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Novela Wattpad: La Ladrona de los prÃncipes - CapÃtulo 7 (fracción)
Pero un gruñido, o podrÃa haber sido un ronquido, me hizo pegarme contra la pared. Mi corazón latió como un tambor de guerra. No podÃa permitir que la amenaza de la cobardÃa se instalara en mÃ. A pocos metros de mÃ, habÃa un tridente para heno. Me acerqué a él en silencio, siendo extremadamente cuidadosa con el ruido que provocaba mi cuerpo.
Cuando estuve armada, me acerqué a donde habÃa prevenido el sonido. Entre los bloques amarillentos de heno, yacÃa tirada una figura, inconsciente. Fruncà el ceño, era un muchacho. ParecÃa inconsciente más que dormido, la botella de vino en el suelo confirmaba el aroma a alcohol que llenaba el aire.
El muchacho estaba despatarrado con uno de sus brazos cubriendo su rostro, protegiendo sus ojos de la luz. VestÃa una camisa de lino con las mangas dobladas por los antebrazos, fuera de los pantalones, lo que le otorgaba un aspecto desenfrenado y desgarbado. Los primeros botones estaban en su mayorÃa sueltos, por lo que sentà que al mirarlo estaba siendo grosera. Los pantalones oscuros y sueltos estaban atrapados en unas botas de montar. Lo que no se escapó de mi vista fue el cinturón suelto que rodeaba sus caderas bajas, almacenaba estuches para dagas y lo que supuse que podrÃa ser el estuche de una espada, que no se encontraba en su lugar.
Intenté buscarla con la mirada, pero el hombre respiró profundo y yo, rápidamente, lo apunté con el arpón. Una nueva mirada hacia los caballos encendió otra idea en mi cabeza. TenÃa que apresurarme, estaba perdiendo tiempo.
—¡E-Ey! — le grité al hombre, aferrándome a mi arma, pero éste no se inmutó. Di un paso adelante para proporcionarle una patada a la bota de cuerpo, pero no hubo caso. —¡Despiértese!
El borracho yacÃa profundamente dormido en el suelo, ajeno a todas mis iniciativas por despertarlo. Su respiración, lenta y pesada, llenaba la habitación con un ritmo constante y ronco. Su cuerpo estaba como un tronco, completamente inmovil. Un caballo relinchó, lo que logró que yo cerrara los ojos, apretando los dientes, me estaba quedando sin tiempo. Mis posibilidades de escapar sin ser descubierta estaban alejándose cuanto más me retrasaba.
Noté, lo bastante cerca como para permitirme apartar la vista, un balde de agua para los animales. Con un gesto rápido y decidido, lo incliné sobre el hombre dormido. El agua cayó en un torrente chispeante hacia su cabeza. Lo solté tan pronto lo habÃa agarrado, volviendo a aferrarme al tridente, apuntando al hombre.
El impacto del lÃquido frÃo fue como un shock eléctrico, haciendo que el muchacho se enderezara de un salto, los ojos abiertos de par en par y un gemido ahogado se escapó de sus labios.
—SÃ, sÃ, ya desperté… dioses…
En otra situación, que no fuera de vida o muerte, me hubiera reÃdo. Empapado, sorprendido y despierto de golpe, incrédulo y molesto, el hombre me miró.
—Quietecito ahà — ordené, imitando con mi mayor esfuerzo la voz de Donna, Rowena o Bodhi al dar una orden. Las puntas del tridente estaban distanciadas solo por un respiro del corazón del muchacho.
—¿Quién mierda eres tú? — su voz era profunda y melódica, ronca en su pronto despertar.
HabÃa logrado notar a varios guardias masculinos en el castillo, no podÃa diferenciar si todos eran bellos por la magia inmortal o solo realmente poseÃan una belleza innata, aunque habÃa escuchado que una de mis compañeras de habitación mencionaba que no era más que el uniforme. También habÃa pensado que los hombres tenÃan cuerpos increÃbles en esos imponentes atuendos. Pero este mozo de cuadra, empapado y borracho, era el hombre más atractivo que habÃa visto jamás.
Le devolvà la mirada, sus labios se curvaron en una sonrisa de costado, letal. ParecÃa decir que estaba tan sorprendido como yo.
El mozo se apoyó en uno de sus brazos, divertido con la situación, parecÃa no importarle que tenÃa tres afiladas cuchillas contra el pecho. La luz de la luna, de las antorchas, le iluminó el rostro exquisito. Con un rostro angular de pómulos pronunciados era intenso y enigmático. El pelo negro, corto, goteaba partÃculas de agua que delineaban su mandÃbula. La piel estaba pálida con ojos oliva, pero cuanto más lo miraba, más creÃa que eran dorados.
