Indie Saint Seiya's Death Mask. RP blog. Spanish/English.
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@goldenpriderose
“Un par de estas quedarían bien en el salón, ¿no te parece?, dijo Angelo, mostrándole a Piscis un catálogo de antigüedades.


Belgian Folding Sword Pistol with Engraved Fittings and Ivory Grips, Rodgers Knife Pistol, William Swift Percussion Knife Pistol, 19th Century
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Angelo apretó los dientes al escuchar a Saga hablar, aunque mantuvo el rostro hierático. ¿Acaso Géminis no se escuchaba a sí mismo? Aquella arrogancia, aquel desdén, no eran propios de él. Tampoco la furia descontrolada, o la tozudez irracional. Si no lo conociese mejor que la mayoría, habría jurado que era Arles quien hablaba en realidad. Muy en lo más hondo de su ser, aquella parte que seguía siendo Death Mask, que no estaba seguro de que lo hubiese abandonado jamás, deseó arrancar los ojos a Saga y escupirle en las cuencas, para ver si así empezaba a reaccionar. Se obligó a serenarse, a intentar ser lo más racional y objetivo posible. Pero no tuvo tiempo de hablar.
No pudo evitarlo. Una orgullosa sonrisa se dibujó en sus labios cuando Shia se sobrepuso al dolor y se incorporó, desafiante. Desde que ella vivía en el Templo del Gran Cangrejo, Angelo no le había enseñado absolutamente nada. No había que ser un genio para darse cuenta de que no la había adoptado como aprendiza con la intención de que fuese su sucesora: Shia no era compatible con la armadura de Cáncer, ni poseía los dones ni las técnicas que caracterizaban a los caballeros de ese signo. Y sin embargo, en aquella orgullosa tozudez veía mucho de Mei... e incluso algo de sí mismo. Podía ver a los espíritus rodeándola, como viejos soldados que se reencuentran con un amigo. Sonreían, con el mismo orgullo que el propio caballero de Cáncer. Avanzó un par de pasos, sin interponerse entre ambos, pero preparado para saltar y cubrir a Shia al más mínimo indicio de que Saga fuese a atacar.
“Ya es suficiente, Shia”, dijo, con voz suave pero firme. Le preocupaban las heridas de la joven, y quería acabar con aquello lo antes posible... y sin violencia, lo cual era sorprendente en él. Miró a Saga a los ojos, con la mirada más lúcida y seria que le había dedicado en años. “¿Por qué volvimos a la vida los cinco, preguntas? Porque Atenea no desecha fácilmente sus juguetes rotos. No. Los usa una y otra vez hasta que no le sirven... y luego acaban aquí”. Señaló a su alrededor, abarcando el Templo. “Nos sacrificamos por ella, ¿recuerdas? ¿O ya has olvidado la Guerra Santa? ¿No luchamos juntos, acaso, tratando de entregar a Atenea su armadura? ¿Te parecí entonces el mismo Death Mask que era en tiempos de Arles?”. Le costaba hablar de ello, de su locura. De sus pecados. “Vuelvo a tener mi cordura intacta y mi mente en una pieza, Saga, y no voy a desaprovechar la oportunidad. No puedo borrar lo que hice, pero al menos puedo tratar de equilibrarlo defendiendo a una inocente junto a mis compañeros.”
A una, todos los espíritus del Templo del Gran Cangrejo se hicieron visibles a la vez, ayudados por el cosmos de Angelo. Formaban un muro alrededor de él y Shia, mirando a Saga con severidad y determinación. No pensaban retirarse. Nunca lo habían hecho. Angelo suspiró.
“Ellos confían en Shia, Saga. No te pido que me creas a mí, pero ellos han sido leales al Santuario desde hace siglos. No obstante, si eso no es prueba suficiente para ti... te mostraré algo. No voy a atacarte, así que no hagas nada raro, por favor”, pidió en tono sincero, sin dejar de clavar sus ojos en los de él. ”Seki Shiki Tenryō Ha”, susurró. Las almas que lo rodeaban se arremolinaron a su alrededor y sobre él, formando una gigantesca esfera de cosmos que ocupaba prácticamente todo el espacio del pasillo. Las paredes vibraban de poder contenido, el suelo temblaba ligeramente. Sin embargo, el cosmos de Angelo no ardía agresivamente, sino tranquilo y sereno como la brisa de una tarde de otoño. “Yo aprendí esto sin ayuda de nadie, junto con las técnicas avanzadas de Cáncer. En la biblioteca del Santuario hay tomos y pergaminos que describen nuestras técnicas en detalle. Esta, en concreto, la desarrolló Hakurei de Altar para la anterior Guerra Santa. El Patriarca también puede usarla, pregúntale si no me crees. ¿Tan raro sería que ella las hubiese aprendido de ese modo?”, preguntó, al tiempo que disolvía la esfera, dejando que los espíritus descansasen. Miró a Saga, tratando de discernir en él algo del muchacho que había sido cuando ambos eran aún aprendices. “No está con Arles. Puedo garantizártelo. Te lo pido por favor, por el respeto que una vez nos tuvimos, déjala en paz. Vuelve a tu templo, descansa y empieza a luchar contra lo que sea que te esté carcomiendo la mente. Porque puedo garantizarte que el camino contrario es de un solo sentido y va directo a ManíacoVilla. Y creo que es obvio que algo de experiencia tengo en el tema”, concluyó, con una tristeza infinita escrita en el rostro.

👀 "¿Quién eres realmente?"
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Hubo un instante de confusión cuando, de la nada, sintió el suelo desaparecer bajo sus pies. Luego un familiar tirón de estómago fue todo lo que necesitó para saber que había ocurrido.
Acababa de atravesar la otra dimensión en tiempo record, ayudada por el querido Newton.
Se preparó para el topetazo lo mejor que pudo, y con suerte no calló de cara.
Por un momento sintió la poderosa tentación de quitarse la máscara solo para lanzar una mirada asesina al caballero, pero tenía más dignidad que eso. Y de todos modos, el muy imbécil siempre se las había arreglado para ser inmune.
