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Juno está con la pequeña Nova, en el jardín trasero de la casa, mientras Hayes despide al último cliente del día. Que trabaje en casa lo cierto es que facilita mucho la conciliación y que Nova pueda pasar más tiempo con su padre.
Tanto Juno como la pequeña están de tierra hasta las cejas, porque han plantado algunas flores, y ahora están sentadas cerca de unos girasoles que amenazan con florecer en cualquier momento. Tal vez con una semana más les bastará.
—Ahora cuando venga papá le ponemos carita de pena para ir a la piscina un poquito, ¿vale?
La niña se remueve en el sitio e imita la famosa “carita de pena” que ha patentado su madre; ojitos, las cejitas juntas y morrito fuera. Maravillosa. Juno ríe, achucha a su niña y se la come a besitos porque a ver qué otra cosa puede hacer con ella. Escucha la puerta de la entrada cerrarse y Nova se agita en el sitio, poniéndose de pie, con las sandalias abrochadas de forma algo chapucera, el pelo rubio revueltísimo y un pegote de tierra en la nariz.
—¿Dónde están mis chicas? -la voz de Hayes llega por el pasillo.
Nova chilla, emocionada, y grita “papi papi” numerosas veces, como si estuviese jugando a su particular “Marco. Polo”. Es entonces cuando Hayes se asoma a la puerta que da al jardín, cansado, pero sonriente al ver a su pequeña. Nova no se lo piensa y con carrera torpe se lanza hacia su padre, quien la coge en brazos y la alza en el aire, achuchándola luego. Nova se carcajea, se remueve y chilla, feliz. Juno les observa, embobada, aunque algo capta su atención inmediatamente.
Juraría que esos girasoles a su lado, aun no estaban para florecer, y ahora le saludan como si Nova fuese el mismísimo Sol que les ha hecho despertar.

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