El mozo intentó levantarse, pero lo impedÃ, apresándolo más con el tridente.
—Te he dicho que te quedes quieto —siseé.
—Y tú no me has dicho quién eres — se mofó, encantador. —Asà que nadie está satisfecho.
Bufé con un rápido revoleo de ojos.
—Soy alguien que te llenará de agujeros si no haces lo que digo — mi voz raspó mi garganta. La sangre corrÃa por mis venas en un palpitar febril. —Rápido. Me-Me ensillarás un caballo. Uno que sea tranquilo, calmado.
Su boca estrecha y picarona, con el labio superior levemente más relleno, me sonrió altanero.
—¿Si? ¿Y tú qué me darás a cambio? — el muchacho inclinó su cabeza, como un gato curioso. —Supongo que habrás aprendido que aquà todo debe ser un trueque.
Estaba perdiendo la paciencia, tiempo valioso que podrÃa significar la victoria o la derrota de mi plan de escape, se escapaba de mis manos. Intenté que mi voz no sonara demasiado agresiva cuando le gruñÃ:
— ¿No lo ves? ¡Evitaré convertirte en un colador!
Soltó una engreÃda carcajada, su cabeza cayó hacia atrás, presumiendo un cuello perfecto con lo que parecÃa ser la tinta de un tatuaje que se escapaba de su pecho.
—Qué amabilidad la tuya — volvió a observarme. Sus pupilas estaban dilatadas, un cazador analizando a su presa. El pánico me consumió. ¿Estaba pidiendo la ayuda de algo más que un simple cuidador de caballos? Lamió sus dientes impecables. —Pero si me atacas, aún puedo atacarte de vuelta.
Mis ojos grisáceos volaron a su cintura, subÃa y descendÃa sin emociones alteradas como las mÃas, rodeada por al menos dos pares de armas. Hundà el tridente contra su pecho, arruinando la desprolija camisa cuando le creé tres cÃrculos perfectos.
—No podrás hacer nada si te apuñalo en el corazón.
El moreno se observó el pecho con desinterés, las gotas intensas de la sangre comenzaban a ensuciar la camisa de lino. Cuando levantó la mirada, estaba aburrido, pero sus ojos estrechados notaban lo contrario.
— Entonces estoy definitivamente muerto — cedió con apatÃa. — Okey, okey, preciosa sin modales. Ensillaré un caballo que te permitirá escapar, ya que evidentemente eso es lo que estás haciendo, humana ligera —me señaló en mi totalidad, desde el doble par de calcetines hasta el bolso que colgaba a mi costado. La confusión me picó los dedos cuando oà el apodo con el que Bodhi se referÃa a mÃ, acelerando aún más mi desquiciado corazón. Era la sincera reacción de estar haciendo algo que estaba mal. —Sólo… si me das un beso.
La propuesta se escapó demasiado pronto de sus bonitos labios, como si lo hubiera pensado desde siempre.
—¿Cómo sabes…? — me interrumpà rápidamente, tuve el instinto de soltar el tridente de mis manos y llevarlas a mi cuello, donde el collar encantado descansaba. Nyssae habÃa jurado que nadie podrÃa descubrir que era humana mientras llevara el colgante alrededor de mi cuello. Las sirvientas de la corte, incluso, me habÃan olfateado a centÃmetros de distancia sin notar la diferencia, pero el muchacho no tardó en notar la verdad. Quise ser más consciente de mis orejas, pero no lograba descubrir si éstas estaban cubiertas o no.
—Puedo oler tu esencia humana entre toda esta mierda, preciosa.
— Es imposible — hablé a media voz, más para mà misma que para él.
—¿En el reino de la magia? — se burló crispado, la sonrisa se le curvó aún más. —Nada es imposible aquÃ. Asà que por qué no me besas rápido antes de que los guardias descubran que no estás en la cama.
Sólo los dioses sabÃan cuán advertidos estaban los humanos sobre los encantos de los feéricos inmortales. Me repetà una y mil veces en mi interior que no debÃa sentirme atraÃda por la idea de besarlo. No sabÃa por qué intentaba prevenirlo de la magia que se juraba que existÃan entre los besos de dos mundos diferentes.
— Pero un beso humano, podrÃa…
— PodrÃa hacerme perder la mente —continuó lo que yo estaba por decir, confiado en sà mismo. —SÃ, eso dicen… Pero, acaso no es razón suficiente para hacerlo. Agonizar por un beso, casi suena como una balada— era la voz de un amante la que la incitaba a enfurecer a los dioses, no la de un borracho.
Pero no podÃa hacerme cargo del futuro del muchacho, de cualquier forma, no creÃa realmente que hubiera magia escondida en los cuerpos humanos. Esa creencia era más antigua que el propio mundo. Le asentà al muchacho, corto y rápido.
