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¿Por qué?
¿Por qué? ¿Para qué? ¿Quién? ¿”¿Quién?”? ¿”¿Dónde?”? Ningún lado, todos lados. Cualquiera. Imposible que alguno, porque todos, porque ningún. Bla. Siempre bla, nunca eh, amor, odio, indiferencia absoluta y creciente y estable y rayada. Razón de seguir, oscuridad, porque luz, porque oscuridad, porque todos, porque ningún. Miedo porque ganas, porque miedo cuando bla. Escape físico imposible, se te pega desde otra dimensión. Parásito de la razón, causante accidental incidental de la locura. Algunas locuras. Otras vienen de otros lados. Falsa soledad, nunca estamos solos, y sólo podemos estarlo. Presos, ¿todos, o yo y algunos?, de la compañía constante. Invasión. Manipulación. Mentiras y engaños y falsas ¿qué? Está bien. Todo está bien, porque nada está bien ni mal, entonces todo se siente bien, entonces todo está bien, porque se siente.
Las sombras nos siguen allá donde vayamos. Todos tenemos nuestros demonios, nuestras cicatrices, monstruos detrás de esquinas que nos depredan desde la oscuridad, atacando cuando nos encontramos más cansados. Hay quienes los pueden domar la mayor parte del tiempo, a otros se les van totalmente de las manos, pero siempre están. Así como está en nuestra naturaleza existencial amar, desear el amor, también lo son odiar y desear el dolor a otros. O no, a veces se siente externo. Ni sé, qué voy a saber yo, soy un primate que a penas puede con sus necesidades más primitivas y aún así intenta llegar más lejos de lo que sus ojos pueden percibir. Me siento tan enorme y tan chico que los tamaños dejan de importar. Todo deja de importar. Es existir por existir, por querer dar un significado, por no encontrar y no querer existir, por querer existir.
Soy un torbellino de ideas flotando en un espacio infinito. Siento que mis pensamientos no son míos, que vienen de otro lado. ¿Qué soy? ¿Por qué me lo pregunto? Un ciervo o una piedra no se preguntan lo que son, ¿por qué yo sí? ¿Qué me da esa capacidad? ¿Con qué derecho la tengo? ¿Cuándo se me plantó la idea de que existir es más complicado que existir? Qué conflicto. Nunca eh.
Necesito desconectados, necesito sentir que no estoy solo en esta locura, que no es una locura. No necesito, quiero. Me gustaría. Sé que no es una locura ante mis ojos, y por más miope que sea sé que hay quienes tienen mi mismo aumento. Y no me importa. Así que no sé por qué pasa por mi cabeza que los necesito. Ni me importan ni les importo, no en el fondo, somos indiferentes los unos a los otros porque nos importamos demasiado, porque no nos importamos.
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Estoy cabalgando solo en un espacio blanco y vacío
Estoy cabalgando solo en un espacio blanco y vacío, excepto por los restos de un árbol sin hojas que se mantienen de alguna manera aún en pie. Mi caballo, flaco, cansado, avanza sin quejarse. Es evidente que está exhausto, que tiene sed y hambre, pero él sólo camina como si se hubiera resignado a avanzar hasta morir. O quizá espera llegar a alguna parte algún día y allí poder descansar. Imagino que al principio la idea de un banquete de... ¿heno? ¿Qué comen los caballos? Lo que sea, imagino que la idea de tener un montón esperándolo al final del camino lo solía motivar mucho. Un oasis de toda esta blancura eterna, un paraíso. Creo que la imagen ya sólo lo visita de vez en cuando. Ahora avanza porque siempre lo ha hecho, porque ya aprendió a callar las voces que cuestionaban su andar. Bueno, no voces, es un caballo, relinches quizá. ¿Oirán los caballos en sus mentes relinches que asocien con las ideas que paseen por su cerebro así como nosotros escuchamos voces? ¿Ustedes también piensan en estas cosas? Pienso. Existo. Yo. Cabalgo. ¿Cabalgo? Controlo, no, no controlo. Guío. Creo. Tengo las riendas, si doblo el caballo dobla. Creo. No recuerdo haber doblado en mucho tiempo. La curiosidad no es tanta como para intentarlo.
