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Freya Vrie Firehaart es una doncella que actualmente reside en el palacio ubicado en Angeles. Nació hace 23 años en la provincia de Sonage. Es de casta 6 y los habitantes de la nación dicen que guarda cierto parecido con Camille Rowe.

► Fecha de nacimiento:

13 de abril.

► Aporte que hará al palacio:

Entrecruzó las piernas por debajo de su cuerpo, adoptando una posición cómoda y que con suerte no conseguiría verse con claridad desde aquella cámara que se encargaba de capturar cada momento de la entrevista.— Uhm… —dejó que su mirada viajase por el alfombrado suelo que sus pies se negaban a tocar, algunos mechones de su cabello terminando por cubrir parte de su rostro ante ese gesto y la ausencia de accesorios que evitasen el mencionado final.— Lo que espero es poder aportar más que dos semanas de trabajo —admitió, dejando que una sonrisa se abriera paso por su rostro.— Suelo ser lo suficientemente impulsiva como para desear dejarlo todo y empezar de nuevo en otro sitio, pero con suerte aquí, en el Gran Palacio Real, será un poco más difícil renunciar —asintió, intentando convencerse a sí misma de que así sería. Pero en realidad, era tan impulsiva como impredecible, y si alguna mañana despertaba con la idea de que ya no deseaba trabajar allí, no había nada ni nadie que pudiese hacerla cambiar de opinión.— He decidido ser sincera, como verá. Porque eso es lo máximo que hay que esperar de mí, que me dé un ataque de locura y decida huir sin reclamar mi última paga… Pero por lo demás creo que no hay nada que temer. He sido la doncella de mi familia por tanto como tengo memoria —quizá hacía quedar mal a sus padres al insinuar que la utilizaban como a una empleada o a una esclava, pero ¿qué había de sorprendente o shockeante en aquello? Era obvio que en las castas más bajas los padres trabajaban y los hijos se encargaban de ayudar con las tareas del hogar. Sin embargo, quizá no resultaba del todo sincera al decir que era lo único “negativo” que podía surgir en su estancia en el palacio, pero eso ya se vería.

► Cuéntenos un poco sobre su vida:

Si hubiese tenido una pizca de racionalidad, quizá habría optado por intentar (por lo menos) evadir por completo cualquier tipo de conversación que tuviese como protagonistas a los miembros de su particular familia, pero era cierto que a la rubia se le daba mal el ocultar ciertas partes de sí o el pensar dos veces antes de responder a una petición como la que le había sido formulada.— Mis padres me criaron como a una cinco durante los primeros doce años de mi vida, esa era la casta a la que ellos pertenecían antes de que un torbellino de infidelidades, locura y demás azotara contra su bonita historia de amor —por alguna razón ajena a su conocimiento, relataba la historia como si fuese de lo más divertida. Quizá aquello demostraba lo poco afectada que se había encontrado por aquel suceso, completamente predecible y para nada traumático para una niña que acostumbraba vivir todo tipo de locuras. Su vida, su infancia, todo era lo más parecido a una comedia que a cualquier otra cosa— Fue bastante bizarre, como diría Gustav —un amigo sobre el que, realmente, no era buena idea hablar en aquella entrevista— No sé si valga la pena que lo comente, así que mejor me saltearé esa parte y llegaré al momento en el que mi madre, meses o quizás un año después consiguió superar a su ex marido para confiar una vez más en el matrimonio, casándose con un hombre de una casta menor. Ambas descendimos de casta, y fue entonces cuando me convertí en una seis —una de sus manos se alzó en un gesto que acompañaba el final a la etapa comentada, la tranquilidad y el tono de voz que indicaba que hablaba de un suceso de lo más común siendo lo único que caracterizaba sus palabras.— Digamos que ese fue el momento en que comencé a lamentarme por desperdiciar tanto tiempo esforzándome por trabajar en un cuerpo más flexible y apto para algunas actividades de mi antigua casta en lugar de… no lo sé, hacer cualquier cosa que ahora me fuese más útil —elevó los hombros, dejando que su mirada se perdiera pensativa por los ostentosos adornos que decoraban la habitación.— Mi hermana se incorporó a la familia de extravagantes en ese entonces, sólo para convertirse en una más de nosotros. Creo que ella es la peor encaminada de todos, a decir verdad… —asintió, dándose la razón en aquella idea. Recordó los colores excéntricos que decoraban el cabello de su hermana y esa costumbre por maldecir en francés (lo que quizá era su culpa y la de su madre, por pasar tanto tiempo rodeado de los franceses menos educados que frecuentaban en el ambiente de la casta cinco) y creerse de veinte con apenas diez años.— Luego pasaron muchas cosas, pasé una temporada fuera de mi casa, comencé a alejarme de mi familia con la meta de independizarme, conocí a mucha gente nueva, y en realidad no puedo más que comentarle puros datos al azar sobre lo sucedido entonces   —ladeó sus labios en una mueca pensativa, dejando fuera de aquella conversación todos aquellos puntos que trataban sobre una etapa de “exploración”, en la que había vivido miles de experiencias nuevas, conocido a mucha gente, desperdiciado la oportunidad de verse salvada de por vida de esa rutina de trabajo que se esforzase cuanto se esforzarse siempre la mantenía estancada en el mismo lugar, y elegido la vida que ahora mismo tenía.

