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VOLUMEN II.

"De las sirenas dicen que atraen a hombres hacia su propia perdición. Son vanidosas, pecado capital, tanto, que además de conducir a los marinos hacia la muerte, la única actividad que hacen es peinarse y mirarse al espejo. Desde la edad Media y hasta bien entrado el siglo XVIII se creyó absolutamente en la existencia de las sirenas."

Leía Ingrid en un libro sobre aventuras fantásticas mientras la noche caía, ocultándose el sol para dar paso a una enorme luna de sangre. Tan rojiza como el fuego y tan redonda que parecía un círculo perfecto. No creía en seres mitológicos, ya tenía bastante con los demonios y todo su gremio.

— Hola, mi querida vieja amiga. ¿Me recuerdas? — una voz femenina y tan familiar que la hicieron apartar la cansada y enfadada mirada de su libro. — Claro que te recuerdo, Mulán. ¿Ya has despertado de tu letargo? Te creía muerta en verdad.

Ingrid utilizaba la brutalidad verbal cuando estaba cabreada con los incompetentes de su tripulación. Se levantó de la roca en la que estaba para acercarse al fuego y tirar el libro. Observaron ambas como se consumía antes las poderosas llamas, convirtiéndolo en cenizas.

— Te esperaba. Mi barco ha sido robado y necesito tu ayuda, cuanto antes. Tenemos que hacernos primero con un barco lo suficientemente veloz para no perder mucho tiempo.

— ¿Y si te digo que los dioses me han dado uno para ayudarte? Ellos también sabían que necesitabas mi ayuda, quizá por eso he despertado.

El ángel mostró una mueca de sonrisa de modo satisfactorio ante las novedades que trajo su querida amiga Fa-Mulán. Cogió a sus mejores tripulantes: Jack Sparrow y el Señor Smith. Eran los mejores. Mientras tanto los demás buscarían más armas y alimentos para que, una vez llegasen con la Perla Negra poder zarpar a por nuevos y temerosos tesoros.

Fueron hasta la orilla del mar, donde Mulán tenía su barco: enorme de madera oscura, quizá un poco viejo, pero parecía resistente. Subieron para comprobar que les podría servir para encontrar a esas fulanas.

(...)

Habían zarpado desde el momento en el que subieron al barco. Mulán estaba en el timón, Ingrid paseando por la superficie afilando su espada mientras que los restantes estaban atentos por si veían algo. Las mujeres no se percataban del canto de las sirenas, o al menos, no de la misma forma que lo hacían los varones. Fue por eso que el barco quedó parado con Jack y Smith hechizados por una voz femenina que, de momento, no se sabía de dónde venían.

— Mulán. ¿Y si son ellas las que robaron mi barco?

— Por favor, Ingrid. ¿Para qué unas sirenas querrían un barco?

— Porque escondo algo muy poderoso... Hay un líquido que te da toda la inmortalidad... Pero si se usa mal, quien sale perjudicado no es quien la bebe, sino el dueño. Y en este caso, sería yo.

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► La Perla Negra. ◄

Londres había sido fantástica, su ambiente, su gente de la época, aunque le disgustaba que las mujeres aún rendían cuentas a sus maridos siéndoles imposible ser tan libres como los pájaros. Parecían estar en jaulas y adiestradas por sus amos y señores. Ingrid no conocía el disimulo durante el mes que había estado por esos lares.

No había vuelto a recibir ningún tipo de misión de su jefe, por lo que decidió tomarse un respiro en alta mar. Desapareció de la ciudad y pareció que nunca hubo existido, sin dejar pistas de su identidad. Se adentró en una casa abandonada situada en el barrio más pobre resultando ser la vía para viajar por el tiempo, sacó una esmeralda que introdujo perfectamente en el hueco de una puerta, mencionó el destino y su silueta traspasó dicha puerta. Nada quedó de ella en Londres, salvo un alma menos.

 — 1711, la Edad de Oro para los piratas. Dalmacia. (Croacia actual) —

Pertenecía a toda clase de tribus, y una de ellas eran los narentinos, expertos en la destreza marítima y la piratería. Ingrid había dejado ahí su querida Perla Negra, tan valiosa como su propia vida, pero en cuanto la vieron regresar, Jason el que estaba siempre al mando en su ausencia, le informó que había sido saqueada.

