nekir-orgen
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Nékir by Leukiel
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Llevo en la sangre la ira de mi padre y sólo un retazo de la luz del hermano a quien ultimó. Averno y ed��n conjugados en la piel de mi otra parte... mi mujer.
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nekir-orgen · 5 days ago
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Nikté —tercera y última parte.
El sonido de la tormenta lo apuró. Las gotas golpeaban como piedras la piel desnuda de ambos. Yunuen tomó de la mano a la mujer que lo acompañaba —esa nueva, la última, la que pensaba que por fin le devolvería algo de sentido. Corrían por el pasillo estrecho del hotel, y al llegar a la habitación 18, empapados, él deslizó la tarjeta. Una luz verde parpadeó. Entraron.
La habitación estaba tibia, limpia, iluminada por un par de lámparas tenues. El ruido de la lluvia afuera era casi reconfortante. Yunuen cerró la puerta tras él y suspiró. Ella —la otra— reía, diciendo algo sobre cómo la tormenta los había sorprendido justo cuando comenzaban a “calentarse”. Él sonrió, fingiendo escucharla. Se sentía extrañamente ausente. Como si algo lo jalara hacia otro lugar, dentro de ese mismo lugar.
Y entonces lo sintió.
Una presencia.
No la de la mujer con la que llegó.
Otra.
Su mirada se alzó hacia el espejo del fondo.
Y ahí estaba.
Sentada al borde de la cama, las piernas cruzadas con elegancia, el cabello cayendo como hiedra negra hasta tocar sus muslos. Nikté. Envuelta en sombra, en seda, en dolor encarnado. Lo miraba. No con rencor, sino con calma. Con esa paz letal que precede a los huracanes.
Yunuen tragó saliva.
—¿Qué es esto...? —balbuceó, de pronto sintiendo un escalofrío como si hubiese pisado su propia tumba.
La otra mujer —la nueva— ya no estaba. No había ni rastro de ella. Ni voz. Ni risa. Ni perfume barato.
Solo estaban ellos dos.
Y la habitación ya no era la misma.
Ahora olía a flores muertas.
A humedad antigua.
A sangre seca.
Nikté se levantó. Sus pasos eran suaves, casi felinos. El vestido negro que usaba parecía hecho de humo espeso. Sus ojos brillaban como carbones encendidos por la venganza. En su mano izquierda, algo relucía. No era un cuchillo. Era una aguja de bordado. Larga. Fina. Afilada como su memoria.
—¿Creías que podías coger y amar al mismo tiempo, Yunuen? —preguntó con voz baja, sedosa, mientras se acercaba—. ¿Creíste que podías mentir con dulzura y salir ileso?
Yunuen retrocedió, tropezando con la pared.
Nikté sonrió.
—Bienvenido a tu sueño, amor mío. Aquí no hay más verdad que la mía.
...
—Desnúdate —ordenó ella.
Yunuen no supo por qué obedecía. Quizás por miedo. Quizás por deseo. Quizás porque, en algún rincón de su alma, sabía que lo merecía. Nikté no lo tocó aún. Solo lo observó mientras se despojaba de su ropa mojada, mientras sus músculos temblaban de frío... o de anticipación.
Ella se acercó lentamente, dejando que sus dedos —largos, delicados, uñas negras como cuchillas— le recorrieran el pecho.
—Sigues teniendo el cuerpo que me hizo enloquecer... pero ahora lo usaré para arrancarte el alma —susurró, y entonces lo besó.
Un beso profundo. Hambriento. Como si en ese roce quisiera absorberle los años que le robó. Yunuen respondió. ¿Cómo no hacerlo? Estaba desnudo frente al abismo y el abismo tenía el rostro de la mujer a la que le mintió, a la que usó, a la que traicionó.
Nikté lo empujó con una firmeza deliciosa sobre la cama. Se subió encima de él. Su vestido se deshizo como niebla. No llevaba nada debajo.
