Si tiene algún desacuerdo propongo desollar al autor. Perú | Biblioteca: https://www.lectulandia.co/quiero-leer/amissum/
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Dedicado a E.
Enloquecíamos en lo que hacíamos. Guillermo C. Infante
I —Creo que me he enamorado… Lo he dicho cuando ella me miraba, la chica nueva. Prosigo: —De esa canción. La estoy escuchando desde ayer por la noche. Le hablo a E. en realidad, pero miro a los ojos a la nueva. Lo de exclamar la frase «estoy enamorado» mientras la miraba a los ojos fue un truco anticipado. Así se lo expliqué a E. cuando caminábamos cerca del río y ella decía que le gustaría pasear en caballo por la orilla. Esto se le ocurrió porque al frente había un equino pastando, aunque a E. se le ocurren esas cosas a menudo. La razón de que camináramos tan tarde fue porque horas antes había estado lloviendo y ella dijo que sería oportuno pasear siguiendo la dirección del río. Asentí. Después le dije que la humedad olía muy bien. No solo ese tipo de humedad. La orilla del Rímac es un cúmulo de basura. Es también la acogida de drogadictos que hacen reciclaje para ganarse unas monedas. Lo que pasó más tarde fue extraño porque decidí miccionar frente al caudal. En lo oscuro no me percaté de que a veinte metros había un hombre mirándome. No pude ocultar la incomodidad de que no me mirase a la cara. Llegamos al único puente que nos cruzaba por encima y que conecta a la autopista Prialé con el otro extremo. Debajo de la estructura le saqué a E. algunas fotos. Le dije que me gustaba este clima con neblina y llovizna. En Prialé pedimos una pizza casera. Es de esos pequeños hornos de barro. El foco iba conectado a la batería de un auto. Ella dice que estoy diferente, que ayer estaba decaído y prefería canciones tristes. De repente pregunta quién me tiene embelesado. Le digo que no tengo nada y me saca una foto mientras muerdo la pizza. «Ese día debí sacarte una foto mientras comías pizza con un tenedor». Ríe. De regreso le digo que ayer quería escribir, pero que no lo terminé. Solo anoté las cosas que todavía recordaba, pero que al final ganó el sueño. No le digo que el título era «En la carretera» en referencia a Kerouac. Al pasar por el almacén me dice: «Ya no queda nadie de tu generación en esa área». Eso lo sentí triste. Como si hablara de extinción, como si fuese el único sobreviviente de un tiempo ido. Se disculpa porque me ha traído solo a estresarme. Lo que no le digo es que no me trajo, quise moverme, quise escribir sobre esta ciudad, pero que el trabajo lo impide. Justo cuando estaba leyendo de forma fluida. Ahora llevo dos semanas sin hacerlo. Ya es viernes por la tarde. Sentado en la mesa que compartimos J. me dice que tengo un aspecto terrible. Le digo que gracias, nadie me había halagado en todo el día. Ríe. Al menos mi humor permanece intacto. Disfruto de la tranquilidad que ofrece el atardecer y el hecho de saber que mañana renunciarás. Con E. avanzamos para dejar a S. en el paradero. Ahí me dice que me nota irritable. Le digo que estoy fatal, pero que podría fingir que estoy bien mientras hago un sobreesfuerzo por mostrarme animado. El bus llega y en cuestión de segundos S. está agitando su mano. De regreso E. me arrastra hasta el puesto de queques y refresco. Ahí me dice que temprano estaba tranquilo. Entonces respiraba le digo mientras hago una exhalación profunda. E. se ríe junto con la chica a la que le compramos. Después dice que vayamos por un camino de trocha paralelo al río. Me dice que es extenso y le gustaría llegar al final. Le digo que no, llevo la mochila con las cosas, pero sería genial hacerlo un día.
II
En el área de E. Hablo de forma expresiva. «No lo escuchen, chicas, es un picaflor», dice ella. Digo que me calumnia. Ellas ríen. Ese otro día comimos ramen con palillos. Después los usé para atrapar un mosquito mientras ella decía que soy el señor Miyagui. Al bajar fuimos por un emoliente. «Esto me recuerda a aquella vez por Cañete que te hice tomar emoliente». Le digo que no tengo idea. Luego me cuenta otros detalles y entonces veo desbloquearse una a una las imágenes. Claro, claro, ya recuerdo. Le comento que conseguí un libro sobre museos con imágenes enormes en papel de calidad. Después le digo que se me ocurrió sacarle una foto sosteniendo el libro por la página en la que una pintura muestra a una mujer que sostiene la cabeza de un hombre. Es Salomé, de Cranach. También le digo que hay otra pintura de un hombre devoto en que la expresión está bien lograda. Tras diez minutos en silencio me pregunta: —¿Estás bien, en qué piensas?
III
Al salir del trabajo nuestros caminos se cruzaron. Podía notar un malestar en ella. No me despedí al separarnos. Esa tarde me llamó para disculparse por su poco tacto. Charlamos un buen rato. Después le solté la noticia a bocajarro. «No iré mañana al trabajo. Bueno, no creo que vaya tampoco después. Estoy en un bus rumbo a Tacna. ¿Ya ves que soy impredecible? Hace mucho no me sentía así. No estoy seguro de cuándo vuelva a verte.» Ella por un momento creyó que bromeaba. Después cambió de parecer. Pude notar que su voz se quebró. Entonces recordé los planes que habíamos hecho antes de volver a vernos. Los lugares que conoceríamos, las caminatas pendientes, las charlas que se harían interminables. De repente me sentí frágil. Corté.
