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Lisboa, L for London Grammar

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Køpenhavn

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Islandia

Marzo, 18-22/2017

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10 meses

¿Dónde están los restos de mi relación?

Es la pregunta que me haría en el caso de que lo dejara con mi novio. Es bastante obvio, pero inexistente materialmente la repuesta. Todo tiene un inicio, como relato que quiere ser, pero por ahora no un desenlace.

Hace unos meses en la última visita que hice a mi pueblo, que para un castellano sería una ciudad, me encontré mi habitación cambiada. Ya no utilizo otras palabras más afectivas porque ahora la sensación de propiedad-cuarto se fundamenta en unos cuantos libros y fotos; pero hace tiempo lo habría nombrado de expolio. De mi cama, porque ahora mi hermana la usa y ha secundado su habitación a vestidor. Un expolio de decoración porque mi madre ha cambiado algunas cosas y regalado el mueble donde comencé a descubrir el onanismo con el primer ordenador. Una continua ofensa a mi pasado.

Pero ahora solo ha cambiado, solamente eso porque ya no me reconozco en nada. No, no es por eso. Es porque he sustituido la alegría melancólica de cuando volvía a casa y me metía en la habitación rodeado de libros y fotos por mi familia, y una cosa conversación y siesta en el sofá. Pues en ese no-lugar que ya no es mío, perdón por el posesivo, la habitación, ahí encontré una caja.

Había pulseras, cedés, cartas...todo lo analógico hacerse cliché de una relación. Fue de meses, entrecortados algunos, pero fue la primera. Con todo lo que conlleva de carga histriónica para el resto de la vida. Manoseaba cada objeto situaba encima de la cama. Riéndome con un rictus de tristeza. ¿Qué tipo de tristeza? Creo que la de una edad más joven, pero no por volver. No viviéndolo tampoco como unas pesas que llevo colgando y cada vez que me caigo poder culpar al lastre. No, simplemente como leyendo una historia. No he podido grabar mi vida, no existía gopro a mi alcance, y cada vez recuerdo menos mi vida conforme voy memorizando la vida de lo demás (no por las amistades sino por la profesión).

Al volver a Madrid, en mi actual casa he puesto una foto de él y mía de un viaje a Cantabria. No hay nada más. Bueno si, hay fotos en el móvil, hay ay dios en el móvil y hay mensajes en el móvil. A través de estos últimos he podido reconstruir cómo empezó el cortejo (¡!). Todo esto codificado en dos números, un sistema binario. Si dentro de un mes ya no estoy con él y quiero recordar (volver a pasar por el corazón), ¿dónde voy? Lo busqué

Ahí reside codificada mi relación. Fotos en Facebook y mensajes en WhatsApp. Gracias al aglutamiento (de gula) de las empresas que compran cualquier otra que empieza a destacar, todo pertenece a la misma empresa, mismo hombre que reside en California. Mientras mis mensajes de odio, ironía, inseguridad, sexualidad residen cerca del Círculo Polar Ártico. Allí congeladas bajo una capa de permafrost que mantiene la historia digital de medio mundo protegiéndola del sol de California, capitalizando la vida analógica. Esto también me recuerda a un capítulo de una serie de Netflix (¿aún no la ha comprado Facebook?), en el que capitalizan los recuerdos futuros.

Ahora no tengo una caja, ni objetos cargados de texturas, lo tengo a él. Quizá la subversión más radical que puedo hacer es convertirlo a el en mi cuarto, en mi caja y en mi folio en el que escribir. Jódete Marck.

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Estambul

10.11/15.11.16

#istambul 

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Italia ‘16

“Fuera tejidos verdes y floridos primavera como regreso cadenciado. Fuera era abril de manera insistente como una marcha roja asimilada al sol.”