Él se puso de pie entre jadeos y quejidos, despiadado y agudo. TenÃa las piernas largas envueltas en músculos que no se ocultaban entre las telas de su ropa.
—Estoy muy viejo para esto… y ebrio —se enderezó completamente, y aunque yo lo seguà apuntando con el tridente, se deslizó de su amenaza con la ligereza de un experto.
Lo observé tomar una de las sillas de montar colgadas de un armario junto al establo de un enorme caballo blanco, con el cabello sedoso y largo. Le recordé que deberÃa ser tranquilo, pero el mozo solo chisteó con gallardÃa, como si supiera perfectamente lo que estaba haciendo.
—¿Eres el mozo de cuadra del castillo o solo un borracho?
—Bueno, estaba cuidando a los caballos antes de emborracharme.
La arrogancia se desprendÃa de sus movimientos, de forma natural, apenas parecÃa consciente de aquello. TenÃa la belleza de un prÃncipe, pero vestÃa como un pirata borracho, y estaba haciendo exactamente lo que uno harÃa. No podÃa entender por qué habrÃa terminado asÃ, casi inconsciente.
—¿Por qué? — pregunté a sus espaldas, bajando el arpón.
—No lo sé, en realidad no me gustan mucho los caballos — habló. Una ráfaga de viento nos rodeó a ambos, no pude evitar mirar a mi alrededor, por un segundo, juré que alguien más estaba con nosotros, pero el muchacho no parecÃa pensar lo mismo.
—No —bufé. — ¿Por qué estabas bebiendo?
Se volteó para observarme, retrocedà un paso, porque no me habÃa percatado de que estábamos demasiado cerca. TenÃa la mirada intensa, pero melancólica, parecÃa tan triste como una canción de desamor.
—Porque no todos podemos escapar como tú.
Nos observamos por unos instantes, en silencio. No tenÃa nada que decir, intentaba leer su corporalidad pero me resultaba demasiado complicado, como si estuviera rodeada de una neblina invisible. Él me observaba desde su amplia diferencia de altura -casi una cabeza y media-, celoso de la posibilidad de poder, aunque sea, intentar escapar en un caballo.
—¿Cuál es tu nombre? — pregunté, rompiendo el silencio.
—No tengo uno, sólo soy un bastardo borracho — me incomodé, los priotanos solÃan rechazar a todos los bastardos, pues se los conocÃa por su naturaleza traicionera. —Un hijo sin nombre. Pero tú, sà debes tener uno, ligera.
Nuevamente mencionaba el apodo de Bodhi, pero nadie habÃa estado junto a nosotros cuando lo nombró. Entonces, las paredes sà hablaban.
—¿Me conoces? — dejé el tridente a un costado, de vuelta en su lugar. El muchacho ya no parecÃa una amenaza, si me quisiera atacar, ya lo habrÃa hecho.
—Te he visto en la mañana — me mostró una sonrisa coqueta, la lengua empujando contra los dientes, como si intentara acallar una risa. —Con los animales de los corrales. Te gustan, ¿verdad?
Le quité importancia con un levantamiento de hombros. Por supuesto que tenÃa una facilidad para sentirme encantada por los animales, no podÃa explicarlo, solo disfrutaba de estar cerca de ellos. —Algunos más que otros.
El mozo fue más rápido de lo que yo pude prevenir. Cuando me alzó en sus fuertes brazos y me acomodó en la silla del majestuoso caballo, una oleada de emociones me invadió. La sensación de estar elevándome por encima del suelo, el hormigueo en mi estómago por la sorpresa, ambos fueron cálidos dentro de mÃ. TenÃa el tacto firme y caliente, la presión segura de sus grandes manos en mis caderas, cuando me sentó en el caballo. Tomó mi pie más cercano a él, intentando no reÃrse de mis dobles calcetines, y lo colocó dentro del estribo.
—No hablabas demasiado con tus compañeras — mencionó, como si no quisiera dejarme marchar, aún.
—Nunca tuve el deseo de conocer a nadie aquà — susurré. Hubiese estado dichosa de tener la oportunidad de conocerlo.
La ansiedad que me proporcionaba estar en medio de mi huÃda estaba siendo acallada con demasiada facilidad por los encantos del bastardo. QuerÃa huir, sabÃa que debÃa apresurarme, pero no podÃa negar el ligero deseo que me seducÃa. Estaba atrapada entre la inminente libertad y el misterio que aquel hombre representaba, intrigada por, aunque sea, conocer su nombre.