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Hay dos gatos por aquí que se persiguen durante el día y la noche. Es una pareja y la hembra al parecer está en celo pues el macho no deja de morderle la nuca a la menor oportunidad. Esto los obliga a mostrarse con frecuencia y no temen exhibirse delante de los humanos. Lo que sí me causa curiosidad es la insistencia del gato. No he visto félido más ansioso que él, se le nota hasta en la cara. He omitido que la gata cojea de las patas traseras por lo que no levanta bien esa parte. De ahí que se le dificulte al macho la penetración. Todo eso me llevó a hacerme una pregunta. ¿Qué hacen dos gatos en medio del desierto donde apenas hay casas? Al respecto puedo inferir que el gato le maúlla a la hembra: «Oye, Marta, que nos extinguimos, copulemos de una vez» y de ahí su afán por inseminarla. O esa era mi teoría que no dejaba opción a réplica hasta que apareció otro gato macho atraído a kilómetros por las feromonas. Aquí es donde el deseo por fecundar a la minina se torna en lucha. Tengo entendido que las gatas pueden ser fecundadas por dos o tres machos. Si esto lo supieran ellos creo que llegarían a un acuerdo: «Oye, Juan, tú llegaste primero así que ve por ella», en vez de ir a los golpes y que muchas veces son letales. Lo mismo sería si en los humanos la mujer pudiera ser fecundada por dos hombres. Podría seleccionar la belleza de uno y la agudeza del otro, aunque corre el riesgo de que la selección se invierta. Nos odiaríamos menos o eso me parece. En fin, que nos falta evolucionar todavía.
5 de julio
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Tú eres la catedral de Reims; yo, el más tempestuoso de los terremotos en tu vida, un desastre natural en toda regla que desconoce de cultos y ofrendas, la ruina subrepticia. Quien te orilla, inclina y arrastra. Tú, inamovible, pertinaz, deslumbrante, yo, de espíritu costestatario y emociones incendiarias, elevo mares, corrompo el viento, reduzco pináculos a escombros, arraso. Tú, fija, desencandenas torrentes de pasión, yo, altivo, abyecto, busco encadenarte, someter tus encantos, socavar tu firmeza, atraerte fatalmente a las profundidades de eros y sellarte. Tomarte, ahogarte, sucederte infinidad de veces, abarcarlo todo. Tú eres la bella y majestuosa catedral de Reims, yo, el ángel desterrado de tu templo.
19 de julio
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»El lirismo y la pasión, los conocimos mejor que nadie, Mucho mejor que nadie
Michel Houellebecq
Cuando en un estado melancólico pregunté, ángel mío, si te considerabas todavía parte de mi vida, —extraña pregunta que quizá presagiaba la fatalidad del ahora—, respondiste calmada y en lo que pudo ser una declaración de despedida para ambos, «puede que siempre lo sea». Y ese toque tuyo y solo tuyo, con el que la esperanza me alivió en el momento. Al perderte, me dejó el sabor más amargo. Está escrito a fuego. Asumo las cosas como vienen y es un triunfo saber que desperté en ti ilusiones tan intensas. Solo a veces desearía no haberte conocido y es que... ¿qué sentido tiene haber estado tan cerca del amor más puro? Pasaste de ser el cielo a una grieta que carcome mi existencia. La memoria trae consigo espejismos y son trampas. En ellas pareciera que aún te deseo y no debería. En otro mundo lo nuestro podrá reconstruirse; en este, no y es triste y está bien, creo. Había tantas personas a las que debías conocer. No te culpo el haberte embobado tan pronto. Yo seguí escribiendo sobre ti, sobre el echarte de menos que era soportable, menos cuando te soñaba y una necesidad por contártelo me condenaba. Uno repasa las posibilidades de cambiar el rumbo que tienen los acontecimientos en su vida y se siente estúpido y ese soy yo. Fui sutil al nombrarte, no quise despertar lo que suponías extinto. Fue mejor creerlo así porque llegará el día que olvidemos cualquier rastro de afecto por el otro. Solo quedará el lirismo y la pasión que un día fue adrenalina en los sentidos y ahora solo polvo y ceniza que obstruyen mis ganas de volver a comenzar.
12 de agosto
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DE LAS NOCHES QUE PASÉ EN EL INFIERNO AGUANTANDO SIN LLAMARTE
Escribir de la misma mujer con un dolor que se renueva. Aunque no vuelva a saber de ti, en los días que mataría por tu abrazo, pongo a prueba cuánto somos capaces de añorar. La razón de que te doliera todavía no se debe a que conservaras un rastro de aquel amor tan fuerte que nos tuvimos, no, el rencor es más profundo y yo, alejado de ello, tenía la postura del desafecto para confundirte. No di a torcer mi orgullo, no te escribí incluso en mi estado más frágil. Nunca tuviste la certeza de que te amara como tanto te lo hice notar. No tuviste la satisfacción de verme regresar humillado y rechazarme para cerrar un capítulo en tu vida. Es la herida no resuelta, la que intentamos sepultar, la incertidumbre que ahora te tortura. Y aun con todo, en un sueño traidor, volverás a oír la risa de quien una vez amaste, pues mi premio es saber que vives insatisfecha.
