#claudioxlectora
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scorpli · 3 months ago
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"Oh Donna"
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Fandom: Los Prisioneros Pareja: Claudio Narea Joven! x Lectora Femenina (Daniela) Advertencia: Leve angustia
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Abrí la puerta de la casa y la cerré con fuerza, pero antes de que pudiera alejarme, la escuché abrirse de nuevo. Unos pasos apresurados resonaron detrás de mí.
—¡Daniela! —llamó Claudio, siguiéndome—. Ya po, hablemos.
Me tomó de la muñeca, deteniendo mi caminar.
—¿Qué querí hablar? ¿De cómo me dejai de lado? ¿O de lo mucho que te gusta estar rodeado de puras pendejas calientes? —pregunté con rabia, mirándolo directo a los ojos.
—Ya po… —suspiró—. Si no es tan así.
Rodé los ojos.
—Bueno, sí es así —admitió, pero antes de que pudiera protestar, añadió—: Pero, mi amor, tú sabí que no les presto atención.
Intentó tomarme de la cintura para acercarme a él, pero mis manos en su pecho lo detuvieron, manteniendo la distancia.
—No es solo eso, Claudio… —suspiré con cansancio.
Él se separó un poco al notar que no cedería.
—¿Entonces qué es?
—Eri tú. Te mostraí distinto con los chicos, y me dejai de lado… —bajé la mirada, sintiendo la garganta arder.
—¿Cómo distinto? —frunció el ceño, sin soltarme del todo.
—No sé, Claudio, parecís otra persona cuando estai con ellos. Como si te diera vergüenza estar conmigo o no sé… —tragué saliva, sintiendo las lágrimas amenazar con salir.
—No digai tonteras, ¿cómo me va a dar vergüenza? —rió con incredulidad, como si lo que decía no tuviera sentido.
—Entonces explícame por qué chucha cuando estai con ellos apenas me pescai. Pero cuando estamos solos, ahí sí te acordai que soy tu polola.
Claudio pasó una mano por su cabello y desvió la mirada, incómodo.
—No es así, Dani…
—¡Sí es así! —lo interrumpí, harta—. Y ya me cansé, Claudio. Me cansé de andar detrás tuyo como si fuera una opción y no tu pareja.
Su rostro se tensó.
—¿Me estai diciendo que querí terminar?
No respondí de inmediato. Me mordí el labio con fuerza, odiando lo mucho que dolía, pero sin estar segura de qué quería realmente.
—No sé po’… —mi voz se quebró, y mis lágrimas finalmente salieron—. Tú dime…
Dejé la discusión hasta ahí y corrí a nuestra habitación, cerrando con llave. Me deslicé por la puerta hasta quedar sentada en el suelo, escondiendo el rostro entre mis piernas, tratando de que el llanto cesara.
—Mi amor… —la voz de Claudio sonó al otro lado de la puerta mientras tocaba con suavidad—. Ábreme, arreglemos esto, porfa…
—Ándate —dije lo suficientemente fuerte para que me escuchara.
Por un momento, todo quedó en silencio. Luego, oí sus pasos alejarse y, finalmente, la puerta de la entrada cerrándose.
Creo que decidió…
Seguí llorando, ahora con más ganas, sabiendo que ya no estaba en la casa. En mi mente solo podía recordar esos momentos en los que el amor se sentía real entre nosotros. Cada mirada, cada palabra, cada acción que demostraba cuánto nos amábamos… o, ¿sería solo yo?
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—¿Y este disco? —preguntó Claudio, revisando la colección de mi papá.
Me giré al escucharlo y caminé hasta donde él estaba.
—Se lo trajo un tío de México —expliqué, tomando el vinilo entre mis manos—. Tiene una de mis canciones favoritas.
Lo saqué con cuidado y lo puse en el tocadiscos.
—¿Cuál es esa? —preguntó mientras la melodía comenzaba a llenar la habitación.
Nos sentamos en el sillón, y yo me acomodé apoyada en su hombro.
—"Donna", así se llama.
—Está en inglés —comentó, acariciando mi pelo—. ¿Tú sabi inglés?
Asentí.
—Poquito, como para chamuyarme a un gringo.
Me miró con falsa molestia.
—Ya no te enojí, negrito lindo —reí y dejé un beso en sus labios—. Trata sobre la novia del liceo del cantante. Ritchie Valens falleció como uno o dos meses después de lanzarla. La canción habla de ella, de cómo se sentía sin su presencia y se pregunta dónde podría estar.
Solté un suspiro.
—Es una canción bien bonita.
—Sí… —asintió Claudio, dejando un beso en mis labios. Nos quedamos abrazados, escuchándola hasta el final.
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Ya no quedaban más lágrimas en mis ojos, solo el vacío de estar sentada en el frío suelo, observando la luz que entraba por la ventana.
De pronto, escuché la puerta abrirse de nuevo. Esta vez, no intentó forzar la cerradura. Solo se escuchó el rasgueo de una guitarra.
Oh, Dani, oh, Dani… Oh, Dani, oh, Dani…
Era la voz de Claudio.
I had a girl, Dani was her name, Since she left me, I've never been the same, 'Cause I love my girl, Dani, where can you be? Where can you be?
Había cambiado el "Donna" por "Dani".
Now that you're gone, I'm left all alone, All by myself, To wander and roam, 'Cause I love my girl, Dani, where can you be? Where can you be?
A medida que la canción avanzaba, el ambiente dejó de sentirse triste y angustiante. Ahora solo quedaba él, demostrando su amor.