PodÃa notar, porque aún tenÃa mi tobillo entre una mano que llevaba tatuado lÃneas inconclusas, que él se sent��a de la misma forma. No querÃa dejarme marchar. Cuando volviera a mis tierras, a Priosan, a los dÃas grises y a la vulgaridad de ese territorio privado de magia, recordarÃa con cariño al mozo de cuadra, el bastardo, que se habÃa fascinado conmigo.
Cuando estuviera triste y melancólica, odiando mi propia existencia, me contarÃa a mà misma el cuento de cómo un caballero, hermoso como ningún otro, me esperaba en su inmortal reino.
Los ojos dorados del muchacho rompieron la conexión que mantenÃamos, para detallar mis labios. Contuve la necesidad de remojarlos, apartando la mirada. Cuando el ambiente encandilante desapareció, volvimos a hablar.
—Tengo que decÃrtelo — el bastardo sonaba arrepentido. — No lograrás escapar.
Cerré los ojos con amargura. HabÃa desperdiciado demasiado tiempo, pero aún no me rendirÃa.
—Necesito intentarlo.
—Ellos no te dejarán ir tan fácilmente — me aconsejó con sinceridad. Llevó la mano tatuada a mi rodilla, escondida por debajo del vestido. El cálido apretón me sonrojó las mejillas.
—Por favor, no puedes decir nada… — la desesperación subió por mi garganta, provocando que me sujetara con más fuerza de las correas de la silla.
—No, bestia sin modales — sonrió amable. —Has ganado mi silencio.
—Gracias por ayudarme.
De cerca sus ojos almendrados eran más dorados que olivas, la sonrisa ya no era tan amplia o gatuna, sino más melancólica. La inquietud y ansiedad atraparon su bello rostro por sorpresa.
—Espera… — me sujetó por la muñeca cuando me despedÃ. —¿Qué hay de mi beso?
Me encontraba atrapada en una encrucijada digna de un cuento de hadas, con mi corazón noble y abnegado. Los ojos dorados y la irresistible presencia del hombre habÃa despertado una tentación ardiente, pero sabÃa que aquello podrÃa culminar en un castigo para ambos. Incluso si me escapo impune, el posible destino despiadado que los dioses podrÃan lanzar al muchacho me acobardaba.
—Umh… estaba esperando que olvidaras esa idea. —El caballo se incomodó por debajo de mÃ. —No funcionará, te hará daño.
—¿Por qué te importa? — Lejos de mostrarme asustada, le sonreà socarrona. —No me conoces.
Ahogué una sonrisa, que sonó como un bufido.
—No pareces mala persona, has sido el primero en hablar conmigo aquà sin estar obligado.
—En realidad, me apuntaste con un tridente — se burló con la sonrisa de costado, logrando que me riera sin barreras. Un instante después, la sonrisa habÃa desaparecido de los ojos del chico. —Me odiarÃas si me conocieras realmente.
Yo, que era terca como una mula, insistÃ:
—Si no te beso, tendrás tiempo de probarme lo contrario.
Pero el mozo de cuadra parecÃa ser mucho más terco, y temerario, que yo.
—Quiero mi beso, preciosa.
Bajo el manto de la noche estrellada, en un rincón secreto del reino mágico, en un apestoso establo, un hada de ojos dorados y una humana de belleza escondida debajo de una apariencia enfermiza, se encontraban al borde de lo desconocido. La tensión era palpable, como una fuerza mágica que los atraÃa inexorablemente.
En ese momento de quietud y expectación, el muchacho subió una mano para acercar el rostro, tomándome por la mejilla frÃa. Sus labios se acercaron lentamente, como si el universo mismo contuviera la respiración, aquel era un beso que los dioses no se perderÃan.
Fue un roce fugaz, apenas perceptible, un beso que parecÃa inofensivo pero que llevaba consigo el peso de lo prohibido. Nuestros labios se encontraron con una ternura y pasión contenida, y la electricidad de ese contacto se extendió a través de nosotros, envolviéndonos en una sensación embriagadora. El tiempo pareció detenerse mientras el beso se prolongaba por un breve instante, cargado de promesas y anhelos. Y luego terminaba.
Abrà los ojos, sentà la magia en los labios ajenos, luego la sentà en los mÃos propios. El bastardo aún tenÃa los ojos cerrados, en su imperceptible distancia, como si la maldición ya lo hubiera atrapado.
Conscientes de que habÃamos cruzado un umbral peligroso. Aquel beso, apenas un suave roce, habÃa desatado un torbellino de emociones y preguntas sin respuestas, y mientras los dioses continuaban su eterna observación, el futuro era incierto pero prometÃa ser desastroso.
Cuando el muchacho abrió los ojos, eran del rojo carmÃn.
Se alejó de mÃ, como si fuera peligrosa para él. Observó al caballo blanco con la mirada severa, los ojos fugaces.