— Señora… Me temo que la Perla Negra ha sido… Robada… Verás…

— ¡¿Cómo?! ¡Espero que hayáis luchado por ella!

— Capitana… Unas mujeres nos engañaron… Bebimos mucho vino y… Nos quedamos dormidos.

No se podía creer lo idiotas que eran aquellos tipos que tenía como banda, riéndose en su cara de que fueron engañados por unas fulanas de poca monta, al menos, así es como se las imaginaba. Estaba claro que aquello era un incentivo para comenzar una guerra de vida o muerte y contaría con la ayuda de su fiel amiga Fa Mulán.

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◄ Fa Mulán. ►

“Esto es un sueño. Tal vez estoy en el cielo pues todo está teñido de blanco pero mi visión es borrosa, mis oídos apenas pueden indicarme si existe algún tipo de sonido a mi alrededor... Mi cuerpo parece una pluma pues parece que se mueve por algún tipo de mecanismo invisible. ¿Dónde estoy?”

Golpes de pensamientos que producirían confusiones a largo plazo. La protagonista de esta historia aún no es conocedora de la misión que va a empezar a vivir nuevamente. Desconoce su paradero y quien ha llamado su valiente espíritu de guerrera. Haku, un joven apuesto de origen japonés se presenta en su forma de dragón como un Dios que guiará a nuestra guerrera. 

— Mulán, es hora de despertar. Los espíritus de la sabiduría y de la justicia te han llamado para que lleves a cabo una importante misión. Deberás de encontrar a una joven llamada Ingrid Sylvana Goethe. 

Sin más detalles Haku desapareció pero en Mulán nació el desconcierto de la confusión, cuando de repente parecía caer en un pozo oscuro. En cada metro se escuchaban voces de ultratumba, súplicas, sollozos. Era bastante aterrador.

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► Amén. ◄

La noche del cabaret había sido confusa, amaneció desnuda con una sábana que cubría sus dotes femeninas y por suerte había sido la primera en abrir los ojos por lo que su tapadera no había sido descubierta por ninguno de los presentes. Aprovechó para vestirse con calma ya que en las últimas copas se ofreció para servir y echó una especie de líquido mágico que les haría dormir durante parte de la mañana: provocaba grandes dolores de cabeza.

Volvió a recuperar su atuendo masculino, despertó a las chicas prostitutas anunciando que se tenían que ir de manera inmediata y utilizó unos cuantos fajos para mantener toda discreción. Cerró la puerta con llave, la misma que tiró por el váter. Era hora de actuar, todo estaba bajo control.

— Señor Ballard, despierte… Es hora de su… Muerte. — sonrió con maldad pues había cogido gusto a los exorcismos.

— ¿Cómo me ha descubierto tan pronto, señorita Goethe? — diferente voz a la que escuchó anoche. No hablaba el autor, sino el demonio que acaparó su cuerpo y parecía que Ingrid ya era conocida por ese mundo espiritual.

— Verá… Ha sido difícil dar con usted, pero sus libros dejan pequeñas pistas que hay que estudiar con bastante cuidado. Las temáticas que utilizaba me han llevado hasta usted.

Sylvana ya preparó previamente la habitación habiéndola oscurecido, colocando unas cuantas velas por el habitáculo y tenerle atado a la cama era toda una ventaja ya que su bebida además de crearle jaquecas, también dejaba inmóvil todas y cada unas de sus extremidades.

— Tú Diablo que quieres destruir su alma, te obligo a dejar su cuerpo y rendirte ante la voluntad de Dios… ¡¡¡Confía en el Padre y arde en su luz, yo te libro del mal, amén!!!

Iba recitando de un libro que sostenía entre las manos junto con un rosario bañado en agua bendita. Recitaba una y otra vez escuchándose los gritos en el que se empleaba un lenguaje vulgar cargado de suciedad. Parecía que no se rendía.

— ¡¡Mira la luz de Dios y sigue su camino, Diablo. Libra a este cuerpo, deja su alma, vete por el nombre del Padre y del Espíritu Santo!!

En los últimos gritos la víctima arqueó la espalda gruñendo, resistiéndose pero pudo llevar a cabo el exorcismo con el lamentable final de que la víctima no soportó tanto dolor, en su cuerpo ya existían hematomas y su corazón dejó de latir nada más expulsar un humo verde que acabó por desaparecer.