12 de enero
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Tres callejuelas que van paralelas. Un acantilado en la oscuridad y mosquitos por doquier. Caminos empinados, pendientes bruscas. Una pequeña catedral, hora del acto litúrgico, un chiflado que canta una alabanza en la plaza. Un hombre ebrio que me habla durante media hora del que solo entiendo su forzada bondad. Ni un puesto de comida que no sea un local. En un minuto me desafilié del seguro oncológico en la tarjeta. Tu amigo que quiere beber como sea al punto de que quiere conquistar a un gay. Las protestas que bloquean el puente en el cruce con la Panamericana. Las paletas de leche con chocolate son las mejores. Qué pueblo tan asfixiante, me recuerda al de mi infancia. La chica que me pide la tarjeta para retirar el dinero tiene el rostro lleno de lunares. Podría preguntarle su nombre uno de estos días. Volvería a Locumba.
13 de enero
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Ella dijo:
«Vamos a lavar estos pecados
De lo contrario no volveremos más».
Y todavía tengo esos sueños
donde volvemos a discutir,
Pero no me aparto de su lado.
Hace mucho juré no arrepentirme,
fuera cual fuera mi elección
Entonces despierto de sobresalto
una noche en el desierto.
Asombrado de ver tantas estrellas. Seguro de que una lleva en su dirección.
«Donde estés, mi chica, espero sigas sonriendo».
La separación nos cortó profundamente en nuestras almas. No quise despedirme.
Ojalá hubieras dicho: «No te rindas». No iba a decepcionarte. ¿O sí? Pero sin remordimientos, ahí donde estés.
15 de enero
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No preguntes dónde estoy cuando la respuesta no es «dentro de ti». Elijo habitar ansioso tus profundidades. Encontrarte en la espera con ese rostro sugerente. Una oleada de calor en tus mejillas. Enrojeces como el atardecer más pálido. Verte así es sentir un remolino que empozara en mi bajo vientre, una fuerza superior que templa los músculos. Que tomen Lima, Petrogrado o la Bastilla, yo soy feliz en tu cima, en la intersección oscura, en tus zonas húmedas. Apretarás las piernas para contener el efecto y yo buscaré palpar tus rincones, antes de beber de ti, antes de empaparlo todo. Antes de que descubras a qué hace referencia un texto. Leerme sale mal en días calurosos.
21 de enero
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DIAGNÓSTICO
Escalofríos. Se encienden las mejillas. Lucha interna para desalojar invasores. Perder la batalla. Sensación de calor. Despertar con una erección que apunta al horizonte. Inaugurar el amanecer. Secuelas del encierro. Se agudiza el apetito sexual, se hace voraz. Sufrir la abstinencia al punto de enloquecer. El instinto animal impulsa a destruir un agujero, el suyo. Clarividencia. Adaptarse al clima es hinchar los pulmones en altura cuando corres y gritas al nivel de las nubes. Qué preciosa vista del lago desde aquí. Padecer frío constante en la planta de los pies. Ser sancionado físicamente. Tolerar el castigo aun cuando por un instante quieres devolver el golpe al oficial. No hacerlo por no causar problemas a quienes en verdad respetas. Relajarse. Aprovechar que en una semana por fin hay sol. Ardor en la garganta al tragar saliva. «Me falta el mar y quiero ahogarme en tu flujo». No notar la deshidratación por la humedad. Humedad, qué bella palabra si la relaciono con ella. Empeorar por la tarde. Inyección. Hiosina. ¿Por qué no heroína? Mi heroína me daría el orgasmo definitivo, me haría claudicar. Efectos secundarios. Visión borrosa. Pánico. Lo más triste sería no ver desnuda a tu chica. Dibujarla a través del tacto, palpar sus proporciones. En el plano mental hacerle el amor a una figura tridimensional. Delirar. Irse a descansar.
01 de enero
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PATRULLA
Madrugada. Por el pasillo se oyen pasos. Parece que es la hora. Despierto a Mozombite.
—La gente está saliendo.
—¿Ya?
—Sí, sí.
—Nadie despierta carajo.
Luchamos contra el sopor de dormir apenas unas horas. Nos damos prisa. Afuera llueve a cántaros. Cerca de la puerta se reúne el resto. Miramos las caras somnolientas de los otros. Al parecer soy el único que lleva protección en la cabeza.
—¿Tú duermes equipado? —dice uno mientras el resto ríe.
El ánimo mejora, la lluvia parece detenerse.
—¿Llevan poncho?
—Está al fondo de la mochila.
—Sácala.
—Yo tendré que prestarme.
