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Only a Shipper
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Dᴀɴɢᴇʀ: Mᴀʏ ᴄᴏɴᴛᴀɪɴ ʙᴜʟʟsʜɪᴛ ᴍᴇᴀɴɪɴɢʟᴇss ↬Mᴀsᴏᴄʜɪsᴛ ᴏғ ɪᴍᴘᴏssɪʙʟᴇ OTPs ↬Dᴇᴅɪᴄᴀᴛᴇᴅ ᴀᴄᴄᴏᴜɴᴛ ᴛᴏ ғʀᴇᴇ ᴍʏ ʜʏᴘᴇ ↬Rᴏᴍᴀɴᴛɪᴄ ᴏғ Fᴀɴғɪᴄs ᴀɴᴅ Oɴᴇ-Sʜᴏᴛs [Esp ⇋ Eng]
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only-a-shipper · 2 months ago
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JASON DUVAL Grand Theft Auto VI (2026) dev. Rockstar Games
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only-a-shipper · 3 months ago
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DAWSONS CREEK (6.08) Spiderwebs JENSEN ACKLES as C.J.
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only-a-shipper · 3 months ago
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DAWSONS CREEK (6.14) Clean and Sober JENSEN ACKLES as C.J.
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only-a-shipper · 3 months ago
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DAWSONS CREEK (6.17) Sex and Violence JENSEN ACKLES as C.J.
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only-a-shipper · 3 months ago
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CJ IN EVERY EPISODE: 6x06 - “Living Dead Girl”
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only-a-shipper · 3 months ago
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JON BERNTHAL as Frank Castle Daredevil: Born Again S1:E04 · 2025
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only-a-shipper · 4 months ago
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Juego Cruel // Oneshot - Ghost x König (CoD) -- ESP
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[ Oneshot basado en la OTP entre Ghost y König de Call Of Duty (MW). Este One shot completo en patreon puede tener elementos de contenido +18, leer bajo su propia responsabilidad. ] Es un texto exclusivo de Patreon, ¡échale un vistazo a las diferentes membresías y lo que cada una te pueden ofrecer!
El reloj marcaba las once y media de la noche, y la tenue luz de la habitación los abrazaba en la intimidad compartida. Apenas una pequeña lámpara que tililaba en colores anaranjados era capaz de dibujar la armoniosa y ancha figura de ambos militares. Las paredes gruesas, las cortinas pesadas, todo conspiraba para aislarlos del mundo exterior, creando un santuario donde el tiempo carecía de significado por una vez. Simon "Ghost" Riley se había asegurado de que nada ni nadie pudiera irrumpir en ese espacio que él consideraba sagrado. Había apagado su teléfono, bloqueado la puerta y, como último acto, arrastrado la pesada silla del rincón para trabar cualquier intento de interrupción. Esa noche no iba a compartir a König con nadie, tampoco le iba a permitir salir antes de tiempo. Ni el deber, ni los gritos de algún superior, ni la guerra misma tendrían poder sobre ellos.
Al menos, por unas cuántas horas antes del amanecer.
Se había esforzado mucho los días previos para poder obtener unas horas libres antes de su guardia al amanecer, y aunque su cuerpo estaba agotado, su necesidad de fundirse con König era superior a cualquier cansancio. La necesidad que le despertaba aquel hombre era comparable a la de un animal hambriento y a la de una criatura nocturna totalmente sedienta. Alexander era una especie de paraíso en medio del caos, un oasis en medio de un infierno. El único momento donde todos sus sentidos cobraban protagonismo y su mente lograba apagarse, donde el sentir era algo que le hacía sentirse vivo.
Podía narrar mentalmente, una y otra vez, cada instante en el que König había despertado sensaciones primerizas en él. Recordaba el primer roce de sus manos, el temblor involuntario que lo recorrió cuando sus ojos se encontraron en aquella misión compartida, y el modo en que sus respiraciones se sincronizaban cuando sus cuerpos se entrelazaban en la oscuridad. Pero jamás lo admitiría. Nunca aceptaría, ni siquiera ante sí mismo, que se había enamorado de ese hombre. Se negaba a reconocer que tenía una dependencia irracional hacia esos ojos azules, hacia esa forma única de quererle. Y, sobre todo, se negaba a admitir que König era su debilidad.
Intentaba convencerse con pensamientos crueles, casi despiadados. Se decía que, si se encontrara en una situación en la que tuviera que elegir entre la vida de König y la suya, no dudaría en salvarse a sí mismo. No podía permitirse esa vulnerabilidad; sería estúpido... ¿verdad? Sin embargo, en lo más profundo de su ser, sabía que mentía.
König estaba sentado en el borde de la cama, sus amplios hombros inclinados ligeramente hacia adelante, como si llevara sobre ellos el peso de un mundo que solo Simon podía comprender. Vestía una camiseta gris ajustada que delineaba su figura poderosa, con pequeños agujeros de quemaduras de cigarrillos, recuerdos de noches largas y vigilias compartidas con sus compañeros. Sus pantalones de descanso caían sobre sus caderas con una aparente despreocupación, pero Ghost conocía cada línea y cada curva bajo esa tela. A pesar de su altura imponente y sus músculos marcados, en ese instante parecía un gigante apacible, vulnerable y expuesto ante el torbellino de emociones que Simon desataba en él.
Ghost se acercó en silencio, sus pasos amortiguados por la alfombra áspera. Observó el perfil de König, la línea recta de su mandíbula, la forma en que su cabello despeinado caía sobre su frente, creando sombras que bailaban al ritmo de la luz titilante. Cada detalle estaba grabado en su memoria, cada rasgo formaba parte de un mapa que había recorrido en incontables noches como aquella. Pero lo que más le atraía era la mirada de König: esos ojos azules que parecían contener un océano entero, profundos, enigmáticos, y, al mismo tiempo, llenos de una ternura que solo él podía provocar. König levantó la vista al sentir su presencia, y sus ojos se encontraron en un choque silencioso de emociones. No hicieron falta palabras; en esa mirada se dijeron todo. König bajó la guardia solo para él. Frente a los demás, siempre mantenía su máscara imperturbable, su fachada de guerrero indomable. Pero en ese cuarto, bajo aquella luz suave y anaranjada, se permitía ser solo Alexander, vulnerable, humano... y completamente suyo.
Esa pureza, esa exclusividad, era lo que lo volvía tan adictivo para Simon. Nadie más conocía ese lado de König. Nadie más podía tocar esa fragilidad oculta tras la coraza de fuerza. Y Ghost, que había perdido tanto en la vida, no estaba dispuesto a compartirlo. No esa noche. No hasta que el amanecer viniera a reclamar lo que era suyo por derecho.
Simon se postró ante él, despojándose de la camisa con movimientos lentos y deliberados. La tela pesada cayó a un lado perdiéndose en la eterna oscuridad del juego de luces y sombras del cuarto, y mostró todo su torso definido y ancho. Las cicatrices se dibujaban aún más perfectas en relieve, y el tatuaje de su antebrazo acompañaba el cuadro de perfección que era Simon Riley. Sus vaqueros tácticos caían sobre su cintura marcándose la pelvis en su fisionomía perfecta, y Alexander no pudo evitar repasar su figura con la mirada y tragar de forma gruesa saliva.
Los ojos azules de Alexander subieron desde el cierre de su pantalón hasta el rostro del mayor, perdiéndose en su belleza, aunque estuviese aún cubierta con aquel pasamontañas que siempre cubría sus facciones. Aún así, podía ver sus hermosos ojos, esos ojos en los que en aquella ocasión no había rastro de violencia, sino un deseo cargado de ternura.
Inclinó ligeramente la cabeza para mirarlo desde arriba, sus dedos enguantados deslizándose con cuidado sobre la mandíbula de Alexander para repasar ese perfil tan perfecto. Alexander no se movió, su cuerpo en tensión, su respiración entrecortada. Se sintió vulnerable bajo aquel toque, expuesto como nunca antes, pero no podía apartarse. No quería apartarse.
—¿Listo para mí?
Alexander no encontró palabras, sus labios entreabiertos sin voz. Pero su respiración se aceleró perceptiblemente, su pecho subiendo y bajando con un ritmo incontrolable, y sus ojos brillaron con una mezcla de anhelo y sumisión. Asintió lentamente, el gesto torpe y casi animal, como un guerrero rindiéndose ante un poder superior. Y en ese momento, Simon supo que lo tenía, completo y absolutamente.
Sin romper el contacto visual, Simon subió a horcajadas sobre las anchas piernas de König, moviéndose con la precisión de un depredador. Sus manos encontraron los costados del cuello del austríaco, firmes y posesivas, sus pulgares sintiendo el pulso acelerado bajo la piel caliente. Se inclinó lentamente, obligándolo a recostarse sobre la cama, a rendirse bajo su control. Las piernas de König cedieron y su espalda tocó el colchón con un leve crujido de los resortes. Era un gigante doblegado, vulnerable y dócil bajo las manos de su amante.
Simon alzó apenas la tela del pasamontañas, descubriendo sus labios. Un pequeño gesto que revelaba una intimidad inmensa. Se permitió besar a König entonces, primero con suavidad, explorando sus labios como si fuera la primera vez, con una ternura que contradecía su fuerza. Era un beso que contenía anhelos antiguos, deseos nunca dichos y un amor que no podía permitirse nombrar. Lo reclamaba, despacio, asegurándose de que cada rincón de esa boca le perteneciera.
Y vaya si lo hacía.
Su lengua se adentraba en las fauces de Alexander con una lentitud y presencia que le hacía gemir de forma ronca. Sentía la humedad cálida de su sinhueso entremezclarse con la ajena en una danza que le arrancaba el aliento, y sabía que podía perderse en ese juego de caricias íntimas por horas; hasta que su garganta se quedase seca y sus labios hinchados.
El temblor en las manos de König fue sutil, pero Simon lo sintió. Esos dedos grandes y ásperos se posaron en su espalda desnuda, titubeantes al principio, como temiendo romper el hechizo. Pero Simon no se apartó, no le quitó las manos de encima como solía hacer en otras ocasiones. Esta vez, se permitió sentir. Se permitió ser tocado, ser reclamado también. Y el toque de König fue como fuego recorriéndole la columna, incendiando su piel, derritiendo sus defensas.
El beso cambió entonces. Se hizo más profundo, más urgente. La delicadeza dio paso a una necesidad desenfrenada, un hambre que había sido contenida demasiado tiempo. Las manos de Ghost, siempre tan calculadoras, tan precisas, se volvieron erráticas y hambrientas. Una de ellas se deslizó lentamente por el torso de König, delineando sus músculos con una reverencia casi devocional, como si quisiera memorizar cada centímetro de su piel. La otra se hundió en su cabello corto, sus dedos cerrándose con fuerza mientras tiraba ligeramente hacia atrás, exponiendo su cuello pálido.
