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Ludwig Van Beethoven
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Porque la anacronía no acaba...
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ludwiganacronico-blog · 4 years ago
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La noche tiene su maña
La noche tiene su maña,
Maráñala de creación
Engaña pensamientos en suspensión
Y calla la más bella de las musas
Negra la tinta que usa
No pone excusa
Al fluir del pensamiento
Contratiempo que contrapuntea
Contra la marea
Verborrea a ras de tibia
Rimbombante ritma en labia
El suelo es mi cielo,
Las nubes mi heno,
La hiel es profana
Mi cuerpo exclama
En la furia de la noche
Acudiendo cuál fantoche
Que es inherente al pensamiento
La noche es un momento
De borrachos y de calma
La noche es pal bohemio
Por eso a mi me encanta
No creo ni en dioses
ni en promesas
Yo soy el poeta
Que a su musa le reza
Del otro lado las ánimas en que creo
Me ayudan en el solipsismo macabeo
Martirizo y me mortifico
En palabras que clarifico
Cojo calle y explico:
El olor de puerto inicuo
Embriaga mis sentidos
Exploto redundante
Cual estilo errante
Recordando a cada instante
Que la noche tiene su maña
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ludwiganacronico-blog · 4 years ago
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ludwiganacronico-blog · 4 years ago
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Va el desesperado caminando por la estrada, mirando los monumentos, deleitándose con la arquitectura de las iglesias. Más adelante comienza a visualizar los monumentos mortuorios, adentrándose al cementerio, inevitable pasaje para llegar a casa. Despues de vacilar la mirada entre las estatuas, mausoleos y tumbas, el desesperado encuentra en la parsimonia del cementerio a una muchacha llorando.
Se acerca entonces y advierte de los ojos negros, de la piel totalmente blanca, de la expresión de tristeza en su rostro y le pregunta:
—¿Por qué lloras, mujer? —mirandola de pies a cabeza.
—Porque nadie fue a mi entierro.—Afirma la muchacha, sentada al borde de la tumba.
El desesperado se queda atónito y sin embargo en silencio se acomoda sobre la tumba y se incorpora al lado de la muchacha. Pasan un par de horas los dos juntos sin decir palabra, hasta que sincronizadamente levantan sus semblantes y se miran.
—Podemos ir a un motel cercano.—Le dice el desesperado.
—Está bien.—Le dice la muchacha
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ludwiganacronico-blog · 4 years ago
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Mi piel es igual de suave, mi alma es la misma y te tengo las mismas ganas.
Coos
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ludwiganacronico-blog · 6 years ago
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Todos hablan de hallar a un amor con el cual poder perderse, yo quiero un amor que me ayude a encontrarme
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ludwiganacronico-blog · 6 years ago
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Parecía una solariega casa abandonada, en la cual solo los fantasmas de otrora, sus dueños encendían las luces a mitad de la noche y de vez en cuando escuchaban música llanera. En realidad, esta casa era de un amigo.
  Ya hace semanas tuvo que llegar al aeropuerto de Nueva Pudahuel, en Santiago de Chile. Yo muy osado tomé un viaje a Caracas con intención de llevármelo.
  Saúl y yo hablábamos por correo y no tengo presente el recuerdo de cómo lo conocí. Era un amante empedernido de la literatura y hablar con él, para adentrarse en sus pensamientos, era como zambullirse en el océano pacifico. Su mente era un mar de conocimiento y su voz derrochaba elocuencia con su cantarín acento venezolano.
 Al posarme en el portal de su casa sentí ese olor a libro viejo y a polvo. También el aroma secundario de ese cielo azul marino atorado en un noche-día. Golpeé la puerta sin tener respuesta del otro lado, grité varias veces el nombre de mi amigo. Al parecer el silencio era el único escucha de mi alarido.
 Sumido en una desesperación mi mente rondó lados oscuros del pensar y llegó a la idea de que quizás el ángel negro de la oz y la túnica se hizo presente en casa de Saúl. Entonces en un acto desesperado irrumpí en ella a través del patio: La luz estaba apagada en la cocina, donde estaba todo en orden. Cuando entré a la sala, había cajas de cereales en el piso, la mesa estaba patas arriba y se escuchaba un abrumador crujido desde una esquina de la habitación. Fijé mi atención en el lugar proyector del sonido, pude visualizar una manta rosa con dibujos de estrellas amarillas, arcoíris y unicornios.
   Me pregunté el por qué Saúl tendría algo así. Me dispuse a enfrentarme a aquello bajo la manta que emitía el crujido. Escoba en mano (que agarré de la cocina) le pegué a lo que estaba ahí y un destello de luz se hizo presente en la sala. Escuché una voz infantil y miré impresionado lo que parecía una niña pequeña con una extraña luminiscencia en su cabello.
 Sentado en el piso intenté levantarme y le dije:
   —¿Quién eres?
   —Soy la princesa. —Me dijo.