A veces hay serpientes. Recuerdo que solían darme miedo. Creo que alguna vez he estado listo para pelear con ellas para evitar su mordida venenosa. Ahora a penas me muevo cuando las veo. A veces ni eso. A veces sólo les paso por al lado, contando con que no van a atacar. Quizá, en parte, desafiándolas a hacerlo. O desafiando a esa parte de mí que cree que soy el protagonista de mi historia, desafiándole a mostrarme que soy realmente invencible. Hasta ahora me han dejado pasar siempre, y las veces que han intentado atacarme siempre algo me defendió. Un perro, un hurón, seguramente más animales de los que llegué a ver. Hasta ahora siempre pude pasar. Hasta ahora siempre fui invencible, mi andar inalterado desde hace mucho.
La blancura es eterna. ¿Me molesta? Siempre me molestó, pero nunca me doy cuenta. Miro para atrás y hay... caos. Hay oscuridad, allá, lejos. A veces colores, rojo, azul, por nombrar unos básicos, no sé cómo se llamen los demás. Y en algún punto todo se fue fundiendo en un blanco, el blanco que aún me rodea, el blanco que hay adelante. A veces me parece ver un dorado en el horizonte, más o menos en la dirección a la que me dirijo, pero creo que es un espejismo, porque no siempre está ahí. Eso, o es un objeto o luz que aparece y desaparece constantemente. Espero que no sea el caos, suficiente caos viví ya. O eso supongo, mirando para atrás. No recuerdo haber pasado por él, pero es obvio que lo hice. Vengo de ahí después de todo.
No termino de entender si la blancura eterna me encanta o me repugna. Un poco de ambas supongo. Todo de ambas. Ninguna de ambas. Ya no es blancura. A veces veo dorado. A veces veo negro. Eso no puede ser blancura, la blancura es blanco y sólo blanco. Se va convirtiendo en panorama, o espejismo, o ni idea. Pero ya no es blancura. Y cada día lo es menos. Si se puede ser menos de “no ser”. No entiendo.
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Ayer estaba limpiando la barra de donde trabajo
Ayer estoy limpiando la barra de donde trabajo cuando llega uno de mis jefes y me da la orden de salir a recoger vasos de las mesas vacías. La idea es llevar una bandeja en una mano mientras que con la otra recojo los recipientes dejados atrás por nuestra clientela para posteriormente pasar un paño húmedo por la superficie de la mesa y seguir mi camino. ¿Suena simple, verdad? ¡No! Bueno... sí, o sea, sí, es bastante simple, pero eso de hacer equilibrio con torres de vasos mojados en una superficie también mojada que debe quedar absolutamente paralela al suelo mientras que camino, me agacho, pongo más cosas en la cosa y repito, no es algo que incluiría jamás en la lista de las capacidades innatas de las personas. No entiendo cómo todavía no tienen robots haciendo todo esto, pero más allá de la carencia de sentido común en las decisiones tomadas por quien esté a cargo de designar las tareas que se le dan a las máquinas inteligentes, no tuve más remedio que encarar la situación y emprender aquel viaje del que no sabía si volvería entero. Cada paso una odisea. Cada mesa una nueva prueba de destreza y concentración. Todo parecía ir bien (más gracias a mi suerte que a mi equilibrio, pero bien al fin) hasta que llegué a un pasillo estrecho entre dos familias. Vi un vaso vacío, estaba frente a una niña. Me sonrió y me saludó, yo esbocé una media sonrisa mientras que una gota de sudor se deslizaba por mi sien. Me agaché para agarrarlo, y entonces lo sentí. Algo no iba bien. Quizá no debí meter tantos vasos, todo lo que llevaba podría haberse hecho en dos o tres viajes sin que nadie me reprochara que había recogido pocas cosas. Quizá debí dejar pasar esa mesa. Había muchas otras que estaba dejando atrás, ¿por qué esa en especial? ¿Por qué la de la niña? Me enderecé, intenté equilibrar la bandeja con pequeños movimientos de dedo, pero no resultó. Los vasos iban a caer encima de la infanta, vi a su madre, ella me miró, entendió lo que estaba pasando pero