Tumgik
#Que te dé esa bonita sensación de hogar
leguerriernoir13 · 4 months
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Conocer quién te ama de verdad
Que la próxima alma que entre en tu vida tenga una vibra similar a la tuya y crea en el amor consciente y no tenga miedo amar… Que te traiga ese deseo de aventurarte y volver a creer en el amor Magico Que te dé esa bonita sensación de hogar y te haga sentir libre de ser tú misma. Que sea alguien dispuesto y maduro, para entender que no solo el amor vive una relación. Que una relación se…
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nanditosdiary · 5 months
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Que horrible tener que despertar con el corazón roto, tener que vivir, que hacer tus cosas, existir... Cuando lo único que quieres es estar calentito, recibiendo cariño, entregándolo, que solo te abrazaran y sentir que está todo bien en el mundo.
Que horrible es tener que despertar con esa sensación de que a tu corazón le falta un pedacito, que entregaste a otra persona como una muestra del amor que le tenías y que sin pensarlo se fué, y se lo llevó con ella...
Que horrible tener que construir tu corazón nuevamente, como una casa de madera que con los años sus tablas se han ido pudriendo por la humedad de ese amor sin que te dieras cuenta, y que cuando se fue esa persona notas el olor a viejo, notas todas las grietas, las manchas de moho y la pintura gastada que con tu amor la hacías brillar.
Y vas construyendo, reparando, con la esperanza de que ese lugar vuelva algún día a ser como antes, cálido, acogedor, que te proteja del viento, de la lluvia, de la tormenta, que te guarde esos momentos lindos que uno quisiera recordar para siempre y los cuide, los proteja.
De a poco se va sintiendo mas como un hogar, va tomando forma, día tras día vas teniendo mas ganas de llegar a esa casa luego de un día agotador, la vas adornando, llenandola de detalles, mejorando las cosas a las que quizás les hacía falta un cariño y poniendolas a punto para que nada falle, para que nada se rompa nuevamente...
Te vas sintiendo cómodo, te ves feliz, la casita te inspira alegría, creatividad, te da energía y te conforta cuando el mundo se pone feo, y comienzas a pensar... "Cómo sería de lindo poder mostrarle a otra persona esta casita, que pueda verla, apreciarla, que mire todas las cositas bonitas que he puesto en ella, que me visite ahí cuando quiera, o cuando lo necesite" y sin quererlo comienzas a mirar por la ventana, con esperanza de que alguien se detenga en la calle y voltee a ver tu casita.
Que los colores, las ventanas, el jardín o las puertas le llamen la atención y le dé curiosidad entrar, conocerla, apreciarla, y ojalá le guste tanto que no quiera salir de ahí. Que su calor, su brillo y su belleza le empapen, y a su vez te muestre su propia casita, con su propio encanto, y que ambos miren la casita del otro y les brillen los ojos de lo bellas que son.
Que lindo es poder juntarse, compartir y seguir construyendo esas casitas, visitarse, llenar de recuerdos y momentos lindos ambas casitas, hasta que un día puedan convertirse en una sola...
Pero a veces, o quizás muchas veces, estas personas, viene a tu casa, deja algunos recuerdos, bellos si, pero que comienzan a juntar polvo al no cuidarlos. Llegan, se ponen comodos, comen de tu comida, se llenan de su brillo, de su calor y una vez están satisfechos se van, disfrutan de tu casita, si, pero no la cuidan como tú.
Ven lo linda que está y sin darse cuenta la van ensuciando, dejandote luego para limpiar solo. Van llevandose cosas que les entregas por cariño, van tomando prestadas algunas de tus decoraciones, para luego no volver más.
Y ahí te quedas tú, despertando nuevamente con una casita incompleta, con el corazón roto, y con mucho que reparar...
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writing-to-be · 9 months
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Fuerte y vulnerable
Todos los días y a toda hora el mundo parece pedirnos que seamos fuertes. Las circunstancias, el lenguaje, incluso a veces el clima... todo parece empujarnos a volvernos más resistentes, menos sensibles. No podemos llorar y no hay tiempo para sentir nuestras emociones. A veces la vida es estar en medio de un huracán que no tiene más razón de ser que destruir y ahogarmos en ruido. Un huracán listo para lanzarte lo que se encuentre a su paso, gritándote que la única manera de sobrevivirlo es siendo dura e inflexible.