Well, darlin', now that you're gone, I don't know what I'll do, All the time and all my love for you…
Abrí la puerta lentamente. Claudio seguía cantando mientras terminaba la última parte de la canción.
I had a girl, Dani was her name, Since she left me, I've never been the same, 'Cause I love my girl, Dani, where can you be? Where can you be?
Nuestros ojos se encontraron. No dijimos nada. Claudio dejó la guitarra en la cama y se acercó. Esta vez, no lo detuve. Me abrazó por los hombros y apoyó su mentón en mi cabeza. Sin aguantar más, lo abracé con fuerza, llorando en su pecho.
—No me das vergüenza. Jamás —susurró, acariciando mi cabello—. Me encanta cómo eres. Amo tu pelo, tu voz, cómo hablas en inglés o cuando trabajai entre todos esos papeles que no entiendo —soltó una risita—. Amo tu sonrisa, amo que te guste el color borgoña, amo cuando vai a las tocatas y, con solo tu sonrisa, me animai a dar todo de mí…
Se separó un poco y tomó mi rostro entre sus manos, limpiando mis lágrimas con los pulgares.
—Pero lo que más amo de ti es cómo estai para mí. No me das vergüenza. Solo que, a veces, me pongo weón cuando hay mucha gente y pienso leseras… como que me vai a dejar por cualquier hueón mejor que yo.
Sonreí entre lágrimas.
—Harto weón erí… —solté una risa y él también.
Se inclinó un poco más y, antes de que pudiera seguir hablando, sus labios atraparon los míos en un beso dulce y necesitado.
—Bésame, querí… —susurré contra su boca.
Y esta vez, Claudio no dudó en cumplir mi petición.
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Wena mis chiquillas hermosas, les dejo otro OS. TKM, muak
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scorpli · 3 months ago
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Me da miedo que te aburrái de mí po’
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Fandom: Los Prisioneros
Pareja: Claudio Narea Joven! x Lectora Femenina (Rebeca) Liceana!
Advertencia: Celos, inseguridades, pelea, leve angustia con reconciliación.
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—Es todo por hoy —dijo la profe, cerrando el libro justo cuando sonó la campana del liceo.
Suspiré frustrada.
—¿Y a ti qué te pasa? —preguntó Sara.
La miré sin ganas, soltando un quejido. Estaba chata.
Hace algunos meses, Claudio me pidió pololeo y éramos relativamente felices. Él era lindo, divertido y me quería, pero el problema era que era demasiado celoso.
Anoche me invitó a una tocata que tenía con los chicos. Apenas llegamos, me dejó con la Sandrita y se fue a preparar el show. Mientras esperábamos, se nos acercaron unos cabros. Eran lindos, para qué mentir, pero a mí me gustaba mi moreno. Nos acompañaron durante todo el show, pero sin segundas intenciones. De entrada, con la Sandra les dijimos que estábamos pololeando.
Durante toda la tocata, sentí la mirada pesada de Claudio sobre mí. La razón era obvia: estaba celoso.
Cuando terminó el show, con la Sandra fuimos a donde estaban ellos. Miguel aceptó gustoso el beso de la Sandrita, pero cuando fui donde Claudio, simplemente me ignoró.
—Qué weón este Claudio —soltó Sara cuando terminé de contarle lo que pasó anoche.
—Me fue a dejar, ni un beso me dio. Solo me dijo "chao" y se fue —bufé.
—Tú igual, po’, lesa —me pegó un paipe en la cabeza—. Una relación se trata de comunicación. ¿Le explicaste?
Negué con la cabeza.
—No me dejó, oh. Lo intenté, pero me ignoró.
Ya habíamos llegado a la entrada del liceo.
—Ucha, Rebe —me dijo y me tomó del brazo—. ¿Querí ir a mi casa?
—No, me iré a la casa y trataré de llamarlo.
—¿A quién van a llamar? —preguntó una tercera voz.
Levanté la vista y vi a un cabro un poco más alto que yo, con una sonrisa confiada y el pelo medio pelirrojo. Me recordó a Sara.
—¿Y tú? —preguntó ella, sorprendida—. ¿No estabai en el sur, trabajando?
Mi amiga se separó de mí y lo abrazó.
—Rebe, él es Joaquín, po', mi hermano.
—Hola —sonreí y me acerqué a saludarlo—. Rebeca Pérez.
—Joaquín Villagra —respondió con un tono medio coqueto—. Venía a buscar a la Sara pa’ que vayamos a la casa —miró a su hermana y luego a mí—. ¿Tu amiga viene?
—No creo, se va a ir a su casa a llorar por el pololo —se burló Sara.
—Qué eri hincha pelota, Sara —la empujé y ella se rió. Pero su expresión cambió de repente, como si se hubiera acordado de algo.
—¡Dejé algo en el liceo! Vuelvo al tiro —salió corriendo de vuelta, dejándome sola con su hermano.
El silencio se instaló por unos segundos.
—¿Eri amiga de la Sara hace rato? —preguntó Joaquín, rompiendo la incomodidad.
—Algo así. Hicimos un trabajo juntas en primero medio y aquí estamos.
Él se rió.
—¿Y tú? ¿En qué trabajai en el sur?
—Estoy en el sector agrícola. Hago de todo allá.
Asentí. Se volvió a hacer otro silencio incómodo. Suspiré, desviando la mirada.
—¿Así que tení pololo? —volvió a hablar.
—Sí... supongo —me encogí de hombros.
—¿Cómo que "supones"? ¿Terminaron?
—No, son solo peleas tontas.
—Qué fome.