Y allí, Simon se perdió. Sus labios encontraron el pulso acelerado en esa garganta expuesta, besándola con una suavidad sorprendente. Pero luego vinieron los mordiscos, cada uno dejando una marca roja, una evidencia de su paso, de su posesión. Lo marcaba, reclamándolo como suyo, y König se arqueaba bajo él, sus jadeos ahogados llenando el aire pesado de la habitación.
Las manos de König se aferraron a su cintura, sus dedos largos y fuertes enterrándose en la piel de Simon, acercándolo aún más, obligándolo a pegarse, torso contra torso. La fricción era deliciosa, un roce que electrizaba sus nervios, y el calor compartido los envolvía, haciéndolos olvidar todo lo demás. Allí, en esa cama, en esa noche robada al tiempo, no había guerra, ni muerte, ni deberes. Solo estaban ellos dos, completos y vivos en los brazos del otro.
—No tienes idea de cuánto pienso en esto —susurró Simon, su aliento caliente sobre el oído de König—. Todo el maldito día, cada segundo que no estoy contigo, solo pienso en cómo me haces sentir…
König cerró los ojos, sus pestañas temblando contra sus mejillas. Las palabras de Simon resonaron en su mente, golpeándolo con una intensidad abrumadora. ¿Cómo podía responder a eso? ¿Cómo podía expresar todo lo que él también sentía? Abrió la boca para hablar, pero Ghost no le dio oportunidad. Lo silenció con un beso urgente, feroz, desesperado. Un beso que hablaba de amor, de deseo y de una necesidad tan antigua como el tiempo.
La conexión entre ellos iba más allá de lo físico. Cada caricia, cada mirada era un recordatorio de que, en un mundo lleno de muerte y caos, ellos habían encontrado algo que no podía ser quebrado. Simon dejó de lado su máscara, su coraza de soldado imperturbable, para ser simplemente un hombre que amaba con una intensidad casi salvaje. Y König, a su vez, dejó de ser el gigante inquebrantable para convertirse en alguien que podía desmoronarse en los brazos de quien amaba, seguro de que sería sostenido.
El tiempo dejó de existir para ellos. Simon se dedicó a recorrer cada centímetro de König con sus labios, como si estuviera grabando un mapa en su memoria. Acariciaba con paciencia infinita, como si el mundo pudiera esperar, como si nada más importara. Cada gemido, cada susurro, cada estremecimiento de König alimentaba su obsesión, su necesidad de perderse en él y hacerle olvidar todo lo demás.
Cuando alguien golpeó la puerta desde el otro lado, el hechizo se rompió. La realidad irrumpió como una ráfaga helada, desgarrando la burbuja de intimidad que habían creado. El cuerpo de Simon se tensó al instante, sus músculos marcándose bajo la piel mientras se incorporaba ligeramente. Sus ojos se clavaron en la entrada con una ferocidad letal, una expresión tan fría y peligrosa que podría haber congelado el infierno mismo. Era un depredador al acecho, listo para atacar.
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only-a-shipper · 4 months ago
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Cruel Game // Oneshot - Ghost x König (CoD) -- ENG
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[Oneshot based on the OTP between Ghost x König from Call Of Duty (MWII). This full one shot on patreon may have elements of +18 content, read at your own risk.] This is a Patreon exclusive text, check out the different memberships and what each one can offer you!
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REMINDER:
This story has been written in Spanish, which is my native language. This story has been translated to the best of my ability, although it is possible that it may have mistakes.
This is just a way to transport my writing to a common language for the rest of fans like me. For a better immersion, I recommend reading the story in its original version.
Thank you so much for reading me and see you in the stars.
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The clock struck half past eleven at night, and the dim light of the room enveloped them in shared intimacy. Only a small lamp flickering in shades of amber could outline the harmonious and broad figures of both soldiers. The thick walls, the heavy curtains—everything conspired to isolate them from the outside world, creating a sanctuary where time held no meaning, at least for once. Simon "Ghost" Riley had made sure that nothing and no one could intrude upon this space he considered sacred. He had turned off his phone, locked the door, and, as a final act, dragged the heavy chair from the corner to block any attempt at interruption. Tonight, he wasn’t going to share König with anyone. He wouldn’t let him leave early either. Not duty, not the shouts of a superior, not even the war itself would have power over them.
At least, for a few hours before dawn.
He had worked hard in the days leading up to this moment to secure a few free hours before his morning shift. And even though his body was exhausted, his need to merge with König outweighed any fatigue. The need this man awakened in him was akin to that of a starving animal or a nocturnal creature parched with thirst. Alexander was a sort of paradise amid chaos, an oasis in the midst of hell. The only moment when all his senses took center stage and his mind could finally shut off, where feeling was the one thing that made him feel alive.
He could mentally replay, over and over, every moment when König had awakened new sensations in him. He remembered the first brush of their hands, the involuntary shiver that ran through him when their eyes met during that shared mission, and the way their breaths synchronized when their bodies intertwined in the darkness. But he would never admit it. He would never accept, not even to himself, that he had fallen in love with this man. He refused to acknowledge that he had an irrational dependency on those blue eyes, on that unique way of loving him. And, above all, he refused to admit that König was his weakness.
He tried to convince himself with cruel, almost ruthless thoughts. He told himself that if he were in a situation where he had to choose between König's life and his own, he wouldn’t hesitate to save himself. He couldn’t afford that vulnerability; it would be foolish... right? Yet, deep down, he knew he was lying.
König sat at the edge of the bed, his broad shoulders leaning slightly forward as if bearing the weight of a world only Simon could understand. He wore a tight gray t-shirt that outlined his powerful figure, with small cigarette burn holes—remnants of long nights and shared watches with his comrades. His lounge pants hung on his hips with an apparent carelessness, but Ghost knew every line and curve beneath that fabric. Despite his imposing height and chiseled muscles, at that moment, he looked like a gentle giant, vulnerable and exposed to the storm of emotions Simon unleashed in him.
Ghost approached silently, his steps muffled by the rough carpet. He observed König's profile—the straight line of his jaw, the way his messy hair fell over his forehead, casting shadows that danced to the flickering light. Every detail was etched in his memory; every feature formed part of a map he had traced on countless nights like this one. But what drew him in the most was König’s gaze: those blue eyes that seemed to contain an entire ocean, deep, enigmatic, and yet full of a tenderness only Simon could provoke.
König looked up upon sensing his presence, and their eyes met in a silent clash of emotions. No words were needed; in that gaze, they said everything. König let his guard down for him alone. In front of others, he always kept his impenetrable mask, his façade of an indomitable warrior. But in this room, under that soft amber light, he allowed himself to be just Alexander—vulnerable, human... and completely his.
That purity, that exclusivity, was what made König so addictive to Simon. No one else knew that side of him. No one else could touch that hidden fragility behind his armor of strength. And Ghost, who had lost so much in life, wasn’t willing to share it. Not tonight. Not until dawn came to reclaim what was rightfully its own.
Simon knelt before him, slowly and deliberately stripping off his shirt. The heavy fabric fell aside, vanishing into the eternal darkness of the room's play of light and shadow, revealing his broad, sculpted torso. Scars stood out even more perfectly in relief, and the tattoo on his forearm completed the picture of perfection that was Simon Riley. His tactical jeans rested low on his waist, highlighting his pelvis in his flawless physique, and Alexander couldn't help but let his gaze linger on his form, swallowing thickly.
Alexander’s blue eyes traveled from Simon's waistband to his face, getting lost in his beauty, even though it was still covered by that balaclava that always concealed his features. Even so, he could see his beautiful eyes—those eyes that, this time, bore no trace of violence but a desire charged with tenderness.
Simon tilted his head slightly to look down at him, his gloved fingers gently tracing Alexander's jawline, outlining that perfect profile. Alexander didn't move, his body tense, his breathing uneven. He felt vulnerable under that touch, exposed like never before, but he couldn't pull away. He didn’t want to.
—Ready for me?
Alexander found no words, his slightly parted lips voiceless. But his breathing quickened noticeably, his chest rising and falling uncontrollably, and his eyes shone with a mix of longing and submission. He nodded slowly, the gesture clumsy and almost primal, like a warrior surrendering to a superior force. And at that moment, Simon knew he had him—completely and utterly.
Without breaking eye contact, Simon straddled König’s broad legs, moving with a predator’s precision. His hands found the sides of the Austrian's neck, firm and possessive, his thumbs feeling the rapid pulse beneath the warm skin. He leaned in slowly, forcing König to lie back on the bed, to surrender under his control. König’s legs gave way, and his back met the mattress with a faint creak of the springs. He was a giant subdued, vulnerable and docile beneath his lover’s hands.
Simon pulled up the edge of his balaclava, revealing his lips—a small gesture that conveyed immense intimacy. He allowed himself to kiss König then, first with gentleness, exploring his lips as if it were the first time, with a tenderness that belied his strength. It was a kiss that held ancient yearnings, unspoken desires, and a love he couldn’t afford to name. He claimed him slowly, ensuring every corner of that mouth belonged to him.
And he did.
Their connection went beyond the physical. Every touch, every look was a reminder that in a world full of death and chaos, they had found something unbreakable. Simon shed his mask, his soldier’s armor, to be simply a man who loved with an almost savage intensity. And König, in turn, ceased to be the unyielding giant to become someone who could fall apart in the arms of the one he loved, knowing he would be held.
Time ceased to exist for them. Simon devoted himself to exploring every inch of König with his lips, as if engraving a map in his memory. He touched with infinite patience, as if the world could wait, as if nothing else mattered.
But when someone knocked on the door, the spell shattered. Reality intruded like an icy gust, tearing apart the bubble of intimacy they had created. Simon's body tensed instantly, his muscles standing out under his skin as he sat up slightly. His eyes locked on the doorway with lethal ferocity, an expression so cold and dangerous it could’ve frozen hell itself. He was a predator ready to strike.
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only-a-shipper · 5 months ago
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Pesadillas // Oneshot - Leon Kennedy x Chris Redfield (Resident Evil) -- ESP
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[ Oneshot basado en la OTP entre Leon Kennedy y Chris Redfield de Resident Evil. Este One shot completo en patreon puede tener elementos de contenido +18, leer bajo su propia responsabilidad. ] Es un texto exclusivo de Patreon, ¡échale un vistazo a las diferentes membresías y lo que cada una te pueden ofrecer!
