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Pied Piper
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Lo siento, mi timidez no me permite hablar tanto tiempo con una persona tan atractiva como tú.
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piedpiperblogs · 7 years ago
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Vértigo [1][Zeyn][LeagueOfLegends]
Información
Autor: Pied Piper
Idioma: Español
Número de palabras: 2653
Fandom: League Of Legends
Pareja: Zed/Kayn (Zeyn)
Género: Romance/Drama
Advertencias: Relación chicoxchico, si no te gusta, te invito a vagar por otros rincones de esta plataforma en busca de algo de tu agrado.
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"El vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados."
La insoportable levedad del ser, Milan Kundera.
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Tal vez no cuando lo conoció, pero con el paso del tiempo supo que el uno iba a ser el motivo de destrucción del otro. Podría haber muchos motivos, o tal vez ninguno y solo eran pensamientos vagos de su mente sabiendo el final de esa historia, no obstante, su destino indicaba que era imposible cambiar las cosas.
Con cuidado, los dedos buscaron deshacerse del yelmo que cubría sus facciones frías, casi inmutables. Las escenas podían repetirse varias veces en su cabeza como si fuera un libro cuyas páginas leyó con anterioridad. No se encontraba perdido, sus funciones estaban siendo cubiertas a la perfección y no había motivo para que cualquiera de sus pupilos tuviera sospechas de tantos pensamientos mezclados.
Los recuerdos, los años, las misiones, tantos nombres, tantas vidas y sangre que se hallaba invisible en sus manos ya limpias solo externamente. Y luego de eso, un extraño sentimiento, como un cuchillo que significaba el fin de todo, afilado y resplandeciente de todos los aciertos y errores que cometió.
El color de esos irises que lograban brillar en la oscuridad más espesa lo hacía recordar todo eso, acompañado de una clase de vértigo, mas no era juzgado en ningún momento, y eso era lo que podía afirmarse cuando lo encontraba con esa devoción tan profunda como el pozo de problemas en el cual él se había hundido. Antes de notarlo, se hallaba hasta el cuello con esa sensación embriagante y odiosa.
Sin embargo, admitir que un sentimiento que repudiaba era tan humano al igual que su propia carne era imposible de aceptar en voz alta.
Entonces, sentía algo tibio contra sus labios y el malestar decrecía. Su cabeza y sus sentidos se abrumaban para enfocarse con vehemencia en una sola cosa, continuar como si el calor fuera a escapar cual humo entre sus dedos. Suavidad, cuando las yemas se hundían en hilos largos de noche y nada salvo la humedad importaba por unos segundos. Rudeza, cuando se sobreponía para guiarlo a su antojo.
Lo sentía cerca, pero nunca era suficiente. Se juntaba, con el roce descarado e incluso peligroso si ojos se posaban sobre sus cuerpos temblando por la necesidad. No le importó, porque entre las paredes oscuras de sus aposentos no tenía que importarle nada que no fuera el sentir de su pecado.
Encima de él, repasaba todo con un cuidado más excesivo del que estaba dotado. Recorrió caminos por los cuales ya había pasado varias veces con ansiedad notoria. Mandíbula, Cuello, omóplatos, cualquier espacio que quisiera. Y juntó sus bocas, una y otra vez sin poder aburrirse de la sensación.
Las caricias causaban escalofríos en su piel, más importante que eso, algo dentro de él temblaba y quemaba igual que un infierno siendo desatado. Se despojaba de cualquier cosa que pudiera interponerse entre él y su agonizante y libidinoso deseo de arder en ese averno.
Bajó con lentitud, probando la paciencia ajena, algo que eventualmente desencadenaría la rebeldía del joven que yacía en sus brazos. Fue apartado, no como un rechazo, sino con un ferviente deseo revelado en sus ojos, con labios húmedos y mechones fuera de lugar, mostrándose de la única forma débil que podía aceptar. Y sabía que eso era bidireccional, que la única forma débil en cual se podían mostrar era esa.
Más que admitir un sentimiento de afecto o mostrar que detrás de una caricia podía existir otro que el significado carnal, él prefería admitir que no era más una necesidad libidinosa la que lo unía a aquel individuo dueño de sus tormentos.