—¿Por qué?
Joaquín se acercó un poco y, por instinto, retrocedí dos pasos. Estábamos peleados con Claudio, pero no lo iba a gorrear.
—Eri linda. Pensaba invitarte a algo antes de que me vaya.
Me quedé sorprendida con su declaración, pero antes de que pudiera responder, Joaquín fue empujado bruscamente hacia atrás.
Ya sabía quién era.
—¿Qué weá te creí? —espetó Claudio, fulminándolo con la mirada.
Joaquín apenas se estabilizó tras el empujón, lo miró con una media sonrisa burlona.
—¿Y tú quién eri? ¿El paco de la Rebeca?
—Soy su pololo, imbécil.
—Ah, el pololo celoso —soltó Joaquín con sorna—. Se nota.
Claudio le iba a responder con los puños antes que con palabras, pero lo detuve, tomándolo del brazo.
—¡Claudio, basta!
—¿Tú creí que podí venir a jotearla así como así? —le gruñó Claudio a Joaquín, sacudiéndose de mi agarre.
—No la jotée, solo le hice un cumplido. Es culpa tuya si andai con los celos a flor de piel.
Claudio no se aguantó más y le lanzó un combo directo a la cara. Joaquín cayó al suelo con la boca ensangrentada.
—¡Conchetumadre! —gruñó el pelirrojo, limpiándose con el dorso de la mano antes de lanzarse contra él.
Ambos terminaron forcejeando en el suelo. Yo no sabía qué hacer, pero de repente sentí que alguien me tomaba del brazo. Era Sara, que había vuelto del liceo y tenía la cara desencajada.
—¡¿Pero qué mierda están haciendo?!
Intentamos separarlos, pero la bronca de Claudio era más fuerte. Joaquín se defendía, pero no parecía realmente interesado en pelear, sino en seguir provocándolo.
—¡Claudio, para la weá! —grité, empujándolo con todas mis fuerzas.
Él se detuvo al escuchar mi voz, respirando agitado. Sus ojos seguían encendidos de rabia.
Joaquín se reincorporó, escupiendo al suelo.
—Tení problemas, compadre.
—Ándate a la chucha —masculló Claudio, pasando una mano por su cara antes de girarse hacia mí—. Y tú...
No terminó la frase. Me miró fijamente, como si intentara decir algo pero no supiera cómo.
—Hablamos después —dijo finalmente, dándose media vuelta y alejándose.
Lo observé irse, sintiendo un nudo en la garganta.
—Tení que hablar con él, weona —murmuró Sara.
Asentí. Era verdad. Ya no podía seguir evitando esto.
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Cuando llegué a la casa, me encerré en mi pieza sin decir nada. Estaba chata.
No sabía si tenía rabia, pena o qué, pero tenía esa sensación en la guata que no me dejaba tranquila.
Me tiré en la cama mirando el techo. No podía sacarme de la cabeza la mirada de Claudio cuando se fue. No era solo enojo… había algo más, algo que no supe leer en el momento.
Suspiré. Tenía que hablar con él.
Me levanté de golpe y fui al teléfono del pasillo. Marqué su número con los dedos temblorosos.
Uno… dos… tres tonos.
—¿Aló? —su voz sonaba seria.
—Claudio… —murmuré.
Silencio.
—¿Qué querí?
Fruncí el ceño.
—Hablar contigo, po’.
—¿Ahora querí hablar?
—¡Ay, no empecí! —bufé, pasándome la mano por la cara—. Nos vemos en la plaza en diez minutos.
Y corté antes de que pudiera decir algo más.
Cuando llegué a la plaza, Claudio ya estaba ahí. Estaba con la chaqueta de mezclilla, los brazos cruzados y la mirada fija en el suelo. Me acerqué con el corazón latiendome en la garganta.
—Hola… —dije con cautela.
Levantó la vista y al darse cuenta de que era yo se levanto rápidamente del banco.
—¿Te gusta ese hueón? 
Puse los ojos en blanco.
—Claudio… no me gusta.
—Pero te dejó toda embobada con su tonito canchero.
—¡Ay, no hueí! —me crucé de brazos—. ¿Sabí lo que me da rabia? Que en vez de preguntarme, te enojai solo y me ignorai como si yo tuviera la culpa de algo.
—Es que me da rabia, po’ —murmuró, rascándose la cabeza—. Me carga la idea de que venga cualquier hueón a joteártela como si fuerai cualquier mina.
—Claudio, no soy "cualquier mina" y lo sabí.
No dijo nada. Se quedó mirando el suelo, pateando una piedra con la punta del zapato.
—Es que… —suspiró—. Me da miedo que te aburrái de mí po’, Rebe.
Me quedé en silencio. No esperaba que dijera eso.
—¿Por qué pensai eso? — mi tono se volvió una poco mas suave al escuchar eso. Él se encogió de hombros — amor…
—No sé — me interrumpio — A veces siento que te merecís algo mejor. Después pasa una weá como esta y me pongo más hueón de lo normal. — me reí y lo abrace por la cintura, en primera instancia no me devolvió el abrazo, pero finalmente cedió.
—Erí un celoso de mierda… pero te quiero, Claudio. — mi voz sonó amortiguada por la chaqueta que llevaba
Me miró sorprendido, pero después bajó la cabeza con una sonrisa tímida.
—Yo igual te quiero, Rebe — dejo un beso y apoyó su mentón en mi cabeza. —¿Me perdonai? —preguntó en un tono más suave.
—Si me prometís que la próxima vez hablai antes de ponerte a agarrarte a combos con el primer hueón que me mire.