no había tiempo para que ninguno reaccionara. "¡No!", grité para sorpresa de todos los presentes, abracé con mi brazo libre la torre de vasos, jarras, copas, botellas y ceniceros, cerré los ojos y esperé la tragedia. Oscuridad. Me sumergí en en un océano de pánico. No sabía qué hacer, cada idea que se le ocurría a mi cuerpo requería tener dos manos. Pero tenía una sola. ¿Por qué abracé a los vasos? Con mi brusco movimiento quizá había provocado que la cosa fuera mucho peor. Imaginé sangre, gritos, llantos, vidrios por todos lados... pero mis expectativas fueron respondidas con el más absoluto silencio. ¿No pasó nada...? Lentamente fui volviendo a escuchar los sonidos de gente charlando, vasos, pasos, cubiertos. Abrí un ojo para ver a la madre de la niña suspirando de alivio. "Bien jugado" me dice una mujer a su lado. La miro con los ojos como platos. "Gracias", le respondo con la voz entre cortada, todavía aferrándome al contenido de mi bandeja. A penas pude reaccionar apoyé las cosas en la mesa, las acomodé y volví a la barra lo más rápido que aquel precario equilibrio me permitía. Realmente espero sobrevivir a este laburo sin causar ninguna muerte.
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Cuando tenía quince años tuve mi primera conversación con la muerte
Cuando tenía quince años tuve mi primera conversación con la muerte. Nunca había conocido a alguien tan fría y tan amena, tan bella y eterna como terrorífica y misteriosa. Pero prosa pedorra a parte, en ese momento me chupaba un huevo. A ella yo también, pero eso era sólo natural, le chupan un huevo todos. Venía a buscar a un amigo mío. Fue en un accidente de tránsito que terminó con su vida tan repentinamente que pasaron meses antes de que entrara en consciencia de lo que había pasado. Yo no entendía, no terminaba de concebir el concepto de que una persona, de golpe y sin una razón convincente, dejara de existir en mi vida. Le pregunté a aquella fantasmal figura mental por qué, pero no me respondió. O no supe oír la respuesta, al final fue lo mismo, patalée, grité, le saqué la capucha, le tiré piedras, pero ella simplemente siguió de largo, y se fue. Con mi amigo.
Con el pasar de los años hubo más muertes a mi alrededor, pero a excepción de mi perro, nadie que conociera muy directamente. Familiares y amigos de amigos que fallecían, allí la veía pasar frente a mí, lenta pero segura, y siempre aproveché la chance para preguntar otra vez: “¿por qué?”. No me daba bola. Aunque hubiera intentado explicarme no hubiera entendido nada. Yo no quería respuestas, sólo quería hacer la pregunta, para desahogar el peso que habían tenido todos esos últimos adioses. Ella lo sabía y me ignoraba, lo cual me dejaba extrañamente satisfecho.
Un día, tendría yo unos dieciséis años, me vio triste. Muy triste. Se me sentó al lado, la peor compañía del mundo. Si crees que un silencio incómodo con la persona que te gusta es feo, imaginate tenerlo con la personificación de la idea misma del fin de la vida. Me ponía nervioso hasta ofrecerle agua. De todas formas no estaba para eso. Yo lo sabía, ella claramente lo sabía, así que fui directamente al grano. - ¿Por qué vivo? - Vivís – contestó. - ¿Es para hacer bien al mundo, a la gente que me rodea? ¿A mí mismo? ¿Acaso soy yo el que debe darle sentido a mi existencia? ¿O nada tiene sentido y la insatisfacción de que no estoy haciendo nada de lo que realmente quiero me lleva a inventar un motivo por el cual existir para no tener que enfrentar el hecho de que soy simplemente un montón de coincidencias químicas que no van ni vienen de ninguna parte? ¿Preciso un sentido acaso? ¿No puedo vivir por vivir? Y de poder, ¿qué sentido tendría? ¿Qué diferenciaría esa existencia de la muerte? - La vida termina en la muerte. - ¿Para siempre? ¿Hay algo después? ¿Otras vidas, el cielo? ¿Por qué sigo viviendo esto que no me gusta? Simplemente, no tiene… no le veo el sentido. - Vivís – insistió. - Sí, ya sé.