Y yo te estoy pidiendo que seas vulnerable.
Yo te estoy pidiendo que llores y admitas tus sentimientos. Que le digas a las personas que las quieres, que las odias o que no puedes estar con ellas. Quiero que le muestres a la gente que te puede hacer daño y te puede hacer feliz. Porque creo que tal vez la vida es más bonita cuando dejamos de correr, y luchando contra todo el viento decidimos sentarnos. ¿Qué puede ser más poderoso en medio de un huracán que dejar de pelear bajo sus reglas?¿Qué mejor manera de ser fuerte que ser vulnerable?
Y yo te quiero precisamente porque te he visto ser vulnerable. Porque te he visto llorar y te he escuchado cuando sientes que no puedes más. Porque sé que tienes sentimientos muy intensos y que piensas mil situaciones antes de tomar una decisión. A veces sé como vas a reaccionar y sé cómo algo te va a hacer sentir antes de que me lo digas. Te entiendo cuando te pesa la vida. Y aunque extraño abrazarte cuando estás triste, aun recuerdo la sensación.
No hay nada que podría convencerme más de tu fortaleza que haberte visto mientras le das tu corazón al mundo. Porque tus sentimientos son tuyos y de nadie más, aunque mostrarlos quizá te dé la sensación de regalarlos. Cada vez que le muestras a alguien que puede generarte alegría o felicidad, le estás diciendo que esas emociones te pertenecen. Tú eres la única que decide qué hacer con ellas. Y no hay nada más valiente en este mundo caótico que mostrar tus emociones y ser capaz de protegerlas. De resguardarlas frente a quienes las quieren usar, minimizar o extingir. De compartirlas con las personas que te aman.
Este año te he visto llenarte de coraje muchísimas veces, y no sabes lo orgullosa que estoy de eso. De tu valentía y tu crecimiento y el hogar que le has hecho a tu corazón en medio de todo esto. Admiro tu fortaleza, tu viaje a japón, tu llanto por el desamor y tu felicidad por conocer nuevas cuidades. Has sido y seguirás siendo una mujer extraordinaria. Quiero seguir admirándote mucho tiempo más.
Gracias por ser vulnerable conmigo y compartirme tus emociones. Verte en el mundo es un regalo y deseo siempre que todas las emociones bonitas te encuentren y se queden contigo. Yo estaré aquí para defenderlas también. Feliz cumpleaños, Lau.
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lasvocesdelosotros · 5 years
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junio 2019
01
Yo me fui de la casa de mis tíos un día para no volver a entrar jamás en ningún hogar. A veces he llegado a pensar que ese estado es el precio que tengo que pagar por mi carácter o por poder hacer mi «trabajo»... Nada es gratis, ni siquiera el sufrimiento, esa condición necesaria para el trabajo creativo. Ni siquiera la infelicidad es gratis. A los escritores, el trabajo —con independencia de la calidad de  las obras— nos obliga a mantener ardiendo nuestro corazón, nuestros nervios y nuestra mente. No hay lugar para el regateo ni para preguntarse si «vale la pena»; no se puede regatear con las obsesiones propias, que los demás l aman «vocación» y revisten con símbolos altisonantes; yo creo que se trata, simple y llanamente, de obsesiones...
Sandor Marai
02
¿Por qué se levantan de repente unos grupos, unas clases, sociedades enteras, por qué abandonan el idilio pacífico y ordenado de los tiempos de paz y se lanzan sin pensar en los brazos de la perdición? ¿Por qué no encuentra el hombre su lugar en la tierra? Cuando caminaba por la carretera de Aszód tras abandonar a mi familia — cualquier familia, la estrictamente mía y la de mi clase social— no me planteaba esa pregunta con tanta claridad, pero la l evaba aprisionada en mi interior, sin el pathos sospechoso de las palabras. Hace veinte años de eso. Muchas veces hablo de otra cosa, pero nunca dejo de oír esa pregunta.