► ¿Cómo describiría su personalidad? :

—Extraña —respondió de inmediato, entrecerrando levemente uno de sus ojos para demostrar cuánto lamentaba el tener que confesar aquello. La sonrisa que ocupó sus facciones poco después, sin embargo, delató lo poco que en realidad le molestaba.— No lo digo porque yo lo crea así, aunque admito que en más de una ocasión me he percatado de mi propia rareza… Más que nada me estoy basando en lo que dicen de mí —porque era injusto soltar halago tras halago sobre su persona, como lo haría basándose desde su propio punto de vista.— Tardé varios años en desarrollar la habilidad de darme cuenta de cuándo no me estoy comportando como una persona normal, pero finalmente lo hice. Lo cierto es que me cuesta un poco eso, el “observarme” y “juzgarme”. A mis propios ojos soy una persona común, corriente y sin muchos defectos —alzó su mentón, deslizando una sonrisa por su rostro.— Pero sí, estoy un poco fuera de mis cabales. Quizá lo que más lo demuestra es el hecho de que soy muy… eh… Digamos que puedo pasar de despertar con el peor de los humores y quejarme de mi propia existencia a canturrear alguna canción que hable sobre lo bonita que es la vida —encogió uno de sus hombros.— Pero no diría que soy “cambiante”, no paso de un estado de ánimo al otro en cuestión de segundos, tiene que ver con el hecho de que los periodos de malhumor o enojo no predominan en mis días, por lo que quizá son sólo “momentos” que sí, se padecen, pero que son efímeros —asintió, conforme con su propia descripción sobre sí misma. Que, nadie descartaba, tal vez era muy errada.— Otra cosa que quizá me reclaman demasiado, principalmente mi madre, es el hecho de que no suelo preocuparme mucho por… bueno, casi nada. Yo no lo veo como un defecto, es mejor cuando las cosas no suelen afectarte demasiado, pero quizá no lo es tanto para los demás como lo es para mí misma —presionó sus labios entre sí, elevando uno de sus hombros y restándole importancia de inmediato.— Suelo aburrirme muy fácilmente de todo y todos… Siento que no puedo estar sin transitar por cambio tras cambio tras cambio. Tal vez por eso no me dura la ropa… o los novios  —entrecerró los ojos, dejando escapar una pequeña risa después. Por eso o porque el momento en que las ataduras le resultaban una buena idea todavía no pretendía aparecerse en su vida.

► Datos extra:

Sé varios idiomas, no digo que sé hablarlos de maravilla porque, como es de sospechar, no he estudiado ninguno de ellos. Más que nada se ha tratado de conocer a artistas fracasados que provienen de otros países, y al hecho de que el viejo televisor de la casa de mi padrastro sólo sintoniza un canal ruso que, por suerte, por lo menos cuenta con subtítulos.

Guardo en mi ser algunos recuerdos de mi adolescencia de chica punk. En realidad nunca lo fui, pero sí tenía la loca idea de cubrirme de pies a cabeza con perforaciones y tatuajes y… bueno, por suerte la idea quedó en el pasado y apenas conseguí un pequeño tatuaje y un piercing en todo ese proceso.