Alberta Bigagli

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Euskal Herria

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País Vasco, marzo 2016

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Foto #1

“Sevilla es una torre llena de arqueros finos” F. García Lorca

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Un día normal

               Un día me desperté y no quería moverme de la cama que servía de refugio para ti y los dos perros, uno tuyo y otro de los dos. Olía a pelo, pelo mojado de la tormenta que nos atrapó anoche en el portal esperando que al menos mearan, y aún así los dejaste subir a la cama a pesar de que les grité. ¿Para qué? Me callaste con tu lengua, anudando la mía, y te tragaste toda mi credibilidad delante de ellos. Solo tú puedes tener la idea de comprar como primer  recuerdo de nuestra casa compartida otro animal. Yo pensé en comprar juntos la tele o unos cuantos cactus que siempre sirven para rellenar un hueco de foto en instagram. Pero bah, lo que necesita un piso sin amueblar es otro perro, basta con la cama y el sofá. Así que me inventé un florero de una botella de agua de plástico porque nos quedamos sin dinero.

               Nos hemos levantado tarde, ya están inquietos los perros, deseando vaciar sus cuerpos de toda la comida basura que encargamos anoche a casa. Y tú también, despertándome y arrastrándome hasta el servicio para que te acompañe mientras cagas y darte conversación. Sigue siendo tan asqueroso como antes aunque me lave los dientes a la vez taponando los oídos para no oír nada.

               Me voy del baño antes de que le des a la cadena y tirarme a la cama ocupada por dos manchas de pelo, una negra uniforme y la otra de un color entre el marrón y el índigo. Las sábanas huelen a pelo mojado, ahora es nuestro olor familiar, y hay semen manchándolas a pesar de tener siempre papeles al lado para limpiarnos. Anoche me limpiaste con Pandémica y Celeste; así es como aprecias los poemas que te leo aunque el uso que al que se destinó el papel es coherente con los versos.  Les aparto a patadas y gruñen. Me vuelvo a poner en posición horizontal, sudando, mirando el techo.

               Los perros sirven como obligación de pisar las calle, así me convencías para poder tener otro y no estar todo el día en casa descargando películas y masturbándonos, en caso de estar solo, o follando.  Y con este argumento ahogo tus quejas sobre el calor, el insomnio y la mierda de trabajar en verano. No quieres salir a la calle, y yo quiero pasear antes de que el calor del mediodía arrase con todas las calles y evapore a coches y humanos. Es una ciudad de interior muy grande, pero todos huyen del sol para verlo desde una orilla del mar, todo muy absurdo.

                                                           (…)

               Fuimos a cenar muy tarde, caminando por el asfalto agrietado  por el calor sin localizar algún sitio de donde saliese un olor a freidora enrarecida que se mezcla con el sudor. Me repetiste tus argumentos sobre la carne y la no necesidad de comerla. Y yo te escuché, o matizando, cogía cada palabra que vomitabas y la sostenía en el aire para observarlas simplemente. Y en una esquina, sin ningún adorno y fácil de olvidar, vimos una hamburguesería de colores pastel. Te cogí de la mano guiándote como a un ciego inseguro sin su palo que no sabe cómo colocar las piernas. Una vez dentro dimos vida al lugar, no había nadie, igual que en la ciudad, demasiado de todo para nadie. Seguí conduciéndote con mi mano y ya vacilabas menos, en tu interior se descubrió el hambre cavernícola aplastando un poco tu moralidad en las cavernas del inconsciente. Y abordamos al camarero. Relató cada hamburguesa como si fuera una experiencia, felicidad masticable de muslos de vaca.

              Y cómo te reíste al ver al dependiente fingir que le gustaban las hamburguesas. A pesar de esto él no paraba de sonreír mientras nos entregaba las hamburguesas con patatas y bebida en bolsas con un símbolo de una sonrisa.  Y entonces te vi, sujetando la hamburguesa y mirándola con desprecio y un anhelo que no puedes esconder porque ya he aprendido a localizártelo, justo en la comisura de los labios se forma un triángulo. Iluminado por la hamburguesa de neón a la salida, como una aureola que te transforma en un héroe marcial como si salieses de destrozar la tienda consiguiendo justicia animal, así de pronto te convertí en un personaje de Daniel Clowes.