Sandor Marai
03
—mucho más tarde, con los ingleses, aprendería que la disciplina que nos imponemos a nosotros mismos es lo mismo que cierta libertad—,
Sandor Marai
04
Parece que todos vivimos en dos historias mundiales paralelas, y en mi opinión, la mía resultaba más importante que la otra, que proyectaba su sombra fatal sobre mí.
Sandor Marai
05
Esa pobreza era diferente de la pobreza que yo había vivido en mi casa. En el seno de una familia, por más pobre que sea uno, siempre estará atendido, aunque no tenga dinero y le vaya mal, siempre habrá un lugar para él, como siempre habrá un trocito de pan —aunque sea duro e insípido— que l evarse a la boca. En el extranjero, sin embargo, me ahogaban las manos de unos gigantes invisibles. Vivíamos en un mundo l eno de angustias y preocupaciones en el que nos sentíamos perdidos,
Sandor Marai
06
¡Qué inutilidad intentar sacar conclusiones sobre las características de una raza o de otra basándose sólo en las de unos individuos! Dos de los médicos que conocí ese día eran franceses, así que ahora podría enredarme en una bonita disquisición sobre las características del «médico francés». El hecho es que son todos diferentes; quizá se parezcan en sus estudios, en su manera de enfocar las cosas, en la «amplitud» de su mirada práctica o en su trato directo, cuestiones que los médicos húngaros calificarían de descuido o falta de atención...
Sandor Marai
07
es para describirte para lo que se han escrito estas líneas. Algunas de aquellas palabras son tus propias palabras, y por eso te inflaman, y me inflaman
Anaïs Nin
08
completamente descartada, rechazada como también lo estaré yo, algún día por su inutilidad cuando él tiene una nueva necesidad. Todo el mundo está sujeto a la l del movimiento, a la aniquilación.
Anaïs Nin
09
Quiero ser la luz dentro del globo y la dinamita que explota sobre la máquina del impresor justo antes de poner el precio sobre la página. Cuando la Tierra gira, mis piernas se, abren a la lava emergente y mi cerebro se congela en el Ártico o viceversa, pero debo girar, y mis piernas siempre se abrirán, incluso en la región del sol de medianoche, porque no espero a la noche no puedo esperar a la noche, no quiero perder ni un solo ritmo de su curso, ni un solo laudo de su ritmo.
Anaïs Nin
10
Para un escritor, un personaje es un ser con quien no se siente ligado por el sentimiento. El verdadero amor destruye la «literatura». 
Anaïs Nin
11
¿Puede un cuerpo guardar memoria de otro cuerpo, de su comportamiento en el lecho, de su entrega y generosidad, de sus excesos o de sus carencias?
Juan Marsé
12
En la ceniza húmeda de sus ojos anidaba una risueña dulzura, y en los aledaños de la boca pálida y entreabierta, esa ansiedad de los ciegos: como si bebiera la luz con la boca y no con los ojos.
Juan Marsé
13
Por qué me pregunta eso? Con un gesto de cansancio: —No. Por nada. Y siguió hablando de otra cosa. (Muchas veces me he preguntado por qué apuntó esa incógnita. ¿De dónde provenía? ¿Qué recuerdo desperté? ¿Qué terror le sobrecogía? Porque no hay duda que aquello vino a cuenta de algo. A veces, sin explicación, surgen escollos solo visibles con la marea baja. O, tal vez, no fuera más que el extraño esguince de una inteligencia resquebrajada por la edad. Pero aun así la pregunta no pudo surgir por generación espontánea).
Max Aub
14
Lo bello y lo bueno tienen poco que ver. A veces se dan juntos por casualidad. [...] todo arte es como el teatro, arte mayor, constituido por tres partes: el autor, el actor, el público. Sin público no hay arte que valga.
