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Capítulo 4. Los síntomas del TLP. (Primera parte)

-"Las personas que padecen este trastorno tienen mucha dificultad para regular sus emociones y una conducta impulsiva... y eso les afecta en sus relaciones interpersonales... -
- Bueno, pensé que... eso era simplemente una forma de ser...
- “Es una forma de ser... por eso se llaman trastornos de la personalidad. Las personas normales pueden presentar rasgos de algún trastorno... pero cuando se dice que la persona está padeciendo el trastorno es cuando dichos síntomas afectan significativamente la rutina del paciente... o claramente, como en tu caso, ponen en riesgo la vida del paciente.”
“Ponen en riesgo la vida del paciente”... esa última frase se queda dando vueltas en mi cabeza por un momento. La normalidad es querer vivir. Aunque yo no le encuentre nada de natural a la resiliencia. A una persona pueden lloverle las desgracias como a Job en el Antiguo Testamento, pero “lo normal” va a seguir siendo querer preservar la vida a pesar del sufrimiento. Siempre he pensado que esta pinche sociedad te llena de obstáculos para que no puedas ser feliz, luego te dice que estás enfermo porque eres incapaz de alcanzar la felicidad, y luego te vende la cura de tu enfermedad de mil maneras. Dije antes que en ese momento yo era un despojo humano, yo no era alguien, era algo... inferior a un perro abandonado en la calle que necesita ser rescatado. Permanezco escuchando a Rubén.
-"Pueden tener dificultades para mantener un trabajo estable a jornada completa... También suelen manifestar dificultades para mantener relaciones sentimentales y sociales duraderas o bien, éstas destacan por ser conflictivas y con una alta dependencia emocional...”
- “Ya...entiendo, todo eso me pasa, pero... por más que lo pienso... y lo pienso. Por ejemplo, en relación a los trabajos que he tenido... generalmente me desanimo o renuncio, porque siempre me han tocado trabajos donde las condiciones laborales son muy jodidas... ¿no tiene que ver eso, Rubén? Yo veía a mis colegas que siempre se dejaban que se las atoraran sin quejarse. Los veía aceptar horas extra sin paga extra, que les explotaran, que les maltratara el jefe, que les impusieran reglas y condiciones injustas y absurdas. Yo nunca me dejé pisotear por nadie, y eso no es algo que pretenda cambiar. ¿Eso es parte de mi trastorno? Si no puedo soportar una rutina de 8 horas laborales porque me parece que ocho horas trabajando es un exceso, es un tercio de tu día, ¿soy anormal?... Pff... "
Cuando terminé la prepa, me mudé a la Ciudad de México para estudiar la carrera de Derecho, no sé en qué pinche momento se me ocurrió que quería ser abogada, creo que solo quería largarme de casa de mi madre, y mis papás no me iban a apoyar si estudiaba música o artes plásticas. No aguanté ni un semestre. Pero no iba a renunciar a mi independencia. Me cambié a la carrera de diseño. No me gustó, realmente me esforzaba por que me gustara, pero no lo lograba, no me gustaban las materias, no me satisfacía lo que aprendía, empecé a aburrirme y luego a dejar materias y luego terminé por botar la carrera. La educación formal nunca fue lo mío. En fin, el punto es que, durante ese período, para solventar algunos gastos, tuve varios trabajos muy jodidos. Fui edecán y era insufrible...cansado y aburrido...pararse en unos tacones de aguja por horas y sonreír como una muñeca de plástico, repartir publicidad, repetir la misma frase una y otra vez, aguantar que los hombres pasaran y te vieran el culo y las tetas, porque claro, eso es parte del trabajo: meterte en un ceñido y corto vestido para que los hombres volteen a verte y ya que tienes su atención, promocionar lo que sea que tuvieras que promocionar. Cuando iba por la calle o en el metro si alguien me miraba, podía decirle: “¿Qué chingados me ves?”, si alguien pasaba por un lado mío y me decía: “chiquita”, yo podía contestarle: “chiquita la tienes, pendejo”... pero acá solo tenía que seguir sonriendo. Una vez un fulano pidió tomarse una foto conmigo, me cagan esos weyes que se toman fotos con las edecanes, pero acepté, muy a huevo. Me encabroné cuando sentí su mano en mis nalgas y le solté un puñetazo en la cara. No volvieron a contratarme... de todas maneras odiaba ese trabajo y se tardaban un chingo en pagar. Fui cantante en cantinas, bares, eventos y de igual manera me cagaba la exigencia de ponerme siempre tacones, vestidos cortos, maquillaje y el cabello arreglado... a ellos les importaba una chingada si yo cantaba bien o no...además el jefe me chingo con 5,000 varos y desapareció. Fui mesera, pagaban menos de 70 pesos el día, y trabajabas “8 horas”, más la hora extra que llegabas antes para limpiar el lugar, incluso lavar baños...más la hora extra que te tomaba recoger trastes, sillas, mesas y esperar a que se fueran los últimos clientes. El puto restaurante te contrataba como mesera, empleada de limpieza y encargada de la seguridad del mobiliario a la vez, por pinches 70 pesos... ¡una ganga!... tu salario lo pagan los clientes, y lo que ellos quieran. Encima la cocinera me odiaba y no tenía permiso ni de sentarme aunque no hubiera clientes. Aguanté un mes, le dije a la cocinera que su frigidez no era mi problema, dejé caer la charola y me largué. Fui recepcionista, promotora, animadora de hotel, puros trabajos explotadores, con jefes nefastos, contratos cortos, prestaciones pedorras y salarios miserables. No, definitivamente eso de trabajar no es para mí. Entonces sí, asumo ese aspecto de mi enfermedad.
-“Me identifico con eso de tener dificultades para las relaciones sentimentales duraderas...y sí, generalmente son conflictivas y caóticas... Adrián, Alan, Arturo, Alejandro, Armando, Abraham, Alfredo, Antonio, Ángel...casi todos me han botado. A menudo he pensado que porque soy diferente, o liberal o exigente... o por mis impulsos descontrolados... o porque me entrego tanto que se aburren o los asfixio... no sé. A menudo siento que mi amor no es correspondido en la manera en la que me gustaría. Admito también que me enamoro fácilmente, cada vez siento que hay una conexión especial entre mí y esa persona, si siento que las cosas fluyen, empiezo a pensar que esa persona es “la persona” que me hará feliz, que le pondrá fin a mis días grises... y se quedará... y pienso “este sí se quedara”. Creo que no escojo bien a mis parejas y solo me dejo llevar por lo que me provocan en ese momento, y pienso que son seres extraordinarios y los admiro, y los pongo en un pedestal y... al poco tiempo...me decepcionan.”-
- “Patrón de relaciones interpersonales inestables e intensas caracterizado por la alternancia entre los extremos de idealización y devaluación” eso es uno de los criterios del TLP.
- Entiendo lo de idealización y devaluación.
- Hay 9 criterios, para el diagnóstico del trastorno límite. La presencia de 5 o más puede indicar la existencia de este trastorno. Y para poder llegar a este diagnóstico pues, se hace lo que hemos estado haciendo: estudios, entrevistas, los test de personalidad que te hice en un principio, ¿recuerdas?
- Sí...
- En tu caso... encontré que padeces estos 9 síntomas.
- ¿Los nueve? ¿Me puede decir qué criterios son?
Rubén abre una carpeta que tiene a la mano, seguramente mi expediente y lee:
"Esfuerzos frenéticos para evitar un abandono real o imaginario."
Siempre presiento cuando van a abandonarme, de pronto simplemente lo sé. Lo descubro en los más mínimos detalles: si se tarda en responder mis mensajes, si llega tarde a nuestras citas, si se rehúsa a hacer algo que le he pedido, si no quiere tener sexo ese día, si cancela un compromiso porque está cansado, si no ha tenido las muestras de cariño habituales en ese día, si se pone a responder mensajes de whatsapp mientras está conmigo. Mi mente anticipa la ruptura, “está a punto de dejarme” pienso, “no...otra vez no”. Pienso que tal vez le gusta otra... no... sé que es porque ya empieza a tener algo con alguien. Reviso sus redes para encontrar quién es. Seguramente se cansó de mi... ¡Basta! Esto me produce mucho malestar. Empiezo a deprimirme con toda la historia que he generado y quiero parar pero no puedo, empiezo a sentir ansiedad a la espera de algo... algún mensaje, algún detalle que me libere de todos estos pensamientos.
"Patrón de relaciones interpersonales inestables e intensas caracterizado por la alternancia entre los extremos de idealización y devaluación."