Ah, creo que puedo tomarme un momento para presumir, ¿no? Tiendo a “diseñar” ropa para mí misma. Sí, no son como los vestidos lujosos de las seleccionadas ni nada que merezca demasiada atención; si no lo hiciera yo, seguro nadie más usaría esas prendas. A veces tengo ganas de llevar una blusa con una frase o algún dibujo en particular, y en lugar de dar vueltas a la ciudad buscando por lo que deseo, prefiero comprar algo de pintura y hacerlo por mis propios medios.

No es una buena mezclarme con el alcohol. Suele resultar una mezcla poco recomendable, así que prefiero evitarlo a todas costas… Sobria ya soy un tema bastante difícil de tratar.

Usuario: Jaqen.

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— Y yo aquí haciendo mi mejor intento por ser original —chasqueó la lengua, entretenida. Y aún cuando su mente estaba tan dispersa como para dejar pasar hasta el detalle más mínimo, la palabra "doncella" jamás pasaba desapercibida para ella.— ¿Eres doncella entonces? Eso explicaría varias cosas —o tal vez sólo el hecho de que no le había parecido tan poco familiar al acercarse a ella.— En realidad no es una forma de romper el hielo, en verdad me vendría bien el servicio de una stripper —ladeó los labios en una ligera mueca, acomodándose sobre un taburete.— Bueno, no a mí específicamente. Tengo un amigo que se encuentra festejando su despedida de soltero y... La verdad es que todo se parece más al velorio de su soltería —le comentó, porque la idea no habría surgido en su mente de la nada misma... no con seguridad.— Soy la doncella del Príncipe Bruno. Tal vez me hayas visto corriendo detrás de él mientra camina con sus piernas largas o... bien, siendo honesta hasta puede ser que nos hayamos visto en la fiesta del sábado —entrecerró los ojos, apoyando los codos en la barra.— Oh, de hecho sí. Es de ahí que mi subconsciente te relacionó con un striptease. ¿Puede ser que terminaras la noche sin mucha ropa?

Pff—pausa, sus labios se separaron de la punta de aquel sorbete de color negro, disponiéndose a estudiar a la dueña de aquella voz que le tomó por sorpresa a su tranquilidad nocturna, la cual la llevó a la puerta de aquel paraíso de bebidas y neón sin razones claras, una pequeña huída de la rutina tal vez—, si me dieran un billete por cada vez que me han dicho sería rica. Y no tendría que trabajar de doncella, por ejemplo. —una sarcástica sonrisa cinceló sus labios carmín, a medida que ladeaba un poco la cabeza para acentuar esa familiaridad que las facciones ajenas le provocaban— Bonita frase para romper el hielo, por cierto—comentó finalmente, un aires burlones marcando cada sílaba. Entrecerrando sus ojos, vacilante se aclaró la garganta— Estoy segura que estoy sobria porque recién llegué—se detuvo, enarcando una de sus cejas—, ¿puede ser que trabajas en el palacio real? —inquirió finalmente, apoyando sus codos nuevamente en la superficie, quizá de pronto todas las caras de aquel lugar se multiplicaban y podía encontrarlas hasta debajo de su cama. 

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Asintió con convencimiento ante la pregunta de la guardia, dibujando una sonrisa divertida sobre su rostro después.— Ni el uniforme de guardia oculta esas curvas en las que más de uno adoraría derrapar, querida Zea —le aseguró, negándose a creer que exageraba.— ¿Alguien más te ha pedido un striptease antes? —porque eso era lo que ella hacía, después de todo. Aunque, claro, en aquel caso no era para disfrute personal como suponía podría haber sido en cualquier otra ocasión vivida por la guardia.— Mira, yo depositaría todo mi sueldo de doncella en tu bra —le aseguró, sus palabras entremezclándose con una risa a mitad de la frase— Pero no lo sé, tu trabajo de guardia es envidiable, tener permiso y habilidad para patear traseros es mejor que tenerlos para mover el trasero, ¿no crees? Igual podrías hacerlo como un hobby.