La noche cubrió su mundo con una pesada y falsa calma, como si el tiempo se hubiera detenido en medio de una tormenta eterna. Las sombras se deformaban y el aire se sentía denso, como si el viento llevara consigo la desesperación. En la habitación, la calma era rara, un refugio frágil que Leon y Chris sabían apreciar. Aquella serenidad, tan sutil como la luz de la luna que ahora se filtraba a través de las cortinas translúcidas, era el único consuelo que conocían en un mundo donde todo parecía roto y sin posible cura.
El suave sonido de la respiración de Chris llenaba el espacio, profundo y acompasado, como un latido que, por un momento, parecía sostener el mundo a su alrededor. Para Leon, ese ritmo era un ancla, un refugio que le ayudaba a mantener a raya los demonios que nunca dejaban de acechar en las profundidades de su mente. Pero esa noche, la paz que tan cuidadosamente habían cultivado se desmoronó, tan frágil como una burbuja bajo la presión del viento.
En su sueño, Leon corría. El aire estaba cargado de un hedor nauseabundo, una mezcla repulsiva de descomposición y cenizas, que se colaba en sus pulmones con cada inhalación. Los edificios que una vez fueron monumentos de la civilización se alzaban ahora como esqueletos carbonizados, sus estructuras retorcidas y quemadas por el paso del tiempo y la violencia. El cielo, de un gris pesado, oprimía la tierra, un lienzo de desesperanza que parecía aplastar todo a su paso. Los ecos de sus botas resonaban en el pavimento agrietado mientras disparaba a todo lo que se movía, pero las criaturas no cesaban. Los zombies, siempre más, siempre al acecho, parecían multiplicarse a medida que caían las balas.
Y luego, lo vio. Chris estaba rodeado, su figura, siempre tan fuerte, ahora se veía vulnerable. Su compañero, su amante, la única persona en la que siempre había confiado, estaba arrodillado en el suelo, luchando con todas sus fuerzas por sobrevivir, mientras manos podridas lo sujetaban con fiereza. El rostro de Chris se retorcía por el esfuerzo, el sudor y la sangre mezclándose mientras intentaba apartar a las criaturas que lo devoraban. Los gritos de Chris resonaban, desgarrando el aire y la cordura de Leon. Pero lo que más lo hirió, lo que le desgarró el alma, fue escuchar su nombre. Una súplica que atravesaba el aire, marcada por el dolor y la desesperación, un sonido que Leon sabía que jamás podría olvidar.
Desesperado, Leon corrió hacia él, disparando con furia, pero las balas nunca llegaban a alcanzar a las criaturas. Ellas seguían su avance imparable, como un torrente de muerte que no podía ser detenido. Una tras otra, las criaturas se abalanzaron sobre Chris, desgarrando su carne con violencia. Transformaba su piel en jirones de carne. La sangre salpicó el suelo, salpicó su rostro, pero la sensación de impotencia que invadió a Leon fue más fuerte que cualquier golpe físico. A cada segundo, parecía que el tiempo se ralentizaba. Sus piernas, como si estuvieran atrapadas en cemento, no podían moverse, y su grito de desesperación se ahogó en la garganta.
—¡Chris! ¡NO! —su voz se quebró en un lamento desgarrador, pero nada cambiaba.
El mundo parecía arrastrarlo hacia atrás, un abismo implacable que lo mantenía alejado de la única persona que alguna vez significó todo para él. Y cuando finalmente, los ojos de Chris lo buscaron por última vez, Leon vio el vacío, la ausencia de esperanza que ya no podía contenerse en esos ojos que siempre habían sido su faro.
El cuerpo de Chris había quedado reducido a la nada mientras las bestias lo devoraban en un paraíso derruido y pueblerino. El sonido de sus fauces devorando su piel y rompiendo sus huesos se le atragantó en el pecho. Veía los ojos de Chris vacíos, mientras lágrimas de sangre caían como un río donde las promesas ya no servían.
De pronto, el silencio.
Leon despertó de golpe pero no fue capaz de abrir sus ojos, el salto que lo arrancó del sueño hacia una realidad aún envuelta en sombras. Su cuerpo estaba empapado en sudor frío, su pecho subía y bajaba con rapidez, como si intentara recuperar el aliento que se le había escapado en su pesadilla. Pero aún no estaba completamente libre de la trampa de su mente. Entre la pesadilla y la realidad, se retorcía, y el eco de esos gritos todavía retumbaba en sus oídos. Las lágrimas caían por sus mejillas, pero no podía detenerlas. No podía comprender por qué no podía salvarlo.
—Leon… Leon, despierta —la voz de Chris, grave y llena de preocupación atravesó la neblina de la confusión.
Leon sintió la presión de una mano firme, pero suave, que lo sacudía con cuidado, tratándote de traer de vuelta. Y, finalmente, sus ojos se abrieron como si la vida misma hubiera estado suspendida, esperando el momento de su regreso. Su respiración era irregular, como si hubiera estado ahogándose bajo el peso de sus propios miedos. Le faltaba el aliento, sentía que su garganta estaba apretada y se arañó el cuello bajo la sensación de asfixia. Su mirada estaba perdida, vidriosa, como si no pudiera reconocer a Chris de inmediato.
—C-Chris… —murmuró, apenas capaz de articular las palabras, la visión de su compañero tan real y tan cerca, pero su mente aún atrapada en los ecos de la pesadilla.
—Oye, soy yo… soy yo, Leon —dijo Chris, rodeándolo con ambos brazos una vez apartó la mano ajena de su cuello, ignorando los espasmos que aún sacudían el cuerpo del otro hombre. Lo acunó contra su pecho, sintiendo el calor de sus lágrimas empaparle la camiseta.
Leon tembló violentamente y, al final, rompió a llorar, sus manos aferrándose a la espalda de Chris como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento.
—Te perdí… No pude salvarte… —Sus sollozos entrecortados y llenos de una angustia que no podía disiparse, sus manos aferrándose a la espalda de Chris como si tuviera miedo de que el hombre se desvaneciera.
Chris acarició su cabello, hablándole en susurros calmados, asegurándole que estaba allí, que estaba a salvo. Sentía cómo el miedo de Leon se deslizaba por su piel como un veneno que solo el tiempo y su consuelo podrían neutralizar.
—Fue solo un sueño, Leon. Estoy aquí, contigo. No voy a ninguna parte, ¿me oyes? —dijo Chris, con una firmeza que esperaba que lo anclara a la realidad—. Sólo era una pesadilla.
Afuera, las sombras de los árboles se mecían suavemente con el viento, sus ramas arañando los ventanales como si quisieran invadir el refugio en el que Chris y Leon se encontraban. El reloj en la pared emitía un tictac constante, una banda sonora tranquila que apenas lograba ocultar el silencio profundo de las instalaciones. Todo parecía en orden; todo estaba bajo control, o al menos eso creía Chris cuando decidió, finalmente, que era seguro recostarse junto a Leon al principio de la noche.
Antes de recostarse junto a Leon, Chris había recorrido cada rincón del lugar, asegurándose de que no hubiera amenazas cerca. Cada noche, esa rutina se había convertido en un ritual, un ejercicio casi automático de protección. En su mente, los procedimientos de seguridad no eran solo una necesidad, sino una obligación que debía cumplir no solo por su propia vida, sino por la de Leon también. Había algo en ese acto de vigilar, de asegurarse de que nada los alcanzara, que le daba sentido a cada día. En un mundo que parecía decidido a consumirlos, lo único que le mantenía anclado era la protección de su compañero, ese vínculo que se había forjado en la lucha y que, de alguna manera, lo hacía sentir que aún había algo por lo que valía la pena pelear.
Pero incluso con toda la cautela de Chris, el descanso que tanto necesitaba fue fugaz. Apenas había cerrado los ojos, sucumbiendo a la sensación de alivio que un cuerpo exhausto experimenta al encontrar el descanso, cuando un sonido bajo, lastimero, lo arrancó de su somnolencia. Fue como si algo en su interior, algo entrenado hasta el límite, se hubiera encendido al instante. Sus sentidos, siempre alertas, se agudizaron en la oscuridad, detectando cualquier cambio, cualquier amenaza que pudiera estar acechando. Con una precisión que solo los años de experiencia le otorgaban, sus manos se movieron sin pensarlo, buscando el peso familiar del arma que siempre descansaba cerca. El metal frío del cañón bajo su palma le recordó, una vez más, que la seguridad nunca era absoluta. No había espacio para el descuido.
Sin embargo, no hubo amenaza. Ningún intruso. Sólo Leon.
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only-a-shipper · 5 months ago
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Nightmares // Oneshot - Leon Kennedy x Chris Redfield (Resident Evil) -- ENG
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[Oneshot based on the OTP between Leon Kennedy and Chris Redfield from Resident Evil. This full one shot on patreon may have elements of +18 content, read at your own risk. This is a Patreon exclusive text, check out the different memberships and what each one can offer you!
...
REMINDER:
This story has been written in Spanish, which is my native language. This story has been translated to the best of my ability, although it is possible that it may have mistakes.
This is just a way to transport my writing to a common language for the rest of fans like me. For a better immersion, I recommend reading the story in its original version.
Thank you so much for reading me and see you in the stars.
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The night covered his world with a heavy and false calm, as if time had stopped in the middle of an eternal storm. The shadows warped, and the air felt dense, as if the wind carried despair with it. In the room, the calm was rare, a fragile refuge that Leon and Chris knew how to appreciate. That serenity, as subtle as the moonlight now filtering through the translucent curtains, was the only comfort they knew in a world where everything seemed broken and beyond repair.
The soft sound of Chris's breathing filled the space, deep and steady, like a heartbeat that, for a moment, seemed to hold the world around them. For Leon, that rhythm was an anchor, a refuge that helped him keep the demons that never ceased to lurk in the depths of his mind at bay. But that night, the peace they had so carefully cultivated shattered, as fragile as a bubble under the pressure of the wind.
In his dream, Leon was running. The air was thick with a nauseating stench, a repulsive mix of decay and ashes, creeping into his lungs with each breath. The buildings that had once been monuments of civilization now stood as charred skeletons, their structures twisted and burned by time and violence. The sky, a heavy gray, pressed down on the earth, a canvas of hopelessness that seemed to crush everything in its path. The echoes of his boots resonated on the cracked pavement as he shot at everything that moved, but the creatures never ceased. The zombies, always more, always lurking, seemed to multiply as the bullets fell.