             Vamos caminando hacia el barrio, hasta llegar a nuestra calle y luego a la puerta de casa. Apenas hemos hablado entre nosotros, quizá alguna promesa de hacer algo esta semana, una exposición, comida con amigos o algún vuelo barato que te ha aparecido en facebook. Casi automáticamente y de forma inconsciente ya estamos otra vez en la cama, desnudos porque hemos conseguido que esta noche duerman los perros en su cama del salón. Se filtra la luz de la calle por la ventana que tenemos en nuestro cabecero, iluminando casi en su totalidad nuestra habitación. Llevamos todo el verano pensando poner una cortina y evitar que los vecinos nos usen como un canal de veinticuatro horas. Te susurro que pongas Sufjan Stevens a la vez que te muerdo la oreja, sabiendo con precisión esas cinco palabras que vas a buscar en el móvil, to be alone with you.

               Un día normal me di cuenta de que era feliz porque casi todo lo que me rodeaba, empezando por la ausencia de muebles, no lo hubiera soportado hace seis meses. Todo esto hubiese sido cáustico para mi mente delineante y obsesiva que cuenta las baldosas de las calles para llegar al trabajo con un número par. No sé si esto es una absorción por tu parte, una sumisión o una falta de autoridad por mi parte. Estoy saturado de calor y sudor, voy a  esconder mi cabeza en el hueco de tu hombro y la mandíbula mientras me raspa tu barba y barre todos estos pensamientos.

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Madres

“i just thought there would be more” Boyhood 2014

“¨Ça va? C’est vert” Mommy 2014

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Lolita

“Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba derecha, con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantaloens. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita”.

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Guardia en el hospital

¿Podrán nuestros sueños borrar alguna vez las pertinaces líneas que dibuja la forma que nos encierra?

-          Sylvia Plath, Historia sobre una bañera

La conocí en el sótano, rodeado de otras diez personas que la miraban tan atónitos como yo. Bañada en agua,  aún con cierto olor a formol imposible de eliminar del ambiente. Ella desnuda, y nosotros voyeurs que disfrutábamos del despiece de cada unas de sus partes.

La conocí como quien conoce a una oveja fileteada y ahora emplatada con verduras, primero sus entrañas.  Poco a poco observé sus pulmones, cubiertos de una tela áurea y perfectamente esmaltes. Esófago y estómago con las úlceras sangrantes hasta hace unas horas que no hicieron que gritara, acurrucada bajo una mesa. Sus intestinos, enroscados, escondidos, quizá así vivió gran parte de estas dos semanas; nos transmutamos en partes primigenias de nosotros mismos. Ay, y su corazón, tan loable y fuerte que enfada y extraña que se haya rendido ante simplemente lejía. Ahora de aspecto índigo y seccionado en muchos cortes axiales, sin embargo seguro que contaminaba todas las arterias de hilos escarlatas.

No he visto sus ojos, que estarían perdidos en un lago de coágulos, ni su piel distendida y alejada de cualquier susurro con el sol. Una piel que forma manos, su boca, los pliegues de las ingles y que ahora solo dibujo en mi mente; sin ella nos deshumanizamos porque nos equiparamos a casquería y calcio osificado en una mesa de quirófano rodeada de médicos interesados en cáusticos y anemia.

Oigo su historia, enfermedades, familia, pero todo muy rápido. Todo impreso en hojas recicladas. Veo miradas de tedio y gente enviando mensajes para contar que llegan tarde.

Se mató, se mató porque era libre, porque pudo agarrar la botella y no gritar. Has de ser muy consciente de tu dolor para que supere al de la muerte. ¿Existe lo contrario de aferrarte a la vida?

Era libre de sí misma, de sus sentidos, de las garras para cazar y del olfato para trazar la huida.  Libre para morir porque no estaba satisfecha solo llenando sus esfínteres,  necesitaba algo más que penetrara dentro de su cabeza. No creo que haya elegido la muerte en contraposición a la vida, sino como contraparte al amor, al vacío, a la inexistencia de este, de la amistad, de otra piel que alivie todo el calor que emanaba de su estómago, el mismo que ahora nos enseña a todos agujereado por úlceras y erosionado.