 Jusep Torres Campalans
15
—Al fin y al cabo, como pintor fui un fracaso. No un fracasado. No me llamó Dios por ese camino. No pinté nada, en ningún sentido. Callé, esperé. —Cualquier vía es buena, la cuestión es ponerse de acuerdo consigo mismo. Aceptar que uno es un mediocre cuesta mucha sangre, mucha mala sangre; hasta echarla afuera. Duele. Pero ¿por qué ha de ser inferior un mediocre a uno que no lo sea? Aceptarse a sí mismo tal como se es, cuesta,
Jusep Torres Campalans
16
—Hay un concepto de generación porque uno cree siempre que los componentes de la suya ven las cosas mejor que los demás. Sería mucho decir que nos creemos más inteligentes que los otros. La gente cree llegar, haber llegado, en el momento preciso. Lo importante es darse cuenta de que no es así, de que se crece en cualquier momento; de que no se escoge ni se es escogido
Jusep Torres Campalans
17
Decir la verdad y, de pronto, mentir: asomarse y ver si hay alguien, tan listo, que se dé cuenta. ¿Mentir o no, qué más da? Con tal de que esté bien. Cuando dicen mentir se refieren a lo hablado como si pintando no pudiésemos, como si pintar no fuese, por antonomasia, mentir.
Jusep Torres Campalans
18
Mas —otra vez— ojo: mentir, no engañar, fingir, no falsificar; disfrazar (¿qué remedio?), no falsear; inventar, no plagiar; aparentar, si se quiere —solo aparentar—, no estafar: alucinar, no burlar; si hay empeño: burlarnos, a lo sumo, de nosotros mismos.
Jusep Torres Campalans
19
ahora me adentro cautelosamente en las regiones fantásticas de Artaud, y él, también, pone sobre mí sus pesadas manos, sobre mi cuerpo y, como la mandrágora al contacto con las manos humanas, grito.
Anaïs Nin
20
Podía haber sido verdad, pero lo mismo hubiera contestado cualquier otra cosa, pues tenía una manera de hablar que más bien le servía para ocultar que para decir.
Gabo
21
Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver
Rulfo
22
Abundan los sistemas increíbles, pero de arquitectura agradable o de tipo sensacional. Los metafísicos de Tlön no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro. Juzgan que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Saben que un sistema no es otra cosa que la subordinación de todos los aspectos del universo a uno cualquiera de ellos. Hasta la frase "todos los aspectos" es rechazable, porque supone la imposible adición del instante presente y de los pretéritos. Tampoco es lícito el plural "los pretéritos", porque supone otra operación imposible...
Borges
23
Hay dentro de nosotros, como en Henry, un núcleo traicionero, inhumano. Pero no nos atrevemos a exponerlo, a vivir con él. Siempre nos comprometemos con la vida humana.
Anaïs Nin
24
Trastornado, indocumentado, acharnegado y feliz, se quedaría allí iluminando el corazón solitario de una ciega, descifrando para ella y para sí mismo un mundo de luces y sombras más amable que éste.
Juan Marsé
25
no conciben que lo espacial perdure en el tiempo. La percepción de una humareda en el horizonte y después del campo incendiado y después del cigarro a medio apagar que produjo la quemazón es considerada un ejemplo de asociación de ideas.
Borges
26
Era como si se nos hubiera acabado el habla a todos o como si la lengua se nos hubiera hecho bola como la de los pericos y nos costara trabajo soltarla para que dijera algo.
Rulfo
27
La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza
Borges
28
Hay objetos compuestos de dos términos, uno de carácter visual y otro auditivo: el color del naciente y el remoto grito de un pájaro. Los hay de muchos: el sol y el agua contra el pecho del nadador, el vago rosa trémulo que se ve con los ojos cerrados, la sensación de quien se deja llevar por un río y también por el sueño.
Borges
29
SOLA DOSIS FACIT VENENUM
 Casi todo mata, a largo plazo y en ciertas cantidades.
Por ejemplo, el perejil, primo domesticado de la cicuta,
la nuez moscada, alucinógena, y la canela de Cayena,
que adelgaza la sangre. Todo,
hasta lo más dulce, tiene su envés de asesinato.
De la dosis nace el veneno. Las cosas maldicen
al filo de su sombra. Por ejemplo el agua
purificada con yodo y el oxígeno mismo,
incluso, sí, el aire
que nos permite vivir al mismo tiempo
y poco a poco
nos carcome. Es cierto. Se puede
morir de agua, de aire, sueño.
No hay manera de no errar
y lentamente
todos nos suicidamos a nuestro modo.