—Voy a tratar… pero no prometo milagros.
Negué con la cabeza, pero sonreí.
—Ya, ven pa' acá, tonto.
Se acercó y me besó. Sus labios eran cálidos, familiares, como si en ese momento todo lo malo del día se esfumara.
Nos quedamos abrazados en la banca, con la brisa de la noche envolviendonos. Tal vez íbamos a seguir peleando, pero lo que tenía con Claudio valía la pena.
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Hellou chiquillas, volví con otro one shot. Si les gusta dale corazon y si no, no me funes. TKM a todas, muak
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scorpli · 3 months ago
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Amor nostálgico
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Fandom: Los Prisioneros Pareja: Claudio Narea x Lectora Femenina (María) Advertencia: Leve angustia
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El bullicio del festival le resultaba lejano, aunque estuviera en medio de él. Claudio caminaba entre los puestos con las manos en los bolsillos, mirando sin ver del todo. El olor a anticuchos y cerveza flotaba en el aire, mezclado con risas y conversaciones animadas. Siempre le pasaba lo mismo antes de subir a un escenario: la cabeza se le llenaba de recuerdos.  
Se detuvo en un puesto de artesanía, mirando una pulsera de cuero trenzado, cuando algo en su visión periférica lo hizo alzar la cabeza.  
Y entonces la vio.  
O eso creyó.  
El corazón le dio un salto violento en el pecho.  
Era ella.  
No podía ser.  
La joven estaba de pie a unos metros, observando un puesto de comida, con la misma forma de pararse, la misma manera en que su cabello caía sobre los hombros. Y cuando giró un poco el rostro, Claudio sintió que el tiempo le jugaba una broma pesada.  
Dio un paso hacia ella, casi sin darse cuenta.  
—María… —susurró.  
La muchacha se giró al oír su nombre, con una sonrisa cortés pero confundida.  
—¿Perdón?  
Claudio sintió que la garganta se le secaba. No era ella. Pero, mierda, era idéntica.  
—Disculpa… —murmuró, intentando recomponerse—. Creí que eras alguien más.  
La joven lo miró con curiosidad y luego sonrió con amabilidad.  
—¿Quizás se refiere a mi mamá?  
Él parpadeó.  
—¿Tu mamá?  
—Sí —asintió—. ¿Cómo dijo que se llamaba?  
—María Leiva… —repitió Claudio, casi temiendo la respuesta.  
La chica sonrió, con una expresión que le pareció tiernamente familiar.  
—Sí, ese es su nombre. Espere un momento.  
Y antes de que Claudio pudiera decir algo más, la muchacha se giró y llamó con naturalidad:  
—¡Mamá!  
El mundo se le detuvo.  
Vio a una mujer girarse entre la multitud, buscándola con la mirada, y cuando sus ojos se posaron en Claudio, por un instante pareció que todo el ruido del festival se desvanecía.  
María.  
Los años habían pasado, sí. Su cabello tenía reflejos más claros, su rostro algunas líneas marcadas por el tiempo, pero su mirada… su mirada seguía siendo la misma.  
Ella también lo reconoció en el acto. Sus labios se entreabrieron como si fuera a decir algo, pero en su lugar, le dedicó una pequeña sonrisa.  
—Ve con tu papá y tu hermano, hija —le dijo a la joven con voz suave.  
La joven asintió y se alejó.  
Y entonces quedaron solos.  
—Tanto tiempo… —fue lo primero que dijo Claudio, con una mezcla de incredulidad y nostalgia.  
—Sí… demasiado —respondió ella, cruzándose de brazos con una sonrisa que no supo cómo interpretar—. ¿Qué haces aquí?  
—Voy a tocar más rato —señaló con la cabeza hacia el escenario—. Pero, mierda… no esperaba verte.  
—Ni yo a ti —respondió con simpleza.  
Hubo un silencio breve, donde Claudio la observó con atención. Era imposible no recordar. Los años en que se amaron, en que él fue un idiota y la perdió.  
—¿Así que ella es tu hija?  
—Sí. Elizabeth —respondió con un deje de orgullo—. Se parece bastante a mí, ¿no?  
—Es igual a ti —dijo sin dudar.  
Ella rió.  
—Tú tampoco has cambiado mucho.  
Claudio negó con la cabeza con una sonrisa nostálgica.  
—No sé si eso es algo bueno o malo.  
María lo miró un momento, como si lo estuviera evaluando.  
—¿Cómo has estado, Claudio?  
Él suspiró y se pasó una mano por el pelo.  
—Puta, podría decir que bien, pero han pasado tantas cosas… —soltó una risa sin humor—. Tuve un matrimonio fallido, me separé de Los Prisioneros, crié a mis hijos, volví a tocar. Lo de siempre, supongo.  
—Así es la vida —dijo ella con suavidad.  
—¿Y tú?  
María sonrió de lado.  
—Me casé unos años después de lo nuestro. Conocí a mi marido en el restaurante donde trabajaba. Dos hijos. Una vida tranquila.  
Él asintió, sintiendo el peso de todo lo que se había perdido.  
—Me alegro por ti.  
Ella lo miró fijamente, como si pudiera leerlo aún después de tanto tiempo.  
—¿Sabes? Por muchos años pensé que algún día nos cruzaríamos.  
—¿Sí?  
—Sí —asintió—. Pero cuando dejé de pensarlo, sucedió.  
Claudio bajó la mirada por un instante, tomando aire.  
—María… —volvió a mirarla—. Perdón.  