“Vaya. ¿Ahora recurrimos al secuestro? La Orden debe estar ampliando su repertorio. Y yo sin haberme enterado…”
Ignorando deliveradamente la pregunta formulada, se ocupó en incorporarse, quedando sentada sobre el suelo de… donde fuera que estuviesen.
No le sonaba, pero eso tampoco quería decir mucho.
“Pues mira, resulta que soy un héroe de la antigüedad clásica atrapado en el cuerpo de una niña. ¿Que coño quieres, un puto autógrafo?” Tendría que tener cuidado de no morderse la lengua, o acabaría envenenada por su propia mordacidad…
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Come, get some.
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Ni siquiera sus propias lágrimas le impidieron ver el dolor en el rostro de Capricornio, detrás de la fría máscara de hierro de su expresión hierática. Angelo podía sentirlo en su voz, en el pésame que le daba. Shura... Miguel no estaba mejor que él mismo. Allí estaban, dos caballeros de la Orden de Atenea, dos luchadores mortíferos y temidos, asesinos de hombres y seres mitológicos por igual... dos hombres rotos, con el alma hecha pedazos por el sufrimiento, la locura o ambas.
Precisamente por ello, el caballero de Cáncer miró a su amigo con incredulidad cuando se volvió y afirmó que sería mejor que se marchase. Una amarga y sorda rabia brotó en lo más profundo de su alma, una rabia no dirigida contra Shura en realidad, sino contra el Santuario en sí, contra los dioses y contra el destino que había torcido sus vidas desde niños. Se incorporó, limpiándose con furia las lágrimas, y avanzó a paso vivo hasta poner la mano en la hombrera de Capricornio y obligarlo a volverse, mirándolo a los ojos.
“¿Quieres dejar de decir gilipolleces de una vez?”, gruñó, casi mascando las palabras. “¿Irrumpir? ¡Eres mi amigo, joder! ¿O no? ¡Entrenamos juntos, peleamos juntos! ¡Y nos comimos la mierda que Arles nos echó encima juntos! ¡Tú, Lucien y yo! ¿Y ahora me dices que <<es mejor que me vaya>>? No me jodas, Miguel. No me jodas”, concluyó, con la voz temblando peligrosamente. “Somos amigos. Tú y Lucien sois lo único que me queda, lo único que no me han arrebatado. Si no quieres quedarte, no te voy a obligar pero en caso contrario... mi casa es tu casa”, susurró.
Estaba agotado, mental y físicamente. Por las almas del Templo del Gran Cangrejo, esperaba que Shura afirmase que seguían siendo amigos, hermanos. No estaba seguro de poder soportar lo contrario.
Catching Up
@deathmaskangelo
Shura caminó cabizbajo desde el templo de Géminis hasta el templo de Cáncer. Quizás fuese mala idea, pero Shia tenía razón, hacía tiempo que debió ir a hablar con Angelo y Lucien. En el fondo de su corazón temía que se hubiesen distanciado, que su amigo se hubiese sumido en la locura definitivamente.
Angelo fue su amigo desde el principio, igual que Lucien, sus mejores amigos, no, los hermanos que nunca tuvo, los únicos que le comprendían tan bien como él a ellos, ¿Pero y si ya no era así? No habían hablado en… Demasiado tiempo. Se sentía extraño a sus amigos. La idea de perder a alguno era insoportable, era lo mismo que perder una parte de si mismo, de forma irremediable, como perder a su amigo y mentor, pero esta vez no habría un cuerpo que llorar, solo extraños con recuerdos de una vida juntos, una indiferencia punzante. Abandonados mutuamente, como había abandonado a su propia madre. Solo imaginarlo le hacía sentirse triste. Triste como llevaba tiempo sin sentirse, una tristeza que le golpeaba de lleno. Hacía demasiado que sus emociones le resultaban algo lejano, ajeno, hacer frente a sus problemas personales parecía lo más aterrador del mundo. Había pasado demasiado tiempo apartando a todo el mundo, y no podía permitir que le ocurriese lo mismo a sus amigos, de la misma forma que no podía permitirse continuar así.
Shura entró en el templo de Cáncer, pero no logró encontrar a Death Mask por ninguna parte. Quizás en el jardín. De pronto un tenue sonido llegó a los oídos del caballero ¿Sollozos?
Shura se apresuró al jardín y descubrió a su compañero, llorando frente a una tumba que no reconocía. Se quedó helado. Sus peores temores confirmados. En la escena, él era un extraño. Su amigo había roto en llanto, y ni siquiera sabía porqué. No sabía como ayudarlo, ni qué decir o hacer. Tenía ganas de abrazarle. Pero tuvo miedo. En el fondo era un cobarde, sin importar el nombre que usase.
“Cáncer.” Le llamó con su tono frío, pero falto de la decisión habitual de su forma de hablar.
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Dolía. Algo dentro de su pecho dolía más que nada que hubiese sentido antes. Se retorcía como si estuviese vivo, desgarrándole el corazón desde dentro. No podía aceptarlo. No, no. No era capaz. Mei no podía haberse ido, no podía asumirlo, no podía aceptarlo. Recordó su sonrisa, lobuna y vivaz, recordó cuán lleno de sueños, ilusión y vida estaba. Todo aquello ya no estaba, pero no podía aceptarlo.
No fue sino cuando sintió el inconfundible tacto de la mano de Lucien en su hombro que se derrumbó. Se arrojó en brazos de su amigo, llorando amargamente, como jamás había llorado en su vida. Nada le había dolido tanto: ni las palizas que su padre le propinaba, ni los inhumanos entrenamientos a los que lo había sometido... ni siquiera los ataques de Shiryu de Dragón al destrozar su cuerpo lo habían hecho sufrir así.
“Ya no está, Lucien... Mei ya no está”, susurró entre lágrimas, con un hilo de voz, antes de romper a llorar. Si pensarlo había sido doloroso, ponerlo en palabras, aceptarlo... sentía como si su alma fuese a partirse en dos. Mei se había ido para siempre... y él no había podido ayudarlo.
Broken masks, broken paths.