Se hubiera tomado el tiempo necesario para exasperarlo hasta el cansancio, porque el simple hecho de hacerlo a veces resultaba divertido, sin embargo, su propia necesidad era más fuerte de lo que esperó.
Nunca imaginó caer de una manera tan desastrosa. Que la falta de contacto una vez probado tan esperado encuentro lo hiciera volver a caer una y otra vez. Que la primera vez lo hiciera un adicto capaz de esperar por una próxima ocasión. Para ellos, eso debía suceder cada cierto tiempo por el bienestar mental de ambos, algo que no funcionaba debido al creciente malestar del maestro de las sombras.
Se movió, y vio la ropa ajena restante en un lugar lejano que no le importaba. Después de eso sus pensamientos no estaban en otro sitio que no fuera el calor, o la voz desordenada que se perdía en suspiros haciendo eco en su cabeza en una melodía agradable. El canto de su nombre bajo esa voz que solo él lograba quebrar.
Juntos, encajando. Se hundía tan profundo como fuera posible en ese éxtasis que se extendía durante incontables minutos. Dedos viajaban por su piel, lastimando casi imperceptible su espalda y rozando su nuca. Después, entre los cortos mechones, como si fuera imposible agarrarlos para sostenerse unos segundos.
Entonces, sucedía. Las miradas se encontraban una vez más, casi sin aliento. Una de sus manos se posaba en el hueco debajo de la oreja, apenas y hundiéndose en las hebras oscuras ya esparcidas y desarregladas sobre sus almohadas. Lo sostenía con fuerza, repasando en sus facciones y aquellas pupilas que buscaban respuestas en sus ojos, suplicando por otro beso con sus labios entreabiertos y su aliento escapando cada que arremetía con fuerza.
Sentía lo acelerado del esfuerzo físico en su pecho —o al menos se hacía creer—, y algunas acciones ajenas que podrían ser inconcebibles en otros casos. Unos pocos gemidos, que por dentro le sacaban una sonrisa socarrona satisfecha al saber que su pupilo odiaba hacer ruido por su orgullo; no obstante, quedaban en las mismas condiciones cuando su acompañante se movía de alguna manera que lo hacía perder el perfecto control que él tenía.
¿Podía compararse a alguna pelea?, era muy parecido a una competencia por hacer un desastre del otro, pero lo único cierto era que al final ambos acababan perdiendo.
Seguían sin detenerse hasta que todos su sentidos eran embriagados con una placentera sensación que recorría sus cuerpos al llegar al climax. Y durante esos breves segundos, algo en Kayn relucía. Su piel brillaba, sus ojos destellaban, su cuerpo tenía una calidez desconocida y casi escuchaba el sonido de algo golpear en un ritmo frenético y constante. Aquello lo alejaba de inmediato.
Una vez que terminaban, se quedaban suspendidos en un silencio sepulcral. Cada uno con sus propios pensamientos confusos.
Zed se levantaba como si hubiera pasado nada entre ellos, tomaba sus prendas y no dirigía su mirada al joven que reposaba en su cama. Haría lo que cada noche hacía después de que ambos terminaban sus encuentros, darse una ducha, y cuando volviera el muchacho ya no estaría ahí, dejando la habitación solitaria.
Recordó la noche de su primer encuentro.
Al terminar, ninguno pudo reaccionar con claridad. El chico de cabellos oscuros parecía haber entrado en estado de shock y no se había movido mientras mirada el techo. Lo único que pudo decir cuando se quitó de encima y se hizo a un lado fue un serio: —Vete —. A lo que escuchó un, —¿Quién quisiera quedarse aquí? —.
No respondió más, y Kayn se fue sigiloso, atravesando la pared.
Su pupilo se presentó a la mañana siguiente al entrenamiento, sin mirarlo a la cara y con un semblante serio. No era necesario amenazarlo para que no comentara acerca de lo que había sucedido, porque de por sí, parecía que el mismo Kayn no deseaba que nadie se enterara, es más, parecía que ni siquiera quería recordarlo.
Fue grande su sorpresa cuando, una semana después, en medio de una discusión, terminaron en la cama una segunda vez.
