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Un año y 3 laptops
Una de las características de los personas con trastorno bipolar es la dificultad para mantener trabajos (entre otras cosas). A algunos les cuesta no quedar completamente afuera del mercado laboral. Escribo esto desde la tercera laptop que uso en el último año. Una por cada agencia de publicidad por la que pasé.
Podría hacer una review sobre cada uno de las compus que tuve o hasta asociarlas a cada etapa del tratamiento: la MAC fue la compu del diagnóstico; la Lenovo me acompañó durante el peor momento de la enfermedad; la Dell es la que uso actualmente y soy optimista con respecto a ella. No me defraudes Dell *cruza los dedos*
Esta empresa está en un edificio enorme con ventanales enormes que no pueden abrirse y dan a un bosque de alerces y abedules. Mentira, dan a la Panamericana que es como un bosque de goles y palios. En mi piso trabajan alrededor de 150 personas distribuidas en boxes y si me paro puedo verlos a todos desde mi escritorio.
Cuando el reloj da las 6 de la tarde todas las personas de todas las oficinas del mundo se paran a lavar sus tazas con el logo de la empresa donde trabajan, apagan sus computadoras, sueltan un “hasta mañana” para todos mirando a nadie, pasan la tarjeta y esperan el piii para cruzar el molinete.
Cuando subo al auto lo primero que hago es elegir la playlist que va a sonar durante el viaje de vuelta. Casi siempre pongo una que hice para cantar en voz alta y sentir como sopla por la ventana el viento de esta libertad domesticada.
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Lillo de chocolate
Hay una frase escrita en mi libreta de notas y no sé si es mía o la tomé prestada de otro. Hace varios días que me esfuerzo por recordar pero no hay caso.
Desde que arranqué con el blog que anoto cada idea que tengo en una app que se llama Evernote. Si me despierta un pensamiento en medio de la noche, si se me cruza una idea mientras manejo, si estoy con amigos y alguien arma una reflexión distinta... Todo lo anoto.
Pero me topé con esta nota de letras blancas y fondo gris oscuro sin firma ni origen. Culpo al Valcote, la Lamotrigina y el Litio que según sus contraindicaciones afectan a la memoria.
La leo varias veces para intentar recordar.
Que flagelo las personas incapaces de actos heroicos, condenadas a vivir siempre historias chiquitas, amores de papel de chocolates, tristezas de un día.
Ojalá no sea plagio. Ojalá no fuese mío.
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Día 91
Mi psicólogo me dice que los ataques de ansiedad se deben a dos factores: altas exigencias o miedo a algo. Todo comprimido en un audio de whatsapp de 50 segundos.
Estos aceleres se cagan bastante en los balances de fin de año, en las respiraciones del mindfulness, en apretar los hielos con las manos y hasta en el clonazepan que es cosa seria. Por eso le escribí.
Salgo a caminar y el servicio meteorológico me hace trampa, me agarra la tormenta del mes. Me abandono a la lluvia y al cambio de temperatura del cuerpo y a la remera mojada y pegada al cuerpo y a las zapatillas escurriendo agua cada vez que piso el suelo. Me entregué a lo único que no era pensamiento o rumiación. Baja la ansiedad.
En ese camino, o en otros de estos tiempos, también se me cayeron un par de certezas, entendí que no hay fórmulas implacables, que hay que cuidar mucho a los que nos cuidan y que a todos nos moja la lluvia.
También descubrí que soy muy bueno haciendo cosas que no me hacen bien. Y que soy muy malo intentando cambiarlo.
Dejé las zapatillas en la puerta del departamento y colgué la remera en el balcón.
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Día 74
Estamos en el balcón del depto de Ana disfrutando de la treja hermosa que formamos con Gabo Chaco. Tomamos en mates y termos separados porque a ellas les gusta amargo y a mí a penas dulce. Le digo a Roma que se vaya pero vuelve una y otra vez a lamerme la rodilla. Los perros no entienden de amores no correspondidos ni de balances de fin de año o canciones tristes en you tube.