@shiapolux
Había incomodidad en el rostro de Angelo mientras descendía las escaleras hacia los campos de entrenamiento del Santuario. Aquel día, la armadura de Cáncer no cubría su cuerpo, sino que llevaba vaqueros y sudadera, como en sus días en la Universidad de Oslo. A las miradas de los Santos de Plata con los que se cruzaba respondía con una mueca desdeñosa. No le importaban lo más mínimo, no había ido allí por ellos.
Deambuló por los campos de entrenamiento, ajeno a las miradas de desconfianza o desprecio que recibía, buscando aquella cabellera gris plateado que tan bien conocía. Empezaba a ponerse nervioso. Extrajo una petaca del bolsillo de la sudadera y echó un trago. El licor, frío y seco, bajó por su garganta, en un vano intento de calmar su propia ansiedad. Miró en derredor, el entrecejo fruncido con expresión preocupada.
“Vamos, Mei, ¿dónde diablos te has metido?”, pensó.
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Una media sonrisa torció los labios de Angelo al presentarse Saga en el Templo del Gran Cangrejo. Al contrario que en otras ocasiones, no era aquella mueca feroz, depredadora y psicótica que durante tanto tiempo lo había caracterizado. No, aquella era una sonrisa confiada, una sonrisa llena de determinación. Sabía lo que estaba haciendo: estaba desafiando a uno de los caballeros más poderosos, experimentados e inestables de su tiempo. Un solo error y de él no quedaría ni siquiera una mancha de hollín en los muros. Consideró atacar al Géminis por sorpresa, a traición, pero sentía las miradas de los espíritus clavadas en su nuca. Alzó el rostro, orgulloso, y miró a su interlocutor a los ojos, interponiéndose protectoramente entre la aprendiz y él.
“Para haber sido Patriarca, Saga, te saltas tanto las normas y el protocolo que ya pareces Leo”, respondió Angelo, burlón. “¿Engañado? ¿Por Arles? Creo que te olvidas de que Lucien y yo fuimos los únicos que nos dimos cuenta de que él existía”. Y a ambos les había dado igual. A los ojos de Lucien, Arles era un Patriarca legítimo y él el guardaespaldas del mismo, su deber no cambiaba ni un ápice. Y a los suyos propios, aquella sombra de Saga había demostrado tener la fuerza y la voluntad para cambiar el Santuario, para hacer que las cosas funcionasen. ¿Se había equivocado? Sí. Pero aquello no borraba el hecho de que la parte oscura de Géminis jamás había conseguido engañarlo.
Su rostro se puso serio por primera vez en toda la conversación cuando Saga elevó su cosmos. Tenía claro de que el caballero estaba hablando con una seriedad mortal, pero no se amilanó. Plantó los pies firmemente en el suelo, preparado para luchar si era necesario.
“Atenea no tiene nada que decir sobre esto. Si a día de hoy esperas justicia de ella, o eres un iluso o estás más loco de lo que estaba yo”, dijo con tranquilidad. “Es mi aprendiz, Saga. Y puedo aceptar que me faltes al respeto como caballero de oro, ignorando la advertencia que te di. Pero no voy a permitir que le hagas daño sólo porque estás tan paranoico que sospechas hasta de tu sombra. Yo sé que no está con Arles. Apostaría el pescuezo sin riesgo a perderlo”.
No tenía ni idea de qué demonios había pasado entre ellos dos, pero estaba dispuesto a llegar hasta el final para descubrirlo. Los espíritus del Templo del Gran Cangrejo sintieron su voluntad, su instinto de protección, y se arremolinaron a su alrededor, haciéndose visibles incluso para quienes no tenían el don de verlos.
“Tú tienes tu Explosión de Galaxias, Saga. Yo los tengo a ellos. Nuestros camaradas de otras épocas, almas perdidas vinculadas por su lealtad al Templo del Gran Cangrejo”. Adoptó su posición de combate mientras hablaba. Y no hablaba en broma. La técnica de Hakurei de Altar y Shion de Aries, el ataque definitivo del Seki Shiki. Aquella era la carta en la manga de Angelo “Si nos enfrentamos, ambos moriremos. La diferencia estará en que yo moriré protegiendo a alguien que sé que es inocente. Tú morirás asesinándola y destruyendo el refugio de héroes de otras épocas, a los que no somos dignos ni de limpiar el lodo de las botas”, concluyó, desafiante. “Puedes convertirte en un asesino o puedes calmarte, dejarme curar sus heridas y averigüar conmigo qué está pasando. Decide”.
👀 "¿Quién eres realmente?"
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Hubo un instante de confusión cuando, de la nada, sintió el suelo desaparecer bajo sus pies. Luego un familiar tirón de estómago fue todo lo que necesitó para saber que había ocurrido.
Acababa de atravesar la otra dimensión en tiempo record, ayudada por el querido Newton.
Se preparó para el topetazo lo mejor que pudo, y con suerte no calló de cara.
Por un momento sintió la poderosa tentación de quitarse la máscara solo para lanzar una mirada asesina al caballero, pero tenía más dignidad que eso. Y de todos modos, el muy imbécil siempre se las había arreglado para ser inmune.
“Vaya. ¿Ahora recurrimos al secuestro? La Orden debe estar ampliando su repertorio. Y yo sin haberme enterado…”
Ignorando deliveradamente la pregunta formulada, se ocupó en incorporarse, quedando sentada sobre el suelo de… donde fuera que estuviesen.
No le sonaba, pero eso tampoco quería decir mucho.
“Pues mira, resulta que soy un héroe de la antigüedad clásica atrapado en el cuerpo de una niña. ¿Que coño quieres, un puto autógrafo?” Tendría que tener cuidado de no morderse la lengua, o acabaría envenenada por su propia mordacidad…
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“Bien”, bufó Angelo, con sorna. “Quieres saber si estoy bien. Bueno, dime, ¿Te parece que esté bien? ¿Eh?”, espetó, con un punto de histerismo en la voz.