Sus cejas se alzaron mientras las palabras salidas de entre los labios femeninos tomaban la forma suficiente como para que una risa vibrara a lo largo de su garganta hasta encontrarse con el exterior acompañada de un ahogado sonido. “¿Tú crees?” — se observó a sí misma, atreviéndose a exagerar un poco. “No eres la primera que me lo dice” — admitió, ofreciéndole una sonrisa. “¿Dices que podría irme mejor de lo que me va siendo guardia?” — cuestionó, ladeando el rostro cual si se encontrase contemplando aquella posibilidad. “¿Cuánto pagarías?” — alzó las cejas, conteniendo la sonrisa traicionera que amenazaba con arruinar su faceta seria.

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—Oh, ¿tú crees? Ya lo había puesto en práctica una vez, pero siempre estuve insegura al respecto... Pensando, ya sabes, que tal vez hice el ridículo —chasqueó la lengua, sintiéndose en confianza de acomodarse en un lugar junto al del blondo.— Tienes que creerme, tengo un don para identificar ese tipo de talentos —aseguró, ladeando los labios en una pequeña sonrisa.— He visto tu rostro antes, ¿trabajas en el palacio o eres el duque, príncipe o lord de algún lugar?

Una sonrisa coquetaapareció en el rostro del guardia, quien se volteaba en la dirección de lamuchacha, sin soltar su botella de cerveza. — Yo podría decir lo mismo de ti. —aseguró, mirándola de pies a cabeza. Nunca se le había ocurrido romper el hielocon una pregunta como esa. Debería recordarlo para el futuro. Hizo una mueca,como si pensara detenidamente en la pregunta formulada por la chica. — Sí, lo he pensado,pero eres la primera que me lo sugiere.

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Por supuesto que no había reconocido a uno de los miembros de la familia Newsome hasta el momento en el que el rostro del joven quedó a la vista. Demonios, ¿siquiera era mayor de edad como para que le hiciera ese tipo de comentarios? ¿O cómo para que se encontrara en aquel bar?— Sólo cuando resulta sincero decirlo, no mentiría con algo como eso —dibujó una sonrisa en su rostro, aunque por supuesto que la respuesta más honesta habría sido un "no" directo.— Lo lamento, ¿te ha molestado que decidiera reconocer tus horas de esfuerzo en el gimnasio y te recomendase un modo de darles un buen uso?

Enarcó una ceja, antesde dedicarle una mirada despectiva a la muchacha. Se le hacía vagamentefamiliar, seguramente trabaja en el palacio ¿Por qué siempre tenía queencontrarse con personas de ahí? “¿Siempre le haces esa clase de preguntas alas personas que no conoces?” cuestionó en cambio, rodando su asiento paraquedar frente a la chica, escudriñándola, con la esperanza de encontrar algunapista de quien se trataba en su persona. 

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Frunciendo el entrecejo por la pregunta del joven, la doncella decidió ubicarse en un taburete junto al de él aún cuando había varios más que estaban libres y algo le hacía sospechar que no habría sido invitada a unirse al muchacho de haberlo esperado.— ¿Debería sentirme ofendida por esa pregunta? Porque estoy tan sobria como una lechuga... Fresca, digo —se corrigió, y por mucho que pudiese parecer lo contrario, el error no había tenido nada que ver con el alcohol.— ¿Tienes algo con una mínima cantidad de alcohol? Porque sospecho que pedirte agua mineral es en vano —se dirigió hacia el barman, montando un papel que ni ella misma tenía idea del propósito que guardaba. Y sin más, volvió su atención hacia el de cabello castaño.— Hay personas a las que les gusta recibir halagos, ¿sabes? Tal vez me hacía un nuevo mejor amigo tras comentarle sobre un posible negocio millonario. Pero veo que he estado soñando demasiado alto.

Qué. Hacía. En. Un. Bar. Nocturno. Cuando tomó la decisión de dar una vuelta por la ciudad (e intentar aprovechar sus horas libres), desde ya no imaginó que acabaría en un sitio como ese, pese a ser consciente de que el horario limitaba bastante los posibles sitios en los que terminaría su noche. Acompañado de una bebida sin alcohol y de la insoportable música que parecía hacer temblar el lugar, mantenía su vista fija en el vaso, el barman siendo la única persona con la que entabló una conversación hasta que la doncella lo devolvió a la realidad:— ¿Cuántos tragos has tomado hasta el momento? —inquirió, neutral, decantado por ignorar el tópico planteado—  Espero que no utilices esa frase con todo el mundo. O no esperes conocer a alguien significativo en sitios como este, en su defecto. —hizo uso de su pésimo sentido del humor.