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► Londres, 1886. ◄

Caras nuevas, con una belleza extraordinaria, digna de admirar. Los ropajes de las mujeres se basaban en vestidos largos, con volantes y en tonos pastel predominando más en los ricos ya que el resto de habitantes lucían con vestidos con tonos más oscuros y dejados.

Un ambiente bastante cargado de elegancia, poca empatía entre la clase alta y la clase baja. La clase media era inexistente. O eras rico o eras pobre, ahí no había cavidad para medias tintas.

Ingrid se había enterado que el demonio Paimon había cogido como recipiente a un alto cargo de la sociedad, llevando un prostíbulo sofisticado, donde las mujeres lo único que llevaban eran pipas para fumar, joyas y un tanga que poca carne les cubría.

Se había hecho pasar por un hombre, recogiéndose el cabello en un moño que lo escondió bajo un sombrero, un traje y estaba lista -o en este caso listo- El plan era colarse, crear un vínculo amistoso con el objetivo y para ello tendría también que jugar con las prostitutas: no le importó. Actuaba demasiado bien.

— Hola, señor… Ballard. Soy el señor Louis Goethe. — un tono tajante pero no demasiado para pasar desapercibida ya que en aquellas tierras la confianza se ganaba y para nada era sencillo.

— Goethe… ¿Cómo conoce mi apellido? ¿Nos conocemos? — dudoso estrechó la mano con el farsante varón. De momento había colado la vestimenta.

— He leído mucho sobre usted, me he informado sobre donde encontrarle para felicitarle sobre sus buenas obras de lecturas ficticias… Buena imaginación tiene.

Bingo.

Una conversación llevaba por buen rumbo para acabar con él en el interior de un apartado con tres chicas: dos para él y una para ella. Fingía aceptando la compañía femenina y estaba dispuesta a pasar la noche con ella solo para conseguir su objetivo.

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► Sed exorcismus. ◄

Meses desaparecida por el mundo, por épocas pasadas gracias a que su categoría de ángel había ascendido obteniendo mejores beneficios para su misión. Consiguió el poder de viajar a través de la línea temporal, salvo el futuro pues jamás debía nadie saber lo que podría deparar.

Todo acto presente tendría que ver para tomar distintos caminos y sin darse cuenta, un simple detalle podría estropear todo. Ingrid había tenido la misión de expulsar al demonio de diferentes cuerpos.

— Yo te libero del poder de Satán. Abandona para siempre este recipiente humano y vuelve a tu hogar, del cual jamás debiste salir.

Con un rosario colgado de la mano derecha manteniendo el brazo estirado, en la otra mano biblia adquirida por el mismo Dios para que le fuera más sencillo eliminar a los demonios.

— ¡Ven aquí puta, te voy a follar como nunca lo han hecho! — Dijo el recipiente humano con voz desgastada, rota. De su boca salía sangre fresca pero con olor putrefacto a causa del demonio.

— ¡No permitas que este tu hijo/a sea poseído por el poder de la mentira, ni que tu siervo redimido por la sangre de Cristo sea mantenido en la esclavitud del diablo!

La voz femenina había sido alzada como nunca lo había hecho durante el exorcismo, volviendo a repetir dichas palabras las veces que hiciera falta. Pero el cuerpo humano se elevó de la cama, colocándose en cruz delante de todos los presentes. Quedaron paralizados, muertos de miedo, pero la italiana utilizó una barra protectora para cualquier hechizo maligno que pudiera lanzar ese bastardo.

— ¡¡Jamás le dejaré, he de matarlo y me lo llevaré conmigo!! Tu jefe está con Elodie… Fornicando como perros…

En seguida los ojos se abrieron como platos, encendida por aquel comentario tan falso como lo era Satán y todos sus secuaces. Ingrid volvió a mencionar las siguientes palabras que por fin, consiguieron expulsar al demonio de aquel joven.

— ¡¡¡Te ordeno Satanás, sal de Caleb siervo de Dios... Te ordeno, Satanás, príncipe de este mundo, que reconozcas el poder de Jesucristo... Vete de esta criatura... Te ordeno, Satanás, sal de este criatura, vete, vete en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!!!