Respiró hondo y trató de controlarse. Montar semejante numerito ante la tumba de Mei no era precisamente la mejor forma de honrarle. Se incorporó, limpiándose lo que quedaba de las lágrimas con el dorso de la mano. Clavó su mirada violeta en Shura, preguntándose a sí mismo qué pensaría su viejo amigo de él. En los últimos tiempos previos a su muerte en la Batalla de las Doce Casas, no habían sido precisamente cercanos. Shura se había convertido casi en un autómata luego de matar a Aioros, su deber era lo único que lo mantenía en pie. Y el propio Angelo... tenía demasiados problemas tratando de no perderse a sí mismo en una nube de locura homicida como para pensar en ningún otro.

No sabía si aún eran amigos siquiera. ¿Y cómo podría saberlo? En el Santuario lo creían aún loco, y no había hecho absolutamente nada para sacarlos de su error. “Asesino”, “maníaco”, “psicópata”, aquellas palabras lo acompañaban donde quiera que fuese. ¿Cómo podía culpar a Shura de no haberse acercado antes? Angelo tenía las manos lo suficientemente manchadas de sangre como para entender que se le evitase como un apestado. No tenía derecho a ser mordaz o hiriente con el caballero de Capricornio. Suspiró.
“Sí, llegas un poco tarde”, respondió. Maldita sea, ¿es que no podía no ser un cínico de mierda por un día?. “Hice pizza un par de días, ¿no te llegó la invitación?”, bromeó, tratando de esbozar una sonrisa, con escaso éxito.
Aquella sonrisa murió en sus labios. No podía fingir, no podía mentirle. No a Miguel. Habían crecido juntos. Junto con Lucien, habían sido amigos incomparables, prácticamente hermanos. No podía simplemente fingir que su alma no se estaba cayendo a trozos.
“Yo... Siento no haberme acercado por Capricornio. He tenido... bueno, algún que otro contratiempo”, dijo, sin mirarle a los ojos. “Mei...”, la voz de Angelo tembló, volviéndose quebradiza, mientras él luchaba por contener las lágrimas que seguían queriendo brotar de sus ojos. “Mei ya no está, Miguel. Le dieron la armadura de Coma Berenices... y resulta que Atenea se “olvidó” de decir a sus leales caballeros que esa armadura encerraba el alma de Tifón. Mei... se sacrificó para sellarlo. Para salvarnos. Y yo... yo no pude hacer nada...”
No podía contenerse más. De los ojos de aquel que había sido una vez el temido Death Mask, volvieron a brotar dos ríos de lágrimas. Las lágrimas de quien jamás se perdonaría a sí mismo haber fallado.
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Shura caminó cabizbajo desde el templo de Géminis hasta el templo de Cáncer. Quizás fuese mala idea, pero Shia tenía razón, hacía tiempo que debió ir a hablar con Angelo y Lucien. En el fondo de su corazón temía que se hubiesen distanciado, que su amigo se hubiese sumido en la locura definitivamente.
Angelo fue su amigo desde el principio, igual que Lucien, sus mejores amigos, no, los hermanos que nunca tuvo, los únicos que le comprendían tan bien como él a ellos, ¿Pero y si ya no era así? No habían hablado en… Demasiado tiempo. Se sentía extraño a sus amigos. La idea de perder a alguno era insoportable, era lo mismo que perder una parte de si mismo, de forma irremediable, como perder a su amigo y mentor, pero esta vez no habría un cuerpo que llorar, solo extraños con recuerdos de una vida juntos, una indiferencia punzante. Abandonados mutuamente, como había abandonado a su propia madre. Solo imaginarlo le hacía sentirse triste. Triste como llevaba tiempo sin sentirse, una tristeza que le golpeaba de lleno. Hacía demasiado que sus emociones le resultaban algo lejano, ajeno, hacer frente a sus problemas personales parecía lo más aterrador del mundo. Había pasado demasiado tiempo apartando a todo el mundo, y no podía permitir que le ocurriese lo mismo a sus amigos, de la misma forma que no podía permitirse continuar así.
Shura entró en el templo de Cáncer, pero no logró encontrar a Death Mask por ninguna parte. Quizás en el jardín. De pronto un tenue sonido llegó a los oídos del caballero ¿Sollozos?
Shura se apresuró al jardín y descubrió a su compañero, llorando frente a una tumba que no reconocía. Se quedó helado. Sus peores temores confirmados. En la escena, él era un extraño. Su amigo había roto en llanto, y ni siquiera sabía porqué. No sabía como ayudarlo, ni qué decir o hacer. Tenía ganas de abrazarle. Pero tuvo miedo. En el fondo era un cobarde, sin importar el nombre que usase.
“Cáncer.” Le llamó con su tono frío, pero falto de la decisión habitual de su forma de hablar.
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Al igual que en Oriente se creía que el Cúmulo del Pesebre era el conducto de los difuntos hacia el otro mundo, el Templo del Gran Cangrejo ejercía una función similar en el Santuario. La Casa de Cáncer actuaba como faro para las almas perdidas, aquellas que no habían sido capaces de cruzar al Hades. Espíritus de caballeros de otras épocas, de Guerras Santas anteriores. Sirvientes del Santuario cuya lealtad era demasiado firme incluso en su muerte. Algunos los llamaban “almas en pena” o “espíritus vagabundos”. Angelo tenía otro nombre para ellos.
“Amigos”.
Sentado con las piernas cruzadas y los ojos cerrados en medio y medio del pasillo central, el caballero de Cáncer montaba guardia en el Templo. No lo hacía por su deber para con Atenea o la Orden, aquellas dos lealtades habían dejado de importarle hacía ya tiempo. Lo hacía en deferencia, precisamente, a aquellos amigos que habían muerto en servicio a la Diosa de la Guerra Inteligente y cuyas almas aún estaban henchidas de lealtad e instinto protector.
Con sus cinco sentidos anulados mediante su propio poder psíquico, Angelo se concentraba en los dos restantes. Su cosmos soplaba como un viento frío a través del Templo, arremolinándose alrededor de las columnas. Con sus sentidos sexto y séptimo funcionando a plena fuerza y aquella especial percepción espiritual propia de los caballeros de Cáncer más afilada que nunca, ni siquiera el más discreto y sigiloso de los invasores podría haber atravesado el Gran Cangrejo sin que él se enterase.