Como cabía de esperarse, sólo contestaba las preguntas que realmente quería que respondiera. Todo el resto era relleno, no sé. Excusas.
- Es lo mismo si me voy contigo o me quedo – declaré convencido, o quizá convenciéndome a medida que hablaba – Así que andá no más, lo más fácil es que siga viendo qué onda con este sinsentido y ya después veré qué jugo le saco.
Creo que se enojó. Después de todos los momentos especiales que habíamos tenido en la intimidad, esa última frase fue como terminar una relación intensa y larga después de unos meses de mal sexo rutinario. Ya no tenía sentido seguir, ambos lo sabíamos, pero ninguno se quería soltar por miedo a… qué digo, era yo el único atado. Ella aprovechó para tomarse un tiempo lejos de mí y seguramente conocer a otras personas, y sí, a veces la extrañé, pero ultimadamente deshacerme de su peso fue un alivio.
La siguiente visita fue tras la violación de una amiga. La peor cara de la humanidad me había dado una cachetada de realidad.
- ¿Deberían morir? - me preguntó. Raro, nunca me había preguntado nada, y que eso fuera lo primero en decirme después de tanto tiempo… - ¿No sos vos la que decide eso? - Quiero tu opinión – dijo. Sí, claro. - Bueno… no. Sí. No sé. No soy quién para decidir. - No vas a decidir nada, sólo te pido tu opinión – me replicó. Yo quería darla, y la muy manipuladora bien lo sabía. Pocas personas me han conocido tan bien como ella. - Mi opinión… es que no soy quién. Sí, yo qué sé. Si se mueren el mundo tendría menos violadores, pero también menos chances de vida. Son vidas al fin y al cabo – una respuesta poco popular – Pero no sé hasta qué punto el planeta necesita esas vidas. No, es obvio que no las necesita. No necesita ninguna. No es una cuestión del planeta, es un tema de si la vida es algo que podemos quitar o… ¿me estás preguntando si los sentenciaría a la muerte de tener el poder de hacerlo o si se las deseo? Es una pregunta bastante amplia. - Es una pregunta sencilla. - Es una pregunta muchas cosas, pero no sencilla. Sí, yo qué sé, todos “debemos” morir. A todos nos toca en algún momento – esas últimas palabras salieron de mi boca de forma tan automática como siempre lo hicieron. No era raro que fuera diciendo que es natural, que a todos nos llega, pero hasta ese momento (y algunos años más tarde) nunca realmente lo había entendido. Como si ignorara mi propio discurso, como si me estuviera engañando a mí mismo, y ahí estaba, intentando engañar de la misma manera a la Parca. Así que, nuevamente, se fue y me dejó solo con mis excusas y mentiras.
En el dos mil doce se me apareció de nuevo en el cuarto. No se fue por las ramas y directamente preguntó: - ¿Querés venir conmigo? - No – le dije con una seguridad que hasta a mí me sorprendió. - ¿Por qué? - Quiero vivir. - ¿Por qué? - Vivo – le dije. - Bueno – y se fue, y seguí con lo mío.