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Elevó uno de sus hombros ante la pregunta de la pelirroja, aprovechando cuando una persona que ocupaba un sitio en la barra abandonó su lugar y le dejó el espacio suficiente como para sentarse sobre un taburete.— De camino a aquí no he podido evitar notar como te robas muchas miradas —aunque, si bien la joven era dueña de una belleza que llamaba la atención, sospechaba que lo suyo también podía estar relacionado con el hecho de que fuese alguien famoso. Y es que a pesar de no ser buena identificando la procedencia de todos los que hablaban con un acento, era fácil identificar cuando alguien no era de Illéa. Había aprendido a relacionar eso con el hecho de que se tratase de un miembro de la realeza extranjera, y esa era una buena excusa para atraer todas las miradas.— Bien, quizá no por las monedas pero ¿qué tal por la experiencia? Hay quienes hacen stripteases porque sí, improvisados y espontáneos —y no se refería a ella, por supuesto que no. Aunque bueno, tal vez una vez y un poco más ebria de lo que admitiría.— Para divertirte, ya sabes. Aunque comprendo si eres de las que prefieren otros métodos para divertirse.

Su parte favorita de la visita a Illéa es que nadie podía decirle que no, ¡era la invitada! Si quería salía, sin importar que su doncella balbuceara repetidas veces, preocupada por la seguridad de la joven monarca. Esa noche el destino elegido, meramente al azar, había sido ese club nocturno, que tenía puntos adicionales solo porque le gustaba ver como el sexo contrario hacía un espectáculo ridículo. La barra estaba llena y ella se había hecho un lugar en ella, acompañada también de varios cócteles y mezclas. —¿Por qué lo dices? —Interrogó, terminando con una copa más. —Entiendo que tengo un perfil envidiable, sin embargo poseo mucha más dignidad como para bailotear por unas cuantas monedas. Sobre todo si se trata de personas terriblemente urgidas por un poco de contacto físico. —Arrugó la nariz, moviendo las manos para atraer de nuevo la atención del barman.

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Cualquiera podría decir que el beanie que vestía el príncipe de la Federación Germánica era una pésima elección de disfraz, y sin embargo había sido lo suficientemente bueno como para que la doncella no lo reconociera a la primera.— ¿Qué? Sólo he dicho la verdad —se defendió entretenida, lejos de espantarse al encontrar aquel par de rostros conocidos y optando, en cambio, por sonreír con diversión. Y al oír las palabras del intérprete, la doncella bufó y negó con la cabeza.— Aksel está notablemente celoso, puedo notarlo. No importa si solamente está parado en el escenario, estoy segura de que igualmente los billetes y gritos emocionados de las féminas no tardarían en llegar —enlazó sus brazos en la espalda, viéndose alentada a soltar más halagos ahora que sabía que el que tenía en frente no era ni más ni menos que su jefe. Y es que además no decía ninguna mentira, estaba segura.— ¿Qué los trae a este lugar? No quiero ilusionarme e imaginar que están aquí porque me extrañaban y decidieron rastrearme.

La voz se le hizo muy familiar, y pudo notar, por cómo intentaba mirar a través de él, que a su intérprete también. Así fue como decidió dejar libre sus cabellos del beanie que llevaba a modo de disfraz (idea de Aksel) y se volteó con tremenda sonrisa hacia su doncella. —Stripper —repitió con divertido tono de voz, a punto de soltar una risa. Aksel, por su parte. exclamó el nombre de la doncella mas un montón de cosas más que ahogó el ruido del ambiente, pero que a oídos del príncipe sonaban muy parecidos a quejas típicas del pelirrojo. Dejó ir una risa antes de interrumpir a su traductor con un: —Yo genial stripper. Genial —y asintió con la cabeza. Aksel se acercó y murmuró : “Si los strippers fueran tiesos, éste sería el rey de los strippers”. Bruno rodó los ojos. 

