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¿A quién representa según tu criterio el prisionero liberado?
¿Cómo se puede aplicar desde tu punto de vista esta parábola a nuestra vida? Por ejemplo en relación a la familia, amigos, escuela.
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La alegoría de las cavernas – PLATÓN

La Alegoría de la Caverna es una historia del Libro VII en la obra maestra de la República del filósofo griego Platón, escrita en 517 a.C
La alegoría se presenta en un diálogo como una conversación entre Sócrates y su discípulo Glaucon. Sócrates le dice a Glaucon que imagine a las personas que viven en una gran cueva subterránea, que solo está abierta al exterior al final de un ascenso empinado y difícil. La mayoría de las personas en la cueva son prisioneros encadenados frente a la pared posterior de la cueva para que no puedan moverse ni voltear sus cabezas. Un gran fuego arde detrás de ellos, y todo lo que los prisioneros pueden ver son las sombras que juegan en la pared frente a ellos: han estado encadenados en esa posición toda su vida:
Sócrates –el personaje– nos pide que imaginemos unos hombres que viven en el interior de una habitación subterránea, en una caverna cuya entrada está abierta hacia la luz en toda su anchura y con un largo vestíbulo de acceso. Imaginemos que los habitantes de esta caverna tienen las piernas y el cuello atados de tal forma que no pueden darse la vuelta y que, por tanto, sólo pueden mirar hacia la pared del fondo de la caverna. Imaginemos, luego, que a escasa distancia de la entrada de la caverna existe un muro de la altura de una persona; que detrás de esa pared —del todo ocultos por ella— caminan otros hombres que llevan sobre los hombros diversas estatuas de piedra y madera, que representan toda clase de objetos; y que detrás de éstos arde una hoguera. En la caverna hay eco y los hombres que pasan más allá del muro hablan entre sí, de modo que por efecto del eco retumban sus voces en el fondo de la caverna. Si tales cosas ocurriesen, aquellos prisioneros no podrán ver más que las sombras de las estatuas que se proyectan sobre el fondo de la caverna y sólo podrían oír el eco de las voces. Sin embargo, al no haber visto jamás otras cosas, creerían que aquellas sombras constituían la única y verdadera realidad y que el eco de las voces eran las voces producidas por aquellas sombras. Supongamos, ahora, que uno de estos prisioneros logre con gran esfuerzo zafarse de sus ligaduras. Le costaría mucho acostumbrarse a la nueva visión que adquiriría. Una vez acostumbrado, empero, vería las estatuas moviéndose por encima del muro, y por detrás de ellas el fuego; y, entonces comprendería que se trata de cosas mucho más verdaderas que las que antes veía y que ahora le parecen sombras. Supongamos, además, que alguien saca fuera de la caverna a nuestro prisionero, llevándole más allá del muro. Al principio quedaría deslumbrado por la gran luminosidad. Luego, al acostumbrarse, vería las cosas en sí mismas y, por último, primero reflejada en algo y luego en sí misma, vería la luz del sol y comprendería que éstas —y sólo éstas— son las auténticas realidades y que el sol es causa de todas las demás cosas visibles.
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