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Novela Wattpad: La Ladrona de los prÃncipes - CapÃtulo 7 (fracción)
Pero un gruñido, o podrÃa haber sido un ronquido, me hizo pegarme contra la pared. Mi corazón latió como un tambor de guerra. No podÃa permitir que la amenaza de la cobardÃa se instalara en mÃ. A pocos metros de mÃ, habÃa un tridente para heno. Me acerqué a él en silencio, siendo extremadamente cuidadosa con el ruido que provocaba mi cuerpo.
Cuando estuve armada, me acerqué a donde habÃa prevenido el sonido. Entre los bloques amarillentos de heno, yacÃa tirada una figura, inconsciente. Fruncà el ceño, era un muchacho. ParecÃa inconsciente más que dormido, la botella de vino en el suelo confirmaba el aroma a alcohol que llenaba el aire.
El muchacho estaba despatarrado con uno de sus brazos cubriendo su rostro, protegiendo sus ojos de la luz. VestÃa una camisa de lino con las mangas dobladas por los antebrazos, fuera de los pantalones, lo que le otorgaba un aspecto desenfrenado y desgarbado. Los primeros botones estaban en su mayorÃa sueltos, por lo que sentà que al mirarlo estaba siendo grosera. Los pantalones oscuros y sueltos estaban atrapados en unas botas de montar. Lo que no se escapó de mi vista fue el cinturón suelto que rodeaba sus caderas bajas, almacenaba estuches para dagas y lo que supuse que podrÃa ser el estuche de una espada, que no se encontraba en su lugar.
Intenté buscarla con la mirada, pero el hombre respiró profundo y yo, rápidamente, lo apunté con el arpón. Una nueva mirada hacia los caballos encendió otra idea en mi cabeza. TenÃa que apresurarme, estaba perdiendo tiempo.
—¡E-Ey! — le grité al hombre, aferrándome a mi arma, pero éste no se inmutó. Di un paso adelante para proporcionarle una patada a la bota de cuerpo, pero no hubo caso. —¡Despiértese!
El borracho yacÃa profundamente dormido en el suelo, ajeno a todas mis iniciativas por despertarlo. Su respiración, lenta y pesada, llenaba la habitación con un ritmo constante y ronco. Su cuerpo estaba como un tronco, completamente inmovil. Un caballo relinchó, lo que logró que yo cerrara los ojos, apretando los dientes, me estaba quedando sin tiempo. Mis posibilidades de escapar sin ser descubierta estaban alejándose cuanto más me retrasaba.
Noté, lo bastante cerca como para permitirme apartar la vista, un balde de agua para los animales. Con un gesto rápido y decidido, lo incliné sobre el hombre dormido. El agua cayó en un torrente chispeante hacia su cabeza. Lo solté tan pronto lo habÃa agarrado, volviendo a aferrarme al tridente, apuntando al hombre.
El impacto del lÃquido frÃo fue como un shock eléctrico, haciendo que el muchacho se enderezara de un salto, los ojos abiertos de par en par y un gemido ahogado se escapó de sus labios.
—SÃ, sÃ, ya desperté… dioses…
En otra situación, que no fuera de vida o muerte, me hubiera reÃdo. Empapado, sorprendido y despierto de golpe, incrédulo y molesto, el hombre me miró.
—Quietecito ahà — ordené, imitando con mi mayor esfuerzo la voz de Donna, Rowena o Bodhi al dar una orden. Las puntas del tridente estaban distanciadas solo por un respiro del corazón del muchacho.
—¿Quién mierda eres tú? — su voz era profunda y melódica, ronca en su pronto despertar.
HabÃa logrado notar a varios guardias masculinos en el castillo, no podÃa diferenciar si todos eran bellos por la magia inmortal o solo realmente poseÃan una belleza innata, aunque habÃa escuchado que una de mis compañeras de habitación mencionaba que no era más que el uniforme. También habÃa pensado que los hombres tenÃan cuerpos increÃbles en esos imponentes atuendos. Pero este mozo de cuadra, empapado y borracho, era el hombre más atractivo que habÃa visto jamás.
Le devolvà la mirada, sus labios se curvaron en una sonrisa de costado, letal. ParecÃa decir que estaba tan sorprendido como yo.
El mozo se apoyó en uno de sus brazos, divertido con la situación, parecÃa no importarle que tenÃa tres afiladas cuchillas contra el pecho. La luz de la luna, de las antorchas, le iluminó el rostro exquisito. Con un rostro angular de pómulos pronunciados era intenso y enigmático. El pelo negro, corto, goteaba partÃculas de agua que delineaban su mandÃbula. La piel estaba pálida con ojos oliva, pero cuanto más lo miraba, más creÃa que eran dorados.