Entonces llegó ese día en enero del dos mil dieciséis en que me accidenté. Por razones de fuerza mayor, me desmayé y caí inconsciente por una escalera. Hubo sangre, drama, tatuajes, y ella volvió ese día. Esta vez mucho menos, ¿agresiva? Creo. Resulta que no había doctores donde estábamos, así que tuve que sentarme en un auto por hora y media sosteniendo hielo en mi cabeza para parar el sangrado mientras que intentábamos llegar antes de que me diera algo. Un golpe en la cabeza es, después de todo, impredecible, y nunca sabés cuándo algo puede de pronto dejar de andar y bueno, sos boleta. Entonces ahí estaba, medio inconsciente, a penas capaz de hablar pero con la cabeza andando a mil por hora. Inevitablemente consideré la posibilidad real de que capaz no lo lograba. Lo más probable era que sí, o eso suponía siendo que mi mente andaba bien y no tenía problemas de memoria ni nada, pero… ¿y si no llegaba?
- ¿Y si no llegás? - me preguntó sentada en el espejo retrovisor de mi ventana. - Y… no llego. - Termina tu vida. - Termina mi vida. Todo lo que hice, todo lo que podría haber hecho de acá en más, todo lo que soy desaparece. Queda detrás un cuerpo al que dejarán de llamar “Lucas” para llamarlo “el cuerpo de Lucas” hasta que se deshagan de él. Me pregunto si me van a cremar o enterrar. Espero que donen algo a algún hospital, ¿acá donan todo a los hospitales a menos que pidas específicamente que no, verdad? - Estas podrían ser tus últimas palabras. - Lo sé. Está bien, estoy tranquilo. Si termina ahora no me molestaría. Digo, es una cagada que deje mal a toda mi familia y amigos, capaz hasta dejo a un par traumados, pero en lo que respecta a mi percepción… yo qué sé, a fin de cuentas es lo mismo estar vivo o muerto, yo existo y ta, cosas pasan. A parte hay muchísima gente que no llega a mi edad, y ya viví bastantes aventuras. No necesito una vida larga, están sobrevaloradas. - Antes no pensabas así. - Antes llegabas vestida de tela-arañas. Mirate ahora, maquillada y todo, parece que me querés a sacar a bailar. Irremediablemente va a tocar algún día, y si es hoy, bueno. Está fuera de mi control. Totalmente fuera de mi control.
En ese momento entendí algo. No sabría explicarlo de forma racional, sólo sé que ahí mismo le perdí miedo a la muerte. Ya no luché más contra su idea, ya no me molestó ni la vi como algo malo. Ya no volví a decir que es natural y que nos llega a todos de forma automática. ¿Cómo hacerlo si siento su cálido abrazo congelado en todo momento, resguardándome de cualquier crisis existencial? Podemos hablar todo lo que queramos sobre leyes y morales, pero al final la realidad es que no hay reglas. Sólo está uno en soledad con el resto del Universo, y el Universo dejará de existir en cuanto nosotros lo hagamos. ¿O acaso será entonces que seremos uno con el Todo? ¿O lo veremos desde un plano distinto junto al resto de los que se fueron? No sé, no creo que sea algo que por ahora podamos declarar sin lugar a dudas. Siempre hay lugar para las dudas, tiene que haberlo. Son tan ineludibles como la misma Muerte.
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Nos vemos donde el cielo se encuentre con la tierra
Nos vemos donde el cielo se encuentre con la tierra. Donde los sueños se mezclen con la realidad. Donde no hayan horizontes ni existan las palabras. Guiados por nuestra torpe bondad, siendo, creciendo, amando sin límites. Y que en la soledad la luna sea nuestra intermediaria. Mirándola desde mundos diferentes, recibiendo juntos su abrazo nocturno. Allí nos veremos y nos pondremos al tanto. ¡Buen viaje!
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Anoche estoy jugando al WoW
Anoche estoy jugando al WoW cuando, sin previo aviso, una alimaña con el largo de un celular, muchas patas y pinta de venenoso aparece en la pared frente a mí. El pequeño ser lovecraftiano se detiene en seco, y sé que sabe que lo estoy mirando. Nos analizamos mutuamente, ambos sin saber muy bien qué hacer ante la amenaza que teníamos en frente. Por la cabeza de los dos pasó el mismo pensamiento: “quizá si me quedo quieto se vaya… pero si lo hace probablemente vuelva y me haga daño más tarde”.