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La soltería de una vieja amistad llegaba, tristemente, a su fin. Y como lo que interpretaba como un mal augurio las cosas iban de mal en peor en la noche destinada a despedir su soltería en un bar local bastante concurrido, consiguiendo que un clima incómodo se acomodara entre los presentes y que la doncella optase por huir rumbo a la barra a la primer oportunidad. Con ideas de posibles soluciones y métodos para remontar la situación dando vueltas en su cabeza fue que se acercó a alguien que se hallaba cerca de su destino, decidiéndose por hablarle:— Vaya, jamás había visto a alguien con tanto potencial como stripper —zalamera, inició una conversación que, sabía, estaba destinada al fracaso.— ¿Nunca has pensado en aprovecharlo?

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Negó con la cabeza ante la sugerencia del príncipe, igualmente distraída por el rostro de la pequeña que parecía ser capaz de robarse la atención de cualquiera que se encontrara cerca de ella.— No puedo creer lo que sale de tu boca, así que te pondré mentalmente en modo silencio y elegiré escuchar sólo lo que me agrade escuchar —aseguró, como si fuese tan fácil y sencillo el hacer oídos sordos a cualquier cosa que no se le antojara lo suficientemente agradable.— ¿Estás pensando en casarte con ella? Dios, apenas tiene dos meses —frunció el entrecejo, elevando su mirada hacia el príncipe. Comprendía que se refería a adoptarla, pero el príncipe todavía no era rey y el jugar a malinterpretarlo se le daba muy bien.— Y además deseas obligarla a llevar un nombre terrible. ¿Con qué clase de loco te he dejado, preciosa? Philippa tal vez te sentaba mejor —le habló ahora a la bebé, acomodando su ropita y procurando que sus movimientos no consiguiesen despertarla.— La verdad es que yo tampoco me sentiré exenta de la posibilidad de aplastarla, deberíamos turnarnos —sugirió en cambio.— Bien, eso nos arregla todos los problemas. La pequeña dormirá contigo esta noche, ya que has hecho de tu habitación la de ella. A menos que quieras que intercambiemos cuartos por esta noche, lo cual para mí no sería un problema —deslizó una sonrisa entretenida por su rostro, en lo absoluto pudiendo imaginarse al príncipe renunciando a la comodidad de su cama para en cambio dormir en su incómodo colchón.

Sus comisuras dibujaron lo que parecía ser una sonrisa tan efímera que resultaba verdaderamente difícil el diferenciarla de una mueca, la tranquilidad con la que la bebé dormía despertaba una especie de instinto paternal en el Irlandés. “Eh, para eso están las nodrizas” y si a él le preguntaban, nada malo podría salir de esas mujeres que tanto se empeñaban en cuidar a los niños como si fueran propios. “además, sin ti en el camino podré cambiarle el nombre. No sé tú pero tiene cara de Bastiana, te lo digo, será una gran princesa” menos mal que aquellas palabras sólo se trataban de una pequeña burla, pues hasta el príncipe aceptaba lo exagerado que aquello podía llegar a ser. “En ese caso Harlow dormirá junto a ti en las noches, créeme, lo último que queremos es que la golpee por accidente o algo así” pronunció sin elevar demasiado su voz, lo último que quería era despertar a la pequeña. “Suena fácil pero apuesto a que ha de tener su chiste” chasqueó su lengua, con severo cuidado se dedicó a depositar a la recién nacida en los brazos de la fémina, estirando los propios una vez que éstos estuvieron libres. “Ehhh” se rascó la nuca, mirando a su alrededor y haciendo memoria. “imagino que esta junto a la bolsa que nos dieron con pañales, fórmula y esas cosas. La última vez que la vi estaba en mi habitación”

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Su mirada viajó hacia el rostro de Harlow, que con grandes ojos curiosos observaba a la nueva acompañante que ambas tenían, en tanto las féminas hablaban entusiasmándose hasta el punto de patalear, mover sus bracitos y emitir una pequeña bulla que casi sugería que deseaba unirse a la charla.— Lo es, ¿no? Es preciosa. Claramente no salió a Bastian —acomodó el pequeño gorrito de la bebé, dibujando una sonrisa entretenida en sus labios y volviendo su mirada hacia la seleccionada, en tanto ponía atención a cada palabra que abandonaba los labios ajenos.— Uhm... Seis años, Jude... ¿En dónde se encuentra el tal Ruffo ahora mismo? Tal vez deberíamos comenzar buscando por ahí —comentó, en tanto se mecía para calmar a la pequeña que había comenzado a balbucear en un tono de voz bastante alto, encontrándose de un humor maravilloso, al parecer.— Si yo fuese un niño de seis años que ha conseguido escaparse de su cuidadora, aprovecharía para hacer lo que quiera. Podría estar llenándose de azúcar en la cocina, escondiéndose en donde nunca lo encontrarás o jugando con el tan famoso Ruffo.