El mozo intentó levantarse, pero lo impedÃ, apresándolo más con el tridente.
—Te he dicho que te quedes quieto —siseé.
—Y tú no me has dicho quién eres — se mofó, encantador. —Asà que nadie está satisfecho.
Bufé con un rápido revoleo de ojos.
—Soy alguien que te llenará de agujeros si no haces lo que digo — mi voz raspó mi garganta. La sangre corrÃa por mis venas en un palpitar febril. —Rápido. Me-Me ensillarás un caballo. Uno que sea tranquilo, calmado.
Su boca estrecha y picarona, con el labio superior levemente más relleno, me sonrió altanero.
—¿Si? ¿Y tú qué me darás a cambio? — el muchacho inclinó su cabeza, como un gato curioso. —Supongo que habrás aprendido que aquà todo debe ser un trueque.
Estaba perdiendo la paciencia, tiempo valioso que podrÃa significar la victoria o la derrota de mi plan de escape, se escapaba de mis manos. Intenté que mi voz no sonara demasiado agresiva cuando le gruñÃ:
— ¿No lo ves? ¡Evitaré convertirte en un colador!
Soltó una engreÃda carcajada, su cabeza cayó hacia atrás, presumiendo un cuello perfecto con lo que parecÃa ser la tinta de un tatuaje que se escapaba de su pecho.
—Qué amabilidad la tuya — volvió a observarme. Sus pupilas estaban dilatadas, un cazador analizando a su presa. El pánico me consumió. ¿Estaba pidiendo la ayuda de algo más que un simple cuidador de caballos? Lamió sus dientes impecables. —Pero si me atacas, aún puedo atacarte de vuelta.
Mis ojos grisáceos volaron a su cintura, subÃa y descendÃa sin emociones alteradas como las mÃas, rodeada por al menos dos pares de armas. Hundà el tridente contra su pecho, arruinando la desprolija camisa cuando le creé tres cÃrculos perfectos.
—No podrás hacer nada si te apuñalo en el corazón.
El moreno se observó el pecho con desinterés, las gotas intensas de la sangre comenzaban a ensuciar la camisa de lino. Cuando levantó la mirada, estaba aburrido, pero sus ojos estrechados notaban lo contrario.
— Entonces estoy definitivamente muerto — cedió con apatÃa. — Okey, okey, preciosa sin modales. Ensillaré un caballo que te permitirá escapar, ya que evidentemente eso es lo que estás haciendo, humana ligera —me señaló en mi totalidad, desde el doble par de calcetines hasta el bolso que colgaba a mi costado. La confusión me picó los dedos cuando oà el apodo con el que Bodhi se referÃa a mÃ, acelerando aún más mi desquiciado corazón. Era la sincera reacción de estar haciendo algo que estaba mal. —Sólo… si me das un beso.
La propuesta se escapó demasiado pronto de sus bonitos labios, como si lo hubiera pensado desde siempre.
—¿Cómo sabes…? — me interrumpà rápidamente, tuve el instinto de soltar el tridente de mis manos y llevarlas a mi cuello, donde el collar encantado descansaba. Nyssae habÃa jurado que nadie podrÃa descubrir que era humana mientras llevara el colgante alrededor de mi cuello. Las sirvientas de la corte, incluso, me habÃan olfateado a centÃmetros de distancia sin notar la diferencia, pero el muchacho no tardó en notar la verdad. Quise ser más consciente de mis orejas, pero no lograba descubrir si éstas estaban cubiertas o no.
—Puedo oler tu esencia humana entre toda esta mierda, preciosa.
— Es imposible — hablé a media voz, más para mà misma que para él.
—¿En el reino de la magia? — se burló crispado, la sonrisa se le curvó aún más. —Nada es imposible aquÃ. Asà que por qué no me besas rápido antes de que los guardias descubran que no estás en la cama.
Sólo los dioses sabÃan cuán advertidos estaban los humanos sobre los encantos de los feéricos inmortales. Me repetà una y mil veces en mi interior que no debÃa sentirme atraÃda por la idea de besarlo. No sabÃa por qué intentaba prevenirlo de la magia que se juraba que existÃan entre los besos de dos mundos diferentes.
— Pero un beso humano, podrÃa…
— PodrÃa hacerme perder la mente —continuó lo que yo estaba por decir, confiado en sà mismo. —SÃ, eso dicen… Pero, acaso no es razón suficiente para hacerlo. Agonizar por un beso, casi suena como una balada— era la voz de un amante la que la incitaba a enfurecer a los dioses, no la de un borracho.
Pero no podÃa hacerme cargo del futuro del muchacho, de cualquier forma, no creÃa realmente que hubiera magia escondida en los cuerpos humanos. Esa creencia era más antigua que el propio mundo. Le asentà al muchacho, corto y rápido.