And then, he saw it. Chris was surrounded, his figure, once so strong, now appeared vulnerable. His companion, his lover, the only person he had ever trusted, was kneeling on the ground, fighting with all his strength to survive as rotten hands held him fiercely. Chris's face twisted in effort, sweat and blood mixing as he tried to push away the creatures devouring him. Chris's screams echoed, tearing through the air and Leon’s sanity. But what hurt him most, what tore his soul apart, was hearing his name. A plea that pierced the air, marked by pain and desperation, a sound Leon knew he would never forget.
Desperate, Leon ran toward him, shooting furiously, but the bullets never reached the creatures. They continued their unstoppable advance, like a torrent of death that could not be stopped. One after another, the creatures lunged at Chris, tearing his flesh with violence. They turned his skin into ragged strips of meat. Blood splattered the ground, splashed onto his face, but the feeling of helplessness that flooded Leon was stronger than any physical blow. With each passing second, it seemed like time slowed. His legs, as if trapped in cement, couldn’t move, and his scream of desperation died in his throat.
—¡Chris! ¡NO! —his voice cracked in a heartbreaking wail, but nothing changed.
The world seemed to drag him backward, an unrelenting abyss keeping him away from the only person who had ever meant everything to him. And when, finally, Chris's eyes searched for him one last time, Leon saw the emptiness, the absence of hope that could no longer be contained in those eyes that had always been his beacon.
Chris's body had been reduced to nothing as the beasts devoured him in a ruined, rustic paradise. The sound of their jaws tearing his skin and breaking his bones choked him in his chest. He saw Chris's eyes empty, as tears of blood fell like a river where promises no longer mattered.
Then, silence.
Leon woke abruptly but couldn’t open his eyes, the jolt pulling him from the dream into a reality still shrouded in shadows. His body was soaked in cold sweat, his chest rising and falling rapidly, as if trying to catch the breath that had slipped away in his nightmare. But he wasn’t fully free of his mind's trap yet. Between nightmare and reality, he twisted, and the echo of those screams still reverberated in his ears. Tears ran down his cheeks, but he couldn’t stop them. He couldn’t understand why he couldn’t save him.
—Leon… Leon, wake up —Chris's voice, deep and full of concern, cut through the fog of confusion.
Leon felt the pressure of a firm but gentle hand shaking him carefully, trying to bring him back. And, finally, his eyes opened as if life itself had been suspended, waiting for his return. His breathing was irregular, as if he had been drowning under the weight of his own fears. He was breathless, his throat tight, and he scratched at his neck in a vain attempt to ease the sensation of suffocation. His gaze was lost, glassy, as if he couldn’t immediately recognize Chris.
—C-Chris… —he murmured, barely able to articulate the words, his companion’s image so real and so close, yet his mind still trapped in the echoes of the nightmare.
—Hey, it’s me… it’s me, Leon —Chris said, wrapping both arms around him once he moved the foreign hand from his neck, ignoring the spasms still shaking the other man’s body. He cradled him against his chest, feeling the warmth of his tears soaking his shirt.
Leon trembled violently and, in the end, broke down in tears, his hands gripping Chris's back as if afraid he could disappear at any moment.
—I lost you… I couldn’t save you… —His sobs were broken and filled with an anguish that wouldn’t dissipate, his hands holding onto Chris’s back as if he feared the man might vanish.
Chris stroked his hair, speaking to him in soft whispers, assuring him that he was there, that he was safe. He felt Leon’s fear sliding down his skin like a poison that only time and his comfort could neutralize.
—It was just a dream, Leon. I’m here, with you. I’m not going anywhere, do you hear me? —Chris said, with a firmness he hoped would anchor Leon to reality—. It was just a nightmare.
Outside, the shadows of the trees swayed gently in the wind, their branches scraping the windows as if they wanted to invade the refuge where Chris and Leon were. The clock on the wall ticked steadily, a tranquil soundtrack that barely concealed the deep silence of the facility. Everything seemed in order; everything was under control, or at least that’s what Chris thought when he finally decided it was safe to lie down next to Leon at the beginning of the night.
Before lying next to Leon, Chris had checked every corner of the place, making sure there were no threats nearby. Every night, that routine had become a ritual, an almost automatic exercise in protection. In his mind, security procedures weren’t just a necessity, but an obligation he had to fulfill not just for his own life, but for Leon’s as well. There was something in that act of vigilance, of ensuring that nothing reached them, that gave meaning to every day. In a world that seemed bent on consuming them, the only thing that kept him anchored was the protection of his partner, that bond forged in the struggle that, in some way, made him feel like there was still something worth fighting for.
But even with all of Chris's caution, the rest he so desperately needed was fleeting. He had barely closed his eyes, succumbing to the sense of relief that an exhausted body experiences when it finally finds rest, when a soft, mournful sound jolted him from his drowsiness. It was as if something inside him, something trained to the limit, had ignited instantly. His senses, always alert, sharpened in the darkness, detecting any change, any threat that might be lurking. With the precision that only years of experience gave him, his hands moved without thought, searching for the familiar weight of the weapon that always rested nearby. The cold metal of the barrel under his palm reminded him once again that safety was never absolute. There was no room for negligence.
However, there was no threat. No intruder. Only Leon.
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only-a-shipper · 5 months ago
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You Are My Quarter Mile | Dom x Brian (Fast and Furious) [ENG]
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[Fan-fiction based on the OTP between Dominic Toretto and Brian O'Conner (Fast and Furious) With gasoline in their veins and living life on the road on the wrong side of the law, Dominic Toretto's life will take a complete turn with the arrival of Brian O'Conner. When the heart comes into play, there's no possible handbrake for the soul.
...
REMINDER:
This story has been written in Spanish, which is my native language. This story has been translated to the best of my ability, although it is possible that it may have mistakes.
This is just a way to transport my writing to a common language for the rest of fans like me. For a better immersion, I recommend reading the story in its original version.
You can find this story on Wattpad and Archive of Our Own.
Thank you so much for reading me and see you in the stars.
...
Chapter 4 - TIME IS RUNNING OUT
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The afternoon sun, languid and golden, painted the sky with a canvas of orange and amber strokes, as Brian drove his old reddish Ford van toward Harry's workshop. The engine emitted a rhythmic hum, a constant accompaniment that, along with the whisper of the tires on the asphalt, blended with Brian's thoughts, distracted between the pending repairs and the fixes still waiting their turn. The road, nearly deserted, stretched before him like a winding river of asphalt, caressed by the warm light of dusk. The atmosphere was tranquil, almost hypnotic, and Brian, with one relaxed hand on the wheel and the other drumming on the window frame, effortlessly hummed a melody that the radio emitted with faint clarity.
It was a moment of simple peace, a rare breath in the monotonous days. However, that calm was suddenly shattered, like a rope stretched beyond its limit. A flash in the rearview mirror caught his attention: a dark, nondescript car appeared suddenly behind him. It had no visible markings, but within seconds, flashing lights began to blink behind the windshield, exposing its anonymity. Then, a deep and authoritative voice resonated from a speaker, breaking the serene air of the afternoon:
—Pull over to the side of the road. Turn off the engine.
Brian raised an eyebrow, his brow slightly furrowed. Confusion swirled in his mind, but he didn't allow himself to argue with the invisible authority that had appeared behind him. With measured movements, he turned the wheel and steered the van to the side of the road. The gravel crunched under the tires as he gently braked and turned off the engine.
The dark car stopped behind him, but its braking was abrupt, almost impatient. The doors opened in unison, and two men stepped out of the vehicle. They weren't wearing uniforms, but something in their stiff walk and the way they moved, with drawn weapons resting against the open doors of their car, made it clear they were undercover police officers. Their eyes assessed every detail of the surroundings, every inch of the van, as if hunting a dangerous prey.
—Show me your hands! —one of them shouted through the speaker, his authoritative voice breaking the stillness of the environment—. Put your hands where I can see them, very well. Now open the door, slowly.
Brian swallowed hard, more perplexed than scared, and complied. His hands rose slowly, as though holding the air, and his trembling finger activated the mechanism to open the driver's door.
—That's it. Put your hands on your head —the same man ordered.
With a mix of disbelief and confusion, Brian obeyed, following the instructions as though he were participating in an absurd theater.
—Look at the front of your car and walk backward toward us. Two steps to your right. Stay still.
Each command felt like the sharp strike of a hammer, and Brian followed them with precision, even though his mind twisted with questions. When one of the officers approached and searched him for weapons, he stayed still, his muscles tense.
—What did I do? —he finally asked.
He had recognized the officer's voice through the intermediary that was the police speaker, so calm began to settle within him as the officer frisked him. The agent didn't even bother to respond.
—Shut up —he ordered disdainfully as he handcuffed him.
The metallic sound of the handcuffs echoed in the air as they tightened around Brian's wrists. The cold steel made him shudder, but more than the physical discomfort, it was the humiliation that sparked a flame of indignation within him. They led him to the dark car, his hands bound behind his back, without giving a single explanation.
The ride to the police car felt endless, a slow-motion parade where each step amplified the confusion and helplessness. They shoved him roughly into the back seat, and when the door closed, the outside world seemed to disappear, replaced by the monotonous hum of the engine and the uncomfortable scrape of the handcuffs against his skin.
The police van stopped in front of a house that, at first glance, seemed straight out of a luxury property catalog. From the outside, it was a stately building, with a light stone facade that gleamed under the sunset lights. A small marble bridge arched over a decorative canal, where the crystal-clear water reflected the ornate streetlights and the glow of the sky in pink and gold hues. The details were exquisite: carved balustrades, planters overflowing with flowers cascading like colorful streams, and a main door with wrought iron design that spoke of opulence more than functionality. Everything in the place gave the impression of belonging to an art collector or a retired magnate, not an undercover police station.
Brian couldn't help but snort, a mix of irony and annoyance as he was escorted inside by the officers.
—Muse, you want to take this off me? Damn... —he muttered, raising his handcuffed hands—. You've tightened them like I'm trying to fly away.
Muse, the younger officer, who was walking behind him with a wry smile, shrugged as he took out the key to release the handcuffs.
—What can I say? I'm into realism. —His tone was mocking, almost childish.
—You've got to be kidding me... —Brian grumbled as he rubbed his reddened wrists, shooting a murderous glance at the young cop.
Ahead of them, the other officer, a burly man with the confident and stiff walk of someone used to being in charge, didn't bother to turn around. His deep, firm voice broke the brief silence, as if speaking more to himself than to them.
—You never know who's watching you, Brian. A good show can be the difference between success and disaster.
