veces no puedo evitar pensar que vivo en una jaula, encerrada todo el día.
Seth estrechó los ojos. Por la forma en la que la miró, Alicent supo que se había dado cuenta de que aquello, a diferencia de lo primero, no había salido de la nada, sino que era algo que llevaba ya un tiempo pensando.
—Eso tiene sentido —dijo Seth, pasados unos segundos. Alicent lo miró confundida—. Porque eres mi pajarito —añadió.
Aquello la sorprendió tanto que, por un momento, olvidó lo mal que se sentía.
—¿Tu pajarito? —repitió, con la voz temblando. El apodo le sonó demasiado bonito para alguien como ella.
Seth sonrió e hizo el amago de besarla en los labios. Alicent entreabrió los suyos, esperando. Entonces Seth se detuvo y frunció el ceño, al mismo tiempo en que miraba hacia la entrada de la habitación.
—No fastidies —se quejó, con un tono que nació del pecho, que no sonó tan controlado y adulto como de costumbre.
De pronto, alguien llamó a la puerta. Antes de que ninguno pudiera hacer nada, esta se abrió desde fuera y entró un chico que debía rondar la misma edad que Seth. Se parecía bastante a él, aunque al mismo tiempo no lo hacía en nada. El chico tenía sus mismos rasgos, pero su piel era más morena, como si se pasara el día bajo el sol, y sus ojos no eran tan afilados como los de Seth, sino un poco más grandes y alegres. Alicent miró de reojo a Seth. Tenía el ceño fruncido y la mirada cargada de reproche.
—No sabía que vendrías —recriminó este.
—Era el plan —replicó el desconocido, sonriendo con burla. Seth bufó.
—Has sido esquivo. Más que de costumbre.
—Eso, o tú estabas demasiado ocupado con tu pajarito como para leer las señales.
Seth frunció el ceño y lo miró en silencio. Entonces puso una mano en la parte baja de su espalda y la hizo dar un paso hacia adelante.
—Alicent, este es Hugo. Mi hermano.
Alicent abrió los ojos con sorpresa. Claro. Por eso se parecían tanto.
—¿Así es como me presentas? —se quejó Hugo. En ese momento puso una expresión de completa molestia, y por un momento Alicent vio a Seth. Incluso con un color de pelo y mirada distintos, eran idénticos.
—¿En serio? —se quejó Seth.
Hugo lo ignoró, se acercó a Alicent y besó una de sus manos.
—Así que tú eres la muchacha que le quita el sueño a mi hermano.
Alicent miró a Seth otra vez de reojo, para asegurarse de que no estaba enfadado. Lo estaba, aunque no con ella. Atravesaba a su hermano con la mirada y sus labios estaban torcidos en un mohín disgustado. Hugo por su parte la miraba a ella de la misma forma en la que Alicent siempre quiso que Seth la mirara; como si no existiera nadie más, ni en la habitación ni en el mundo. Su mirada era tan intensa que le empezó a costar respirar todavía más. Se puso roja, y Hugo rió entre dientes.
—Eres un encanto.
Seth apoyó una mano en su hombro, obligándola a retroceder, y se interpuso entre ambos.
—¿Qué tal por Soledad? —preguntó Seth, con sequedad.
La sonrisa de Hugo se amplió, con un matiz que Alicent no consiguió interpretar.
—¿Por qué no vas tú mismo y lo averiguas?
—Ahora mismo no tengo suficiente paciencia para ir y lidiar con mamá —admitió Seth, cruzando los brazos sobre su pecho.
Alicent no pudo evitar sentir que estaba de más. Los miró a ambos, intentando no molestar. Seth y Hugo se miraron en un silencio breve. Entonces Hugo sonrió socarrón y Seth resopló, irritado. Aquello era como las conversaciones silenciosas que solía ver entre Idgrod y Joric.
—Tengo que reconocer que la idea de la torre ha terminado siendo un éxito —dijo Hugo, cambiando de tema mientras miraba a su alrededor—, y eso que no hubiera dado ni un septim por ti. ¿Te gusta vivir aquí, Ali? —preguntó, mirándola. Una vez más, había un algo indescifrable en su sonrisa
Miró hacia Seth, que la veía con la expresión en blanco, pero notablemente tenso. Alicent asintió con timidez y se quedó mirando al suelo. Seth la interrumpió antes de que pudiera abrir la boca.
—Volviendo a mamá, ¿sigue con ese tipo? —preguntó con un tono y una expresión de asco.
—Y parece que van en serio. Se está quedando una temporada en casa. —Hugo sonrió de par en par—. Yo hasta lo llamo papá.
—Eres increíble —bufó Seth—. ¿Cómo puedes aceptarlo sin más?
Hugo rodó los ojos y se acercó a una estantería repleta de libros. Se entretuvo un rato sacándolos un poco del sitio para volver a colocarlos al instante.
—Deberías agradecerme lo que hago por ti. Soy lo único que impide que mamá se presente aquí para ver en qué andas metido.
—Sí, seguro que eres lo único —replicó con resentimiento.
Alicent lo miró preocupada, sabía lo mucho que le afectaba aquel tema que, en aquellos meses, había descubierto que tenían en común. Las madres de ambos los habían dejado de lado por estar con otro hombre.
Hugo sonrió de una manera extraña, con sus ojos brillando con una malicia que a Alicent le sorprendió.
—Si no quieres dar las gracias por lo de mamá, quizá quieras hacerlo por lo de Eve. Si no fuera porque la tengo entretenida, no tardarías demasiado en tenerla por aquí correteando y toqueteando todo. Sé agradecido o eso podría cambiar.
Seth apretó los labios y lo miró con rabia.
—Toqueteando todo como tú, ¿no? —espetó, antes de guardar silencio durante unos segundos—. Gracias —siseó por fin, contra su voluntad, mientras Hugo levantaba las cejas con sorpresa, como si no se creyera haberlo conseguido.
Alicent también lo miró sorprendida. Esa era la primera vez que veía a Seth rendirse ante lo que quería alguien más. Seth suspiró de pronto.
—Lo último que necesito ahora mismo es a un niño pequeño a mi alrededor. —De pronto Seth miró a Hugo con el ceño fruncido—. ¿Qué ha sido eso?
Hugo se encogió de hombros.
—No sé de qué me hablas.
Seth empezó a caminar hacia él, pero Hugo echó a correr, huyendo. Seth corrió tras él. Estuvieron así, persiguiéndose por un rato. Si no fuera porque Seth parecía realmente enfadado, pensaría que estaban jugando. La risa de Hugo cada vez que daba una zancada rápida en el último momento, alejándose de nuevo de Seth cuando estaba a punto de atraparlo, solo se lo confirmaba más. Cuando por fin se detuvieron, ambos estaban jadeando.
—¿Entonces Eve va a venir? —preguntó Seth, cuando Hugo se desplomó sobre la cama. Él se apoyó contra una estantería.
—Que no —espetó Hugo, dando bocanadas rápidas de aire.
—¿Entonces...? —Seth miró a Hugo con horror—. Dime que mamá no está embarazada. Hugo —su voz sonó desesperada e infantil como no lo había hecho hasta entonces— ¡Responde!
Pero en lugar de hacerlo, Hugo apoyó los codos sobre el colchón y se incorporó lo suficiente como para poder mirarlos a ambos a la vez antes de sonreír de una forma particular, con una malicia teñida de travesura.
—¿Te importa si me quedo aquí un tiempo? —preguntó Hugo.
—No.
—Estupendo, porque...
—Digo que no —cortó Seth, entrecerrando los ojos—. No te quedarás aquí.
Hugo rodó los ojos al mismo tiempo en que dejaba caer la cabeza hacia un lado.
—No te pregunto si puedo, te pregunto si te importa.
—¡Eres un...!
Seth no pudo terminar, porque Alicent de repente se encogió sobre sí y gritó de asombro al sentir algo verdaderamente extraño. Se llevó ambas manos a la tripa y levantó la mirada lentamente, demasiado asustada como para avergonzarse por estar siendo el centro de atención. Seth la miró con ambas cejas alzadas y cara de poca paciencia.
—¿Y a ti qué te pasa ahora? —preguntó, seco, con malas formas.
Alicent lo miró, sin saber cómo explicar lo que acababa de sentir.
—Seth... —empezó, asustada—. Acabo de sentir algo dentro... moviéndose...
Bajó la mirada a su tripa, donde había colocado ambas manos. Hugo rompió a reír. Cuando alzó la mirada, Seth estaba lívido y miraba a Hugo con advertencia.
—Ni se te ocurra... —siseó.
Pero Hugo hizo caso omiso.
—Alicent, es normal. ¿Es que todavía no te has dado cuenta? Estás embarazada. 
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loshijosdebal · 1 year ago
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Capítulo XXVIII: La respuesta de Lami
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Alicent salió de la bañera cuando escuchó el sonido de la llave bloqueando la puerta. Alva había entrado en el cuarto poco después de que Seth se marchara, como cada mañana. Como ya era habitual, se llevó la bandeja con los restos del desayuno y dejó una copa con una infusión de hierbas sobre la mesa del dormitorio. Tómate esto, había dicho el primer día. Después de aquella orden no había vuelto a dirigirle la palabra y Alicent lo prefería así. Había algo en sus ojos, una mezcla entre repulsión y resentimiento, que a parte de no comprender hacía que se sintiera insegura como nunca a su lado, aunque también estaba el hecho de que ahora sabía que era un vampiro. De todos modos, era algo confuso, ya que aunque no tenía ni idea de qué había hecho para enfadar tanto a Alva, si alguien tenía motivos para cabrearse, esa era ella. 
Alicent saltó por encima del semimuro de piedra que separaba el vestidor del dormitorio. Aunque aquella planta era tan amplia como cuatro veces su casa, para esas alturas Alicent ya había descubierto cualquier recobeco de la sala, y estaba harta de tener que rodear el círculo exterior para poder acceder a la habitación. Cogió la taza de té, que todavía humeaba, de encima de la mesa auxiliar que había junto a la cama. Seth y ella siempre desayunaban allí. 
Seth. Alicent apretó la copa entre las manos. Cada mañana, Seth subía una bandeja con el desayuno y la dejaba sobre la mesa junto a la cama. La obligaba a esperarlo allí, desnuda, postrada sobre el colchón como una muñeca que espera a que su dueño vuelva a su lado. También subía una bandeja con la cena por las noches, cuando regresaba de a saber dónde. Ella por su parte cada vez comía menos, aunque se moría de hambre. A pesar de que el olor de todo lo que él traía le abría el apetito, la culpa que sentía al pensar que estaba pagando la comida y el techo con su cuerpo le cerraba el estómago y no era capaz de dar más de un par de bocados por comida. 
Miró hacia las mantas, todavía revueltas tras la despedida de Seth. Los recuerdos se volvieron tan vívidos que se quedó paralizada durante casi un minuto. Fue el olor a belladama infusionada lo que la trajo de vuelta. Alicent volvió en sí dando una bocanada de aire, sintiendo húmedas las mejillas aunque no era consciente de haber roto a llorar. Se estremeció y sacudió la cabeza, enfadada consigo misma; congelarse no la ayudaba de nada, todo lo contrario. Necesitaba ser consciente de todo lo que le hacía Seth, para no vacilar con respecto a sus pensamientos sobre él. 
Vació el té en la misma maceta de siempre. La planta de dicha maceta era alta y verde cuando Alicent llegó a Myr, pero con el paso de las semanas se había ido marchitando. Dejó la taza vacía sobre la mesilla de noche y fue hacia el balcón, limpiándose las lágrimas con impaciencia. 
No entendía por qué la intentaban envenenar. Si era cosa de Seth, ¿por qué simplemente no la encerraba en una celda en lugar de enviar a Alva con un té envenenado? O si tanto quería matarla, ¿por qué no hacerlo de una vez por todas, en lugar de usar un método tan lento? La belladama era una flor potencialmente venenosa cuando se combinaba con otros ingredientes, capaz de acabar con una persona de forma lenta y dolorosa. Pero, ¿realmente era cosa de Seth o Alva estaba actuando por cuenta propia? Alva compraba belladama con cierta frecuencia en la tienda de su madre, y Lami se la servía siempre con tanta discreción que eso había picado la curiosidad de Alicent, motivando que investigara sobre aquel ingrediente. Las muertes por consumo de belladama eran lentas y poco agradables. La piel se empezaba a descamar y luego llegaban las llagas. Y eso solo era el principio. Si Alicent hubiera tomado los tés, sería solo cuestión de tiempo que quedara calva y con la piel en carne viva, hasta terminar ahogada en su propio vómito cuando no tuviera ya fuerzas ni para moverse. Aquello era una opción peor incluso que morir desangrada lentamente por vampiros. 
Se olvidó de Alva, del té, y de que intentaban asesinarla en cuanto abrió las puertas del balcón y escuchó las voces que subían desde el jardín. Se asomó y, desde lo alto, reconoció a Joric peleando espada contra espada con Seth. 
Los ojos se le llenaron otra vez de lágrimas al mismo tiempo en que jadeó emocionada. No se lo merecía, pero Joric había vuelto para rescatarla. Alicent apretó los dedos contra el pasamanos de piedra del balcón y se inclinó hacia adelante. El corazón le dio un giro cuando Joric consiguió desarmar a Seth tras varios movimientos certeros, pero no tardó en encogerse cuando su amigo no solo no dio el golpe de gracia a Seth, sino que también bajó la espalda y esperó a que recuperara la suya. Luego hizo varios movimientos lentos en el aire, mientras parecía explicar algo. Están entrenando. 
Retrocedió y volvió a entrar en la habitación, sintiéndose estúpida. ¿Qué esperaba? Ya habían pasado ocho noches desde que se habían reencontrado. Si alguien la hubiera querido rescatar, ya lo habría hecho. Además, lo que había escrito en la nota que le dio tampoco daba motivos para ello. Además, Joric no estaba de su lado, o al menos no tanto como antes. Debió haberlo sabido desde el principio. Con lo mal que se llevaban, Seth no le habría dejado verla si no supiera que podía contar con su apoyo.
Alicent giró a la derecha y esquivó el biombo que separaba el baño de la zona de pociones, decidida a hacer algo, lo que fuera, para evitar volverse loca mientras esperaba a que subieran. Hacía una semana y un día, el mismo día en que intentó quitarse la vida, que Joric los había visitado en la torre. La alegría por verlo duró poco; Alicent no podía imaginar lo que debió haber vivido durante el secuestro de los nigromantes, pero desde luego no era el mismo que antes. Estaba más apagado, casi sin vida. Mecánico incluso. Sin embargo, podía entenderlo. Ella tampoco volvería a ser nunca la misma después de todo lo que le había tocado vivir. Por ahora, con volver a Morthal se conformaba. Y si Joric estaba en Myr, quizá traía la respuesta a sus súplicas. 
Le había pedido a Joric que le entregara una nota a su madre en su nombre. Como fue algo improvisado, no le llevó mucho tiempo escribirla. Todavía recordaba de memoria lo que había escrito en el papel doblado que le dio a Joric: “Mamá, quiero volver a casa. Te echo de menos. Alicent”. A Seth no le había gustado su atrevimiento, pero no pudo hacer nada por impedirlo.
Alicent cogió un tarro y se acercó a una ventana para examinarlo a la luz del día. Concentrarse en la tarea de hacer pociones le costó un buen rato, incapaz de dejar de dar vueltas a su situación. ¿Cómo saber si podía o no confiar en Joric? A fin de cuentas, la última vez que se habían visto en Morthal las cosas habían ido fatal. ¿Y si piensa que merezco esto? Sorbió su nariz y se prohibió parpadear más de lo estrictamente necesario, negándose a seguir llorando. La mezcla de raíz trepadora y ectoplasma que había preparado hacía unos días parecía ir bien. En solo dos días más, serviría como base para unas cuantas pociones para restaurar magia. Hasta donde Alicent sabía, la magia era como el aguante; cada persona tenía una capacidad y esta se iba agotando si se utilizaba de forma intensa y sin descanso. Hacía tres noches que Seth había hecho instalar un pequeño puesto de alquimia solo para ella, para que pudiera practicar, o eso había dicho él. Pero Alicent no era tonta o, al menos, no lo era tanto como cuando llegó. Sabía que a su madre no le temblaba el pulso a la hora de vetar a clientes de la tienda, y Alicent había notado que la reserva de pociones mágicas de Seth había ido menguando, tanto que ya habían desaparecido incluso las pociones que el brujo tenía repartidas por el cuarto como decoración. 
Apretó los labios mientras devolvía el tarro con la mezcla a su sitio. Quizá por eso le daba la belladona en pequeñas dosis, para poder reabastecerse bien antes de acabar con ella. No. Basta de pensar esas cosas. Cuando Joric suba, me iré con él.  Decidió hacer algunas pociones de reforzar magia mientras esperaba. Si la anterior mezcla servía para regenerar magia cuando un mago ya había consumido toda su energía mágica, esta  nueva mezcla hacía que el mago tuviera más energía mágica de base. Echó un puñado de uvas de jazbay al mortero y empezó a molerlas con ganas. Pero ¿y si me ha traicionado? ¿Y si no le ha dado la nota a mamá? 
Pagó la frustración con las uvas, las cuales machacó con ahínco hasta formar un puré. ¿Qué va a ser de mí si tengo que seguir viviendo aquí? ¿Cuánto aguantaré con vida? Limpió con rapidez una lágrima rebelde y suspiró. Debía dejar de pensar en ello cuanto antes. Joric y Seth podían subir en cualquier momento y Alicent no se podía permitir estar con los nervios a flor de piel. Cuando estaba así no era capaz de pensar con claridad, era todo emoción. Pero si tengo que seguir aquí, ¿cuánto aguantaré con vida? Dejó el mortero a un lado y buscó las aletas de carpa entre todos los tarros que Seth había conseguido. Alicent no sabía de dónde habría sacado todo aquello de un día para otro, allí había ingredientes que no tenían ni en la tienda. Su mirada se detuvo en uno en concreto. Aletas de perca. Alicent cogió el tarro y lo abrió, mirando las colas de pez secas, recordando el día en que casi envenenó sin querer a Falion con ellas. ¿Y si…? Podría camuflar el veneno entre las demás pociones. 
Basta. Una vez más, se obligó a concentrarse en las pociones y a evadirse de su situación. No podía estar pensando en envenenar a alguien, eso no estaba bien. Cerró el tarro de aletas de perca y lo alejó de sí, para coger el de carpa y añadir la proporción necesaria a las uvas de jazbay. Aquella mezcla no necesitaba de reposo, así que para cuando Seth y Joric quisieron entrar, Alicent estaba terminando de embotellar las ocho pociones para las que había dado la mezcla. 
—Alicent —llamó Seth—. Joric ha vuelto de visita. Quería verte antes de regresar a Morthal.
La atraparon con la guardia baja, cuando ya había logrado concentrarse. Alicent dejó un par de pociones sin taponar y se dirigió a ellos, para recibirlos.  Ambos estaban desgarbados y sudorosos por el entrenamiento. Primero besó a Seth en la mejilla, para tenerlo contento; la última vez se había molestado cuando ella saludó a Joric y no a él. Luego se detuvo frente a Joric y lo abrazó con fuerza, cerrando los ojos y escondiendo la cara en uno de sus hombros. Podría haber cambiado, pero seguía vivo. No como Laelette y Alva. Esperaba que Joric la abrazara también, que la envolviera con sus brazos. O al menos que le diera una palmada en la espalda, como solía hacer Benor, a quien el contacto físico tendía a ponerlo bastante incómodo. Pero Joric no hizo nada, solo se quedó allí de pie, tieso como un palo, como un mal presagio que confirmaba sus sospechas de que Joric ahora era más afín a Seth que a ella. Alicent se separó a los pocos segundos y lo miró.
—¿Cómo estás? —preguntó, solo para tantearlo. Joric la miró con la expresión en blanco.
—Preferiría no tener que estar haciendo esto —confesó él. Alicent frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
Joric respiró hondo y miró a Seth. Este estaba tenso y asintió, como dando ánimos a Joric. Seth lo sabe.
—Le di la nota a tu madre. 
Los ojos de Alicent se volvieron a aguar, ante la repentina certeza de que su encierro en la torre no terminaría esa tarde. 
—¿Y qué… ? ¿Qué te dijo? —preguntó. Joric apretó los labios y bajó la mirada al suelo, tardando en contestar—. Habla, Joric —espetó con impaciencia. 
Joric suspiró.
—No puedes volver a casa, Alicent.
—¿Le pediste volver a casa? —Seth la miró con reproche antes de rodar los ojos mientras bufaba, como si no se lo pudiera creer. 
Alicent se encogió un poco sobre sí, consciente de que en cuanto Joric se fuera tendría que enfrentar a Seth. Tomó aire y volvió a mirar a Joric, con los ojos vidriosos pero cargados de sospecha. Tiene que estar mintiendo, mamá nunca me dejaría sola. 
—Pero… —susurró, con la voz llorosa—, ¿por qué?
Por primera vez desde que se reencontraron, Alicent fue capaz de atisbar en sus ojos algo del antiguo Joric. La miró con tanta lástima que se lo creyó. Alguien que te miraba así no podía estar mintiendo, no podía lastimarte a propósito. Pero, de repente, la mirada de Joric se volvió a vaciar de emociones.
—Cuando le di tu nota, Lami dijo que no sabía en qué estabas pensando. Que cómo habías podido ser tan descerebrada y egoísta, dejando Morthal para venir aquí con un completo extraño. 
—Perdona, ¿un extraño? —preguntó Seth, ofendido. Alicent y Joric lo ignoraron.
—Los nigromantes iban a atacar, e Idgrod y tú… —se defendió Alicent entre balbuceos. Si pudiera ir ella a Morthal, todo sería más fácil. Se lo explicaría a su madre, ella lo entendería, y…
La expresión de Joric se endureció.
—Sí, dije que te habías ido por eso. Aquello la confundió todavía más: ¿Cómo sabías que esa noche sería el ataque? —dejó la pregunta en el aire y negó con la cabeza. A Alicent se le encogió el corazón—. Aunque eso no importa. Lo que importa es que lo sabías y no avisaste. No solo no te quiere en casa, sino que no quiere saber nada de ti nunca más. Ahora Virkmund y Thonnir viven con ella, y… 
Alicent se tapó los oídos con las manos. Había empezado a temblar, sin querer dar crédito a lo que estaba escuchando. 
—¡No es verdad! —acusó, convencida de que aquello tenía que ser cosa de Seth. Alicent cerró también los ojos. No quería oírlo, ni verlo. No quería saber nada de él. Era tan horrible como Seth, mintiendo con esas cosas tan terribles—. ¡CÁLLATE! ¡ERES UN MENTIROSO! 
Joric esperó en silencio a que ella callara para seguir hablando. 
—Robaste la empuñadura, Alicent. —Su voz se superpuso por encima de sus manos, como si no pudiera huir de ella.
Alicent abrió de nuevo los ojos, de golpe y atónita, como si algo la hubiera golpeado. La conciencia de sus acciones. Sabía que atacarían y no dije nada. Aunque la empuñadura había desaparecido horas antes que ella, Lami no tenía forma de saberlo. 
—Mamá cree que los traicioné —adivinó en un susurro.
Joric no dijo nada, pero tampoco hizo falta. Su silencio fue más que suficiente. Alicent hizo el amago de darles la espalda cuando la voz de Seth la detuvo.
—Deberías escuchar el resto, Ali —dijo con un tono extrañamente cauteloso. 
Alicent lo miró con desconfianza y volvió la vista a Joric. Por su cara, anticipó que lo que iba a decir no era nada bueno.
—¿Qué? —preguntó, cansada. Fuera lo que fuese, en realidad no quería escucharlo.  
—Te ha denunciado —dijo Joric, sin hacerse de rogar.
Alicent parpadeó, confundida.
—¿Cómo?
—Por lo de la empuñadura. Descubrir que ya no estaba fue el colmo. Te denunció a la guardia de la ciudad. Nunca la había visto tan enfadada —contó Joric, desviando la mirada—. No se podía creer que, no contenta con irte, le hubieras quitado lo único que le quedaba de tu padre. 
Alicent miró a Joric, con los ojos cargados de confusión.
—Pero… Pero tú le dijiste que se la devolvería, ¿no? No es como… como si me hubiera deshecho de ella. Todavía la tengo. Seth la tiene —aseguró, girando la cara hacia Seth.
Seth negó. 
—Fue el precio por liberar a Joric —confesó.
—Pero… 
—Los nigromantes lo capturaron y le robaron el alma, Alicent —se excusó Seth—. Si no le hubiera dado la empuñadura a la mujer que lo capturó, hubiera muerto. 
Así que es por eso, comprendió en silencio. Por eso Joric estaba de su lado. Había renunciado a reconstruir la Cuchilla de Mehrunes para salvar su vida. Pero, ¿y la visión de Idgrod?
—La visión de Idgrod… —empezó. 
Seth dio un paso hacia ella, con la expresión cargada de culpa y de angustia. Alicent dejó de hablar y retrocedió por instinto, manteniendo la distancia. Por una vez, al menos desde que estaba en Myr, Seth no pareció enfadado. Pero se reafirmó dando un nuevo paso y la agarró por los hombros, forzando el contacto visual.
—Alicent —habló con la voz grave, con el gesto serio y dolido—, era la vida de Joric. Qué querías que hiciera, ¿dejarlo morir? 
No podía rebatir aquello, así que ni siquiera lo intentó. Alicent dejó de mirarlos, agachó la cabeza y tiró de sí para soltarse de su agarre. Cuando lo consiguió, se marchó en silencio hacia el otro extremo de la habitación, hacia su puesto de alquimia. Eran unos mentirosos. Aquello tenía que ser mentira. Puse a mamá en peligro por un chico. Era mentira. Las visiones de Idgrod siempre se cumplían, y ella había visto que Seth conseguiría la daga. La daga mítica cuya reconstrucción había sido impedida por su familia durante generaciones. Podría haberme negado, pero le di la empuñadura solo porque lo quería impresionar. Su madre tenía todo el derecho del mundo a estar enfadada. Además, me porté fatal los últimos días que estuvimos juntas. Tal y como la había tratado, ocultando cosas, negándose a hablar con ella y demás, Alicent se terminó por creer todo lo que le acababan de contar. 
Se sentó tras el muro y escondió la cabeza entre las rodillas, se abrazó a estas y rompió a llorar silenciosamente, aceptando su destino. Ahora esto es lo único que tengo. No se dio cuenta de que Joric se había marchado hasta que Seth se detuvo de pie a su lado. 
—Así que planeabas abandonarme sin decirme nada. —Su voz sonó paciente y le recordó a la forma de hablar que tenía Idgrod cuando la regañaba por algo sin importancia.
Alicent suspiró, cansada. Podía escuchar a Seth moverse cerca, pero no lo veía. De repente acarició la parte de arriba de su espalda; debía haberse acuclillado a su lado. Alicent se tensó. No podía evitar hacerlo cada vez que él la tocaba desde que había llegado a la torre y, aunque él siempre se enfadaba, en esta ocasión fue diferente. 
—Alicent —la llamó, pero ella no deshizo la pose—. ¿Sabes? Ya estoy harto de hacernos daño —habló y su tono le sonó familiar. Era el del Seth de Morthal, el del chico del que ella se había enamorado—. Siento habértelo ocultado, pero sabía que decirte que había tenido que entregar la empuñadura te haría todavía más daño. Lo único que quería era protegerte. 
Alicent permaneció callada, inmóvil. Por suerte, Seth no parecía tener ganas de discutir, ya que no insistió. Supuso por el sonido que se incorporó y luego escuchó sus pasos, pero no se alejó mucho, sino que la empezó a rondar.
—¿Lo has hecho tú? —preguntó de pronto, poco después. 
¿Se habrá fijado ya en la planta? Alicent se obligó a levantar la mirada, con miedo. Pero Seth no estaba mirando la planta mustia, sino el lote de pociones que acababa de preparar. Exhaló, aliviada, y asintió. Seth se quedó pensativo, sin alejar los ojos de los frascos. Se acercó a la mesa de pociones, cogió uno de los que estaban sin taponar y se lo tendió. Alicent lo miró, todavía con lágrimas en los ojos. Veía borroso por culpa de esto, pero aun así fue capaz de notar la desconfianza en sus facciones. 
—Bébela —ordenó.
Alicent estiró el brazo y cogió el frasco, agradeciendo no haber seguido con el plan del veneno.
—¿Por qué? —preguntó, fingiendo que la posibilidad de envenenarlo ni se le había pasado por la cabeza.
Seth le restó importancia al asunto con un ademán. Alicent se dio cuenta de que debía de tener un aspecto terrible, porque tampoco se enfadó cuando no cumplió su orden a la primera, como solía hacer. 
—Tú hazlo. 
Alicent obedeció y la tomó de un trago, con resignación. Sabía fatal, como a pescado afrutado, y no pudo evitar una mueca de asco. Seth cogió el frasco y, tras comprobar que estaba vacío, lo dejó junto a los otros frascos. Mientras, Alicent sintió que algo crecía en ella, extendiéndose por todo su cuerpo. No era algo totalmente ajeno, sino una energía que siempre estaba ahí pero que era demasiado tenue como para apreciarla, pero que ahora la hacía sentir… poderosa. Alicent parpadeó un par de veces y miró hacia Seth, sorprendida al caer en la cuenta de que así era cómo debía sentirse constantemente un mago. De que así se debían sentir constantemente él.
Seth aprovechó el momento de distracción y la ayudó a ponerse en pie. Luego la cogió en brazos y la llevó así hasta la zona de la chimenea, donde había varias butacas. Seth la dejó en el suelo y luego tiró de ella, haciendo que se sentara sobre él. Lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué…?
—Recuerdo que querías aprender magia —dijo Seth, sorprendiéndola—. He pensado que quizá pueda enseñarte algún truco.
—¿Ahora? —Seth asintió.
—Te vendrá bien no pensar mucho en lo que acaba de ocurrir. 
Alicent echó el cuerpo inconscientemente hacia atrás, apartándose un poco de él, sin llegar a bajarse de su regazo. 
—No estás… ¿enfadado? —preguntó con cautela.
—Lo estás pasando… mal —contestó Seth, apoyando una mano en su pierna, por encima del vestido. 
Alicent se tensó una vez más ante su contacto, pero, para su confusión, Seth no hizo nada raro. Solo la dejó ahí apoyada, pero la miró con el ceño fruncido y una mueca indecisa en los labios. Alicent no tenía ningún otro sitio al que ir, si quería tener alguna opción de sobrevivir, debería aprender a disimular mejor el rechazo que le provocaba su tacto. ¿Por qué lo odio tanto? Lo que le había hecho era horrible pero, ¿no había tenido ella parte de culpa?