Siempre estoy confundida respecto a los finales de mis relaciones sentimentales; a menudo me surge un odio tan intenso como el amor mismo que les tuve. Me pregunto en qué momento ese hombre que parecía ser un dechado de virtudes se convirtió en un culero. Fue un culero todo el tiempo y no me daba cuenta hasta que su verdadera personalidad salió a flote. Pero luego otros días me veo a mi misma como el monstruo, ese ser tóxico y despreciable, ese parásito que transforma a los hombres buenos en unos patanes, que saca lo peor de ellos. Cuando el tiempo pasa, algunos de los hombres de mi vida me producen tanto escozor y no logro entender que me mantenía ligada a esa persona. Otros me producen una sensación de culpa y de vergüenza de mi misma por todo lo que les hice pasar: mis berrinches, mis dramas, mi comportamiento infantil, mis celos, mi irritación constante, mi agresividad, mis chantajes, todos mis caprichos para someter sus voluntades. No sé lo que quiero, ¿es admiración, aceptación? Cuando me enamoro todo lo bueno y lo malo se potencializa, amo y odio demasiado. Quiero vivir el amor con tanta intensidad, no siento que esté completo si no hay conflicto, como en una película. A veces necesito de ese conflicto y empiezo a aburrirme si no lo consigo. Me interesa romper esa coraza con la que se andan los hombres, donde no dejan verse afectar por sus emociones. Me enferma su persistente deseo de mantenerlo todo bajo control. Quiero verte alguna vez enojado, cabrón. Quiero verte descontrolado, como yo. Quiero saber que algo te lastima, te afecta, te conmueve. Quiero que hagas cosas que vengan de tu ira o tu dolor, ¿por qué siempre quieres tener el control de la situación? Y yo voy a provocar eso en ti. No quiero ser la única que se desborda de emoción, esa desventaja me hace competir. Quiero sacarte de tus casillas. A lo mejor me gustan los hombres rotos, como yo. Los hombres con los que pueda pelear. Quiero pensar que he madurado en todos estos años, pero tal vez sigo siendo esa adolescente caprichosa.
Abraham fue mi primer novio de la prepa; esta relación enfermiza e intensa marcó mis relaciones posteriores. Ni siquiera nos dimos el tiempo de conocernos mucho antes de decidir ser novios. Ni siquiera teníamos mucho en común, y no sé cómo es que yo, un intento de punkera que usaba converse rojos, cinto de estoperoles y que iba a los festivales de rock se dejó seducir por un buchón que usaba un rosario de oro que le llegaba al ombligo, una polo Lacoste, tennis puma blancos, el cabello con corte militar y la sonrisa colgate tan limpia como su Cheyenne blanca 4x4 con los vidrios polarizados y una calavera como distintivo. Yo era su objeto de deseo desde el primer día que me vio en la prepa con mi falda mega corta y mis piernas bronceadas, pero nuestros círculos de amigos siempre fueron muy distantes lo mismo que nuestros intereses en común.
Me mando decir con uno de sus amigos: “Cuando quieras te llevo a dar la vuelta al malecón” Eso de dar la vuelta por el malecón siempre me pareció la pérdida de tiempo y gasolina más naca y sin sentido de los pueblos donde no hay mucho qué hacer. Lo rechacé. Dos años después volvimos a tener contacto por Messenger y no sé por qué este tipo me empezó a atraer. Quizás era el recuerdo de haber sido su crush años antes o la pinche urgencia de tener novio. O quizás sus detalles acostumbrados y desmesurados para demostrar su interés como diciendo: “Hey, me interesas y tengo dinero para demostrarte cuánto”: un ramo de rosas rojas con forma de pavorreal gigante a domicilio para que todas mis primas y mis amigas digan “lo traes cacheteando las banquetas, arrastrando la cobija por ti” (nunca entendí mucho esas expresiones pero así se dice) “le mueves el tapete bien cabrón”.
Bastaron dos salidas: una ida al cine y otra al sushi para que el tipo se animara a querer besarme, pero yo era una ninja experta en esquivar besos robados y le dije que las cosas no serían así de fáciles. Cabe aclarar que en la prepa y cuando aún era virgen, yo cuidaba mi reputación como un tesoro, porque en una ciudad como Culiacán, un pueblo chico donde todo se sabe, ser una mujer de mala reputación significaba que nadie nunca de los nuncas te tomaría en serio. Así que Abraham, no se lo pensó y sabía que para acceder a ese tesoro tenía que hacer las cosas bien, con una niña bien y llegarle como se debe, a la clásica manera de: ¿Quieres ser mi novia? Le dije que me lo pensaría y al día siguiente le dije que sí. Ahora tendría que ver qué hacer con este total desconocido que ahora era mi novio.
Un año y medio donde cambié hasta mi forma de vestir y mi círculo de amigas. Porque mis amigas putas, como Abraham les decía, no me daban buena reputación a mí y por consecuencia, no le daban buena reputación a él. Año y medio de Abraham controlando mi aspecto con sus regalos constantes: ropa, zapatos y joyas, después de una ocasión en que me dijo que no iba a llevarme a ningún lado con mi disfraz de punkera, así que dejara de estar jugando y subiera a cambiarme. Y yo que pensaba que mi look de Avril Lavigne era de lo más cool. Año y medio de usar el cabello largo y negro azabache como a él le gustaba “Ni se te ocurra pintártelo de rojo, porque el rojo solo lo usan las putas... y ni cortarlo, porque corto lo traen las machorras”. Pero en realidad bastaron pocas semanas para que se manifestara el celópata, machista, misógino, infiel, patán, controlador y maltratador con el que me había metido.
Cada día que llegaba a mi casa revisaba mi teléfono para asegurarse de que no estuviera engañándolo con nadie más, tenía las contraseñas de mi correo y mi cuenta de Messenger. Discusiones constantes sobre situaciones hipotéticas, discusiones por absolutamente todo, celos sin fundamento. Obsesión irracional en relación a mi virginidad, este tipo estaba totalmente obsesionado por estar seguro de si yo era virgen o no, y por ser él quien obtuviera ese regalo de mi parte. No sé cómo es que no lo mandé a la chingada desde entonces. Le molestaba que abordara carros de otros hombres que no fueran él, incluso si era el carro del novio de alguna de mis amigas o algún primo. “La gente no va a saber que es tu primo, solo van a ver a mi vieja en el carro de otro wey y el que va a quedar como un pendejo voy a ser yo”. Sus frases favoritas: “Eso se ve mal en una mujer” “Ni se te ocurra...” “Pobre de ti...” “Eso lo hacen las putas”... Putas, putas, pirujas, zorras, cada tres o cuatro frases. Empezó a cansarme. Y mira que esas actitudes parecían tan normales dentro de los círculos en los cuales me desenvolvía, completamente normal que tu novio te controle, que siente celos de tus amigos, completamente normal que revise tu teléfono y tu correo, que quiera adueñarse de tu tiempo, que irrumpa en tus momentos con tus amigos y te caiga de sorpresa a lugares donde no le invitaste, completamente normal que te haga una escena delante de todos, que se vaya quemando llanta del lugar donde te dejo expuesta a las miradas de todos los de la fiesta. Empecé a saber que algo de esta normalidad no estaba bien y lo corté... lo corté varias veces, pero me perseguía por la calle, me buscaba en mi casa, me hacía 40 llamadas en menos de 10 minutos, me enviaba regalos, lloraba, se humillaba, hasta que volviera con él.
Sentí que este hombre estaba verdaderamente loco por mí y yo por él, y el amor era así, la mitad del tiempo estarnos riendo de pendejadas, besándonos, escondiéndonos para fajar o hacer el amor, ir a comer mariscos, ir a la playa, emborracharnos, dar la vuelta en el malecón y comer chucherías, hacernos regalos ostentosos e inútiles: mascotas, peluches gigantes, ramos de rosas, esclavas de oro, ropa de marca, perfumes costosos, compensar los malos tratos con un nuevo peluche o nuevas alhajas. Y la otra mitad del tiempo: discutiendo por lo que hacía mal y también por lo que no hacía pero pude haber hecho, celos mutuos de los amigos y amigas de ambos, yo bajándome en un semáforo después de una discusión en el carro y él persiguiéndome por la calle para hacerme entrar de nuevo, discusiones por teléfono cargadas de insultos como: “pendeja”, “pendejo” “puta”, reclamos incluso por lo que mis amigas hacían con los hombres, jalones, empujones, manazos, estirones de pelo, manotazos... cachetadas (de ambas partes), amenazas: “pobre de ti que...” “si haces tal cosa, te mato”, “cuando se te ocurra hacer tal cosa te dejo”, “si me dejas me muero”. Rompimientos, promesas de cambiar, reconciliaciones, volver a lo mismo una y otra vez. Prohibiciones de involucrarme en actividades que me implicaran convivir con otros hombres: viajes de escuela, el taller de teatro. Discusiones infinitas por teléfono. Descubrí sus infidelidades y que la manera en que intentaba controlarme era en realidad porque sabía cómo se las gastan los infieles. Cuando por fin pude dejarlo, apartarlo de mi vida, obligarle a dejar de buscarme... empecé a extrañarlo. A necesitarlo... sus malos tratos pero me quería. Me gritaba, pero me amaba. Se burlaba de mis sueños pero le importaba. No dejé de soñarlo noche tras noche durante un año.