—No te dejaré morir sin que entiendas lo que es ser poseído por el odio —le dijo, montándolo, enterrándose su carne como una daga de carne y fuego.
El vaivén de su cadera era lento, pero profundo. Cada movimiento era un juicio.
—Esto... no es amor —decía mientras lo montaba—. Esto es castigo.
Yunuen gemía, confundido entre la excitación y el miedo. Pero Nikté no buscaba su placer. Buscaba grabarse en su conciencia para que incluso en su muerte, la llevara dentro.
Le besó el cuello.
Le mordió el pecho.
Le arañó los costados.
—No me olvidarás... ni en tu otra vida —le murmuró al oído.
Cuando él alcanzaba el clímax, justo en ese instante de entrega ciega, Nikté lo sostuvo por el cuello con una mano.
Y con la otra, la aguja que había estado oculta entre las sábanas, la deslizó por debajo de su lengua, clavándola con precisión en el músculo inferior de la boca.
Yunuen gritó.
Pero fue un gemido ahogado, húmedo, brutal.
La sangre le inundó la garganta. Tosió.
Nikté sonrió.
—No te maté cuando me mentiste. No te maté cuando me cogías sin amor. Te mato ahora porque no quiero que tu voz vuelva a nombrarme jamás.
Con paciencia, con una dulzura escalofriante, comenzó a coserle la lengua al paladar.
Puntada por puntada.
Sangre caliente.
Temblores de muerte.
Yunuen se convulsionaba, pero ella lo montaba todavía. Hasta que su sexo sintió la muerte subiendo por la columna de él.
Se detuvo. Lo besó en la frente.
Y clavó la aguja por última vez…
…en su ojo izquierdo.
El cuerpo tembló. Se arqueó. Y se quedó quieto.
Nikté se levantó, llena de sangre.
Hermosa.
Radiante.
Libre.
Fue entonces cuando volvió la tormenta afuera.
La habitación se vació.
El sueño comenzó a desvanecerse.
Pero en el mundo real, Yunuen despertó gritando.
Con la boca abierta.
Y sin poder articular palabra alguna.
...
Despertó.
Ahogado.
Saturado de sudor frío.
La lengua intacta. La verga aún entre sus piernas. Viva. Hinchada. Erecta.
Pero algo temblaba en sus entrañas.
Lo supe. Porque yo ya estaba ahí.
Él no me vio al principio. Tenía los ojos clavados en la mujer nueva, esa pobre criatura que dormía desnuda a su lado, ajena, confiada, ignorante del monstruo al que le había entregado el corazón esa noche. Yo estaba parada al pie de la cama. Silenciosa. Casi etérea. Pero cada célula de mi cuerpo brillaba con un solo propósito: la ejecución final.
Yunuen se frotó el rostro. Murmuró algo que no entendí. Se incorporó… y entonces me vio.
—¿Nikté? —su voz tembló como una cuerda podrida.
Yo sonreí.
Qué hermoso fue ese instante.
El momento en que su inconsciente se rindió ante la verdad: nunca salió del sueño.
Me subí a la cama como una gata salvaje.
Su nueva muñeca abrió los ojos. Quiso gritar. Pero con un simple chasquido mío, ella volvió a dormir.
—No estoy aquí por ella —le dije a Yunuen, sentándome a horcajadas sobre su cuerpo, desnuda, hambrienta, letal—. Vengo por lo que me quitaste.
Él intentó moverse. Yo lo inmovilicé con mi mirada.
—No voy a matarte aún. No tan rápido. Primero, vas a darme algo a cambio de lo que me robaste.
Y entonces lo acaricié.
Sí, lo hice.
Tomé esa verga suya que un día me juró exclusiva.
La recorrí con la lengua, lentamente, como si todavía pudiera encontrar una pizca de amor escondida en su piel.
Él gimió. Como un perro vencido. Como un niño confundido.
Se erectó aún más, estaba ya en la cumbre. La daga de carne blanca, brillante, salivando la perversión que lo componía y que muchas veces negó en una doble moral.