Pero no podría ser de otra forma,
es necesario que cada cosa se venza a sí misma,
que cada vida procure su aniquilación.
Elisa Díaz Castelo
30
Nosotros dormimos lado a lado, a veces
nuestra respiración acompasada, a veces
mi cuerpo es casi el tuyo. Coincidimos.
Hemos poseído cada centímetro del otro,
nos miramos sin curiosidad y sin esmero.
Esculcamos nuestros recuerdos
y los cedemos sin nostalgia.
Compartimos todo y quizá es demasiado:
hemos comenzado a matarnos mutuamente.
Se pudren nuestras palabras
dulzonas en el desayuno y en las noches
hablamos de cosas tristes
y nos conocemos cada rincón,
como a una vieja casa.
A largo plazo, quizá será como perdernos
poco a poco, día a día, morir en y para el otro,
pero sin drama y sin ahínco.
Pero si así no, cómo y qué,
sería absurdo bajar la dosis.
Mejor seguir paso a paso
el instructivo torpe
del amor eterno.
Elisa Díaz Castelo
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RODILLAS
Sandra me va mirando menos, conforme se lo cuento.
- Qué historia más rara, chica -me dice. Se estudia las uñas, sobre el delantal. Fuma un poco más.
Estamos en una de las mesas del fondo del restaurante. Hasta hace un rato, nos mirábamos mientras oíamos la lluvia afuera. Después, he comenzado a contárselo. Se lo cuento despacio, buscándola, y ella cada vez me mira menos. Le cuento que, desde hace meses, Antonio llega a casa convertido en otros. Puede ser la chica esa que vimos la semana pasada en el metro, llorando. O el vecino que va en la silla de ruedas.
- La primera vez, yo volvía tarde del restaurante, y me lo encontré siendo un funcionario triste. Estaba tirado en la cama, vestido. Llevaba un traje gris y una corbata de esas que venden en las rebajas. Tenía un bigote amarillento.
Sandra y yo solemos sentarnos en la mesa del fondo del restaurante. Nos miramos y nos sonreímos antes de que el silencio se llene de hambre y de conversaciones entredichas. Ella tiene una piel muy blanca, y el pelo rojísimo, y fuma muy despacio. Dentro de un rato empezarán a entrar clientes, y tendremos que levantarnos, poner cara de camareras.
- Me lo encontré en la cama. Llevaba puesto un traje gris. Estaba teniendo una pesadilla - le he contado al principio, justo antes de que haya empezado a no mirarme.
- Sigue – me dice, desde detrás del humo. Su pelo arde contra el invierno negro en la ventana.
- Pues eso, le digo, que estaba teniendo una pesadilla. Y entonces me di cuenta de que era él: esos gimoteos que le salían del sueño sólo podían ser de Antonio. De mi Antonio, convertido en otro. Me puse el camisón y me metí en la cama, para mirarlo.
Los dedos de Sandra no dejan de moverse sobre el mantel, de convertirse en otras cosas. Me recuerdan a la lluvia de hace un rato.
- Hacía frío - le digo. - Pero su cuerpo estaba muy caliente. Me quedé mirándole, mientras el sueño se le iba haciendo más lento. Daba pena. Por la mañana me pidió que le preparara el desayuno. Me contó que se había pasado la tarde anterior en bares de barra de zinc, fumando tabaco negro y bebiendo ponche. Pero si tú no fumas, le dije. Él se encogió de hombros. Me pidió una taza de café solo. Era la primera vez en la vida que Antonio se bebe un café solo. Quise preguntarle cómo se le había ocurrido, quién era ese otro, ese pobre funcionario, y dónde estaba ahora. Él no dejaba de comer, estaba agotado por el cambio. A ratos, se miraba el traje, y sus propias manos. Sus manos nuevas.
Detrás de nosotras, alguien habla por teléfono y apunta una reserva.
- Ahora estará por ahí, siendo otros – le digo a Sandra.
Tal vez una de esas mujeres encogidas, que venden calendarios. Alguien que dé lástima. Lo más probable es que haya vuelto a probarse al viudo que le tuvo fuera de casa la semana pasada entera, metido en ese hogar de la tercera edad. Tuve que ir a visitarlo varias veces, jugar con él a las damas. Las señoras se acercaban a saludarme y le decían “qué hija más encantadora tienes”. Él las miraba con esos ojos que daban una pena tremenda.