Después de Abraham dije que nunca más me sometería a la voluntad de un hombre. Pero supongo que lo seguí haciendo de maneras en que no creí que lo hacía. Estuve con Alan después. Para este hombre el amor era como en un chick flick: “el amor lo puede todo”, “Hacer locuras está bien en nombre del amor”. Nunca me gustó demasiado, pero sabía que yo le gustaba mucho y eso me halagaba. Tenía demasiados detalles conmigo. Necesitaba a alguien con quien hablar y claro, empezaba a necesitar a alguien con quien coger... pero en ese entonces era difícil admitir que una quisiera solamente cogerse a un morro que ni le gustaba del todo. Un día me dijo que le gustaba e intento besarme... beso que esquivé de nuevo con mis poderes de ninja y le dije que solo lo veía como un amigo. Pareció decepcionarse pero por supuesto que no iba a rendirse... iba a demostrarme a como diera lugar que yo debería de darle una oportunidad y que no me iba a arrepentir. A la par que crecían sus detalles y favores, crecían mis tratos desdeñosos y utilizaba lo que me servía de lo que él hacía por mí. Y después de varios días de insistencia e intentos de besarme, un día nos besamos. Luego fajamos en la sala de mi casa y después nos fuimos a un motel para tener sexo. Definitivamente este sexo era mejor que el sexo con mi anterior novio donde siempre me dolió y nunca tuve un orgasmo. No podía desaprovechar eso y aquello se convirtió en una cogedera de conejos, diario, varias veces seguidas... una vez, ocho veces seguidas hasta terminar cada vez. Descubriendo y probando por primera vez las cosas que nos daban placer: qué y cómo. Aun así yo quería seguir de esa manera, sin formalizar nada, sin involucrarnos emocionalmente, pero cada vez la situación me lo impedía más sin tener que quedar como una perra culera y aprovechada que utiliza a los hombres, pero sobre todo puta. “Me voy a ir a estudiar fuera cuando acabe la prepa, por eso no podemos formalizar nada”, era el pretexto perfecto (y era verdad).
Cuando me fui a la ciudad de México a estudiar derecho, empecé pronto a extrañar de su compañía y se lo hice saber. Al día siguiente tomó un vuelo a la ciudad de México y me cayó de sorpresa para hacerme la clásica pregunta: “¿Quieres ser mi novia?”... ¿alguien hubiera podido ser tan culera como para negarse?...Yo no. Empezamos nuestra relación a distancia con sus visitas esporádicas y “de sorpresa” con ramos de rosas al final de la escuela porque el hombre es un romántico (o porque el hombre intenta mear su territorio en la escuela). Pero aquello estuvo desde un principio destinado al fracaso. Yo era una mujer joven que se mudaba de ciudad, y que por primera vez se enfrentaba a vivir sola, a nuevas experiencias. Por supuesto, no iba poder conservar por mucho tiempo algo que me amarrara a mi antigua ciudad, a ese pueblito donde nací lleno de prejuicios donde la reputación y el físico importaban más que la vida misma y donde no podías hacer nada sin que existiera la amenaza de que todo el mundo lo supiera. Lo intenté, de verdad lo intenté... o bueno, a decir verdad no sé qué tanto lo intenté. Yo iba a fiestas y ya ni tenía una hora de llegada, ya nadie podía decirme qué hacer. Probé drogas por primera vez. Todo se descontroló. Ya no me importaba ni cuidaba tan celosamente mi reputación... y vi por primera vez, en la primera semana de clases a Andrés. Me gustó inmediatamente y me clavé con la idea de que estaría con él. Después de algunos esfuerzos por llamar su atención, por fin lo conseguí. Empezamos a salir sin que mi relación a distancia con Alan hubiera terminado. La primera vez que salimos a un concierto de rock nos besamos y fajamos en el carro. La segunda vez fuimos a un motel y cogimos, 4 rounds. Así empezó nuestra relación, a escondidas y bastante apasionada. Pero la culpa por lo que hacía no me dejaba en paz, y Alan comenzaba a sospechar. Así que lo terminé por teléfono. Obviamente no lo aceptó. Me llamaba constantemente para preguntarme los porqués de mi decisión:
- “Ya te lo dije Alán, no funciona para mí la distancia”...
- “Pero podemos hacer algo al respecto, podemos ver las maneras de estar más en contacto en el tiempo en que yo busco la manera de mudarme al DF. Si hay amor todo tiene solución. Dame la oportunidad. ¿Ya no me quieres?”
- Si te quiero pero...
- ¿Entonces? Vamos a intentarlo...
- No quiero.
- ¿Pero por qué?
- No quiero y ya... ¿no puedes aceptar eso?
- No... dame una razón válida para no intentarlo.
- Está bien. Me gusta alguien más. ¿Ok? No quiero lastimarte, pero esa es la verdad.
Me costó decirlo y pensé que con eso me libraría de él finalmente pero no, solo se ausentó por unos días y luego me sorprendió con un mensaje: “¿Recuerdas esta canción? Sonó una y otra vez la primera vez que hicimos el amor. ¿Podemos hablar esta noche? quiero decirte algo”. La cosa no había acabado ni acabaría ahí. Noche tras noche me llamaba tratando de convencerme con volver. Llamadas que duraban horas, en donde Alan me exponía muy elocuentemente las razones por las cuales debíamos de luchar por rescatar nuestra relación a pesar de las adversidad... un día incluso me quedé dormida mientras el filosofaba sobre el amor y la decisión de amar a alguien. “¿Bonnie? Bonnie, ¿sigues ahí? ¿Me colgaste?... ¡Bonnie!”.
Mientras tanto, y hablando de la decisión de amar, yo había decidido amar a Andrés desde el día en que lo vi. Esa fijación entró en mi cabeza y no pudo salir. Nuestra relación avanzaba y me llenaba en todos los aspectos de mi vida, había decidido enamorarme ciegamente por primera vez. Había decidido pensar en un “para siempre”.
Cuando creía haberme librado de Alán, un día me lo encontré afuera de mi departamento en México. No lo podía creer.
- ¿Qué haces aquí?
- Vine a decirte que te amo mirándote de frente y a pedirte que volvamos a intentarlo.
- Alán... me halaga mucho que estés aquí. Apreció ese detalle pero... ya no puedo. Ya no podemos volver.
- Dime que no me amas mirándome a los ojos...
- Si te quiero mu... Me planta un beso con lengua hasta la garganta en el porche de mi edificio. Sé que el diálogo anterior parece sacado de una película de Hollywood, pero les juro que fue real... este tipo creía en la fantasía de una película romántica peor que una adolescente gorda y con granos. Tuve que contárselo. Que tenía novio, que estaba enamorada y que no podía ya volver con él. Pareció entender a pesar de su evidente desilusión y yo ahí parada sintiéndome la mujer más caca del mundo.
- Bueno, te dejaré en paz. Me voy...
- ¿Dónde te quedas?
- No sé... no pensé en eso. Utilicé mis pocos ahorros para pagar el vuelo. Ya veré donde...
Mi corazón de pollo se retorcía y la culpa se apoderaba de mí.
- Puedes quedarte esta noche si quieres... tengo un sofá cama en la sala.
- No quiero molestarte...
- No es molestia, ¿cómo crees?
Pues se quedó dos semanas el muy cabrón. No tenía ni siquiera vuelo de regreso y yo no me atrevía a presionarlo porque aquí yo era la culera, mala mujer que lo había engañado y botado por otro. Mil karmas caerían sobre mí posteriormente por esta terrible acción. Dos veces intentó besarme. Una vez me sorprendió en mi cama y empezó a insistir con abrazarme, y luego se bajó a hacerme un oral. Yo no quería... pero chingada madre era el mejor haciendo orales, y pensé: una vez y ya... luego lo arreglo. Pero no consiguió de mí lo que buscaba por más que se esforzó y volvió a Culiacán. Donde después se le vino la etapa de odiarme y hablar mal de mí con todas nuestras amistades en común. Pensé que me lo merecía, pero total, ya poco me importaba lo que pudieran decir y pensar de mí en Culiacán.
Dije antes que un terrible y poderoso karma se avecinaba sobre mi vida. Mientras yo había decidido que quería pasar mi vida con Andrés, el decidía ponerme los cuernos con su roomie. Cuando me enteré, decidí perdonarlo ya que yo no era ninguna perita en dulce. Y me olvidé del tema, de verdad nunca volví a mencionarlo. Continuamos nuestra relación por un tiempo más, cuando un día cualquiera, después de hacer el amor y de decirnos que nos amábamos me dijo:
- No sé, estoy confundido.
- Con qué...
- Contigo... conmigo. A veces no sé lo que quiero de ti.
- ¿Cómo?
- A veces siento que eres como mi hermanita. Y que tengo que cuidarte... me siento con esa responsabilidad de que estés bien. Y a veces esa presión me cansa.
- ...¿Estás terminando conmigo?... -...
Mi pregunta se quedó flotando en el aire y entendí que efectivamente estaba terminando conmigo. ¿Por qué así, tan de repente? Sin previo aviso, después de hacer el amor, después de decirme que me amaba y dos minutos después me dice eso, mientras yo todavía estaba desnuda recuperándome de un orgasmo. ¿Qué clase de juego macabro es este? Me hierve la sangre. Me visto a prisa, no digo más. Estoy temblando peor que el día en que me confesó que se acostaba con su roomie. ¿Qué clase de placer perverso le representa hacerme daño con sus palabras? Tomo mis cosas, azoto la puerta, no me despido, no lo miro a los ojos. Enciendo mi carro y me voy hecha madre. En el camino me paso un semáforo en rojo, atropello a un gato o a un perro, no vi bien lo que era, casi choco dos veces y me para un poli por ir manejando a exceso de velocidad e invadiendo carriles. “Si, está bien, póngame la infracción rápido que llevo prisa”. Digo con las lágrimas hasta las chichis. El oficial siente lástima por mí y me deja ir.
