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Tentación
Aquel atardecer se había manchado de rojo. No era ese hermoso tono anaranjado mezclado con un tierno rosa al que siempre nos acostumbramos, esta vez había una razón de su coloración carmín.
La gente no se daba cuenta de lo que había pasado tan cerca, pues solo caminaban por el enorme parque, donde los árboles se levantaban tan altos que la poca luz a penas si pasaba.
Un hombre caminaba con paso un tanto rápido, sin comenzar a correr, pero llevaba una sonrisa en su boca.
No pasó mucho para que alguien se diera cuenta. - ¡Llamen a la policía! ¡Una ambulancia! ¡Pronto! – gritaba desesperada una mujer. El cuerpo de una muchachita, de no más de quince años, se encontraba en el suelo con los ojos cerrados y unas marcas en su cuello: la habían ahorcado hasta morir.
Oscuridad, ni un rayo de luz parecía haber. En el suelo de una oscura habitación, recostada, se encontraba una jovencita, no tendría más de quince años. Su cabellera era rubia total y su piel más blanca no podría ser… poco a poco comenzó a abrir sus ojos, mostrando sus azules pupilas. Tal vez era el hecho de que vestía un vestido blanco lo que la hacía ver más pálida, o tal vez el que viva ya no estaba. Pero entonces, ¿cómo es que había abierto sus ojos? Se sentó.
Trató de moverse más, para darse cuenta de que en sus brazos y piernas había cadenas. Continuó luchando hasta lograr levantarse por completo, pero el peso de sus ataduras era muy grande. ¿Dónde estaba? ¿Quién era? Por un momento su cabeza estaba en blanco; fue donde lo recordó: Ese hombre que había jurado amarla por siempre…
Las cadenas parecían tener vida, pues comenzaron a jalarla de regreso al suelo. No dudó en continuar luchando. De nuevo la venció su poca fuerza. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué él dijo amarla y después le tomó por el cuello con sus frías manos? No se rindió. De a poco, se levantó nuevamente, con lágrimas brotando de sus ojos y escurriendo por sus mejillas. Él le había asesinado sin razón y eso era de lo que se daba cuenta al fin.
Por un momento en sus manos apareció la fotografía de él; la miró con despecho y la rompió en pedazos. La ira se había apoderado de ella. Esa emoción se convirtió por un momento en fuerza y la ayudó a soltar un grito de desesperación, que permitió la ruptura de sus ataduras.
Tras percibir la ruptura de las cadenas, comenzó a contemplar su alrededor y a lo lejos vio una extraña puerta. La miró con sospecha y aun así caminó a donde ésta, tomó la perilla y sintió como si algo la jalara, para después sentir como caía en el suelo una vez más; esta vez, había luz a su alrededor.
Contempló su entorno, para darse cuenta de que había regresado a su ciudad. Por otra razón más difícil de entender, su vestido se había transformado del blanco al negro. – Que extraño – susurró para sí misma.
Finalmente se levantó y comenzó a caminar. Sus pasos no emitían ruido. Sintió que debía volver a casa, encontrándose que en ésta había demasiada gente; corrió y observó como la puerta estaba abierta. Entró sin dudarlo e irrumpió donde se estaban reuniendo todos. – ¿Qué pasa? – preguntó. Parecía que nadie le hubiera escuchado – ¡Contéstenme! – insistió. Escuchó la voz de su madre, cerca de ella, temblorosa. la volteó a ver para encontrarse con un rostro que la llenó de furia una vez más: ahí estaba él.
– Es tan triste – decía la mujer desconsoladamente – que ella nos haya dejado así.
– No debe llorar. Estoy seguro de que atraparemos al culpable – contestó el traidor. La rubia lo miró con furia y luego volteó de nuevo donde la gente se acumulaba. ¿Qué era lo que contemplaban con lágrimas? Pasó entre la gente, sin darse cuenta que no le estorbaban en realidad, que podía pasar fácilmente entre todos ellos. Al llegar al frente se encontró con una desagradable sorpresa, ella misma en un ataúd. Horrorizada, con lágrimas que querían salir de sus ojos y un enorme nudo en la garganta, caminó lentamente hacia atrás, hasta que logró finalmente darse la vuelta y salir corriendo. Porque finalmente lo había comprendido en su totalidad. Ella ya no estaba viva.
– “Soy un alma sin rumbo”
– Algo así – escuchó a su lado. Una extraña mujer vestida de rojo estaba comiendo una manzana. La miró. – Pequeña, en tu momento crucial has decidido algo, y es por ello que estás de regreso en la tierra – le aseguró.
- ¿Momento crucial? – le preguntó. La mujer asintió.
- Si no cedías ante la tentación, tú te habrías ido en paz – le susurró, para un poco después desaparecer.
- Tentación, ¿de qué…?
- Venganza, querida mía. Venganza.
Aún un poco confundida por la extraña mujer que estaba ahí, volteó directo a donde él estaba, y lo vio salir su sonrisa cínica, aquella que conoció una vez cuando él se había salido con la suya. Y eso la enfureció más. Porque no sólo evocó un recuerdo de una serie de mentiras que ella le había descubierto y aun así lo perdonó, una serie de traiciones que ella fingió no saber y aun así lo perdonó en su interior. Porque supo que estaba viendo a alguien más una noche antes de aquel fatídico último encuentro...
