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No Woman
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nomujer · 6 years ago
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Entre el silencio y la nada
Despierto y no encuentro nada, aún nada. Miro al cielo con un azul extraño en sus ojos preguntándome cuándo regresarán o si esperan que yo llegue a ellos.
Llovió, ¿cuándo llovió? Me deslizo y siento una brisa acariciar lentamente todo mi cuerpo; aún me encuentro lejos de casa -supongo-. Jajajaja me río, me he reído como aquella vez andando intentando encontrar un charco de agua: el camino era largo alumbrándonos una tarde espectacular, tórrido, brillante, sinigual. Ojalá Nala estuviese aquí para recordarlo, mis pisadas sin él me tornan temerosa.
Anoche recordé la última vez que vi un kudu cerca de mí, fue días después de la última tormenta que azotó en la reserva, no estoy segura de haberlo visto antes en la manada, estaba sola y asustada; de repente desapareció. Fueron días extraños, vagamente recuerdo la mirada de Nala hacia los demás mientras trataba de convencerse (aun así, con un sinfín de desgarradoras suposiciones) que el mal tiempo pasaría desapercibido, no solo a los que lo habitábamos sino hasta el último humano parado bajo nuestra sagrada acacia, o como lo llamábamos los dos: huis.
Mi vida había cambiado mucho desde entonces, pero antes de perder a Nala y a los demás, todo aquello que amaba, se estaba esfumando poco a poco sin poder hacer algo al respecto. Todo empezó cuando esos hombres blancos comenzaron a rodearnos tanto en lagos como en fronteras, era muy chica para entenderlo, pero no era tan complicado darse cuenta de cómo nos estaban matando y los otros, los hombres enmascarados, estaban ahí para protegernos; muchos de los nuestros no los aceptaban y preferían vivir a su suerte. Chiká cientos de veces me advirtió de no acercarme a ellos, pero me gustaba sentir sus delicadas y finas manos de mono palpando mi calmado ser. Dos o tres veces el enmascarado de la laguna me alimentó de frutas frescas escalando su árbol sin que nadie lo notara (más que yo). No sé en qué momento nos convertimos en amigos, pero era agradable tener un humano que no le temiera vivir solo debajo de un árbol. Una noche Chiká y los demás decidieron que era hora de partir y tuve que ir tras de ellos sin poder despedirme de él. Mucho tiempo después regresé al mismo lugar, pero él ya no estaba ahí, solo permanecía la silueta de su árbol: seco, completamente consumido.
Yo no sabía acerca de nada, mucho menos de la catástrofe que nos estaba aguardando y que, según los más sabios, pudo haber estado escrito; pero ahora aquí, entre el silencio y la nada, debo extender un poco más mi largo cuello para alcanzar las pocas hojas que florecen de los inmensos árboles; andar sobre lodos desconocidos con el temor de empaparme sin encontrar el límite de su profundidad; galopar tarde y noche sin detenerme un segundo con la esperanza de encontrar a Nala y mirar sus peculiares manchas. Pero ¿qué pasará cuándo lo encuentre?, ¿cómo le ocultaré que ahora los cielos son tan desconocidos y no me puedo guiar de lo que piso?, ¿cómo lo convenceré de regresar a la tierra que alguna vez amé por su sutil naturaleza?; ¿cómo le haré entender que yo no sabía acerca de nada, muchos menos que cuando despertaba, algo me susurraba al corazón?
 ...
 Parado aquí junto a las estrellas me pongo a pensar sobre la libertad y la agonía que ahora me provoca el tocar un libro. Despierto y todo sigue siendo igual: comiendo, leyendo, saltando, jugando. Me pregunto: ¿cuándo terminará?
Ilusiones opacas que aún no puedo traspasar porque mi vida es de acero, no hay otro mundo excepto en los libros: aventuras absurdas, viajeros expertos. ¡Pero yo qué voy a saber de mares si me alimento con gente de piedra! Eso no es todo, convivimos muy pocos, parece que somos los últimos. He oído a voces que antes éramos más, ¡muchísimos más!, y me es tan imposible de creer…, entonces regreso a mi mundo de letras y cierro los ojos, siempre la misma historia: El Viejo y el Mar; ayudándolo a pescar el gran pez, luchando por nunca acabar el cuento.
Alicia es una chica muy linda, su cabello es largo y lacio. Me gustaría escribir sobre ella, pero no sabría qué contar. Quizá sobre sirenas, ha de soñar con sirenas. Mamá no quiere que lea demasiado porque todo me lo creo, imagino y termino deseándolo como la mayoría mis sueños. ¡Pero yo no tengo la culpa de vivir en semejante submarino, yo no tengo la culpa de soñar entre cubos de metal desde que tengo memoria!
He leído sobre terremotos y volcanes, pero lo que más me apasiona son los planetas y las estrellas, coloridas galaxias y el infinito universo. ¿Cómo es el infinito?, ¿algún día se detendrá? Mi techo brilla cuando todo parece estar tan obscuro, lleno de cometas y estrellas de diversos tamaños; me hace sentir real, diferente, parte de otro momento. Frecuentemente tengo miedo, y si nosotros los humanos fuimos los destructores de la naturaleza ¿por qué nos seguimos resguardando?, ¿no se supone que nosotros somos el problema?
Hace muchos años hubo una tormenta, yo aún no nacía y mamá era demasiado joven para entender la catástrofe que estaba por suceder. En ese entonces ella no vivía rodeada de paredes, ella conoció el cielo, la fauna y la paz que le causaba mirar el mar, pero todo empeoró de repente. Los mares se alzaban como si la tierra estuviese danzando, el viento arrancaba árboles desde la raíz. Los animales fueron los primeros en desaparecer, fue ahí cuando su miedo nació, entonces mamá decidió pintar el cielo en su memoria para no olvidar que en algún momento le perteneció a la vida.
Ahora se encuentra fuera del cubo lejos de mí trabajando por horas, tratando de que la fuerza del océano no nos hunda hasta el centro de la Tierra mientras que yo intento sobrevivir en esta desierta galaxia, entre el silencio y la nada, comiendo, leyendo, saltando, jugando… Y me vuelvo a preguntar: ¿cuándo terminará?, ¿algún día se detendrá?
 2019/09/04
Por Bárbara Michel
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nomujer · 6 years ago
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