Claro que sí, estaba muy excitado. Porque hasta en el borde del abismo, los traidores quieren sentir placer.
—Te haré venirte con esto una última vez —le dije—. Y después te lo arranco.
Lo monté.
Lo cabalgué.
Me restregué sobre él como si estuviera haciendo el amor con un cadáver.
Y mientras su cuerpo me llenaba, yo reía.
Me reía porque sabía que era la última vez que ese trozo inútil de carne sería usado para dañar a una mujer.
Cuando se vino, supe que era el momento.
De un tirón, con mis uñas largas, negras, filosas, le abrí el vientre bajo.
Y con la delicadeza de una amante vengada, le arranqué la verga.
No gritó. No pudo.
Solo se retorció como un gusano.
La sangre salpicó mi vientre, mis senos erectos, mi boca.
Yo lo miraba morir, sosteniendo su virilidad en mi mano, como un trofeo sagrado.
—Ahora sí, Yunuen… ya no podrás coger más mentiras.
Me bajé de él.
Me acerqué a su nueva.
Le acaricié el cabello.
—Él murió por mis manos. Pero tú, querida, morirás por haber amado su sombra.
Le tapé la nariz.
La boca.
Y se fue. Tranquila. Como un suspiro innecesario.
La habitación dieciocho quedó en silencio.
El océano allá afuera rugía.
La luna, fiel espectadora, brillaba como nunca.
Salí desnuda, empapada de sangre, con su verga aún tibia entre mis dedos.
Nikté no necesita paz.
Nikté ya tiene su justicia.
Y me fui sonriendo... Agradecida porque había ya un monstruo menos habitando mi tierra.
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—Nékir.
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nekir-orgen · 5 days ago
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Nikté —Segunda parte—
El plata de la luna se espolvoreaba sobre los cuerpos imperfectos de esos dos ingenuos que, poco a poco, se deslizaban al mundo de los sueños. Desnudos, aún ardiendo en sus vientres del orgasmo efímero, un orgasmo sin destino más que al punto final. Un final sin gloria, sin alma.
Nikté había entrado al inconsciente del hombre triste. Vacía su mente como él. Nada creativo, nada sagrado. Sólo trampas. Vidrios rotos, espejos fracturados, heridas escondidas. Él jamás se atrevió a mirarse de frente. Su existencia dependía de los ojos ajenos: los de mujeres rotas que lograba convencer de que eran únicas, sagradas, irrepetibles. Que eran su puerto seguro, su hogar eterno.
Nada más falso que eso. Nikté lo sabía. Ella fue una de tantas. Cayó. Se ahogó en esas frases sin raíz, en ese lodo donde yacen los cadáveres de quienes también creyeron. A todas las amó igual, les vendió el mismo guion. El amor como estafa repetida.
Caminar dentro de su mente era avanzar sobre un lienzo oscuro, de grises mutantes, sin forma ni destino. Y allí resonaban los pasos de Nikté. Lentos. Implacables. Buscando el nombre del traidor.
Cerró los ojos. Inhaló… Exhaló… El ardor le cubría el alma. Un velo denso se apoderó de cada átomo. Qué delicia… qué maravilla. Venganza hecha sueño, pero más real que la vigilia. Porque no hay humano feliz. No del todo.
El escenario comenzó a gestarse: un montaje con los recursos psíquicos de Yunuen —el desleal. Una habitación de hotel, lujosa, con una gran ventana abierta hacia la orilla del mar. Nikté se asomó. El océano, inmenso. Estaban en la habitación dieciocho.
El cielo gris. La tormenta cercana. El aire helado provenía del clima ubicado justo sobre la cama. Una habitación hermosa, parecida a aquellas en las que Yunuen la hizo sentir deseada, especial, casi amada. Ella se sentó al borde de la cama. Un espejo de cuerpo completo se alzaba a su costado.
Se miró.
Preciosa.