—Entiendo que quieras irte, Ali. Es culpa mía por no haberte contado qué era exactamente lo que pasaba. Quería protegerte de todo, incluso de la verdad que podría hacerte daño, pero está claro que no puedo. Siento haberte ocultado cómo logré salvar a Joric. También el que tu madre te odiaba por haberle roto el corazón. Lo único que he querido siempre, desde que te conozco, es cuidarte. 
Seth miró hacia el suelo, con una mueca triste. A Alicent se le revolvieron las tripas y giró la cabeza, confusa, mareada, sorprendida. Él sigue siendo la persona a la que conocí. Era obvio por lo que estaba diciendo, por cómo la estaba tratando a pesar de los desprecios que ella acababa de hacerle. Si tan solo lo hubiera tratado mejor estos últimos días, quizá las cosas hubieran ido mejor. Quizá había estado tan cegada por el rencor que había provocado todo lo demás. 
—Siento mucho que pienses que soy alguien de quien debes alejarte —siguió Seth—. Pero no lo soy. Solo espero que… algún día consigas verlo. 
Alicent lo volvió a mirar, sintiendo que el labio le temblaba, a punto de romper en llanto una vez más. Quizá él no fuera perfecto, quizá tuviera un montón de defectos, pero lo estaba intentando. Ella, sin embargo, lo único que había hecho desde que llegó a la torre había sido hacerse la víctima, quejándose y resistiéndose. 
Incapaz de aguantar más el llanto, se dejó caer contra el hombro de Seth y lo abrazó. Su mueca de sorpresa intensificó sus lágrimas. ¿Qué tan cruel había sido con él para que reaccionara de esa manera ante algo tan básico? ¿Cómo había podido ser tan mala persona con él? Él intentaba protegerme y yo lo traté como a un monstruo. Seth la abrazó contra sí, con cautela, y empezó a acariciar su espalda para reconfortarla. Me salvó, salvó a mamá, a Joric… salvó a todo Morthal. Y yo se lo pagué con odio y con asco. 
—P-perdón… —consiguió pronunciar entre llanto, pegándose más a él—. Perdóname —repitió desesperada, sintiéndose egoísta y culpable —. Lo… lo siento mucho. 
—Shhh, no pasa nada. Todo va a estar bien, Ali—susurró él. 
Alicent se aferró a él con más fuerza. Y a pesar de todo me sigue cuidando, aunque no lo merezco. En ese momento, Alicent tomó una decisión. Se comportaría como la chica que él merecía. Si Seth había podido vivir con su odio a pesar de vivir juntos, ella podría vivir sabiendo que su madre la odiaba, si ese era el precio a pagar porque Seth los hubiera salvado a todos. 
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loshijosdebal · 1 year ago
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Capítulo XXVII: La voluntad de Joric
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Despertó como todas las mañanas desde que llegó a la torre, de forma mecánica y con gesto apático, deseando gritar y sin poder hacerlo. De todos los futuros que Joric había imaginado para sí desde que tenía conciencia, ninguno había sido tan desalentador como el que le había tocado vivir. Él, que aspiraba a ser Legado o incluso General de la Legión Imperial algún día, había terminado convertido en el recadero de un grupo de vampiros cuyo objetivo era arrebatar Morthal a su propia familia sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Fue un golpe tan fuerte para Joric que, pese a su corta edad, tenía la sensación de haber madurado años en las dos últimas semanas. 
Miró hacia el techo con los ojos vacíos, sin ningún deseo por moverse, cuando su cuerpo se incorporó sobre la cama, listo para ir a reunirse con Laelette. Como cada mañana, Joric se mareó cuando su carne lo levantó antes de que estuviera mentalmente preparado y lo arrastró hasta el salón central, donde se reunió con la vampira. A Laelette le gustaba comer con él. Aunque al principio Joric pensó que era porque se conocían, porque quizá quería sonsacarle información sobre cómo habían ido las cosas en su ausencia, no tardó mucho en darse cuenta de que, en realidad, lo estaba usando como sustituto de su hijo Virkmund. 
Pinchó una patata y la masticó sin entusiasmo. Incluso el esfuerzo de tragar iba guiado por una fuerza que no era suya, pero que a veces era insuficiente a propósito para obligarlo a actuar. Seth no se conformaba con haber doblegado la voluntad de su cuerpo, sino que quería que Joric sintiera que había ciertas cosas que las hacía por propia voluntad. Quería que su mente también cediera. Era el colmo, pero funcionaba. La fuerza para tragar no bastó para que la patata bajara bien por su garganta, así que tuvo que beber un poco de agua para no morir atragantado.
—¿Estás bien, cielo? —preguntó Laelette, sin apartar la boca del cuello de Grynd, un esclavo que debía de tener la edad de su padre. 
Joric asintió, aunque tosió unas cuantas veces más antes de seguir comiendo sin voluntad ni apetito; nada le quitaba el hambre como la escena que tenía lugar ante sus ojos, donde Laelette se seguía alimentando por vicio del cuerpo cansado y torturado del viejo esclavo nórdico. A pesar de todo, Joric no dijo nada. No solo se abstuvo por el control de Seth, sino porque llevarse con Laelette tenía sus ventajas, por más rechazo que le causara. Gracias a ella tenía su propio cuarto en un hueco que antes había servido como despensa. También gracias a ella podía comer comida decente o vestir ropa, y por ahora nadie se había intentado alimentar de él. Hacer gestos o dedicarle miradas inadecuadas a la criatura que le garantizaba estos privilegios no era la mejor de las ideas, no al menos si no quería terminar como los demás esclavos.
Cuando terminó de desayunar se despidió de Laelette, quien le dio la lista de tareas diarias.  Lo primero que hizo fue poner a hervir unas cuantas verduras viejas para que los esclavos tuvieran algo que comer más tarde. Después de eso fue a asearse. Comer, beber, asearse. Todas acciones básicas para estar sano y presentable, tal y como exigía Seth. Si fuera por Joric habría dejado de comer y de beber desde que llegó a Myr, pero Athan había sido claro: si no lo hacía por voluntad propia, lo haría de todos modos. Ser dirigido por el brujo incluso en algo tan básico como comer le pareció tan intrusivo que, con el paso de los días, empezó a hacerlo a propósito. Recobrar el control sobre esos momentos de su vida le pareció una victoria, al menos hasta que se dio cuenta de que eso era lo que buscaba Lord Athan; manipularlo para, poco a poco, hacerse también con el control de su mente. Lord Athan. Se puso de mal humor al darse cuenta de que había pensado en él por ese nombre, el cual era, por supuesto, otra imposición más. 
Joric limpió cada habitación de la torre salvo la última planta, cuyo acceso tenía prohibido desde hacía una semana. Después llevó la comida a los esclavos. Un cuenco de guiso, si así se podía llamar a aquella bazofia hecha de verduras medio podres, y media barra de pan duro por cabeza. 
—Buenos días, chico —saludó débilmente Grynd, a quien Laelette había llevado de vuelta a una jaula después de alimentarse de él—. Volvemos a vernos hoy.
Joric cometió el error de mirarlo a los ojos, que estaban hundidos por el desgaste que le suponía vivir en aquella torre, donde día sí y día también le arrebatan un poco más de vida. Grynd se aferró a su mirada e hizo el esfuerzo por levantarse un poco.
—Chico —susurró—, por favor, dame media barra más. Tu madre me está dejando en los huesos —bromeó. Joric no sabía cómo al esclavo le seguía quedando humor para hacer bromas. 
Aunque Seth no había prohibido que hablase con los esclavos, Grynd era el único que le había dirigido la palabra hasta el momento. Joric suponía que era porque debía llevar ahí poco tiempo. Su estado físico, aunque insalubre, era mucho mejor que el de los otros cuatro esclavos que estaban presos en la torre. 
—Es mejor que no lo haga —replicó, con la voz monótona y las entrañas revueltas. Si lo hacía, no podría darle de cenar. 
Aunque Grynd no lo supiera, Joric sabía de sus lecciones de supervivencia que era mejor comer poco en dos tandas repartidas durante el día que comer todo de una vez y no volver a probar bocado hasta la mañana siguiente. El esclavo suspiró y dejó caer el brazo con pesadez, sin sorpresa. 
—Tenía que intentarlo —suspiró el esclavo, cogiendo su ración. 
Joric se dirigió hacia la celda del otro esclavo nórdico que, aunque era más joven que Grynd, estaba más desmejorado. Se quedó pensando en su situación respecto a los demás esclavos. Quizá él tuviera más comodidades que ellos, pero envidió la capacidad que Grynd seguía teniendo para pedir algo o negociar. A él no le quedaba más alternativa que aceptar sin rechistar cualquier capricho de Athan.
—¿Cuánto llevas aquí? —preguntó Joric, mientras seguía repartiendo la comida. 
Estaba abriendo la jaula de la esclava argoniana cuando volvió a escuchar la voz de Grynd. De los cinco esclavos, era el único al que podía poner nombre.
—No lo sé —respondió el esclavo al rato, justo después de soltar el cuenco vacío. Había devorado el guiso con ansia—. El tiempo aquí no pasa como en el exterior. Me capturaron unas semanas antes de Saturalia, cuando llevaba un cargamento con ingredientes a Morthal. 
Por ese entonces yo estaba en Soledad. En aquel viaje había conocido a la familia de Seth y se había llevado una muy buena opinión de ellos, en especial de su mellizo, con quien había entablado amistad. ¿Qué pensaría Hugo si supiera que su hermano es un monstruo? 
—¿Ingredientes? —preguntó al fin, tras dar su ración al guardia rojo y cerrar su celda, antes de dirigirse hacia la de la mujer imperial. 
—Solía trabajar para una orca alquimista que vive en Narzulbur, cerca de Ventalia. Además de cultivar, Boli sabía cómo conseguir algunos ingredientes no tan sencillos de encontrar, así que teníamos un trato. Ella los reunía y yo repartía la mercancía por las tiendas de alquimia de toda Skyrim. 
Aquella historia le hizo pensar en Alicent.
—Tengo que irme —se excusó en cuanto cerró la celda de la mujer imperial. 
Subió las escaleras con paso fuerte, sintiendo su corazón latir contra su pecho. A veces sus movimientos se coordinaban con sus emociones, siempre y cuando no entrasen en conflicto, y cuando eso pasaba tenía cierta naturalidad al expresarse y moverse. 
Salió de la torre rastrillo en mano; aquel día le tocaba quitar las malas hierbas del jardín. La bruma ya era tan débil que los rayos de Magnus la atravesaban sin problemas, calentando su piel, haciendo que el aire frío fuera mucho más llevadero.Joric disfrutó del contacto del sol y de la brisa, que ahora solo sentía cuando tenía alguna tarea que hacer en el islote. De tanto en tanto, mientras se encargaba de la maleza, Joric lanzaba miradas indiscretas hacia el balcón de la torre, en el último piso. Sabía que no era el último en llegar a la torre, ya había oído hablar de la chica que vivía en los aposentos de Seth desde hacía una semana. Aunque había puesto el oído para descubrir su nombre, no había tenido éxito. De todas formas podía hacerse una idea de quién era ella, por eso mismo hacía días que la intentaba ver. 
Arrancó otro puñado de hierbas y las fue a tirar al saco donde estaba metiendo toda la maleza. Estiró la espalda y los brazos hacia el cielo mientras soltaba un suspiro, cerrando los ojos en el proceso. Cuando los abrió, se quedó sin habla. Una chica joven, más o menos de su edad, acababa de salir al balcón, tal y como había estado esperando desde hacía días. Su corazón se detuvo un instante y después comenzó a latir con rapidez. Claro que eras tú. No podía ver bien su cara desde el jardín, pero la reconocería en cualquier parte. Espero que seas feliz, que al menos a ti te trate bien, Ali. Pero Alicent miró hacia atrás, totalmente ajena a su presencia, buscando algo. Acto seguido se encaramó a la balaustrada y sus movimientos dejaron en claro sus intenciones. 
Los ojos de le salieron de las órbitas y su garganta ardió por las ganas de gritar que no lo hiciera, pero la falta de conocimiento sobre si Seth deseaba que Alicent acabara así fue suficiente para que su voluntad se viera anulada, obligándolo a no intervenir. 
“Tu deber es servirme. No harás nada si no te lo ordeno primero.”
Agachó la mirada, con los ojos llenos de lágrimas. Los cerró y sus labios se apretaron esperando un impacto que no llegó. Pasó un rato hasta que se atrevió a mirar de vuelta hacia arriba, hacia el balcón. Alicent seguía ahí, de pie sobre la balaustrada, atrapada por una pared invisible que no la dejaba saltar. Joric vio su cuerpo apoyado contra la nada, mientras aporreaba el aire, intentando tumbar esa barrera y así conseguir caer de una vez por todas. Gritaba mientras lloraba, pudo escuchar su voz en la distancia, pese a no entender qué decía. Joric apretó las manos en puños y se dio media vuelta para entrar de nuevo en la torre. Aunque lo que deseaba era subir las escaleras corriendo para rescatarla y poder huir juntos, fue a buscar a Seth, para traicionarla.
Una de las órdenes de Athan era que le mantuviera informado de todo lo que le pudiera ser de interés, así que Joric se dejó llevar por su propio y cuerpo hasta el salón principal de Myr. Había amanecido hacía no mucho, así que supuso que Seth estaría reunido con el clan de Movarth antes de que los vampiros se fueran a la sala de ataúdes en la que dormían. 
Abrió la puerta del salón sin llamar y Movarth y Seth miraron hacia él brevemente, sin dejar de hablar. Joric cerró la puerta y se hizo a un lado, esperando a que Seth se dignara a atenderlo. A veces se preguntaba cuánto control tendría sobre él, si iría más allá de lo corporal y podría leer también sus pensamientos. Estaba claro que no podía controlarlos, lo cual era un alivio. Por si acaso podía escucharlos, se esforzó por imaginarlo sin esa pinta repeinada que llevaba siempre; en su lugar lo visualizó calvo como un huevo y vistiendo como de normal lo haría Don Dogma, con un traje ridículamente ostentoso y poco elegante. 
Suspiró mentalmente cuando la imagen no consiguió hacerle ni un poco de gracia. Tener que ser el mozo de un aquelarre de vampiros era una cosa, pero traicionar a sus seres queridos era otra cosa muy diferente. Hasta el momento ya había revelado todos los secretos de su familia, y ahora estaba a punto de traicionar a Alicent. Estaba haciendo todo lo que siempre pensó que no haría, aquello que siempre creyó que le costaría la vida. Y sin embargo, la propia calma de su cabeza lo sorprendió. No había gritos, ni retahílas interminables de por qué no debía hacerlo. Estaba totalmente dominado, sabiendo que lo único que podía hacer era dejar que las cosas fueran como Seth quería que fueran. A pesar de que no llevaba mucho tiempo en Myr, ya había aceptado que rebelarse no servía de nada. 
La última vez que lo intentó fue durante el ataque a los nigromantes. Confió, como un estúpido, en que sería capaz de librarse de aquella maldición y dejar de luchar contra su pueblo. Que verlos le haría salir de aquella prisión mental en la que Seth lo tenía atrapado. Comprendió que no podría librarse nunca de ella cuando Rudolf, un guardia de Morthal al que conocía desde que era un niño, se acercó a él durante el ataque de los nigromantes, aliviado y feliz al ver que seguía con vida. Joric lo atravesó con su propia espada.  
Seth estaba desparramado en una silla, con una pierna cruzada sobre la otra mientras se sujetaba el tobillo con una mano. Movarth estaba de pie frente a él, al otro extremo de la mesa rectangular, tomando notas rápidamente en el diario sobre los avances que comentaban. 
—Bien, entonces Alva seducirá a Hroggar y podremos poner a prueba si pasa desapercibido entre los vecinos. Aunque, antes de dar por cerrada la reunión de hoy, Seth, esto nos llevará meses. Sabes que habría una forma más rápida de conseguir el poder, ¿verdad? 
Seth sacudió la cabeza y se irguió, mirándolo.  
—No te hagas el interesante. Si se te ocurre un plan mejor que el mío, dilo de una vez —exigió, volviendo a recostarse sobre el respaldo, cruzando los brazos.
Movarth apretó los labios en una sonrisa. 
—La hija de la jarl ha perdido la cabeza. No creo que vaya a encontrar mejor pretendiente que un Athan.
A Joric se le paró el corazón. Para su alivio, a Seth no le gustó la idea. 
—No es una opción. 
—Si lo hicieras, solo tendríamos que ocuparnos de la Jarl y la comarca sería tuya por derecho —insistió Movarth.
Seth plantó ambas manos sobre la mesa y miró al vampiro a los ojos. 
—He dicho que no es una opción —dijo despacio, pero con contundencia. 
Cuando Seth hacía eso significaba que no iba a cambiar de idea. Movarth se encogió de hombros.
—Ya veremos —dijo con un tono que Seth solo le permitía a él—. Tampoco estabas de acuerdo con el ataque de los nigromantes, y al final fuiste tú quien lo orquestó. 
Seth entrecerró los ojos en su dirección. Se hizo un silencio incómodo hasta que Seth volvió a hablar.
—Supongo que podemos terminar ya por hoy. Al parecer, Joric y yo tenemos cosas de las que hablar. 
Movarth asintió y abandonó la habitación en silencio. Una vez estuvieron a solas, Joric se acercó a él, hasta quedar de pie a su lado. Seth lo agarró de las mejillas con una mano y lo miró con atención unos segundos, como buscando algo en su mirada. Fuera lo que fuera debió encontrarlo, porque pareció satisfecho. O a lo mejor no lo encontró. A lo mejor lo que buscaba era exactamente lo que encontró: nada. 
—¿Y bien? —preguntó Seth cuando soltó su cara.
—He visto a Alicent —compartió con voz monocorde. 
Seth sonrió con malicia.
—Intentó tirarse del balcón —siguió Joric. 
La expresión de Seth se crispó en un instante y después resopló. Se echó hacia adelante y dio un golpe a la mesa con un puño, frustrado. Volvió a desplomarse en la silla, apoyando la espalda contra el respaldo y clavando sus ojos en el frutero que estaba en el centro. 
—Empieza a hartarme —masculló, malhumorado. Apoyó un codo sobre uno de los reposabrazos y después dejó caer su cabeza contra su puño cerrado—. No entiendo por qué todo está saliendo tan mal con ella —confesó. 
¿En serio no lo entiendes? pensó Joric con cinismo. 
—Desde que está aquí no es la misma —siguió hablando Seth—. Me gustaba cómo era antes, cuando no era una jodida perra. Antes me miraba como a un dios, pero ahora me ve y… es como si fuera… 
—¿Un monstruo? —lo ayudó Joric. 
Seth lo miró de golpe y Joric apretó la mordida, temiendo haberse pasado de la raya. Contra todo pronóstico, Seth levantó lo apuntó con un dedo mientras asentía, todavía apoyado en su propio puño.
—Eso es. Y no me gusta. Es obvio que me mira así, aunque sonría y haga todo lo que le pido. Pero sus ojos… Sus ojos no son iguales —resopló, con esa actitud infantil y quejica que revelaba siempre que estaban solos—. Antes me miraba con adoración, pero ahora lo hace con miedo. Es ridículo. Sigo siendo exactamente igual que cuando la conocí. No ha cambiado nada.
Joric desvió la mirada. No quería decir más de lo necesario. Por lo que había descubierto de Seth, dudaba mucho que las cosas no hubieran cambiado desde que ella llegó a la torre. 
—¿Sabes? —dijo Seth poco después, Joric lo volvió a mirar—. Podrías intentar ser de más ayuda. 
Joric se limitó a aguantar su mirada. Fue en ese momento, cuando se negó a preguntar por cómo podía ayudarlo sin que su boca lo traicionara, que se dio cuenta de que Seth le había dado un poco más de voluntad. Pero no demasiada, porque cuando lo quiso mandar a la mierda su lengua no se movió. 
—Ya me está hartando —rumió Seth—. Si sigue así llegará un punto en el que ya no tendré ganas de aguantarla y, cuando eso pase, ¿sabes a dónde irá? 
A las celdas. Joric se dio cuenta de que Alicent debía tener una impresión terrible de las celdas si pensaba que eran peores que convivir con Seth. Si él estuviera en su posición, no se lo pensaría dos veces. Pero por suerte su único contacto con Seth últimamente consistía en exactamente lo que estaba haciendo en ese momento: escucharlo lloriquear. 
Seth resopló y lo miró con reproche.
—Joric, opina —ordenó—. Si quisiera hablar solo, te habría ordenado irte. 
—¿Lo sabe ella?
—¿Hm? 
Joric suspiró mentalmente. Su cuerpo, sin embargo, le debía reverencia a Seth.
—Que si Alicent sabe que la meterás en una celda si te hartas de ella.
No está seguro. Se dio cuenta por su cara. Había ocasiones como esa en las que Seth parecía incluso más pequeño que él. Como un niño al que nadie le había enseñado a comunicarse con el resto del mundo, solo a dictar órdenes. 
—Creo que… se lo imagina.
—¿Tú sentirías adoración por alguien que pretende darte como regalo a unos vampiros en cuanto se harte de ti?
Seth lo miró en silencio, mordiéndose el labio inferior. Se tomó un rato para reflexionar antes de seguir hablando. 
—Supongo que tienes razón. Eso complica las cosas —admitió—. Pero es que no quería obedecer. Quiero decir, no es tan complicado. No lo entiendo. —Se quedó con la mirada perdida unos segundos antes de fruncir el ceño—. Alva se me tira encima cada vez que tiene la oportunidad. ¿Por qué Alicent no puede ser igual?
—Alva y Alicent no quieren lo mismo de ti —replicó Joric. Seth chasqueó la lengua. 
—¿Y qué importa lo que quieran? Lo importante es que Alicent me tiene, y debería estar contenta con ello. Es lo que ella quería desde el principio. Pero ahora que está aquí es como si todo fuera culpa mía. No lo entiendo. No soy tan malo, ¿vale? Hasta le llevo bollitos para desayunar. Aquí tiene muchas más cosas que en esa chabola en la que vivía, ¿cómo puede preferir matarse a estar conmigo? No es justo. 
—Da igual todo lo que hagas, la has secuestrado —replicó Joric sin emoción, harto de escucharlo decir sandeces—. ¿La has…? —dejó la pregunta en el aire, y la respondió él mismo solo un par de segundos más tarde—. Claro que la has violado. Con lo engañada que la tenías, sería capaz de perdonarte hasta un secuestro. Pero hay barreras que nunca pudiste superar, quedó clavo cuando la rescataste. —Seth le lanzó una mirada de advertencia, pero Joric se reafirmó y sus labios se curvaron en una sonrisa cruel, acorde al odio que debían reflejar sus ojos—. Ahora te ve tal como eres, amo. 
Se había pasado, lo sabía. Que Seth se pusiera en pie y le estampara el puño en la boca del estómago no le sorprendió ni un poco, ya estaba acostumbrado. Joric cerró los ojos y cayó de rodillas, sin aire. Lo agarró del pelo y lo obligó a levantar la mirada, sin soltarlo. Así, manteniendo su mirada a la fuerza, Seth negó con la cabeza, con los labios apretados
—Joric malo —chistó, reprendiéndolo como quien regaña a su mascota—. Aunque… Algo de lo que dices tiene sentido. Alicent es capaz de perdonarme todo, quizá puedo hacer que me mire de nuevo como a un dios. Levántate, perro. 
Seth lo soltó del pelo y empezó a pasear por la habitación, pensando en voz alta. Joric obedeció y se puso en pie. 
—Todavía cree que puede volver a Morthal —reflexionó Seth, parando frente a uno de los orbes de luz que rodeaban la habitación—. Quizá si le quito esa esperanza y le demuestro que no soy tan malo las cosas entre nosotros vuelvan a ser como antes, ¿no crees?
Aunque Joric podía responder, eligió no hacerlo. Aunque sus ojos estaban secos, por dentro sentía un vacío abisal ante la conciencia de lo que debía estar viviendo Alicent en el piso superior de aquella maldita torre. 
—Bueno, da igual lo que creas. Toma asiento, hay que hacerte unas cuantas mejoras para que puedas subir conmigo a la habitación.  
Joric se tensó en el sitio. No necesitó moverse de más para saber que su expresión había reflejado el rechazo que le provocó aquella propuesta, y que Seth lo había percibido. 
—Oh, vamos, no me mires así. Cuando Alicent vea que sigues vivo gracias a mi, verá que no soy tan malo. Además, seguro que si eres tú quien le va con el cuento de que Lami no quiere volver a verla, te creerá. Toma asiento.
Joric se acercó a la silla más próxima a Seth y tomó asiento. Seth se sentó frente a él y cerró los ojos, concentrándose para canalizar el poder que usaría, una vez más, para someter su voluntad. Era la tercera vez que Seth lo hacía y, aunque la segunda vez había ido mejor, en esta ocasión volvió a vomitar cuando llevaba un rato sintiendo el poder de Seth, asfixiante, empezar a comprimirlo aún más dentro de su propio cuerpo, hasta dejar su conciencia medio encerrada, perdida en lo más recóndito de su ser, donde ya no era capaz de controlar sus propios actos. La primera vez había sido la peor, ya que nunca había sentido nada parecido. Joric se preguntó si tendría algo que ver el malestar que sentía ante el hecho de saber que iba a ayudar al cerdo de Athan a volver loca a Alicent. 
—Levanta el brazo derecho, bien —seguía Seth, de fondo. 
No necesitaba escucharlo activamente para que su ser respondiera. Siempre hacía aquello al principio. Empezaba por órdenes básicas y poco a poco iba escalando hacia órdenes más complejas. Joric no tenía ni idea de cómo podía hacerlo, ya que el control de la voluntad era un poder que solo tenían algunos vampiros muy poderosos y Seth no era siquiera un vampiro. 
—Ahora levántate y flexiona la pierna izquierda.
Joric tuvo una arcada en cuanto se puso de pie. Contuvo a tientas el vómito hasta que Seth le pasó un cuenco, con un mohín de asco. Cuando vomitó, siguieron sin pausa con las normas básicas hasta que, al fin, llegaron las nuevas órdenes. 
En lo que Seth siguió, Joric tuvo que vomitar otras tres veces. Era una sensación horrible, asfixiante. Sentía como si algo lo aplastara poco a poco hacia dentro, hasta convertirlo en algo diminuto e inútil, impotente. Cuando todo terminaba su cuerpo ya no era suyo, al menos no lo era en cualquier cosa que contradijera la voluntad de Seth. Seth siguió con las órdenes clásicas. Servir, obedecer, mantenerse sano y presentable. 
—Ahora vamos con las nuevas normas. No intentarás rescatar a Alicent, es más, si en algún momento ves que ella intenta escapar, lo impedirás y la retendrás aquí hasta que yo llegue. No le dirás nada que yo no haya aprobado previamente. Ni tampoco harás gestos o intentarás que ella sepa la verdad de ningún modo. Ah, y cuando estés en su presencia, me tratarás con admiración y respeto y harás todo lo que esté en tu mano para que ella, ¿de acuerdo?
Lo intentó una vez más. Intentó concentrarse en su lengua y en su mandíbula. Solo necesitaba un mordisco seco. Quizá si era lo bastante fuerte podría cercenarse la lengua y así no tendría que formar parte de aquella farsa. Su boca se abrió, se movió su lengua. Pero solo lo hicieron para dictaminar su condena. 
—Sí, Lord Athan. 
—Estupendo —zanjó Seth, quien se puso en pie y dio una palmada, antes de frotarse las manos —. No se hable más, vamos a ver a Alicent. 
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loshijosdebal · 1 year ago
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Capítulo XXVI: Poción de elocuencia
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Despertó al mediodía. Habría seguido durmiendo si no fuera porque algo, una caricia persistente que recorría su brazo de arriba a abajo, la sacó del sueño. Alicent entreabrió los ojos, aturdida. Los rayos de Magnus caían sobre su rostro, cegándola. Cerró los ojos y giró sobre sí, convencida de que estaba en su casa a pesar de que su cama nunca antes se había sentido tan cómoda. Se estaba a punto de volver a dormir cuando una nueva caricia la ató a la vigilia. Aunque intentó pedir cinco minutos más, solo salió un gruñido de su boca. Tenía demasiada sed. 
—Nunca imaginé que durmieras tanto —dijo Seth—. Estás muy bonita durmiendo, hasta cuando babeas —comentó con una risa suave. 
Alicent parpadeo un par de veces, desconcertada. ¿Qué hace Seth en mi habitación? Se removió en la cama y estiró el brazo, buscando su manta de piel para cubrirse, avergonzada de que él la estuviera viendo así. Tanteó la tela mientras volvía en sí hasta que se dio cuenta de que estaba tocando la manta, pero no su manta. Se parecía más a las que Idgrod y Joric tenían en sus habitaciones. Extrañada y medio despierta volvió a girar sobre sí, hacia la luz, hacia la voz de Seth, dispuesta a descubrir lo que estaba pasando. Fue durante el giro que terminó de despertar, y los recuerdos de la última noche la atravesaron como el rayo la atravesó en el pasado: sintió su cuerpo entumecido paralizarse, y sus brazos empezaron a temblar tanto que parecía estar convulsionando. Incluso podía sentir el escozor justo en la zona por la que había entrado. 
Alicent se aferró a las sábanas. Eran más finas y ligeras que ninguna otra sábana que hubiera usado nunca, tanto que ondeaban un poco por el tembleque de sus manos, haciendo cosquillas sobre su piel. Seguía desnuda, tal y como Seth la dejó en la cama después de… después de… 
Abrió los ojos de par en par. Seth estaba de pie frente a ella, sonriendo como si nada. Como si acabara de regresar del Cerro tras un día normal y todo estuviera bien. Alicent se incorporó despacio sin apartar la vista de él, sin apenas parpadear, aferrada a las sábanas con ambas manos bajo la barbilla, ocultando su desnudez. Sintió la tentación de taparse hasta la cabeza como hacía por las noches, cuando se quería ocultar de los monstruos. Pero ahora vivía en una torre llena de monstruos, de vampiros. Y luego estaba Seth. En aquel momento Seth también le parecía un monstruo, aunque fuera humano. 
—Te he traído esto, supuse que tendrías hambre.