Llena de ira, se puso frente a él y saltó con los brazos en alto directo para atacar a su cuello. Pero, ¡oh sorpresa! Lo atravesó como si nada. Volteó de nuevo e intentó una vez más, esfuerzo en vano. Frustrada, optó por seguirlo, si no podía verla, al menos sabría quién era él en realidad, pues ahora más que nunca tenía la oportunidad. Tras un largo rato, arribaron a un enorme edificio en el centro de la ciudad – “Él, siempre venía aquí a no sé qué” – pensó. Uno junto al otro, sin saberlo, caminaron hasta el interior, subieron al elevador hasta llegar al piso número seis. Todo parecía ser una oficina perfectamente normal, saludó a la secretaria entre sonrisas coquetas y risas tontas, ella lo dejó pasar a la oficina principal. Dentro, de pie mirando por la enorme ventana estaba un hombre de traje. Ellos se sentaron frente al escritorio.
- Mas te vale que sean buenas noticias lo que traes contigo - habló amenazante.
– Es un hecho – afirmó su asesino. – Lina ha muerto – concluyó con su gran sonrisa.
– ¿Te dio muchos problemas la niña? – le preguntó, finalmente volteando. Él se rio.
– Jamás creí que sería tan fácil hacerla creer que estaba enamorado de ella – aseguró.
– Muy bien, Sebastián; tus trabajos siempre son impecables y rápidos, me sorprendió que hubieras tardado en esta ocasión. Pero es trabajo hecho. Pero hoy te daré una cuota especial por una mocosa, sin duda, muy especial – concluyó el hombre, sacando de un escondite un portafolio, que le entregó a él, justo frente a sus ojos. Y la ira se hizo presente una vez más, porque él la había asesinado por dinero. No le importaba la razón, ya no quería saber por qué ella, mucho menos aún la cantidad que había de por medio.
Gritó desesperada, aun sabiendo que nadie la escucharía. Se volteó con rabia y comenzó a pensar como lo haría pagar, porque esa definitivamente sería la última traición que le haría. Y sería la última vez que cobraría por lastimar a alguien más.
La misma puerta que la había guiado a la Tierra de nuevo estaba frente a ella. Sin dudarlo, se acercó y la abrió, confiando que le ayudaría a cumplir su cometido. Despertó en la habitación oscura con su vestido blanco. Por un momento se molestó, pero escuchó una familiar voz. – Quieres tu venganza, ¿no? – la mujer de rojo de nuevo estaba ahí. Lina asintió sin dudarlo. Le extendió una prenda de color negro. – Si en la oscuridad de blanco puedes tocar, en luz de blanco vaya que lo vas a lograr – le aseguró con una enorme sonrisa.
No entendió lo que quiso decir, pero no le importó, si eso le servía para tomar venganza, lo haría. Le arrancó el vestido oscuro de sus manos y la mujer de nuevo desapareció sin dejar de sonreír. Se colocó la prenda sin dudarlo y pronto la puerta extraña se apareció frente a ella una tercera vez. La atravesó para finalmente encontrarse en la realidad con sus prendas transformadas en blanco. Lo vio salir del enorme edificio, volvió a caminar a su lado entre la gran cantidad de gente él no se percató de su presencia.
Sin saber a dónde los guiaba, comenzó a caminar detrás de él. Cada lugar que pasaron, cada punto le traía más recuerdos sobre el tiempo que pasaron juntos. Y finalmente la guio hasta el lugar donde él le había dejado morir.
Llena de ira por los recuerdos que había vislumbrado una y otra vez en ese camino, se paró frente a él con la cabeza baja. Sebastián no creía lo que veía, ¿Ella? ¿¡Viva!? Tomó su barbilla con su mano derecha y le obligó a mirarle a los ojos. La expresión de Lina mostraba dolor, tristeza, pena… pareciera que el tiempo se había parado solo para los dos. Intercambiaban miradas, pero no decían nada. ¿Cómo iba a reaccionar si tenía frente a él a una niña que había muerto? A la niña que ÉL había matado. Bajó su mano al cuello de ella y comenzó a apretar sin dudar, de la misma manera que había hecho una noche atrás. La rubia solo bajó la mirada y sonrió para sí misma.
- Esta vez, veré que ya no respires más – le aseguró su antiguo amante. Ella, poco a poco, levantó sus manos y las dirigió al cuello de él. Una fuerza inexplicable se apoderó de ella, logró tumbarlo al suelo. – Que mal, no disfrutarás tu paga – le susurró con sus primeras lágrimas. Entre más apretaba el cuello de él, más lloraba.
Le dolía la traición, le dolía su ingenuidad, le dolían las mentiras, le dolía su muerte, le dolía verlo morir. ¿Cómo pudo haber confiado en él...? – Imagina que – comenzó a susurrarle – le dices “adiós” a todo lo que hay a tu alrededor – continuó. Una sonrisa acompañó a sus lágrimas. – Veo el brillante mañana en mi tan hermoso mundo- él comenzaba a perder fuerzas. – Mi mundo… - volvió a susurrar; su vestido se convirtió en negro por completo de nuevo, pero aún podía palparlo. Sus lágrimas caían en el rostro de Sebastián; él ya no podía más, necesitaba aire.
Murió…
- Mi mundo… - volvió a susurrar al ver que había dejado de moverse. Lo soltó y aún se encontró vestida de negro. Lo dejó ahí y se fue. Nadie más la podía ver – perfecto es – concluyó al fin su frase. Sonrió, dándose cuenta de que ni cobrar venganza la haría descansar. No dejó de llorar con la sonrisa en sus labios. Nadie la vería jamás.
Un atardecer pintado de rojo, la tentación es su razón. Una mujer vestida de rojo comía una manzana y leía el periódico, específicamente, el artículo de un asesinato que había ocurrido donde ella estaba:
>> “Lina fue la asesina de Sebastián.” Aseguró el oficial “El problema es que ella ya estaba muerta”.
Aine
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