Ella lo miró sin sorpresa.  
—Ya no importa, Claudio.  
—Para mí sí.  
—Te perdoné hace tanto que ni siquiera lo recuerdo bien —sonrió con ternura—. Éramos jóvenes. Hicimos estupideces. Pero eso quedó en otro tiempo.  
Él tragó en seco, sintiendo el corazón pesado y liviano a la vez.  
—Me alegra saberlo.  
Elizabeth regresó en ese momento, con un vaso de bebida en la mano.  
—Mamá, papá está pidiendo los completos. ¿Vamos?  
—Sí, hija —respondió María con naturalidad y luego se giró hacia Claudio—. Fue lindo verte.  
Claudio la miró, con esa sensación agridulce en el pecho.  
—Sí… fue lindo verte también.  
Antes de irse, Elizabeth lo miró con curiosidad.  
—¿Cómo dijo que se llamaba?  
—Claudio —respondió María antes que él pudiera hacerlo—. Un viejo amigo.  
Elizabeth le sonrió.  
—Mucho gusto.  
—El gusto es mío —dijo él, aún viéndola como un reflejo del pasado.  
Y luego las vio alejarse.  
Se quedó ahí de pie, viendo cómo el amor de su juventud se iba de nuevo, esta vez sin dolor, sin rencores. Solo con la certeza de que, aunque la vida había tomado caminos distintos, lo que sintieron una vez seguía existiendo de alguna manera, en las memorias y en los rostros de quienes vinieron después.  
Y cuando su turno llegó en el escenario, tocó con el corazón lleno de nostalgia, sabiendo que, en algún rincón de ese festival, María también lo escuchaba.
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scorpli · 3 months ago
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No sabí cuánto odio a esos dos weones
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Fandom: Los Prisioneros Pareja: Claudio Narea Joven! x Lectora Femenina (Rebeca) Advertencia: Infidelidad, angustia
El ambiente entre Claudio y yo llevaba días extraño. No eran peleas ni discusiones, era esa incomodidad silenciosa que se cuela en cada pausa, en cada beso dado por inercia. Sentí el cambio cuando comenzó la gira, cuando las llamadas se volvieron más cortas y los "te quiero" parecían más una obligación que un sentimiento genuino. Pero yo, con mi testarudez, decidí que tal vez todo estaba en mi cabeza, que solo eran cosas mías.
Por eso tomé el primer bus en la mañana, dispuesta a darle una sorpresa. Quería verlo, demostrarle que estábamos bien, que no había razón para esa distancia. Llegué a la pensión que Carlos me había mencionado y pregunté por la pieza donde se estaban quedando.
Toqué dos veces y mi hermano, Miguel, me abrió la puerta. Al darse cuenta de que era yo, sus ojos se abrieron con sorpresa.
—¿Qué hací aquí, Rebeca? —susurró entre dientes, tomándome de la muñeca para sacarme de ahí, pero yo forcejeé para entrar.
—Déjame, Miguel.
Mi corazón latía con fuerza, con una mezcla de ansiedad y miedo que no podía explicar. Abrí la primera puerta, luego la segunda. Miguel trataba de detenerme, su voz rogándome que parara, pero ya era demasiado tarde para eso.
Empujé la última puerta con fuerza y pasé antes de que pudiera frenarme.
Y ahí estaba él.
Claudio dormía, con el brazo sobre el cuerpo desnudo de otra mujer. Su respiración tranquila, su rostro en paz. Como si todo estuviera bien, como si yo no existiera.
Todo se detuvo. Mi corazón, mi respiración, el mundo entero.
No sé cuánto tiempo me quedé ahí, con la mirada clavada en la escena que me destrozaba en mil pedazos. Sentí que alguien me hablaba, Miguel, creo. Pero era como si estuviera bajo el agua, como si el sonido llegara amortiguado y lejano.
Entonces Claudio se movió. Abrió los ojos, confundido, y cuando me vio, su expresión pasó de la somnolencia al horror.
—Rebeca... —su voz fue un susurro ahogado, como si le costara creer lo que estaba viendo. Como si la culpa lo hubiera golpeado de golpe.
No esperé una explicación. No la quería.
—¿Y así te haces llamar mi familia, mierda? —espeté, empujando a Miguel y a los demás que habían salido de sus piezas para ver el espectáculo.
Salí rápido de allí, sin sentir nada. Mis pies caminaban solos y mi vista se nublaba por las lágrimas. Llegué al mismo paradero donde había llegado horas atrás y me senté a esperar la micro de vuelta al terminal.
Solté lágrimas silenciosas, intentando no llamar la atención, pero aun así sentía las miradas de lástima de la gente a mi alrededor.
—¡Rebeca!
Giré la cabeza hacia el llamado, esperando que no fuera ni Claudio ni Miguel. Pero en vez de alguno de ellos, vi a Carlos corriendo hacia mí.
—¿Carlos? —susurré, poniéndome de pie cuando llegó a mi lado—. Mira, si te mandó Miguel o el infiel de Claudio, ándate —le solté con rabia.
Él me miró con lástima. Odiaba eso.
—No vine por ninguno de esos weones —sacó algo de su bolsillo—. Te vengo a dejar plata para que vuelvas a Santiago.
—¿Cómo sabías que no tenía para volver? —recibí el dinero y, además, mi billetera.
Carlos solo suspiró.
—Sabía que te ibas a ir así —se encogió de hombros—. Y preferí estar preparado.
Se formó un silencio incómodo entre los dos hasta que decidí romperlo.
—¿Tú sabías?