Más temprano había pasado por Farmacity a comprar un litio nuevo que me recetó Euge. La caja es naranja y tiene escrito Ceglution XR en bold. Esquivo las contraindicaciones del prospecto y me detengo en lo que dice en el apartado de Posologia: “litio de liberación controlada.”
Me siento resacoso, cansado y somnoliento.
Un par de días después estas sensaciones empeorarán y quedaré expuesto en la agencia con algunos temblores, lentitud para pensar y dificultades para hablar sin tropezar.
Pero todavía estoy en el balcón del 1ro B pensando ¿de dónde habrá salido esta resaca? ¿qué vamos a cenar ahora que cerró el Día? ¿Los perros pueden ser bipolares?
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Pasó Noviembre
Cuando llegó el primer verano en el departamento que alquilo en Villa Ortuzar compré unos sillones acapulco para el balcón que da a la Plaza 25 de Agosto.
Ahí estoy, medio sentado y medio acostado, en el lugar donde tantas veces me tiré apurado al llegar del laburo para alcanzar a leer un pedazo de la novela de turno antes de que el sol también marcara tarjeta.
Esta vez no estoy leyendo. No puedo leer. En realidad no puedo con nada que requiera algún tipo de voluntad, concentración o creatividad.
Los días azul mykonos se amontonan. Llevo casi un mes con esta bruma azul. Empiezo a ver grietas en las estructuras de lo que me rodea. Sé que debería hacer algo pero no puedo.
Le rezo a un Dios pagano que no concede milagros ni navidades. Estoy tentado de mandar a la mierda el litio y el tratamiento. Estoy acostado en el sillón acapulco pero en realidad estoy cayendo.
En su hombro hay una frase manuscrita que no alcanzo a descifrar. Le corro la tira del corpiño y ahora sí leo Falling’s just another way to fly.
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Azul Mykonos
Todos los días a las 8 de la noche la app (Daylio) que uso para monitorear mis estados de ánimo me recuerda que tengo registrar cómo fue mi día. La escala de valoración tiene 5 niveles y cada una está identificada con un color. En esta paleta cromática de mis emociones, gris es horrible, azul es mal, violeta es meh, verde es bien y amarillo es increíble.
Miro el gráfico de octubre y los quiebres de las líneas son menos profundos que en septiembre. Menos saltos y menos colores. También pocos picos amarillos.
Extraño los días en los que todo se tiñe de amarillo y los problemas caen y se hacen polvo igual que la pintura de una pared húmeda y camino seguro por la calle como cuando Bart se chapó a Jessica Alegría.
Octubre está teñido por un triste, pero saludable, azul. Es un azul pálido. Investigo y descubro que se llama Azul Mykonos, por ser junto al blanco el color que predomina en las casitas de la isla griega.
Si el marco del Pantone 18-4434 fuese una ventana, al mirar a través de ella se vería una habitación mal iluminada, apenas ordenada y un hombre pálido parado frente a una radio, buscando con mal pulso la FM que pasa las canciones que le gustan.
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AZ0681
Me cuenta Euge que los primeros síntomas en el trastorno bipolar suelen ser los cambios profundos de estados de ánimo, gastos excesivos o toma de decisiones temerarias.
En julio quise sorprender a un amigo que vive afuera. La idea me pareció tan buena que decidí renunciar a mi trabajo. Tomé el vuelo AZ0681 rumbo a Italia. Bus a Napoles. Arrastré las valijas por el Vomero. Llegué. Pablo no sabía nada. Lloramos. Roberta se rió de nosotros mientras Martina miraba desde el sillón.
Tomé la mala decisión más hermosa que tenía a mano.
El caos es un barrio ordenado y prolijo al lado de Napoles. No es una ciudad que guste a primera vista. No pretende hacerlo. Y es tal vez esa autenticidad y los beneficios propios del caos lo que enamora a los que se animan a vivirla.
Hubo noches de fuego y ron, Martinis prematuros y grapas a destiempo. Nunca desarmados, siempre con una Nastro Azzurro, nos sentamos en cada plaza del centro histórico. De un bar nos echaron por ser felices y estuvo bien.