Camino entre los cuartos para ubicar a S. Está despierto. Le pido prestado lo que me protegerá de la lluvia. Mandan a formar. Salimos. Se verifica si estamos completos. Tres columnas. La primera lleva a Doki, la mascota del grupo. Subimos a los vehículos correspondientes. El mío es el de abasto. El cielo parece ofrecernos una tregua, deja de gotear. Tratamos de sentarnos pese al material que abarca casi la totalidad del espacio. Una vez listos arrancamos. De rato en rato suelen llamarnos para ver si estamos despiertos. Pesan los párpados. Saco la botella que contiene una mezcla de chicha morada y café. Solo dejo la mitad. Es cuestión de tiempo de que haga efecto la cafeína. Avanzamos hasta el punto donde habíamos llegado en la mañana tras una vuelta de reconocimiento. Cada cien metros de pista hay una fila de escombros. Cada uno siente la incertidumbre de lo que nos espera. No queremos confrontación, por eso elegimos esta hora. Ya hace dos semanas que buscamos la aclimatación, pero el frío es superior. Fantasear con los agujeros de cierta chica me abriga provisionalmente. Llegamos hasta una división que apunta a la frontera y el otro hacia el siguiente pueblo. Por ahí es. No pasa mucho para que nos detengamos. El bloqueo es mayor. El primer vehículo despeja un lado de la vía. El resto le sigue. Más adelante dos bordes paralelos son los picos más pronunciados. Durante el día bien podrian hacer sombra a ese tramo de la carretera. En el centro hay rocas enormes. Avanzamos lo mejor que se puede. Solo bajan unos cuantos.
—Mala idea meterse así. Nosotros llevamos peso.
—Cállate, Lucano. No dejas de hablar.
Caigo en la cuenta de que no hace mucho que hizo efecto el café. Y lo mío es incordiar, ahora elevado a su máxima potencia. Del otro lado aparece un vehículo, nuestra gente. Reconozco la cara de los que hace una semana se distanciaron. Una pequeña alegría por el encuentro. Sin novedad, salvo el desabasto que padecen de su lado. Colocamos los vehículos de manera que sea fácil el traslado de productos. Soy el único que se queda arriba. Abajo hacen fila para alcanzarles los sacos. El de harina se rompe con facilidad, el envoltorio es de papel. No tardamos más de cinco minutos en terminar. Media vuelta dicen. En fila nos regresamos al templo. Durante el trayecto empieza la lluvia. El cielo parece abrirse y caer con fuerza el agua. Es lo único que oímos desde el techo vehicular. El sonido opaca nuestras voces. El asfalto nos devuelve el reflejo de las luces. El conductor acelera. Esto puede ser perjudicial con las llantas mojadas, pero queremos llegar pronto. Solo por aquí hay carteles de tránsito donde figura una vaca. De regreso pienso irónicamente que el bloqueo de vías favorece el transporte marítimo, aunque marítimo no sea lo correcto para referirme al lago, pero no se me viene nada a la cabeza para especificar el tránsito por esa masa de agua. Ya cerca de la cueva llega el sosiego, algunos cabecean. Misión cumplida. Se acabó por hoy.
10 de febrero
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El día parece un domingo cualquiera. Uno se percata de la mancha en la cortina, de la suciedad en las ventanas y se pregunta si hay un escenario más solitario que una habitación de hospedaje barato con dos camas y en el que tendido en una, oyes gemir a la chica del cuarto continuo. Podrías reflexionar sobre lo fugaz que son ciertas alegrías. No es tristeza la de ahora, tampoco hay rastro de desesperación. Cuando la pareja de al lado culmina su hermoso acto de destrucción concluyes que son novatos. Un buen rato escuchándolos bastó para notar torpezas. Empezando por la música, pero no sé si eso sea tan importante para el resto, sí para mí. Puede que él eligiera el sonido para armonizar el ambiente y a la vez pretender que ella no se cohibiera con esas tiernas exhalaciones de amor. No pasa mucho para que abandonen la habitación. Es tan rápido todo… No cabe espacio para mimos y esas ridiculeces. Por el pasillo los oigo desaparecer. Es tan triste todo… Ya el atardecer pende de unos minutos para mostrar la noche. Se atenúa la luz en la habitación y no hay intenciones de encender los focos. Solo dejas que la vida te aplaste con su justa retribución. Te apoyas en la almohada y oyes tu aliento. Estás respirando por la boca. Piensas tomar otra siesta. Al minuto tu cabeza es una grabadora que reproduce las voces de muchas personas. Con su acento, timbre y gesto vuelven a soltar sus monólogos. Flota en tu mente un vocerío, hablan a la vez, te aturden, en infinidad de segundos tu cabeza se satura. Te fuerzas a quedar en blanco. Esta habitación es solitaria porque lo eliges. Bien podrías llamar a alguien. Quizá para calmar la ansia de ese placer físico, pero es lo de menos. El insatisfecho es tu espíritu, aquel que lo constituyen las derrotas, fracasos y ausencias. Te preguntas si de saber la fecha de tu muerte te obligarías a organizar tu agenda con más salidas. De manera que antes de llegado el fatídico día uno haya dejado las cosas en orden. Supongo que no es posible saberlo. Lamentable. Afuera se ha detenido el ruido vehicular. Ya no se oye nada, ni en la habitación, solo silencio y en ella, esta voz, pero esta voz… ¿a quién le pertenece?