- El armario cada vez está más lleno de personas vacías y arrugadas, que él se pone y se quita – digo.  
También quiero contarle a Sandra lo peor de todo esto. Contarle que, muchas veces, si me lo encuentro en el barrio tumbado sobre cartones, pidiendo, le doy algunas monedas. O que aquella ocasión en la que era un niño que se había caído y tenía las rodillas raspadas, lo subí a casa y le curé, le dije en tu casa deben de estar preocupados, es tarde, tal vez deberías volver, y le di un último algodón mojado en agua oxigenada para el camino, y un par de onzas de chocolate para que dejara de llorar.
Pero no digo ninguna de estas cosas. Me quedo observando el pelo imposible de Sandra, sus ojos, que no se separan del mantel.
- Increíble – me dice – ¿Cómo piensas manejar esto, cielo?
Después, empezamos a trabajar. En una de mis mesas se sienta, sin compañía, una mujer de mediana edad.
- Te ha tocado una triste – dice Sandra desde detrás de la barra. Así llamamos a las que cenan solas, con la mirada en el plato –Qué pobre.
La mujer estudia la carta sin hambre. Cuando me acerco a tomar la comanda, noto cómo se pone nerviosa: le da vergüenza estar en un restaurante así, sin compañía. Pobrecilla, pienso. Antes de preguntarle, veo sus ojos. Un vértigo horrible sube hasta mi boca, hace que me tiemble la voz.
 A la mañana siguiente, se despierta niña. Es una niña mayor, de unos doce años. Es larguirucha y torpe. Se ha despertado antes que yo, seguramente por culpa de esa angustia rara que se tiene cuando una ya casi es adolescente. Le he visto por primera vez desde la cama, reflejado en el espejo del baño. Tiene el pelo lacio, y una boca arrugada por la frustración.
- Tengo muchos granos – me ha dicho, con esa voz que se les pone a estas edades, y que suena a cacharros.
Le he preparado el desayuno mientras él chateaba en un teléfono de funda rosa y comprobaba, una y otra vez, que el flequillo grasiento le caía completamente sobre la frente, tapándola.
- ¿De dónde has sacado el teléfono?
Ha levantado su mirada de la taza de leche y se ha encogido de hombros.
- Antonio – le digo.
Pero él no me escucha. Hace meses que su nombre no sirve para nada. Ya está levantado, colocando el plato y la taza en cualquier rincón de la encimera, como quien pasa por ahí. Tratando de dominar ese cuerpo recién despierto, tan raro. Pobre, pienso. Toma su mochila y se marcha, sin despedirse apenas. Se le nota incómodo en su falda escocesa.
 Recojo la casa despacio. Aparto los objetos de su sitio y los devuelvo a su lugar, después de tocarlos. Limpio el hueco entre los muebles. Cuando hago la cama, observo el lado de Antonio: intento adivinar su forma. Cada día es más difícil recordar, saber si el rastro de sus hombros debería ser ancho o estrecho, dónde y cómo estarían marcadas sus piernas sobre la superficie ciega de la sábana.
Me tumbo en el sofá, desnuda, dispuesta a no moverme, a quedarme ahí mirando cómo el día cambia de color sobre mi cuerpo. Sonará el teléfono. Sandra llamará para preguntarme por qué no me he presentado en el restaurante, si estoy bien, si es por esa historia tan rara que le conté ayer.
Cuando me despierto, es por la tarde. Las ventanas han empezado a ennegrecerse con el frío. Del armario llega un olor a viejo. Dentro, los otros cuelgan arrugados, vacíos. Los he visto tantas veces que ahora, desde el sofá, sin necesidad de levantarme a ver, sé cómo son. Algunos, sus favoritos, dan la sensación de brillar más, por el uso. Está el cartero cojo. Y ese adolescente medio retrasado que sonríe a todo el mundo.
Pienso en la niña que es Antonio. Seguramente le temblará la voz cuando le manden leer en clase. Pienso en ella volviendo a casa desde el colegio. Sola. Necesitando a alguien.