Su cabello largo bajaba hasta más allá de la cintura. Ondulado. Brillante como la rabia negra que le recorría por dentro. Dolor. Tristeza. Decepción. Hastío. Vestía de negro también. Un vestido de apariencia inocente, pero con retazos lascivos que suplicaban ser rasgados. Una prenda que insinuaba lujuria, que clamaba amor desesperado en cada milímetro de su piel blanca.
Bajó la mirada. Tenía las manos entrelazadas, tensas. Las venas se marcaban en un verde tenue, casi invisible. Las uñas, largas, negras, afiladas como bisturís. Cada una dispuesta a desgarrar piel, a abrir camino hacia lo profundo, hacia lo que sangra.
Nikté no dejaba de pensar en la piel de Yunuen. En besarla por última vez. En mirar esos ojos —del color del ocaso— que alguna vez le hicieron creer en un para siempre. En respirar su perfume, en impregnarse de su esencia para que no quedara nada… ni siquiera en el recuerdo.
Ella ansiaba una despedida que doliera.
Una que lo marcara.
Una que jamás pudiera olvidar.
Una en la que él, por fin, entendiera qué tan caro es el precio de la traición.
Porque ese duelo ella no lo pidió. Pero esa muerte… sí la estaba eligiendo.
[Continuará...]
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—Nékir.
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nekir-orgen · 6 days ago
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Nikté —Primera parte—
Ella lo amaba de una forma sublime.
Y por eso perdió la cabeza cuando aquel hombre tomó de la mano a otra.
Una mujer ingenua, rota, carente de afectos, llena de miserias…
Con gustos musicales vulgares, incultos, que lo describían a él con cruel perfección.
Pero ella —la del violín y las letras, la solitaria, la de la tinta y la luna—
nunca vio eso en él.
Solo veía el color de su alma,
la energía que emergía de sus ojos como dos soles prístinos e inocentes.
Reflejo perfecto del alma de la enamorada.
Saber la verdad la destrozó. ¿A quién no?
Ella tenía en la cabeza un mundo que no era tal.
Un mundo falso, ilusorio,
que se desmoronó en un instante.
Y con él, se escaparon los sueños de la niña que aún creía en amores eternos, de historietas ingenuas y tiernas.
Pero ¿sabes?
Había algo que ese hombre petulante no sabía...
Nikté —flor aromática del jardín más verde— vivía protegida por frondosos árboles que le regalaban alas para volar entre sueños.
Alguna vez, uno de esos árboles sabios le dijo:
—Nikté, mi florecilla amada, mi favorita…
Si alguien alguna vez te daña, ven a mí.
Te daré el poder de honrar tu ira del modo que tú decidas.
Pero recuerda: no hay retorno cuando la revancha besa a la muerte.
Eso era lo que él ignoraba.
Siempre la llamó ingenua.
Y cómo no, si cuando la tenía en sus brazos ella olía a rosa…
a la inocencia de un alma niña.
Nikté era eso:
esencia de edén al amar,
sueño perenne al odiar.
Y sólo puede habitar el odio donde antes hubo un amor profundo.
Donde ese amor se quiebra, el odio se disfraza de tristeza.
Ah…
Pero Nikté jamás había sentido odio.
Hasta que sus pétalos fueron arrancados con desprecio, humillación, y una crueldad brutal.
Casi muriendo, gritó al árbol sabio —padre y refugio:
—No puedo más. Esta emoción me arde por dentro. He intentado todo para apaciguarla… pero no puedo. Lo único que ronda mi mente es desaparecer a ese hombre en quien confié. Cuyas manos me tomaron como flor marchita para luego desecharme.
........
—Quiero entrar en sus sueños, sabio árbol. Quiero enmudecerlo, como él me ha enmudecido la vida. Quiero estoquear cada centímetro de su carne, tan profundo que sangre, y que con su sangre alimente los pétalos que me arrancó.
Lo odio, mi padre árbol…
Lo odio tanto como lo amé.
Y podría perdonarlo… pero no quiero.
Este dolor sobrepasa todo entendimiento.
Crece dentro de mí como una bestia.