Y Shia no fue precisamente discreta en aquel momento.
La repentina aparición de la presencia de su aprendiz rompió ligeramente la concentración de Angelo, incluso antes de que llegase a sus oídos el sonido del impacto de la joven contra el suelo. Abrió los ojos, recuperando todos sus sentidos, y se incorporó de un salto. Su intuición le decía que algo no iba bien incluso antes de acercarse a rápidas zancadas a Shia.

“¡¿Qué demonios ha pasado?!”, preguntó, con preocupada urgencia en la voz... antes de sentir aquellos restos de un cosmos conocido en las heridas de ella.
Saga. Había sido Saga quien la había atacado.
Al contrario que en otras ocasiones, Angelo no estalló en rabia. Tenía a alguien a quien proteger, de quien cuidar. La ira ardió, fría, en el corazón del caballero, pero también en la armadura dorada que lo cubría. De nuevo, tras tanto tiempo, armadura y caballero estaban en completa sincronía. Los Cáncer poseían un cosmos siniestro, asesino, frío... pero que ardía como un inextinguible fuego fatuo cuando se empleaba para proteger a un compañero.
Como cuando Angelo y Lucien se habían enfrentado a Íxion de Cáncer, el caballero se incorporó en toda su altura, ayudando a Shia a incorporarse, y envió al santo de Géminis un simple mensaje con su cosmos.
“ Μολὼν λαβέ “
Molon labé. “Ven y tómala”. Cual espartano ante los Aqueménidas, el desafío de Angelo ante Saga no podría ser más claro.
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Acababa de atravesar la otra dimensión en tiempo record, ayudada por el querido Newton.
Se preparó para el topetazo lo mejor que pudo, y con suerte no calló de cara.
Por un momento sintió la poderosa tentación de quitarse la máscara solo para lanzar una mirada asesina al caballero, pero tenía más dignidad que eso. Y de todos modos, el muy imbécil siempre se las había arreglado para ser inmune.
“Vaya. ¿Ahora recurrimos al secuestro? La Orden debe estar ampliando su repertorio. Y yo sin haberme enterado…”
Ignorando deliveradamente la pregunta formulada, se ocupó en incorporarse, quedando sentada sobre el suelo de… donde fuera que estuviesen.
No le sonaba, pero eso tampoco quería decir mucho.
“Pues mira, resulta que soy un héroe de la antigüedad clásica atrapado en el cuerpo de una niña. ¿Que coño quieres, un puto autógrafo?” Tendría que tener cuidado de no morderse la lengua, o acabaría envenenada por su propia mordacidad…
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👐 YOUR MUSE GIVING MINE A HUG
El caballero de Cáncer no se caracterizaba por tener precisamente el sueño profundo. En el quedo silencio del templo del Gran Cangrejo, la tranquilidad se veía rota por sollozos y gemidos entrecortados.
“¿Qué demonios?”, pensó Angelo, mientras se incorporaba. Aguzó el oído, preocupado, y no tardó en localizar el origen de los sollozos.
Recorrió el Templo como una exhalación y abrió la puerta del cuarto. Shia se retorcía sobre su cama, presa de alguna pesadilla. Una garra de hielo pareció estrujar el corazón del caballero, mientras recordaba sus propias pesadillas cuando la locura enturbiaba su mente. Se acercó a ella y tomó asiento en el borde de la cama. La tomó por los hombros, zarandeándola suavemente para intentar despertarla, llamándola por su nombre con voz suave y tranquilizadora.
No esperaba ver sus ojos azules, llenos de lágrimas, aún asustados. No esperaba que ella le abrazase de forma casi instintiva. No esperaba sentir calidez donde habitualmente sentía vacío. Esbozó una triste sonrisa

“Tranquila. Estoy aquí”.
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Go for it, guys.
WARM AND FUZZY MEME! SEND AN EMOTICON FOR MY MUSE’S REACTION TO: 🍨 YOUR MUSE SHARING A DESSERT WITH MINE 🎂 YOUR MUSE CELEBRATING MINE’S BIRTHDAY WITH MINE ☕ YOUR MUSE BRINGING MINE A WARM DRINK 🍴 YOUR MUSE MAKING DINNER FOR MINE 👻 YOUR MUSE TELLING MINE A SPOOKY STORY BY TORCHLIGHT 💀 YOUR MUSE COMFORTING MY MUSE DURING A SCARY MOVIE 💍 YOUR MUSE PROPOSING TO MINE 👶 YOUR MUSE REVEALING THAT THEY ARE PREGNANT WITH MY MUSE’S BABY 💋 YOUR MUSE GIVING MINE A KISS (SPECIFY WHERE) 👐 YOUR MUSE GIVING MINE A HUG 🐟 YOUR MUSE TAKING MINE TO THE AQUARIUM FOR THE DAY 🐜 YOUR MUSE ‘SAVING’ MY MUSE FROM AN ‘ENORMOUS’ BUG 💐 YOUR MUSE BRINGING MY MUSE FLOWERS 🌱 YOUR MUSE AND MY MUSE PLANTING A GARDEN TOGETHER 🌛 YOUR MUSE CUDDLING MINE AS THEY SETTLE DOWN TO SLEEP 🌟 YOUR MUSE TAKING MINE STARGAZING ⛈ YOUR MUSE COMFORTING MINE DURING A THUNDERSTORM ☀ YOUR MUSE SLATHERING MY MUSE IN SUNBLOCK ☂ YOUR MUSE SHIELDING MY MUSE FROM RAIN ❄ YOUR MUSE THROWING A SNOWBALL AT MY MUSE 💧 YOUR MUSE CLIMBING INTO THE SHOWER WITH MINE 🐁 YOUR MUSE ‘SAVING’ MY MUSE FROM AN ‘ENORMOUS’ MOUSE 🛀 YOUR MUSE RUNNING A BUBBLE BATH FOR MINE 🎨 YOUR MUSE DRAWING/PAINTING A PORTRAIT OF MY MUSE ⚽ YOUR MUSE CHALLENGING MY MUSE TO A GAME 🎸 YOUR MUSE PLAYING MUSIC/SINGING FOR MY MUSE 💌 YOUR MUSE SENDING MINE A LOVE LETTER 🎁 YOUR MUSE GIVING MINE A GIFT 💔 YOUR MUSE COMFORTING MINE AFTER THEIR HEART IS BROKEN ❤ YOUR MUSE DECLARING LOVE FOR MINE 💕 YOUR MUSE TELLING MY MUSE THAT THEY WILL ALWAYS BE FRIENDS
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- I don’t know who the redhead is, but he’s not even wrong, y’know?