Brian let out a short laugh, loaded with sarcasm, as they crossed the marble bridge. Their steps echoed faintly on the structure, blending with the soft murmur of the water.
—Nice house, sergeant. Much better than that last one... what was it? The cabin you confiscated with leaks and mold on the walls? —Brian raised his eyebrows, with a mocking smile that barely concealed his irritation.
The sergeant, unfazed, responded dryly.
—Right? Eddie Fisher built this house for Elizabeth Taylor in the '50s.
—Wow, even the Hollywood cops have to go Hollywood.
Brian rolled his eyes, unable to contain his biting sense of humor, though he knew it wasn't the right moment.
As they crossed the threshold, the interior of the building proved even more surprising than its exterior. The polished wood floors reflected the warm light from elegant lamps, while the walls were adorned with framed old photographs, as if the place were a private library or an art gallery. In the center of the main room, a desk cluttered with papers stood out amidst the surrounding elegance, a stain of chaos on a canvas of order and style.
—Here you go —Tanner said, pointing to Brian with an exaggerated gesture—. Fresh from Toretto's tricked-out car paradise.
Brian raised an eyebrow, confused and slightly annoyed by the reference, but before he could reply, another man in the room looked up from the documents he was reviewing. He was taller and more muscular than anyone else present, with dark skin and a severe expression that left no room for jokes. His eyes fixed on Brian with a mix of distrust and anger.
—That vehicle cost $80,000, agent —the superior protested, without bothering to greet anyone.
Brian turned his gaze to the sergeant who had escorted him there, seeking in him the protection and understanding that he knew no one else could offer in that moment.
—Didn't you tell him what happened? —he asked, nodding toward the sergeant.
—I know what happened.
—Then send the bill to Johnny Tran —Brian shot back, raising his voice to get the superior's attention, who had his back turned.
—Brian... —The sergeant tried to call him to calm down, but he knew the rebellious blonde was difficult to handle—. Agent Bilkins wants-...
—Is this kid getting cocky with me? —interrupted the superior, finally turning to face Brian. His voice resonated with authority, filling the space like a warning—. Doesn't say much for the police-FBI relationship, Tanner.
Brian's jaw tightened, but his tongue couldn't stay still. Tanner sighed in agreement, then turned his gaze to Brian, who was already reproaching like a child to his legal guardian:
—I walk in the door and this guy starts... What? Now they're coming at me with accusations for something that wasn't even my fault?
Tanner let out a long sigh, the gesture of a man used to mediating disputes like this.
—Alright, alright, let's calm down. We'll talk about this, okay? Let's talk about it. —He turned to Muse, who was watching the scene from the side of the room with a slightly amused expression—. Muse, why don't you prepare some iced cappuccinos? Four, please. Thanks.
—Regular or decaf, sergeant?
—Better make them decaf.
Muse nodded, his smile widening, and left the room. Tanner seized the opportunity to place a firm hand on Brian's shoulder and guide him toward a smaller office at the back of the building.
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only-a-shipper · 5 months ago
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You Are My Quarter Mile | Dom x Brian (Fast and Furious) [ESP]
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[Fan-Fiction basado en la OTP entre Dominic Toretto y Brian O'Conner (Fast and Furious) Con gasolina en sus venas y viviendo la vida en la carretera al margen de la ley, la vida de Dominic Toretto dará un volantazo para cambiar por completo con la llegada de Brian O'Conner. En cuanto el corazón entra en juego, no hay posible freno de mano al alma.
Capítulo 4 - TIME IS RUNNING OUT
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El sol de la tarde, lánguido y dorado, teñía el cielo con un lienzo de pinceladas anaranjadas y ámbar, mientras Brian conducía su vieja furgoneta Ford rojiza hacia el taller de Harry. El motor emitía un murmullo rítmico, un acompañamiento constante que, junto con el susurro de los neumáticos sobre el asfalto, se mezclaba con los pensamientos de Brian, distraídos entre los arreglos pendientes y las reparaciones que aún aguardaban su turno. La carretera, casi desierta, se extendía frente a él como un río de asfalto serpenteante, acariciado por la luz cálida del crepúsculo. La atmósfera era tranquila, casi hipnótica, y Brian, con una mano relajada sobre el volante y la otra tamborileando sobre el marco de la ventanilla, tarareaba sin esfuerzo una melodía que la radio emitía con débil claridad.
Era un momento de paz sencilla, un respiro raro en los días monótonos. Sin embargo, esa calma se rompió de golpe, como una cuerda que se tensa más allá de su límite. Un destello en el espejo retrovisor llamó su atención: un coche oscuro, de aspecto anodino, apareció de repente tras él. No llevaba distintivos visibles, pero en cuestión de segundos, unas luces intermitentes comenzaron a parpadear tras el parabrisas, desmintiendo su anonimato. Luego, una voz grave y autoritaria resonó desde un altavoz, quebrando el aire sereno de la tarde:
—Deténgase al costado de la carretera. Apague el motor.
Brian arqueó una ceja, el ceño ligeramente fruncido. La confusión se arremolinaba en su mente, pero no se permitió discutir con la autoridad invisible que había surgido detrás de él. Con movimientos medidos, giró el volante y dirigió la furgoneta hacia el borde del camino. La grava crujió bajo las ruedas cuando frenó suavemente y apagó el motor.
El coche oscuro se detuvo tras él, pero su frenada fue brusca, casi impaciente. Las puertas se abrieron al unísono, y dos hombres salieron del vehículo. No llevaban uniformes, pero algo en su andar rígido y en la manera en que se movían, con armas desenfundadas apoyadas contra las puertas abiertas de su coche, dejaba claro que eran policías encubiertos. Sus ojos evaluaban cada detalle del entorno, cada centímetro de la furgoneta, como si estuvieran cazando a una presa peligrosa.
—¡Quiero verte las manos! —gritó uno de ellos por el altavoz, su voz autoritaria rompiendo la quietud del entorno—. Pon las manos donde pueda verlas, muy bien. Ahora abre la puerta, despacio.
Brian tragó saliva, todavía más perplejo que asustado, y obedeció. Sus manos se levantaron despacio, como si sujetara el aire, y su dedo tembloroso accionó el mecanismo para abrir la puerta del conductor.
—Eso es. Pon las manos sobre la cabeza —ordenó el mismo hombre.
Con una mezcla de incredulidad y desconcierto, Brian obedeció, siguiendo las instrucciones como si estuviera participando en un teatro absurdo.
—Mira hacia la parte delantera de tu coche y camina de espaldas hacia nosotros. Dos pasos a tu derecha. Quieto.
Cada orden era como el golpe seco de un martillo, y Brian las cumplía con precisión, aunque su mente se retorcía en preguntas. Cuando uno de los agentes se acercó y lo revisó buscando armas, él se mantuvo inmóvil, con los músculos tensos.
—¿Qué he hecho? —preguntó finalmente.
Había reconocido la voz del policía desde el intermediario que era el altavoz policial, por lo que la calma llegó a él mientras el oficial lo registraba. El agente ni siquiera se molestó en responder.
—Cállate —ordenó con desdén mientras le ponía las esposas.
El sonido metálico de las esposas resonó en el aire cuando las ajustaron con firmeza alrededor de las muñecas de Brian. El frío del acero lo hizo estremecer, pero más que la incomodidad física, fue la humillación lo que encendió una chispa de indignación en su interior. Lo condujeron hacia el coche oscuro, las manos atadas a la espalda, sin darle una sola explicación.
El trayecto hasta el coche policial se sintió interminable, un desfile en cámara lenta donde cada paso amplificaba la confusión y la impotencia. Lo empujaron con brusquedad hacia el asiento trasero, y al cerrarse la puerta, el mundo exterior pareció desaparecer, reemplazado por el zumbido monótono del motor y el roce incómodo de las esposas contra su piel.
La furgoneta policial se detuvo frente a una casa que, a primera vista, parecía sacada de un catálogo de propiedades de lujo. Desde el exterior, era una construcción señorial, con una fachada de piedra clara que brillaba bajo las luces del atardecer. Un pequeño puente de mármol se alzaba sobre un canal decorativo, donde el agua cristalina reflejaba las farolas ornamentales y el fulgor del cielo en tonos rosados y dorados. Los detalles eran exquisitos: balaustradas talladas, jardineras llenas de flores que caían en cascada como arroyos de colores, y una puerta principal con un diseño de hierro forjado que hablaba de opulencia más que de funcionalidad. Todo en el lugar daba la impresión de pertenecer a un coleccionista de arte o a algún magnate retirado, no a una dependencia policial encubierta.
Brian no pudo evitar resoplar, una mezcla de ironía y fastidio mientras era escoltado hacia el interior por los agentes.
—Muse, ¿quieres quitarme esto? Joder... —gruñó, levantando las manos esposadas—. Me las has apretado como si quisiera escapar volando
Muse, el agente más joven, que caminaba detrás de él con una sonrisa ladeada, se encogió de hombros mientras sacaba la llave para liberar las esposas.
—¿Qué puedo decir? Me va el realismo. —Su tono era burlón, casi infantil.
—No te jode... —Brian refunfuñó mientras frotaba sus muñecas enrojecidas, lanzándole una mirada asesina al joven policía.
Delante de ellos, el otro agente, un hombre corpulento con el andar seguro y rígido de alguien acostumbrado a estar al mando, no se molestó en volverse. Su voz grave y firme rompió el breve silencio, como si estuviera hablando más consigo mismo que con ellos.
—Nunca se sabe quién te está viendo, Brian. Un buen espectáculo puede ser la diferencia entre el éxito y el desastre.
Brian dejó escapar una risa corta, cargada de sarcasmo, mientras cruzaban el puente de mármol. Sus pasos resonaban ligeramente en la estructura, mezclándose con el suave murmullo del agua.
—Bonita casa, sargento. Mucho mejor que esa última... ¿cómo era? ¿La cabaña que decomisaron con goteras y moho en las paredes? —Brian alzó las cejas, con una sonrisa burlona que apenas ocultaba su irritación.
El sargento, sin inmutarse, respondió con tono seco.
—¿A que sí? Eddie Fisher construyó esta casa para Elizabeth Taylor en los 50.
—Vaya, hasta los polis de Hollywood tienen que ir en plan Hollywood.
Brian rodó los ojos, incapaz de contener su mordaz sentido del humor, aunque sabía que no era el momento adecuado.
Cuando cruzaron el umbral, el interior del edificio resultó aún más sorprendente que su fachada. Los pisos de madera pulida reflejaban la cálida luz de unas lámparas elegantes, mientras las paredes estaban decoradas con fotografías antiguas enmarcadas, como si el lugar fuera una biblioteca privada o una galería de arte. En el centro de la sala principal, un escritorio abarrotado de papeles rompía con la elegancia circundante, una mancha de caos en un lienzo de orden y estilo.