Y siento que muero.
Y no es justo.
No es justo morir después de haberle dado todo.
Después de haberlo abrigado de sus propias miserias.
Y hoy… camina como si nada, sonriendo bajo el cielo de otra ingenua…
¿Puedes concederme ese regalo?
Y entonces se hizo la noche.
Él, con aquella otra, en ese lecho perfumado…
En el vaivén sexual…
Gimiendo.
Besando.
Haciendo gritar a la nueva,
que soñaba con ser eterna para un hombre tan mortal como la falsa creencia en un amor que nace del instante.
Ah… par de imbéciles.
Par de devotos al amor líquido.
Al amor sin forma, sin raíz, sin sabiduría.
Al amor de carne.
Ese que solo habitan quienes jamás han degustado la paz del alma.
Y entonces, él se dejó venir entero dentro del hueco de aquella…
Y con el corazón desbocado, se echó boca arriba buscando el oxígeno que ya no hallaba entre tanto ajetreo de carnes y grasas.
Cerró los ojos.
Suspiró.
Y recordó a Nikté.
A cuando la amaba.
La ingenua posó su cabeza sobre su pecho,
pronunció un “te amo” precoz…
Y entonces los astros comenzaron su canción de cuna,
titilando tras la ventana de esa habitación oscura…
sin imaginar lo que deparaba la noche.
[Continuará...]
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—Nékir.
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nekir-orgen · 8 months ago
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Estar dormido es lo más cercano a no existir. Y ahí, en la no existencia, mi mente descansa, mis latidos se serenan y mis deseos se cumplen.
—Nékir.
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nekir-orgen · 8 months ago
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Sobrepensar es ir a la guerra totalmente desarmado... Y permitir que te maten tus propios pensamientos.
—Nékir.
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nekir-orgen · 8 months ago
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Deja de hablarme de fantasías...
Me estás matando.
—Nékir.
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nekir-orgen · 8 months ago
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Me cuestionan, me critican, se mofan de mi sentir... Es difícil que alguien que no nació con la piel plagada de nostalgia lo entienda.
Yo caminaba entre la multitud y parecía que toda mi cabeza estuviese vendada, me protegía, no quería que nadie me viera... Pronto me identifiqué con los introvertidos, pero lo mío iba más allá de seleccionar a la gente con quién conversar sobre lo que yo amaba, no me nacía hablar con nadie, no me inspiraba convivir con nadie y, además, por dentro diluviaba... Como si salir de mi zona segura me transformara en tormenta, como si dejar mi hogar me transformara en un monstruo. Así me sentía.
Millones de negras mariposas se posaban en donde debía ir mi rostro. Y sólo escuchaba sus susurros que arrullaban a mi alma, como deseando dormirla, como anhelando silenciarla. Sí, hay almas que llevan mucho ruido, que están hechas de ruido, que no se callan... Almas que hablan y hablan, que aturden y no embonan... Almas que permanecen encerradas en el cuerpo, como prisioneras de una cárcel, como criminales, como antisociales.
Almas torturadas por el nacimiento, por la vida...
Almas que lo único que esperan es cerrar los ojos corporales para devolverse a ese lugar al que pertenecían antes de que dos sexos opuestos se encontraran... Antes de ensamblar.
—Nékir.
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nekir-orgen · 8 months ago
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Soy un acto fallido, la intención de dos seres humanos expandiendo su dolor, oculto detrás de la toxicidad de lo positivo. Un acto que nació enfermo, cuya mente se rompió al percatarse de la inexistencia de lo eterno, de lo mágico, de lo incondicional y de la permanencia de un cuidador, del único que probablemente te amó de verdad. ¿Cómo se siente? Fatal. Hay dos fuerzas aquí adentro de mí... Últimamente la guerra se ha fortalecido y, la fe de que acabe se me ha extinguido. Me entenderá sólo aquel que también está hecho del mismo material que yo; ese que al abrir los ojos ante la verdad, también perdió gran parte de su inocencia, misma que lo hacía estar de pie mirando hacia un horizonte dorado, bañado de sol. Me entenderá quien, con esas roturas se ha hecho unas gafas para contemplar un mundo que inspira únicamente al abandono. Mis pies pesan a diario... Y al mismo tiempo me percibo vagando por este plano, sin rumbo... Sin entusiasmo, como si flotara entre el sueño y la realidad... Como si sólo contara los días y las noches para al fin cerrar mis ojos y dejar de observar a través del esquema que me he armado en base a mis decepcionantes vivencias.