*
—¿Qué pasa? ¿Hoy estoy siendo muy grosero contigo? ¿Dónde quedaron tus ganas de pelear? Tal vez deba aprovecharme del hecho de que te mueres por mí. Quién sabe, tal vez forzarte a hacer lo que no quieres. Ser un bastardo. Un poco de daño psicológico como diversión. ¿Que mis palabras hoy son muy duras? Es la arrogancia de no deberle el ser a nadie. Escúchate. Qué insignificancia la nuestra. Otro día volveré a descender y será tarde para cuando las palabras de disculpas quieran salir. Finalicemos esto ya, muero por arruinarlo todo.
*
Salir del lodo, pero manchado de ello. Avanzar con la paciencia de quien escribe una línea sin inspiración. Hace tiempo que abandoné el mismo camino que tú llevabas recorriendo. No ibas a seguirme y no iba a llevarte. Complexión rústica para protegerse del clima. No siempre lloverá y no siempre sentirás igual la lluvia. Veo el horizonte y no vislumbro esperanza alguna. Mal día para nacer, decidle a las gestantes. Mal día para escribir, que alguien me lo diga o lo susurre y se le escape una sonrisa porque no le estoy tomando en serio. Entenderá el absurdo que rige mi vida. También añoro cuando estoy solo. Tiempo atrás me alegraba sobremanera, ahora me tortura ver tu rostro. No soy yo quien dibuja tus expresiones, es tan triste. Seguro empezará a llover, si de repente se entera el mundo de que un día iba a la cabeza de ellos. Cuando se desbordaba este caudal de afecto y tus ojos leían en los míos las ganas de sentirlo todo en tu compañía, en el que tu boca reía y esa risa forzaba la mía. ¿Por qué? ¿Por qué uno acaba escribiendo de desamor? Quiero desembarcar en islas recónditas y habitar entre aves que no puedan volar. Sentirme como una de ellas. No te quedaste y yo no escribí la culminación de la poesía. Me dicen que hiciste trampa, al final usaste a otro para olvidar. A otros les toma un tiempo considerabre sepultar lo que sienten, oh, muerte, dicen que eres cálida. Regresa por mí un día de invierno.
CONCURSO MATINAL
—Ya me levanté —Esta se levantó primero.
En algún lugar de este planeta una chica cree que alguien la observa mientras se toca. Se esconde de mi vista panóptica. Que baje Dios y diga que no veremos otro amanecer, solo por reírse de nosotros. Cambio a mi dios tiránico por uno humorista más treinta piezas de plata. Para ser un Dios, su trabajo no es tan difícil, ¿por qué el nuestro sí? Para leer solo la Biblia mejor no haber nacido. ¿En el Paraíso leeremos también prosa oracular? Tedio asegurado. Qué constante esfuerzo de imaginación concebir un sitio así. Pido anticipado mi expulsión puesto que el día del juicio seguro estaré ocupado. La cosmovisión religiosa es una tragedia cómica.
*
En cuanto a la primera pregunta, desconozco el origen de esta voz, solo sé que le pertenece a quien quiera contar una historia.
25 de agosto, 2022
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Uno despierta a las cinco de la mañana con la sensación de que fuera domingo y quisiera aprovechar mejor el día. Obligado a beber medio litro de agua para aliviar la resaca de unos cuantos borgoñas de anoche. La cabeza te la quieres retirar y más cuando recuerdas que ibas cantando a todo pulmón por la Av. Central. Da lo mismo. Aprovechas que la luz matutina aún es opaca y enciendes el Kindle. Cuarenta páginas después sientes que es suficiente y te levantas de la cama. Merodeas por la casa. Qué extraña y agradable sensación. Con los tragos del martes consideras que es suficiente alcohol por esta semana. Igual no crees que acabes como Carver y escribas «Desde donde llamo». A esta hora se respira mejor. Hablo de ese momento en el que los vecinos cuchichean todavía. El panadero pasa haciendo sonar la corneta, pequeño instrumento que te lleva a la infancia. La abuela te manda a comprar pan francés. Todavía recuerdas el sabor y la textura que tenía aquel pan. Siempre fuiste el que comía más y lo sigues haciendo. Podrías prescindir de muchos alimentos, pero no de pan. Esto te llevó a conocer tantos tipos de panes como fuera posible. Sigues enamorado del pan croissant y el pan de hoja que conociste en la gran ciudad. Dos panes antagónicos. Uno, pequeño y crocante; el otro, suave, casi como una caricia al paladar. Tanta fue tu pasión por esos panes que quisiste descubrir la forma en que se fabricaban, la receta. De ahí que se te viniera la idea de ser aprendiz de panadero algún día. Dejas de hurgar en la memoria. Retornas.
Vuelve esa agradable sensación. Vas a por más agua. Te dices que podrías escribir y de inmediato se desglosan las ideas en tu cabeza. Retomar un viejo proyecto o plasmar la reciente fantasía que te pareció divertida y quién sabe, ahora que están próximas las elecciones regionales sería bueno hacer observaciones irónicas. Como ese tribalismo que se fragua alrededor de un partido. «Veo a los candidatos como unos farsantes, es mi escepticismo político». O podrías seguir leyendo para culminar de una vez ese libro que te estás obligando a leer y que ya está llevando más de un mes. Te parece que el autor defiende insensateces, pero sigues con su lectura porque te gusta su manera de argumentar. En resumen, has leído poquísimo este mes, pero esa decepción de uno mismo no es suficiente para volver al Kindle y escribir sería expeler basura. «Si soy un literato de estilo etílico, lo escrito sería un vómito. Qué burdo. ¿Seguro que no sigues mareado?» Sales de tu contemplación. Tras escribir unas líneas, te percatas de que el texto refleja una excesiva confianza, también desgana y abandono. ¿En qué te estás convirtiendo? No lo sabes, tampoco es que tengas mucho interés por saberlo.