Él se puso de pie entre jadeos y quejidos, despiadado y agudo. TenÃa las piernas largas envueltas en músculos que no se ocultaban entre las telas de su ropa.
—Estoy muy viejo para esto… y ebrio —se enderezó completamente, y aunque yo lo seguà apuntando con el tridente, se deslizó de su amenaza con la ligereza de un experto.
Lo observé tomar una de las sillas de montar colgadas de un armario junto al establo de un enorme caballo blanco, con el cabello sedoso y largo. Le recordé que deberÃa ser tranquilo, pero el mozo solo chisteó con gallardÃa, como si supiera perfectamente lo que estaba haciendo.
—¿Eres el mozo de cuadra del castillo o solo un borracho?
—Bueno, estaba cuidando a los caballos antes de emborracharme.
La arrogancia se desprendÃa de sus movimientos, de forma natural, apenas parecÃa consciente de aquello. TenÃa la belleza de un prÃncipe, pero vestÃa como un pirata borracho, y estaba haciendo exactamente lo que uno harÃa. No podÃa entender por qué habrÃa terminado asÃ, casi inconsciente.
—¿Por qué? — pregunté a sus espaldas, bajando el arpón.
—No lo sé, en realidad no me gustan mucho los caballos — habló. Una ráfaga de viento nos rodeó a ambos, no pude evitar mirar a mi alrededor, por un segundo, juré que alguien más estaba con nosotros, pero el muchacho no parecÃa pensar lo mismo.
—No —bufé. — ¿Por qué estabas bebiendo?
Se volteó para observarme, retrocedà un paso, porque no me habÃa percatado de que estábamos demasiado cerca. TenÃa la mirada intensa, pero melancólica, parecÃa tan triste como una canción de desamor.
—Porque no todos podemos escapar como tú.
Nos observamos por unos instantes, en silencio. No tenÃa nada que decir, intentaba leer su corporalidad pero me resultaba demasiado complicado, como si estuviera rodeada de una neblina invisible. Él me observaba desde su amplia diferencia de altura -casi una cabeza y media-, celoso de la posibilidad de poder, aunque sea, intentar escapar en un caballo.
—¿Cuál es tu nombre? — pregunté, rompiendo el silencio.
—No tengo uno, sólo soy un bastardo borracho — me incomodé, los priotanos solÃan rechazar a todos los bastardos, pues se los conocÃa por su naturaleza traicionera. —Un hijo sin nombre. Pero tú, sà debes tener uno, ligera.
Nuevamente mencionaba el apodo de Bodhi, pero nadie habÃa estado junto a nosotros cuando lo nombró. Entonces, las paredes sà hablaban.
—¿Me conoces? — dejé el tridente a un costado, de vuelta en su lugar. El muchacho ya no parecÃa una amenaza, si me quisiera atacar, ya lo habrÃa hecho.
—Te he visto en la mañana — me mostró una sonrisa coqueta, la lengua empujando contra los dientes, como si intentara acallar una risa. —Con los animales de los corrales. Te gustan, ¿verdad?
Le quité importancia con un levantamiento de hombros. Por supuesto que tenÃa una facilidad para sentirme encantada por los animales, no podÃa explicarlo, solo disfrutaba de estar cerca de ellos. —Algunos más que otros.
El mozo fue más rápido de lo que yo pude prevenir. Cuando me alzó en sus fuertes brazos y me acomodó en la silla del majestuoso caballo, una oleada de emociones me invadió. La sensación de estar elevándome por encima del suelo, el hormigueo en mi estómago por la sorpresa, ambos fueron cálidos dentro de mÃ. TenÃa el tacto firme y caliente, la presión segura de sus grandes manos en mis caderas, cuando me sentó en el caballo. Tomó mi pie más cercano a él, intentando no reÃrse de mis dobles calcetines, y lo colocó dentro del estribo.
—No hablabas demasiado con tus compañeras — mencionó, como si no quisiera dejarme marchar, aún.
—Nunca tuve el deseo de conocer a nadie aquà — susurré. Hubiese estado dichosa de tener la oportunidad de conocerlo.
La ansiedad que me proporcionaba estar en medio de mi huÃda estaba siendo acallada con demasiada facilidad por los encantos del bastardo. QuerÃa huir, sabÃa que debÃa apresurarme, pero no podÃa negar el ligero deseo que me seducÃa. Estaba atrapada entre la inminente libertad y el misterio que aquel hombre representaba, intrigada por, aunque sea, conocer su nombre.