Recorrimos Nápoles de punta a punta. Sufrimos con las subidas, nos dejamos llevar por las bajadas. Todavía colecciono las ampollas en los pies de aquella caminata eterna por Lungo Mare hasta Menguellia. El último día subimos hasta Vía Falcone y contemplamos desde arriba esa noche que abajo nos saludaba con un abrazo y sabía nuestros nombres. Debatimos sobre cómo debe agarrarse una cerveza. No nos pusimos de acuerdo.
Ahora estoy mirando al cielo haciendo la plancha en el mar. A lo lejos llegan las voces de una charla entre Pablo y Gigi arriba del gomón. Creo que conversan sobre motores. De a ratos me inclino para mirar las casitas de colores de la costa de Procida. Paladeo la sal del Mediterráneo. Faltan algunos minutos para que anclemos en el muelle y almorcemos en la isla.
A veces vuelvo a ese instante cuando las cosas se ponen difíciles.
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Día 28
Busco la forma de convertirme en un bollo perfecto para entrar en uno de los sillones del balcón. Empino los restos de una cerveza tibia. Del otro lado el cielo se ilumina con cada relámpago pero no llueve. Admiro el estilo elegante que encontró la noche para cagarse en las enciclopedias.
Me peleo contra los primeros mosquitos de octubre. Ahora estoy parado apoyado en la baranda del balcón. Ya no hay nadie en la plaza. Me doy cuenta de que es tarde porque empiezan a pasar los bondis del día que arranca.
El aire de la noche llega filtrado por el árbol más alto de la cuadra. Hay grillos, comida china, maní y una canción que no conozco.
Mauro recién se fue. Dejó medio Fernet. En la mano sostengo una lata ya sin peso. Pienso que en el Hospital Fernández debe haber una sala exclusiva para los que tomaron una Quilmes caliente. La tiro y tropieza con otra lata.
Mañana hay elecciones. Me olvidé de tomar el litio y la lamotrigina. Me puteo por este olvido y los de más allá. También por los recuerdos. Por suerte en un rato se va Macri. PV
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Play the playlist
La depresión y la música son dos adolescentes que discuten en la calle a la vista de todos pero después se reconcilian y cogen furiosamente. Durante la etapa depresiva lucho contra la pulsión de vestirme con canciones que hagan juego con mi estado de ánimo. A veces pierdo.
Mi estrategia para evitar que esto pase fue armar una playlist para cada momento de mi rutina. Desayuno con "Jam and lithium toasts at sunrise", salgo a caminar con "Go chasing parks with Clona" y cuando vuelvo del laburo desconecto con "switch off and Prozac". También tengo una para cuando vienen amigos a casa, "Chill & Fluoxetina", y para uno de los planes que más amo: "Sertralina entering through the window on the road".
Pero este plan tiene una grieta enorme que es la ambigüedad perversa de las canciones. Sobre todo en las historias.
La ironía más grande de esto es escuchar una canción y que tenga dos sentidos irrebatibles dependiendo del lado de la mesa del desamor en el que pusieron tu plato.
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Día 21
- Euge: Cómo estás Juan? - Yo: Mucho mejor. El ciclado bajó muchísimo. - Euge: Y los efectos adversos? - ...
El lado B de arrancar el tratamiento con litio es empezar a sentir lentamente (no tan lento) cómo los efectos adversos se amontonan esperando a ser tenidos en cuenta por tu cuerpo.
En estos días que llevo conviviendo con mi nuevo amigo fueron apareciendo temblores en la mano y la mandíbula, un tic en el labio inferior que por suerte desapareció, una especie de lentitud en la lengua y la boca y algo que mi psiquiatra definió como tartamudeo cognitivo.
Pero el peor de todos los efectos secundarios es la sensación de pérdida de creatividad. Se siente como una especie de desconexión con las emociones básicas. Es como si tu casa se estuviera prendiendo fuego, y te estás sofocando y tu ropa está ardiendo pero no alcanzás a ver bien el incendio.