—Aquí lo tienes —dijo Tanner señalando a Brian con un gesto exagerado—. Recién llegado del paraíso de coches trucados de Toretto.
Brian arqueó una ceja, confundido y ligeramente molesto por la referencia, pero antes de que pudiera replicar, otro hombre en la sala levantó la vista de los documentos que estaba revisando. Era más alto y corpulento que cualquiera de los presentes, con piel oscura y un semblante severo que no dejaba espacio para bromas. Sus ojos se clavaron en Brian con una mezcla de desconfianza y enfado.
—Ese vehículo costó 80.000 dólares, agente —protestó el superior, sin molestarse en saludar.
Biran giró su mirada hacia el sargento que lo había escoltado hasta allí, buscando en él la protección y entendimiento que sabía que nadie más podría darle en esos momentos.
—¿No le ha contado lo que pasó? —preguntó, señalando al sargento con un gesto de la cabeza.
—Ya sé lo que pasó.
—Entonces mándenle la factura a Johnny Tran —espetó Brian, levantando la voz para captar la atención del superior que le daba la espalda.
—Brian... —El sargento intentó llamar a su calma, pero sabía que el rebelde rubio era difícil de tratar—. El agente Bilkins quiere-...
—¿El chico se me está poniendo gallito? —intervino el superior, girándose finalmente para encarar a Brian. Su voz resonaba con autoridad, llenando el espacio como una advertencia—. No dice mucho a favor de la relación policía-FBI, Tanner.
La mandíbula de Brian se tensó, pero su lengua no pudo quedarse quieta. Tanner suspiró asintiendo y entonces giró su mirada hacia Brian, el cual ya estaba reprochando como un niño a su tutor legal:
—Entro por la puerta y el tipo ya empieza... ¿Qué? ¿Ahora me vienen con reproches por algo que ni siquiera fue culpa mía?
Tanner soltó un largo suspiro, el gesto de un hombre acostumbrado a mediar en disputas como esta.
—Vale, vale, calmémonos. Hablaremos de esto, ¿de acuerdo? Vamos a hablarlo. —Se volvió hacia Muse, que observaba la escena desde un lado de la sala con una expresión ligeramente divertida—. Muse, ¿por qué no preparas unos capuchinos con hielo? Cuatro, por favor. Gracias.
—¿Normales o descafeinados, sargento?
—Mejor descafeinados.
Muse asintió, su sonrisa ensanchándose, y salió de la sala. Tanner aprovechó la oportunidad para poner una mano firme en el hombro de Brian y guiarlo hacia una oficina más pequeña al fondo del edificio.
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only-a-shipper · 5 months ago
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Soledad Conjunta // Oneshot - Keegan x Logan (CoD) -- ESP
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[ Oneshot basado en la OTP entre Keegan y Logan Walker de Call Of Duty. Este Oneshot completo en patreon tiene contenido +18, leer bajo su propia responsabilidad. ] Es un texto exclusivo de Patreon, ¡échale un vistazo a las diferentes membresías y lo que cada una te pueden ofrecer!
Bajo la superficie de la guarida, el tiempo carecía de significado. Podían ser las tres de la madrugada o el mediodía, pero allí abajo, donde la oscuridad era perpetua y las paredes parecían respirar con la humedad, todo transcurría en un eterno crepúsculo. Los relojes en sus muñecas eran el único recordatorio de que el mundo exterior aún giraba, pero incluso con sus manecillas marcando el paso del tiempo, el cuerpo se rebelaba, desorientado. ¿Era la noche la que cubría el mundo allá arriba o un nuevo día amanecía sin ellos? Nada de eso importaba realmente.
El reloj de Keegan brillaba débilmente, las manecillas marcando las tres y media de la madrugada. Había regresado de una velada con sus camaradas, aprovechando la rara indulgencia del coronel, quien les había concedido la noche libre. Una noche para beber, para olvidar la suciedad del combate y las sombras que se aferraban a sus almas. Vodka, destilado con miel y rebosante de un calor áspero, había sido su elección. Una bebida que, según las historias, se parecía al hidromiel que los antiguos vikingos consumían antes de lanzarse al fragor de la batalla. Keegan no sabía si aquello era cierto, pero el ardor que recorría su garganta con cada trago lo hacía sentir vivo, casi invencible.
Sin embargo, no era la bebida la que hacía que su paso fuera firme a pesar del ligero mareo, ni la que encendía un brillo en sus ojos bajo la penumbra metálica de la guarida. Nada de eso importaba si al final del recorrido él estaba allí. Logan.
La habitación de Keegan no era más que un amasijo de paredes desnudas y cajas repletas de municiones y piezas de armas. Todo en ella parecía transpirar el caos metódico de un soldado que siempre está listo para lo peor. Pero aquella noche, el desorden habitual pasó a un segundo plano cuando la espalda de Logan chocó con una firmeza casi violenta contra la pared. El sonido seco reverberó en la habitación, mezclándose con el tintineo de las piezas metálicas que cayeron al suelo como un eco de lo que estaba por venir.
Keegan lo había llevado hasta allí sin decir palabra, guiado por una urgencia que crecía en su pecho con cada paso. Logan, apenas consciente del desorden que provocaban, respondió al arrebato con igual intensidad. En un movimiento rápido y torpe, Keegan lo alzó y lo depositó sobre una mesa cercana, sin importar las herramientas y municiones que se precipitaron al suelo como un sacrificio a la pasión que los consumía.
El beso entre ellos era hambriento, voraz, como si intentaran devorarse mutuamente para llenar el vacío que el mundo había dejado en sus almas. Las bocas se buscaban con desesperación, las lenguas danzaban en un juego feroz y las manos de Keegan, ásperas por el trabajo y las cicatrices, recorrían la piel de Logan bajo sus ropas militares con una mezcla de urgencia y devoción.
Los dedos del mayor se hundían en los costados de su pareja, arrancando un leve jadeo de sus labios, mientras sus cuerpos parecían buscar consuelo en el calor del otro. Allí, en la penumbra de aquella habitación improvisada, no había guerra, no había misiones suicidas ni héroes tachados de locos. Solo estaban ellos, dos hombres tratando de encontrar un momento de humanidad en medio de la crudeza de la vida que llevaban.
El vodka aún ardía en sus venas, pero era el roce de Logan lo que encendía un fuego real en Keegan. Un fuego que no podía apagarse con alcohol ni con la fría disciplina militar. Era un fuego que consumía todo a su paso, incluso el desorden que los rodeaba, y que los hacía olvidar, al menos por esa noche, que el mundo allá afuera los estaba esperando.
El calor de la habitación aumentaba con cada instante que pasaba. El aire, cargado de deseo y el aroma metálico de la pólvora que se filtraba entre las grietas de la habitación, se volvía casi tangible. Los jadeos entrecortados de ambos se entremezclaban con el ruido sordo de las botas chocando contra el suelo al ritmo de sus movimientos torpes, llenos de una urgencia que no conocía límites.
Keegan se separó apenas unos segundos, el tiempo justo para observar a Logan con detenimiento. La tenue luz del pasillo se filtraba por la puerta entreabierta, proyectando sombras sobre su rostro. Logan tenía los labios entreabiertos, enrojecidos por los besos, y los ojos entrecerrados. Keegan tragó saliva, sintiendo cómo algo más que el deseo empezaba a inundarlo. Logan no solo estaba allí, bajo su tacto, en su espacio... era su ancla, el único fragmento de humanidad que quedaba intacto en su vida rota.
Sin decir una palabra, Keegan alzó la mano y apartó algunos mechones de cabello húmedo que se adherían a la frente de Logan. Sus dedos, acostumbrados a sostener un fusil y no a la delicadeza de una caricia, recorrieron su mejilla con una torpeza que contrastaba con la firmeza de su mirada. Logan sonrió apenas, ladeando la cabeza, invitándolo a seguir, a hundirse más en ese pequeño instante de tregua que se habían regalado.
Su respiración era acelerada, así como el ritmo que marcaba su corazón en cada latido bajo las ropas militares.
—Eres un desastre —murmuró Keegan al fin, su voz ronca por el alcohol y el deseo.
Logan dejó escapar una risa corta, casi un susurro.
—Y tú no ayudas a que mejore, ¿eh?
La respuesta sarcástica fue suficiente para arrancar una sonrisa de Keegan bajo la máscara subida por encima de la nariz. Por un momento, ambos parecieron olvidar la tensión que siempre los rodeaba, esa capa invisible de muerte y peligro que los seguía a donde fueran. En esa habitación, bajo la penumbra y el caos de su entorno, se permitieron ser algo más que soldados.
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Joint Loneliness // Oneshot - Keegan x Logan (CoD) -- ENG
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[Oneshot based on the OTP between Keegan and Logan Walker from Call Of Duty. This full Oneshot on patreon has +18 content, read at your own risk. ] This is a Patreon exclusive text, take a look at the different memberships and what each one can offer you!
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This story has been written in Spanish, which is my native language. This story has been translated to the best of my ability, although it is possible that it may have mistakes.
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Thank you so much for reading me and see you in the stars.
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Under the surface of the lair, time held no meaning. It could have been three in the morning or midday, but down there, where darkness was perpetual and the walls seemed to breathe with moisture, everything unfolded in an eternal twilight. The watches on their wrists were the only reminder that the outside world still spun, but even as their hands marked the passage of time, the body rebelled, disoriented. Was it night cloaking the world above, or was a new day dawning without them? None of it really mattered.
Keegan's watch glowed faintly, the hands marking half past three in the morning. He had just returned from an evening with his comrades, taking advantage of the rare indulgence granted by the colonel, who had given them the night off. A night to drink, to forget the filth of combat and the shadows clinging to their souls. Vodka, distilled with honey and brimming with a harsh warmth, had been his drink of choice. A beverage that, according to stories, resembled the mead ancient Vikings drank before hurling themselves into the fray of battle. Keegan didn’t know if that was true, but the burning in his throat with each sip made him feel alive, almost invincible.
However, it wasn’t the drink that kept his stride steady despite the slight dizziness, nor was it what lit a spark in his eyes beneath the metallic gloom of the lair. None of that mattered if, at the end of the path, he was there. Logan.
