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Cafe, Valium y Clases de Psicologia

El café humeante en la mesa, la taza es un refugio, un pequeño mundo de amargor y energía, mientras el Valium, esa pequeña pastilla blanca, se desliza como un susurro en la garganta, prometiendo calma en un mar de caos.

La clase de psicología se despliega, un desfile de ideas y teorías, mientras la mente se agita, entre el zumbido del café y el abrazo del Valium. Los rostros de los compañeros se convierten en sombras, sus voces, ecos distantes, y yo, atrapado en esta danza, entre la vigilia y el sueño.

Las palabras del profesor flotan, como humo de cigarrillo en un bar, se enredan en mis pensamientos, y el café, con su amargor, me empuja a la alerta, mientras el Valium, con su suave abrazo, me invita a dejarme llevar.

Es un juego peligroso, una mezcla de pasión y resignación, donde la mente se expande, y el cuerpo se relaja, como un gato al sol, sin prisa, sin miedo.

Y así, en esta clase de psicología, me encuentro a mí mismo, un observador distante, un poeta en un rincón, escribiendo versos en la niebla, donde el café y el Valium se entrelazan en un abrazo, y la vida se convierte en un poema, en un grito silencioso, en una búsqueda de sentido en medio del ruido.

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Nubes de humo, susurros en la brisa, paz en el alma.

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Un Domingo de Helado y Nostalgia en Casa

Recostado en el sofá, con el aire acondicionado, zumbando en la distancia, me encuentro solo con mi helado de fresa. Afuera, el mundo sigue girando, pero aquí, en la quietud de mi hogar, el tiempo parece detenerse.

Cada cucharada es un recordatorio de que el fin de semana se ha esfumado, como el humo de un cigarro en la noche. El viernes parecía prometedor, lleno de posibilidades, de risas y de copas. Pero no para mí, ahora aquí estoy, solo con mi helado, sintiendo cómo la vida se me escapa entre los dedos, como el último trago de una botella vacía.

La fresa se derrite en mi boca, y con cada bocado, siento que el tiempo se detiene, pero no para mí. Es un cruel juego de ilusiones, donde el sabor dulce se mezcla con la amargura de lo que pudo ser.

Miro el fondo del vaso, donde el helado se ha convertido en un charco rosado. Un símbolo de lo que fue un fin de semana, una promesa de alegría que se ha convertido en un eco de soledad. Me levanto, dejando la cuchara a un lado, y camino hacia la ventana, donde la luna se ve a través de las cortinas.

Y así, con el sabor de fresa en los labios y el peso de un domingo en el corazón, me pregunto qué demonios hice con esos días que nunca volverán.

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Ansiedad

El corazón late como un caballo desbocado,

la cabeza es un caos, un bar lleno de gritos que asustan,

cada mirada es un cuchillo, cada palabra, un golpe que te despeina.

Las manos sudan, los pies se arrastran,

la mente corre en círculos, atrapada en un laberinto,

mientras el mundo sigue girando, indiferente.

La soledad se siente como una sombra,

un peso en el pecho que no se va,

y las risas ajenas son ecos lejanos.

Es un monstruo que te abraza,

te aprieta hasta que no puedes respirar,

y te deja con un vacío que grita.

Así es la ansiedad,

una bestia que se alimenta de tus miedos,

y te deja buscando un trago en la oscuridad.

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Desayuno de poeta

La experiencia de tomar café y fumar un porro

Primero, el café. La primera taza es como un disparo de energía, un elixir oscuro que fluye por las venas. El aroma es un recordatorio de la vida, de la lucha diaria, de las historias que esperan ser contadas. Cada sorbo es un acto de rebelión contra la monotonía, un pequeño acto de resistencia en un mundo que parece querer aplastarte. El calor del líquido en la boca es reconfortante, pero también despierta una inquietud, un deseo de más, de algo que complemente esta experiencia.

Luego, el porro. Al encenderlo, el humo se eleva, creando una neblina que transforma la realidad. La mezcla del café y el cannabis es explosiva; el café agudiza los sentidos, mientras que el porro relaja el cuerpo y expande la mente. Las ideas fluyen como un torrente, las palabras se entrelazan, y la percepción se distorsiona de maneras deliciosas. Todo se siente más intenso, más vibrante, como si el mundo estuviera a un paso de la locura.

En este estado, el tiempo se vuelve irrelevante. La angustia y la desdicha se desvanecen en la bruma del humo y el aroma del café.

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El futuro

En la penumbra de una noche cualquiera, con el olor a delta 9 y refresco de cola, sueño con una nueva vida. Una donde alguien me ame de verdad, no con palabras huecas, sino con la certeza de los actos. Una mujer que entienda mis silencios y mis gritos, que sepa que mis días están contados entre libros y conferencias, donde enseño a los que buscan en la oscuridad de sus mentes una luz.

Seré el catedrático que desmenuza las sombras, el experto que entiende las grietas del alma. No por gloria, no por fama, sino porque sé lo que es estar roto y no tener a nadie que te ayude a juntar las piezas. Seré el faro en la tormenta para aquellos que necesitan encontrar el norte.

Viviré cómodamente, no en el lujo superficial, sino en la tranquilidad de un hogar donde el amor no se mendiga. Donde cada día es una oportunidad de ser mejor, de amar más, de entender más. Junto a ella, construiré un refugio donde el ruido del mundo no nos alcance, y en esa paz, encontraremos la felicidad que siempre nos fue esquiva.

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Cicatrices viejas, miedos que no se apagan, la lucha es constante.

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Cara de borracha

Con los ojos nublados, entro en la sala,

y ahí está, la sombra que me llama.

Cara de borracha, risa vacía,

destruyendo en segundos lo que antes construía.

La furia me arde, en el pecho retumba,

cada palabra suya, un golpe que tumba.

¿Qué fue de la mujer que un día amé?

¿Qué queda de nosotros? No lo sé.

Me duele verte así, perdida en el abismo,

espejo roto de un amor ya sin ritmo.

La rabia me consume, quema mi piel,

eres un fantasma en este cruel carrusel.

Odio tus risas, odio tu llanto,

odio tus mentiras, odio mi quebranto.

Frustración en el aire, veneno en la voz,

somos dos extraños, sin rumbo ni Dios.

Cada copa vacía, un grito silente,

cada lágrima mía, un lamento hiriente.

Te miro y me pierdo, ya no sé quién soy,

eres la espina en el jardín que destruyó.

Rabia y odio, sentimientos cruzados,

en esta guerra, ambos estamos derrotados.

Quizá un día el tiempo, la paz nos dará,

pero hoy, tu cara estúpida, mi calma se llevará.

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Miradas que duelen, me niego a su encuentro vil, crezco en la ausencia.

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Mentiras

Ahí estás, sonriendo con esa jodida confianza,

mientras tus palabras se desmoronan,

como castillos de arena bajo el sol que quema.

Te miro a los ojos, y sé que estás mintiendo,

pero me muerdo la lengua, huelo tu olor a alcohol,

no quiero armar un escándalo por esta mierda otra vez.

Tus mentiras asquerosas flotando en el aire

Porque sé que sí abro la boca,

seré yo el que quede como un idiota,

el loco, el exagerado,

el que no sabe jugar en este circo.

Así que me trago el coraje,

sonrío de vuelta, finjo que te creo,

mientras por dentro me deshago,

como un barco hundiéndose en su propia mierda.

Tus palabras son solo humo y espejos.

Pero qué más da, al final,

la serenidad es mi única arma,

mi refugio en este caos de falsedades.