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i am so sorry to all the people i hurt while i was hurting.
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Todo se convirtió en mentira tras mentira…
Brutocorazon
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Yo, a veces, en mis tardes de nostalgia pedía que no olvidaras el camino de regreso.
Coos
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If I...
Un aire melancólico llenaba la habitación esa noche, en el fondo, Elizabeth sintiéndose tan pequeña como nunca, se abrazaba así misma mientras yacía sentada sobre la fría cama. La mirada perdida, pero a la vez fija en la ventana, aquella ventana donde solían ver las estrellas. Pero él, ya no estaba para ver las estrellas, y ella, estaba ahí, pero ya no veía a las estrellas.
Porque las estrellas, enamoradas, le hablaban de él. Y Elizabeth, estaba cansada de pensar en él. Le agotaba, le abrumaba, un pensamiento llevaba al otro y todos casi siempre terminaban en ellos. En él, en su pareja. En su felicidad, en su relación. Eli, quien nunca había envidiado nunca nada en su vida, había comenzado a hacerlo. Se abrazó aún más, sus piernas recogidas, se había hecho un ovillo mientras se sentía cada vez más patética. Salir era tan agotador, hablar con las personas. Sonreír se había vuelto su mayor tortura. ¿Hace cuanto no le sonreía sinceramente a alguien? Se había vuelto una mentirosa con cada: “Estoy bien”, “puedo hacerlo”, “no me importa”, “saldré de esto”.
Por qué...
No estaba bien.
No podía hacerlo.
Si le importaba.
No saldría de eso.
Ella lo sabía y sabía que en el fondo, las personas que la escuchaban lo sabían.
Patética, aburrida, sonsa y desaliñada. Se había convertido en una persona que ni ella misma reconocía, una persona que hasta ella misma odiaba. Le avergonzaba simplemente el mero hecho de existir. De ser como era, ¿realmente era de esa forma?
De repente, Elizabeth quiso gritar. ¡Ni siquiera entendía que estaba sintiendo! Que estaba pasando...
Había transcurrido meses enteros y ella seguía en el mismo lugar mientras todos avanzaban. Mientras todos podían ser ellos, la mejor versión de si mismos, mientras todos podían reír sinceramente, amar, tratar de ser felices...
La pequeña Eli, quien solía disfrutar de la vida, reír todo el tiempo, querer ser mejor cada día, buscar soluciones, estaba cansada. No quería intentarlo más, estaba perdida, estaba sola...
«La esperanza es lo último que se pierde», había dicho su hermano, pero, a pesar de eso, se pierde, ¿no es así? Y Ella se había dado cuenta que había estado esperando por algo que nunca sería. Irreal, fantasioso. Y se abrazó aún más, como si aquel abrazo la alejara de la realidad con la que se topaba en aquellos momentos. Enterró sus manos con fuerza en su piel, sus uñas comenzaban a lastimarle. Sus orbes, cerrados con fuerza trataban de no recordar. Lucha intensa, dañina, los recuerdos le estaban matando. Las lágrimas salían nuevamente y, ¡Por la mierda! ¿Cuantas veces debía prometer no llorar para poder lograrlo?
Su garganta le ardía, los gritos desgarraban esta y ahora, sólo quería dejarse ir... ¿debía soltar? ¿Le quedaba algo en que aferrarse? No.
«¿Acaso te queda algo por perder?», recordó las palabras de su amiga. Y si, tenia razón, no tenía nada más que perder. Ni una pizca de dignidad, de orgullo, de amor, de felicidad. Es que... cuando te quedas sin nada, comienzas a perder el miedo a perder, porque, nadie puede robarte algo que no tienes. Y sin embargo, ahí estaba ella, con miedo a perder lo que ya no existía, lo que no servía, lo que ya estaba perdida.
Obsesión, inseguridad, dependencia.
Tres palabras las cuales se habían convertido en sinónimos de su nombre...
Abrió los ojos, le dolían ya de tenerlos tanto tiempo cerrados así. Su cabeza le daba vueltas. No había comido absolutamente nada, últimamente no comía absolutamente nada. Porque comer no le hacía sentir mejor... no le hacía nada. Las estrellas se veían borrosas. Señal de que las lágrimas seguían acumulándose en sus ojos para luego correr por sus mejillas. Soltó un profundo suspiro. Y tomó entre sus manos el pequeño frasco de pastillas. Era el segundo día que tomaba el frasco entre sus manos y le miraba. Sacaba las pastillas, las contaba una a una. Las volvía a colocar en el. Era un “Y si...”, el que siempre se quedaba y vagaba por su mente.
Ni siquiera tenía el valor para hacerlo... ni siquiera podía hacerlo. Pero, ¿y si tal vez si?
Se tomó uno de sus antidepresivos. Pero pronto, uno se convirtió en dos, tres, cuatro, cinco... la sensación y el sabor que le dejaba en sus papilas gustativas era tremendamente desagradable. Pensó en Travis, la iba a matar cuando se enterase. Y de inmediato, pequeñas risitas escaparon de su boca por aquel mal chiste que había hecho para sí misma. Pensó en su padre... realmente esta vez, iba a lograr decepcionarle. Pensó en su hermano Niel... pensó en su madre y rápidamente abrazó una de sus almohadas mientras escondía su rostro en ellas. Tarareó una canción que solía cantarle ella cuando era niña y mientras lo hacía, se volvía más y más pequeñita mientras el sueño se apoderaba de sus párpados haciendo que estos cayeran rendidos ante él y entonces, pensó en él. Mágicamente, la habitación ante aquel recuerdo se llenó de su olor. De su perfume, encantada recordó la última vez que olió su perfume de cerca. Iban a cenar juntos, iban a platicar... estaba guapísimo esa noche, noche en la que se había vestido para él emocionada. Las lágrimas volvieron a caer sobre sus mejillas, se aferró mas a su almohada y sonrió. Nada seria distinto, nada cambiaría para ella, no iba salir de esta, no iba a superarlo, no olvidaría, no saldría adelante, sin embargo de algo estaba segura y aquello le tranquilizaba: todo había terminado.
Ya no habrían “mañanas” para Ella, Elizabeth, luego de esa noche, no volvería a despertar... el desastre, había culminado.
Aquella noche, fue la última vez que Elizabeth lloraría por él, pensaría en él, le extrañaría...
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