*Broods in Ancient Greek*
“You’re always brooding, sis”
;)
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Tal vez habría sido mejor para Angelo teleportarse a Piscis. Así, podría haber llorado sobre el hombro de su mejor amigo, haberse desahogado con una de las pocas personas que realmente le apreciaban y le comprendían, al final de todo. Pero no habia tenido el valor. Conocía los sentimientos de Lucien por Saga y por Arles, y no podía cargarlo con el peso de lo que acababa de hacer.
Tampoco podía involucrar a Shia. La joven ya se había visto frente a Arles y los dioses sabían de qué habían hablado, pero si algo tenía claro el caballero de Cáncer era que no quería a su “aprendiza” ni a veinte pasos de Arles. Aquella sombra traicionera ya les había arruinado la vida a Lucien y a él, no estaba dispuesto a que arruinase la de la muchacha.
Por eso había ido al sitio al que acudía cuando no tenía a dónde ir, desde unos días atrás. Aquella sencilla tumba de piedra blanca, cubierta con las más hermosas flores del jardín de Piscis, no albergaba cuerpo alguno, pero al menos era el homenaje que Angelo creía adecuado para su difunto aprendiz. La armadura de Cáncer se desprendió por sí sola de su cuerpo, adoptando su forma de cangrejo, a su lado. Como un viejo amigo que consuela a otro tras su reencuentro. Abrumado por la pena, por el dolor de la pérdida y por el desprecio que sentía por sí mismo, lloró amargamente, en silencio aunque sin poder contener un sollozo de vez en cuando,
Hasta que la voz de Capricornio lo sobresaltó.
- ¿M-miguel? -preguntó, volviéndose, al tiempo que trataba (en vano) de secarse las lágrimas. Le dolió que la voz de su amigo fuese así de fría. Le dolió que mantuviese las distancias. Pero sobre todo le dolió que no lo llamase por su nombre. Recomponiéndose como buenamente podía, frunció el ceño, clavando su mirada entre rojiza y violeta en la de él-. ¿Qué haces aquí? ¿Tan rápido se ha enterado el Patriarca? ¿Van a atarme a una picota y azotarme por haber sido un mal niño?
Tras haber sido pillado “in fraganti”, dolido y vulnerable, a lo único que Angelo era capaz de recurrir era a su clásica mordacidad... aunque el efecto quedaba un poco disminuido debido a sus ojos llorosos y a la belleza fúnebre y solemne de la tumba del jardín.
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@deathmaskangelo
Shura caminó cabizbajo desde el templo de Géminis hasta el templo de Cáncer. Quizás fuese mala idea, pero Shia tenía razón, hacía tiempo que debió ir a hablar con Angelo y Lucien. En el fondo de su corazón temía que se hubiesen distanciado, que su amigo se hubiese sumido en la locura definitivamente.
Angelo fue su amigo desde el principio, igual que Lucien, sus mejores amigos, no, los hermanos que nunca tuvo, los únicos que le comprendían tan bien como él a ellos, ¿Pero y si ya no era así? No habían hablado en… Demasiado tiempo. Se sentía extraño a sus amigos. La idea de perder a alguno era insoportable, era lo mismo que perder una parte de si mismo, de forma irremediable, como perder a su amigo y mentor, pero esta vez no habría un cuerpo que llorar, solo extraños con recuerdos de una vida juntos, una indiferencia punzante. Abandonados mutuamente, como había abandonado a su propia madre. Solo imaginarlo le hacía sentirse triste. Triste como llevaba tiempo sin sentirse, una tristeza que le golpeaba de lleno. Hacía demasiado que sus emociones le resultaban algo lejano, ajeno, hacer frente a sus problemas personales parecía lo más aterrador del mundo. Había pasado demasiado tiempo apartando a todo el mundo, y no podía permitir que le ocurriese lo mismo a sus amigos, de la misma forma que no podía permitirse continuar así.
Shura entró en el templo de Cáncer, pero no logró encontrar a Death Mask por ninguna parte. Quizás en el jardín. De pronto un tenue sonido llegó a los oídos del caballero ¿Sollozos?
Shura se apresuró al jardín y descubrió a su compañero, llorando frente a una tumba que no reconocía. Se quedó helado. Sus peores temores confirmados. En la escena, él era un extraño. Su amigo había roto en llanto, y ni siquiera sabía porqué. No sabía como ayudarlo, ni qué decir o hacer. Tenía ganas de abrazarle. Pero tuvo miedo. En el fondo era un cobarde, sin importar el nombre que usase.
“Cáncer.” Le llamó con su tono frío, pero falto de la decisión habitual de su forma de hablar.
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Por una fracción de segundo, mientras su puño se abría camino a través de la carne y la sangre de Saga, Angelo se sintió bien. Como si en aquel golpe hubiese soltado toda su rabia, su odio y su desprecio. La sensación duró lo que el caballero de cabellos azules tardó en caer al suelo. Todo aquello volvió a golpearlo, concentrado en un vacío en el centro de su pecho. Un vacío cuyos bordes eran afilados, que latían y pulsaban como una bestia viva, royendo dolorosamente cuanto de bueno había en él.