Seth dejó una bandeja de madera redonda junto a ella. Tenía un vaso con zumo, un par de bollos dulces, un trozo de empanada de carne y una jarra con agua. Alicent se lanzó a por el agua y bebió varios vasos con desesperación; la última vez que había comido y bebido había sido en Morthal, en su casa. Miró hacia la comida, pero tenía el estómago revuelto. En realidad, sentía un malestar general por todo el cuerpo que crecía junto a su tensión, como alimentado por los nervios.
—No tengo hambre —murmuró, mientras alzaba la mirada despacio, desde la bandeja hasta sus ojos. 
—Entiendo —dijo él—. Prefieres que hablemos antes. Imagino que tendrás muchas preguntas. 
Seth no parecía sorprendido. Ni siquiera parecía sentirse ni un poco culpable. Le mantuvo la mirada sin problema e incluso suspiró con pesadez, como si le molestara su actitud. Aquello la enfadó. La enfadó tanto que el malestar y las ganas de llorar se convirtieron en coraje. 
—Tampoco quiero hablar contigo —espetó. 
Seth apretó los labios y la miró con advertencia. Su madre siempre la miraba así cuando seguía pidiendo algo que ya le había denegado, como cuando insistió en ir a Soledad junto a sus amigos hacía un par de años, la primera y única vez que la jarl la había invitado a un viaje. Sabía lo que significaba aquella mirada: “Sigue así y te ganarás un castigo”. Seth se sentó a su lado y apoyó una mano en su hombro. Alicent no se atrevió a apartarla de un empujón, amedrentada por su mirada, pero el tacto de su piel era algo insoportable y vertiginoso, tanto que se tuvo que mover. 
—Aléjate de mí —dijo casi en un grito, con la voz llena de desesperación.
Prácticamente, saltó al otro extremo de la cama. Lo hizo de una manera tan brusca que, sin querer, tiró la bandeja. El pastel y los bollitos salieron volando, el zumo se desparramó por la cama y por el suelo, donde tanto el vaso, la jarra, como el resto de la vajilla cayeron, armando un estruendo. Seth se levantó a tiempo de esquivar el zumo y se quedó de pie desde el extremo de la cama. Alicent lo miró, aunque no lo quería ver; se sentía más segura si podía vigilarlo.
—¿Pero se puede saber qué te pasa? —preguntó Seth con sorpresa, mirando el desastre que había hecho en el suelo— ¿Te has vuelto loca? 
—¿Cómo que qué me pasa? Me pegaste —acusó con la voz crispada, incrédula, sin poder creer que tuviera que justificar su actitud—. Seth, me trajiste a un nido de vampiros. Y luego… luego… —Alicent apretó los ojos con fuerza y se le escaparon las lágrimas ante el doloroso recuerdo del abuso—. ¿Cómo pudiste hacerme eso…?
—Pensaba explicártelo ahora, pero… —Seth se pausó un momento y frunció el ceño, como si acabara de caer en la cuenta de algo—. Espera, ¿qué se supone que te he hecho? 
Alicent parpadeó un par de veces, mirándolo. Seth la miró de vuelta con una expresión tan desconcertada que Alicent se la creyó. Tanto que, por un momento, se preguntó si en vez de cruel no sería estúpido. Alicent apretó los puños bajo la barbilla, todavía aferrada a la sábana.
—Te aprovechaste de mí. Me… Me… —violaste. Esa era la palabra, pero Alicent fue incapaz de decirla en voz alta. Intentó buscar otra forma de llamar a lo que había pasado la noche anterior, pero no la encontró—. Yo no quería, y tú me…
—¿Yo, qué? —la cortó Seth, con ambas cejas levantadas y una mirada desafiante. 
Alicent se encogió en el sitio, pero no se dejó amedrentar.
—Me usaste como a una muñeca y me metiste… me metiste eso. Me obligaste a…
—Yo no te obligó a nada. 
Seth la cortó de nuevo. Alicent abrió la boca con indignación e intentó defenderse, pero Seth levantó la mano, haciéndola callar. 
—No, déjame hablar a mí, Alicent. 
Apretó los labios, mirándolo. No le interesaba nada de lo que él tuviera que decir, no había excusa en el mundo que justificara sus actos, pero no tenía otra opción. En aquel momento dependía de Seth para poder volver a Morthal. Dependía de él incluso para abrir la maldita puerta del cuarto. Así que asintió, se cruzó de brazos con cuidado de no soltar la sábana y lo miró en silencio, haciéndo saber que lo escuchaba. 
—Tú elegiste venir, yo no te obligué. ¿No es verdad? —Alicent apretó los labios y asintió—. Y anoche te di muchas oportunidades para parar, pero no hiciste nada, ¿o me equivoco? —Aunque en esa ocasión Alicent no hizo ni dijo nada, Seth se tomó su silencio como una confirmación—. ¿Ves? Tú querías hacerlo tanto como yo, Alicent, no sé cómo puedes acusarme de algo así.
Alicent quedó atónita, sin palabras. ¿Era posible que Seth creyera de verdad que ella había querido? Su boca se torció en un mohín disgustado y bajó la cabeza. Aunque no podía recordar todo con exactitud, era cierto que él le había dado la opción de bañarse sola y que ella no se había negado a su ayuda. ¿Había sido su culpa? Quizá si se hubiera esforzado un poco más podría haber hecho o dicho algo y nada de aquello hubiera pasado. 
Seth pareció darse cuenta de que estaba bastante confundida, porque su mirada adquirió un matiz comprensivo. Rodeó la cama y se volvió a sentar junta a ella, con el cuerpo girado en su dirección. En esa ocasión no la intentó tocar, cosa que ella agradeció internamente. 
—Alicent, lo que pasó fue porque tú quisiste. Porque sientes algo por mí, al igual que yo lo siento por ti. Entiendo que… —miró hacia abajo, hacia su vientre cubierto por la sábana. Alicent se aferró más a la sábana y él subió los ojos a los suyos—. Es normal que te duela, ¿vale? Y se te pasará. Siempre ocurre la primera vez. Pero no es justo que me acuses de algo así solo porque no ha sido como sea que te hayas imaginado. Es que no, Alicent. ¿No te das cuenta de lo horrible que es lo que insinúas? Haces que parezca… que me sienta un monstruo. 
Alicent agachó la mirada, sintiendo una punzada de culpa. Intentó ponerse en su lugar y pensar en cómo se sentiría ella en su situación. Por más vueltas que le dio, no se veía capaz de hacerle daño de manera voluntaria. No se veía capaz de dañar a un extraño, mucho menos a alguien a quien quería. Era imposible. Y como Seth la quería, debía ser lo mismo para él. 
—No sabía lo que estaba pasando —reconoció en un hilo de voz, bajando la mirada—. Estaba tan asustada que ni siquiera me podía mover. ¿Cómo…?¿Cómo pudiste pensar que quería hacer… eso, después de todo lo que acababa de pasar? —lo miró, con lágrimas en los ojos. No solo quería que él la entendiera, sino que también lo quería entender ella misma—. Creía que… Después de lo que pasó en el Cerro… Me prometiste que esperarías —acusó al fin antes de romper en llanto, sintiéndose traicionada al recordar la promesa rota.
Seth parpadeó un par de veces y luego la miró de esa manera que hacía que se sintiera tonta, como si hubiera dicho una estupidez. 
—Y he esperado. He esperado a que estemos juntos, a que vivamos juntos. Estamos comprometidos, por Mol… —Seth se cortó y respiró hondo, su nariz aleteó un par de veces  y la miró con frustración—. Por Los Ocho, Alicent. ¿Cuánto más querías que esperara? ¿A después de la boda? Ya no estamos en la Segunda Era. 
Molag. Casi jura por Molag. 
Seth apoyó una mano en su pierna y Alicent se levantó de la cama sin soltar la sábana, de nuevo atemorizada. Lo poco que sabía de Molag Bal bastaba para saber que jurar por él era algo malo. Muy malo. Quería apartarse más de él, de la cama, pero el cuerpo de Seth tenía atrapada la sábana contra el colchón y Alicent no tenía más ropa con la que cubrirse.
—¡No me toques! —pidió con la voz rota. Se sorbió la nariz, sintiendo como las lágrimas resbalaban por sus mejillas—. No me toques —repitió más bajo, susurrando. 
Seth se tensó y el enfado brilló en su mirada. Al hablar, su voz sonó mucho más fría que antes, sin ningún rastro ya de comprensión ni paciencia. 
—Lo diré una sola vez. Si quieres vivir aquí, tendrás que empezar a portarte como una adulta. Ya eres una mujer, Alicent —le recordó—. Y yo soy un hombre, y no tengo por qué aguantar esto. 
Seth se levantó de la cama y Alicent pudo retroceder hasta pegarse contra uno de los cuatro pilares que, junto al medio muro de piedra, delimitaban el área de la cama. Reprimió un respingo al sentir la piedra fría contra su piel desnuda. Seth hizo un gesto de desdén con la mano y le dio la espalda. Antes de salir de la habitación, un aura morada rodeó su mano y un lobo salvaje, también rodeado de un halo morado, apareció a los pies de la cama. Siempre que Seth invoca un animal, su magia es morada. Pero cuando no, es blanca. Aquel lobo la miró de una forma extraña, como si quisiera abalanzarse a ella, pero en lugar de eso rodeó la cama y empezó a comer y a lamer la comida y el líquido que habían caído al suelo.
Alicent se quedó mirando hacia el animal y no volvió a alzar la vista hasta que escuchó pasos acercándose. Seth había vuelto a la habitación y caminaba hacia ella, mientras terminaba de beber una poción. Alicent miró el frasco, opaco, amarillo y circular, sin ser capaz de reconocer qué poción era. Se pegó más contra la pared cuando Seth se detuvo, apenas a medio paso de ella. La miró con hartazgo.
—Bueno, ¿y qué vamos a hacer ahora? ¿Te vas o te quedas?—preguntó. Alicent lo miró con incertidumbre y sintió una punzada de esperanza—. Pero si te vas…, olvídate de volver nunca, porque… 
—¿Me puedo ir? —interrumpió, mirando hacia la puerta de la habitación y luego a él—. ¿De verdad?
Seth la miró con una extrañeza que su expresión corporal reforzó. 
—Pues claro que te puedes ir. ¿Pero tú has visto cómo me tratas? —reprochó—. Primero te meas encima y haces que te limpie yo. Luego me acusas de que he abusado de ti cuando eras tú la que estaba encima, y no contenta con eso tiras la comida que te he preparado. Que esa es otra —sonó extrañamente herido, como si aquel detalle lo molestara sobremanera—. La preparé yo, porque quería hacer algo especial por ti durante tu primer día aquí, y mira cómo me lo has pagado. Si así va a ser nuestra vida juntos, ¿crees que te quiero aquí? Vete cuando quieras, porque, ¿qué será lo próximo que digas si te intento hacer cambiar de opinión? ¿Que te tengo secuestrada?
Alicent abrió la boca, sorprendida, pero la cerró de inmediato con vergüenza, sintiéndose culpable por haberlo hecho sentir así. Aquella situación era agobiante y le costaba estar segura de nada. A veces parecía obvio que él no había hecho bien las cosas, pero después se mostraba frágil y, desde su perspectiva, ella tampoco se estaba comportando bien. Seth se giró, frustrado. Parecía al límite. A Alicent se le encogió el estómago al verlo resoplar mientras se pasaba una mano por el pelo hasta dejarlo revuelto, como si no supiera qué más hacer para que le entendiera. Ella se sentía exactamente igual. Odiaba aquello, el estar haciéndose daño así, mutuamente. 
De golpe, Seth tuvo un arrebato. Gritó con frustración y lanzó el frasco que tenía en la mano contra una de las paredes exteriores. El frasco explotó y los fragmentos de cristal cayeron por la zona del escritorio bajo la mirada tensa de Alicent. Entonces un nuevo ruido estridente la sacó de sí; Seth acababa de patear la jarra de agua metálica. Se encogió de nuevo por el ruido, asustada, y lo miró con precaución. Seth respiraba de manera superficial, intentando tranquilizarse. Odiaba verlo así, tan afectado. Además, descubrir que él estaba dispuesto a dejarla ir la hizo sentir peor, más culpable. 
—Seth, yo… Yo no quería que pasara nada de esto. Yo… —se intentó explicar.
Seth la cortó con un resoplido derrotado.
—No querías que pasara nada de esto, no querías que pasara lo de ayer… —replicó sin mirarla—. ¿Hay algo que quieras? 
Alicent reprimió un sollozo, por el reproche. Aunque sabía lo que quería, no fue fácil decirlo, porque entendía las consecuencias. Seth lo había dejado claro, nunca volverían a estar juntos. Nunca la dejaría volver con él. Aún así, lo único que Alicent deseaba en aquel momento era volver a Morthal. Daba igual que Lami la fuera a castigar de por vida, porque tras regañarla la abrazaría y cuidaría de ella hasta ayudarla a olvidar todo lo que había pasado. 
Tomó aire, cuando logró hacerse cargo de su decisión. 
—Quiero irme a casa.
Seth la miró con una expresión indescifrable que le heló la sangre. 
—Me temo que no puedes volver a tu casa —dijo Seth—, pero viendo lo visto quizá lo mejor sea que te vayas de aquí. 
—Pero… Pero has dicho… ¿Por qué dices eso? —preguntó, confundida. ¿Cómo no iba a poder volver a su casa? Por muy enfadada que estuviera su madre, Alicent estaba segura de que la recibiría. Entonces su cara perdió el color—. Mi… ¿Mamá ha…? —dejó la pregunta en el aire. 
Seth la miró en silencio, apretando los labios. Cuanto más tardaba en responder, más le dolía cada latido de su conrazón. Hasta las piernas le fallaron, y se empezó a escurrir lentamente hasta el suelo. No podía ser verdad. Su madre no podía estar muerta. Cuando ya estaba sentada sobre la fría piedra, Seth se agachó frente a ella. 
—Lami está viva. Llegué justo a tiempo. —Seth apretó los labios unos segundos antes de seguir hablando—. Mira, Alicent, a pesar de que tú fuiste la primera en agredirme, te quiero pedir perdón por devolverte el golpe. No debí hacerlo, pero perdí los nervios. Venía justo de salvar a tu madre y a todo el pueblo, y lo primero que me encuentro es a ti encerrada en una celda por haber tratado mal a mis amigos. Y en cuanto te saco y te traigo aquí para que estés más tranquila y podamos hablar, vas y me dices que me odias. —Seth agachó la mirada hacia el suelo, hacia el espacio existente entre sus pies y sus rodillas—. No debí traerte aquí. Soy un idiota —musitó—. Está claro que lo haces. Desde que te traje, no dejas de demostrar que lo haces. 
—Yo te quería, Seth —susurró, con la voz ahogada por las lágrimas. 
—Me querías… —repitió él, todavía sin mirarla. Suspiró de nuevo y se levantó. Alicent tuvo que alzar la barbilla para poder mirarlo a la cara. Parecía tan triste que su corazón, maltratado desde la noche anterior, se retorció un poco más en su pecho—. Pues ya está. Aquí se acaba todo. Voy a hablar con Movarth para ver qué hacemos contigo. 
Alicent tardó unos segundos en adivinar quién era Movarth. Laelette había llamado así al vampiro que estaba dibujando los planos cuando ella entró a la sala. 
—¿Cómo que qué vais a hacer conmigo? —preguntó con un hilo de voz, temiendo la respuesta.  
—El clan de Movarth es como mi familia, Alicent. Pensaba que podía confiar en ti y compartirte nuestro secreto, pero… está claro que no puedo confiar en ti. —Alicent abrió los ojos sorprendida, aterrada, empezando a negar al entender lo que sugería— Seguro que vuelves a Morthal y le cuentas a todo el mundo sobre el clan o, peor, que te he violado. No puedo permitir eso, Alicent. No podemos. 
Aquello solo podía significar una cosa. Voy a volver a la celda. Y no por solo unas horas. Empezó a temblar, tanto que la sábana se resbaló de sus manos, cayendo sobre sus piernas. En aquel momento tenía tanto miedo que ni siquiera pudo sentir vergüenza por quedar desnuda; se separó de la pared y quedó de rodillas ante él, se agarró a la tela de sus pantalones y alzó la barbilla para mirarlo, desesperada.
—N-No, Seth… Por favor… Yo… yo te quiero, no me… 
Seth bufó con cinismo. 
—¿Ahora sí me quieres? 
—Te quiero, lo juro. Haré lo que sea para demostrarlo —ofreció en un acto de desesperación—. No quiero… Quiero estar contigo —aseguró, mientras se agarraba a sus piernas con fuerza, impidiendo que él pudiera alejarse—. Por favor, Seth —su llanto se hizo más fuerte—. Lo que sea —repitió—, para que me creas. 
Seth la miró unos segundos antes de ladear un poco la cabeza y estrechar los ojos.
—Bien. Si dices la verdad, demuéstralo. 
Alicent le devolvió la mirada, parpadeando un par de veces con rapidez para deshacerse de las lágrimas. 
—¿C- cómo? —tartamudeó.
—Ya sabes cómo. 
Alicent abrió mucho los ojos al comprender, y tuvo que morderse el labio inferior para contener el ruidoso llanto que quiso acompañar sus lágrimas. Quería que hicieran eso de nuevo.
—Si tan solo supieras lo difícil que es —dijo Seth, suspirando con pesadez—. ¿Crees que me gusta ver cómo lloras y te resistes?  Ayer cuando estuvimos juntos, tú me diste permiso. Lo hiciste en el momento en el que no dijiste no. Te di la opción de parar, y tú te quedaste callada. Lo único que quiero es que me quieras tanto como yo te quiero a ti, Alicent, ¿por qué lo tienes que hacer tan difícil?
—Tienes razón —respondió con un tono apagado, pensando en la celda fría y oscura, rodeada de esclavos semidesnudos que servían de alimento y a saber de qué más a los vampiros. No quería volver allí por nada en el mundo—. Perdón por no haber sabido decir que no quería —añadió, soltando una de sus piernas para limpiarse las lágrimas con un nudillo—. La próxima vez… La próxima vez te lo diré. Lo prometo. 
—No es lo que quería decir —dijo Seth, cansado—. Te quiero y, según tú, también me quieres. Vamos a estar juntos y a pasarlo bien, ¿vale? Nadie dice que tengas que hacer algo que no quieres, pero debes entender que yo no tengo por qué seguir esperando por ti. Si no queremos lo mismo, no tiene sentido que sigas conmigo.
Alicent tragó saliva, sintiendo que se le erizaba la piel. Había captado la amenaza. 
Seth se inclinó y la ayudó a ponerse en pie. Aunque estaba completamente desnuda, él la miró a los ojos.
—Mira, Alicent, no quiero que te sientas obligada a nada. Solo entiende que tengo mis necesidades.
—Vale —aceptó, agotada. Si aquello tenía que pasar, quería que pasara cuanto antes. 
Los ojos de Seth brillaron de una manera extraña, oscura. Dio un paso hacia ella y volvió a ladear la cabeza; ahora su expresión le recordó a la del lobo que había invocado.
—¿Vale? —preguntó. Alicent asintió, con el cuerpo cargado de tensión—. ¿Vale, qué?
Alicent agachó la mirada, muerta de vergüenza y de miedo, odiando que estuviera prolongando aquello, haciéndolo más humillante para ella.
—Que lo haré —masculló—. Lo haré por ti. 
—¿Que lo harás por mí? —cuestionó Seth. El tono que usó la hizo saber que había dicho algo mal, aunque no entendió el qué hasta que él siguió hablando—. Y luego, la próxima vez que no sepas controlar tus emociones, ¿qué harás? ¿Volver a decir que te violé? No, Alicent. Pídemelo. Pídeme hacerlo y entonces, te creeré. 
Seth acortó la distancia con ella y le levantó la barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos.
—Pídelo, Alicent. O se acabó. 
—Pero… —balbuceó—. Pero no sé cómo… 
Seth suspiró. Su aliento caliente chocó contra su cara. Tenía un olor floral que Alicent reconoció. Olía a lengua de dragón y a cardo lanudo, los ingredientes base de las pociones de elocuencia. Alicent apretó los puños con rabia al comprender que él había hecho trampa, que la había manipulado. Pero optó por no decir nada, consciente de que la rebelión solo la llevaría a una celda.
—Dime que me quieres —ordenó Seth. 
—Te quiero —dijo al instante, sin vacilar. No era mentira, le quería. Al menos a una parte de él, aunque esa no estaba presente en ese momento. Si es que existe. 
Seth sonrió satisfecho, con amplitud. La seguía mirando como si fuera un lobo y, ella, su presa. 
—Ahora di que quieres ser mía. 
—Quiero… Quiero… 
Las palabras no salieron de su boca. No podían. Seth tensó la mandíbula y sus dedos se tensaron, agarrando su mandíbula con más fuerza que antes. 
—Dilo. 
—Quiero… Quiero ser tuya —consiguió decir, con nuevas lágrimas resbalando por su cara. 
Sin pronunciar palabra, Seth rompió la distancia y se pegó a su cuerpo y la empezó a besar a la vez que dirigía su cuerpo hacia la cama. Alicent correspondió al beso con más empeño que nunca, desesperada por cumplir sus expectativas y evitar que la encerrara en el sótano. Se besaron sin pausa hasta que Seth se separó para coger aire. Él retrocedió un paso y la miró de pies a cabeza. 
—Desvísteme —ordenó. 
Alicent contuvo las ganas de negarse y empezó a hacerlo con torpeza. Le quitó primero la camisa, mientras él acariciaba su cuerpo desnudo. Tenía los pezones duros por culpa del frío y esto pareció satisfacer a Seth. 
—En el fondo tú también quieres —comentó tras acariciarlos. 
Alicent no replicó. Luego Seth metió la mano entre sus piernas, pero la sacó a los pocos segundos con un resoplido, mirando sus dedos. Alicent siguió su mirada y vio que estaban completamente secos. La miró con reproche, como si aquello fuera culpa suya, y después cogió una almohada y la tiró al suelo, frente a él. 
—Ponte de rodillas, sobre la almohada.
Su voz sonó tan malhumorada que Alicent obedeció sin rechistar, pese a las dudas. Se arrodilló encima de la almohada, con el cuerpo orientado hacia él. Seth desanudó sus pantalones con parsimonia y los bajó, dejando libre su miembro. Era… pequeño. Alicent lo miró con atención. Por un momento se preguntó cómo era posible que esa cosa pequeña, flácida y rosa le hubiera hecho tanto daño la noche anterior.
Seth malinterpretó sus ojos sobre él, porque sonrió con orgullo. Se empezó a masajear el miembro y Alicent parpadeó confusa, viendo cómo se inflaba hasta que estuvo completamente duro. Ayer, en la bañera, habría jurado que era del tamaño de su antebrazo, pero, ahora que lo tenía enfrente, pudo apreciar que no era más grande que su mano.
—Bien. Ahora, abre la boca.
Alicent levantó la barbilla, sin entender para qué quería que hiciera eso. 
—¿La boca?
—Hazme caso. Esto lo hago por ti, para que no tengas que hacer nada que te duela.
Aún confundida, le hizo caso y, para su horror, lo acercó a su boca. Alicent la cerró por un impulso, pero Seth empezó a restregar la punta contra sus labios y también los golpeó un par de veces, hasta que Alicent cedió y los separó de nuevo. 
Lo sintió deslizarse por su lengua, caliente, palpitante, e infinitamente desagradable. Cerró los ojos, y aguantó como pudo las ganas de llorar y también de vomitar, mientras Seth se empezaba a mover su boca, agarrando su cabeza para llevar el ritmo, que fue creciendo de intensidad mientras Seth jadeaba. Llegado a un punto Seth gimió y apretó su cabeza contra su pubis. Alicent sintió varios chorros de líquido chocando contra la garganta y el paladar. En cuanto Seth la soltó escupió aterrorizada, temiendo que se hubiera meado, y empezó a toser entre arcadas. Para su confusión, aquello no era pis, sino un líquido blanco y espeso que poco a poco se iba impregnando contra la piedra del suelo. 
Seth soltó una risa aguda, bastante desagradable, y se agachó frente a ella, besando su frente. 
—Ahora eres mía de verdad. 
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loshijosdebal · 1 year ago
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Capítulo XXV: Feliz cumpleaños [TW 🔞 NO CONSENTIDO]
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Alicent seguía sentada en el suelo. Se había abrazado las rodillas y ahora reposaba la cabeza sobre estas. Sus jadeos ahogados se habían ido apagando hasta que su respiración se calmó. No sabía cuánto llevaba allí sola, encerrada, pero debió ser bastante porque le habían empezado a pesar los párpados.
En algún momento Seth volvió y, aunque tuvo que abrir la puerta y acercarse, Alicent no se enteró hasta que lo tuvo delante. 
—¿Estás ya más tranquila? —preguntó. Su voz todavía sonaba enfadada.
Su única respuesta fue un parpadeo. No, no estaba más calmada. Aunque podía entender por qué lo pensaba, porque ya ni siquiera temblaba. No podía. El miedo le había arrebatado el control de su propio cuerpo hasta tal extremo que, en algún momento, se había hecho pis. Era extraño, como si aquello lo hubiera hecho otra persona que no era ella. Debería estar roja como un tomate y llorando por la vergüenza. Debería haber intentado ocultar lo que había pasado, pero su cuerpo no obedecía. Era paradójico; aunque estaba allí encerrada, era como si su conciencia hubiera encontrado una vía de escape, a pesar de que seguía siendo parcialmente consciente de lo que pasaba a su alrededor.
—¿No me vas a responder? —preguntó molesto. Como no obtuvo respuesta, Seth la sujetó por los hombros y la zarandeó. Alicent sintió cómo su cabeza se bamboleaba. Cuando él paró quedó en un ángulo incómodo, hacia un lado—. ¿Ali? ¡Eh, Alicent! —La voz de Seth se llenó de ansiedad. Sujetó su cara y sus ojos se encontraron, pero en cuanto la soltó esta cayó hacia adelante. Alicent se sorprendió de lo mucho que pesaba su propia cabeza, ¿cómo podía no haberlo notado antes?—. Mierda —lo escuchó susurrar.
Los pasos sonando cada vez más lejos la hicieron saber que se había vuelto a ir. En el fondo, lo agradeció. Su interior estaba dividido en dos. La parte que lo había empezado a temer la avisó de que no se había escuchado la llave, y deseó ponerse en pie y huir. La parte que lo amaba la advirtió de que debía cambiarse de ropa rápido y esconder lo que había hecho. No quería que la oliera, que descubriera que se había meado encima. Preferiría morir. Pero su cuerpo ignoró tanto los deseos de su razón como los de su corazón. 
Supo que volvía con Alva antes incluso de verla. Hablaban tan alto que los escuchó antes de que la puerta se abriera. Estaba bastante segura de que discutían por ella, pero era un poco frustrante porque, aunque los escuchaba gritar, no fue capaz de entender nada de lo que decían.
Alva se agachó frente a ella y agarró su cabeza. Alicent la miró con los ojos vacíos, cansados. Ahora le parecía incluso más guapa que antes y, sin duda, imponía más temor. ¿En qué momento se había transformado? Tuvo que ser tras su viaje. Alicent recordó sus ojeras antes de marchar. ¿Cómo había sido aquello que había dicho? “La manzana no cae muy lejos del árbol.” No supo cómo sentirse al descubrir que la advertencia de Alva había sido sincera, aunque en su momento la achacó a que intentaba separarla de Seth para quedarse ella con él. Lo sabía. Sabía que esto pasaría. Aquel día estaba muy enfadada. ¿Sabía también lo que le pasaría a ella? 
—Está en shock —aclaró Alva, cuya voz cortó su reflexión—. Tarde o temprano volverá en sí —aseguró.
—Más os vale —advirtió Seth. 
Alva frunció el ceño a la vez que las aletas de su nariz se abrieron. Alicent supo en el acto que la había descubierto. Lo había olido. Se puso en pie y se apartó de ella y Seth no tardó en ocupar su lugar. 
—No le vendría mal un baño —dijo la vampira con aspereza.
Seth levantó la mirada en dirección a Alva y luego volvió a clavarla en ella. Entonces él también lo notó. Su nariz se frunció, como quien huele algo desagradable, y la miró con una mezcla entre sorpresa y desagrado. Alicent quiso salir corriendo y esconderse de ambos, pero lo único que pudo hacer fue bajar los ojos al suelo. 
—Será mejor que os deje algo de intimidad.
Alva desapareció de su perímetro de visión y lo siguiente que oyó fue el ruido de la puerta al cerrarse. Cuando volvieron a estar a solas, Seth la hizo ponerse en pie. Alicent levantó la mirada solo para descubrir que él tenía una mueca de asco mal contenida. 
—No me puedo creer que te hayas meado —protestó, tirando de ella. 
Seth la llevó hasta la bañera de piedra. Se sentía como una muñeca. Aunque sus piernas se movieron, lo hicieron con rigidez, de forma torpe, obedeciendo a la voluntad de él. Alicent estaba confundida, enfadada, avergonzada y asustada al mismo tiempo. Quedó parada ante la enorme bañera. Era de piedra blanca y bonita, tenía un veteado gris claro y se llenó con una explosión de agua que la salpicó un poco cuando Seth alzó una mano y proyectó contra esta una bola de luz blanca. Alicent quedó absorta al ver que humeaba, como cuando calentaba agua en el fogón para cocinar. O como cuando la niebla caía sobre Morthal. Por un momento esta idea la abstrajo de la situación que estaba viviendo, hasta que la voz de Seth la volvió a arrastrar al presente.
—Necesito que vuelvas en ti, Alicent. Te tienes que desvestir y meterte en el agua.
Su voz seguía sonando seca, parecía harto. La recorrió un escalofrío ante la certeza de que su seguridad en aquel sitio dependía íntegramente de la voluntad de Seth. Aunque lo último que quería en aquel momento era quedar desnuda ante él, quiso obedecer. Los dioses podían dar fe de que lo intentó, pero su cuerpo seguía en huelga. 
Seth la miró y apretó los labios con impaciencia. Se volvía a sentir extremadamente cansada. 
—¿Me estás escuchando? —azuzó, cabreado—. Desvístete de una vez y entra en el agua. Después, hablaremos y todo estará bien. 
Había algo en su tono, una capa de desesperación oculta bajo el enfado. Seth chasqueó la lengua y rodó los ojos. La agarró con fuerza de los hombros, sus dedos se clavaron en su piel a través de la ropa, pero ni sus uñas atravesando su carne consiguieron una reacción. La volvió a zarandear, con más fuerza que la primera vez, y Alicent sintió cómo su cabeza volvía a bailar hacia los lados, de un modo tan brusco que su cuello se resintió. 