¿Sabes? No sé trata de ser pesimista... Es que, en definitiva no se puede ser optimista en un mundo tan decadente, dónde pesa más la carne que el alma, una carcajada que una lágrima, una máscara que la desnudez. ¿Cómo puedo yo querer respirar la inmundicia del capricho del ser humano? ¿Cómo puedo yo levantarme si no hay una mano que me alcance a sostener? Y no, mi propia mano no es suficiente, ¡es una tontería pensar que uno es suficiente! Se requiere de un otro, se necesita de la compañía genuina, del abrazo auténtico, del amor real para poder sobrevivir en esta selva llena de depredadores.
Es así que llega la tristeza... Luego la ira... La angustia y la frustración...
Entonces esa tristeza comienza a cargar todo el luto del mundo...
Así se siente, como si yo estuviera cargando todo el luto del mundo.
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—Nékir
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nekir-orgen · 8 months ago
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Empezaré a borrar, poco a poco, tu nombre de mi vida. Pero, yo no actuaré como muchos lo harían: bloqueándote... Soy demasiado valiente para irte borrando mientras pronuncio tu nombre, o mientras veo tu rostro, o mientras aún percibo tu perfume... Seguro estoy que teniéndote presente podré arrancarte de mi vida, y así, después, no habrá manera de que me hagas volver a sentir amor por ti.
—Nékir.
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nekir-orgen · 8 months ago
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Qué bien me sabe tu carne después de haberme arrancado el amor. Hoy puedo tocarte sin la necedad de percibirme tuyo o de percibirte mía. ¡Gran mentira es esa donde dos fuegos que se extinguirán pueden ser llamarada en los afectos esculpidos en hielo! ¡Yo daba mi vida por ti! ¡Yo vaciaba mi sangre en la hoja con el sueño de alcanzarte, allá... Allá donde mi recuerdo no te hacia cosquillas!
¡Perfecta me sabe tu piel en el cuerpo de mi lengua, con el corazón amagado detrás del ultimo latido que gritó por ti!
Ya no es noble el pensamiento cada vez que te tomo entre mis brazos. Me he abandonado allá donde la ternura se inclinó por destruir las memorias de un amor inocente.
Yo sólo anhelo cogerte... Y, morirme en ti...
Es en ese instante de pequeña muerte, donde puedo volver a sentirme amado.
—Nékir.
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nekir-orgen · 8 months ago
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Lo he intentado, créanme que lo he hecho. Al abrir mis ojos, durante mis amaneceres, he procurado ponerles ese filtro hipócrita de la felicidad, pero, siempre termina cayéndose, y entre cada caída me siento más absurdo, más infeliz. Nació mi alma amarga, venenosa como la azalea, no puede separarse la tragedia de mi ser, llevo atado a mí todos los filos de las armas mortales, no puedo ser buena compañía ni para mí mismo. Absurdo es haber nacido, que me hayan otorgado la vida... ¿Qué estúpido ser pudo atreverse a darme el aliento habiendo tantas almas ávidas de una piel con la que puedan esbozar una sonrisa?
Me carcome la mayor parte del tiempo la idea de tomar entre mis manos la utopía de la felicidad, hacerla polvo entre la fuerza de mis manos y tragármela para asfixiarme de ella. Maldita ilusión inexistente. Me preguntó, ¿quién habrá inventado tal arquetipo que ha acercado más a la infelicidad al ser humano? Si no existiera este concepto pestilente, probablemente en la ignorancia se alcanzaría a tocar un poco de ese sueño charlatán. Vivimos en una mentira. Vivimos en una falacia. Vivimos muertos creyéndonos vivos en un mundo sin intención de mirarnos.