Carlos negó con la cabeza.
—Él nos había dicho que habían terminado —sus palabras fueron suaves, pero aun así dolieron. Las lágrimas amenazaban con salir de nuevo—. Perdón, Rebe.
—No te preocupí, no fue tu culpa que mi elección de hombres sea asquerosa —traté de reír, aunque sonó forzado.
Sentí el sonido de la micro acercándose y me giré hacia Carlos.
—No sabí cuánto odio a esos dos weones —murmuré antes de subir 
Regresé a Santiago con el corazón hecho pedazos y con la certeza de que nunca iba a perdonarlos.
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Un día llegué a la casa de mis papás para dejar la mercadería. Ahora que trabajaba y ganaba mi plata, podía darme el lujo de ayudarlos un poco.
Pero al abrir la puerta, me encontré con la peor escena posible.
Miguel estaba allí. Y con él, Jorge y... Claudio.
El infiel de Claudio, a quien no veía desde aquel día.
Solté un suspiro largo y pesado.
—Ah —musité, sin emoción—. Llegaste.
No me molesté en mirarlos más de la cuenta y caminé directo a la cocina, ignorando la tensión en la sala. Sentí pasos siguiéndome, pero me hice la lesa y seguí guardando las cosas.
—Hola —escuché la voz de Claudio.
Seguí en lo mío.
—Yo… —suspiró—. Sé que la cagué. Traté de llamarte aquí, a tu casa y a tu trabajo, pero no estabas. Rebe, perdóname. No sé qué pasó, estaba curado y se me borró la existencia… Yo…
Se quedó en silencio. Lo conocía demasiado como para saber que no tenía idea de qué más decir.
—Porfa, háblame.
Cerré la alacena y me giré para mirarlo. Ya no era el Claudio que había sido mi pololo. Se veía… mal.
—Terminamos —dije con voz firme.
De mi bolsillo saqué el anillo que alguna vez significó algo y lo dejé caer en su mano.
—Rebeca… —susurró, como si todavía tuviera esperanza.
Salí sin más, ignorando su voz llamándome. Pero como un déjà vu, Miguel me detuvo.
—Hermana…
Me solté con brusquedad.
—No te entiendo —dije, mirándolo directo a los ojos—. Te juro que no sé qué pasa por tu maldita cabeza. Soy tu hermana. Te apoyé desde un principio. Los papás no querían que esto… —señalé a todos—. Pasara, pero yo, como una weona, los convencí. Porque eres mi familia, Miguel. Pensé, como una imbécil, que tú serías conmigo de la misma manera en que yo fui contigo.
Me limpié las lágrimas rápido y los miré a todos.
—Déjenme, ¿sí? Por el cariño que alguna vez me tuvieron, solo déjenme.
Y salí del hogar de mis papás.
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—Así que… terminaron —dijo Carlos, apoyándose en la mesa con su copa en la mano.
Asentí, dándole otro sorbo a mi trago.
—No quiero saber nada de él ni de Miguel, pero lamentablemente Miguel sigue siendo mi hermano, y Claudio su amigo —solté un suspiro pesado.
Estábamos en una sala de grabación, los dos solos. Carlos había insistido en que necesitaba distraerme y, la verdad, no me negué. Desde aquel día, se preocupó de que llegara bien a Santiago y comenzó a llamarme para saber de mí. Antes de todo esto, lo nuestro solo era de "hola" y "chao", pero terminó convirtiéndose en una especie de refugio. Al menos con él podía hablar sin sentir que alguien me debía algo.
—Merecí algo mejor —comentó él, apoyando su brazo en el respaldo de mi asiento—. No entiendo cómo chucha ese weón te cagó así.
Solté una risa seca.
—Yo tampoco —murmuré, dándole otro sorbo al vaso.
Hubo un silencio. No incómodo, sino de esos que se sienten pesados, con algo no dicho en el aire. Carlos me miraba, con esa expresión entre curiosidad y algo más.
—¿Qué? —pregunté, arqueando una ceja.
—Nah, nada —respondió con una media sonrisa.
Pero no desvió la mirada.
Esa mirada.
Había tensión, lo sentía. Una tensión que no estaba antes, que se había colado entre nosotros sin que me diera cuenta. Mi corazón latía más rápido, pero no como cuando estaba con Claudio, cuando aún lo amaba. Era diferente.
Carlos se acercó apenas, apoyando el vaso sobre la mesa, sus ojos en los míos.
—No me mires así —murmuré, sin poder evitar sonreír un poco.
—¿Cómo? —preguntó con fingida inocencia.
—Así.
Él sonrió, esa sonrisa ladeada que tenía cuando estaba tramando algo.
—¿Y qué querí que haga entonces? —su voz bajó un poco, ronca, lenta.
Tragué saliva, sintiéndome atrapada entre la decisión de parar o dejarme llevar.
Pero entonces la puerta se abrió de golpe.
—¡Carlos! —una voz interrumpió el momento, haciendo que nos apartáramos de inmediato. Era Jorge—. Oh, perdón —dijo con una sonrisa burlona—. No quería interrumpir...
Rodé los ojos y me levanté, ignorando la mirada divertida de Carlos.
—Me voy antes de que empiecen a wear —dije, agarrando mi chaqueta y saliendo de ahí antes de que me molestaran más.
Pero mientras caminaba, podía sentir el calor en mis mejillas.
Los días pasaron, y la tensión solo aumentaba. Claudio no hablaba, pero miraba. Su mirada me seguía a todas partes, aunque él creyera que yo no lo notaba.