—En fin, supongo que también lo tendré que hacer yo —suspiró cansado, cuando comprendió que ella podía hacer nada por su cuenta. 
Empezó a desanudar el lazo frontal del corsé de su vestido. Conforme sus manos trabajaban sobre el nudo y Alicent sentía el amarre aflojarse, notaba la tensión crecer en su interior. Deseaba forcejear, impedir que él siguiera, pedirle que se fuera, que la dejara bañarse sola. Pero otra parte de ella le decía que se dejara hacer. Quizá si se comportaba justo como él quería, saldría de allí con vida. Clavó los ojos en Seth, con la opresión en el pecho. ¿Qué le pasaría si él se hartaba de ella? ¿Terminaría como los esclavos que había visto en la torre? Medio desnuda y sin fuerzas para nada. ¿Como ahora mismo? Ese pensamiento fue cruel, pero se consoló en que, al menos, ahora solo estaba a disposición de Seth y él no se la quería comer. 
Su vestido cayó al suelo y él respiró tan fuerte que ella lo pudo oír. Sintió sus manos en sus caderas y, luego, la despojó de sus enaguas. Seth la miró de arriba abajo, con los ojos muy abiertos. De repente ya no parecía tan enfadado. 
—A- Alicent —tartamudeó—. Qu-quieres… ¿Quieres que te ayude a bañarte? —preguntó. Seth esperó unos segundos, pero al no recibir respuesta se relamió los labios y la repasó con la mirada antes de insistir—. ¿Necesitas ayuda? —repitió—. Si te quedas en silencio entenderé que sí. 
Una vez más quiso decir que no, que quería estar sola, pero fue en vano. Intentó negar con la cabeza, pero tampoco lo consiguió. 
—Tranquila, te ayudaré —dijo con un tono extraño, ansioso y algo ronco. 
Seth la cogió en brazos con un cuidado que no había tenido desde que había vuelto a la torre y la metió en la bañera. El agua caliente contrastaba con el frío que sentía por dentro y, pese a lo horrible de la situación, se le escapó un gemido de gusto por la sensación. Alicent nunca se había bañado en agua caliente. Ni siquiera se había bañado en otro sitio que no fuera el río. En Morthal usaban calderos y un barreño para asearse, e incluso en verano tenía que lavarse con prisa para no terminar congelada. Aquello era muy diferente, tanto que sintió que sus músculos se relajaban un poco. El agua la mecía, la invitaba a quedarse allí adentro para siempre. Sus ojos se cerraron. Qué bañera tan grande, pensó, adormilada. Por un instante, tuvo la sensación de que estaba levitando. 
Seth la empezó a bañar. Cogió una esponja y comenzó a pasarla por su cuerpo con delicadeza. Qué raro. Sentía la esponja acariciar su espalda, pero era una sensación extraña, como si su piel no fuera realmente su piel. Como si llevara puesto un traje invisible que separaba su interior del resto del mundo. O quizá era así como se sentían las esponjas; en casa solo tenían un paño. Sin abrir los ojos en ningún momento respiró hondo y se dejó flotar. Estaba al borde del sueño cuando la voz de Seth la volvió a atar a la vigilia. 
—Ali, esto sería más fácil si me metiera en el agua contigo. ¿Puedo? —preguntó en un susurro. Ya no parecía enfadado, sino que volvía a hablar de forma dulce. 
La esponja dejó de acariciar su brazo. Alicent unió piezas, cayendo en la cuenta de que debía de ser él quien había estado moviendo la esponja. Pensar con claridad era algo realmente complicado en aquel momento. Ni siquiera entendió el contenido de lo que él decía, ofuscada en procesar cómo podía cambiar tanto en cuestión de minutos. Cuando se enfadaba, Seth se convertía en una persona cruel y egoísta que había demostrado ser perfectamente capaz de dañarla; ¿por qué no podía ser siempre dulce y cariñoso como ahora? ¿Por qué tenía que ser tan complicado y doloroso? ¿Cómo era posible que él fuera dos personas tan distintas?
Una lágrima de impotencia rodó por su mejilla. Aquello no podía ser real, no había manera. ¿Y si no es real? ¿Y si estoy soñando? De pronto, la posibilidad de estar dormida pareció coherente. Había escuchado hablar de ello, de personas que caían en un sueño del que ya no volvían a despertar. Había tenido una pesadilla aquella misma mañana, pero el recuerdo era tan lejano que empezó a sospechar que no había despertado realmente. Aquello tenía sentido y, como tenía sentido, debía de ser verdad. 
¿Cómo se llamaba el daedra con el que Falion la solía asustar cuando era pequeña? Hizo memoria y recordó las palabras que tantas veces le había dicho el guardia rojo: “Si no duermes pronto, Vaermina vendrá y hará que tengas pesadillas”. Sí, tenía que ser eso. Vaermina estaba jugando con ella. Por eso había dormido tan mal, por eso soñaba cosas que no entendía y le hacían daño. Por eso la había hecho creer que estaba despierta, para luego seguir jugando. Qué cruel era. 
La esponja volvió a acariciar su piel. Por algún motivo, pensó en su madre y se alegró de que todo fuera un sueño; eso significaba que ella estaba bien. Hacía ya años que no la bañaba y, en ese momento, podía entender el por qué. Sentía el roce en sus pechos, constante e incómodo. ¿Por qué lo hacía así? ¿Qué buscaba Vaermina con aquello? ¿Y por qué la esponja ya no se sentía como una esponja? 
De pronto las caricias pararon y Alicent sintió que algo estrujaba sus pechos. Quiso protestar, pero sus labios no obedecieron. Lo que sí consiguió fue abrir los ojos. Al hacerlo, vio la esponja flotando en el agua, alejándose lentamente. Lo que estrujaba sus pechos empezó a pellizcar uno de ellos. Aunque el otro quedó libre, algo empezó a acariciar su vientre, bajando. Sintió cómo el miedo se mezclaba con la envidia. ¿Qué sería tan malo que hasta una esponja quería huir? Alicent deseó hacerse diminuta y poder irse con ella, alejarse de allí flotando escondida entre sus pliegues. 
La angustia creció cuando las caricias llegaron a sus muslos, entre sus piernas, cerca de su zona especial. Alicent bajó la mirada para descubrir que lo que la estaba tocando era un par de manos. Se volvió consciente de que algo se movía tras ella, algo que no era el agua. Sólo entonces cayó en la cuenta de que el falso Seth, aquella ilusión creada por Vaermina, se había metido con ella en la bañera y eran sus dedos los que jugaban con su cuerpo. La mano que estaba entre sus muslos alcanzó su entrepierna y empezó a acariciar sus labios inferiores con torpeza y ansia. Las caricias la hicieron sentir rara, pero de un modo familiar. Un gemido de pavor escapó de su garganta al asociar aquella sensación con lo que había pasado en el Cerro tras el rescate.
En cuanto el falso Seth escuchó aquel sonido salir de su boca la giró y la sentó sobre él. También estaba completamente desnudo. No solo veía su pecho, sino que también sentía su piel contra la suya bajo el agua. Lo contempló, atolondrada. ¿Podía ser tan bello un monstruo? Alicent rcordó las flores carnívoras que cultivaban en el jardín y en cómo desprendían un aroma estupendo para atraer a los insectos de los que se alimentaban. Sus dedos rozaron su entrada y Alicent perdió el hilo de sus pensamientos, pero como no podía hacer nada por pararlo, se evadió de sus caricias deteniéndose en el detalle de sus facciones. Vaermina era buena. Aquella ilusión se veía incluso más real que el verdadero Seth, con sus pupilas dilatadas y sus labios entreabiertos. 
Poco a poco, los dedos del falso Seth fueron ganando seguridad sobre su piel. La mano que seguía en su pecho se movió a su trasero, pero él se inclinó y sus labios ocuparon el lugar de su mano. La sensación de succión fue extraña, demasiado vívida. No pasó mucho hasta que sus dientes apretaron la carne de su pezón y tiraron de este. La molestia fue demasiado real como para ser parte de un sueño e hizo que Alicent se hiciera consciente de la situación: Estoy despierta. 
Todo lo que siguió a aquella revelación fue horrible. El hecho de descubrir que todo era cierto, que no había sido un sueño, provocó que rompiera a temblar. Seth la había dejado a su suerte en una torre llena de vampiros, después la había golpeado, y ahora estaba a punto de… 
Para. 
Quiso decirlo, incluso gritarlo, pero las palabras no salieron de su boca. Ni siquiera llegaron a subir por su garganta. Sintió algo duro frotando su entrepierna y levantó los ojos con ansiedad, buscando los de Seth, rogando por que él entendiera la angustia brillando en ellos y pusiera fin a aquello. Pero la mirada que intercambiaron le revolvió el estómago: los ojos de él estaban oscuros, más incluso que cuando la había golpeado. Las aletas de su nariz se movían como si estuviera ansioso por algo. 
Seth debió advertir su temor, porque la abrazó contra sí. Su pecho tocó el suyo y en vez de sentirlo como algo cálido, algo que debía querer y desear, lo sintió como algo inmensamente repulsivo. No lo quería cerca. En esos momentos no lo conocía.
—Tranquila —susurró él sobre su oído. Su voz, siempre cautivadora, sonó pegajosa y asfixiante—. Sé que tienes miedo, pero intentaré que no te duela demasiado. Ahora eres mía. No tienes nada que temer, no dejaré que nadie te dañe Ali, te lo prometo. 
Nadie… salvo tú, pensó. Pero no pudo decirlo en voz alta. 
Seth se recostó en la bañera y la movió con él. En esa ocasión aquello tan duro no se frotó entre sus piernas, sino que Seth la colocó justo encima. Podía sentirlo más caliente incluso que el agua y latiendo contra su entrada, en la cual se acomodó poco a poco, sin llegar a profundizar. 
Cuando lo sintió así se le revolvió el estómago. Tanto que, por un instante, creyó que iba a vomitar. Y en aquel momento incluso lo deseó, con la esperanza de que eso lo detuviera todo. La boca le supo a bilis, pero, para su mala suerte, su cuerpo tampoco cooperó.
Seth enredó una mano en su pelo y la atrajo hacia sí para besarla. Alicent no le correspondió el beso, pero no pareció que eso le importara. Era como si ya contara con ello. No tardó en entender por qué.
Cuando la lengua de Seth llegó a sus labios, su miembro empezó a hundirse en ella, arrancándole un gemido de dolor. La sensación de algo entrando en su intimidad sin invitación fue tan extraña, tan desagradable, que su cuerpo reaccionó lo suficiente como para retorcerse entre sus brazos, intentando soltarse. Para su desgracia, Seth no tenía ninguna intención de parar. Clavó los dedos en su cintura, reteniéndola, y alzó la cadera a la vez que la movió hacia abajo, logrando adentrarse por completo en su cuerpo de una estocada. El gemido de placer de Seth contrastó con su grito de dolor.
Alicent sintió que algo en ella se rompía. Fue algo físico, pero también mental. Por algún motivo, lo único en lo que pudo pensar en ese momento, mientras sentía a Seth invadiendo por completo su interior, fue en Joric. En que había tenido razón en absolutamente todo lo que le había dicho, y que ella, estúpida, no le había hecho ningún caso. Quizá merecía aquello, quizá era su castigo, ya no por fallar a Magnus, sino por fallar a sus amigos. Ellos la habían intentado proteger y, a cambio, ella los había dejado de lado. 
Ajeno a sus lamentos mentales, Seth se empezó a mover en ella, saliendo un poco para volver a entrar mientras gimoteaba su nombre. Alicent, que seguía temblando y había roto a llorar, encontró la voz en su interior. Débil y desgarrada, tenue, pero suficiente para articular una súplica. 
—Seth… —empezó, intentando poner fin a aquello. 
No quería más. Lo quería fuera. Pero Seth no le dio la oportunidad de hablar. La agarró del pelo con más fuerza y volvió a asaltar sus labios con un beso hambriento del que Alicent no pudo zafarse. Mientras la besaba, su movimiento se empezó a hacer más fluido y constante. Ella cerró los ojos, intentando volver al estado previo, a evadirse de su propio cuerpo, deseando poder dejar de sentir lo que estaba pasando.
—Alicent… —murmuró tras un rato, cuando ella desistió de seguir retorciéndose entre sus brazos—. Te quiero… —susurró entre jadeos, todavía sobre sus labios, sin dejar de moverse en ella.
Ante la ausencia de respuesta, Seth paró. Alicent lo agradeció y abrió los ojos, con la esperanza de que se hubiera dado cuenta de que ella quería parar. Pero lo que vio la hizo estremecer. Seth tenía los ojos entrecerrados bajo el ceño fruncido y también tenía los labios apretados. Cuando ponía aquella mueca su boca se desviaba ligeramente a la izquierda y su mandíbula se marcaba más. Conocía de memoria aquella cara, la detestaba. Era la que siempre ponía cuando estaban a punto de discutir.
—¿No me has escuchado, Alicent? Te he dicho que te quiero, ¿no me vas a decir que me quieres? —preguntó con la voz ronca, amenazante. 
Alicent no tuvo tiempo a reaccionar. Lo sintió salir de ella casi del todo pero, cuando casi estaba fuera, se la metió de un nuevo golpe seco, arrancándole un nuevo grito de dolor. Repitió esa misma acción varias veces. Era brusco, lo hacía fuerte, le hacía mucho daño. Alicent se dio cuenta, desesperada, de que, aunque el placer recorría su rostro cada vez que se la clavaba hasta el fondo, Seth la seguía mirando de la misma forma cada vez que estaba a punto de salir del todo y ella permanecía en silencio. 
—Te… te quiero… —consiguió decir con la voz rota tras el grito que siguió a una nueva estocada. 
Lo hizo movida por el dolor y el miedo, con la esperanza de que aquello lo apaciguara y, efectivamente, su expresión se relajó. Seth sonrió y sus penetraciones se volvieron más suaves. 
—Buena chica —murmuró, y acarició su mejilla antes de perderse en su propio placer. 
No supo cuánto pasó así, con él moviéndola sobre él o moviéndose bajo ella, gimiendo cada vez más acelerado. A veces mordía su cuello o atacaba sus pechos, mordiendo y succionando. Otras la obligaba a besarlo. La obligaba, sí, porque si no correspondía, sus penetraciones se volvían más violentas, de forma que corresponder a sus deseos se convirtió en la única vía para evitar más dolor. 
De pronto, Seth se detuvo cuando estaba del todo dentro de ella. Gimió con más fuerza que antes y sus ojos se pusieron en blanco un instante. En ese momento sintió algo más; el miembro de Seth se tensó en su interior, seguido de la sensación de un líquido rellenándola. Tras eso, él salió al fin de ella. 
Cuando lo hizo, Alicent deseó que no lo hubiera hecho. Odiaba la sensación de tenerlo dentro, pero no fue hasta que salió del todo que fue consciente de la quemazón en sus entrañas. Ardía y dolía al mismo tiempo. Hizo un pequeño intento por moverse y entonces sintió que aquello que él había vertido en su interior se deslizaba hacia abajo, resbalando fuera de su cuerpo. 
Miró al agua para intentar descubrir qué era, pero lo único que vio fue algunas hebras rojas mezclarse con el agua, como si alguien se hubiera hecho algún corte. Es mi sangre. No tuvo ninguna duda.
Seth se levantó y la ayudó a ponerse en pie y a salir de la bañera, ignorando sus quejas cada vez que tenía que hacer algún movimiento brusco. La secó con una toalla y luego la cargó en brazos hasta la cama. Ya en el colchón, Alicent se hizo un ovillo y le dio la espalda. Rompió a temblar una vez más, a pesar de que no recordaba haber parado de hacerlo, ya que no había dejado de estar aterrada en ningún momento. Tampoco intentó hablar, suponiendo que no podría y que, de hacerlo, él no la iba a escuchar. Así que se quedó ahí, con la mirada perdida en la puerta que daba al balcón. Cuando cerró los ojos, recordó lo alta que era la caída y, por un momento, saltar no le pareció tan mala idea. 
Seth chasqueó los dedos y los orbes que iluminaban la habitación se apagaron. Luego se tumbó a su lado. Alicent no lo podía ver desde su posición, pero sí podía oírlo. Escuchó como suspiraba y luego sintió que pegaba su cuerpo al propio. Su miembro se rozó contra su trasero y el pánico se intensificó ante la posibilidad de que quisiera repetir lo que había hecho. Para su suerte, Seth solo apoyó una mano en su cintura y la besó en un hombro.
—Descansa. Mañana, cuando estés mejor, te lo aclararé todo. Por cierto, —se quedó en silencio unos segundos antes de añadir—:  feliz cumpleaños, Ali. 
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loshijosdebal · 1 year ago
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Capítulo XXIV: Bienvenida a casa
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Cuando llegaron al nacimiento del río Hjaal, Seth la ayudó a desmontar del caballo. El majestuoso frisón tenía un aura morada que no recordaba, aunque la verdad es que sus recuerdos del día en que la rescató de los falmer eran algo borrosos. Miró a su alrededor, inquieta y llena de dudas. Había imaginado que irían al Cerro, pero allí estaban, en mitad de la nada. Lo único que había allí era un islote en cuyo centro había una vieja torre en ruinas. Alicent abrió la boca para preguntar dónde estaban, pero no tardó en cerrarla; él ya le había repetido en varias ocasiones que se lo explicaría todo a la vuelta, ya que ahora el tiempo apremiaba. 
Miró hacia el islote, preguntándose si ese sería su destino. Como si Seth hubiera notado sus dudas, alzó una mano y frente a ella hubo un ligero destello blanco seguido de una vibración sutil bajo sus pies. Poco a poco, un camino de piedras empezó a emerger de las profundidades del lago. Las piedras eran lo bastante grandes como para pasar despreocupadamente, pero aunque parecían estables, Alicent vaciló, temerosa de caer al agua helada. Seth la tomó de la cintura, pegándose a su espalda
—Puedes cruzar —susurró con cariño desde atrás, sobre su pelo—. Quiero que conozcas ya nuestro nuevo hogar.
¿Viviremos en unas ruinas? Alicent giró la cabeza para mirarlo, dubitativa. Sonreía. De hecho, parecía estar de muy buen humor. ¿Cómo puede estar tan tranquilo? Ella tenía un nudo en el estómago, estaba de los nervios pensando en su madre y en Idgrod, pero también en todos sus vecinos.  
Seth le dio un empujón suave para animarla a cruzar. Alicent sujetó los pliegues de su vestido con las manos y lo levantó un poco. Tras juntar algo de valor, se subió a la primera piedra tras tantear su estabilidad. Una vez lo hizo, saltó a la siguiente y así hasta seis veces hasta que alcanzó el islote. Conforme se iba acercando, algo empezó a cambiar a su alrededor. Como si cayera un velo o, mejor, como si lo cruzara, la torre en ruinas se fue transformando ante sus ojos. La maleza desapareció, revelando un bonito jardín, y también lo hicieron los escombros. La torre mostró su forma original, tal y como debía haber sido antaño, antes de que las guerras y el paso del tiempo la hicieran trizas. Era magnífica, de piedra gris clara y tan alta que imponía. Su arquitectura no se parecía a ninguna que ella hubiera visto antes; parecía mágica.
Se bajó del puente, ya en el otro extremo. Un pequeño camino empedrado bordeado de campanillas moradas llevaba hasta la entrada y Alicent correteó hasta la mitad, fascinada, olvidando por un momento lo que qué estaba pasando en Morthal. Allí se giró hacia él. Seth bajó de la última piedra del puente y caminó hacia ella con parsimonia. Cuando estuvieron frente a frente, él volvió a coger su cintura para pegarla contra sí y besarla. 
—Bienvenida a casa.
Alicent sonrió, con el corazón latiendo tan fuerte que podía sentir el pulso en los oídos. Vivirían en una torre escondida donde nadie podría encontrarlos salvo que ellos quisieran. Parecía un cuento de hadas. 
—Ahora debo irme, Ali —siguió él—. Entra y ponte cómoda. A mi regreso te lo explicaré todo —prometió una vez más.
—Vuelve pronto —pidió ella en un susurro. 
—Te lo prometo.
Tras decir esto, Seth se alejó, desandando el camino hacia el puente. 
—¡Ten cuidado! —gritó, viendo cómo desaparecía de su vista.
Cuando quedó sola, Alicent se abrazó a sí misma. Todas las preocupaciones volvieron a su mente y se le hizo un nudo en la garganta. Por un lado quería que él volviera a Morthal rápido para poner a salvo a sus seres queridos, pero, por otro, tenía miedo de que le pasara algo durante el combate. Esa parte deseó que se quedara con ella allí, donde nadie podría hacerles daño nunca.
Una nueva ráfaga de viento le provocó un escalofrío y la hizo volver en sí. Cogió aire y recorrió el camino que la separaba de la entrada. Las puertas de metal eran pesadas, pero se abrieron solas en cuanto posó la mano sobre ellas, como si la torre la aceptara y le diera la bienvenida. Aunque sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad del exterior, la luz del interior era tenue y no la molestó en absoluto. En cuanto se dio cuenta de los pequeños orbes azules que flotaban junto a las paredes, emitiendo luz, jadeó impresionada. Si por fuera la torre parecía mágica, el interior dejaba claro que lo era.
Avanzó mirando todo a su alrededor. A la izquierda, nada más entrar, había unas escaleras de piedra que daban al piso superior, y un gato recostado sobre uno de los escalones se quedó mirando hacia ella. A la derecha había otras escaleras que bajaban. Alicent siguió al frente y llegó a una gran sala circular, en cuyo centro había otra otra sala más, también redonda. Había tanto por explorar que se sintió abrumada. Desde su posición pudo apreciar que en la sala exterior había varias mesas. Una se parecía a la que Falion tenía en su casa, donde a veces encantaba armas, joyas o armaduras. Al otro lado había una parecida que tenía varios bastones al lado. Aunque la curiosidad la invitó a rodear el anillo exterior de la torre, escuchó voces hablando en la sala interior. ¿Serán los criados? Como noble que era, tenía sentido que Seth los tuviera. No supo cómo sentirse al respecto, ya que ella siempre había tenido que hacerlo todo por su cuenta. Como fuera, se animó a entrar para presentarse. 
La puerta era de madera oscura y no chirrió cuando Alicent la empujó. Abrió la boca para saludar, pero lo que vio en el interior la dejó sin habla. Había cuatro personas en el centro de la habitación. Un hombre al que no conocía, calvo y fuerte, estaba de pie frente a un atril sobre el que dibujaba algo en unos planos. Cerca suyo, sentadas junto a la mesa, reconoció a Alva y a Laelette. Entre ellas había otro hombre, arrodillado en el suelo y con la mirada clavada en este. No llevaba más que un taparrabos harapiento y parecía herido. Que Alva estuviera allí era raro, sin embargo, ella y Seth eran amigos. Pero, ¿Laelette? ¿Qué hacía ella allí? ¿Y por qué estaba así ese hombre?
Cuando se quiso dar cuenta, todos salvo el esclavo la estaban mirando. Alicent les devolvió la mirada uno a uno, deteniéndose en Laelette. Sus ojos, extrañamente rojos, se cruzaron con los suyos y la mujer sonrió de par en par. 
—¡Alicent! —exclamó, levantándose de la mesa y abriendo ambos brazos—. ¿Te acuerdas de mí? 
—Laelette —murmuró, demasiado confundida como para articular alguna de las muchas preguntas que tenía en aquel momento—. Pero tú… te fuiste con los Capas de la Tormenta.
Laelette se acercó hacia ella, pero Alicent retrocedió por instinto. Aunque Laelette seguía sonriendo, había algo extraño en ella, algo que no le inspiraba confianza. Sus ojos brillaban con el tono de Masser, su piel tenía el color de Secunda y contrastaba con su pelo oscuro. Esto, mezclado con sus rasgos finos y afilados, la hizo sentir bastante intimidada. Recordaba a Laelette como una mujer frágil y dulce que siempre parecía un poco confundida, pero ahora eso se había desvanecido. Seguía pareciendo frágil, pero de otro modo. Ya no parecía dulce, sino salvaje. Y la confusión se había convertido en algo más. Inestabilidad. Esta se transmitía en su mirada, pero también en su voz aguda. 
—Me fui para empezar una nueva vida, como tú —respondió Laelette, indiferente a su aversión—. Si te conviertes ahora serás joven eternamente. Qué envidia no haberlo hecho a tu edad —lamentó. De pronto sus ojos se abrieron, como si hubiera tenido una idea. Luego, brillaron con ilusión. Su sonrisa se ensanchó y se hizo más fina—. Alva me ha contado que Lami pasa mucho tiempo con mi marido. Si ella se va a quedar con mi pequeño Virkmund, es justo que yo me quede con su hija. Siempre quise tener una niña, ¿sabes? —Laelette giró su cintura en dirección al hombre calvo y batió las pestañas, coqueta—. ¿Qué me dices, Movarth? ¿La adoptamos? 
El hombre rodó los ojos como respuesta y Alicent retrocedió un paso más. Quiso gritar que mentía, que su madre no se había buscado otra familia sin contárselo a ella, pero los recuerdos del último año cayeron sobre Alicent como una revelación. Lami había pasado mucho tiempo con Thonnir y ella se había alegrado por tener un poco de libertad, ¿era posible que se hubieran hecho novios? Sacudió la cabeza, negando para sí. Se aferró a la única incógnita que se atrevió a confrontar en aquel momento. 
—Yo no me voy a convertir en nada, ¿de qué hablas? —preguntó con un hilo de voz. 
Alicent miró a Alva, buscando una explicación. Y la obtuvo, aunque no como esperaba, cuando ella se inclinó sobre el esclavo. Abrió su boca pintada de rojo y sus dientes se volvieron afilados y grotescos antes de hincarse en el cuello del hombre. 
Alicent tardó unos segundos en asimilar lo qué estaba viendo. Vampiros. Son vampiros. Su rostro se descompuso en una expresión de pánico y rompió a temblar.
—¿Te encuentras bien, cielo? Te has puesto pálida —dijo Laelette. 
Alicent la miró a tiempo de ver que le acercaba una mano, dispuesta a tocar su frente. La apartó de un manotazo. 
—¡No me toques! —exclamó, retrocediendo un paso más, aterrada. 
Giró sobre sí, buscando la entrada con la mirada. Estaba a punto de salir corriendo cuando Laelette la agarró de la muñeca y la sujetó con fuerza. Su piel estaba helada y su agarre era tan brusco que le hizo daño. 
—¿Es que Lami no te ha enseñado modales, niña? —preguntó enfadada. El falsete agudo desapareció y dio paso a una voz ronca de tono frío—. Muy bien, si piensas comportarte así, tendré que enseñarte algo de respeto.
—¡Suéltame! —gritó Alicent, asustada, y empezó a forcejear. Se volvió hacia Alva—. ¡Alva! ¡ALVA, AYÚDAME! —suplicó.
Pero Alva levantó la mirada despacio y, luego, negó. Tenía un poco de sangre en la comisura del labio y la retiró con el pulgar. Lo chupó para limpiarlo antes de pronunciarse.
—Te avisé de que te alejaras de él, pero no me hiciste caso. Ahora, te aguantas.
Laelette tiró de ella hasta las escaleras y la obligó a bajar. Por más que forcejeó, no consiguió zafarse de su agarre. El sótano estaba oscuro, tanto que Alicent no podía ver nada, aunque por la soltura con la que se movió su captora, parecía que ella sí que podía ver. La arrastró por la sala y Alicent avanzó a ciegas tras ella, a la fuerza. Cuando pararon, sintió un empujón seguido de un chirrido metálico; no tardó en descubrir que venía de la puerta de la celda en la que Laelette la acababa de dejar encerrada.
Aterrada, gritó y lloró en la oscuridad. Suplicó que la sacaran y amenazó, también a voces, con que Seth se lo haría pagar cuando volviera. En algún momento comprendió que, si Seth sabía que ellos estaban allí, entonces no podrían hacerle daño; él no lo permitiría. Aquello la consiguió calmar algo pero, aunque dejó de gritar, lloró tanto que se quedó sin lágrimas. La oscuridad era insoportable y aterradora. De vez en cuando sonaba algún gemido tenue, vacío, que le daba escalofríos. Recordó al hombre semi desnudo y se preguntó si habría más así en aquel sótano. ¿Cómo puede Seth permitir algo así? La pregunta se repitió en su mente, pero se negó a ella. Quizá había algún motivo, quizá él no lo sabía. Había prometido que se lo explicaría todo a su regreso, pero no imaginaba cómo podría justificar algo así.
No supo cuánto tiempo pasó allí encerrada. Sentía los ojos hinchados por el llanto cuando escuchó un chasquido de dedos, tras el cual varios orbes rojos repartidos por las paredes se encendieron, iluminando el sótano, también circular. Cuando la luz iluminó la estancia, Alicent vio a Seth acercándose a ella, pero también que la sala estaba llena de jaulas como la suya, la mayoría ocupadas por esclavos, hombres y mujeres con aspecto cansado, atolondrados, semi desnudos y casi sin vida, como el hombre que había visto antes. Se le revolvió el estómago y, por un instante, creyó que iba a vomitar.
Seth abrió la puerta. Cuando Alicent alzó la mirada vio que, además de cansado, parecía enfadado. 
—S- Seth —murmuró, con la voz seca y ronca. Lloriqueó sin lágrimas, con un nudo en la garganta y los ojos entumecidos—. Sácame de aquí, por favor. Me… Me quiero ir —suplicó cuando él se agachó junto a ella. 
Alicent intentó abrazarse a él, pero él la sujetó por los hombros y la miró con severidad. 
—¿Qué has hecho? —preguntó. La agarró por debajo de los brazos y la levantó—. Laelette dice que te portaste con ella como una…
Las piernas de Alicent fallaron en cuanto se puso en pie y cayó de bruces contra su pecho, cortando su reproche. Seth olía a sudor, a cenizas y a sangre. Era desagradable, pero no lo suficiente como para apartarse. Se abrazó a él, desesperada.
—Te dije que te lo explicaría todo a la vuelta —reprendió él, acariciando su espalda para tranquilizarla—. ¿Es que no podías esperar?
Alicent negó, apoyada contra su pecho.
—Quiero volver a casa, Seth —pidió, ignorando sus palabras—. Tengo miedo. Esto no me gusta. Esto… ¿Qué es esto? —levantó la barbilla para poder mirarlo a los ojos. Pese a la duda, seguía teniendo la certeza de que él no le haría nada malo, así que no se alejó incluso cuando preguntó—: ¿Eres un vampiro? 
Seth parpadeó, perplejo. 
