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Gracias Madre Tierra por la lluvia
La Madre Tierra hoy ha sido generosa con el agua en mi ciudad. Después de meses sin lluvia, hoy por fin ha sucedido. Y en esta ciudad, la Madre Tierra no sabe de desagües tapados o vialidades congestionadas. Ella sólo sabe dar vida y el agua es vida. Y la Madre Tierra se desborda en generosidad, no es culpa de ella, somos nosotros quienes no hemos sabido urbanizar en armonía.
Escucho el golpeteo de la lluvia en el ventanal de la cocina, el arrullo de las gotas que se estrellan contra las hojas secas esparcidas en el jardín, las macetas escurriendo tenues torrenteras que hacen un recorrido de la maceta a la pared, despacio, hasta llegar a la tierra bajo el naranjo. Lluvia. Lluvia, por fin.
Nunca he entendido porqué la gente huye y se esconde de la lluvia. Yo al contrario, salgo y la abrazo, como se abraza a la vida misma.
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Una nunca sabe
Hace dos domingos llevé a lavar mi carro al auto lavado que está en la colonia. Mientras hacía fila para pagar, vi adelante de mi una pickup blanca, modelo reciente. "Sería padre salir con un regio barbón, botudo, de sombrero, con troca pal rancho, con negocio propio para que tenga tiempo para mi, y dinero para apapacharme".
Mis pensamientos fueron interrumpidos por la chica que cobra. "¿Quiere además añadir el aspirado?" me pregunta, a lo cual le respondo que no. Pagué, seguí la fila de automóviles hacia el túnel de lavado, la pickup blanca adelante de mi. Reflexionaba sobre mi nuevo puesto, el miedo al fracaso, el estrés de hacer un buen papel, se me había olvidado el asunto del botudo barbón.
Salí del túnel y me dirigí al espacio destinado al secado del exterior del auto. No me di cuenta que me había parado al lado de la pickup. Un chico se acerca a mi y, trapo en mano, le da una pasada a mi carro, muy al estilo Mr. Miyagi (Wax on Wax off).
Distraída, volteo hacia la pickup. El dueño voltea también, un señor de buen ver. Me sonríe. Le sonrío de forma muy leve, y volteo la mirada al frente. Luego siento su mirada y volteo de nuevo a verlo. Esta vez nos sonreímos al mismo tiempo. Me muestra su celular y lo señala. Le muestro el mío. A señas me dice que le dé mi número. Yo la verdad tengo como prioridad mi vida profesional, no quiero distraerme con citas, coqueteos, relaciones amorosas. Pero es domingo y estoy aburrida.
A señas le comparto mi número celular. Me marca.
Platicamos muy a gusto, tiene un acento norteño marcado, es de Allende (¡Ajúa!), pero vive en Monterrey de lunes a viernes, como muchos que tienen negocio acá.
Me despido porque habían terminado de secar mi auto y él pregunta si puede llamarme de nuevo y le digo que sí. Pero antes me pregunta mi estado civil "Divorciada hace mucho y sin pareja" le digo con una sonrisa "¿Y tú?"
"Casado" me contesta el reputísimo hijo de la chingada ranchero con botas embarradas de popó de vaca, barba con mocos y bacterias y pickup grandota como queriendo compensar alguna "carencia" de su fisonomía.
Le señalo mi celular y le muestro cómo cuelgo la llamada. Luego le enseño el dedo medio. Y arranco sin mirar atrás.
Una nunca sabe. Por eso estoy enfocada al cien en mi vida profesional y no en pendejadas.
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