A veces ya no sabes dónde colocar el punto y aparte y el final que tenías pensado en un principio lleva rato que lo olvidaste. «Este día de la independencia me recuerda lo poco patriota que soy. Para empezar, añadiría un color a la bandera o los renovaría. No hay mucho que decir al respecto». Pensar en tantas tonterías te dio hambre. Hoy harás un esfuerzo titánico por prepararte el desayuno y por alguna extraña razón descubres que la sensación, esta sensación de sosiego, es hogar.
28 de julio, 2022
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—Hoy estás helado. —Me congelaba ahí afuera, —digo mientras deslizo las manos por su espalda. No pasa mucho para que la sangre hierva y el sistema circulatorio irrigue al pino más elevado. La huella indeleble, permanente del contacto entre ruidos y hedores.
Qué desorden aquí, en esta cabeza, debo huir a los confines y jugar nuevamente al gato y al ratón con Dios. Oh, Dios, ¿por qué me he abandonado? —Qué bien se siente tu interior. Soy el cazador furtivo que en su desesperación machaca la hendidura, ahí donde un profiláctico actúa de abrigo y navega enérgico. En el desvarío sigo confundiendo verbos. Entiendo muchas cosas por acción.
La uve de-, aquella foto en el que la luz reflectaba sobre un césped bien podado, una obra de arte. Qué talento el suyo de sacarse fotos de exposición. La extraño y confesarlo no hará que regrese porque tampoco quiero y aunque suene contradictorio, no es a lo que venía. Busco confundirte como lo estaba en el momento en que no apareciste más. Qué dicha no esperar a nadie.
Qué buena vista se tiene desde arriba. Comprendo a los dioses por qué nunca bajan. El movimiento no tiene que ser rápido, solo efectivo para que el mareo esté presente y yo, yo, yo, me vaya. Oh, vaya, otra declaración de mis intenciones más oscuras. Enciende la luz, enciéndeme, también la hoguera, que no muera, me mantengo refractario.
Me desvanezco, pero no caigo, aun así termina la función. Qué frío hacía antes, lo sé ahora, incapaz de apagarme.
22 de mayo, 2022
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INCLINACIÓN
»Me siento a escribir y pienso: "¿Qué debería escribir un chico de 24 años?". Entonces dejo de escribir y me embarco en elucubraciones irrisorias e inútiles. ¿Por qué debería escribir un chico de 24 años? ¿Qué podría contarnos? No hay nada en su vida que sea aprehensible a su edad y si la hay o la concibe, se vería incapaz de transcribirlo. Solo encontramos una serie de equivocaciones de estar y de lamentarse. ¿Por qué querríamos entonces leer lo que dice alguien de 24 años? Usualmente los poetas muestran aires de prodigio antes y entre los veintitantos, pero es un caso distinto con los novelistas. No logran concebir una obra maestra si no es pasada la treintena. Claro que hay excepciones, pero no son la regla y como tal, es un desperdicio lo que hago ahora. Bien, lo que expongo es el parafraseo de algún artículo que seguro leí hace unas semanas y del que ya no recuerdo ni el título, pero volvamos a la cuestión. ¿Que cosa tan importante nos tiene que decir un chico de 24 a su edad?…
Así escribía y pensaba Daniel su historia mientras acomodaba el otro brazo sobre el teclado de la laptop. La historia según él iba de un chico acorralado al que le faltaban unos meses para cumplir un cuarto de siglo. El suplicio venía de preguntarse si lograría escribir una obra que mínimo le valiera un reconocimiento en su polvoriento pueblo. El texto parecía ir de lo más sencillo. La concentración estaba en su punto más álgido. Había esbozado las inquietudes del muchacho. Fue entonces que tocaron la puerta y furioso tuvo que levantarse a abrirla. —¿Sí? —Perdone, ¿Daniel Muñoz? —Así es. ¿Qué pasa conmigo? —Hicieron un pedido en esta dirección. —¿Se puede saber quién fue? —No se me indica, señor, yo solo dejo pedidos. —¿Es eso posible? ¿Y si es un artefacto peligroso? ¿Y mi seguridad como cliente? —Señor, le repito, yo solo dejo los pedidos. Puede hacer un reclamo a la empresa. —Pero tú me traes un pedido hacia mi dirección sin saber el origen de dicho pedido. ¿Es mucho pedir el nombre de la persona? —Mire, a mí solo me dan las cosas y las direcciones… —¡Aun así…! —Sabe qué… Ahí se lo dejo.
»Qué tipo tan fastidioso. Con esas pintas más parece un vagabundo. Mira que hacerme perder el tiempo de esa manera. No me sorprendería si el pedido realmente fuera un objeto peligroso o alguna broma pesada. Con ese carácter es seguro que no cae bien ni a su propia madre. Ah. Ahora tengo que llevarle el pedido a la señora Mirna. ¡Dios, pero si vive lejísimos y ya voy tarde! Por culpa de ese imbécil.