Despejando los pensamientos, decidió irse para tomar un baño.
Al regresar, no fue una sorpresa encontrar la habitación vacía. Él se había marchado ya.
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Observó atentamente los movimientos de todos aquellos que eran sus seguidores. Cada uno debía ser experto en lo que había buscado especializarse. Sus ojos buscaban entre todos los cuerpos el de aquella persona que era el más destacable, gracias a su yelmo era poco probable que notara que lo observaba.
Él era excepcional en cada cosa que hacía, el problema era su comportamiento que a veces lograba sacarlo de quicio. Él sabía que esa rebeldía era tan admirable como peligrosa, porque esa cualidad era la que estaba sellando el destino de ambos. No esperaba que fuera distinto, porque las circunstancias de su ascenso llevaban en su cabeza desde hace días, preguntándose si ese muchacho era el karma.
Algo llamó su atención al terminar la práctica. Las conversaciones de sus pupilos en general no eran de su interés, eran solo tonterías, pláticas sin importancia de adolescentes que algún día debían crecer. Él tenía cosas más importantes en su cabeza que lo que decía, pero al escuchar ese nombre tuvo un repentino interés que lo llevó a prestar atención.
—Así que has estado divirtiéndote, ¿eh?
Frunció su semblante, extrañado. Se notaba que el menor no estaba cómodo con la cercanía con la cual le estaban hablando. Su mirada de asco estaba mezclada con una de confusión que cambió de inmediato cuando alguien le hizo saber de su condición. Tocó su cuello, manchado, esa marca que era . Estaba molesto, lo pudo notar.
—Este lugar no es para que estés haciendo de las tuyas —dijo otra voz, un reclamo que hizo que rodara los ojos. Y su actitud cambió, mostrando una sonrisa arrogante.
—Yo hago lo que quiero —respondió, mostrándose orgulloso hasta que una pregunta lo puso incómodo, disimulando bien—. Lo que haga y con quién, no es de su incumbencia.
Luego ser marchó, irritado.
El resto del día el menor fue blanco de miradas curiosas, y decidió no actuar solo por curiosidad de saber cuál sería su comportamiento. Ignoraba a la mayor parte, y a veces, terminaba mandando al diablo si decían algo que lo molestara. Era muy sincero, siempre lo había sido, incluso cuando mostraba parte de su desagrado ante un coqueteo demasiado obvio y terminaba por moverse de lugar.
Casi a finalizando el día decidió dar acto de presencia en cualquier lugar en el que pudieran perturbar la paz de Kayn. Era claro que si estaba cerca no iba a atreverse a mostrar actitudes infantiles y serían recatados y sumisos, sin poder faltarle al respeto. Claro, no lo hizo sin antes afirmar para el mismo que era porque estaba harto de los murmullos e indagaciones.
Aun con ello, sabía bien que la única forma de acabar con los rumores y las intenciones que tenían con Kayn era que se involucrara directamente en el asunto, pero él no estaba dispuesto a hacerlo, eso era exponerse en más de un sentido. Su pupilo estaba en boca de todos, con buenos o malos ojos. Aquellas personas que lo tomaban como un punto al cual debían llegar, un objetivo a sobrepasar, y ese número que parpadeaba con sus pestañas soñando con algo más.
Sintió algo parecido a las náuseas y resopló fastidiado.
Odiaba eso.
Esa sensación que le quemaba.
Ese sentimiento de algo molestándolo sin poder deshacerse de ello.
Esos ojos que parecían acecharlo incluso en su soledad.
Lo repetía, Kayn, Kayn, Kayn. Estaba hundido hasta el cuello, completamente ahogado en él. No encontraba solución a su problema.
Pero estaba bien si podía esconderlo, si podía usarlo un poco más, después de todo él era suyo, de alguna u otra forma, le pertenecía en todos los aspectos posibles. Su lealtad, su vida, su cuerpo, aun así, él necesitaba más, todo.
De esa manera, el tiempo incontable escapaba entre sus pensamientos.