Leí que, por esto, muchos bipolares abandonan el tratamiento. Los entiendo. Euge y Víctor me piden que aguante 6 meses. Prometo que voy a aguantar.
No me gusta nada lo que estoy escribiendo. Estoy mirando todo a través de un acrílico.
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Li 2-1 6,941
Cuando tenía 15 años tuve que estudiar y memorizar la tabla periódica para un examen de química. Me fue mal. Siempre se me dieron mejor las ciencias sociales. Hoy, 23 años después, vuelvo a mirar esa tabla.
Buscando en internet aprendí lo que no sabía cuando desaprobé. Entendí que el casillero de cada elemento tiene la abreviatura del nombre y dos números. Uno, como si se tratara de una batalla naval, corresponde a la fila y al grupo que el elemento tiene en la tabla. Y el otro al peso atómico.
Quiero seguir investigando sobre el Litio pero estoy en la agencia y tengo que terminar de armar una presentación para un cliente. Cierro la pestaña oculta y me pongo a escribir el racional de la campaña.
En estos días viajé varias veces en el tiempo para encontrarme con ese chico que reprobó el examen de química. Lo veo repasando por arriba la tabla periódica y pensando que todo esto en el futuro tendrá tanta utilidad como el Teorema de Pitágoras.
Observo cómo cierra los libros con fuerza y sale corriendo a la canchita para jugar al fútbol. La tabla periódica queda casi totalmente cubierta por la tapa de la carpeta. Toda menos una esquina con un casillero que dice Li 2-1 6,941.
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Sandro y facturas
La de mi abuela era una casa frágil con murallas de ligustrinas. Quedaba en Burzaco y tenía un patio gigante (por lo menos así lo recuerdan los restos del niño que corría por ahí) con un aljibe que no funcionaba, una bomba de agua manual que sí funcionaba y un baño externo que era el único de la casa.
En Adrogué los domingos arrancaban siempre a las 9 en punto con el mismo disco de Sandro. Mis hermanas y yo solíamos levantarnos rápido. Mi vieja aprovechaba a dormir un poco más. Yo tenía la secreta expectativa de que el viejo haya comprado facturas. No siempre pasaba, pero a veces sí.
En la cancha del barrio, los domingos a las 10.30 se juntaban los vecinos de todas las edades a jugar al fútbol. No eran necesarios grupos de facebook ni teléfonos para que el ritual se cumpliera sin errores ni olvidos. A veces, cuando voy visitar a mis viejos, paso por esa cancha árida. Desde lejos miro el partido. Reconozco a cada uno de ellos. No creo que ellos me reconozcan. Yo cambié, me fui y esa cancha quedó lejos. Siento un poco de culpa por eso.
Soy hijo de una tana que me llevó a pasear por la vida de la mano hasta que ya tuve edad de caminar solo. Mi viejo es un tipo duro que laburaba de lunes a sábado. Jugamos poco porque no había tiempo, pero soy autodidacta y traté de copiar sus valores. Quería ser buena persona. Creo que funcionó.
Esos son los rincones más íntimos de mi larga infancia. Son las personas que me abrazaron y me abrazan. Son, como dice Scalabrini, el fortín ante el cual los embates de la vida se mellan.
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Día 16
Le aviso a mi amiga que estoy saliendo para su casa y que, aunque la situación ni en pedo lo amerita, voy con mi campera de cuero porque ya arrancó la primavera y tal vez sea la última oportunidad de usarla. La campera la compré hace un par de semanas en una de esas manías que a veces te hacen tomar decisiones sin sentido.
Armamos un housewarming super chiquito y brindamos con los martinis que preparé. Me pidió que le cuente algunos detalles de lo que me pasa porque descubrió que su novio toma Arepiprazol, un antipsicótico, y estaba preocupada.
Pedimos comida china. Era un montón y nos olvidamos de la salsa de soja. Nos sentamos a comer en el piso. Charlamos sobre enfermedades mentales, gente del mal, agradables sujetos y llorar en los baños. Fuera de foco se veía That ´70s Show gracias a una conexión ilegal de Telecentro.