No sabíamos qué hacer. Nos quedamos paralizados, no por miedo, sino por el conflicto interno que determinaría cómo se darían las cosas. “Quizá deba atacar”, pensamos los dos, “pero soy torpe y mi enemigo puede ser más rápido que yo”. Ninguno de los dos quería morir en vano. Decidimos entonces testearnos mutuamente haciendo pequeños movimientos, para ver qué tan alerta estaba el otro. Yo volví a mirar la pantalla de mi computadora mientras que el pequeño monstruo dio unos pocos pasos hacia una tabla de madera tras la que podría meterse y a la que yo nunca podría acceder. Ambos nos paramos en seco y volvimos a enfrentar nuestras miradas. Sabíamos que la indiferencia era falsa, pero era una prueba por la que teníamos que pasar.
Ahora sabiendo que la posibilidad de seguir por nuestros caminos era real, los dos volvimos a la línea de pensamientos original. ¿Es buena idea dejar con vida a esta amenaza? ¿Será siquiera una amenaza? Si concordamos no atacarnos ahora quizá lo que nos daba la impresión de ser un enemigo podría convertirse en un poderoso aliado. Decidí entonces ser yo el maduro y volví a mirar la pantalla de mi computadora. Esta vez ni siquiera presté atención al animal de reojo, pues sentí que se daría cuenta. No. Decidí ignorarlo por completo. Guzmán, como bauticé al ser, entendió el mensaje y siguió por su camino hacia aquella madera que sostiene el segundo piso de mi cuarto hasta que lo perdí de vista.
Más adelante, gracias a Google, determiné que es un bicho conocido como ciempiés doméstico. Tiene veneno, pero el de la abeja es más fuerte, y sólo ataca a humanos cuando se siente amenazado. Mi única preocupación es que Guzmán se coma a Robertita, la araña patuda que está por la vuelta y que mantiene a los mosquitos a raya. Pero soy sólo un mono en una cueva de cemento, no soy quién para andar diciendo qué puede comerse a qué.
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Entonces
Entonces. Ahí estaba yo, intentando sacar una canción de oído en la guitarra. Algunos dirían que el hecho de que le faltara una cuerda o que no sé tocar la guitarra serían razones más que suficientes para abstenerme de tal intento, pero estarían equivocados. Lo hice, lo intenté. Tras algunas pruebas con los seis acordes que conozco y experimentando con variantes que, si bien la mayoría no parecía tener propósito sinfónico alguno, demostraron en algunos casos encajar con el sonido que buscaba, llegué al punto que no supe tocar un acorde específico. Su nombre no es importante, y aunque lo fuera no lo sabría. Lo busqué en Google y encontré imágenes, videos tutoriales y demás. Entendía la teoría y me puse manos a la obra. Con el índice debía cubrir un traste entero mientras los otros dedos se encargaban del resto. No funcionó. No puedo dejar el índice plano, tiene dos puntos de encuentro de huesos diferentes, y a penas tiene músculos. Se me estaba dando una tarea fisionómicamente imposible, pero el gordo del video lo hacía y supuse que era cuestión de aguantar el malestar en mis manos el suficiente tiempo como para que estas se deformaran en un proceso evolutivo doloroso y forzado que culminaría en aquel por lo visto gran logro. Así que ahí estaba, cagado de frío, torturándome a mí mismo para hacer que un objeto que no sé usar emitiera el sonido correcto en el medio segundo correcto para que la canción que quería tocar no sonara rara llegada esa parte, y mientras más lo racionalizaba más ridícula me parecía la situación y ya fue, canción del orto me voy a hacer unas moñas con tuco y a acostarme, no me acuerdo ni para qué mierda la quería aprender pero claramente no vale el momento de agonía. Y hay gente que paga por hacer esto todas las semanas...
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Unos monos
Unos monos en un pedazo de piedra flotando en la nada haciendo fiesta, ingiriendo pociones que desvirtúan los sentidos y tirando luces que explotan en el aire porque la susodicha roca le pegó una vuelta a la bola de fuego gigante que los mantiene vivos. Me encanta. Feliz año, gente.
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