Finalmente sus orbes -que habían estado enfocadas en los detalles más próximos de sus alrededores- recorrieron las facciones ajenas en busca de una respuesta que ya había sido articulada en voz alta. Frunció la nariz con ligereza mientras colocaba los brazos en forma de jarra. Sin embargo, su atención se desvió en dirección a la pequeña figura que descansaba entre los brazos ajenos. “Parece que es bastante tranquila” — admitió, inspeccionando el delicado rostro como si esperase comprobar lo contrario. No lo hizo, claro estaba. “Decir que lo perdí es, tal vez, exagerar toda la situación. Él simplemente ha buscado la mejor forma para deshacerse de mí y lo ha logrado. Ahora no sé en dónde está o cuáles son sus intenciones” — comentó, agitando la cabeza en ambas direcciones. “Tiene seis años, se llama Jude y le gusta conseguir lo que quiere a como de lugar. Camina, habla, grita y patalea en varias ocasiones. Disfruta además de sacarme canas verdes, los postres de la cocina y jugar con Ruffo (la mascota del príncipe Velkan)” — realizó una pausa para poder respirar con normalidad. “Igualmente no me gustaría alarmar a nadie, porque estoy segura de que no ha ido muy lejos” —.

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La pequeña Harlow tenía sus mejillitas sonrosadas tal vez por lo exageradamente abrigada que se encontraba; la calidez que sus mantas y ropas le otorgaban la mantenían protegido de ese frío ambiente que se vivía en los alrededores del palacio; y es que había decidido sacarla a dar un paseo por el exterior, siendo las coloridas decoraciones del jardín lo que conseguían robarse toda la atención de la más pequeña. Y estaba tan concentrada en la pequeña recién nacida que en lo absoluto prestaba atención a lo que sucedía a su alrededor; los niños iban y venían con o sin acompañantes, y aquello se había convertido en algo normal. Fue por ello que no supo responder a la pregunta de la seleccionada cuando la misma se encontró a su lado, su mirada separándose del rostro infantil de la pequeña para encontrarse con las facciones ajenas.— Uh... No, lo siento. Creo que estaba hipnotizada por mi nueva hija —medio bromeó, deslizando una sonrisa por su rostro que no tardó en borrarse por completo.— Espera, ¿lo perdiste? Deberían venir con un collar con GPS o algo como eso —chasqueó la lengua.— ¿Cuántos años tiene? ¿Camina, habla, le gustan los animales?

Liesei había caído en una trampa de Jude. Sí, quizá no debió creerle que los deseos de jugar a las escondidas con ella eran genuinos, pues ni siquiera había llegado a contar hasta el número diez cuando se percató de que todo había sido planeado por el más pequeño. Tal vez que la seleccionada no hiciera caso a sus constantes peticiones y tampoco a las escenitas (ya las toleraba medianamente) que hacía cada vez que se le entregaba una negativa le había llevado hasta esos extremos, casi jurando que le enseñaría una lección a la mayor por siquiera atreverse a llevarle la contraria. “Sé que probablemente esto te sonará repetitivo o algo similar: ¿Has visto a un niño más o menos de esta altura?” — señaló con la mano, observando a los alrededores. “Tiene el rostro de ángel, pero es todo lo contrario” — entonces se percató de que quizá podían confundirlo con cualquiera. “Lleva un gorro color rojo y una chaqueta azul” — añadió, por si las dudas.