—¿Qué? No, claro que no soy un vampiro Alicent. Venga, vamos a nuestra habitación y te lo explicaré todo. 
Alicent se tensó contra él. 
—No. No voy a ir a ninguna habitación —aseguró. Lo hizo con tal firmeza que hasta ella misma se sorprendió—.  Quiero… —vaciló al ver que él la miraba con el ceño fruncido, entre extrañado y cabreado—. Quiero ir a casa, Seth.
Seth frunció todavía más el ceño.
—Alicent, no puedes ir a casa. Y lo sabes. Además, esto es lo que querías. Lo que queremos. 
—¿Que esto es lo que quería? —negó, sorprendida—. ¡SETH! —alzó la voz, y él levantó ambas cejas—. ¡VIVES EN UN NIDO DE VAMPIROS! 
Las cejas de Seth volvieron a su lugar, pero apretó la mandíbula. Parecía aún más enfadado que antes. 
—Ya veo. —Su voz sonó fría, decepcionada—. Lo tenías todo planeado, ¿verdad? —Alicent parpadeó—. Querías que te mantuviera a salvo durante el ataque para luego buscar cualquier excusa para volver a Morthal sin mí. ¿Cómo puedes ser tan egoísta?
—¿Qué? Eso no…
—¿Es cierto? Pues muévete —ordenó Seth. Fue tan brusco que Alicent quedó helada. 
A pesar del miedo y la angustia, a Alicent le bastó un nuevo vistazo a su alrededor para devolverle la mirada con firmeza. No tenía ninguna intención de quedarse en aquel lugar horrible. Desvió la mirada hacia las escaleras. Su plan todavía no había terminado de coger forma cuando Seth se adelantó a sus intenciones.
—¡SUÉLTAME! —gritó cuando la cargó sobre uno de sus hombros, como un saco de patatas—. ¡SETH, BÁJAME! ¡QUIERO IRME! 
Seth la llevó escaleras arriba varios pisos, hasta llegar a lo que debían de ser sus aposentos. Alicent no dejó de patear y sacudirse todo el trayecto y estuvieron a punto de caer un par de veces, pero no le importaba, solo quería irse de allí cuanto antes. Cuando llegaron, Seth  estaba tan harto que prácticamente la arrojó de su hombro. De no ser porque chocó de espaldas contra la pared, se habría caído al suelo. Ni siquiera se molestó en ver cómo era la sala sino que, cuando recuperó el equilibrio, clavó sus ojos en los de él, desafiante, antes de dirigirse a la puerta. Pero Seth se interpuso entre ella y la salida.
—Déjame ir, Seth —exigió.
—Tú no vas a ir a ninguna parte —replicó despacio, enfatizando cada sílaba.
Para esas alturas saltaba a la vista que no le quedaba ni una gota de paciencia. Aunque en cualquier otra ocasión se habría sentido intimidada, estaba tan enfadada que intentó empujarlo. Alicent no tenía demasiada fuerza, así que Seth ni se movió. Frustrada, empezó a golpear su pecho con los puños.
—¡Déjame ir! ¡Déjame ir! ¡Quiero volver a casa! ¡Déjame ir! —exigió sin alzar la voz, atragantándose por los nervios con sus propias palabras. 
—Alicent, si sigues así me vas a obligar a hacer algo de lo que te arrepentirás —avisó. Lo hizo en un tono tan frío y afilado que la consiguió frenar. 
Alicent se detuvo y lo miró, procesando sus palabras. La amenaza avivó su enfado y volvió a empujarlo. Nuevamente, no consiguió nada, así que se dispuso a hacerlo otra vez, pero en esta ocasión Seth la paró a tiempo. Le apartó las manos con las suyas hacia los lados y Alicent perdió el equilibrio. Aunque estuvo a punto de caer de culo al suelo, solo retrocedió dos pasos tambaleándose, hasta que se volvió a erguir. Lo miró a los ojos, con la rabia encendida. No recordaba haber estado así de enfadada con nadie.
—¡Déjame marchar! No quiero vivir contigo, ¡TE ODIO!  —chilló. 
Seth quedó ojiplático, tan sorprendido que tardó en reaccionar cuando Alicent lo esquivó y se escurrió entre él y la puerta. Ya había puesto un pie fuera cuando, de repente, los dedos de Seth se enredaron en su pelo y tiró de ella hasta el interior de la habitación. Aunque su primer impulso fue gritar por la sorpresa, la ira escaló la violencia. Alicent se giró como un resorte y le pegó un bofetón con todas sus fuerzas. El impacto sonó tan fuerte que hasta ella abrió los ojos como platos al ser consciente de lo que acababa de hacer.
Ambos se miraron a los ojos unos segundos, congelados. Luego, Seth alzó la mano y le devolvió el golpe. También lo hizo con fuerza, tanta que la cabeza de Alicent se giró tan de golpe que le giró la cara tanto como su cuello dio de sí. Tanta que, en esta ocasión, sí que cayó de culo al suelo. Lo miró desde allí, con la boca abierta, sin dar crédito a lo que acababa de pasar. La había pegado. La había pegado, y con ganas. Puede que ella lo hubiera hecho antes, pero él ni se había movido. Él sin embargo tenía más fuerza y ella notó el dolor ardiendo en su mejilla. Me ha pegado. Se llevó una mano a la cara, temblando. Su labio tembló y sus ojos se llenaron de lágrimas. 
Quedó tan desconcertada, tan incrédula por lo que acababa de pasar, que ni se enteró de que Seth había salido de la habitación hasta que escuchó el sonido de la llave cerrando la puerta. Alicent levantó la mirada despacio, comprobando que Seth se había ido. Su pulso se volvió frenético. Tengo que escapar. Se puso de pie casi de un salto, con la adrenalina dirigiendo sus acciones. Alicent giró el pomo plateado varias veces pero la puerta, de madera robusta, no se abrió. Se agarró al pomo y volcó en él todo su peso pero, aunque la zarandeó con todas sus fuerzas, la puerta siguió cerrada. La desesperación continuó creciendo en su pecho. 
Miró a su alrededor por primera vez desde que había llegado, buscando alguna otra vía de escape. Igual que la primera planta, la estancia tenía la forma de una rosca, aunque en este caso las paredes concéntricas eran medios muros que definían la zona del dormitorio. Nuevamente, la iluminación venía de unos orbes que, en este caso, emitían una luz anaranjada y tenue. Alrededor del círculo interior había varias zonas, delimitadas por la organización de los propios muebles; Alicent vio muchos armarios, un tocador e incluso un pequeño hogar alrededor del cual había varias butacas y estanterías llenas de libros. Siguió caminando y llegó a un escritorio y otra mesa que dedujo que sería para comer. En otra zona vio una bañera inmensa, cuadrada y de piedra blanca. Aunque el espacio era magnífico y estaba decorado con gusto, Alicent no sintió ninguna fascinación.
Había unas cuantas ventanas alrededor de la habitación. Una de ellas era especialmente grande, como una puerta.  Alicent se acercó y comprobó que podía abrirla. Con el corazón palpitando y la esperanza en el pecho, la atravesó para comprobar que daba a un balcón tan espacioso que incluso parecía una terraza. Se acercó a la balaustrada, solo para comprobar que la altura era inviable. Si saltaba desde allí, lo más probable es que se partiera las piernas, si es que no moría en el intento. 
Agobiada, sintió el pánico creciendo todavía más en su pecho. Retrocedió hasta volver a entrar en la habitación e intentó abrir la puerta una vez más, sin éxito. Sus pensamientos eran cada vez más difusos. El ambiente, agobiante ante la creciente certeza de que no había escapatoria. Finalmente se dejó caer sobre el suelo, agotada. Se tapó los ojos con las manos y rompió a llorar desangelada, sintiendo que cada vez le costaba más y más respirar por el pánico. Tanto que las últimas bocanadas de aire que tomó sonaron ahogadas entre los sollozos.
No podía estar pasando aquello. Estaba en una torre lejos de todo el mundo, donde nadie la encontraría nunca si él no quería. Lo que al principio pensó que sería un cuento de hadas se había convertido en una pesadilla.
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loshijosdebal · 1 year ago
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Capítulo XXIII: El ataque de los nigromantes
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Alicent corrió hacia Seth con desesperación. Tenía que llegar a él, pero cuanto más corría en su dirección, más se alejaba. El tiempo era un concepto extraño allí, en aquel mundo al que no sabía cómo había llegado. La niebla impedía ver a su alrededor y no recordaba la última vez que vio la luz de Magnus. No obstante, todo daba igual. Lo único importante era llegar hasta él. No sabía cómo lo había descubierto, pero tenía la certeza de que un mal inmenso lo rondaba. Pendía sobre él como una espada colgada solo de un hilo y ella era la única capaz de romper aquella maldición, de salvarlo. Si no conseguía llegar a donde estaba, lo perdería para siempre, y no estaba dispuesta a permitirlo. De pronto todo tembló, y la inundó la angustia de no saber qué estaba pasando. Intentó correr más rápido, pero en cuestión de un segundo el mundo quedó totalmente a oscuras.
Alicent dio una bocanada de aire y abrió los ojos. La luz tenue de la lámpara de aceite junto a su mesita fue cegadora. Confundida, tardó un rato en comprender que estaba en su casa. En su cama. Solo ha sido un sueño. Miró a su alrededor y vio a su madre acuclillada junto a ella. Tenía mal aspecto, sus ojos reflejaban el cansancio. La noche anterior se había ido a mitad de la cena, después de que un guardia requiriera su presencia en el Salón de la Luna Alta. Cuando Alicent se fue a dormir, todavía no había regresado. Supuso, por sus ojeras, que apenas había dormido unas horas. 
—Escúchame, Alicent —susurró Lami con tono urgente—, me tengo que ir otra vez. Necesito que hoy abras tú la tienda de pociones, ¿podrás hacerlo? 
Alicent miró de reojo hacia la ventana, aún no había amanecido. Luego la miró en silencio y asintió, sin mediar palabra. Hacía ya tres días desde que se había negado a hablar a modo de protesta por el castigo. Lami esperó un rato hasta que comprendió que no respondería y suspiró, irritada. 
—Ayer por la noche Idgrod enfermó —compartió. El corazón de Alicent se detuvo un instante antes de empezar a latir con rapidez—. Debo ir a la casa comunal para seguir ayudando, pero volveré tan pronto como pueda. Es importante que guardes el secreto. Por ahora, la jarl no quiere que nadie más lo sepa, ¿entendido? 
Por un momento no supo qué hacer. Se le formó un nudo en la garganta. Primero Joric y ahora Idgrod. La idea de que ella sería la siguiente en caer la atenazó. Tiró de su manta de piel hasta la barbilla, como si allí adentro, escondida en su cama, estuviera a salvo de cualquier mal. Recordó el Festival de la Bruma, la ofrenda que nunca llegó a hacer. Pero Idgrod sí que la hizo. Se estremeció ante la idea de que aquello pudiera ser un castigo de Magnus, que ahora se cebaba con sus seres queridos por no haber cumplido la promesa que le hizo en la cueva. Se sintió estúpida. Estúpida y culpable. La cicatriz en su hombro era un recordatorio perenne de lo ocurrido aquel día en que casi perdió la vida y, sin embargo, había olvidado su promesa hasta esa misma semana, cuando todo se empezó a derrumbar a su alrededor. 
La preocupación se impuso al enfado y por fin se decidió a hablar.
—¿Está muy mal? —preguntó en un hilo de voz, desviando la mirada para no dar a entender que las cosas se habían solucionado. 
Ella misma arruinó el plan cuando, tras varios segundos en silencio, le pudo la curiosidad y volvió a mirarla. Parecía tan preocupada que a Alicent se le aguó la mirada. Idgrod debía estar realmente mal.  
—Shh calma, todavía es pronto —respondió al fin Lami, con cierta duda—. No lo podemos saber hasta que no despierte. Ahora debo irme. Cuida de la tienda, ¿de acuerdo?
Alicent asintió y su madre fue hasta el armario, de donde sacó su capa. Se la puso mientras caminaba hasta las escaleras y allí se volvió hacia ella, antes de bajar el primer escalón. 
—Feliz cumpleaños, hija. Siento mucho que este día vaya a ser así. 
No respondió. En su lugar, se giró en la cama, dándole la espalda. Lami suspiró con pesar y luego sus pasos siguieron los escalones. Alicent se sintió inhumanamente cruel por haber hecho aquello, pero por otro lado estaba tan enfadada con ella que no lo pudo evitar. A diferencia de otros años en los que esperaba con ansia aquel día, este no sentía ninguna emoción. El único regalo que podría aliviar el malestar que sentía era que su madre le levantara la prohibición de ver a Seth, pero la conocía lo bastante bien como para tener la certeza de que eso no iba a pasar. Seth. Pensar en él la ahogó en llanto. Hacía solo una semana que no lo veía, pero parecía que había pasado mucho más tiempo. Y, desde entonces, se sentía tan vacía que hasta las pequeñas cosas como levantarse cada mañana o comer cuando debía se habían vuelto una imposición. 
Estuvo a punto de no cumplir con su palabra y quedarse en la cama, pero finalmente, cuando consiguió dejar de llorar, se vistió con lo primero que encontró y se hizo una trenza de malas maneras. Desayunó un trozo de un bollito rancio que había sobrado del día anterior y bajó a abrir la tienda. Aunque normalmente le gustaba hacer pociones, esa mañana ni siquiera se molestó en intentarlo. Que las hiciera su madre cuando volviera, si quería. Tampoco barrió ni limpió los estantes como solían hacer cada mañana. En lugar de eso, se quedó sentada sobre el taburete tras el mostrador. 
Pensó en Idgrod, e intentó imaginar qué le habría pasado. Al menos ella estaba allí, en Morthal. No como Joric, de quien todavía no había rastro. Sabía que habían hecho peinar el Cerro, que desconfiaban de Seth por culpa de Idgrod. Pero allí no habían encontrado nada. Ni allí ni en ninguna otra parte.
Levantó la cabeza con pesadez cuando el chirrido de la puerta anunció la primera visita de la mañana. Como era todavía muy pronto, supuso que se trataba de su madre, que volvía para coger algún ingrediente o poción. Cuando vio que quien estaba bajo el marco era Seth, la sorpresa y la felicidad instantánea borraron de golpe la desesperanza que había sentido durante los últimos días con una facilidad absurda.  
—¡SETH! —exclamó, rodeando el mostrador para correr a sus brazos. 
Se abrazó a él con fuerza y Seth le devolvió el abrazo. Estuvieron así hasta que él la hizo alzar la barbilla para besarla con ansia, un beso al que respondió con gusto. 
Cuando se separaron y pudo mirarlo, Seth tenía el semblante serio. La última vez que estuvieron juntos habían discutido, por Joric. La angustia de la separación sin una explicación volvió de golpe, desatando sus nervios. Estuvo a punto de romper a llorar de nuevo.
—Lo… lo siento. Idgrod se… se lo contó a mamá… Lo de… lo de nuestro compromiso, y…, y yo… —intentó explicarse, pero Seth tiró de ella contra sí y acarició su espalda, para tranquilizarla. 
—Lo sé, Ali. Lo sé. Tranquila, no estoy enfadado contigo. —Aquello le sentó incluso mejor que el beso. Todo el miedo que había tenido esos días ante la posibilidad de que él la culpara de la situación se esfumó. Sin embargo, cuando volvió a alzar la mirada, Seth seguía teniendo la misma expresión seria de antes—. Pero no estoy aquí por eso. Ali, tengo que decirte algo importante y no tengo mucho tiempo. 
Alicent se sorbió los mocos, apoyada contra su pecho, incapaz de separarse o de apartar la vista de él. 
—¿Qué pasa? —preguntó con un hilo de voz. 
—Los nigromantes atacarán Morthal esta noche. 
La revelación le cayó como un jarro de agua fría y se quedó congelada, sin saber qué decir o qué hacer. Ni siquiera había vuelto a pensar en aquello, con todo el tema de la desaparición de Joric, su enfado con Idgrod y el castigo de su madre. Sobre todo aquello último; durante la última semana solo había podido pensar en Seth. ¿Cómo había podido ser tan tonta? 
Se dio cuenta de que había empezado a temblar cuando Seth la abrazó con más fuerza contra él. 
—No dejaré que te pase nada —prometió—. Pero Joric está desaparecido, Idgrod nos ha traicionado y tú… tú estás encerrada. Nuestro antiguo plan no va a funcionar. Pero no te preocupes, Ali, se me ha ocurrido otra idea. Aunque…
Dejó las palabras en el aire y Alicent apretó las manos alrededor de su cintura, mirándolo con ansiedad. Parecía dubitativo, casi culpable. 
—¿Qué opción? —quiso saber. Fuera lo que fuera, si eso los salvaba a todos estaba dispuesta a hacerlo—. ¿Qué podemos hacer? Dime. 
Seth tomó aire y lo echó por la boca lentamente antes de responder. 
—Ali, ¿hasta dónde estás dispuesta a llegar por nuestro compromiso? —preguntó. 
Alicent parpadeó, sin entender qué tenía que ver eso con nada. 
—Hasta el límite de Mundus si hace falta —respondió sin vacilar—. Pero, ¿por qué me preguntas eso ahora? 
Seth la miró fijamente. Parecía estar barajando si sus palabras eran honestas. Después de un rato deshizo el abrazo para tomar su cara con ambas manos, con cariño. Sus ojos estaban cargados de tensión. 
—Ven conmigo. Huyamos de todo esto juntos. Esta noche, cuando empiece el ataque. Yo te pondré a salvo, donde no puedan herirte. Donde nadie pueda separarnos nunca más. 
Alicent se quedó en blanco. Aquello era una locura. Era demasiado. ¿Cómo podría hacer algo así? Por muy enfadada que estuviera con ella, no podía abandonar a su madre.
—Seth… yo… —titubeó, con la mirada vidriosa y la certeza de que él se enfadaría si se negaba.
—Alicent. —Seth bajó las manos de su cara a sus hombros y su agarre se volvió un poco más tosco—. Eres la heredera de Jorgen. Serás la primera persona a la que busquen. Aunque quiera, aunque daría todo lo que fuera por poder hacerlo, tu madre no me va a dejar estar cerca para defenderte. Pero si huimos… Si huimos te salvaré, y al fin podremos estar juntos. De verdad, sin que nadie nos pueda volver a separar.
—Pero mamá… —volvió a dudar, mirando en dirección a la puerta de la tienda. Una parte de ella deseó que Lami apareciera en aquel momento y poder hacerla partícipe del plan. Quizá entonces se diera cuenta de que Seth la amaba. Quizá así no tuviera que renunciar a ella, ni a él. 
—Tu madre te tiene encerrada como si fueras un skeever en un sótano, Alicent —le recordó con dureza—. ¿Es eso lo que quieres para ti? Porque incluso si sobrevives sin mi protección —Alicent se tensó—, tanto tú como yo sabemos que no volverá a dejarnos estar juntos nunca más. Nuestro lazo quedará roto. Dime, ¿es eso lo que quieres? —insistió. 
—N-No, pero… Si me voy contigo… Si nos escapamos, nunca me perdonará, Seth. —En cuanto lo dijo se dio cuenta de que, en realidad, aquello no era lo que más le preocupaba—. ¿Y si le pasa algo? 
Seth apretó los labios. Parecía tan estresado que se sintió mal por estar poniendo trabas, pero no podía evitarlo, era su madre. 
—¿De verdad crees que dejaría que le pasara algo a tu madre? —preguntó, con un gesto dolido—. Escúchame, Alicent. Huye conmigo. Te pondré a salvo y, después, te prometo que volveré y protegeré a tu madre. Protegeré a cuantos pueda, tienes mi palabra. Además, Idgrod lo vio, ¿recuerdas? Yo gano. Pero no tiene sentido ganar si te pierdo en el proceso.
Alicent titubeó, sin apartar la mirada de él. Seth tenía razón, Idgrod lo había visto. Él tenía la cicatriz. Sin embargo, tomar aquella decisión era tan difícil que su corazón estaba dividido. Seth debió ver el conflicto en su mente, porque su tono se volvió más comprensivo.
—Te prometo que, cuando esto haya pasado, lo arreglaremos. Juntos. Convenceremos a tu madre de que no puede separarnos. Cuando vea lo felices que somos, lo mucho que nos queremos y necesitamos, no podrá negarse a que nos casemos. Entonces todo estará bien. Pero, para que eso pase, debes confiar en mí. ¿Confías en mí, Ali? —preguntó con un tono sedoso. 
Alicent se escondió en su pecho, abrumada. Ya había tomado una decisión y sabía lo que quería hacer. Quería estar con él, pero, a pesar de que Seth parecía tener el plan atado, tenía miedo a las consecuencias. Seth esperó con paciencia, acariciando su pelo hasta que, de repente, su voz rompió el silencio. 
—Ah, casi lo olvidaba —murmuró con cariño—. Además tienes que venir conmigo, para que pueda darte tu regalo de cumpleaños. 
A pesar del contexto, el hecho de que él recordara su cumpleaños la logró ilusionar. Levantó la barbilla y lo miró, con un brillo curioso tras sus ojos cargados. 
—¿Un regalo? 
Seth le guiñó un ojo y se inclinó, para dejar un beso breve en sus labios. 
—Pues claro. Estate preparada esta noche, ¿de acuerdo? Cuando el ataque empiece, vendré a buscarte antes de que lo hagan los nigromantes o los guardias. 
La miró intensamente, esperando su respuesta. Alicent sintió un nudo en el pecho ante la inmediatez de la decisión y, por un instante, le faltó el aire. Terminó por asentir lentamente.
—Está bien. Te esperaré aquí—cedió. 
Seth sonrió triunfal al escuchar su promesa y volvió a besarla. En esa ocasión el beso fue más real, tan intenso que tuvo que tomar aire cuando sus labios se separaron. Lo miró. Los ojos de Seth brillaban, cargados de una felicidad que no había tenido antes. Alicent hizo un esfuerzo por ampliar su propia sonrisa pues, aunque por dentro sentía un torbellino de emociones confusas, no quiso que él creyera que no estaba feliz porque volvieran a estar juntos.
—Entonces, aquí nos vemos —dijo Seth, todavía sujetando su cara con ambas manos—. Te prometo que todo cambiará a partir de esta noche. 
La primera horda de esqueletos accedió al pueblo por la entrada principal, dirigida por el grupo de nigromantes que comandaba Vaela, a quien había conocido en su primera visita al Fuerte Halcón de las Nieves. Tal y como estaba previsto. Seth negó para sí mismo, mientras una risa breve y aguda escapaba de sus labios. Resultaba irónico que el mismo ataque que hacía algunos meses lo había puesto de los nervios y había amenazado con desbaratar sus planes hubiera acabado siendo obra suya. 
El plan había sido precipitado, pero tras su conversación con Dogma supo que tenía que aprovechar aquella oportunidad, porque no habría más. Convencer a Vaela de atacar el pueblo tan pronto fue fácil; tan solo tuvo que mencionar haber visto el garabato de la daga en el diario de Idgrod, así como el falso rumor de que a la mañana siguiente pretendían trasladar algo bastante valioso fuera de Morthal. Aunque el ataque atraería a más guardias al pueblo durante los siguientes meses serviría, además de para limpiar su nombre a ojos de los vecinos, para conseguir de una vez por todas que nadie más se volviera a interponer entre él y Alicent. 
Oculto en la penumbra, vio a Lami salir de la Cabaña del Taumaturgo al poco de que el ataque empezara. Llevaba una cesta con lo que supuso que serían pociones. Entró al edificio en cuanto se alejó lo suficiente. Dentro, Alicent lo estaba esperando en la planta baja, con una mochila donde imaginó que había guardado algunas pertenencias. Salieron de la cabaña y la guió hasta la parte trasera, donde invocó a Tinta, su caballo. Con la huída por delante y el peligro acechando, no tuvieron mucho tiempo para charlar. Con ella montada delante de él, rodeó el cementerio y cabalgó entre la maleza, bordeando el linde entre la montaña y el pantano para salir del pueblo sin ser vistos. 
Una vez accedieron a la carretera principal, tardaron media hora en llegar al sendero que llevaba a la Guardia de Myr. Desde que se desviaron del camino tuvo que esquivar las dudas de Alicent quien, naturalmente, se mostró confundida al descubrir que no irían al Cerro. Por suerte para él, la gravedad del ataque y la urgencia por volver cuanto antes para proteger a su madre sirvieron de excusa para que dejara el tema por el momento. 
La dejó allí, a las puertas de Myr, con un beso en los labios y la promesa de que volvería lo antes posible. Ahora ambos tenían que enfrentar desafíos diferentes. Él debía participar de la batalla, pero sabía que las siguientes horas no serían agradables para ella. A fin de cuentas, él mismo había ordenado a Alva y a Laelette que la intimidaran un poco. Lo suficiente como para coartar sus posibles ansias de explorar la torre por su cuenta durante las siguientes semanas. 
—Vuelve pronto —suplicó ella antes de dejarlo ir. 
—Te lo prometo. 
Besó sus labios una última vez antes de darle la espalda. Estaba montando de nuevo en Tinta cuando, en la oscuridad, escuchó su voz pidiéndole que tuviera cuidado. ¿Qué pensaría si descubriera que, en realidad, no tenía nada que temer? Respiró hondo y suspiró aliviado, consciente de que no lo sabría nunca. Ahora que ella estaba en Myr, nada podría interferir en su relato. A partir de ese momento la realidad sería la que él quisiera. 
Salió del sendero y siguió el camino a Morthal. Las luces de la batalla podían verse desde allí, gracias a la oscuridad de la noche. Cuando al fin llegó al pueblo, accedió por la entrada principal, donde un grupo de nigromantes se había fortificado. Hizo desaparecer a Tinta nada más desmontar y, en su lugar, invocó a un par de atronach de las llamas. Las damas ígneas se balancearon en el aire antes de comenzar a lanzar ráfagas de fuego coordinadas en dirección a un par de nigromantes desprevenidos, demasiado ocupados en comandar a su horda de no muertos como para darse cuenta de su presencia. Murieron envueltos en llamas, llenando el aire de un olor a pelo y grasa quemada. Tan pronto cayeron, un grupo de unos veinte esqueletos se descompuso ante los ojos de los aterrorizados guardias de Morthal, que luchaban sin descanso, superados en número por los no muertos comandados por los nigromantes. 
Seth atravesó la primera defensa y saludó a los guardias con falsa preocupación, preguntando si estaban bien y cómo los podía ayudar. Quería que todos los habitantes posibles de Morthal lo vieran llegar, y que vieran también lo que iba a hacer por ellos. Reconoció el horror en los ojos de los combatientes. Seth no los culpaba. Los esqueletos eran horribles. Algunos no habían sido bien despojados de músculo y las trazas de carne colgaban de sus miembros. Además estaba el hecho de que antaño habían sido personas. Personas que cayeron en manos de los nigromantes y que fueron sometidas a este proceso cruel para pasar a formar parte de sus ejércitos. 
Se abrió paso en la batalla, ayudando en lo que pudo a los guardias, matando a todo nigromante, esqueleto o reanimado con el que se cruzaba. Aunque pareció que sus pasos seguían a los enemigos por las calles, en realidad estaba yendo tras algo. Tras alguien. ¿Dónde diablos estás? Joric andaba por ahí. Quizá no hubiera podido matarlo, pero lo que sí había aniquilado era su voluntad. Preso de la magia, ahora Joric se movía como un títere bajo sus deseos. Lo había hecho ir hasta allí para que los vecinos lo vieran, para hacerlos creer que había caído en las garras de los nigromantes. Eso bastaría para limpiar su nombre y sacarse de encima las sospechas que Idgrod hubiera sembrado.
Pasó sobre el cadáver de un guarida poco antes de que otro nigromante lo levantara con un hechizo de conjuración. Lo mejor de jugar a dos bandos era, sin duda, que no tenía de qué preocuparse pese a estar en mitad de la batalla. El brujo siguió al reanimado, que se unió a otro grupo donde por fin encontró a Joric combatiendo contra sus amigos y vecinos, mezclado entre la horda de no muertos tal y como le había ordenado. Se sorprendió al comprobar que la mayoría de los caídos coincidía con aquellos que no habían conseguido hacer sus ofrendas. Así que era cierto. Sonrió pagado de sí. Definitivamente, hacer arreciar el aire con la coartada de encararse con Joric había sido una estrategia estupenda.  
Lo bueno de las batallas era que nadie prestaba demasiada atención a nada que no fuera su alrededor inmediato, así que Seth se acercó a Joric sin preocuparse por que nadie estuviera espiando. 
—Vuelve a Myr y espérame fuera. Y, Joric, sé discreto. Que nadie te vea —ordenó secamente, seguro de que ya lo habrían visto las suficientes personas como para que su plan saliera adelante. Los reanimados se convertían en montones de ceniza una vez terminaba el conjuro; todos darían por hecho que Joric formaría parte de alguno de todos los que al alba cubrirían las calles de Morthal.
—Si, Lord Athan —respondió con voz átona, antes de cumplir con lo mandado.
Una vez cubierto ese frente, Seth se volcó en la lucha. Su magia era poderosa y su presencia en la batalla logró que las fuerzas de Morthal superasen a las de los nigromantes. Todo lo que tenía que hacer era evitar a Vaela, para que esta no lo reconociera y pusiera en jaque su plan. Casi una hora después, la anciana cayó derrotada tras un uno a uno contra Falion y los pocos nigromantes que seguían con vida huyeron del pueblo que, para entonces, había sido devastado. Seth miró a su alrededor y se sorprendió al sentir cierta lástima al ver las columnas de humo saliendo cubriendo el cielo de Morthal; entre las casas en llamas estaba la Cabaña del Taumaturgo. 
Con la batalla terminada, entró al Salón de la Luna Alta junto al Legado Taurino, un grupo de guardias y Falion, quien estaba malherido y a quien ayudó a llegar hasta la casa comunal. Allí había muchos vecinos, la mayoría ancianos, niños y gente que no sabía combatir, de modo que afuera habrían sido un estorbo más que una ventaja. Lami y Jonna estaban también allí, ayudando a los guardias heridos y a los vecinos aterrados, proporcionándoles comida y pociones. La jarl Idgrod estaba al fondo, en su trono. Aslfur, su marido, se asomó desde el palco de la habitación de Idgrod. Seth frunció el ceño al ver que ella no estaba por ninguna parte. 
¿La habrán herido? Se sorprendió a sí mismo al reconocer que aquella posibilidad no le agradaba en absoluto, a pesar de todo lo que le había hecho. 