Me levanto del sofá.
 El niño de las rodillas raspadas cuelga al fondo. Al principio me duele en las sienes y en la cara interna de los muslos. Durante la primera media hora, tengo una especie de náusea. Cuando el dolor se ha marchado, algo dentro de mí, algo que no tiene nombre, se queda quieto. Sé lo que es cada cosa, el cenicero y la estantería, el armazón de las palabras. Pero ya nada es para mí. Los objetos pesan en un mundo que nunca será exactamente el mío. Estoy mirando a la vida por la espalda.
En la calle, un perro tira de su correa para olerme las rodillas. Algunas señoras se paran para preguntarme si me duele, pobrecito, si quiero que me acerquen a casa o avisen a alguien. Paso rápido y tratando de no verlas, me recuerdan a mí. Poco a poco, deja de ser incómodo. La mujer del quiosco se inclina por encima del mostrador para regalarme unos caramelos, criatura, qué daño te has hecho. Sienta bien. Es caliente. Unos chicos mayores que fuman dejan de reírse y se quedan mirando, oye chavalín, qué te ha pasado, gritan. Me esfuerzo por seguir adelante, no parar, aunque quiero quedarme. Quiero ser visto así.
Pero sigo. Voy hacia el parque. El colegio está a punto de acabar.
 Desde lejos, se nota que le da vergüenza enseñar tanto las piernas, que se arrepiente de haber hecho caso a las amigas de clase con lo de subirse la falda. Mira al suelo mientras camina. Cuando me encuentra, nos quedamos en silencio. Noto el dolor en las rodillas, la sangre resecándose mientras ella me mira, me ve y le tiembla la boca.
- ¿Qué te ha pasado? – pregunta - ¿Te has caído?
- Sí – le digo – estaba corriendo.
Frunce el ceño. Como quien busca algo.
- Tus padres, ¿dónde están?
Me encojo de hombros.
Nos miramos.
Finalmente, ella se agacha y estudia mis piernas.
- Qué daño – dice. Y acerca un dedo para tocarme. La rodilla se aparta. - ¿Quieres que te lo cure? Se va a infectar.
En la farmacia, gasta el dinero de su merienda en un bote agua oxigenada. La farmacéutica nos regala el algodón, y se despide de nosotros con una mirada blanda. Volvemos al parque. El agua escuece. Ella sopla sobre las heridas y, esta vez, no hay nada de torpeza. Yo, mientras, la observo.
- Tienes muchos granos – le digo. Su cara se encoge un poco. Inclina su cabeza un poco más hacia la herida, para que el pelo le caiga más sobre la frente.
Nos quedamos en silencio un rato. Tenemos hambre.
- ¿Cuántos años tienes? – pregunta.
- Ocho – sé que tengo ocho años -¿Tú?
- ¿Cuántos crees?
Me quedo callado, por miedo a equivocarme. Es bonita. Tiene granos, pero no importa. Es buena, no como el resto de niñas mayores del colegio, que siempre se burlan cuando alguno de sus amigos nos quita el balón. Y mis rodillas duelen menos.
- Podemos ser amigos, si quieres – suelto sin pensar. Se queda mirándome. Saca una caja de tabaco de la mochila y se enciende un cigarrillo. Me ofrece probarlo.
- No, gracias. Nunca he fumado.
- Yo tampoco.
Nos quedamos muy quietos, oliendo el humo. No hay nadie en el parque. Al fondo está la carretera, y una mujer que camina con prisa, con el pelo rojísimo, precioso. Pronto tendré que ir a casa, y contar cómo me he hecho estas heridas. Querrán saber cómo me las he limpiado y desinfectado. Quiero estar aquí con ella. Nunca había hablado con una niña mayor. Me gusta verla así, fumando. Ella sonríe un poco.  
- Si quieres, nos vemos aquí mismo mañana, y te miro esas rodillas. Pero no vayas pregonándolo por ahí. No quiero quedar mal.
Le digo que sí con la cabeza. Me quedo muy callado, y sin moverme. No quiero moverme.
Ella fuma muy despacio. Despacísimo. Me mira.
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