»Las once. No ha llegado el repartidor. Es la primera vez que me fallan de esta manera en tantos meses de buena atención. Pero bueno, espero Daniel haya recibido ya el detalle que le compré. Sé que le va a encantar y no dudará en decírmelo apenas lo tenga en sus manos. Cómo no se me había ocurrido antes hacerle un regalo. Espero verlo nuevamente el viernes. Hmmm. Sí que tarda ese delivery.
Daniel abrió el regalo y al percatarse del objeto no tuvo la necesidad de buscar el nombre. Supo de inmediato quién había sido. El ánimo le mejoró y colocó el obsequio en un rincón de la sala para dirigirse al cuarto y continuar la historia.
»Pocas experiencias sin fortuna. Además de darle un tono rimbombante, pueril al escrito y del que años después lamentará. Uno a esta edad apenas conoce la mitad de lo que debería saber para hablar de la existencia. ¡Escribir una novela a mi edad, qué despropósito más grande! Aunque se me ocurre que podría jugar con el concepto de novela. Escribir un texto metanarrativo por ejemplo. Claro, podría ir de un hombre que escribe la historia de un muchacho de mi edad que desea escribir y se ve interrumpido por un repartidor. A esto le sigue una serie de sucesos hilarantes. No lo sé, podría ser más original, sí, pero tengo la idea, es un paso.
13 de febrero, 2022
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DESPERTAR
Duermes de lado contrario de la ventana para evitar que la luz de la mañana proyecte hacia tus ojos. Esto debido a que por las noches dejas abiertas ventanas y cortinas. Aun así el fulgor matutino roza levemente tu párpado. Incómodo, buscas a ciegas una prenda que usar de venda y colocarte sobre la vista. Nuevamente a oscuras no pasa mucho para que tu cabeza se confunda y caiga en el limbo. Al rato no estás seguro de si sueñas o es solo el estado de vigilia. En la escena puedes oír una melodía triste. ¿Es posible? Por extraño que parezca tu ánimo se desploma. Agarras el móvil y notas que encendió después de una semana. Lo observas. Hay una imagen de ustedes. Recuerdas que el solo hecho de mirarse antes de hablar ya provocaba risa. Le preguntas a quien está a tu lado «¿está muerto?». Dice que sí. Lloras inconsolablemente. Como si no hubieses superado la fase de negación.
La melancolía puede ser un estado natural transitorio, pero en tu caso la has hecho parte de ti. ¿En qué momento lo asimilaste? Sumarle a eso el dolor de una pérdida es saber de antemano que hundirse es irremediable y que el alma no encontrará sosiego nunca. Aunque te repitas la obviedad de que todo pasa y que la aniquilación de tu ser solo sea un bajón ocasional. Estás acorralado. Haces uso de la introspección para disolver el sufrimiento y en principio funciona.
Cuando despiertas sigues tapado con un polo encima de los ojos, pero despertar no es abrir los ojos, sino ser consciente de que tu cuerpo te pertenece en el instante en que puedes moverlo a voluntad porque antes estabas absorbido por el estado de vigilia o sueño. Te concentras en respirar. Una vez calmado recuerdas lo que sucedió hace un rato. Lo ignoras. Tratas de relajarte. Desconoces qué hora es y te vales del oído para descubrirlo o aproximarte. Oyes el aleteo de un ave, el crujir de las pisadas sobre pequeñas piedras de un transeúnte. A lo lejos unos perros ladran y más allá la sirena de la policía. Afuera hace mucho que «la ciudad se levantó de puntillas y comenzó a dar sus primeros pasos». El bullicio como un sonido holofónico se mezcla en tu cabeza y se hace imperceptible. Solo tienes claro que el mundo te reclama, así que te quitas la venda, te levantas y echas a andar.
4 de enero, 2022
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ATARDECER LLEGANDO A SU FIN
Desde la carretera que conecta los anexos más próximos hasta el distrito principal, solo hay dos kilómetros. Al pasar la toma, la acequia continúa en dirección oeste. A lo largo de ella solo hay maleza y laureles, donde escondidas las chicharras entonan su canto seductor. Es la época de apareamiento. Enero. De los meses más cálidos. Inicio del verano, de paseos por la playa, de acampar y de atardeceres perdurables. Puedo oír a esos insectos incluso por encima del motor y la música. Recuerdo entonces de pequeño encontrar sobre las ramas u hojas el exoesqueleto de esas cigarras. Solía preguntarme si era un cadáver mientras lo aplastaba con los dedos. Seguro mi hipótesis era que se quedaron secas por exponerse mucho al sol. Por entonces desconocía muchísimo sobre la naturaleza. También recuerdo haber atrapado alguna guiándome por el ruido que hacían y observarla preguntándome cómo se originaba el sonido en algo tan pequeño. Lo mismo cuando atrapé una luciérnaga. Ya no he vuelto a ver luciérnagas desde que era un niño. Parece que desaparecieron cuando el alumbrado público alcanzó hasta el último rincón.