   —¿Qué princesa? —Pregunté.
   —¡La princesa! —Me gritó.
   —¿Qué haces en casa de Saúl? —Dije con miedo.
   —Vine a decirle a alguien sobre el secuestro de Saúl. Como aquí no hay nadie, esperé y esperé, por suerte hay cereal en esta casa. —Dijo mientras comía cereal.
   —¿Quién secuestró a Saúl? —Pregunté intentando asimilar las cosas.
   —¡El Rey!
   —¿Tu padre?
   —No, mi padre es mi padre, el que lo ha secuestrado es el rey.
   —¿Qué rey? — Dije esperándome una respuesta obvia.
   —¡El Rey! —Dijo agitando el cereal.
   —Muy bien… ¿Qué debo hacer? —Dije con extrañeza.
   —Encuentra la piedra hija del sol y la luna, nieta del agua y el fuego. —Abrió la puerta.
   Yo salí sin antes cuestionarme por qué obedecía las ordenes de una niña y qué, exactamente, salí a buscar. El cielo de Caracas era como nunca lo fue: Había nubes opalescentes a lo lejos y el cielo era un azul pastel y donde debería estar la alborada, había en su lugar un destello turquesa. Tenían los edificios un toque fantasmagórico y la ciudad estaba desierta, como arrasada por el silencio que invadió en una guerra sangrienta.
   Cuando llegué a Venezuela no cambié el horario del teléfono por lo cual debería tener la hora de Chile. Palidecí al observar que el reloj marcaba las “99:99”, nunca vi algo así.
   Tan silente como, allá en mi país, la pampa. Realmente no sabía qué fui a buscar: “La piedra hija del sol y la luna, nieta del agua y el fuego” Nada se me ocurría. Empecé a darme paseos por la ciudad.
  Sentía que había algo malo asechándome en algún lugar, no un ladrón o un maleante, sino algo inmenso y lleno de maldad. No comprendía nada, creí volverme loco. Ya varias vueltas dadas en mi entorno, empecé a familiarizarme con Caracas, cuando, para mi sorpresa, vi en el piso lo que parecía un bebé negro azabache aparentemente muerto, recubierto de una baba verde oscuro. El hedor era indescriptible, fue en ese momento anhelé la Caracas de maleantes y ladrones.
 El reloj no se movía de esa hórrida hora. El entorno parecía enojarse conmigo y rogaba que esa presencia malvada que sentía fuera un ladrón que me asaltare y me devolviera a la realidad, pero no, no hay ladrón, solo yo y esa presencia.
A lo largo de mi incesante desventura me encontré más bebés muertos.
  Un estruendo apagó el silencio y más de siete luces rojas pasaron a alta velocidad y posteriormente un auto que recorre la calle hasta estrellarse, junto con sus compañeras las luces en un pedestal que antes no estaba. Me acerqué al lugar y al parpadear el auto desapareció, en cambio se podía ver de lejos un bebé de los antes mencionados. Emprendí el acercamiento hacia éste: El pedestal tenía la inscripción:
 “Bajo la luz del sol y la luna se petrifican el fuego y el agua.”
     Yo tenía fuego, en un mechero, me faltaba el agua. Recuerdo haber visto agua en una fuente del centro, con la particularidad de que el agua era color vino tinto, partí a buscarla.  
   Me encontré, al llegar a la fuente, con el improvisto de no tener ningún recipiente. En la ciudad solo había bebés, dado el caso, tomé uno del piso y lo sumergí en el agua color vino tinto. En ese acto el bebé se “despertó” por decirlo de alguna manera. Dentro del agua parecía cantar, pero cuando lo saqué era un chillido horrible. Decidí meter la cabeza en el agua para escucharlo, para mi sorpresa el bebé se veía diferente, como un bebé normal. Parece que dentro del agua se ve “normal” o que el agua enrarecida es una ventana al mundo donde pertenezco. Para comprobar mi hipótesis, sumergí el teléfono y observé en él la hora de Chile: “3:25 a.m.” Dentro del agua podía respirar y se veía como si ella no existiera. Podría ser que mi realidad estuviera llena de este líquido y en realidad la niña fuera esa presencia y que fuera como una especie de bebé negro.  Presté entonces atención a su canto:
 “Báñame de la luz de las realidades y hazme soportar las edades. Báñame de tu consciencia y dame hermosura, para liberarme de las cadenas de amargura. Compréndeme y desciende a la locura.”
 Soportando el infernal sonido, llegué al pedestal siguiendo la luz. Su inscripción pasó a ser más directa:
 “Pon el bebé hijo del fuego y del agua aquí”
 El bebé solo tenía agua, por lo tanto necesitaba fuego. Me debatí con la poca cordura que me quedaba si prenderlo en llamas. Finalmente acerqué la llama y su llanto se calmó. Se envolvió en unas llamas azules que no emitían calor. Puse la extraña creación sobre el pedestal y un suntuoso resplandor me segó unos segundos. Ahí estaba la piedra, no obstante tocarla ardía. Me saqué la camisa y la tomé con ella, pues no quemaba, sino dañaba la piel.  Caminé a la casa de Saúl y en el camino encontré más de esos bebés, al fin y al cabo, llegué relativamente bien metiéndome por el patio trasero:
   —¡Princesa! ­—Grité.