Keegan’s room was nothing more than a cluster of bare walls and boxes filled with ammunition and weapon parts. Everything about it seemed to exude the methodical chaos of a soldier always ready for the worst. But that night, the usual disorder faded into the background when Logan’s back hit the wall with an almost violent firmness. The dry sound reverberated in the room, mingling with the clinking of metallic pieces falling to the floor, echoing what was about to come.
Keegan had brought him there without a word, driven by an urgency swelling in his chest with every step. Logan, barely conscious of the mess they were making, responded to the outburst with equal intensity. In a quick, clumsy movement, Keegan hoisted him onto a nearby table, heedless of the tools and ammunition that tumbled to the floor like offerings to the passion consuming them.
The kiss between them was ravenous, voracious, as if they were trying to devour each other to fill the void the world had left in their souls. Their mouths sought each other with desperation, tongues locked in a fierce dance, and Keegan’s hands, rough from work and scars, roamed Logan’s skin beneath his military uniform with a mix of urgency and devotion.
The older man’s fingers sank into his partner’s sides, eliciting a soft gasp from his lips, as their bodies seemed to seek solace in each other’s warmth. There, in the dim light of that makeshift room, there was no war, no suicidal missions, no heroes dismissed as madmen. There was only them—two men trying to find a moment of humanity amidst the harshness of their lives.
The vodka still burned in his veins, but it was Logan’s touch that ignited a real fire in Keegan. A fire that couldn’t be extinguished by alcohol or the cold discipline of the military. It was a fire that consumed everything in its path, even the chaos surrounding them, and made them forget—at least for that night—that the world outside was waiting.
The heat in the room grew with each passing moment. The air, heavy with desire and the metallic scent of gunpowder seeping through the cracks, became almost tangible. Their staggered breaths mingled with the dull thuds of boots striking the floor in time with their clumsy, urgent movements.
Keegan pulled back for just a moment, enough time to study Logan closely. The faint light from the hallway filtered through the slightly ajar door, casting shadows over his face. Logan’s lips were parted, reddened from the kisses, and his eyes were half-closed. Keegan swallowed hard, feeling something more than desire begin to flood him. Logan wasn’t just there, under his touch, in his space... He was his anchor, the only fragment of humanity left intact in his broken life.
Without a word, Keegan raised a hand and brushed aside a few damp strands of hair clinging to Logan’s forehead. His fingers, accustomed to holding a rifle rather than the delicacy of a caress, traced his cheek with a clumsiness that contrasted with the firmness of his gaze. Logan barely smiled, tilting his head as if inviting him to continue, to lose himself further in this brief reprieve they had granted each other.
Their breathing was rapid, matching the rhythm of their racing hearts beneath their military attire.
—You’re a mess —Keegan murmured finally, his voice hoarse from the alcohol and desire.
Logan let out a short laugh, almost a whisper.
—And you’re not helping me get better, are you?
The sarcastic response was enough to draw a smile from Keegan beneath the mask pushed up over his nose. For a moment, they seemed to forget the tension that always surrounded them—that invisible layer of death and danger that followed them everywhere. In that room, under the dim light and the chaos of their surroundings, they allowed themselves to be something more than soldiers.
...
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only-a-shipper · 6 months ago
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Stucky sketches
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only-a-shipper · 6 months ago
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He doesn't like hats.
My contribution to @chunklet's fallout fanzine.
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only-a-shipper · 6 months ago
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Unshaken Outlaws | Arthur Morgan x John Marston [ESP]
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[ Fan-Fiction basado en la OTP entre Arthur Morgan y John Marston de Red Dead Redemption ] En un mundo donde los últimos vaqueros son cazados sin piedad, sobrevivir es la única regla. La lealtad, frágil pero vital, es el hilo que mantiene unidos a los forajidos, siendo su única esperanza en un paisaje marcado por la traición y el peligro constante. En medio de la guerra y una pasión que desafía las normas, Arthur y John encontrarán un inesperado camino hacia la redención mientras su mundo se desmorona. Para la banda de Dutch, la lucha por sobrevivir nunca ha sido fácil, pero se vuelve aún más complicada cuando un amor prohibido florece entre balas caídas, mentiras y heridas profundas. ¿Podrá este amor ser el refugio que necesitan para resistir el caos inminente, o será el fin de todo lo que conocen?
Capítulo 3: La Fría Primavera
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Actualidad
"Llevamos huyendo semanas. Nos refugiamos y estamos descansando aquí, en un antiguo pueblo minero abandonado, mientras esperamos a que la nieve se derrita... La primavera no está yendo como esperaba. Ya no quedan atardeceres con sabor a promesas donde la jovialidad se escurrían entre besos pasionales. Ahora sólo queda frío y desesperanza, aunque el sentimiento siga candente entre kilos y kilos de nieve y hielo condesado.
Recordar me hace mal.
Compré este nuevo diario después de que el anterior ardiera en el incendio de hace mesas (ya no recuerdo cuándo fue). No he escrito ni dibujado mucho en las últimas semanas, pero lo he echado de menos más de lo que imaginaba, y ya que estaba cerca de una tienda, pensé: "¿Y si compro otro?" Tras el incendio y todo lo que pasó en el norte, estuvimos unos meses viviendo en plena naturaleza viajando desde el norte de Grizzlies y pasamos la peor época del invierno atrapados en las laderas de las montañas del oeste. Era fácil encontrar comida y vivíamos bien. Dutch estaba interesado en comprar unas tierras de las que había oído hablar, pero no se ajustaban a sus preferencias, o le asustaba que las autoridades nos estuvieran vigilando y alguien supiera quién era. Así que no llegamos a comprarlas y seguimos deambulando de aquí para allá. En Grizzlies, reclutamos a dos miembros más: Jenny, una joven encantadora a la que encontramos sola al borde del camino, y Micah, un forajido al que Dutch conoció en una cantina de por ahí. Parece que a Dutch le fascina Micah, ya que es bastante impetuoso, conflictivo y prepotente. A Hosea y a mi no nos convence mucho. Ya veremos que pasa. 
Al final, conseguimos dejar la vida silvestre y nos refugiamos a las afueras de Blackwater, aunque a veces me quedaba en la ciudad en busca de oportunidades para ganar dinero.
En Blackwater, puede que descubriera algo interesante. Teníamos dinero de sobra, y el camino que tomamos era tan sinuoso y lento que nadie podría habernos seguido hacia el sureste ni averiguar hacia donde nos dirigíamos. Pensábamos ir a California, pero Dutch y Hosea acabaron llevándonos a Blackwater. Por lo que parecía, Blackwater había crecido mucho desde la última vez que estuvieron ahí, me dijeron que era un puesto comercial básicamente. Pero se desarrolló muy rápido y ya casi es una ciudad pequeña. Parece que la corrupción campa a sus anchas por todos lados y está claro que ahí sobra el dinero. Allí dormía en una cama, lo cual es un placer de vez en cuando llevar una vida más civilizada después de estar tanto tiempo en una tienda, pero nunca me ha gustado la idea de estar tan cerca de una ciudad.
Vivíamos allí, y la mayoría de las veces acampábamos fuera de la ciudad, intentando pasar desapercibidos. La vida allí estaba libre de complicaciones. Abigail y Marston no paraban (y nunca pararán) de discutir. Me pregunto por qué ha vuelto. Parece que es incapaz de decidir si quiere o no comportarse como un padre para su hijo. Sus discusiones me agotan...
Hosea y yo planeamos algo estando allí, algo importante con lo que habíamos ganado mucho dinero a raíz de una estafa inmobiliaria que Hosea creyó haber descubierto. Era el delito perfecto: robar a unos delincuentes y tuvimos mucho cuidado. Siempre ha sido divertido trabajar con Hosea, porque se le ocurre cada cosa... Aunque nos vayamos con las manos vacías, nos lo pasamos estupendamente. Hosea es un charlatán nato, aunque le preocupaba en aquel entonces que llamáramos la atención en la ciudad más tiempo del debido. Dutch también creyó haber descubierto algo importante, un barco que transportaba dinero de los bancos. Micah y Dutch planeaban robar el ferry en la ciudad, pues creían que estaba repleto de riquezas ya que contiene dinero destinado a los bancos. Yo no participé en el asalto. Hosea y yo estábamos demasiado ocupados con nuestros asuntos y Dutch siempre parece confiar en que si el grupo permanece unido, todo irá de maravilla.
Su plan era llevar a cabo el asalto y después huir a las estapas del oeste. Al día siguiente, Hosea y yo realizaríamos la estafa y nos reuniríamos con ellos. Las cosas se complicaron bastante.
Ahora llevamos semanas huyendo. El robo del ferry que llevaron a cabo en Blackwater acabó siendo un desastre. Mataron a la joven Jenny, pobrecilla, y nadie está seguro de si Sean y Mac están muertos o los capturaron. Dutch disparó a una chica, no sé muy bien si por accidente o a propósito, y es posible que nos hayan tendido una trampa. Huimos despavoridos por las colinas y dejamos atrás casi todas nuestras cosas. Luego, al huir hacia el este por Grizzlies, nos sorprendió la tormenta. Davey Collander, que recibió un disparo en el estómago durante el asalto, falleció. Verlo morir fue sobrecogedor, y los demás casi nos congelamos, pero nos refugiamos y estamos descansando aquí, en un antiguo pueblo minero abandonado mientras esperamos a que la nieve se derrita.
La primavera no está yendo como esperaba. Hosea y yo habíamos planeado un robo por nuestra cuenta en Blackwater, pero creo que eso ya quedó atrás como la mayoría de mis anteriores pertenencias. Me preocupa enormemente que ocurrirá después cuando nos vayamos de este lugar o las autoridades nos encuentren aquí agazapados. 
He encontrado a una chica; bueno, a una mujer, en realidad. A su marido lo mataron algunos de los hombres de Colm O'Driscoll. Algo horrible. Se llama Sadie Adler."
La pluma de Arthur se detuvo al cerrar el diario aquella fría mañana, sus dedos entumecidos apenas pudieron trazar la última línea. Afuera, la tormenta seguía rugiendo como una bestia herida, y dentro de la cabaña, el aire se sentía tan helado que el aliento de los hombres formaba pequeñas nubes frente a sus rostros. Los tablones de madera, maltrechos por la humedad, dejaban pasar el frío como cuchillas invisibles que calaban hasta los huesos. Era una cabaña modesta, apenas un refugio improvisado para tiempos desesperados, compartida por Arthur, Hosea y Dutch, cada uno luchando con sus propios demonios mientras intentaban escapar de los fantasmas que los perseguían.