No habría levantado el puño otra vez, sin necesidad de la aparición de Shura. El ver allí a su viejo amigo le dolió. ¿Qué pensaría él de todo aquello? ¿Lo creería aún loco? Quiso decirle, decirles a ambos, que ya no lo estaba, que simplemente tenía miedo de perder lo poco que le quedaba. Quiso disculparse con el caballero de Géminis, consciente de que Saga se estaba enfrentando a sus propios demonios. Y aquello lo enfureció de nuevo. ¿Quién demonios estaba hablando, el cuerdo o el loco? ¿Angelo o Death Mask? - Oh, no pasa nada, mio caro Michele -se escuchó decir, riendo cínicamente entre dientes-. Sólo una agradable y civilizada charla a la vieja usanza entre dos viejos amigos, ¿no es así, Géminis? -miró a Saga, burlón, odiándolo tanto como se odiaba a sí mismo-. No olvides lo que hemos hablado, camarada. Ciao.
Tras decir aquellas palabras, que quemaban en su lengua como bilis ácida, Angelo concentró su mente, recurriendo a sus capacidades psíquicas. Un destello de luz, y ya no estaba allí. En el jardin del Templo del Gran Cangrejo, un caballero rompió a llorar amargamente, ante la tumba de un aprendiz muerto.
A much needed talk...
@dissociatedfromthetruth
“En el Santuario de Atenea, no muchos eran capaces de descifrar las cínicas sonrisas del Santo de Cáncer. Cuando iban dedicadas a sus “camaradas” de oro, parecían expresar desprecio, arrogancia, o una eternidad de dolor en el Yomotsu Hirasaka. Cuando iban dedicadas a Lucien, podría llegar a entreverse el enorme aprecio que Angelo sentía hacia su amigo, y aquella personalidad traviesa que lo había caracterizado de niño. Sin embargo, aquel día, plantado ante la entrada de la Casa de Géminis, ninguna sonrisa torcía los labios de aquel al que llamaban Death Mask. Su rostro era una máscara de piedra, inexpresiva y fría como la misma muerte. Elevó su cosmos, anunciando su presencia. La bajada de temperatura y las voces de los muertos alrededor de Angelo resonaban con el cosmos, transmitiendo un mensaje muy claro.
“Saga, si no sales de tu templo en menos de cinco minutos, yo mismo te sacaré a patadas antes de enviarte al maldito infierno”.

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¿Saga devolviendo las amenazas? Eso era nuevo. Una cosa eran las sutiles amenazas de Arles, o las severas advertencias del propio Géminis. Pero aquello era nuevo, y Angelo sabía que no reaccionaría así de no haber dado sus palabras en zona sensible. Ahora sí esbozó una sonrisa, aquella sonrisa cínica y cruel que tan ensayada tenía. Aquella sonrisa que recuperaba en parte la mirada desquiciada que lo había caracterizado tanto durante la Batalla de las Doce Casas.

- ¿Crees que tengo mucho que perder, Géminis? -rió burlonamente entre dientes-. La dignidad y la cordura me las arrebataste tú. Mi aprendiz, me lo arrebató Atenea. Lucien, Shura y Shia son lo único que tengo, y ni tú ni tu amiguito de ojos rojos vais a arrebatármelo. El caballero de Cáncer elevó su cosmos ya sin tapujos, dejando que una fría ventisca espiritual los rodease a los dos. De la nada, empezaron a oírse los aullidos de los condenados al Yomotsu, como un coro de iglesia formado por voces de maníacos. En aquel momento, cualquier impresión de Angelo, el caballero de Cáncer cínico pero leal, arrogante pero amable, había desaparecido. Ante Saga estaba Death Mask y sólo Death Mask. Estaba seguro de que no tenia mucho tiempo: sin duda Lucien y Shura lo notarían enseguida y se interpondrían.
- Es la última advertencia que te doy. Aléjate de los míos y mantenlo a él atado en corto, o te juro que te arrancaré el alma del cuerpo.
La punta de su índice, incandescente con los fuegos fatuos, auguraba problemas... hasta que Angelo rió entre dientes y golpeó con un fuerte puñetazo al Géminis en el rostro.
- O los dientes.
A much needed talk...
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“En el Santuario de Atenea, no muchos eran capaces de descifrar las cínicas sonrisas del Santo de Cáncer. Cuando iban dedicadas a sus “camaradas” de oro, parecían expresar desprecio, arrogancia, o una eternidad de dolor en el Yomotsu Hirasaka. Cuando iban dedicadas a Lucien, podría llegar a entreverse el enorme aprecio que Angelo sentía hacia su amigo, y aquella personalidad traviesa que lo había caracterizado de niño. Sin embargo, aquel día, plantado ante la entrada de la Casa de Géminis, ninguna sonrisa torcía los labios de aquel al que llamaban Death Mask. Su rostro era una máscara de piedra, inexpresiva y fría como la misma muerte. Elevó su cosmos, anunciando su presencia. La bajada de temperatura y las voces de los muertos alrededor de Angelo resonaban con el cosmos, transmitiendo un mensaje muy claro.
“Saga, si no sales de tu templo en menos de cinco minutos, yo mismo te sacaré a patadas antes de enviarte al maldito infierno”.

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“Angelo no quería escuchar aquello. No quería escuchar a Saga autocompadeciéndose, no quería que reconociese el daño que había hecho. Quería que lo negase, que se encarase a él, que dijese que todo era culpa de Arles. Quería que lo retase, que lo obligase a desafiarlo. No aquello.
- Oh, créeme, la mantendré. Puedes estar seguro -gruñó, dedicándole una mirada de absoluto desprecio.
Decepcionado por aquel cariz de los acontecimientos, el caballero de Cáncer frunció el ceño, comenzando a concentrarse para teleportarse a su templo. Pero en ese momento escuchó aquellas últimas palabras de Saga... y algo en su interior hizo clic. No en vano había llegado a conocer bien a Arles, con esa lucidez que sólo los locos poseen. Al insulto de que Saga hubiese hablado de los dioses sabían qué con su aprendiza se unía el factor de la presencia de aquella insidiosa sombra que era el asesino del Patriarca Shion.
