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Venganza al manos largas - Quinnbastian

Una llamada de Quinn. Una extraña y sorprendente llamada de la rubia era lo que había desencadenado aquél pánico. Y en ese momento, una hora después, estaba en un taxi gritándole al conductor que se diera más prisa a menos de media hora de camino de New Heaven mientras hacía la décima llamada fallida al móvil de Quinn por si lo encendía y podía conseguir información por lo que había pasado o saber si estaba bien. La rabia y la impotencia inundaban su cuerpo. ¿Y si le había hecho algo? ¿Y si ese cabrón había llegado hasta el final de aquello? No podía esperar más a llegar a la ciudad y cerciorarse de que todo estaba bien o ir a darle una buena paliza con sus propias manos al profesor abusa alumnas. Las palabras y gritos de Quinn aún resonaban en su cabeza una y otra vez, unas palabras de súplica con una voz estrangulada a causa del miedo. Ese tipo la estaba tocando y tan sólo de pensarlo le daba naúseas. ¿Cómo podía existir gente así en el mundo? Ni siquiera con diez copas en el cuerpo y meses en abstinencia sería capaz Sebastian de hacer algo así.

Creía que llevaba unas quince llamadas cuando por fin el taxi llegó a la dirección que le había dado. El apartamento de Quinn estaba justo en frente suyo y no podía dejar de mirar la ventana por si veía señal de vida en ella mientras pagaba al taxi lo que le debía. Sin esperar el cambio salió corriendo encontrándose la puerta de abajo abierta por lo que subió las escaleras de dos o de tres en tres llegando en seguida a la puerta del apartamento de Quinn. Sus piernas no dejaban de moverse nervioas, y sus manos temblaban de pura rabia mientras tocaba a la puerta. Tan solo pudo respirar tranquilo al ver que la luz se encendía. Quinn, soy Sebastian. Te escuché... abre por Dios... Le gritó desesperado ya que tardaba a abrirle y cuando por fin lo hizo no dudó en dar un paso al frente y abrazarla delicadamente. ¿La estaba abrazando? Sí, lo estaba haciendo, le había tenido preocupado durante mucho tiempo y saber que estaba bien, al menos físicamente le tranquilizaba, pero quizá no emocionalmente, no pensaba que nada de eso se pudiera superar fácilmente, por lo que se separó rápidamente dejando sus brazos apoyados en sus hombros y agachándose un poco para mirarla directamente a los ojos y le habló como si fuera una niña. ¿Estás bien?