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Se inclinó lo suficiente como para dejar un pequeño y suave beso sobre la cabecita de la pequeña, procurando ser siempre tan delicada como para no provocar que se despertara espantada o enojada y comenzara a llorar otra vez.— Por supuesto que me extrañaría, necesita de calor maternal. Y, Bastian, dudo que tú tenga eso —frunció el entrecejo, dirigiendo entonces su mirada hacia el rostro del príncipe.— La mujer me dijo que adoraba dormir en brazos y que, durante la noche, se despierta y llora si no duerme junto a alguien —le comentó, aquel dato resultando relevante porque alguno de los dos iba a tener que dormir con ella esa noche.— ¿Cómo que no tienes idea? Te recuestas con ella en brazos y dejas que tu pecho le sirva de almohada... aunque, bueno, tal vez no seas una almohada tan acolchonada como yo —murmuró divertida, extendiendo sus manos y moviendo sus dedos para invitarlo a entregarle a la pequeña, disponiéndose a tomarla con una delicadeza que no evitó que frunciera el ceño y se quejara por un pequeño instante.— ¿Has visto su chupón en alguna parte? —susurró después, meciéndola en sus brazos para que no perdiera el sueño profundo en el que se encontraba.

Si bien no recordaba mucho de la primera vez que había charlado con quien sería su compañera en aquella actividad -por ello de que el alcohol le había orillado a inventarse un sinfín de cosas en su primer encuentro- lo que logró permanecer en su memoria fueron las facciones femeninas, lo que hizo fácil reconocerla conforme pasaba por aquella puerta.  “Harlow y yo parecemos entendernos bien, dudo que te extrañe en un futuro” un escalofrío le recorrió la espalda una vez que sus propias palabras llegaron a sus oídos, su subconsciente se mofaba de él con aquellas palabras tan crudas y carentes de gracia ahora que las veía de otra forma. “cada vez que abandona mis brazos se pone a llorar y realmente dudo que sea porque es mi fan número uno” pronunció con seguridad, entrecerrando sus ceño, pasando su vista de las infantiles facciones a las de la doncella. “Ni tan padre idea porque no tengo idea de cómo hacer eso, sólo se que mis brazos mueren poco a poco. ¿Podrías sostenerla? ¿O crees que eso la despierte?” susurró de la misma manera, sin certeza alguna sobre lo que podría pasar si el príncipe le cedía a la bebé a su compañera. 

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Sí, podía ser cierto que de no haber recibido aquella advertencia la doncella habría caído en la torpeza de cerrar la puerta como si no hubiese un pequeño y sensible ser descansando plácidamente sobre los brazos de su compañero. Exagerando tal vez al máximo la petición del irlandés (que recientemente había aprendido que no se llamaba como había asegurado, ni era el duque de Inglaterra que, al parece, era tan inexistente como la honestidad del príncipe) se acercó tan sigilosamente como pudo y se colocó junto a la figura masculina.— No le harías eso a la madre de tu hijo, ¿quieres ser un padre soltero de por vida, huh? —inquirió, su mirada siendo conquistada por las bonitas e infantiles facciones de la pequeña bebé que cargaba el príncipe.— Estaba hablando con la mujer que la cuidaba, ¿es cierto que se despierta siempre que la acuestas? —inquirió, ahora dejando que su mirada ascendiera hacia el rostro del príncipe, su voz manteniéndose casi susurrante en un intento por evitar que la pequeña se despertara.— Tú te ves como un padre ideal, imagino que no tendrás problemas en dormir con ella sobre tu pecho.

El príncipe acunaba a la menor en sus manos, había estado dormida durante veinte minutos pero por las malas aprendió que en el momento en el que la pequeña Harlow tocaba la suave cama ésta se despertaba al instante. Fue por ello que el Irlandés abandonó sus aposentos en busca de un lugar tranquilo, el salón de música sería su lugar predilecto hasta que la doncella con la que debía trabajar hiciera acto de presencia y lo relevara. No, no le molestaba en lo absoluto el estar a solas con la bebé, de hecho le recordaba a la época cuando su pequeña hermana era una bebé y él se dedicaba a cuidarla de a ratos, quizás era aquello los lazos con la menor eran mucho más fuertes que con sus demás hermanos. Sumido en sus pensamientos logró escuchar como las puertas del lugar se abrían. “Si al cerrar la puerta haces cualquier ruido para despertarla te juro que haré que te echen de aquí” amenazó, aunque claro, la imagen de él con una bebé en brazos era todo menos aterradora.