- Pedazo de mierda... -gruñó, mientras aferraba a Saga por el cuello de la ropa que llevaba-. Escúchame bien. Escuchadme los dos. Sé que estás ahí dentro, Arles, así que también va por ti. Os juro, por el Yomotsu Hirasaka y los Nueve Círculos del Infierno, que si volvéis a acercaros a mi aprendiza encerraré vuestra alma donde nadie la encuentre para que os paséis la eternidad peleando, sin alcanzar nunca el solaz de la muerte. ¿ME HE EXPRESADO CON CLARIDAD? -concluyó, gritando, mientras hacía ímprobos esfuerzos para no prender su cosmos en llamas y matar a Saga allí mismo.
A much needed talk...
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“En el Santuario de Atenea, no muchos eran capaces de descifrar las cínicas sonrisas del Santo de Cáncer. Cuando iban dedicadas a sus “camaradas” de oro, parecían expresar desprecio, arrogancia, o una eternidad de dolor en el Yomotsu Hirasaka. Cuando iban dedicadas a Lucien, podría llegar a entreverse el enorme aprecio que Angelo sentía hacia su amigo, y aquella personalidad traviesa que lo había caracterizado de niño. Sin embargo, aquel día, plantado ante la entrada de la Casa de Géminis, ninguna sonrisa torcía los labios de aquel al que llamaban Death Mask. Su rostro era una máscara de piedra, inexpresiva y fría como la misma muerte. Elevó su cosmos, anunciando su presencia. La bajada de temperatura y las voces de los muertos alrededor de Angelo resonaban con el cosmos, transmitiendo un mensaje muy claro.
“Saga, si no sales de tu templo en menos de cinco minutos, yo mismo te sacaré a patadas antes de enviarte al maldito infierno”.

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@goldenpriderose
- ¿Que si no me han dicho qué? -preguntó el caballero, brusco. No tenía paciencia para la burocracia. Ni tiempo.
En absoluto se esperaba aquella respuesta. La expresión de Angelo, aquella máscara que separaba el concepto que era Death Mask del hombre real, se descompuso, cayéndose a trozos. A cada palabra de la muchacha, la incredulidad se reflejaba en el rostro del caballero, clavándose como un puñal en su alma.
Mei... Mei era prácticamente todo lo que representaba cuanto de bueno había en él. El aprendiz había conseguido abrirse paso, junto a Lucien, a través de la niebla de locura que años atrás había empezado a adueñarse de la mente de Angelo. Había llegado a hacerse querer de verdad, le había dado esperanza. Había sido más que un aprendiz, había sido un amigo y un hermano pequeño. Y ya no estaba. Por culpa de Atenea, ya no estaba. El rostro de Angelo parecía haberse quedado anclado en la incredulidad. Parecía frío, pétreo. Muerto. Y los espíritus atados al Santuario, los que habían sido sus primeros amigos, aquellos que nunca lo habían abandonado ni en la cordura ni en la locura, sintieron su dolor. Un aullido espiritual, compuesto por las voces de un centenar de almas, resonó por todo el Santuario, cargado de agonía y pena. Todos aquellos con un cosmos y una sensibilidad desarrollados podían oírlo, rasgando el aire de la tarde con un frío espectral. Y luego cesó.
Mecánicamente, como si de un autómata se tratase, una parte de la mente de Angelo se concentró. Con un destello de luz, el caballero de Cáncer desapareció de allí, reapareciendo en el centro del Templo del Gran Cangrejo. - No está... no está... -murmuraba, incrédulo, mientras las lágrimas corrían, ya sin contenerse, por sus mejillas.
Broken masks, broken paths.
@shiapolux
Había incomodidad en el rostro de Angelo mientras descendía las escaleras hacia los campos de entrenamiento del Santuario. Aquel día, la armadura de Cáncer no cubría su cuerpo, sino que llevaba vaqueros y sudadera, como en sus días en la Universidad de Oslo. A las miradas de los Santos de Plata con los que se cruzaba respondía con una mueca desdeñosa. No le importaban lo más mínimo, no había ido allí por ellos.
Deambuló por los campos de entrenamiento, ajeno a las miradas de desconfianza o desprecio que recibía, buscando aquella cabellera gris plateado que tan bien conocía. Empezaba a ponerse nervioso. Extrajo una petaca del bolsillo de la sudadera y echó un trago. El licor, frío y seco, bajó por su garganta, en un vano intento de calmar su propia ansiedad. Miró en derredor, el entrecejo fruncido con expresión preocupada.
“Vamos, Mei, ¿dónde diablos te has metido?”, pensó.
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“El hecho de que alguien le dirigiese la palabra le sorprendió. El hecho de que aquella muchacha se acercase tan rápidamente lo sorprendió aún más. ¿Acaso era nueva allí? No, la piel quemada por el sol y las cicatrices eran características de los reclutas del Santuario, y aquella muchacha estaba ya lo suficientemente curtida como para llevar allí años... lo cual hacía aún más raro que se le acercase. ¿No había oído los rumores respecto a él, o simplemente no le importaban? Alzó una ceja ante sus palabras, inquisitivo.
- Busco a mi aprendiz. Se llama Mei. Pelo gris teñido, más o menos así de alto, cara lobuna, sonríe hasta por la más mínima gilipollez. ¿Te suena? -preguntó, con voz monocorde y rostro inexpresivo, tratando de no dejar traslucir su nerviosismo.”

Broken masks, broken paths.
@shiapolux
Había incomodidad en el rostro de Angelo mientras descendía las escaleras hacia los campos de entrenamiento del Santuario. Aquel día, la armadura de Cáncer no cubría su cuerpo, sino que llevaba vaqueros y sudadera, como en sus días en la Universidad de Oslo. A las miradas de los Santos de Plata con los que se cruzaba respondía con una mueca desdeñosa. No le importaban lo más mínimo, no había ido allí por ellos.
Deambuló por los campos de entrenamiento, ajeno a las miradas de desconfianza o desprecio que recibía, buscando aquella cabellera gris plateado que tan bien conocía. Empezaba a ponerse nervioso. Extrajo una petaca del bolsillo de la sudadera y echó un trago. El licor, frío y seco, bajó por su garganta, en un vano intento de calmar su propia ansiedad. Miró en derredor, el entrecejo fruncido con expresión preocupada.
“Vamos, Mei, ¿dónde diablos te has metido?”, pensó.
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