El Legado Taurino se adelantó al grupo y la jarl se puso en pie, con expresión cansada pero solemne. 
—Hoy hemos perdido mucho, pero habéis luchado con valentía —dijo, comenzando así su discurso. 
Siguió hablando, pero Seth dejó de escucharla con rapidez. Lo cierto es que no le interesaba nada de lo que pudiera decir. En lugar de eso se acercó a Lami, con su mejor cara de desesperación. Tomó a la mujer por los brazos e incluso se atrevió a zarandearla. 
—¿Dónde está Alicent? ¿Por qué no está aquí?
Sintió una punzada de satisfacción al ver como los ojos de la mujer se inundaron en lágrimas. Ahora sabes lo que se siente. Lami negó como toda respuesta, incapaz de hablar. Después se deshizo de su agarre casi sin fuerzas; Seth la soltó de la misma manera, fingiendo que se derrumbaba. La mujer le dio la espalda y supo, por su gemido de dolor, que estaba llorando. 
Él mismo lo hizo también. Tuvo que recurrir a algunos recuerdos dolorosos de la infancia, esos que solía evitar porque así era más fácil continuar. Consiguió su propósito y sus ojos se empañaron, haciendo más convincente la actuación, consciente de que había gente mirando. Se retiró a un banco, donde fingió llorar en silencio hasta que la jarl terminó su discurso. Entonces, se acercó a ella.
—Jarl Idgrod —saludó, con la voz quebrada. La jarl lo miró agotada, parecía haber envejecido diez años en solo unas horas—. Idgrod. —En esa ocasión no tuvo que fingir la preocupación en su propia voz, pues era real—. ¿Dónde está? ¿Ella también…? —dejó la pregunta en el aire.
La jarl negó y cabeceó en dirección a su marido, que seguía observando desde el palco de la habitación en la que Seth había pasado tantas tardes.
—Cayó enferma ayer de noche —confesó la jarl—. Todavía no ha despertado. 
Seth suspiró con alivio al descubrir que al menos estaba allí, a salvo. Sin embargo, no pudo evitar preguntarse si el extraño peregrino habría tenido algo que ver. No podía ser casualidad que Lami no estuviera en la tienda aquella mañana. Notó los ojos de la jarl clavados en él y volvió a mirarla.
—Joven Athan, gracias por venir a defender el pueblo —dijo finalmente—. Hoy te has puesto en peligro por todos nosotros. Ha sido un acto noble por tu parte. 
Seth asintió brevemente, aceptando el agradecimiento.
—Las luces se veían desde el Cerro. Idgrod me había compartido su visión, y… bueno, no podía quedarme sin hacer nada. Pero no pude protegerla… —dijo, rompiendo la voz a la vez que miraba en dirección a Lami. 
La jarl lo miró con agradecimiento y lástima. Apretó su hombro brevemente y, luego, titubeó.
—¿Puedo preguntarte algo? —Seth asintió, manteniendo el mohín de angustia—. Mi hijo. Joric. ¿También lo has visto hoy? 
Seth tardó en responder en contra de su voluntad. Romperle el corazón a la jarl no le pareció tan divertido y gratificante como lo había sido hacerlo con Lami. La imagen de su propia madre sentada en su butaca en Markarth, con ojeras bajo los ojos y estos clavados en la puerta mientras esperaba a que Parker volviera, asaltó su mente. Joric, al igual que Parker, no volvería nunca. La diferencia era que su madre sabía que Parker estaba ahí fuera, viviendo su vida tal y como él quería. La jarl no tendría esa suerte. 
—Lo siento mucho, jarl Idgrod —logró decir con un hilo de voz. 
La jarl permaneció en silencio. Aunque Seth pudo ver cómo el dolor la atravesaba tan pronto comprendió el significado de su disculpa, no se mostró sorprendida. 
—Jarl Idgrod, debo volver al Cerro —dijo al fin. Algunos vecinos ya habían empezado a abandonar la casa comunal, para volver a sus casas—. Sorli y Pactur deben estar preocupados. 
La jarl asintió lentamente. 
—Ve pues —murmuró, antes de aclararse la garganta—. Y dile a Pactur de mi parte que mañana necesitaremos a todos sus trabajadores. Tendremos que reconstruir el pueblo.
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loshijosdebal · 1 year ago
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Capítulo XXII: Los acuerdos de la locura
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Todavía no había empezado a llover, pero el aire estaba húmedo, cargado. Desde el aserradero, podía escuchar los truenos en la distancia y cada vez pasaba menos tiempo entre uno y otro, indicando que la tormenta se dirigía hacia Morthal. 
El clima maridaba con su estado de ánimo, pues hacía días que una tormenta se había desatado en la vida de Seth. Hacía algo menos de una semana desde que se había encontrado a Joric a su regreso a la Guardia de Myr, su verdadera residencia en la Marca de Hjaal. Aunque al principio creyó tenerlo todo bajo control, Idgrod había tomado las riendas de la situación, desbaratando todos sus planes con una facilidad asombrosa. La incapacidad de retomar el control estaba haciendo mella en sus nervios, a tal punto que la ansiedad le impedía poner las ideas en orden. 
Sabía desde el principio que la desaparición de Joric lo cambiaría todo, pero no esperaba que lo hiciera de aquella forma. Quizá lo peor fue descubrir lo poco que le gustaba el nuevo orden de las cosas, revelado como una debilidad que le hacía sentir vergüenza. Intentaba rebelarse contra sí mismo y negar sus propias emociones, pero no podía; echaba de menos las cosas tal y como estaban antes. Extrañaba las tardes en casa de Alicent o de los Cuervo Viejo, tras el aserradero o en la taberna, los cuatro juntos hablando y jugando. Se había convencido de que lo odiaba, que solo lo hacía porque le convenía, pero no fue hasta que lo perdió que se dio cuenta del color que aquellos momentos daban a su día a día. Esa certeza, ese pinchazo de dolor en el pecho cada vez que pensaba en ello le hacía flaquear, cuestionarse cosas que ni debía ni podía poner en duda.
—¿Me has entendido, Athan? —preguntó Idgrod, con tono amenazante. 
Seth apretó la mandíbula, conteniendo la desesperación a duras penas. Idgrod no solo lo había empezado a tratar como a un extraño al que odiaba, sino que también se había cobrado la venganza. Lo había separado de Alicent hacía días, tras contarle a Lami todo lo ocurrido. Naturalmente, esta la había atado en corto, prohibiendo cualquier contacto con él. Además la mujer no se andaba con juegos pues, cuando intentó verla en la Cabaña del Taumaturgo, lo había echado de allí sin vacilar, a pesar de las lágrimas y las súplicas de su hija. 
No contenta con haberle quitado a Alicent, ahora Idgrod también quería quitarle la empuñadura de la daga de Mehrunes. 
—Estás siendo ridícula —replicó con dureza—. Idgrod, los nigromantes atacarán Morthal en cualquier momento. ¿No te basta con que haya muerto tu hermano? Hacernos caer a todos no hará que Joric vuelva. 
Idgrod abrió los ojos de par en par, no hacía falta ser un genio para saber que había metido el dedo en la llaga. Para su disgusto, ella se recompuso con rapidez y le miró con una determinación fría que supo que no podría romper. 
—Mi hermano no está muerto. Devuélvemelo, Seth. Quédate con la estúpida daga si quieres, pero devuélveme a Joric. Y luego, déjanos en paz. 
Rodó los ojos, aprovechando el gesto para escapar de la mirada furiosa de Idgrod. Aunque carecía de pruebas, Idgrod tenía la convicción de que Joric estaba vivo y en sus garras. Parecía que el tiempo que habían pasado juntos no había servido para nada; ante la primera sospecha, Idgrod aceptó con una facilidad absurda que él era el villano de aquella historia. No tenía claro qué le molestaba más, si esta actitud o lo certera que había sido su intuición. Ya ni siquiera podía encontrar paz en su refugio, la presencia de Joric, a quien había sido incapaz de matar incluso tras descubrir que había besado a su Alicent, era un recordatorio de su torpeza y su debilidad. 
—Estás loca, Idgrod —contestó, cansado—. ¿En qué idioma te tengo que decir que no sé dónde está para que lo entiendas? 
—Ya sabes a qué atenerte —dijo Idgrod con seriedad. Seth se obligó a mirarla; seguía mostrando el mismo arrojo que antes—. Si este Sundas Joric no ha vuelto y no me has traído la empuñadura, le contaré todo a mi madre. 
Seth solo le temía a su propia madre, pero una madre que además era jarl era otra cosa diferente. La ira de una madre que también era jarl no solo pondría en peligro su plan, sino también su propio estilo de vida. Sintió que estaba a punto de perder la paciencia, algo que no podía permitirse, así que resopló con fuerza y la miró con dureza. 
—Como quieras, Idgrod. 
Todavía no había salido del pueblo cuando empezó la tormenta. La lluvia comenzó a caer de un momento a otro, tan abundante y con tanta fuerza que lo obligó a esperar a que amainara. Seth se refugió en el cementerio, bajo un viejo pino frondoso, con la esperanza de no encontrar a nadie allí; tras el encuentro con Idgrod, no estaba de humor para socializar. En la soledad, empezó a rumiar todo lo que había ocurrido en la última semana. 
—Todo esto para nada —masculló para sí mismo con rabia.
Se dejó llevar por las emociones y pateó una pequeña piedra que salió disparada hacia adelante. Aunque la niebla no había recuperado su anterior densidad, la lluvia caía con tanta fuerza que Seth no podía ver mucho más allá de su refugio bajo el árbol. 
El primer trueno cayó sobre el pueblo. Lo hizo tan cerca del cementerio que Seth se asustó. Todavía tenía la mano sobre el corazón cuando una figura salió del manto de lluvia y accedió a su refugio bajo el árbol. Lo que me faltaba, pensó al reconocer al peregrino chiflado que había conocido en su primer día.
Don Dogma se irguió. El pelo le caía empapado por la cara, liso por culpa del peso del agua, y era tan alto que parte de su frente se hundía entre las primeras ramas del pino, aunque esto no pareció molestarle. De hecho, parecía estar de buen humor.  
—Vaya, vaya —saludó canturreando—, mira a quién tenemos aquí. ¿No es verdad que el mundo gira?
Seth resopló y lo miró desafiante.
—¿No hay más árboles en el pueblo, Dogma? No estoy de humor. 
Don Dogma rio pausadamente, antes de estirar una sonrisa que a Seth le pareció algo siniestra. 
—Si el mundo gira, el loco mira, chico.  
—Hablo en serio —insistió Seth—. No tengo tiempo para tus juegos. 
Como si pudieras ir a otra parte, dijo la voz de su cabeza. Seth cerró los ojos unos segundos, tratando de reunir algo de paciencia. Cuando los volvió a abrir, Don Dogma se estaba inclinado sobre él y sus ojos azules lo contemplaron, cargados de diversión. Algunas agujas del pino se habían prendido a su pelo, dándole un aspecto peculiar. 
—Que me dejes en paz —avisó de nuevo, anticipándose al loco. 
—¡Ah! —Don Dogma se volvió a erguir y posó una mano sobre el pecho con dramatismo. Sobre sus cabezas se escuchó un nuevo trueno, uno tan fuerte que a Seth le pareció que el suelo temblaba—. ¿Pero qué qué oyen mis ojos? Un río de tristeza, una cascada de rabia. Como se suele decir, “cierro una puerta y abro una ventana”, ¿será así?.
Seth tomó aire por la nariz y lo expulsó lentamente por la boca, mientras se pellizcaba el puente de la nariz. Había quien encontraba encanto en la locura, pero no era el caso. 
—Si vas a decir algo, dilo de una vez —exigió. 
—No hay ningún pino bajo el que refugiarse en tu interior, ¿no es cierto?
Se tensó al darse cuenta de que el peregrino parecía estar al tanto de algo. 
—¿Qué sabrás tú? —replicó a la defensiva, repentinamente intimidado—. Solo eres un loco. 
—¡JA! —gritó Don Dogma, quien parecía divertirse con todo aquello—. Tal vez algo, no lo niego. Pero no me negarás que, a veces, un loco puede ver lo que obvia un sabio. Veamos si estoy en lo cierto. —Don Dogma volvió a inclinarse sobre él y sus ojos azules volvieron a clavarse en los propios, con semejante intensidad que le arrancó un escalofrío—. Te sientes atrapado, ¿no es así? Entre lo que deberías ser y lo que deseas ser.
Seth parpadeó un par de veces, perplejo. Luego soltó una risa seca, sintiendo que estaba a punto de perder los papeles. La magia calentaba sus manos, movida por su subconsciente. La rabia acumulada quería escapar por algún lado y la osadía de aquel tipejo le estaba provocando hasta el extremo.
—¿Has venido a burlarte de mí, viejo? —dijo de malas formas, dando un paso hacia él para encararlo. 
—Pues a lo mejor —respondió Don Dogma sin tacto, sin dejarse amedrentar—. Depende de ti. ¿Serás honesto conmigo, Seth? —su tono, hasta entonces chillón, cambió de forma abrupta a uno más grave—. Porque si lo eres, yo podría hacer algo por ti. 
Seth tragó saliva e hizo un acopio de fuerzas para no retroceder el paso que acababa de cortar. Frunció el ceño, mirándolo con desconfianza, analizándolo. Había algo extraño en él, algo que no había sentido hasta el momento y que no fue capaz de identificar.
—¿Qué vas a poder hacer tú por mi? —replicó con inseguridad. 
Don Dogma chasqueó la lengua varias veces mientras negaba con lentitud. 
—Primero cuéntame qué calienta tanto ese frío corazón tuyo. Y tal vez, solo tal vez, puede que te abra una ventana. 
—No sé de qué me hablas —insistió, desviando la mirada. 
—Ah, ¿no? —Don Dogma se miró las uñas con los dedos encogidos sobre la palma de la mano—. ¿Y qué hay de esa joven virginal con aroma a lirios? ¿O de la sabia chica con ojos de calamar? ¿Qué es del valiente joven que se atrevió a tratarte como a un igual? Hasta el más fuerte puede quebrarse si se le quita lo que más anhela. 
Seth retrocedió un paso. La cercanía resultaba incómoda y, de algún modo, aquel peregrino lo había logrado intimidar. Sabía demasiado. 
—Cállate —ordenó, cuando sus preguntas hicieron diana en sus sentimientos. Hasta él mismo se dio cuenta de lo evidente que era el dolor en su voz, y se avergonzó cuando Don Dogma sonrió burlón; él también lo había notado—. ¡No tienes ni idea de quién soy! ¡No sabes nada! 
La diversión volvió a brillar de un modo siniestro en los ojos del orate. 
—¡JA! ¿Acaso sabes tú quién eres tú? —Seth dudó ante su pregunta y Don Dogma siguió tras dedicarle una sonrisilla traviesa—. Sin duda, la sombra del padre es larga, pero ahora has visto un mundo diferente. Ahora se ha encendido un fuego que no has sabido controlar, que arde y consume todo a su paso, dejándote expuesto y vulnerable. ¿Qué harás para extinguirlo?
Seth retrocedió de nuevo, de espaldas, y chocó contra el tronco del árbol. La vibración del golpe provocó que las gotas que se habían filtrado entre las agujas del pino cayeran sobre ambos. Seth se quedó apoyado en el árbol, agotado.  
—Todo era más fácil antes de mudarme aquí… —reconoció al fin, derrotado por aquel extraño que parecía saber todo de él. Bajó la mirada hacia el suelo, donde las hojas caídas se mezclaban con el barro—. Nunca había tenido nada igual, pero con ellos… —Su voz tembló—. Ellos son unos críos. Alicent, Joric… incluso Idgrod. No entiendo por qué, aun sabiendo eso, me molesta tanto perderlos. Sobre todo a Alicent. Es… era… No sé. La echo de menos —admitió, sorbiendo su nariz. 
Alzó la mirada a tiempo de ver a Don Dogma asentir lentamente, mientras lo miraba con una comprensión que a Seth le pareció condescendiente.
—Ah, la herida del primer amor —comentó volviendo la vista al cielo. Pareció que le respondía, ya que cayó un nuevo trueno más fuerte que el anterior—. Y los amigos, ¿qué decir de ellos? Cuántos buscan un tesoro y encuentran una puñalada. Pero el amor, ese es el corte más profundo.
Seth suspiró y se apartó el pelo de la frente. Hablar con aquel hombre era agotador, para entonces se le hacía obvio que había sentido en sus sinsentidos, pero encontrarlo requería estar leyendo constantemente entre líneas. Ni siquiera entendía cómo había llegado al punto de seguirle el juego en lugar de largarse.  
—¿Te ha pasado? —preguntó al fin, intentando apartar el foco de la conversación de sí mismo.
La expresión de Don Dogma se apagó por un instante.
—Todavía extraño esas comidas familiares. Pero, volviendo al asunto que nos concierne, ¿deseas verla? A tu bella-dama, por supuesto. No va a ser a la mía. 
Seth asintió.
—Claro que quiero verla, pero no puedo.
Los ojos del peregrino brillaron y, una vez más, estiró esa sonrisa que le hacía estremecer. 
—Mañana al alba Lami no estará en la tienda de pociones, aprovecha la oportunidad, pues no habrá otra —dijo, cumpliendo con su palabra. 
Seth parpadeó un par de veces, asimilando lo que Don Dogma acababa de revelar. Lo miró fijamente; había algo raro en él, más allá de su excéntrica actitud.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? ¿Te envía mi padre?—exigió saber, con la seguridad de que aquel extraño estaba allí por algo. 
Don Dogma le dedicó una nueva sonrisa, enigmática y un tanto lunática, que le volvió a poner los pelos de punta. La lluvia se hizo más fuerte, tanto que el sonido de esta al chocar contra el suelo hizo imposible oír nada más. El agua empezó a fluir hacia ellos, amenazando con inundar la zona en cuestión de minutos. Seth miró hacia el suelo al sentir la humedad en un pie. De alguna forma, el agua había logrado atravesar su bota izquierda. 
—Mierda —se quejó. 
Levantó la barbilla para mirar otra vez a Don Dogma, solo para comprobar que ya no estaba allí.
Idgrod maldijo una vez más su mala suerte. Se había quedado un rato más tras el aserradero, después de encarar a Seth, y la tormenta empezó antes de que pudiera volver a casa. Últimamente pasaba allí las tardes, refugiándose en la nostalgia. En menos de una semana había perdido a su hermano, pero también a Alicent, aunque ella siguiera a salvo en el pueblo. El dolor era tan grande que, en ocasiones, tenía la sensación de que también iba a perder la cordura.
Llevaba media hora esperando a que dejara de llover, pero, lejos de amainar, la lluvia había empezado a caer con más fuerza. La luz del atardecer la hizo consciente de que no tendría más remedio que mojarse. No quería llegar tarde a casa, no se lo podía permitir desde que Joric no estaba. Desde ese día, sus padres se ponían muy nerviosos cuando oscurecía y ella todavía no había llegado. Tanto que Idgrod podía dar gracias por no tener un guardia vigilándola todo el tiempo. 
Miró hacia el cielo encapotado e infló las mejillas, antes de echar a correr bajo la lluvia abrazada a su bolsa, para proteger sus libros del agua. Apenas había avanzado unos metros cuando frenó en seco para evitar chocar contra una figura que apareció de la nada entre la niebla y la lluvia. Lo miró con sorpresa, olvidando por un instante que estaban bajo un diluvio. Sus ojos se llenaron de lágrimas contra su voluntad cuando reconoció a Don Dogma. No pudo evitarlo, pues por un momento tuvo la esperanza de que fuera su hermano.  
—Parece que hoy no se sirve ni una sonrisa en todo el pueblo —observó Don Dogma, mientras sacudía la cabeza. 
—Don Dogma, no es un buen momento. Tengo que… 
—Paparruchas —la cortó, sacudiendo una mano—, ¿o acaso no sientes la lluvia calando tus huesos? ¿¡Qué mejor momento para hablar de amor!? La distancia duele, ¿no es así, jovencita? —preguntó, atrapándola con la guardia baja. 
—Esto no tiene nada que ver con el amor —replicó, creyendo que lo preguntaba por sus lágrimas. Trató de limpiarlas, rindiéndose al darse cuenta de que, en realidad, no se diferenciaban demasiado de  las gotas de lluvia que ya resbalaban por su cara—. He perdido a mi hermano, mi mejor amiga me odia por intentar protegerla, y… y encima todos estamos en peligro —confesó.
—Como dijo un sabio una vez, una aventura es más divertida si huele a peligro —canturreó. 
Idgrod parpadeó un par de veces, confusa. No había escuchado nunca un ritmo igual. Aquello la deprimió incluso más; incluso se habían compuesto nuevos versos como prueba de que el mundo seguía avanzando, sin importarle la desaparición de su hermano. 
Don Dogma, por su parte, parecía ajeno a la lluvia que para ese entonces ya los había empapado a ambos. De la nada, sacó una onza de queso del bolsillo y se la ofreció.
—¿Quieres?
Idgrod miró el queso, evitando una mueca de asco por educación. Estaba mojado y tenía unas cuantas pelusas, por haber estado en el bolsillo del hombre. Negó una vez, antes de mirar en dirección al puente que conectaba el aserradero y la Cabaña del Taumaturgo con el resto del pueblo y se abrazó aún más a su bolsa.  
—Tengo que irme pero, ¿me aceptas un consejo? Vete del pueblo mientras puedas, es el peor momento para estar en Morthal. El peligro está al caer. Ahora… —parpadeó, perpleja— ¿Don Dogma? 
Don Dogma la estaba ignorando. Se había puesto a palpar sus bolsillos con urgencia, buscando algo. Tras un par de vueltas sobre sí mismo se giró hacia ella y la miró con gesto acusatorio. 
—¿Dónde está mi queso? ¿Lo has cogido tú?
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Hacía días que tenía las emociones a flor de piel, aunque intentaba mantener la compostura delante de sus vecinos y, sobre todo, de sus padres. Por algún motivo, aquella tontería la hizo romperse. 
—¡Esto no es un juego! —gritó, frustrada, y sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas—. ¡No lo entiendes! Confié en Seth en vez de hacerle caso a mi hermano y ahora él le ha hecho algo. Y unos nigromantes atacarán Morthal, y… y…
Se sorbió la nariz, enmudecida por el gesto del peregrino. Quedó pasmada al reconocer a través de sus ojos nublados por las lágrimas el desdén y el hastío en la cara de su acompañante. Aquella era la primera vez que lo veía actuar así, sin sandeces, sin sonrisas ni chistes.
—Malditos sean tus ojos de calamar, Idgrod. ¿Te han dicho alguna vez que eres realmente molesta?
—¿Qué? —preguntó en un hilo de voz que apenas se escuchó sobre el sonido de la lluvia. 
—¿Conoces el quinto acuerdo de la locura? —preguntó de pronto, recuperando la sonrisa pero de una forma diferente, más macabra— ¡Qué divertido enigma! Si los humanos dicen la verdad, pero los daedra mienten, ¿quién es qué? 
—¿Y eso qué importa ahora? —preguntó, alzando la voz. 
Empezó a temblar. La lluvia le había calado ya la ropa y los huesos, y el viento no hacía más que empeorar la situación. 
—Responde a mi acertijo, niña —ordenó Don Dogma, poniendo los brazos en jarra—. Hazlo bien y quizá te revele la verdad sobre el paradero de tu hermano: Un forastero llega a la villa de Morthal y dice ser inofensivo, ¿quién puede ser?
Idgrod comprendió entonces que, al parecer, Don Dogma sabía algo de Seth y también de Joric. 
—¿Qué sabes de ellos? 
—Ah-ah-ah. Primero debes responder —respondió el peregrino con un tono que le pareció amenazante.
Sintió la tentación de rodearlo e irse de allí de una vez, pero la posibilidad de descubrir algo sobre el paradero de Joric se lo impidió. Apretó los labios, pensando en la adivinanza. ¿Me intenta decir algo sobre Seth? La cuchilla de Mehrunes, su afición por todo lo relacionado con los daedra, ¿era posible que el chico fuera un adorador de los daedra? No era tan disparatado pues, según tenía entendido, en Markarth había unos cuantos. 
—Humano o daedra, puede ser cualquier cosa —dijo al fin, mirándolo con sospecha—. ¿Qué me intentas decir? 
—Espera, aún hay más. Tanto humanos como daedra pueden estar… ¡LOCOS! —gritó de pronto elevando los brazos hacia el cielo, como si se tratara de una noticia estupenda—. Mientras que los cuerdos dicen la verdad, los locos mienten. ¿Lo entiendes?
Idgrod asintió.
—Entonces, ¿qué me dirías si te confieso que soy un daedra loco?
—Pues… —Lo miró con recelo, mientras pensaba la solución; le llevó algo más de tiempo, ya que la nueva cláusula complicaba la adivinanza—. Podrías ser un humano loco que cree que es un daedra, o… un daedra loco que cree que miente.
—¿Así respondes a la presentación de un dios, niña? —preguntó Don Dogma, con una sonrisa maliciosa. 
El peregrino puso los brazos en cruz y, entonces, un rayo cayó sobre él, deslumbrando a Idgrod, que se tapó los ojos con el antebrazo por impulso. Cuando volvió a mirar hacia él, asustada, comprobó con asombro que el rayo no le había hecho nada. O casi nada, ya que una nueva onza de queso se había materializado sobre su mano. 
—Oh, aquí estaba —comentó con emoción, antes de darle un bocado para, después, tirarlo al suelo. 
Idgrod retrocedió unos pasos, tratando de entender lo qué estaba pasando. Repasó con rapidez cada conversación, cada gesto de Don Dogma; solo un minuto más tarde sus ojos se ensancharon al caer en la cuenta.
—Dogma —susurró con horror, mientras el peregrino rompió a reír de forma histérica—. Madgod —añadió, reculando un paso más—. Eres… Eres Sheogorath… 
—¡BIEN, BIEN, BIEN! ¡REQUETEBIÉN! ¡HAS ACERTADO! 
Don Dogma dio una vuelta sobre sí mismo antes de avanzar hacia Idgrod, que se había quedado paralizada por el miedo. Tocó su frente con ambos dedos y, entonces, fue como si el mundo se desvaneciera a su alrededor. Sus ojos se opacaron, su cuerpo cayó sobre el suelo enfangado y, entonces, comenzó a convulsionar.  De su boca empezó a salir espuma, y Don Dogma se inclinó sobre ella, riendo mientras la miraba con ojos divertidos. 
—Ah, míranos ahora, pequeña Idgrod. Como si fuera otra de tus visiones, aquí están dos locos, un humano y un daedra. 
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loshijosdebal · 1 year ago
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Capítulo XXI: La desaparición de Joric
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Las despertaron los golpes en la puerta. Ante la insistencia de la llamada, Lami encendió una lámpara de aceite y bajó a ver quién llamaba a esas horas. Alicent no tardó en seguirla y supo que algo iba mal en cuanto bajó las escaleras y vio a Idgrod allí. 
—¿Idgrod? —preguntó aún somnolienta, deteniéndose junto a su madre—. ¿Qué pasa?
Si Alicent creía haber tenido un día horrible, saltaba a la vista que el de Idgrod estaba siendo mucho peor.
—¿Joric ha estado aquí? —preguntó sin molestarse en saludar. Su voz sonó tan urgente y ansiosa que, por un momento, Alicent olvidó lo enfadada que estaba con ella. 
—¿Por qué preguntas? —quiso saber, adelantándose a su madre.
—Nadie lo ha visto desde esta tarde —respondió ella. Alicent levantó las cejas con sorpresa—. Gorm dijo… —La voz de Idgrod tembló, como si le costara hablar—, dijo que lo vio marcharse a caballo, pero de eso hace horas. Yo… —cogió aire, intentando calmarse. No funcionó pues, cuando habló, lo hizo con la voz quebrada—. Le estamos buscando por todo el pueblo.
Su primer impulso fue negarse. Si Joric se había perdido, por ella podría arreglárselas él solo. Pero las lágrimas en los ojos de Idgrod se impusieron a su enfado. Siguió a su madre hasta el piso de arriba y se vistieron con lo primero que encontraron antes de salir a la calle.
Desde el puente vio  la luz de las repartidas por el pueblo que, en la oscuridad de la noche, parecían flotar entre la niebla. El estómago le dio un vuelco al comprender la gravedad del asunto. Durante el camino hasta el Salón de la Luna Alta se cruzaron con varios guardias, cada uno en una puerta diferente, preguntando a los vecinos si tenían información sobre el paradero de Joric. Cuando llegaron a la casa comunal Aslfur, el padre de Idgrod y de Joric, estaba allí junto a su esposa, un par de guardias y varios perros. La jarl se estaba despidiendo de ellos. 
Alicent apretó los dedos alrededor de su farol e Idgrod sollozó a su lado.
—Lo encontraremos —prometió Lami, apoyando una mano en el hombro de Idgrod. Entonces miró a Alicent con severidad—. Voy a ver en qué puedo ayudar. Podéis buscarlo por aquí, pero ni se os ocurra salir del pueblo. 
—Ten cuidado —le susurró a su madre. Lami se acercó a la jarl y, tras intercambiar algunas palabras, ambas se perdieron en la oscuridad.
Las siguientes horas las pasaron recorriendo el pueblo de cabo a rabo. Estaba a punto de amanecer cuando, agotada, Alicent obligó a Idgrod a detenerse tras el aserradero. La vela del farol se había agotado hacía horas y, en esos momentos, Idgrod sostenía una antorcha a la que ya le quedaba poca vida. 
Alicent se dejó caer sobre un tronco e Idgrod, al darse cuenta de que ya le costaba caminar sin esfuerzo. 
—Pero Joric… —protestó.
—No somos las únicas buscándolo —recordó—. Podemos descansar unos minutos.
Idgrod hizo el amago de replicar, pero en su lugar asintió con resignación y se sentó a su lado. Alicent cerró los ojos y se permitió descansar por un rato; tenía el estómago irritado por los nervios y el cuerpo entumecido por el sueño. Le dolían los pies, y para entonces, resultaba evidente que Joric no estaba en el pueblo. Pero si no está en Morthal, ¿dónde se ha metido? Joric podía ser muy dramático. La posibilidad de que hubiera hecho todo aquello para preocuparla y así ganar su perdón reavivó su enfado. Resopló, irritada no solo con Joric, sino también con Idgrod por haber provocado aquello al contarle todo. 
Como si supiera que estaba pensando en ella, Idgrod estiró su mano libre y acarició una de sus piernas por encima de la tela del vestido. Alicent se la apartó de un manotazo; el gesto le salió solo, ni siquiera se dio cuenta de lo que hizo hasta que ya estaba hecho.