En un momento mi cabeza comenzó a hacerme trampas. Mis pensamientos se acelerararon. Todo se aceleró. Lo que decía lentamente empezó a perder coherencia. Me esforcé por hablar lento y que no se notara. Me fui. Hablé con mi psiquiatra y aprendí que eso se llama taquipsiquia.
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Ana
Estamos en la plaza que está frente a nuestro edificio, yo como un sanguche de bondiola y ella moja un pedazo de pan en el chimichurri y en la salsa criolla que yo descarté.
Son las 11 o las 12 de la noche. Hablamos de irnos a vivir juntos, de las relaciones, del guasón y de la última de Tarantino, de octubre y de que ojalá las cosas mejoren.
Me dice que hay personas que son buenas compañías y otras que son compañeras. Mastico la frase y le aviso que la voy a usar.
Tenemos un juego que es ir al Día, hacer como que no nos conocemos y entre las góndolas hablar de política en voz alta. Algunas veces preparamos el termo y salimos a dar vueltas por el barrio a las 12 de las noche. Y cada sábado hacemos planes para desayunar que casi nunca cumplimos.
La nuestra es una cotidianidad de momentos chiquitos y redundantes.
Pienso en todos los que atraviesan esto solos. Esta angustia profunda crece y se torna desesperante en momentos de soledad. No sé qué habría hecho si hubiese estado solo. Por suerte no lo sé. Por suerte siempre estuvo Ana.
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Toc toc...
Tener trastorno bipolar no es solo sufrir cambios bruscos y profundos en el estado de ánimo. También es vivir con fuertes estados de ansiedad y TOC.
Hace poco tuve una grave enfermedad. En realidad no, pero estaba seguro de que sí. Entonces me tomaba la fiebre una vez por día.
Todo venía bien en ese contexto de tensión permanente hasta que un día el termómetro mostró 36,9. Lo interpreté como una señal peligrosa y me tomé la temperatura 13 veces en una hora.
Estaba solo y sentado en el sillón naranja de mi departamento, mirando Arrested Development, con él termómetro a un costado. Sabía que era una locura lo que estaba haciendo pero no podía dejar de hacerlo.
Estas obsesiones ansiosas son muy molestas porque vienen de la nada y se alimentan de detalles pequeños y cotidianos. Por eso es que persisten indefinidamente.
Moraleja: NO SEAN BIPOLARES.
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Día 13
Es sábado. Llovió toda la noche, miro por el balcón y el cielo sigue gris. No sé si puedo con eso y con todo esto.
Sé que está mal tener nostalgia de los episodios de manía. Me genera culpa. Pero si estás cruzando el puente peatonal de la estación de Temperley a la madrugada y escuchás pasos, un poco te importa una mierda qué es lo que está mal.
Trepo y salgo del sillón, lavo los platos que tienen varios días en la pileta, cocino las milanesas de berenjenas que sobraron el finde anterior. Salgo para Adrogué. Ya no es gris, es plateado.
Tengo que dejar de buscar tu foto de perfil en las views de mis historias.
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Día 12
Hace tres días que camino las veredas mirando las baldosas. Las que están cerca del laburo son de esas cuadradas y lisas que invitan a jugar a caminar sin pisar las líneas de las juntas. Las que rodean mi casa son de esas grandes y cuadriculadas. Con esas no se puede jugar a nada.
Estos últimos días se parecen al ocaso del fin del mundo pero sé que pasarán y pronto serán una tarde melancólica perdida en la memoria.
Pero hoy no puedo sentir otra cosa que no sea esta tarde triste y húmeda. Y ahí están las veredas con hojas, las veredas nuevas junto a las que siguen rotas, las veredas con flores que se te pegan en la suela de las zapatillas...
Después de algunas cuadras y, mientras lentamente me olvido de las baldosas, veo cómo mi imagen se deforma en los parabrisa de los coches estacionados.
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