—Nékir.
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nekir-orgen · 8 months ago
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Está aquí, una vez más. Debajo de mi cama, escondida en las paredes de mi cuarto, detrás del cristal de la pantalla, cobijada entre las cortinas de mis ventanas, alzando su voz dentro de mi cabeza. Está aquí. Ella. La que sabe perfectamente cómo acelerar a mi corazón, la que lo engulle hasta hacerlo licor. La que se viste de negro y coloca dentro de un ataud a todas y cada una de mis emociones. Aquí está, creí que se había ido ya, creí que jamás volvería, pero me equivoqué, erré nuevamente, tontamente; volví a engañarme... No la puedo detener. Las píldoras sólo adormecieron su ímpetu, y ahora que se me han acabado, vuelve a ponerse de pie, con sus alas más fuertes, con sus garras criminales, con su energía que se bebe lo más puro de mi ser. Entonces, sí, vuelvo a desear el silencio del pozo más profundo, los cielos que no dan a luz estrellas, el vals que se ha quedado sin orquesta, y las manos... Vuelvo a desear las manos que se han quedado sin dedos, sin dedos para sostenerse o sostener, sin falanges que cierren los labios que anuncian mi muerte... Muerte que anhelo... Muerte que imploro... Muerte blanca, liberadora, virginal... Muerte que lleva más vida que esta triste vida mía, que como círculo, regresa a la primer causa de su duelo, la herida del cordón... La separación del útero... Mi nacimiento.
—Nékir.
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nekir-orgen · 2 years ago
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Pues bien, hoy sólo seremos el día, la tarde, la noche y yo... El tintero, la pluma, el papel, la imaginación y yo... El silencio, la soledad, el ruido de un tren lejano y yo. Hoy es otro día normal para mí, las luces y los cascabeles allá afuera no hacen la diferencia.
—Nékir.
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nekir-orgen · 2 years ago
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Gente que sólo se acuerda de un nombre cuando ya no hay nombres dispuestos a acompañarle. Gente que se olvida de quien ha estado ahí en sus momentos de soledad cada vez que se ven en compañía. Gente absurda. Gente hipócrita.
—Nékir.
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nekir-orgen · 2 years ago
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Tenía las manos bañadas en sangre. Temblaba, estaba muerta de miedo. Mi corazón agitado parecía detenerse. Y ahí, tirada en el suelo estaba ella, esa mujer, esa mujer que yo tanto odiaba, esa mujer que tanto yo envidiaba. El cuarto estaba oscuro, la luz de la luna era la que iluminaba el rostro inerte de esa persona. Todo era blanco, paredes, colchas, ventanas, techo... Hasta el perro pequeño que temblaba debajo de la cama era blanco con una que otra peca marrón. La había matado, la había desaparecido finalmente de mi camino. ¡Ah cuántas veces había soñado con ese momento! Pero, ¿es que acaso eso había sido un sueño? No. No lo fue. Y yo me preguntaba cómo es que había llegado hasta ese sitio, no lo sabía, de pronto ya estaba ahí con la sangre de esa pobre mujer cubriendo la piel que llevaba desnuda. Juro que yo no soy asesina. Juro que no soy una mala persona. Juro que había evitado a toda costa llegar hasta ese punto. Pero ya había cometido el homicidio. Y dentro, muy en el fondo mío, una carcajada de libertad se escuchaba. Me había liberado de esa sombra, había suprimido lo indeseable. Con ella muerta ese pasado se había borrado, ya no tendría por qué volver a escuchar su ridículo nombre, ni tendría que ver su molesta cara, esa cara llena de arrugas que en algún momento —sino es que en todos— llenó de filtros para parecer joven y hermosa. ¡Ja! Mujer tan horrenda. Ah, pero ahí estaba, ya muerta. Ya sólo era un deshecho sin latido. Brotaba del corazón la escasa sangre que le quedaba. Y yo, poco a poco fui despertando del trance mas no de la realidad, porque aquella escena era tan real como ese perro que me observaba, o como el viento que recorría mi cuerpo, o como esa única testigo: la luna. "Me descubrirán, debo irme", pensé. Pero no podía moverme. No podía mover mis pies, estaba pesada, muy pesada, tan densa como la alegría que embriagaba a todo mi ser.