PodÃa notar, porque aún tenÃa mi tobillo entre una mano que llevaba tatuado lÃneas inconclusas, que él se sentÃa de la misma forma. No querÃa dejarme marchar. Cuando volviera a mis tierras, a Priosan, a los dÃas grises y a la vulgaridad de ese territorio privado de magia, recordarÃa con cariño al mozo de cuadra, el bastardo, que se habÃa fascinado conmigo.
Cuando estuviera triste y melancólica, odiando mi propia existencia, me contarÃa a mà misma el cuento de cómo un caballero, hermoso como ningún otro, me esperaba en su inmortal reino.
Los ojos dorados del muchacho rompieron la conexión que mantenÃamos, para detallar mis labios. Contuve la necesidad de remojarlos, apartando la mirada. Cuando el ambiente encandilante desapareció, volvimos a hablar.
—Tengo que decÃrtelo — el bastardo sonaba arrepentido. — No lograrás escapar.
Cerré los ojos con amargura. HabÃa desperdiciado demasiado tiempo, pero aún no me rendirÃa.
—Necesito intentarlo.
—Ellos no te dejarán ir tan fácilmente — me aconsejó con sinceridad. Llevó la mano tatuada a mi rodilla, escondida por debajo del vestido. El cálido apretón me sonrojó las mejillas.
—Por favor, no puedes decir nada… — la desesperación subió por mi garganta, provocando que me sujetara con más fuerza de las correas de la silla.
—No, bestia sin modales — sonrió amable. —Has ganado mi silencio.
—Gracias por ayudarme.
De cerca sus ojos almendrados eran más dorados que olivas, la sonrisa ya no era tan amplia o gatuna, sino más melancólica. La inquietud y ansiedad atraparon su bello rostro por sorpresa.
—Espera… — me sujetó por la muñeca cuando me despedÃ. —¿Qué hay de mi beso?
Me encontraba atrapada en una encrucijada digna de un cuento de hadas, con mi corazón noble y abnegado. Los ojos dorados y la irresistible presencia del hombre habÃa despertado una tentación ardiente, pero sabÃa que aquello podrÃa culminar en un castigo para ambos. Incluso si me escapo impune, el posible destino despiadado que los dioses podrÃan lanzar al muchacho me acobardaba.
—Umh… estaba esperando que olvidaras esa idea. —El caballo se incomodó por debajo de mÃ. —No funcionará, te hará daño.
—¿Por qué te importa? — Lejos de mostrarme asustada, le sonreà socarrona. —No me conoces.
Ahogué una sonrisa, que sonó como un bufido.
—No pareces mala persona, has sido el primero en hablar conmigo aquà sin estar obligado.
—En realidad, me apuntaste con un tridente — se burló con la sonrisa de costado, logrando que me riera sin barreras. Un instante después, la sonrisa habÃa desaparecido de los ojos del chico. —Me odiarÃas si me conocieras realmente.
Yo, que era terca como una mula, insistÃ:
—Si no te beso, tendrás tiempo de probarme lo contrario.
Pero el mozo de cuadra parecÃa ser mucho más terco, y temerario, que yo.
—Quiero mi beso, preciosa.
Bajo el manto de la noche estrellada, en un rincón secreto del reino mágico, en un apestoso establo, un hada de ojos dorados y una humana de belleza escondida debajo de una apariencia enfermiza, se encontraban al borde de lo desconocido. La tensión era palpable, como una fuerza mágica que los atraÃa inexorablemente.
En ese momento de quietud y expectación, el muchacho subió una mano para acercar el rostro, tomándome por la mejilla frÃa. Sus labios se acercaron lentamente, como si el universo mismo contuviera la respiración, aquel era un beso que los dioses no se perderÃan.
Fue un roce fugaz, apenas perceptible, un beso que parecÃa inofensivo pero que llevaba consigo el peso de lo prohibido. Nuestros labios se encontraron con una ternura y pasión contenida, y la electricidad de ese contacto se extendió a través de nosotros, envolviéndonos en una sensación embriagadora. El tiempo pareció detenerse mientras el beso se prolongaba por un breve instante, cargado de promesas y anhelos. Y luego terminaba.
Abrà los ojos, sentà la magia en los labios ajenos, luego la sentà en los mÃos propios. El bastardo aún tenÃa los ojos cerrados, en su imperceptible distancia, como si la maldición ya lo hubiera atrapado.
Conscientes de que habÃamos cruzado un umbral peligroso. Aquel beso, apenas un suave roce, habÃa desatado un torbellino de emociones y preguntas sin respuestas, y mientras los dioses continuaban su eterna observación, el futuro era incierto pero prometÃa ser desastroso.
Cuando el muchacho abrió los ojos, eran del rojo carmÃn.
Se alejó de mÃ, como si fuera peligrosa para él. Observó al caballo blanco con la mirada severa, los ojos fugaces.



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