Intenté obligarme a mí misma a no vivir el duelo de esta relación, a sonreír y no sufrir... por supuesto que no funcionó. En el camino conocí a Antonio, un escritor atormentado por la relación con su padre alcohólico y con complejos de inferioridad, cuyos personajes femeninos eran idénticos a mí y hasta usaban frases que yo había dicho literalmente. Duramos 6 meses y no soportaba la culpa de no quererlo y sentirme la causa de su malestar por sospecharlo.
Después conocí a Arturo, un pintor surrealista y marihuano que era 10 años mayor que yo. Me llamaba flaca y mentía todo el tiempo sobre su vida, me contó las mismas historias 100 veces con detalles y finales diferentes. No le gustaba la gente ni salir a la calle. Nuestra relación se reducía a su pequeño cuartito rodeado de cuadros raros con muchas caras y muchos senos, el sexo, la mota y conversaciones donde cada quien hablaba de temas diferentes.
- Últimamente he estado pensando en dejar la carrera... no me gustan las clases. ¿Qué piensas?
- Pienso que... algo le falta a ese cuadro. No sé qué... siempre que lo veo, no sé... como que siento que algo le falta... ¿tú qué crees que le falte?
- Pero no sé qué carrera estudiaría ahora... no encuentro realmente alguna que me motive. ¿Sabes? De niña pintaba... me gustaba mucho.
- Las carreras no sirven para nada, flaca. Te lo dice alguien que intentó dos veces hacer una carrera de artes plásticas solo para descubrir que lo que me iban a enseñar ahí yo ya lo sabía... lo traes o no traes. El arte no es algo que alguien te pueda enseñar. Viene de adentro. Mandé a la mierda a mis maestros y seguí mi propio camino. Mi propio arte. ¿Sabes que te pasa, flaca?
- ¿Qué me pasa?
- Algo te falta... como a ese cuadro.
- Acabas de descubrir el hilo negro...
- Te faltan unos buenos besos...
- Ya...
- Y unos buenos...
- Ya, hombre.
- Uy, ¿qué?
- Pues no quiero... estoy hablando.
- Ya dime, pues.
- ¿Decirte qué?
- La verdad...
- ¿De qué?
- ¿Qué opinas de ese cuadro?
- ¡Cómo chingas!
- ¿Pos que dije? Uta no mames... ya no te pregunto nada. ‘che histérica.
El cuadro estaba tan culero y mediocre como nuestra relación. Por dos o tres meses fue como una especie de cuarto secreto a donde iba por sexo y porro. No les conté a mis amigos ni a mis padres sobre esta relación, no tenía mucho caso, sabía que terminaría pronto. Y en lo que acababa conocí a Alberto en una roof-party de Halloween que encontré en Facebook a donde fui sola.
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Capítulo 3: El pasado.
A veces me pregunto si verdaderamente mis papás se amaron alguna vez. Casi no los recuerdo llevándose bien. Discusiones en el desayuno, en la comida y la cena. Discusiones por todo, o por nada. Discusiones para llevarme o recogerme de la escuela. Para mí hablar a gritos era algo normal, mis papás me gritaban y se gritaban entre ellos. Mi mamá se enfurecía conmigo por detalles extremadamente pequeños: si dejaba el suelo mojado después de bañarme, si dejaba las huellas de mis dedos en la manija del horno de microondas, o migajas en la mesa después de comer, o residuos de pasta de dientes en el lavabo del baño. Yo no salía a la escuela si mi aspecto no era impecable: el uniforme siempre planchado y limpio, los zapatos lustrosos, el cabello bien peinado hacia atrás en cola de caballo con un listón azul. Cada día, camino a la escuela, escuchaba a mi papá enfurecerse con lo último que mi mamá le decía, enfurecerse con el tráfico de la ciudad, despotricar contra la gente estúpida que no sabe manejar. Sentía mi cabeza rebotando de aquí para allá, con cada frenón, con cada curva, con cada tope que los pasaba como si no estuvieran ahí.
Aprendí que estar siempre enojada es normal, y manifestar el enojo es inevitable. Pero no. Yo tenía que reprimirlo y aguantarme. Mis papás podían llenar mi día entero con la mierda de todo el enojo que salía por sus bocas y yo tenía que chutármelo tranquilamente, porque donde se me ocurriera levantar la voz, decir alguna majadería o algún comentario insolente venía un “cállate”, “vuélveme a levantar la voz y te volteo la cara de un cachetadón”... o directamente venía el manotazo o bofetón. Alguna vez, después de una discusión con mamá, subí a mi cuarto y estrellé un adorno de cristal contra la puerta. Mi mamá subió las escaleras hecha una furia y me agarró a cintarazos.
Después, cuando tenía estas discusiones con mamá, me encerraba en mi cuarto...daba vueltas enfurecida, me arrancaba cabellos, me daba golpes en la cabeza. Tenía una navaja suiza que mi papá había dejado olvidada cuando se fue, y con ella me hacía pequeñas cortadas en los muslos. Mi ira se iba calmando despacio. Una vez me hice una herida lo suficientemente profunda como para poder detener la sangre con papel de baño o alguna venda... la sangre no se detenía. El suelo de mi cuarto manchado de sangre, el suelo del baño, el lavabo del baño, todo manchado de sangre. Comencé a asustarme. Más que nada, me asustaba el hecho de tener que contárselo a mamá. No tuve más remedio que decírselo. Esa vez tuvieron que suturar, 8 puntos. No quería pasar otra vez por el psicólogo, hablar del divorcio de mis padres y tal. No era el divorcio de mis padres... era el matrimonio de mis padres. Eran mis padres, simplemente... juntos, o por separado. La ausencia e indiferencia de uno, y la asfixiante presencia de la otra.
Ellos se conocieron en Culiacán. Fueron vecinos desde la infancia. Fueron amigos desde entonces, y en la adolescencia, a los 17 años, se hicieron novios. Mi mamá describía a mi papá como alguien guapo, inteligente y seductor... el tipo de hombre con el que siempre deseó casarse. Su noviazgo de 5 años siempre estuvo amenazado por las infidelidades de mi papá y los celos enfermizos de mi mamá. Fueron 5 años de rupturas y reconciliaciones. ¿Qué les hizo pensar que eso cambiaría con el matrimonio? Ah, pero entonces vine yo. Mi mamá estaba cerca de graduarse de la carrera de enfermería y mi papá a la mitad de su carrera de medicina. Tuvieron que apresurar una boda, antes de que el embarazo fuera demasiado notable. Pero esto ellos no me lo dijeron, yo lo descubrí haciendo cuentas entre la fecha de la boda y la fecha de mi nacimiento. Mi mamá tendría unos 4 o 5 meses de embarazo el día de su boda... y 22 años de edad. ¿Qué habré sido yo para ellos en ese momento? Los padres siempre dicen que los hijos son una bendición... ¿Qué madre se atrevería a decir que su hija o hijo le jodió la vida? Aunque no sé mi madre... casarse y tener hijos siempre pareció ser parte de sus planes de vida, o al menos no creo que dentro de su cabeza existieran otras opciones. “Es lo que tiene que ser” me lo ha dicho. “Es para lo que vinimos al mundo”... y por muchos años lo creí... simplemente lo asumí como algo que tenía que ser, hasta que un día me encontré pensando: “¿Y si no?”.
Mi papá es para mí un completo enigma, nunca he sabido si él quería casarse, si quería una hija... si alguna vez nos quiso o solamente hizo “lo que tenía que hacer”. A veces fue para mí como un completo extraño. Nunca me pegó ni me insultó. Tampoco nunca jugó conmigo, ni se sentó a ayudarme con las tareas. Alguna vez me dijo que me amaba, pero sonaba acartonado, como un actor amateur que repite las líneas de un guion sin tanta convicción y cierta vergüenza e incomodidad de sentirse poco verosímil. Supongo que así se sintió el día de su boda, cuando el padre le pidió que repitiera ese discurso de: “Yo, Gerardo, te acepto a ti, Marina, como mi esposa y prometo...” O a lo mejor, sus padres nunca le enseñaron a demostrar afecto y cuando lo intenta le sale horrible. No sé, odio el hermetismo de los hombres, su incapacidad para mostrar sus emociones, su resistencia a mostrar su vulnerabilidad. Quizás se casó sin realmente quererse casar, tuvo hijos sin realmente querer tener hijos y estudió medicina sin realmente querer ser médico.
Mis padres se casaron en 1990, mismo año en que nací yo. La boda fue patrocinada por mis abuelos paternos, que por ese entonces tenían buen dinero del negocio de los restaurantes de mariscos y la comercialización del camarón gigante. Mi papá logró concluir su carrera de medicina, más nunca ejerció. Le gustaba más la promoción y las ventas. La industria farmacéutica era uno de los negocios más lucrativos del siglo y mi papá decidió entrar a trabajar como representante médico en los laboratorios de Brystol Myers Squib. Después se cambió a Pfizer, logrando ascender como gerente regional y después como Jefe de Distrito.