Dos almas.
Pensaba en dos almas.
Un alma caótica, turbia, confusa...
Un alma pacífica, en armonía, en equilibrio...
Todos teníamos dos almas adentro. Reflexionaba en tanto limpiaba la sangre en las ropas que llevaba puestas.
Esta alma, ésta que se había atrevido a clavar ese puñal en la carne, en los músculos, en los órganos de esa mujer, sin miedo a nada, siguiendo sólo su instinto de placer, esa alma era el caos que habitaba en mí. ¿Y la otra? ¿Dónde había quedado la otra? No estaba aquí... No estaba aquí.
Y una pregunta aparecía como una luz intermitente frente a mí: ¿Cuál es tu fantasía jamás dicha?
Esa, esa era y la acababa de cumplir. Y es que, ¿no les ha pasado que a veces quisieran borrar el pasado de ustedes, o el pasado de otros que son importantes para ustedes? ¿No les ha pasado que quisieran matar ese pasado que lleva un nombre? ¿Desaparecerlo y... poder así tener un camino limpio en el presente, sin ningún rostro o apellido que haga mella en sus vidas? Sí, esa era mi fantasía y se había vuelto tan fuerte que separó mi paraíso de mi infierno y me llevó ahí, justamente ahí, a la posibilidad de tomar un borrador y desperdigar el pasado, soplarle y desvanecerlo en un latido muerto. "Qué distinta será mi vida sin ella interponiéndose en mi camino. Qué diferente será todo, porque esto, esto que está aquí, estos muebles, este cuarto, estas ventanas, ese televisor y todo lo que afuera de este cuarto se encuentra, será mío, tan mío como él... Tan mío como..."
"No... Esperen... Ese perro no es mío... Lo lamento, tú tampoco puedes estar aquí..."
Caminé hacia él... Tomé el cuchillo que yacía tirado cerca de mi pie derecho... Con mucho esfuerzo pude moverme. "Le haré un favor a él si desaparezco a esta bola de pelos...", pensaba. Entonces alguien abrió la puerta...
Alguien entró al cuarto...
Y tuve que despertar...
Tuve que abrir los ojos.
"¡Mamá!", escuché ese grito. El temblor volvió a mí. Me habían descubierto. ¿O no? No... No había sido así porque yo estaba de pie frente a ese sujeto que desgarraba su garganta y no podía verme. Nadie podía verme, sólo la luna y ese perro que tanto odiaba ya.
El alma tiene dos brazos y ese día el brazo que se alzó fue aquél que le dió luz verde a mi perversidad. Pero ahí seguía, de pie... Mirando a aquél que lloraba, y esa noche ya no sería tan sólo a la mujer y al perro a quienes mi fantasía quitaría la vida, sino también a ese pobre infeliz que trataba de revivir lo imposible.
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—Nékir.
38 notes · View notes
nekir-orgen · 2 years ago
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Te extravías en eso que te demanda la vida y no el alma. Te percudes entre las manchas de lo que se aísla de tu sentido. Bebes de un veneno que desconoces que en algún momento te va a matar. Pero te crees el dueño del tiempo y del corazón de tu amada. Qué tontería. Qué infantilidad. Qué tristeza darle fuerza a lo que te suicidará el amor que no aprendes a valorar.
—Nékir.
25 notes · View notes
nekir-orgen · 2 years ago
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Estás tan enfrascado en la viscosidad de tu pantano que has cegado tu visión a la bella enredadera que agitada brilla para salvarte.
—Nékir.
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