Carlos y yo nos habíamos acercado más. No éramos nada, pero él estaba allí, cuando lo necesitaba. A veces su mano se posaba en mi espalda con una naturalidad que me hacía olvidar que, alguna vez, el único que me tocaba así era Claudio.
Pero no podía evitar sentir esa sombra detrás de mí.
Hasta que explotó.
Fue en una noche de fiesta, con todos reunidos. Carlos y yo estábamos en la mesa, riéndonos de algo sin importancia, cuando Claudio finalmente perdió la paciencia.
—¿Y tú qué, ah? —su voz cortó la conversación, su mirada clavada en Carlos—.¿Te tiraste de una a la Rebeca en cuanto terminamos?
El silencio en la sala fue inmediato.
—Claudio… —intentó advertir Jorge, pero él ya estaba de pie, avanzando hacia nosotros con los ojos encendidos de celos.
Carlos se rió por lo bajo y negó con la cabeza.
—No me weí, Narea —dijo, cruzándose de brazos—. Si hubieras cuidado lo que tenías, no estaríamos en esta situación.
—¡No tení idea de lo que decí! —Claudio lo empujó, pero Carlos apenas se movió.
Me paré de inmediato, con el corazón latiéndome en la garganta.
—¡Claudio, para!
Pero no paró. Su rabia iba más allá de Carlos. Era por mí. Por él. Por lo que habíamos sido y por lo que había destruido.
—¿Sabí qué es lo peor? —espetó Claudio, mirándome con los ojos llenos de algo entre dolor y furia—. Que ni siquiera te importó.
Solté una risa amarga, incapaz de aguantarme.
—¿Que no me importó? —repetí, incrédula—. ¿Tení la patudez de decirme eso después de lo que hiciste?
Claudio se quedó callado, respirando agitado.
—Te amaba, Rebeca…
La confesión quedó flotando en el aire, pero ya no significaba nada.
Yo también lo había amado. Pero no bastó.
—Yo también te amé, Claudio.
Y dolió más decirlo en pasado que no decirlo en absoluto.
La noche terminó mal. Me fui antes de que la tensión pudiera escalar más. Carlos no me siguió, y lo agradecí. Necesitaba estar sola.
Pero, en mi camino a casa, alguien me estaba esperando.
Miguel.
—Rebe… —susurró, con la voz más cansada de lo que nunca la había escuchado.
Lo miré, sintiéndome agotada.
—No quiero pelear contigo.
Él asintió, tragando saliva.
—Yo tampoco.
Hubo un silencio.
—No sé cómo arreglar esto —confesó, y por primera vez, vi a mi hermano sin esa máscara de orgullo que siempre llevaba puesta—. La cagué, lo sé. Te falle y… no sé cómo volver a ser tu hermano.
Bajé la mirada.
—No sé si se pueda, Miguel.
Porque algunas cosas, por más que se intenten remendar, nunca vuelven a ser iguales.
Él asintió, con la mirada baja.
—Pero quiero intentarlo.
Yo también. Pero aún no estaba lista.
Así que simplemente me di la vuelta y me fui.
No sabía qué iba a pasar después. Si alguna vez podría perdonar a Miguel. Si Claudio algún día dejaría de mirarme como si aún tuviera derecho a hacerlo.
Pero, por primera vez en mucho tiempo, estaba lista para seguir adelante.
Sin ellos.
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scorpli · 4 months ago
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No me weí
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Fandom: Los Prisioneros
Pareja: Claudio Narea Joven! x Lectora Liceana!
Advertencia: Déjenme en paz, solo queria saber quien cantaba cierta canción y me obsesione con una versión que ya no existe.
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Después de un largo día de liceo y de pasar la tarde con mis amigas, volví a mi casa. Pasé a comprar cosas para la once, ya que mis papás llegarían de la pega cansados y quería hacerles algo rico de comer.
Cuando llegué, me pareció raro que el portón estuviera medio abierto. Siempre lo cerramos con llave cuando no hay nadie. Pensé que tal vez el Miguel ya había llegado, pero algo no me cuadraba. Demasiado raro.
Saqué la llave de mi bolso y abrí la puerta principal.
Apenas entro, me encuentro con una escena que me revuelve el estómago: Claudio, sentado en el sillón, con una mina encima. Daniela. Me cargaba esta mina. Llevaba meses detrás de mi hermano y sus amigos, y ahora la encontraba aquí, en mi casa, en esta situación.
"¿Qué chucha está pasando aquí?" solté sin poder evitarlo.
Ella frunció el ceño y me miró con desdén. "¿Y vos quién eri? ¿La mamá del Claudio o qué?".
Solté una risa amarga. "Soy la dueña de casa, wueona. Y parece que nadie me avisó que venían a convertir mi living en motel".
Claudio suspiró, pasándose la mano por el pelo. "Rebe, el Miguel me prestó la casa. Te avisó, ¿o no?".
Levanté una ceja. "No me avisó ni una hueá. Ni siquiera hablé con el Miguel hoy".
Daniela me miró con cara de pocos amigos. "Mira, cabra chica, si tení un problema, háblalo con tu hermano".
Y ahí se me hirvió la sangre. "Mira, linda", sonreí de manera sarcástica, "si querí estar con este wueón, al menos hacelo en tu casa. Porque en la mía no".
Daniela me lanzó una mirada asesina, pero Claudio no dijo nada. Solo se rascó la cabeza, incómodo. Como si no supiera qué hacer.
"Ándate", le dije firme a Daniela. "Y llévate tu dignidad de paso".