Durante mi infancia, nos mudamos varias veces de ciudad por el trabajo de mi papá: Culiacán, Guadalajara, Monterrey, Torreón, Ciudad de México. Era difícil comenzar cada vez, hacer amigos en la escuela. La gente era muy distinta en cada ciudad y acostumbrarme a un nuevo sitio cada vez me daba más pereza. Fue así hasta los 12 años, cuando mis papás se separaron y mi mamá y yo nos regresamos a vivir a Mazatlán.
Ese día mi mamá pasó por mí a la escuela y me llevó a comer al McDonald's. Empezó a decir que las cosas entre ella y mi papá no estaban bien y que habían decidido separarse. No sentí tristeza en ese momento. La información fue llegando en pequeñas dosis los días posteriores. No era solamente que se fueran a divorciar, sino que además, mi mamá ya había tomado la decisión de regresar a Culiacán al terminar el año escolar. “Bonnie, si tuvieras que elegir entre quedarte en Monterrey con tu papá o volver a Culiacán conmigo, ¿Qué elegirías?”... Mi papá apenas habló del tema conmigo.
Pocos meses después de volver a Culiacán, supe que mi papá tenía dos hijos con otra mujer, unos gemelos. Dije que la información fue llegando en pequeñas dosis cada vez más fuertes. Mi prima Alba ha tenido desde chica la costumbre de espiar las conversaciones de los adultos ... y escuchó esa mañana, una conversación entre mi mamá y la suya. Ese día, la odié, la odié tanto... me lo contó como si se tratara de cualquier chisme, como si yo no fuera a sentir nada... “Estás hablando de mi familia, estúpida”... “Pensé que debías saberlo”... “Mentirosa”... “Yo no digo mentiras...mentiroso tu papá. Tú mamá le contó a la mía hoy en la mañana... las escuché desde la escalera”, “Eres una chismosa”, “¿Por qué te enojas conmigo? Enójate con tu papá. Es un mal hombre”. Quise arrancarle esos chinos güeros de su cabeza de tonta. Nos agarramos a golpes, pero yo siempre fui más fuerte que ella y pronto la sometí en el piso. Mi tía, cuando oyó los gritos subió a separarnos.
“Mamá ¿es verdad?”, “¿Desde cuándo lo sabes?”, “¿Qué edad tienen esos niños? ¿Dónde viven?” Ese mismo día supe que mi mamá lo sabía desde hace años y me lo ocultó. Ellos siguieron casados a pesar de eso. Estos niños tenían ya 7 años. ¡Siete años! Siete años sosteniendo la farsa de su matrimonio, viviendo en la misma casa, durmiendo en la misma cama, fingiendo ante la sociedad, ante mí. “Hasta que la muerte los separe” dijo el padre Ignacio, y mi madre iba a aferrarse a sus creencias lo más que pudiera, iba a tratar de impedir quedarse sin un hombre y con una hija que siempre fue una pesadilla, pero llegó el punto en que aquello se tenía que desmoronar.
“Mamá, ¿por qué lo hiciste, por qué me lo ocultaste? ¿Por qué seguiste casada con mi papá a pesar de esto?” Ella fuma de manera compulsiva desde hace unos meses. “Eras muy chica para saber la verdad... todavía lo eres. Bonnie... cuando seas mayor entenderás que todo lo que he hecho ha sido por ti.”
Crecí y nunca comprendí eso de “todo lo que he hecho ha sido por ti”. Yo nunca pedí nada. Nunca pedí que mis padres se casaran para darme una familia y nunca pedí que siguieran casados por mí. Todo lo que han hecho ha sido por mí... pero nunca han hecho lo que he querido. "Hacemos lo que es mejor para ti” ¿Según quién? Ese es un chantaje tan típico para hacerme pensar que debo corresponderles haciendo lo que es mejor para ellos aunque no sea lo que yo desee.
Nunca he sido lo que mi mamá ha querido. No importa cuánto ella se esfuerce, nunca he sido complaciente con ella. Nunca he sido una princesa, los vestidos de encaje me estorbaban para correr. A veces imagino con qué ilusión mi madre compraba todas esas prendas tan bonitas: moñitos, vestiditos, calcetas de holanes, zapatitos. Y siempre terminaban sucias, rotas o perdidas. Dice mi madre que aprendí a caminar a los 7 meses (nadie me cree), y desde los dos años hablaba con un lenguaje fluido. Esto al principio enorgullecía mucho a mis padres...el problema después era lograr que me sentara o me callara. Mi padre no sabía cómo lidiar con eso. “Quizás solo necesita correr” decía mi mamá.
Siempre he sido terca. Muy pronto llegaron las peleas por no dejarme vestir como ella quería. Si yo hubiera sido varón seguro que le hubiese sido más fácil aceptar que fuera inquieta y necia. Pero las niñas no, “las niñas son más tranquilas, más obedientes, las niñas no se suben hasta tan alto de los árboles, no destruyen sus juguetes como tú lo haces, las niñas no saltan de la barda tan alta intentando volar, te vas a lastimar... no pegan ni muerden a sus compañeras, eso lo hacen los perritos, ¿eres un perrito?” “Hay algo malo con esta niña, no pone atención, no se sienta, nunca se calla, ¡Por Dios, nunca se calla! No juega con las otras niñas, tiene conductas agresivas, no se puede estar quieta...le da vueltas a los árboles, habla sola, a veces juega con los otros niños de la clase a saltar de las mesas”. Recuerdo las notas con tinta roja en mi libreta de kínder, no sabía lo que decían, pero seguramente: “Se portó mal hoy” “No hace caso a la maestra” “Se peleó” “Mordió a una de sus compañeras” “Amenazó con unas tijeras a un niño” “Platica mucho”.
A los 6 años fui diagnosticada con “Trastorno por déficit de atención con hiperactividad”. No era simplemente distraída, desobediente o excesivamente inquieta, sino que algo estaba mal en mí y había que empezar a medicar, a controlar ese exceso de energía. “La causa de este trastorno generalmente es genética.” “Ritalina, esta pastilla la ayudará a concentrarse y dejar de moverse tanto.” Una solución para una niña que no tenía hermanas con las cuales jugar y se mudaba constantemente de ciudad, con una madre enfermera que estaba siempre agotada y un padre que siempre estaba trabajando.
Esta pastilla me adormecía, me aislaba. No sentía ganas de correr o de jugar. No tengo muchos recuerdos de esta etapa de mi vida, solo recuerdo la sensación de no estar aquí, de empezar a sentirme triste. Me recuerdo mirando por la ventana y viendo todo en cámara lenta, volteaba a ver el reloj y el tiempo transcurría muy despacio. Mi mente divagaba y de pronto recuerdo imágenes contrastantes que no parecían seguir una secuencia, como si se hubieran cortado escenas de una película. Recuerdo la imagen de alguna maestra regañándome: “A ti te estoy hablando, no a la pared”, pero no recuerdo el momento previo a eso.
Un día mi mamá me cachó tirando las pastillas en el escusado y me puso una chinga, llorando le dije que no quería tomar la pastilla, que no me hacía sentir bien, me hacía sentirme triste. Mi desempeño en la escuela tampoco había mejorado. Solo me había hecho permanecer sentada, callada, ausente. Esta vez mi mamá aceptó buscar otras alternativas.
Teníamos que hacer algo con toda esa energía. Durante toda la primaria y secundaria estuve en actividades extra curriculares: atletismo, natación, basquetball, tae kwon do, danza, canto, teatro, guitarra, pintura... en algunas actividades me desempeñé bastante bien, en otras apenas duré unos meses...de otras me aburría cuando sentía que ya había aprendido lo que tenía que aprender. En atletismo me preparaba para competir en los regionales cuando sucedió todo lo del divorcio de mis padres y nuestro regreso a Culiacán... no volví a correr después de eso.
Descubrí que me gustaba la música y la pintura. Pintar realmente me atrapaba, podía invertirle horas a esta actividad sin sentir el correr del tiempo... cuando ellos dijeron que nunca podría estarme quieta, que nunca iba a poder concentrarme en nada, se equivocaban. “Alguien con un trastorno como el de Bonnie, quizás no termine la escuela” le dijo el psicólogo que me diagnosticó con TDAH a mi mamá... Me la pela ese pinche psicólogo y su mal diagnóstico... cursé la primaria, secundaria y prepa... no terminé ninguna carrera universitaria, pero ¿y qué?
Durante casi toda mi infancia creí que era tonta. Me lo habían repetido un montón de veces. Me habían dicho que era incapaz. Fue mi maestro de pintura el que me hizo borrarme esa idea de la cabeza: “el problema es que eres demasiado inteligente, aprendes rápido y te aburres fácilmente”. Empezó a ponerme ejercicios diferentes al resto de la clase. Yo quería gustarle, ser la mejor, que viera mi capacidad. Después también quise gustarle a mi maestro de música, y a mi maestro de literatura en la secundaria... por él fue que empecé a leer a Edgar Allan Poe y otros autores, empecé a leer poesía, devoraba novelas... quería tener algo que conversar con él.