—¡Ay! —Idgrod se frotó la mano—. ¿A qué ha venido eso?
En vez de disculparse, Alicent la miró con reproche. 
—No me puedo creer que se lo dijeras. 
—¿De qué hablas? —preguntó Idgrod, confundida.
—¡Hablo de Joric! ¡Y del collar! ¡Y de lo que pasó en el Cerro! Se supone que eres mi mejor amiga —acusó. 
Aunque Idgrod la miró con sorpresa, su rostro no tardó en reflejar molestia.
—¿De verdad tenemos que hablar de esto ahora? Él es mi hermano, Alicent —se defendió, mirándola con obviedad. Aquello la enfadó aún más, ya que no parecía arrepentida ni dispuesta a pedir perdón—. No podía seguir viendo como sufría creyendo que podría tener una oportunidad contigo. 
Alicent apretó los labios. Sentía la sangre hirviendo de la rabia y tenía ganas de darle una patada a algo. 
—Eso no te daba el derecho —dijo tras un silencio breve—. Debiste preguntarme primero. Tu hermano es un bocazas —protestó, apretando los puños—. Si se lo hubiera dicho a alguien… podría haber arruinado mi vida.
Idgrod resopló con hartazgo.
—Mira, Ali, ya discutiremos esto más tarde —concedió, poniéndose en pie—. Ahora mismo solo me importa encontrarlo. 
Alicent se levantó también. Entonces Idgrod la volvió a encarar, con la duda brillando en los ojos.
—¿Cuándo te lo contó? Hoy estuvimos juntas toda la tarde y antes de eso Joric estuvo en casa. 
Alicent se tensó.
—Esta tarde. Vino a verme mientras Seth y tú estabais en clase. Hablamos —respondió en tono resentido. Dudó un solo segundo y añadió—: Y me besó. Después de eso, discutimos. 
La confusión de Idgrod se volvió incredulidad. Alicent se sintió un poco mejor, creyendo que su amiga estaría de su parte.
—¿Y ME LO DICES AHORA? —gritó, sorprendiéndola—. ¡ALICENT, POR LOS OCHO DIVINOS! —Idgrod parecía querer estrangularla—. ¿Estaba muy enfadado cuando se marchó? ¿Te dijo a dónde iba?
No fue hasta que escuchó esas preguntas que Alicent cayó en la cuenta de por qué estaba tan enfadada. Aquella información era tan importante que se lo debería haber dicho antes. 
—N… no —logró decir, avergonzada—. Y tampoco lo vi irse, yo me marché antes que él. 
Saltaba a la vista que Idgrod quería decir algo, pero no lo hizo. En lugar de eso, dio media vuelta y se fue. Alicent no se atrevió a seguirla; se quedó allí, pensando en que justo donde estaba era donde había dejado a Joric esa misma tarde. Aunque seguía enfadada y no lo quería ni ver delante, se aferró a la posibilidad de que aquello solo fuera un teatrillo de su amigo para ganarse su perdón y deseó con todas sus fuerzas verlo aparecer a la mañana siguiente por la tienda, para contarle alguna aventura fantástica con la que justificar sus actos.
Idgrod llegó al Cerro Pedregoso a primera hora de la mañana con la esperanza de encontrar allí a su hermano. Podía imaginar a Joric tratando de llevar a cabo alguna estúpida heroicidad con la que justificar lo que había hecho para que Alicent lo perdonara. Quizá se le había hecho tarde y no había podido volver a casa, teniendo que refugiarse en el Cerro para no pasar la noche a la intemperie. 
Aunque era temprano, los trabajadores ya se dirigían a las minas. Idgrod se bajó de su caballo y lo dejó en el establo al cargo del mozo de cuadras. Le flaquearon las piernas al ver que Tiber no estaba allí, pero igualmente se dirigió a la casa de Seth. Llamó un par de veces a la puerta, con impaciencia. Cuando Seth abrió, Idgrod se sorprendió al verlo de aquella guisa; despeinado y con ropa de andar por casa. 
—¿Idgrod? —Parecía somnoliento, como si acabara de despertar—. ¿Qué haces aquí? ¿Te ha pasado algo? 
Hasta que él hizo esa pregunta no pensó en el aspecto que debía ofrecer. Miró hacia abajo, hacia su ropa. La parte inferior de su capa estaba llena de barro, y los mechones de pelo que le caían por los hombros estaban tan enredados que parecía que no se había peinado en días. Nadie que se cruzara con ella sin conocerla habría adivinado que estaba ante la hija de la jarl. 
—Es Joric. Por favor, dime que está aquí. 
Lo miró fijamente, rogando por una respuesta tranquilizadora. Sin embargo, la esperanza se desvaneció tan pronto la confusión en la expresión de Seth se acentuó.
—¿Por qué estaría aquí? —Seth se echó a un lado y la invitó a entrar—. Pasa, pero no esperes gran cosa. Terminamos hace poco las reformas y mis cosas todavía están en Soledad. 
Pudo ver a qué se refería en cuanto entró, pero no estaba allí para visitar su casa y mucho menos juzgarla. El estado de esta era lo último que le importaba en esos momentos. Seth cerró la puerta y fue hacia la mesa, donde le ofreció asiento y una bebida. 
—Cuéntame, ¿qué es lo que ha pasado? 
Idgrod dio un trago. Aunque el calor de esta le resultó reconfortante, nada podía sanar su angustia. Estuvo a punto de derrumbarse allí mismo, frente a él. 
—Ayer Joric no volvió a casa. Lo último que sabemos es que marchó a caballo por la tarde, mientras estábamos con Falion. Pensé que… —se detuvo y lo analizó con cautela. Parecía genuinamente preocupado por Joric, así que no debía saber lo que había pasado con Alicent—. No sé. Esperaba encontrarlo aquí. 
—Pues aquí no ha estado, o Sorli y Pactur me lo habrían dicho cuando llegué. ¿En Morthal nadie lo vio o habló con él antes de eso? 
Idgrod tomó aire y suspiró. Prefería no ser ella quien le contara eso pero, dado el contexto, le pareció necesario. 
—Alicent fue la última en hablar con él. —Seth arqueó las cejas e Idgrod se hundió en su asiento. Viendo como habían terminado las cosas tras su última charla quizá no era lo mejor compartir aquello, pero necesitaba desahogarse—. Discutieron. Y, según Alicent, Joric la besó.
De pronto, la ira brilló en la mirada de Seth y ella se arrepintió de haberlo contado. 
—¿Que hizo qué? —preguntó, sin levantar la voz, pero con ella cargada de tensión.
—Joric estaba fatal después de enterarse de que os habíais comprometido —lo excusó—, supongo que lo hizo a la desesperada. Es solo un niño, todavía no sabe controlar sus sentimientos. Alicent se enfadó con él, claro. Y conmigo por habérselo contado —añadió, en un tono un poco más bajo. Agachó la mirada, llevándola hacia la taza entre sus manos—. Ya sé que preferirías que no lo hubiera hecho, y más sabiendo esto, pero… Ojalá estuviera aquí, aunque hubiera venido a hacer una tontería. 
Cuando volvió a levantar los ojos, Seth parecía más relajado. Bebió de su propia taza y volvió a negar.
—Pues aquí no ha venido. Y casi que mejor, no me apetece tenerlo delante.
Escuchar aquello le cayó como un jarro de agua fría. Entendía a Seth, pero estaba hablando de su hermano. 
—Seth… —musitó, buscando algo de empatía—. Ha desaparecido. ¿Y si sí que quería venir pero le ha pasado algo? ¿Y si le atacaron por el camino? No sé qué haría si…
Su voz se quebró antes de poder terminar la última frase. Seth apretó los labios, con una expresión mezcla de molestia y culpa. Se levantó de la silla y estiró una mano por encima de la mesa, hasta apoyarla en uno de sus hombros. 
—Hagamos una cosa. Aunque no lo merezca, voy a vestirme y te acompañaré hasta Morthal. Hablaré con Ali y, luego, lo buscaremos juntos, ¿de acuerdo? Con suerte lo habrá pillado la noche a medio viaje y se habrá refugiado en algún lugar. 
Idgrod parpadeó, sintiendo un par de lágrimas resbalar por sus mejillas. Llevó la mano a la de él aún en su hombro. 
—Muchas gracias, Seth.
—No tienes que dármelas. Pero primero necesito cambiarme. Espérame fuera, enseguida podremos irnos. 
Idgrod terminó su bebida de un trago y salió de la casa. Acababa de sacar al caballo de los establos cuando se cruzó con Jesper, quien llevaba un hacha en las manos. 
—¡Jesper! —lo interceptó. 
—Oh. Hola, idgrod.
—Quería preguntarte algo. —Aunque ya tenía la negativa de Seth, no perdía nada con intentarlo. A lo mejor lo había visto alguien que no creyó importante mencionarlo—. ¿Sabes si Joric pasó por aquí ayer? 
La expresión de Jesper se turbó. Fue tan evidente que a Idgrod se le aceleró el pulso. 
—No vi nada —respondió apurado, sin mantenerle la mirada—. Lo siento,tengo que ir a por leña. 
Tras eso, siguió su rumbo hacia el bosque. Idgrod lo vio alejarse, preguntándose por qué había actuado de aquella forma tan extraña. Lo dejó estar, sabiendo que Jesper podía ser un poco raro. Aunque esta es la primera vez que no hace lo posible por pasar más tiempo conmigo. Poco después, Sirgar salió de casa. Llevaba una cesta con comida y se dirigía hacia la entrada de la mina. Idgrod sabía que a ella le caía bien Joric, así que decidió indagar más.
—¡Sirgar! 
La chica se detuvo en seco y le dedicó una sonrisa amplia y sincera. 
—Hola, Idgrod. Vaya, ¡estos días estamos teniendo muchas visi-...! —Idgrod abrió mucho los ojos, ansiosa, y Sirgar se pausó a la vez que sus mejillas se tiñeron de rojo—. Q… Quiero decir, ayer vino el mensajero, y antes de ayer… 
—Sirgar —la cortó, impaciente—. ¿Joric estuvo ayer aquí?
De pronto parecía tan nerviosa como su hermano. Idgrod notó como apretaba los dedos contra el asa de la cesta. Desvió la mirada al suelo y negó. 
—No. Nadie pasó por aquí. O al menos yo no vi a nadie. Tengo… Tengo que llevar el desayuno a los mineros —se excusó de forma atropellada y con un ligero temblor en la voz.
Para ese momento, Idgrod ya sabía que le estaban ocultando algo; ese nadie no tenía sentido, Sirgar acababa de decir que había ido un mensajero. Cuando se quiso dar cuenta, Sirgar la había bordeado para seguir su camino.
—Sir… ¡Sirgar! —llamó, pero la chica no hizo el ademán de girarse. Es más, al igual que su hermano, apuró el paso hasta casi echar a correr para alejarse de ella. 
Idgrod estaba a punto de seguirla cuando una voz a su espalda la detuvo. 
—¿Qué haces? —la voz de Seth sonó casual, casi confundida. Entonces se giró y, por primera vez desde que lo conocía, Idgrod notó aquello de lo que tanto se había quejado Joric: aunque Seth parecía tan normal como siempre, sus ojos la atravesaban con enfado, casi con odio. Sin embargo al hablar, lo hizo con el mismo tono amable con el que siempre se dirigía a ella—. ¿Nos vamos? 
Quedó congelada en el sitio, sin dejar de mirarlo. Seth debió ver algo en su expresión, porque entrecerró los ojos y sus labios se apretaron hasta convertirse en una fina línea que no tardó en camuflar con una media sonrisa. 
—No tienes buen aspecto —dijo él de pronto, con un tono condescendiente—. Quizá lo mejor sería que cuando lleguemos a Morthal duermas un poco mientras yo hablo con Ali. Entiendo que quieras encontrar a tu hermano cuanto antes, pero una mente cansada podría no hacerte ver las cosas correctamente. 
La sonrisa de Seth se amplió, tratando de mostrarse convincente, pero ella negó antes de caminar de vuelta hacia su caballo.
—Olvídalo —replicó, sin volverse a mirarlo—. No pienso parar hasta encontrarlo.
Seth no se relajó hasta que vio como Idgrod entraba en el Salón de la Luna Alta. Ni se molestó en despedirse; aquella falta de educación tan impropia de ella fue otro signo más de que la sospecha que tenía en mente desde que vio a Sirgar alejarse de su lado en el Cerro era cierta. Ha descubierto algo.
Maldijo para sí. De toda la gente, tenía que ser Idgrod, la única con el potencial de suponer un problema y, además, la única que le caía realmente bien en aquel pueblo. Aquello lo puso de un mal humor inimaginable. Cuando llegó a la Cabaña del Taumaturgo se encontró con la tienda cerrada y tuvo que llamar varias veces hasta conseguir que le abrieran la puerta. El mal humor se volvió rabia cuando los ojos de Alicent, llenos de esperanza, se aguaron al verlo. 
Subieron al piso superior de la cabaña, donde Alicent le explicó que su madre estaba en el Salón de la Luna Alta, repartiendo pociones para ayudar con la búsqueda. Él le contó que Idgrod había ido a buscar a Joric al Cerro, haciendo un esfuerzo por ocultar el malestar en su pecho. Estaban de pie frente a la ventana mirando el silencio las calles del pueblo, que eran un ir y venir de guardias y vecinos. Un nuevo tipo de celos se le asentó en el cuerpo ante la certeza de que nadie allí haría eso mismo por él. Quizá Alicent. La misma Alicent que el día anterior había dejado que Joric la besara. 
La miró de reojo; miraba por la ventana con los ojos llorosos y una mueca triste en los labios. Está pensando en él aunque está conmigo. Aquel pensamiento avivó la rabia. Esta se iba expandiendo a medida que pasaba el tiempo sin que ella le contara lo que había pasado con Joric el día anterior. ¿Así me pagas lo que hago por ti? Dejaba que Joric la besara, pero a él le hacía esperar, lo humillaba, lo rechazaba. Hacía tiempo que quería ir al castillo Volkihar a hablar con Harkon, pero allí estaba, conteniéndose por ella, por su necesidad infantil de ir despacio. 
Colocó cada brazo a un lado de ella y acortó el espacio entre sus cuerpos. Alicent dio un respingo. Sabía que no era ni el momento ni el lugar, pero quería comprobar sus sospechas. Evitó su pelo y mordió suave su mandíbula un par de veces antes de besar su cuello. A diferencia de lo que pasaba otras veces, Alicent se removió. Le lanzó una mirada dura que parecía decir “ahora no”. Sintió la ira escapar por los ojos y apretó tanto la mandíbula que le dolió.
—Así que dejas que Joric te bese, pero a mi me rechazas. 
Alicent se tensó y entreabrió los labios. Se abrazó a sí misma antes de desviar la mirada. 
—Seth, yo no… —empezó, con un hilo de voz, pero no la dejó seguir. 
—¿Hiciste algo más con él? ¿Te gustó? —preguntó, odiando el tono ansioso con el que pronunció el reproche. 
—No digas… 
Tonterías. Alicent no terminó la frase, pero a Seth no le hizo falta. La conocía de memoria; su madre la decía continuamente cuando mentía. “No digas tonterías, Seth, no voy a dejar a tu padre”. “No digas tonterías, Seth, claro que quiero que vivas en Soledad con nosotros”. “No digas tonterías, Seth, Daario es solo un amigo”. Apretó los puños. La expresión de Alicent, agotada, se tiñó de preocupación, mirando su mano. 
—¿Cómo está tu mano? —preguntó. 
Su intento por cambiar de tema fue el colmo, y Seth la agarró con fuerza del brazo. Supo que le hacía daño por su mueca. Es lo mínimo que merece. 
—¿Por qué evitas responder? ¿Qué más hiciste con él? 
Alicent abrió los ojos con sorpresa, antes de mirarlo con arrepentimiento y disculpa. 
—Yo no… perdóname, no me di cuenta. No hicimos nada más, te lo prometo. Y claro que no me gustó… —Sus ojos se empañaron, sollozó. La angustia en su mirada sirvió para aplacar la ira y aflojó el agarre—. Quería ser yo quien… No me puedo creer que Idgrod te lo haya contado, ni que le contara lo de nuestro compromiso a Joric… 
—Ya, no sé en qué estaba pensando. —Seth le soltó el brazo y dejó caer la mano hacia abajo, sin apartar los ojos de los de ella—. Aunque, bueno, tampoco me sorprende.
Alicent volvió a mirarlo, con el ceño fruncido. Su expresión pasó de la angustia a la duda. 
—¿A qué te refieres? 
—Vamos, no me digas que no lo sabes —dijo, imprimiendo cuanta obviedad pudo en cada palabra. 
—¿Qué? —Alicent parecía desconcertada. 
—Pues que a Idgrod le gustan las chicas, ¿no te lo ha contado? —preguntó, usando a propósito un tono incrédulo. Luego, fingió vacilar—. Aunque tiene sentido, siempre he pensado que le gustas tú. 
—¿De qué estás hablando? —preguntó ella, sonando totalmente confundida. 
—¿En serio no te has dado cuenta? —preguntó con condescendencia y acarició su mejilla, suave—. Ali, no puedes ser tan ingenua. Idgrod siempre está encima tuyo, manoseándote.
Alicent quedó pensativa, apabullada. Seth se acercó a la ventana. Hablando de la reina de Cyrodill, reconoció a Idgrod en la calle, caminando en su dirección. Iba dando tumbos por el puente; parecía tan cansada que era un milagro que todavía se mantuviera en pie. Apenas tenía unos minutos antes de que llegara. 
—¿No me crees? —insistió. Alicent todavía parecía reticente—. Mi hermano Hugo me contó que la vio besando a una chica en Soledad, puedo enseñarte la carta. 
—Yo no… ¿cómo que me manosea? —dudó Alicent. 
—Es obvio, Alicent. Te toca más que yo —insistió, rodando los ojos—, y soy tu prometido. 
—No puede ser… —dijo Alicent, aunque su seguridad parecía desplomarse a más pensaba en ello.
Idgrod era una persona muy cercana a la que le gustaba el contacto con los demás, así que estaba seguro que Alicent encontraría evidencias por doquier en cada recuerdo, a poco que lo viera desde la perspectiva que él acababa de introducir. 
—¿Ah, no? —Seth negó con la cabeza antes de apuntar con la barbilla hacia afuera, en dirección a Idgrod—. ¿Y por qué está viniendo hacia aquí, cuando me dijo que iba a intentar descansar un poco?
Alicent miró hacia donde él señalaba y su labio inferior tembló, cargado de dudas. 
—Dijiste que iríais a buscar juntos a Joric después de que durmiera algo. A lo mejor…
—No le dije que estaría aquí —mintió—. Le dije que estaría con los guardias, recopilando información. Y ahí está ella, viniendo hacia ti porque sabe que no estoy yo. 
Seth se retiró de la ventana y fue hacia la mesa. Se sentó en una silla y mientras la miró en silencio. Alicent siguió con los ojos la figura de Idgrod hasta que sonaron los golpes en la puerta. Él se cruzó de brazos, manteniendo cierta rigidez en sus miembros, tratando de crear un escenario de elección ante Alicent sin tener que decirlo en palabras. Los golpes en la puerta siguieron sonando mientras Alicent intercalaba miradas entre él y las escaleras, dubitativa. Aunque Idgrod siguió llamando a la puerta, Alicent terminó sentándose junto a él.
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loshijosdebal · 1 year ago
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Capítulo XX: La Guardia de Myr
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Caminó hasta el establo, cabizbajo y arrastrando los pies. Después de lo que acababa de pasar con Alicent, lo único que le daba fuerzas era la posibilidad de encontrar alguna evidencia lo bastante sólida como para desenmascarar a Seth y ganar así el perdón tanto de ella como de su hermana. Se encontró allí a Gorm, el edecán de la familia. Además de velar por su seguridad, Gorm cuidaba del Salón de la Luna Alta y también de los animales que poseían.
—¿A qué viene esa cara larga muchacho? —saludó el nórdico. 
Joric se limitó a encogerse de hombros. No tenía ganas de dar explicaciones. 
—Un mal día. Voy a dar una vuelta con Tiber, a ver si se me pasa —se justificó mientras se acercaba a su caballo, al cual saludó con una caricia en la crin. 
Gorm lo miró vacilante, pero, por suerte, quizá motivado por su mala cara, no puso demasiadas pegas. 
—Está bien. Pero vuelve antes de que anochezca o los dos estaremos en un lío. 
Joric lo miró y asintió. Se sintió algo mal por él, pero se aferró a la convicción de que, para cuando anocheciera, ya habría regresado a Morthal con las pruebas que necesitaba contra Athan. Al pensar en él cayó en la cuenta de algo que había obviado hasta la fecha; el establo era pequeño y allí solo estaban los caballos de su familia.
—Oye, Gorm, ¿y el caballo de Athan?
El nórdico se rascó la barbilla y luego se encogió de hombros.
—Nunca lo ha dejado aquí. 
Joric frunció el ceño. Menudo capullo. Con el frío que hacía, dejar a un animal a la intemperie durante horas no era lo más humano. Como fuera, todavía tenía una misión que cumplir, así que montó sobre Tiber, su purasangre bayo, y tras asegurarle a Gorm que volvería pronto, partió rumbo al Cerro Pedregoso.
Don Dogma tenía razón. La niebla aquel día estaba mucho más dispersa y permitía ver el camino lo suficiente como para poder cabalgar sin miedo a estamparse contra algún risco o terminar perdido en el bosque. Siguió la carretera y en menos de una hora llegó al Cerro. El lugar lo componían tres casas que formaban entre sí una pequeña plaza, frente a la cual estaba la entrada a la mina. Una era una choza de madera y tejado de paja, Joric dedujo que ahí vivían los trabajadores. Luego estaba la casa del matrimonio que regentaba las minas, de piedra y madera, y por último estaba la casa de Seth, la cual había estado en ruinas hasta ese mismo año, pero que ahora se destacaba sobre las tres.
Joric llevó al caballo hasta la plazoleta y, donde desmontó. Los hijos de Sorli y Pactur dejaron de jugar tan pronto lo vieron y un par de ellos salieron corriendo hacia la casa familiar. Los niños lo miraban curiosos, pero no se acercaron aunque él alzó la mano para saludar. Sorli, la mujer de la casa, no tardó en salir a su encuentro.
—Joven lord, ¿ha ocurrido algo? No esperábamos visita.
Joric la miró a los ojos. Sorli tenía exactamente la mirada que esperaba no tener que ver nunca en el rostro de Alicent, cargaba un bebé consigo y tenía una tripa de embarazada tan grande que le dio apuro pensar que podría ponerse de parto en cualquier momento. No recordaba la última vez que había visto a Sorli sin estar encinta.
Apretó los labios mirando a su alrededor, con rabia. Cuatro críos de edades dispares lo miraban con curiosidad. Jesper, que era un par de años mayor que él, se apostó en la entrada de la casa y observó la escena desde allí. Seth había dicho que el Cerro estaba vacío para convencerlos de que su plan era el mejor. ¿Cómo puede ser tan egoísta? Exponer a aquella familia al peligro de los nigromantes solo por hacerse el protagonista parecía muy propio de él. 
—Está todo bien, Sorli. Tengo asuntos que tratar con Athan —dijo, relajando la expresión para no preocupar más a la mujer. Sin embargo, notó que ella se tensaba. 
—Lord Athan está en las minas con mi marido en este momento, joven lord. Pero… lo puedo hacer llamar. 
Notó los nervios en su voz. Mentía. Claro que lo hacía, Seth estaba en Morthal con Idgrod y con Falion. ¿Por qué miente? Casi sintió alivio al darse cuenta del detalle. Durante todo el trayecto se había sentido angustiado ante la posibilidad de no encontrar nada y haber hecho todo aquello en vano, pero la actitud de Sorli era un buen indicio; allí había gato encerrado.
Joric asintió. Miró en dirección a la casa de Seth y se frotó los hombros, dando a entender que tenía frío.
—Gracias, Sorli. Vive ahí, ¿verdad? Lo esperaré en la casa, ¿puedo? Aquí está helado. 
La mujer asintió sin pensarlo demasiado. 
—Por supuesto, joven lord. Espere un minuto, enseguida vuelvo con la llave. 
Sorli se ausentó y Sirgar, que había salido de la casa, se acercó a donde estaba. La chica tenía su misma edad y Joric tenía la sensación de que ella intentaba flirtear con él cada vez que se cruzaban.
—¡Joric! ¿Has venido a visitarnos? No deberías viajar tú solo entre la niebla. Dicen que este año no hiciste tu ofrenda.
—Sirgar —saludó. Encogió un solo hombro, restándole importancia a su comentario—. Athan hace este trayecto casi a diario y él tampoco hizo sus ofrendas.
Ella asintió, con la boca semiabierta, y luego se balanceó sobre sí al mismo tiempo en que apretaba los labios formando un puchero, sin quitarle la mirada de encima pero sin saber qué decir. Sirgar era una muchacha dulce, pero tenía un problema: no era Alicent. Además, tenía la clase de padre que azuzaba a sus hijas para casarse con otros nobles. Se preguntó cómo habría cambiado su vida la llegada de Seth. 
—¿Qué tal es vivir con él? Con Seth.
La pregunta pareció cogerla desprevenida.
—Las cosas siguen igual que siempre. Seth no pasa…
Enmudeció tan pronto Joric sintió una presencia a sus espaldas. Se giró y allí estaba el mayor de los hermanos, con la vista clavada en él. 
—No pasa demasiado tiempo con nosotros. Está ocupado en las minas con nuestro padre —zanjó. 
Joric se dio cuenta de la dureza con la que miró a su hermana. Le recordó a la forma en la que Idgrod le miraba a él cuando estaba a punto de decir algo que no debía. Le hubiera gustado indagar más, pero Sorli salió de la casa con las llaves y se dirigió hacia la casa de Seth. Joric la siguió tras despedirse de los hermanos. 
—Póngase cómodo, joven lord. Nuestras minas son amplias y es posible que lord Athan tarde un poco.
Hizo un esfuerzo por parecer neutral y asintió. Tras eso, Sorli volvió a su casa y Joric saboreó la victoria de tener un rato para husmear entre las cosas de Seth. Entró a la vivienda y cerró la puerta tras de sí. Le bastó un rápido vistazo para darse cuenta de que algo no cuadraba. Conociendo a Athan, cabría esperar que viviera en una casa tan ostentosa como lo era él mismo. Sin embargo, por dentro estaba desnuda. Ni una biblioteca, ni un tocador, ni una bañera. Nada. Las estanterías estaban casi vacías, a excepción de un par de libros viejos y algunos frascos de pociones apilados. Cuando se acercó para verlo mejor, se dio cuenta de que el polvo lo cubría todo. Abrió un par de cajones, descubriendo que también estaban vacíos. Lo mismo pasaba con el armario, donde solo encontró unas ropas ajadas que, a juzgar por el tamaño, no podían pertenecer a Seth. Era como si la casa fuera de atrezo. Por descontado, la empuñadura no estaba por ninguna parte. 
Aquello no tenía sentido. No había ninguna otra casa deshabitada por la zona; como hijo de la jarl, lo sabía bien. Entonces, ¿dónde vives? La incógnita le empezó a palpitar en la cabeza. Ansioso, se dio cuenta de que había desvelado algo y, sin embargo, no tenía más prueba que su palabra de aquello. Viendo lo indulgentes que podían ser Alicent y su hermana con Seth, tuvo la seguridad de que no darían crédito a lo que él les dijera, y menos en la situación en la que se encontraban. 
Con el ceño fruncido siguió buscando algo, casi de forma desesperada. Solo unos minutos más tarde escuchó afuera los cascos de un caballo. Se asomó a la ventana a tiempo de ver a Jesper salir al galope del Cerro. Decidido como estaba a resolver aquel misterio, no dejó pasar la oportunidad. Salió de la casa a paso acelerado y, sin avisar de que se iba, avanzó a zancadas hasta Tiber, montó al animal y siguió la misma ruta que había tomado el chico. 
Jesper había seguido el camino que conectaba el Cerro con Morthal. Joric se desanimó al creer que se dirigía rumbo al pueblo para avisar a Seth, pero más o menos a la mitad del trayecto, este se desvió por un nuevo sendero. El camino estaba mal escondido entre dos árboles desnudos que tal vez en otra época del año tendrían las hojas suficientes como para ocultar la vereda que, supuso, llevaría a la auténtica casa de su rival. Te tengo, Athan. 
Al poco de seguir el camino, una ola de niebla más espesa que el resto lo envolvió, jugándole una mala pasada y haciendo que perdiera la pista al chico. Siguió avanzando, mucho más despacio que antes, mirando a su alrededor y tratando de buscar alguna pista de por dónde podría haber ido. Fue entonces cuando vio al caballo de Jesper atado al tronco de un árbol cerca del nuevo camino. 
Joric desmontó de Tiber y examinó los alrededores. Pronto detectó unas huellas en la nieve. Huellas que se adentraban en el bosque. Respiró hondo, pensando en qué debía hacer. Si aquello no tenía nada que ver con Seth, estaría poniendo en riesgo su vida para nada. Pero, ¿y si sí que lo hacía? Miró al cielo. No quedaba demasiado para el atardecer e, incluso con la niebla dispersa, era peligroso estar a la intemperie cuando cayera la noche. La posibilidad de descubrir el secreto de Athan volvió a su mente y, pese a todos los motivos que encontró por los que no debía hacerlo, siguió las huellas. 
Se internó en el bosque. En él, sus botas se hundían en la nieve virgen y la densidad de los árboles hacían que la luz que llegaba fuera mucho menor. No obstante, los pasos por donde Jesper había pasado estaban bien marcados y no tuvo dificultad en seguirlos. Después de varios minutos caminando llegó a una nueva vereda entre los árboles, con la nieve pisada y sin maleza. Era como si hubieran dejado así el tramo previo a propósito para ocultar aquel sendero. 
Casi sin darse cuenta, avanzó aferrado a la empuñadura de la espada que colgaba de su cinturón. Las arañas gigantes y los osos eran frecuentes en la comarca. Cuando un cuarto de hora más tarde llegó al final del camino, se sentía afortunado por no haberse cruzado con ninguna bestia salvaje. Pero también sorprendido, pues reconoció el lugar. 
Frente a él se encontraba el nacimiento del río Hjaal. Allí, la nieve que bajaba de la montaña se derretía y formaba un gran lago, en cuyo centro había un islote aislado. En dicho islote todavía estaban los restos de la Guardia de Myr, la torre que en su día ocupó el mago legendario que había sido elegido por Magnus para combatir a las fuerzas de Molag. Pero, aunque la torre estaba en ruinas y el islote era inaccesible, Joric comprobó que los pasos salían de la vegetación y se dirigían hacia el lago. 