Ella se fue echando humo por las orejas, tirando un portazo. Me quedé ahí, en silencio, mirándolo.
La puerta sonó y vi cómo Claudio suspiró, dejándose caer en el sillón.
"¿Pa’ qué suspirái tanto?" lo reté.
"Ya, déjame", me respondió en un tono enojado.
"¿En serio, Claudio? ¿Y así querí que te tomen en serio?".
"No es pa' tanto, Rebe. No pasó nada". Me miró con esos ojos tan lindos que tiene.
Ya po, Rebeca, contrólate.
"No pasó nada porque llegué yo", le espeté, cruzándome de brazos. "Pero dime, ¿qué wueá? ¿Pa’ qué traí minas aquí si sabí que igual alguien puede llegar?".
Claudio me miró con una mezcla de vergüenza y molestia. "Pensé que tenía la casa hasta las seis. Miguel me dijo que estaba todo bien".
"No me avisaron ni una wueá", repetí, con rabia.
¿Qué sentirían ustedes si la persona que llevan mucho tiempo enamorada la encuentran de esa manera? ¿En tu casa, en tu sillón?
Porque sí, me gustaba el Claudio. Me gustaba caleta.
Suspiré y tomé la bolsa con cosas para la once. Lo miré y él me miraba de vuelta, avergonzado y frustrado.
Claro, si lo dejaron caliente.
"¿Te quedai a tomar once?" pregunté.
Él se rió y me volvió a mirar.
"Yo caliento el agua, tú ve a cambiarte", me dijo.
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Estábamos poniendo la mesa mientras algo sonaba en la radio. No habíamos hablado desde la incómoda situación.
Metía el pan al horno cuando solté una pequeña risa al acordarme de lo que pasó hace rato.
O sea, hace como media hora estaba súper enojada y dolida, pero ahora me daba risa sus caras.
"¿De qué te reí?", preguntó. Me giré para verlo y elevé una ceja.
"De ti po’", volví a reír. "¿De verdad pensaste que ibai a salir ganando?". Vi cómo su cara se puso roja y frunció el ceño.
"Ya deja de webearme". Me volví a reír. Él me miró molesto, pero después empezamos a reírnos los dos.
Estuvimos un largo rato riéndonos y luego nos quedamos en silencio nuevamente.
"Hace rato que ya no hablábamos así", dijo, cesando su risa.
"Sí, supongo", respondí melancólica.
Con Claudio no hablábamos tanto como hace unos meses o años, ya ni me acuerdo.
El porqué es simple.
Le había dicho que me gustaba hace un tiempo y él me rechazó, por el simple hecho de ser la hermana menor de su amigo y compañero de banda.
Fue humillante para mí, porque le había comprado un disco nuevo de Kiss y unos dulces que eran sus favoritos. Gaste mis ahorros para nada.
Desde ese día, me alejé de él. Solíamos ser buenos amigos.
"¿Fue porque te dije que no me gustabaí?", preguntó.
Lo miré, sin saber qué decir.
Claudio suspiró y se pasó la mano por el pelo, mirando hacia otro lado. "Rebe, yo... No es que no me gustarai".
Sentí que mi corazón se detenía un segundo.
"¿Ah?", solté, entre confundida y enojada.
"No es que no me gustarai", repitió, con voz más baja. "Es que... eri la hermana del Miguel. ¿Cachái lo complicado que sería eso?".
Lo miré sin parpadear. ¿Me había rechazado solo por eso? Sentí rabia y algo parecido a esperanza al mismo tiempo.
"O sea que... ¿me rechazaste por Miguel y no porque no sentíai nada?", pregunté con voz más baja.
Claudio me miró y luego bajó la vista. "Sí".
Me mordí el labio, sintiendo cómo la adrenalina subía por mi pecho. "Eri un saco de hueá", solté.
Claudio levantó la vista, sorprendido, y luego sonrió. "Sí, un poco".
Nos quedamos en silencio un momento. Algo en el ambiente cambió.
Tomé aire y me acerqué un poco más. "Pero si ya la cagaste... capaz que te dejo arreglarla".
Su sonrisa se desvaneció. "¿Cómo?".
Me encogí de hombros. "Vo' cachái".
Claudio tragó saliva y, después de un segundo de duda, se inclinó hacia mí.
Y esta vez, no lo detuve.
Decidí hacerme cargo de la situación y lo bese con ganas. 
Sus labios sabían tan bien como pensaba, sentía un leve sabor a nicotina, pero no al punto de ser desagradable, si no, algo rico.
El beso, poco a poco empezó a ser más desesperado, ahora era yo la que estaba sobre él en el sillón, sus manos estaban debajo de mi blusa tomando mi cintura con desesperación. Moví mis caderas levementes, sintiendo algo debajo de mi *guiño guiño* el Claudio soltó el sonido más rico que había escuchado en mi vida.
"Rebe" suspiro una vez que nos separamos, le sonreí dejando un beso en sus labios para bajar a su cuello.
Si esto sería de una sola vez, lo aprovecharía hasta donde diera nomas.
"¿que está pasando aquí?" sentimos una tercera voz en la entrada de la casa. 
Era el Miguel con el Jorge, en la entrada de la casa.
Conche-tu-madre
"¿eraí tu la mina que este weon se iba a comer?" preguntó el Miguel enojado y el Jorge estaba que se cagaba de la risa.
Ahora era al revés los papeles.
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Hola amigues del Tumblr, no me juzguen, solo que mi cabeza tenia esta idea en mente y salio esto. Avisen si les gusta, porque tengo mucho contenido para subir.
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