Por los años posteriores al diagnóstico de TDAH y cuando suspendimos la medicación, una psicóloga quiso hacerme una prueba de IQ... resulté superior a la media. ¡Me la pelan todos los que me hicieron creer que era tonta!
La psicóloga que me atendió después del divorcio de mis padres quiso hablar de mis autolesiones, de mi intento de suicidio. Claro, porque autolesionarse no es normal, no es normal cortarse los muslos con una navaja suiza. Preguntó que si lo hacía para castigarme o era una forma de sentirme mejor, o si me producía cierto alivio.
- “¿Usted se operó la nariz y las bubis?”
- (Ríe) ¿Y eso que tiene que ver
- ¿Sus bubis son suyas?
- Pues sí, son mías. Yo las compré. (Ríe).
- ¿Y lo hizo para castigarse o sentirse mejor?
- Son cosas completamente distintas...
- La diferencia es que usted no se cortó, pero le dio permiso al médico de cortar su cuerpo y le pagó por eso. De seguro para sentirse mejor con su cuerpo pero nadie se lo pregunta...
- ... Es un buen razonamiento. Pero no estamos aquí para hablar de mí, sino de ti. No estábamos ahí para que yo razonara, sino para que entendiera que mutilarse el cuerpo como yo lo hacía estaba mal... hay otras maneras de auto mutilarse que son socialmente aceptadas... normalizadas en el contexto social sinaloense. Nunca me gustó esa psicóloga, nunca sentí que quisiera comprenderme, ni comprender el origen de mi enojo... sentía que más bien quería hacerme entender las razones por las que debo querer, entender y aceptar a mis padres como son... y entender que ellos me aman a pesar de sus errores. Hice de todo para evitar seguir yendo a esas terapias, hasta que mi mamá se rindió y dejó de llevarme. Volví a terapia cuando sufrí de anorexia nerviosa y depresión mayor en la adolescencia. Estoy hasta la madre de los psicólogos, hasta la puta verga.
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2. Mi historia con el TLP.

2. Mi historia con el TLP.
“A veces la ira se apodera de mí y es como... como en la película de Hulk ¿sabe? El hombre que cuando se enoja se convierte en un monstruo verde incontrolable. Así yo, hay situaciones, a veces puede ser una palabra o una idea que activa como un botón en mí... y de pronto empiezo a sentir el pecho caliente, luego la garganta, y sube y explota en mi cabeza y no puedo parar de hablar, manotear, gritar, insultar, destruir... me pongo violenta. Después siento que una parte de mí se sale, ¿sabe?... como si me estuviera viendo desde afuera, como si yo ya no fuera capaz de detenerme. Me veo desde afuera y me digo: “Para ya, Bonnie, detente. ¡Cállate ya!” Pero mi otra yo sigue poniéndose verde, gritando y destruyendo como Hulk. Y cuando logro salir de ese trance siento mucha vergüenza, mucha culpa... y ahí es cuando me pongo triste, me siento como un ser despreciable y no quiero ver a nadie en días.
- ¿Qué te hace enojar, Bonnie? ¿Qué es lo que activa ese botón que dices que te transforma? - Pregunta.
- Todo.-
- ¿Podrías darme un ejemplo de una situación donde te haya sucedido esto que me cuentas? –
- Me acuerdo que cuando estaba en la prepa, iba con mi novio en el carro a una zona donde estaban construyendo nuevos fraccionamientos y por ahí siempre estaba solo...
íbamos ahí para... pues ya sabe, estar solos, tener intimidad. Fajar, pues. Y un día nos cachó la policía. Yo estaba casi desnuda, me vestí en chinga. Mi novio trató de arreglar la situación ofreciéndoles 100 pesos al poli... y el poli “No, no, compa, 100 pesos, ¿Qué es eso? Ni pa’ los chescos.” Para no hacerle el cuento largo... le pidió que se bajara, nos revisaron el carro, me revisaron mi bolsa y yo traía unos 3,000 pesos que me acababan de pagar de un trabajo. Entonces comenzó a intimidarme, a decirme que si no le daba los 3,000 pesos nos iban a llevar detenidos, iban a llamar a mis papás, iban a llegar los medios de comunicación a cubrir la nota y nos iban a exponer en los periódicos, etc. Yo estaba muy asustada, tenía como 15 años. Mi novio se fue a tratar de negociar con el compa. Luego llega conmigo y me dice: “dame 500 pesos, yo te los repongo después”. Total, que después cuando decidieron dejarnos en paz, al final el poli nos empezó a decir que lo que hacíamos estaba mal y que estábamos muy chavos pa’ andar con eso, y que un embarazo no deseado y bla bla... en ese momento empecé a sentir que me ponía caliente. Acababa de intimidarnos, humillarnos, manipularnos, revisado nuestras pertenencias sin tener ninguna orden de cateo, se había aprovechado de que estábamos chavos para meternos miedo y bajarnos 500 pesos, ¿y ahora venía a querer darnos un discurso moral de lo que debemos hacer y lo que no? Me encendí. Comencé a insultarlo, a gritarle, a decirle que era un pendejo, un corrupto, que era escoria... que a él le valía verga la edad que tenemos y lo que hacemos y le vale, sobre todo, tres kilos de verga si yo me quedo embarazada y si usamos condón o no. Mi novio trataba de calmarme pero el monstruo verde se apoderó de mí y nos llevaron detenidos.
- Entiendo... ¿Recuerdas alguna otra situación similar, donde te hayas sentido así... en tu infancia, con tu familia?
- Sí... una vez, cuando estaba de visita en casa de mi papá... tenía 12 o 13 años...bueno, tiempo atrás, yo había descubierto una colección de revistas porno que mi papá tenía muy escondidas. Entonces cada vez que iba, me entretenía mirándolas a escondidas, y un día me cachó. Me acuerdo que en ese momento me llamó “cochina”. Y al día siguiente trató de hablar conmigo y decirme que esas revistas eran para adultos. Le dije que me había molestado que me dijera cochina, cuando el cochino es él por tener esa colección. Empezamos a discutir y le dije que él no tenía ningún derecho a regañarme y pretender educarme cuando nunca se había hecho cargo de mi educación y que menos tenía derecho a juzgarme, cuando él había sido un infiel y un mentiroso, que nos ocultó por años la existencia de su otra familia. Mi papá se fue quedando callado. Y me di cuenta de que me había pasado de la raya... nunca le había hablado así a mi papá, pero ese día, la palabra “cochina” activo ese botón.
- ¿Crees que ese botón se activa cuando te sientes juzgada? –
- Sí... y cuando siento que es injusto.
- Vamos a hacer un ejercicio. Vas a ir soltando todas las cosas que te enojan, una tras otra, sin detenerte, sin importar si te enojan mucho o poco, sin analizarlas ni juzgarlas. ¿De acuerdo? -
- De acuerdo -
- ¿Estás lista?-
- Sí... me enoja que me juzguen, que me critiquen. Me enojan la injusticia, muchísimo y no solo cuando es contra mí. Me enoja la gente que tira basura en la calle. Me cagan los policías, los odio. Me caga la gente hipócrita y doble moral. Me enoja la corrupción, el nepotismo, la discriminación, el machismo, el abuso de poder, me caga el gobierno, me caga la gente que se cree superior solo porque tiene más dinero, me han enojado cada uno de mis jefes de trabajo y su abuso de autoridad, me enoja la explotación laboral. Me caga la gente pendeja, me caga la gente que sigue modas, los que se creen con derecho de humillar a otros por ser diferentes, me caga la sociedad y toda su mierda. Me chocan los estereotipos, las religiones, los partidos políticos, los aficionados al futbol, sobre todo los pendejos que se pelean en el estadio. Me molestan los modales, se me hace una pendejada que no puedas eructar, echarte un pedo, o abrir la boca cuando comes. Me cagan los sacerdotes y las monjas. Me choca la gente que dice que los suicidas son unos imbéciles que no valoran la vida, me chocan los que te dicen que si padeces de depresión “le eches ganas” para salir adelante y no tienen ni puta idea de lo que es estar deprimido. Me enoja que mi mamá quiera seguirme controlando, me enoja que juzgue todo lo que hago, que quiera seguir inculcándome su moral caduca, que todo el tiempo diga palabras muy hirientes, que me haya educado para ser una niña muy femenina, que me haya convertido en alguien insegura y necesitada de amor, que siga vigilando mi alimentación, que me critique por haber tenido muchos novios y ninguno me dura. Me caga que me digan loca, intensa o puta. Me caga que mi papá finja que le importo cuando no es verdad, que se haya desaparecido de mi vida por años, que lo único que ha hecho por mí es pasarme una pensión, que crea que me conoce, que me haya mentido y me haya ocultado a mis hermanos... y me caga aún más que aún intento gustarle, intento que me mire, llamar su atención, aún me esfuerzo por que me quiera... odio tener que esforzarme tanto para gustarle a mis papás, para tener su aprobación. Odio quien soy, odio el dolor, odio estar triste, odio que mis novios me dejen, odio enamorarme. Me enoja sentir que no encajo, que no pertenezco a ninguna parte. Me odio, no soporto estar conmigo...