   —¿Qué sucede?
  —Encontré la piedra. —Se la entregué.
   —El rey quería la piedra, aléjate de lo que no te entromete y concéntrate en la misión. —Me dijo con una leve sonrisa, intentando ser amable.
 Me percaté de que olía fuertemente a fresas, no de un natural cultivo del cual te enamoras, sino un artificial y burdo perfume barato. En su rostro noté, también, manchas negras... Parecía despeinada, pero no le tomé importancia.
   —Entendido… Quiero a Saúl.
   —El rey quiere más cosas.
   —¿Qué necesita? —Dije
   —El veneno de un Quetzal y la pluma de una serpiente. —Abrió la puerta y por lo que visualicé, seguía siendo la Caracas “infrarroja”.
Salí otra vez sin saber que buscar. El ambiente era realmente tenso, a parte de los bebés, encontré una especie de gente sombra que no notaba mi presencia. Cada paso que daba se sentía levemente más fuerte la presencia. Puede ser que sea “el rey” o que el rey en realidad fuera “la princesa” en su versión “infrarroja”.
 Intentando encontrar la presencia, solo por morbo, noté que los edificios parecían no tener puertas ni ventanas, solo estar pintadas. Al llegar a casa de Saúl, curiosamente encontré balde que llevé para experimentar con el agua enrarecida.
   Si los bebés se volvían normales con el agua, las sombras, si les hecho agua mostrarán su forma: fui a la fuente del centro y recogí agua con la cubeta, porque echar agua en la casa, era delatarle mis intenciones a la princesa. Esperé ver algún ser de la misma especie de la princesa, pero las sombras se desintegraban y les salía de las entrañas una sombra en forma de pájaro que a veces era hostil.  Una de esas sombras se lanzó en picada hacia mí. Con el balde la golpeé, pero alcanzó a morderme. Un líquido negro, que supuse yo era veneno, me brotó de la herida. Corrí a Casa de Saúl, abrí la puerta muy debilitado y me encontré a la princesa.
   —Veneno de…—gemí—Quetzal. —Dije.
La princesa tomó mi extremidad y besó la herida, quitando el veneno y curándola por completo. Parecía que sufría al curarme, como si me regalase su energía vital.
   Me percaté de que estaba despeinada, rasguñada y tenía manchas negras en la ropa.
   —¿Qué te sucedió? —Le pregunté preocupado.
   —El Rey está enojado. —Dijo con la voz temblorosa. —Necesito la pluma de serpiente.
 Salí de la casa en busca de la serpiente, cuando sentí la presencia más fuerte que nunca. Al girarme observé una gran bestia de color negro a modo de sombra: Tenia dos colmillos y unos ojos blancos, era de forma animal, como un jabalí gigante y deforme. Me caí y pasó hacia la casa, la princesa soltó un alarido y me volví, sin vacilar, con la vista hacia ella. Ya no era una bestia, sino un hombre sombra que la jalaba del cabello y la ponía en posiciones extrañas.
   El balde tomé y llené de agua al salir de casa. Corrí al auxilio de la princesa, el hecho de que me ayudara me daba más empatía. Comprendí que la presencia era en realidad el rey. Cuando llegué, vi como el hombre estaba encima de la princesa y ella lloraba. Lancé el agua encima del rey, se esfumó y tuve que medirme contra el ave que lo prosiguió. Logré atraparlo sin que me mordiera, surqué la casa hasta la cocina donde lo metí bajo el grifo. Hizo gritos y chillidos infernales, pero soporté hasta que bajo el negro intenso vi la piel morena de un bebé. No las abominaciones muertas de las calles caraqueñas, sino uno real.
   —El bebé es Saúl— Me dijo la princesa.
   —¿Qué? —Dije y palidecí al voltear y verla como niña sombra. Solo estaba oscurecida y sus negros ojos, ahora eran blancos.
   —Sálvame a mí también… El rey me infectó.
La princesa tomó una pluma y escribió con el veneno, en mi brazo los siguientes símbolos:
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Abrió todos los grifos de la casa y dejó que fluyera libre bajo nuestros pies el agua de color vino tinto. Tomamos al pequeño Saúl y salimos. Nos abrazamos en el piso los tres, observando el destello turquesa a lo lejos, dejando que el agua invadiera la realidad infrarroja.
 La princesa me susurraba al oído:
   —La sobreexposición a la verdad produce:
Aroma a fresa.
Golpes
Gritos
Manchas negras
Secuestros…
 Dejé de ponerle atención y ahí en nuestro húmedo lecho de pseudo cariño, nos volvimos atemporales.
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