Estaba muy entrada la noche, probablemente todos yacían dormidos en paz. No pudo dormir mucho tiempo, un sueño hizo que se despertara irritado. Toda clase de escenarios se habían mostrado en sus sueños desde que podía recordar, pero aquel lo perturbó más que cualquiera que tuviera de por medio un escenario tormentoso.
Cada uno tenía su propia debilidad aguardando a salir a la luz en cualquier momento, y el maestro no estaba dispuesto a abrir los ojos y aceptar la suya.
Se levantó, de todas formas, echar un vistazo por el lugar no sería raro proviniendo de él. Siguió un camino específico, sigiloso, rápido como siempre. Y se encontró pocos pasos frente a aquella puerta. Un pequeño susurro fue lo que distinguió al estar cerca, aquel que se convirtió en dos voces cuyas palabras no podían ser distinguidas por completo.
Entró, porque la privacidad en ese momento le importaba tanto como el equilibrio.
Vio a su alumno estrella cerrando la puerta de su armario, casi tan irritado como él. Se volteó, sorprendido y con claras intenciones de golpear a quien había irrumpido en su espacio de una manera tan estúpida, pero olvidando la idea en cuanto notó de quien se trataba.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con un tono claramente insolente que pasó por alto.
—¿Con quién hablabas?, tienes entrenamiento temprano, no deberías estar despierto —respondió.
—No lo sé, ¿quizá con el Darkin que tú mismo me enviaste a traer? Esa herramienta agrícola habla en ocasiones.
Por la acides de sus palabras supo que no se encontraba de buen humor.
—¿Hablas con el Darkin? Justo cuando pensé que podías hacer algo interesante.
Kayn calló unos segundos, su conversación se iba a tornar en una seria discusión.
—No estás todo el día conmigo, tal vez hice algo cuando no veías —respondió—. O quizá alguien estuvo aquí antes de que llegaras y salió sin que lo supieras. Ni siquiera te importa lo que hago.
Molesto, su mirada se tornó más fría. En toda la oscuridad de la habitación podía distinguir a la perfección el muchacho frente a él.
—Tienes razón, no me interesa lo que hagas, tengo cosas más importantes que hacer que vigilar a un niño —dijo—. Eso sería un desperdicio de mi valioso tiempo.
Por primera vez en su conversación, los ojos huyeron de los suyos hacía un punto fijo en la habitación.
—Si es así, entonces no tienes nada que hacer aquí, maestro —respondió antes de darse la vuelta, como si no quisiera seguir hablando, sin embargo, pudo escuchar con claridad como añadió en un tono más bajo: —De todas formas ¿quién quisiera pasar tiempo contigo?—.
Más que un pensamiento en concreto fue llevado por los mismos instintos que lo hicieron ir a esa habitación. Cerró la puerta a sus espaldas, acercándose a aquel al que siempre proclamaba quererlo lejos con sus palabras. Lo empujó contra el armario y aunque vio una pequeña expresión de dolor no escuchó quejas.
—¿Quién estuvo aquí?
Vio una sonrisa socarrona.
—¿Ahora te importa?
Lo fulminó con la mirada, podía aguantar .
—Kayn... —advirtió, demostrando que no era una broma para él. Se acercó con un brazo a un costado, cerca, sintiendo la respiración ajena. La sonrisa se desvaneció, y los labios se abrieron como si deseara decir algo, pero callándose de inmediato.
Quiso saber que era lo que iba a decir antes de arrepentirse.
—Nadie, Zed —respondió, volteando su mirada con desinterés—. Ni ahora, ni nunca.
La atención volvió sobre él. Cuatro palabras habían dicho más de lo que se había propuesto el menor, eso lo supo porque el semblante indicaba que se sentía débil en ese momento.
Acarició los cabellos, hundiendo sus dedos, viéndose tentado una vez más en el vértigo que sentía cuando estaba con él. Fundiéndose en otro beso. Sabiendo que no habría nada más que eso y siempre uno tendría que desaparecer con indiferencia absoluta. Eso era todo lo que debía ser, todo lo que podía ser.
Él viviría con ese sentimiento asfixiante, hasta el día en el cual uno tuviera que eliminar al otro, o la historia se volviera a repetir.
Ese era el precio de su pecado.
Ese era el precio de sentir.
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