- Bien, Bonnie, bien. - - ¿Bien qué? Todo está mal. No sé lo que me pasa. –
- Tengo tu diagnóstico... Padeces de trastorno límite de la personalidad, con episodios psicóticos. Quizás también de ansiedad generalizada. –
- ¿Qué carajos es eso? Suena como algo muy jodido. ¿Estoy loca de atar?
- No, Bonnie, tranquila. Es uno de los trastornos más comunes, lo padecen principalmente mujeres. Se puede tratar con medicamento y terapia dialéctica conductual.
- Primero explíqueme qué carajos es eso. Digo, ¿cuáles son las características de mi “trastorno”?
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1. El hoyo negro. Sentimientos crónicos de vacío
Las cosas habían llegado a un punto tan jodido que si hubiera llegado un hombre de bata blanca, o algún gurú con turbante, o incluso un hada o un duende a decirme: “tómate esto”, yo me lo hubiera bebido, inyectado o metido por el culo sin rechistar con tal de no sentir ya nada, ni tanto dolor, ni tanta apatía, ni tanta ansiedad, ni tanto puto vacío... delante de mí solo se abría un gran agujero negro donde me hubiera encantado desaparecer. A menudo deseaba encogerme cada día. No había una sola noche en la que no me despertara sin poder respirar, sintiendo que me moría, con un terrible pánico a algo... a no sé qué...lloraba... lloraba como si a la mitad de mi sueño hubiera recordado que mi vida estaba perdida; que yo estaba sola y no había esperanza de felicidad para mí algún puto día de la vida.
Estaba tan cansada... no sabía cuánto tiempo llevaba así... creo que siempre. Mi vida entera ha sido como una montaña rusa, con tantos altibajos en tan poco tiempo, todo se siente tan fuerte, las emociones no parecen tener fin, ni disminuir de intensidad, como en los sueños, donde todo se siente tan abrumador. Siempre lloraba de la nada, a veces sin motivo. Pocas horas después ya no lloraba, quería vivir porque alguna brillante idea de qué hacer con mi vida se me había ocurrido, y entonces me ponía a hacer planes, no podía dormir de tanto pensar, me temblaba la pierna izquierda, me entraba la desesperación y entonces... otra vez el vacío... mi euforia por vivir se disolvía como un algodón de azúcar en un charco de agua.
Todos mis esfuerzos por salir del hoyo habían sido en vano. Probé todo: yoga, meditación, terapia con cristales, temazcales, acupuntura, homeopatía, meterme obsidianas por la vagina... incluso algunas veces acompañaba a mi mamá a misa. Yo había sido una escéptica, pero cuando estás en ese lugar oscuro cualquier cosa que te ofrezca una esperanza de salir deja de ser tan descabellado... incluso llegué a creerme las mamadas esas del secreto y esas pendejadas de Paulo Coehlo de “cuando deseas algo con todas tus fuerza el universo conspira...” bla bla bla... todas las noches decretaba “Universo, yo solo quiero ser feliz”... pero esas creencias están llenas de trampas. Dicen que si permites que uno, tan solo un pensamiento negativo llegue a tu cabeza, se anula tu decreto. Entonces, si yo pensaba por un segundo “Qué infeliz soy”... luego “Chingada madre, ya pensé negativo”... “Puta madre, ya valió verga, ya se anuló mi decreto”... así que desistí de creer en el maldito secreto. Si todo mundo pudiera obtener todo lo que desea solo con pensarlo, el pinche mundo no estuviera tan pinche jodido. Gente estúpida, yendo a sus cursitos de decretos. Van a ser infelices toda su vida, porque la civilización está hecha para volvernos infelices. El ser humano está diseñado para la tristeza y no para la felicidad. Dicen que hay un componente genético en cada ser humano que lo predispone en mayor o menor medida a la felicidad. En mi caso ese componente de la felicidad fue muy escaso, tenía pensamientos suicidas desde los 8 años.
Entonces decidí que lo mejor era morirme, ni modo, no había de otra. Durante semanas estuve pensando, estuve planeando mi muerte, pero luego me arrepentía y quería vivir otra vez... pero me dije: “la próxima vez que quiera morirme me mataré”... y a las pocas horas ya estaba feliz y pensaba: “la próxima vez que quiera morirme, recordaré que hoy me siento feliz y con ganas de vivir”...ya me hice bolas, whatever... Quizás no quería morirme, tal vez solamente quería gritar: “Ayúdenme”. Mi papá ha trabajado en laboratorios farmacéuticos toda su vida. Así que si algo no ha faltado en casa nunca, es medicamento... para lo que sea. Así que ese día estaba de visita en casa de mi papá. Tomé todas las pastillas que encontré de lo que fuera y me hice un coctel. No me morí. Me hicieron esos horribles lavados de estómago, donde te meten unos tubos por la boca. Y ahora las cosas eran peor. Una enorme sensación de culpa y el escrutinio de todas las personas a mi alrededor. Como cuando a los 12 años salté de la azotea y me rompí tres costillas, el brazo, el hombro y la clavícula izquierda. Pero esta vez era una adulta que se estaba acercando a los 30 años, entonces las miradas que me juzgaban eran mucho peor.
Me obligaron a tomar terapia. Bueno, no era como que tuviera mucha voluntad para resistirme en ese momento, no podía seguir negándome a aceptar que algo estaba muy jodido en mi cabeza. No quería hablar de mi vida, solo llegar y decir: “Si, si, si inconscientemente quiero cogerme a mi papá, simón, lo que diga Freud pero deme las drogas y ya”. Fue la única vez que mi papá realmente se involucró en lo que me estaba pasando. Se ocupó en conseguirme un psiquiatra y fue así como conocí al doctor Rubén.
Rubén, un hombre de entre 40 y 50 años, calvo, con sobrepeso, que olía a suavitel con marlboro rojos. Lo veía una vez por semana... yo me sentaba frente a él a hablar o a veces me quedaba en silencio por mucho rato... y después él me daba la prescripción de 4 o 5 medicamentos. Él era mi dealer.
“¿Por qué estás aquí?” fue su primera pregunta y me cagó. Me encogí de hombros y guardé silencio como por un minuto. “Me he estado sintiendo muy mal y... tomé muchas pastillas”... Después vinieron preguntas, obvias, rutinarias, acerca de mí y mi familia, para levantar mi expediente médico... “29 años” “soltera”... “mis papás se divorciaron cuando yo tenía doce”, “tengo dos medios hermanos menores que yo, hijos de mi papá, casi nunca los veo”... “que yo sepa no hay antecedentes de enfermedades mentales en mi familia... pero yo lo dudaría”... “Mis antecedentes en psiquiatría: a la edad de 6 años me diagnosticaron Trastorno por déficit de atención con hiperactividad... después a los 12 años padecí anorexia nerviosa y depresión mayor”... también he padecido trastornos del sueño.”
“¿Hay alguna situación en particular que te haya sucedido recientemente por la que hayas recaído en la depresión?” Negué con la cabeza. Era muy pronto para hablar de eso. Pero yo sabía exactamente el momento en el que empezó a colapsar todo...
Pero no era el momento todavía de hablar de Alejandro. Mi más reciente relación co dependiente, intensa y tóxica. La persona que más amé en mi pinche vida gris. Pero no, no voy a hablar de Alejandro ahora...porque esa historia tiene mucho de todo, ese amor me tenía siempre al borde, al límite.
Mucha música, mucho amor, mucho sexo, mucho alcohol, algunas drogas... discusiones hasta las 4 de la mañana, mucho drama... muchas reconciliaciones. Rompí algunos vasos... nos gritamos mucho, nos dijimos cosas horribles. Nos fuimos a vivir juntos a los dos meses de conocernos. Nunca sentí que el depa fuera mi casa, era su espacio... y allí estaba yo, como parte del decorado del lugar, queriendo adueñarme de todo. Todo ocurrió muy rápido: en el periodo de menos de un año nos habíamos conocido, bebido hasta emborracharnos, tenido sexo salvaje, luego vivimos juntos, adoptamos dos gatos, hicimos planes de casarnos, luego nos peleamos, nos separamos, me fui de su casa, perdí mi trabajo, me fui de su ciudad, me fui de su vida, lo bloqueé de la mía... y ahora estoy aquí. Bastó con que él me dijera: “Baby...A veces siento que necesito de nuevo mi espacio. Necesito tiempo para pensar” para no encontrarme al volver del trabajo. Empaqué mis cositas y me largué, me estaba terminando. Yo no tenía un peso, no tenía donde vivir, no tenía amigos, no sabía qué hacer. Pero no voy a hablar de Alejandro porque esa es otra historia...
Días después, intenté hablar con él... estaba decida a volver, pero por más que insistí, chantajee, peleé, pataleé, amenacé, lloré, prometí, seduje, me enojé, rompí más vasos, me humillé... todos mis esfuerzos fueron inútiles. Sin casa, sin dinero, sin amigos, sin familia, sin trabajo, sin gatos. No podía comer, no podía dormir. No encontré más remedio que tomar un vuelo, y volver a casa de mi mamá en Culiacán. Y bueno, aquí estoy.