Arthur se levantó de la silla de su pequeño cuarto, el crujido de las botas sobre el suelo de madera resonando en el silencio. Atravesó el pasillo hasta la chimenea central, donde el fuego luchaba por mantenerse vivo, parpadeando en tonos anaranjados y dorados. Frente a las llamas, Dutch y Hosea estaban sentados, sus figuras envueltas en sombras y en un aire de tensión que parecía más palpable que el mismo frío. Las discusiones entre ellos eran tan comunes como inevitables, especialmente en momentos como aquel, cuando las decisiones pesaban más que nunca y la incertidumbre corroía el ánimo de todos.
—Cuando la tormenta amaine, nos iremos —dijo Dutch, con el tono de alguien que busca convencer, aunque sea a sí mismo—. Pero mientras tanto, aquí estamos bien. No pasamos demasiado frío.
Extendió las manos hacia el fuego, dejando escapar un ligero gemido al sentir el calor en sus dedos doloridos. Arthur se apoyó contra las piedras de la chimenea, observando el contraste entre los dos hombres. Hosea, con su mirada aguda y serena, parecía analizar cada palabra de Dutch con una mezcla de escepticismo y paciencia. Finalmente, respondió con un simple:
—Supongo.
Esa única palabra, cargada de resignación, pareció desencadenar algo en Dutch. Este levantó la mirada hacia Hosea, notando la fugaz expresión en su rostro que buscaba algo en Arthur, quizás una confirmación de sus propias dudas. Arthur, atrapado entre los dos como un peón en un tablero de ajedrez, bajó la mirada, intentando evitar ser el blanco de la tensión que estaba a punto de estallar.
—Parece que tienes dudas —acusó Dutch, su voz afilada como una daga.
El aire en la cabaña se volvió más frío que el clima exterior, y Arthur hundió la cabeza en el cuello de su abrigo, buscando protegerse de algo más que el viento gélido.
—No tengo dudas, solo estoy preocupado —respondió Hosea con calma, aunque su tono no cedía terreno.
Los ojos de ambos hombres se encontraron en un duelo silencioso, una batalla que Hosea ganó cuando Dutch, con un suspiro de frustración, desvió la mirada hacia Arthur. Este sintió el peso de las expectativas caer sobre él cuando Dutch le habló:
—¿Tú qué opinas, Arthur?
Arthur tragó saliva, sabiendo que cualquiera de sus palabras podía inclinar la balanza. Mantuvo su tono firme, aunque sus manos se cerraron en puños dentro de los bolsillos.
—Bueno, no estuve en ese barco, así que es difícil decirlo. Pero confío en tu juicio, Dutch. Siempre lo he hecho.
Las palabras de Arthur parecieron calmar momentáneamente el tormento interno de Dutch. Este asintió con lentitud, masajeándose las manos agrietadas mientras su mirada volvía a perderse en el fuego.
—Gracias, hijo —dijo, su voz más suave, casi paternal, antes de girarse hacia Hosea con una expresión endurecida—. Ya hemos pasado por esto antes. No me parece que esto sea algo nuevo.
——Espero que no —replicó Hosea, sin ceder ni un ápice.
—Hemos tenido algo de mala suerte, pero la tormenta ha ocultado nuestras huellas, así que esperamos un poco, volvemos a Blackwater y cogemos el dinero, o conseguimos más dinero y seguimos avanzando hacia el oeste.
La conversación continuó como una partida de ajedrez, cada palabra medida, cada gesto cargado de significado. Dutch, siempre el soñador, el estratega, hablaba con la seguridad de un hombre acostumbrado a liderar, mientras Hosea, más pragmático, intentaba anclarlo a la realidad.
—Pero si nos estamos dirigiendo hacia el este.
—Por ahora... por ahora. Todo va bien, Hosea. Estamos a salvo. Sé fuerte.
Dutch se levantó de la silla con pesadez, sus movimientos reflejaban el cansancio acumulado por días de incertidumbre y tensión. La madera crujió bajo su peso, un sonido que resonó en la cabaña como un eco sombrío, casi tanto como las palabras que acababa de pronunciar. Su mirada se dirigió hacia Arthur, quien seguía apoyado contra la chimenea. Los ojos oscuros de Dutch, duros y decididos, lo examinaron como si quisieran atravesar las capas de su abrigo y llegar hasta el alma. Arthur, a diferencia de Hosea, titubeó antes de sostenerle la mirada. Había algo en Dutch, una mezcla de autoridad y desconfianza, que le hacía más difícil enfrentarse a él en esos momentos.
—¿Tú qué dices, Arthur? —preguntó Dutch, su voz cargada de un desafío apenas disimulado—. ¿También dudas de mí?
—Nunca.
La respuesta de Arthur llegó antes de que Dutch pudiera terminar su frase, rápida, casi desesperada por disipar cualquier atisbo de sospecha. Su tono era calmo, pero firme, como si estuviera dispuesto a aferrarse a esas palabras con toda su fuerza. Dutch dejó escapar un suspiro, uno que llevaba consigo una mezcla de alivio y orgullo.
—Bien, porque ya me conoces, muchacho... Esto es solo el principio. En cuanto consigamos algo de dinero, bueno... Será mejor que envíen a hombres competentes a por nosotros, porque jamás van a encontrarnos... Pero necesitamos dinero.
Arthur asintió lentamente, sus ojos se desviaron apenas hacia Hosea, quien estaba sentado en silencio tras Dutch. Aunque Hosea no dijo nada, su expresión hablaba por él. Un leve cabeceo, casi imperceptible, que parecía gritar las dudas que Arthur no se atrevía a expresar en voz alta. Dutch, sin embargo, no notó esa pequeña traición del silencio, o quizás eligió ignorarla. En cambio, se inclinó hacia Arthur y le dio un par de palmadas en el hombro, su gesto paternal y pesado.
—Gracias por tu fortaleza, muchacho. Significa mucho para mí.
Arthur no respondió. Sintió el peso de las palabras de Dutch como un lastre que se sumaba al ya insoportable peso de la lealtad que siempre le había demostrado. Dutch se giró hacia la puerta de la cabaña, sus pasos resonaron con decisión mientras tomaba sus armas y se las ajustaba al cinturón. No dedicó ni una sola mirada a Hosea, quien seguía sentado junto al fuego con una expresión que oscilaba entre el cansancio y el reproche.
—¿Y el dinero está bien escondido en Blackwater? —preguntó Arthur, alzando la voz ligeramente cuando vio que Dutch estaba a punto de salir.
Dutch se detuvo con la mano en la empuñadura de la puerta. Se giró apenas, dejando que sus ojos se posaran sobre Arthur por un instante prolongado, como si evaluara la sinceridad detrás de la pregunta.
—Eso creo —respondió finalmente—. Ni siquiera saben que lo tiramos.
—Bueno, entonces puede esperar.
Dutch asintió con un leve gruñido, abrió la puerta y salió al exterior. El viento nevado irrumpió en la cabaña con una fuerza gélida, trayendo consigo una ráfaga de hielo que hizo temblar las velas y apagó parte del fuego. La nieve acumulada en los tablones de la entrada se deslizó hacia adentro, formando un charco frío y húmedo que parecía reclamar el espacio que Dutch había abandonado. Cuando la puerta se cerró de golpe detrás de él, el silencio se instaló de nuevo, aunque ahora era más pesado, más incómodo.
Hosea dejó escapar un suspiro profundo, tan pesado que parecía llevarse consigo parte de su energía. Cerró los ojos por un momento, apoyándose en el respaldo de la silla como si necesitara reorganizar sus pensamientos. Arthur, que había estado observando todo en silencio, se acercó a él, moviéndose con cuidado, como si temiera perturbar el delicado equilibrio que quedaba en la habitación.
—¿Cómo te encuentras, Hosea? —preguntó Arthur en un tono bajo, casi un susurro—. No hacías más que toser esta noche.
Arthur posó una mano en la espalda de Hosea, un gesto cargado de cuidado y familiaridad. Para Arthur, Hosea era mucho más que un compañero de andanzas; era una figura paterna, un consejero, alguien en quien siempre podía confiar.
—Es por el frío —respondió Hosea, restando importancia al asunto con un movimiento de la mano—. Gracias por haber traído a John.
Esas palabras llevaban un peso diferente, un agradecimiento que iba más allá de la mera cortesía. Era una muestra de confianza, de respeto.
—Claro.
Arthur rodó los ojos ligeramente, percibiendo en la mirada de Hosea algo más que gratitud. Había en sus ojos una chispa de entendimiento, como si supiera lo que el joven sentía, como una madre que conoce los secretos de su hijo sin necesidad de que los diga en voz alta.
De repente, Arthur notó una figura en el umbral de la habitación. Molly, con sus rizos pelirrojos y ojos verdes, observaba desde las sombras, sus manos cruzadas frente a su pecho. Había algo en su postura que parecía pedir permiso para acercarse, pero también algo que la retenía, como si supiera que el calor del fuego no sería suficiente para derretir la frialdad que reinaba en el ambiente.
—¿Estás bien, Molly? —preguntó Arthur, volviéndose hacia ella con un tono suave—. Al lado de la hoguera se está más caliente.
—No, estoy bien, gracias —murmuró Molly, su acento marcado envolviendo sus palabras.
Pero sus ojos decían otra cosa. Cansada, decepcionada, Molly prefería la soledad de una habitación fría a enfrentarse a la tensión que aún flotaba en el aire junto al fuego. Arthur asintió, entendiendo sin necesidad de insistir. Finalmente, decidió que era hora de salir.
En el porche, encontró a Dutch, con el cigarrillo encendido entre los dedos, el humo ascendiendo en espirales que se perdían en la ventisca. Arthur se apoyó en la barandilla, sus manos dejaron huellas cálidas en la nieve acumulada. El silencio entre ellos era más elocuente que cualquier palabra.
—Gracias, Arthur. Gracias por traer a John de vuelta. Por fin un poco de tranquilidad.
Arthur contuvo el suspiro que amenazaba con escapar de su pecho. Sabía que cualquier gesto, cualquier palabra mal medida, podía delatarlo bajo la mirada inquisitiva de Dutch.
—Esos lobos le dieron una buena paliza, pero se pondrá bien —respondió finalmente. Y en un murmullo apenas audible, añadió—: Espero.
Dutch sonrió apenas, su expresión reflejaba una mezcla de confianza y cansancio.
—Hace unas horas que está despierto. Igual deberías ir a darle una visita.
—Creo que estará bien. Está bien acompañado y yo tengo cosas que hacer.
Arthur no lo miró mientras descendía las escaleras hacia la estepa nevada que se extendía delante de ellos. Sin embargo, ambos sabían que lo haría. Siempre iría a por él.
...
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