Se quedó agazapado entre la maleza, sin saber qué hacer. No estaba tan loco como para sumergirse en las aguas heladas del Hjaal con aquel frío; se congelaría antes de llegar a Morthal. Además, aunque afinó el oído, no escuchó ningún ruido proveniente del islote. Decidió esperar a que Jesper regresara por donde había venido y, entonces, confrontarlo para que le dijera la verdad. Era la alternativa más viable. 
Esperó en la misma posición, aguantando el frío gracias a que se distraía imaginando cómo enfrentaría a Jesper a su regreso cuando, de pronto, sintió una mano sobre el hombro. Se giró como un resorte por el susto y desenvainó la espada como un acto reflejo. Entonces vio a Alva frente a sí y suspiró sonoramente, echando el aire por la boca. 
—Alva, no te había escuchado llegar— reprochó con la voz ahogada. 
Resopló varias veces hasta recobrar la compostura y la miró. Ella lo contemplaba de un modo extraño. Parecía disgustada, pero no era el disgusto característico de siempre, sino que tenía otro matiz. Uno que no supo entender.
—¿Qué haces aquí? —preguntó al ver que no decía nada. 
Alva alzó ambas cejas con una expresión de cinismo.
—Qué curioso, eso mismo te iba a preguntar yo —replicó. 
Una vez recuperado del susto se puso firme, sin perderla de vista. Volvió a envainar la espada y frunció el ceño, recordando las veces que la había visto hablando con Seth en susurros entre las casas de Morthal. También pensó en Benor, en cómo el nórdico había seguido disgustado aún después de que Alva hubiera vuelto de su viaje. Desde entonces no los había vuelto a ver en pareja, como era frecuente antes de que ella se fuera y enfermase. 
—Tienes algo con Athan, ¿no es así? Debí suponerlo, tiene sentido. Por eso Benor y tú habéis roto. 
La mirada de Alva se endureció. Se tocó el interior de la mejilla con la lengua. Ahora estaba enfadada y, sin embargo, su mirada seguía teniendo el mismo deje indescifrable de antes. Parecía culpa, pero no era exactamente eso.
—Ojalá fuera tan simple, Joric. Ven, sígueme —dijo de pronto, con voz cansada. 
Alva siguió los pasos de Jesper y se acercó a la orilla del lago. Joric la siguió de cerca, sin entender nada. Tenía tantas preguntas que formular que se le estaban amontonando en la garganta y, sin embargo, en su pecho nació una sensación de peligro que lo dejó mudo, como si su instinto intentara avisarlo de algo. Si no fuera porque la conocía desde que era un crío, habría salido corriendo.
—Creo que deberíamos volver… —empezó, arrepintiéndose de haber hecho todo aquello. 
Alva ladeó la cabeza y negó. Alzó ambas manos en dirección al lago y de las aguas del Hjaal brotó un puente natural de piedra. Alva esperó al pie de este y le hizo una seña para que avanzara él primero. 
—Debes haberte tomado tus molestias para encontrar este sitio, ¿no tienes curiosidad por saber qué es? 
Joric titubeó, pero Alva tenía razón. Había llegado demasiado lejos para echarse atrás ahora. Fuera lo que fuese que había en aquellas ruinas, pretendía descubrirlo. El hecho de que Alva estuviera al tanto le hizo relajarse, pensar que fuera lo que fuese, debía de haber alguna explicación lógica.
Tan pronto cruzó el puente, ocurrió algo magnífico. Como si hubiera cruzado un velo de ilusión, la imagen de las ruinas antiguas que se veían desde fuera del islote cambió por completo. Ante sí, la Guardia de Myr se alzaba en todo su antiguo esplendor. Era una torre redonda bastante elegante, de varios pisos de altura.
Alva cruzó tras él. Una vez ambos estuvieron en el islote, las piedras que les dieron acceso volvieron a hundirse en el lago. 
—¿Ha reconstruido las ruinas?
Alva asintió. Una vez se le pasó la fascinación, no pudo evitar rodar los ojos. 
—Típico de Athan. No podía vivir en una casa normal y corriente como todo el mundo —farfulló.  
El muy imbécil había tenido que restaurar una torre mítica para convertirla en sus aposentos. Pues él no estaba dispuesto a consentirlo. La torre tenía un valor histórico demasiado importante como para que ese relamido la usase para su propio  beneficio. Además, no podía apropiarse aquellas ruinas así como así, ya que pertenecían a su familia.
—Pronto lo entenderás todo, Joric —se limitó a decir ella, dejándolo confuso.
Alva se acercó a la puerta y la abrió. Una vez más, le cedió el paso. Joric entró a la torre, mirando todo con curiosidad. El interior era mucho más amplio de lo que parecía desde fuera, supuso que por obra de la magia. Joric intentó quedarse con los detalles de cuanto veía. Había una pared redonda concéntrica a los muros exteriores de la torre que dividía el espacio en una zona exterior y otra interior. En la pared un arco de piedra daba lugar a una sala donde se escuchaba la voz de varias personas. Apenas pudo ver lo que había en el círculo exterior al avanzar hacia la sala, ya que Alva lo azuzó para que avanzara hasta el salón central, pero distinguió una mesa de encantamientos y también otra que no supo reconocer, pero que parecía de bastones de mago. 
Joric cruzó el arco de piedra. La sala central estaba iluminada por una esfera azul misteriosa que flotaba sobre las cabezas de los allí presentes, a quienes pudo ver bien por primera vez. Uno era Jesper, había otro hombre al que no conocía y se le heló la sangre al reconocer a la desaparecida Lalette. 
 —¿Lalette? ¿Qué haces aquí? Se supone que tú estabas con los Capas… —enmudeció de pronto, al imaginar una nueva teoría. Se giró, lanzando una mirada acusatoria a Alva —¿Así que de esto va todo? ¿De política? ¿Athan apoya a Ulfric?
 La sorpresa de su voz era sincera, nunca hubiera imaginado que Athan estaba en el bando de Ulfric. Si hubiera tenido que posicionarlo en la guerra, probablemente lo hubiera imaginado del lado de los imperiales. Joric conocía a bastantes nórdicos como para saber que a él le considerarían un bebedor de leche entre sus filas. 
Miró nuevamente a Alva, que se pellizcaba el puente de la nariz y negaba, como si hubiera dicho una tontería. Luego volvió a mirar a Lalette, molesto porque nadie le estuviera dando ni una sola respuesta, solo nuevas dudas que sumar a todas las que ya tenía. Vio que Lalette se quedaba mirando al hombre desconocido, quien se levantó de la mesa con parsimonia. 
Debía ser de la edad de sus padres, pero era mucho más fuerte y, además, estaba completamente calvo.
—Lo pillé husmeando entre la maleza —explicó Alva—. Debe de haber seguido al chico.
Jesper clavó la mirada en la mesa de forma sumisa.
—Se suponía que esperaría en el Cerro… —se justificó. Luego lanzó a Joric una mirada. Aunque esta contenía una acusación, se parecía un poco a la de Alva—. ¿Por qué tuviste que seguirme? 
El desconocido se acercó hasta él y le puso una mano sobre el hombro. Era una mano pesada, y le dedicó una mirada tan amenazante que Joric se tensó. 
—Así que el joven hijo de la jarl ha decidido hacernos una visita —se rió. 
Aunque tenía una risa gutural que le puso la piel de gallina, Joric se obligó a mantener la compostura y, aunque estaba intimidado, fingió no estarlo y le mantuvo la mirada.
—¿Nos conocemos? No me suena tu cara —dijo Joric. 
—¿Debería? 
—Todas las personas que estén viviendo en Morthal necesitan la aprobación previa de la jarl… —apuntó sin demasiada convicción, intentando mantener la fachada de seguridad. 
 El hombre estiró una sonrisa apretada. 
—En ese caso, supongo que nunca es tarde para una presentación formal. Mi nombre es Movarth. Movarth Piquine. 
Parpadeó un par de veces tras escucharlo, reprimiendo las ganas de rodar los ojos. Como si fuera estúpido. Ya conocía ese nombre: Movarth Piquine era el protagonista de Sangre Inmortal, un libro bastante popular en la Marca de Hjaal. Joric se lo había leído hacía un par de años, cuando tuvo que pasar una semana sin andar por culpa de una mala caída del caballo. Contaba la historia de Movarth, un entrenador del Gremio de Luchadores que se dedicaba a cazar vampiros y que acabó cayendo en la trampa de un vampiro cyrodiílico.
—Si, claro —bufó, molesto ante la broma—. Y yo soy la reina Barenziah. 
En ese momento la sonrisa de Movarth se ensanchó y sus dientes se alargaron, volviéndose puntiagudos. Joric sintió cómo la sangre se le congelaba. Quiso gritar, pero hasta su voz se paralizó ante el miedo que sintió al ser consciente de que estaba ante un vampiro. No, ante un nido de vampiros. Como explicaba el libro de Sangre Inmortal, los vampiros cyrodiílicos se caracterizaban por su capacidad para pasar desapercibidos entre los humanos. Miró a Lalette y luego a Alva, reparando por primera vez en que están más pálidas que de costumbre. Volvió a mirar a Movarth, quien le devolvió la mirada con burla. 
—Es todo un placer, su majestad.
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loshijosdebal · 1 year ago
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Capítulo XIX: Corazón de hombre
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A Joric le gustaba pasar el rato en el palco de su habitación. Desde allí podía escuchar los problemas que los aldeanos llevaban ante su madre mientras estudiaba estrategia militar. En realidad, casi todos los problemas eran el mismo problema. Alguna bestia, ya fuera humana o animal, había asaltado algún cargamento y, como consecuencia, el vecino afectado necesitaba de la ayuda económica de su familia. Por suerte, su madre era una líder generosa y estaba dispuesta a ofrecer los recursos que necesitaban. 
A él le parecía bien la actitud de su familia para con su pueblo. Aunque, si fuera cosa suya, invertiría más en defensa para evitar todos esos ataques. El fuerte Halcón de las Nieves era un claro ejemplo de cómo una mejor gestión militar podría cambiar las cosas; era una localización estratégica, ya que estaba al pie de la carretera principal que unía Morthal con Soledad, pero llevaba años abandonado. Si tan solo se lo arrebataran a los bandidos y lo guarnecieran en condiciones, ahorrarían tanto en oro como en disgustos. Sobre todo, en eso último. Durante los últimos meses se habían reportado bastantes ataques de nigromantes por esa zona, y a Joric no le cabía duda de que el grupo que atacaría Morthal se estaba ocultando allí. Pero, por no variar, Idgrod le había dicho que la idea de mandar al fuerte a la guardia era una tontería y que proponerlo solo serviría para despertar las sospechas de sus padres. A él le parecía más tonto esperar a que atacaran para negociar con ellos, pero llevarle la contraria a su hermana no era tan fácil. Le dio dolor de cabeza solo de pensarlo, así que volvió a concentrarse en el estudio. 
Pegó un bocado a su manzana, leyó un nuevo párrafo y, después, representó en su mapa los movimientos de las legiones de Páramo del Martillo durante la Batalla del Anillo Rojo. Las decisiones tácticas del general Dacianus habían sido vitales para la reconquista de la capital imperial durante la Gran Guerra contra los elfos. Aquello había pasado solo unos pocos años antes de nacer él y, aunque el Imperio y el Dominio habían firmado la paz, corría el rumor de que los elfos se estaban preparando para una nueva guerra. Entre eso y la rebelión de los Capas de la Tormenta, no le cabía duda de que su vida militar iba a ser bastante intensa. 
Joric tenía clara su posición en el conflicto: mientras que el Dominio creía en la superioridad de los elfos como raza, los Capas de la Tormenta defendían la superioridad de los nórdicos, y ambos bandos fundamentaban en eso su derecho para gobernar; por otro lado al Imperio, y también a Joric, le daba igual la raza mientras sus ciudadanos se mantuvieran leales al Emperador y a la ley.
Miró al frente, hacia la habitación de su hermana. Idgrod tiene suerte. Desde su habitación se podía escuchar con claridad todo lo que se decía en la sala de guerra. Desde la suya, sin embargo, lo único que se escuchaba era a sus padres por las noches. Lo atravesó un escalofrío de asco ante el recuerdo al tiempo que vio la puerta de su hermana abrirse. Idgrod salió de su cuarto con la capa puesta y la mochila al hombro. Ambos intercambiaron una mirada tensa antes de que ella bajara las escaleras y abandonase el Salón de la Luna Alta.
Dejó el libro sobre el mapa y entró a su habitación tan pronto Idgrod salió de la casa comunal. Hoy ni siquiera me ha invitado a su clase, refunfuñó para sus adentros mientras se cambiaba de ropa. No era que la quisiera acompañar, pero la ausencia de invitación era una declaración de cómo seguían las cosas entre ambos. La noche anterior habían discutido con dureza sobre lo que había pasado con Seth durante el entrenamiento. Desde entonces, su hermana no le había vuelto a dirigir la palabra. 
Puede que sea lo mejor después de todo. Porque si hubieran hablado, le podría haber sonsacado lo que planeaba, y estaba seguro de que, de haberse enterado, Idgrod no le hubiera dejado hacer lo que pretendía. Y no la culpaba. Él mismo no quería hacer lo que estaba a punto de hacer, pero era necesario. Permitir que el compromiso de Alicent con Seth siguiera en pie era un error. Conocía aquella historia demasiado bien; aunque había nobles buenos (y le gustaba pensar que él era uno de ellos), también estaban los nobles como Seth. Sus mujeres siempre parecían radiantes y felices el día de la boda, pero con el paso de los meses todas acababan teniendo el mismo vacío en la mirada que parecía pedir auxilio, aunque lo intentasen disimular con vestidos bonitos y joyas caras. Estaba dispuesto a cargar con el mal nombre de ser un rompehogares antes que ver esa angustia en los ojos de Alicent.
La sola idea de mantener esa conversación con ella lo agotó. Se dejó caer sobre la cama con una mueca apesadumbrada, clavando la mirada en el techo inclinado de su cuarto. Falion, la araña a la que había apodado así por la manera que tenía de escrutar su alrededor como si todo fuera una molestia, descendió por la tela hasta caer sobre su estantería, la cual estaba llena de pequeñas figuras de madera que él mismo había tallado, pero también de libros juveniles y de estrategia militar, así como de los mapas que había completado mientras los leía. Intentó tranquilizarse mientras la veía pulular entre los libros, pero la ansiedad ante su deber no desapareció. Consciente de que la única forma de librarse de ella era afrontar su decisión, se incorporó para calzarse, cogió su capa y abandonó la habitación cabizbajo. 
Se detuvo varias veces de camino a la Cabaña del Taumaturgo, con la duda palpitando con fuerza en su pecho. Cuando llegó, tardó más en entrar a la tienda de pociones de lo que había tardado en llegar. Lami estaba atendiendo a Don Dogma, a quien reconoció enseguida por su excéntrica capa púrpura con detalles dorados. Alicent estaba de espaldas tras el mostrador, preparando algunos ingredientes en la mesa de pociones, y no se enteró de su presencia. Intentó saludar, pero su lengua se sublevó contra sus intenciones.  
—Es una lástima que no esté en el catálogo —comentó el peregrino—. Un corazón de hombre y un corazón de daedra es justo lo que venía buscando hoy. —Giró la cara hacia Joric. Sonreía como si hubiera dicho algo tremendamente gracioso—. Hablando de hombres, mirad quién nos acompaña hoy. 
Joric saludó a Don Dogma con una pequeña sonrisa, sin pasar por alto que Alicent, quien se había girado tras el comentario, volvió la cabeza tan pronto como lo vio. Sigue enfadada.
—Don Dogma, hacía mucho que no lo veía por Morthal —dijo en un tono bajo y átono provocado por el nudo en su garganta. 
—Ah, me había perdido en la niebla —respondió el peregrino—. Pero hoy está tímida y me ha dejado ver los carteles. Debe saber que ya le queda poco. 
Joric parpadeó un par de veces y luego se dirigió a Lami. El final de la temporada de niebla sin que se hubiera cumplido el mal presagio que pendía sobre el pueblo era un tema candente, y cada vez que alguien lo comentaba no podía evitar sentirse mal por no poder advertir a sus vecinos de lo que estaba por llegar. 
—Lami —llamó, algo apurado—. Necesito hablar con Alicent, ¿puede salir un rato?
Lami le sonrió y abrió la boca para contestar, al mismo tiempo que Alicent posó el mortero de un golpe en la mesa y se giró. 
—Estoy trabajando —espetó. 
Lo miró tan mal que estuvo a punto de rendirse e irse de la tienda. Si estaba así de cabreada no iba a asimilar nada bien lo que él tenía que decir, pero el tiempo apremiaba. La nieve ya había empezado a derretirse, lo que significaba que en cualquier momento los nigromantes atacarían Morthal, y nada les aseguraba que saldrían bien parados. Más siendo que ellos dos no habían hecho sus ofrendas. La incertidumbre, el miedo apabullante de que pudiera pasarle algo a alguno y no haber podido sincerarse con ella le dio el aplomo necesario para seguir adelante con el plan. 
Lami apretó los labios y miró a Joric con desconcierto y disculpa. Por suerte para él, Don Dogma hizo gala de su gusto por meterse en asuntos ajenos e intercedió en su favor. 
—Juventud, divino tesoro. ¡Qué adecuado cómo sigue! —exclamó con un brillo en la mirada—. Dales un respiro, mujer. O se harán viejos aquí. 
Lami soltó un pequeño suspiro y miró a su hija antes de volver la vista a Joric. 
—Pero que sea rápido. Todavía tiene muchas cosas que hacer. 
Joric sonrió con amplitud y asintió. Alicent, por su parte, miró a su madre con los ojos cargados de reproche antes de alejarse de la mesa de pociones, pisando con fuerza el suelo de madera para dejar claro su descontento.
—Voy a por mi capa. 
Alicent subió las escaleras y desapareció de su vista y Lami lo miró con curiosidad. Joric pudo intuir sus preguntas, igual que intuyó la culpa en su rostro. Lami había pasado mucho tiempo con Thonnir últimamente, algo que se había notado bastante en la vida de Alicent. Su madre podía llegar a ser muy protectora, pero aquel año ni siquiera se había enterado de lo que estaba pasando con Seth. Joric tenía la certeza de que, si tan solo supiera la mitad, ya habría prohibido que Athan se acercara a su hija. 
—Ayer discutí con Seth y nos hemos peleado —compartió. 
Lami suspiró profundamente y asintió, con el ceño fruncido. 
—Pasan mucho tiempo juntos últimamente, ¿verdad?
—Demasiado… —respondió él entre dientes. 
La mujer abrió bastante los ojos, recibiendo con sorpresa la revelación implícita. Entonces Don Dogma tamborileó con los dedos sobre el mostrador. 
—Qué bromista es el destino, ¿verdad? Cuántos corazones deja fuera de catálogo. 
Joric no supo qué responder, pero tampoco tuvo tiempo. Alicent bajó las escaleras malhumorada y, sin dirigirle ni la mirada, pasó junto a los tres en dirección a la puerta. Él alzó una mano como despedida y fue tras ella. 
Cuando quería, cuando estaba enfadada, Alicent podía ser bastante rápida, a pesar del largo de sus piernas. Joric no la consiguió alcanzar hasta que ya estaba a mitad de camino del aserradero, pero ninguno se detuvo ni dijo nada hasta que llegaron a la parte de atrás, lejos de ojos y oídos indiscretos. 
—Tú dirás —dijo Alicent, nada más detenerse. 
Se giró para encararlo, con los brazos cruzados. Joric tragó saliva; hasta ese momento nunca se le había parecido tanto a Lami, quien tenía el don de hacer que cualquiera se echara a temblar con tan solo una mirada severa.
—Te… Tenemos que hablar —empezó. Pero Alicent no le dejó seguir. 
—No, tú tienes que hablar. Pedir perdón, en realidad. Y por si no era obvio, no es a mí a quien debes hacerlo. 
Se quedó mirándola, sin saber qué decir. Por lo general, con Alicent las cosas se solucionaban solas, dejando pasar algo de tiempo. El justo para que sus emociones se enfriaran y ambos pudieran volver a hablar como personas civilizadas. Pero en esa ocasión seguía tan molesta con él como lo había estado el día anterior. 
—Yo no… —balbuceó, dejando la frase a medias. Quizá debería dejarlo estar, disculparse con Alicent y volver a su casa. Sí, claro. Y dejar que se casen, dijo su mente, haciéndolo reaccionar. Joric frunció el ceño y la miró, frustrado—. Alicent, Idgrod me contó lo del collar. Estás cometiendo un error. 
Alicent abrió los ojos de par en par, con la mirada cargada de sorpresa y una chispa de traición. Joric se tragó las ganas de llorar al pensar en su hermana; Idgrod no le perdonaría eso ni en mil años. 
—No me puedo creer que te lo haya contado… —murmuró Alicent en cuanto recuperó el habla. Su labio inferior tembló, así que lo apretó contra el superior en un mohín—. Si es o no un error, no es asunto tuyo, Joric. Yo le quiero, y él me quiere a mí —añadió segundos más tarde, lo dijo con tal seguridad que a él le dolió—. Mira, siento mucho si te molesta mi decisión, pero Seth me hace feliz y vamos a casarnos, y tú no tienes ningún derecho a meterte. 
Aquello lo atrapó con la guardia baja. El corazón le empezó a latir con rapidez, y la cara se le congestionó, pero no por la vergüenza sino por la rabia. En realidad ya sabía que Alicent pensaba aquello, pero ella solía tener bastante tacto con los demás y no esperaba que se lo dijera a la cara. 
—No te hace feliz, Ali —insistió, dando un paso hacia ella. Alicent lo retrocedió al instante, manteniendo la distancia—. He visto cómo actúa, cómo te trata; te hace sentir insegura, asustada y triste, y luego arregla lo que él mismo ha causado para que tú sientas que…
—Al menos lo arregla —interrumpió ella, sin ceder. Había descruzado los brazos, que en esos momentos caían a ambos lados de su cuerpo, perdiéndose entre los pliegues de su vestido. Sus ojos estaban húmedos, pero por cómo contenía los parpadeos, parecía dispuesta a no llorar en aquella ocasión—. Pero no se puede decir lo mismo de ti, Joric. De todas las cosas malas que has hecho desde que Seth se mudó, todavía no te he visto pedir perdón por ninguna. 
Bufó y se llevó la mano al pelo, echándolo hacia atrás, frustrado. Vale que él no era un santo y nunca lo había aceptado en el grupo, pero lo que habían hecho ambos no tenía ni punto de comparación. Sin embargo, ella parecía tan dispuesta a pasar por alto todo lo que hacía Seth como a magnificar cualquier cosa que él mismo hiciera. 
—Eres mi amiga, Alicent —habló, recalcando la palabra amiga—. Me preocupo por ti. Es por eso que te estoy diciendo todo esto, no porque esté enamorado de ti. Está jugando contigo. Te manipula. —Se volvió a pasar la mano por el pelo, tan frustrado que tuvo que aguantar las ganas de tirarse de él—. Primero te niega la palabra, luego te agrede, después usa a Alva para darte celos… ¿Y luego coge y te pide matrimonio? Venga ya, no puedes estar tan ciega. No podéis estarlo —se corrigió, pensando en su hermana—. ¡Ni siquiera es tan buen actor!
Alicent rodó los ojos y se volvió a cruzar de brazos. Alzó ambas cejas en silencio, como poniendo en duda cuanto él había dicho. Tras un silencio incómodo, Joric se hartó de la treta. De hacer como que no sabía nada, cuando sí que lo sabía. Por más que ella intentara vender que todo estaba bien, lo que pasó en el Cerro era el ejemplo más evidente de lo que intentaba decir. 
—Sé lo que pasó cuando te rescató —confesó, perdiendo la paciencia—. ¿Crees que alguien decente haría eso? Mierda, Ali, estabas malherida y te intentó… —cerró los puños con rabia—. ¿Cómo lo puedes seguir queriendo después de eso? ¿Crees que no volverá a hacerlo? Yo nunca te… 
—¡YA BASTA! —gritó Alicent, tan de repente que le hizo dar un respingo—. Tienes razón, no sé cómo he podido estar tan ciega —Joric la miró, con un atisbo de esperanza brillando en las pupilas—. Siempre has estado ahí, observando desde la sombra, esperando cualquier error de Seth para intentar apartarme de él.
La esperanza se extinguió tan pronto como había aparecido. 
—¿¡Cualquier error!? Eso no es…  
—Eres un egoísta, Joric. —Alicent rompió a llorar. Subió los puños a su cara y se limpió las lágrimas antes de volver a mirarlo—. Si de verdad fueras mi amigo, si me quisieras tanto como finges quererme, dejarías a Seth en paz y estarías feliz por verme feliz. Pero en vez de eso has hecho daño a la persona de la que estoy enamorada, y ahora, en vez de intentar arreglarlo, sigues intentando separarnos. ¿Cuál es tu problema?
—Mi problema es Seth, Ali. Te juro que no hago esto por mí. Por lo que siento. Es por él, por ti. No es un buen tipo, ¿cómo es que no lo ves? —preguntó, con la voz rota. Hasta ese momento ni se dio cuenta de que también estaba llorando—. ¿Es que no ves lo que nos ha hecho? Nos conocemos de toda la vida, ¿de verdad piensas que soy así? ¿Por qué…? ¿Por qué no te das cuenta de que todo esto es culpa suya?
La mirada de Alicent cambió, o tal vez se lo pareció por las lágrimas. Lo que sí estaba seguro que cambió fue la forma en la que habló, con más tranquilidad y determinación que antes.
—Él es todo lo que siempre soñé, Joric. Así que no quiero que te metas más entre nosotros. La próxima vez que lo hagas, te retiraré la palabra de por vida. 
Las palabras le cayeron como un golpe en el pecho. Alicent lo miró en silencio, esperando alguna reacción. Joric no se movió, estaba tan enfadado que no podía ni hablar. No podía creer que fuera tan ingenua, que todos lo fueran. Para colmo, lo más seguro era que hubiera arruinado su relación con su hermana para siempre y para nada. No se dio cuenta de que, ante su silencio, Alicent decidió marcharse hasta que la vio pasar a su lado por el rabillo del ojo. 
Giró el cuerpo y estiró un brazo, sujetándola de una muñeca. 
—¿Qué haces, Joric? —preguntó ella, soltando un quejido cuando la empujó contra su propio cuerpo.
Se inclinó sobre ella antes de comprender siquiera lo que hacía. Lo último que vio antes de cerrar los ojos, fue su mirada confundida.  No fue consciente de cómo llegó a pegar la boca contra la suya, pero lo hizo. Y la besó. Sus labios se apoderaron de los de ella y todas las emociones en ebullición, el enfado, la rabia, se manifestaron en un beso hambriento y salado por el llanto. No fue consciente de cuánto tiempo pasó, aunque para él fue una eternidad. Había imaginado aquel momento demasiadas veces, pero ninguna había sido así de amarga. 
Unas manos golpearon su pecho, apartando sus cuerpos. Joric tardó un rato en recomponerse y asimilar que lo había apartado de un empujón. La miró a los ojos, pero en estos solo encontró frío. Frío y disgusto. Al verla en aquel estado se dio cuenta de lo que había hecho y se le heló la sangre. Alicent intentó irse de nuevo, pero la volvió a agarrar del brazo.
—¿Es por su familia? —preguntó, en voz baja y entre dientes, desesperado y con el corazón roto—. ¿Porque tiene más dinero? Yo soy el hijo de la jarl. Podrías tener todo Morthal para ti, no una casucha a las afueras. 
Alicent le golpeó el pecho con su mano libre, forcejeando para soltarse.
—¡Que me sueltes, Joric! Entérate de una vez, ¡no me gustarías ni aunque fueras a ser el rey de Skyrim!
Los dos se quedaron de nuevo en silencio, mirándose el uno al otro con expresiones similares de rabia y frustración. La odiaba, al menos en ese momento. La odiaba por haber dicho eso, por preferir a Seth antes que a él, que había estado siempre a su lado. Por no elegirlo cuando la trataría mil veces mejor de lo que sabía que él lo haría. No, en realidad quería odiarla, pero no podía; pero ella sin duda alguna lo hacía y, después de lo que acababa de pasar, no lo iba a querer ver delante. Lo más seguro era que, en cuanto la soltara, no volverían a verse a solas nunca más. Ni siquiera con Idgrod, y mucho menos con Seth. Todo se acababa allí, en ese momento, después de su intento desesperado por hacerla consciente de que si no se alejaba de Seth, pasarían cosas terribles. Peores incluso que aquello. 
—Se acabó, Joric. No vuelvas a hablarme en tu vida. Ni siquiera me mires. Para mí, a partir de ahora estás muerto.
Y aunque quiso decir algo, replicar, no fue capaz. Su corazón, ya roto, se partió aún en más pedazos al ser consciente de que, desde ese momento, tendría que pasarse el resto de su vida conformándose con verla de lejos. Sabiendo de ella solo por lo que le dijeran los demás. La observó marcharse, desaparecer entre la bruma, y esta vez no hizo nada por impedirlo. Sus pies lo arrastraron hasta los troncos del aserradero y se sentó sobre estos, sin importarle que estuvieran mojados. No fue consciente del tiempo que pasó allí solo, llorando. 
Cuando su consciencia fue volviendo en sí, lo hizo con la seguridad de que, si no hacía algo cuanto antes para arreglar las cosas, la habría perdido para siempre. Si tan solo hubiera un modo de demostrarle que sus sospechas sobre Seth eran ciertas, quizá entonces le perdonaría. Pero ¿cómo?
Entonces recordó las palabras de Don Dogma. Con la primavera próxima, la niebla empezaba a ser menos densa. Miró a su alrededor, comprobando que aquel día el campo de visión era mayor que de costumbre. Seth e Idgrod estaban en clase y todavía les faltaba un rato para salir. Además, cuando terminaran, seguro que pasarían la tarde juntos y, por supuesto, él no sería bien recibido. Eso le dejaba un par de horas de margen. Pensó una vez más en las palabras del peregrino. Si este había hecho el camino con la niebla, seguro que él también podía. Más si era hasta el Cerro; conocía el trayecto de memoria. Así que tomó una decisión. Iría al Cerro Pedregoso para recuperar a Alicent y desenmascarar a Seth Athan de una vez por todas.
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