Volviendo al tema. Ahí estaba. Sentada, a veces acostada en un sillón hablando de mi vida. Preguntándome si esta última relación me había destruido. Este hoyo negro del que hablé antes... venía cavándose desde tiempo atrás. En los últimos 3 o 4 años, había tenido unas 10 relaciones más que casi siempre terminaban en catástrofe. En mis últimas 3 o 4 relaciones me habían terminado. Había pasado por un aborto con Adrián, un accidente de auto con Antonio, una pelea con Ángel en la que los vecinos llamaron a la policía, la mano rota de Alfredo cuando se enteró de que le puse los cuernos leyendo mis conversaciones de Facebook. El increíble narcisismo de Armando. Los celos enfermizos de Abraham, el chantaje y victimismo de Alan. Las infidelidades de Andrés. Los vicios de Arturo. Estaba harta y enferma de los hombres, no quería relacionarme más con ellos. Por eso estuve con Amanda, tampoco funcionó. Sentía todo el peso de ese gran fracaso de mis relaciones amorosas a las que a menudo me entregaba demasiado. Estaba acostumbrada al desamor más que al amor. Quizás en ese momento me había resignado a la soledad, había aceptado mi ineptitud para sostener relaciones a largo plazo.
Seguro que mi mamá estaba muy decepcionada de su única hija. Sin embargo, cuando veníamos en el coche juntas siempre hacía algún comentario del tipo “cuando te cases...” “cuando tengas hijos...” “Pero mamá... ¿No te das cuenta que tengo casi 30 años y no tengo a nadie?” “¿No te has hecho a la idea de que pueda ser que nunca me case, que nunca tenga hijos?” (Espero que nunca se entere de que una vez aborté, eso la destrozaría). No sé si sea su manera de animarme o de buscar empatía. Pero mi madre tiene poco sentido de la empatía, me atrevería a decir que casi nulo. “Solo estás pasando por un mal momento, pero verás que cuando menos lo esperes llegará esa persona...” y aquí es donde mi mente empieza a divagar para no escuchar discursos genéricos. Es difícil escuchar a mi mamá, desde la infancia desarrollé una especie de bloqueo al sonido de su voz que se activa y desactiva de manera automática. En el mismo día que me dice todo esto, pero unas horas después... mi mamá se encabrona porque no hice algo que ella me pidió, empieza una discusión donde termina diciendo: “Por eso estás sola, nadie te aguanta. Y sola te vas a quedar”... “¿Cómo tú?” le respondo y me encierro en mi cuarto a llorar.
Así es mi madre. Imagino que en su cabeza tiene una incapacidad para la empatía o un automático rechazo a mi... tan automático que paso 19 horas en labor de parto para tenerme. Tal vez desde ahí empezaron nuestros problemas. La he escuchado contar la historia de las 19 horas en labor de parto mil veces, y siempre lo cuenta como una hazaña... aunque en el fondo yo siento que me guarda rencor por eso. Y además tiene una capacidad impresionante para decir las cosas más hirientes en el menor tiempo posible, una capacidad infalible para poner el dedo en la llaga en el momento más oportuno. Me arrepiento de haber regresado. Cuando salté de la azotea y descubrí que no me había muerto, estaba pasando por un terrible dolor debido a las fracturas; mi papá y mi mamá estuvieron juntos conmigo en el hospital. Ya se habían separado. Del suceso no dijo mi papá una sola palabra, me miraba en silencio. Mientras mi mamá me repetía las 19 horas de parto que sufrió para tenerme y lo asquerosamente ingrata que yo era al saltar por la ventana para quitarme la vida que tanto trabajo (pero con mucho amor, sobre todo) le había costado darme. “No pensaste en mí, en tu papá, en toda la gente que te quiere. ¿No te hemos dado nada que valga la pena? ¿Todo mi esfuerzo ha sido para que tú lo tires por la azotea? Se limpia frenéticamente las lágrimas y se sale a fumar. Me quedo viendo a la ventana y pensando en que hubiera sido mejor haberme muerto.
“Es mi puta vida” pensé a mis 12 años. En el colegio de monjas me habían enseñado que ni mi propia vida me pertenece, sino que le pertenece a Dios. Me duermo y cuando abro los ojos, veo al padre Ignacio delante de mí, con su misma pinche sonrisa hipócrita que ha tenido desde siempre. Y de nuevo deseo haberme muerto. “Hola, Bonnie... ¿Cómo estás?” (Como cree que estoy después de saltar por la ventana)... “Me gustaría leerte un pasaje de la biblia” Me pongo a mirar por la ventana mientras el padre Nacho lee un pasaje de la biblia donde a Job se le castiga con muchas desgracias pero él mantiene su fe en Dios. Ya sé que pronto hablará del pecado tan grande que es cometer suicidio y pedirá mi confesión. “No tengo nada que confesar, padre. Ya lo sabe, salté de la azotea”. Detesto la confesión. ¿A quién se le habrá ocurrido algo tan enfermo y voyerista como la confesión católica? Me quedo callada esperando a que interprete mi silencio como una muestra de que quiero que se vaya. Se va, prometiendo volver en otra ocasión. Me deja su biblia en el buró y se marcha.
Cuando mi prima Alba y yo éramos niñas, hubo un tiempo en que le agarró la manía de confesarse casi a diario y me convencía de acompañarla y confesarme también. Cualquier pequeño e insignificante “pecado” era motivo para correr hacia el sacerdote y pedirle la confesión. Recuerdo una vez que acudimos donde el padre Nacho. Le dije al padre: “sueño cochinadas”. Y él me preguntó: ¿Cómo que cosas, hija? Y ya no supe que contestarle, me quedé callada...
No sé si fue ahí cuando empecé a agarrar cierto temor o aversión ante la confesión. Sabía que no confesar algo implicaba un pecado mayor. Cuando era pequeña no me atrevía a decirle al padre que no creía amar a Dios sobre todas las cosas, porque seguramente ese era un pecado muy grave, ya que era el primer mandamiento... Tampoco estaba segura de honrar a mi padre y a mi madre, aunque ni siquiera sabía lo que significaba la palabra “honrar”, yo creía que no porque definitivamente no era una buena hija. No era una buena estudiante. No obedecía, no ayudaba en casa. Por ese entonces yo estaba segura de que era muy mala hija y que seguro mis padres no estaban orgullosos de mí. Todo esto me provocaba cierta angustia, y ya más grande (como de 9 o 10 años), tener que admitir en la confesión que tenía pensamientos impuros (entiéndase por impuros: sexuales), y encima tener que dar detalles de mis fantasías me daba pavor.
Si el padre Nacho me pidiera la confesión ahora, me mandaría a rezar 200 padres nuestros, 100 avemarías y 30 rosarios completos. Aunque mis pecados han de ser pendejaditas en comparación a los pecados de los narcos que son sus amigos y que le tienen bien bonita la Iglesia con tantos donativos, y donde casó a todas sus hijas.
“Padre, he pecado: no amo a Dios sobre todas las cosas... espere, ni siquiera creo en Dios. He jurado en vano, porque... pues ya le dije que no creo en Dios. No he honrado a mi madre y padre, porque míreme: ni siquiera me he casado, no he traído bendiciones al mundo, no terminé ninguna carrera, no tengo trabajo. ¿Sigo? Aborté... entonces eso quiere decir que he matado. He cometido actos impuros... quizás más de 200 veces que tuve sexo antes del matrimonio, con más de 50 personas diferentes. He mentido, he engañado, he blasfemado, he consumido drogas, he participado en peleas, pienso en sexo todo el tiempo, me masturbo viendo porno hardcore, envidio los bienes ajenos, he atentado contra mi vida más de una vez, he fantaseado con estrangular a varias de mis parejas, he manejado alcoholizada, me he tatuado, me he perforado, he sido amante de weyes casados, ¿sigo? Si padre, lo confieso: soy una puta, adicta, asesina, suicida, enferma, de mente cochambrosa, autodestructiva, soy cínica, inmoral, violenta, soy un asco... en vías de recuperación.
Cuando estaba en la primaria, en el colegio nos hablaban de las virtudes de María, la inmaculada, la sierva del señor. Entonces yo quería parecerme a la Virgen María y ser inmaculada. A los 11 años empecé a tener pensamientos sexuales y comencé a masturbarme. Sabía que estaría lejos de parecerme a María, pero se sentía muy bien. A los 15 años perdí mi virginidad con mi primer novio de la prepa. Al principio el sexo no me gustaba... pero después...
Cuando descubrí lo mucho que me gustaba el sexo, abandoné mi idea de parecerme a María. ¿Para qué iba a querer parecerme a una mujer que tuvo un hijo sin coger? ¡Qué jodido!... si yo estaba buscando todo lo contrario.
Mi madre piensa que soy una puta. Creo que ha sospechado desde siempre mi putería en potencia. Por eso me aventaba el manazo cuando veía que me frotaba con el descansa brazos del sillón y con lo que tuviera forma cilíndrica a los 5 años. Siempre trató de inculcarme el valor, el tesoro preciado que es la virginidad femenina, para ser entregada a un único hombre, a tu esposo. “¿Cómo tú a mi papá? ¿Y qué hizo él? Tener dos hijos con otra mujer mientras seguía casado contigo, hacerte aceptar sus condiciones para seguir casada con él, ¿Y después que hizo? Abandonarnos para irse con otra...no, no con la madre de sus otros dos hijos, ¡la nueva!”
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