A un lado, el terreno arado, baldío se extiende como una llanura hasta dar con cultivos de caña de azúcar. Eres un forastero si nunca chupaste una caña. Es extraño. Parte de mi vida va ligada a esa planta. Se vuelven enormes y sus hojas afiladas pueden cortar con facilidad la piel. El abuelo tenía una chacra de caña de azúcar. Lo veo aparecer y desaparecer por los surcos al regar. Procura que el agua llegue a cada planta. Cuando no le llega agua a su terreno se pone a limpiar acequias y hay veces donde descubrimos peces. A veces ni así conseguía que el agua llegara. Entonces usaba uno de esos viejos motores para bombear agua del pozo. Uno tenía que jalar una cuerda para que ese artefacto se pusiera a andar. Antes de encenderlo, claro, colocaba unas mangueras y quizá algún tubo para dirigir el agua hacia los canales de riego. No sé cuántas veces lo acompañé, pero solía quedarme en la entrada. Ahí me sentaba a jugar. Usaba las raíces quemadas de carrizo, esa caña hueca. Conozco dos tipos de carrizo. La invasiva e indeseable que crece con facilidad y de forma individual, adueñándose así de los terrenos salitrosos y el otro que tenía más altura y era grueso y crecía en grupo; estas tenían raíces antropomórficas con las que armaba un coliseo y jugaba a las luchas. Este segundo carrizo también se emplea en el tejido de esteras y canastas.
Al fondo el horizonte es un lienzo donde predomina lo naranja. No hace mucho ardía el círculo solar y su intensidad era tal que tiñó los extremos. En contraposición, el cielo presenta una textura gris. Sobre esto, pero no tan lejano, hay diferentes siluetas enmarcadas. Están los contornos geométricos de la fábrica. Nuestro pequeño bosque. Árboles como en una obra de Magritte.
A los costados las figuras de montañas. Esto es característico del norte peruano, estamos rodeados de estos cerros, además de un vasto desierto. El distrito se muestra salpicado de luces que refulgen más con el pasar de los minutos. De hecho, noto que todo se hace más pronunciado.
Oscurece. La tarde llega a su fin.
6 de enero, 2022
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FLUIR
Recapitulemos. Doce líneas inconclusas. Solo tres de cocaína.
«Mr., qué linda su hija». Ya no tienes respeto por nadie. Vuelta y vuelta es una revuelta. Dos muchachos pasan. Tienen el pelo revuelto. Está claro que consumen drogas. Sustancias inofensivas. Los imaginas con pinchazos de heroína de ser accesibles. Lo harían hasta que se pudriera la carne y se les cayera a trocitos. No pedazos, trocitos. ¿Por qué? Así suena más bonito y menos cliché. Detectas una frase cliché cuando antes de terminar la oración la predices. Vagabundear por las mismas calles en la búsqueda de una imagen nueva que este pueblo pueda ofrecerte. Iluminación opaca. Luces intermitentes de fiestas decembrinas. Nada. Esperar a esa frase ingeniosa. Llega y la anotas. Nota que abandonarás. Notas que has mejorado. ¿De veras lo notas? No está claro en qué has mejorado hasta que escribes. Luego suprimes y vuelto a empezar, la tarea se vuelve tediosa. Escribes hastiado. Flujo de consciencia, no pensamientos intrusivos. Intruso yo. «Mis versos van a juego con tus ojos castaños». Cómo me encantaba que esa chica llamara «Wou» a lo que la impresionaba. Calco fonético de la interjección inglesa «wow!». La alternativa española es la onomatopeya de un ladrido así que no cuadra mucho. Qué ser más afortunado quien la posee. Hay acontecimientos que difícilmente olvidarás. Se deba a que fueron inmortalizados con un nombre que intriga. La conquista del desierto. Sendero de lágrimas. La noche de los cristales rotos. Al doblar la esquina, encuentras a la loca de la segunda cuadra de la calle Libertad. Está sentada en el piso. Tiene los ojos desencajados. Su expresión es de horror. Te gusta. Parece la sombra de un personaje de Goya. Al verla «comprendí la masacre del absurdo». Llevas tres días escuchando el mismo álbum. The Wall. Languideciendo con la mezcla de sonidos e inflexiones. Abstraído. Qué paz dentro de este cráneo. Antes, por error, la llamabas soledad, pero tal cosa no existe. «Hey you, can you feel me?». Leer es un desperdicio de tiempo. Escribir lo es aun más. Juan Rulfo lo comprendió. Por eso no escribes más, por eso las doce líneas inconclusas, por eso el abandono de tantos proyectos literarios. Thomas Wolfe escribía en libros contables y cargaba con ellos. Esto suena obvio, pero Wolfe es conocido por sus novelas largas, de manera que cargaba con material superior a sus fuerzas. Uno lo imagina ahí tambaleándose. Error de primerizos: confundir a Thomas Wolfe con Tom Wolfe. Escribes como Wolfe o le mot juste. Las descripciones sardónicas de Dorothy Parker. La parodia y otros juegos de S. J. Perelman. El estilo disruptivo, bello de Marguerite Duras. Mi burdo comentario ayer: «Hombres necios que no sabéis quitarle a la mujer el calzón». Parodias los más conocidos poemas porque de tanto encontrarlos acabaste por odiarlos. Reemplaza la primera persona por la segunda, es más agradable de leer, economiza el tiempo también. Conclusión: no transcribas la neurosis, devela la magia.
28 de diciembre, 2021
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