Son sólo diez segundos. Frená, respirá profundo y contá. Diez segundos de esa bocanada de aire que te hace falta para continuar. Bienvenid@ a respirar conmigo.
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Siguiendo las recomendaciones del manual de belleza femenina, noto que está mal redactado, porque no te hace falta pintarte las uñas ni los labios ni llenar de polvo la cara. Me basta con que me sonrías por haberme encontrado bajo la lluvia en Av. de Mayo y Florida. Y que te cubras el pelo con una carpeta que poco te importa si se moja.
En alguna parte alguien habrá escrito que es necesario tener unas medidas mínimas, que si no se cumplen con tales requisitos la cirugía es la solución. Y yo, como bicho raro que soy, pierdo el gusto ante tales circunstancias. Porque prefiero la cadencia de lo poco que crees tener, a lo perfecto e inmaculado que merodea por la calle tan a menudo.
Nunca una mujer es más hermosa que cuando se siente segura de sí misma. Cuando acepta quién es, con sus desperfectos y aciertos, con su manía y su sensatez, con el pacto implícito entre ella y el espejo. No hay nada que pueda seducirte más que la sonrisa de una mujer así. Todo lo demás es parte de un escenario que alguien puso en escena alguna vez para suplir la falta de una sonrisa de este tipo.
Poco me importa si hoy no tuviste tiempo de pintarte, si la humedad hizo estragos con tu pelo, si el pantalón se ensució con un poco de barro. El día que me fije en eso querrá decir que ya no encuentro lo auténtico en vos, y en ese mismo momento algo se habrá roto entre nosotros. Porque sigue siendo sólo el decorado.
A mí me gusta ver tus uñas al natural, como el color de tu cara, que poco interesa si ciertos días es más blanco que otros. Me gusta saberte sin labial, porque no quiero perderme la forma que tienen tus comisuras. Ni la paz que dejan entrever tus ojos bajo el Sol cálido del mediodía. Ni tu piel curtida por la ausencia de cremas redentoras.
Y si por alguna casualidad perdieran mis pasos tus huellas, me bastará con saber que fue real lo que tuve frente mío, y no un disfraz perfecto para la ocasión. Que bajo el roce de tu piel había una vida que latía, un corazón que se entregaba y un bulto de miedos en la basura. Es auténtico cuando me decís hola, y es perfecto cuando me deseás las buenas noches. Porque sé que te acostás esperando que mi noche sea genial.
Siguiendo las recomendaciones del manual de belleza femenina, habría que rehacerlo y arrancar todas sus páginas para dejar una sola. La de tu foto con la sonrisa a medio disparar. Con todo el futuro por delante. Con toda la sencilla dulzura de tu vitalidad. Con tu vida añejada a la mía.
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Enamorarse puede teñir de azul celeste hasta el más inanimado día, descolgar las caretas tristes y enlazarlas a una aurora de corazones sonrientes. Tal vez acaso enhebrar con júbilo tu lengua encandilada. Porque el beso repentino despantana soledades, revoluciona nuestras comidas y el reloj biológico da siempre la hora en que tu desnudez es iluminada por la Luna.
Si faltaran las palabras te tomaría de la muñeca, los codos o la parte que dejes de tu cuerpo para sigilosamente escabullirme entre el espacio que deja tu ropa y tu piel. Para desconcertar la inocencia y cubrirnos de desfachatez. Total en tu pelo se lavan los pecados y en tu boca se vuelve a renacer. Sin razones, sin dudas, sin por qués.
Quedate, quedate de este lado que el frío no se siente y la lluvia ya se fue. Quedate que por un rato las malas noticias se desdibujan, los chicos no pasan hambre y los políticos no mienten. Quedate que con vos el mundo puede cambiar en un suspiro, en un relámpago de tu vientre o en mis manos moldeando tu comisura deshilachada en tu piel.
Julio se reparte entre vos y las obligaciones, entre tus besos y la escarcha sobre mi boca, entre tus pasos y el tic tac del reloj que anuncia que ya te vas. Y entre tanta inconciencia se amanece entre tus piernas, para dar lugar a la incredulidad de este momento, de que vos te hayas fijado en mí, de que no te des cuenta lo completo que puedo estar.
Dejando relegados los labios de otras bocas, porque no tiene sentido besarlos. No tienen principio ni fin, son indefinidos. Insensatos. Abstractos. Insolubles si tu labial no condiciona el momento, si tu carne no hace mella en mis poros, si tu sed no se condice con la mía.
Y entre tanta oferta por las calles, uno agradece convencido el decir que no y aferrarse a esa luz que titila solo si la miramos. Solo si dejamos que nos envuelva. Solo si sabemos reconocerla entre las demás. Porque al hacerlo reconocemos también una parte de nosotros, ignorada, olvidada, puesta en desuso. Cotejando en ese mismo instante que de tus ojos se desprende futuro, certeza, felicidad.
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No se necesitan muchas cosas para encontrar serenidad :)

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La vida se mueve rápido. Cambiar es parte de la experiencia. No tengas miedo. No te detengas. Confía en lo desconocido. Ahí hay hermosas, hermosas cosas guardadas para vos. Da el paso. Respira. Y dejate llevar.
Rachel Brathen
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Tengo una anécdota de mi niñez grabada a fuego y siempre puedo recordarla. Eramos chicos, vecinos, casa con casa y jugábamos a que podíamos hacerlo todo. Que nada nos hacía mal, que éramos intocables. "Somos los mejores", solíamos elogiarnos. Hasta que un día jugando con la bicicleta caí en el asfalto y de la rodilla empezó a brotar mucha sangre. Quizás era mucha menos, pero mi miedo de niño más lo impresionables que solemos ser, parecía que me iba a hacer desangrar. De repente esa tarde me encontró en el frente de mi casa sentado junto a la puerta. Con la mirada perdida en el suelo. Derrotado. Y él, viniendo a buscarme, me dijo "¿qué pasa? vamos a jugar". A lo que yo señalando mi rodilla llena de sangre coagulada le dije "no puedo". "¿Qué cosa no podés? ¿no te acordás? ¡Somos los mejores! ¡Podemos ir a jugar aunque te haya pasado eso!". Mis oídos atentos y mis ojos expectantes escucharon esas palabras como una afirmación incontestable. El dolor que sentía más la depresión que me había quedado de un soplo había desaparecido. Una sonrisa alterada brotó de mi rostro y levantándome de un salto dije "¡Es verdad! ¡Somos los mejores!". La noche nos encontró cansados de jugar y diciéndonos uno al otro que nunca habría nada que no pudiéramos hacer. Inconscientemente, nos dijimos que si el otro nos empujaba hacia delante, nosotros iríamos con él. Esta anécdota habrá pasado hace más de 20 años, y aunque es simplemente una historia más de un chico que se golpeó jugando y se volvió a levantar, me ha dejado siempre pensando cada vez que la recuerdo. Es que es verdad. Salvando las diferencias de las cosas que le pasan a un chico y a un adulto, todo se resume a lo mismo. Si por dentro dejamos de darle lugar a eso que nos afecta tanto, el resto es simplemente tener la actitud necesaria y alguien en el camino que te acompañe. Que confirme lo que vos ya sabes; que todo pasa, que nada es tan grave, y que si vos me das la mano, juntos podemos hacer lo que queramos. Dame tu mano, y confiemos.
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Salgamos a recuperar la calle, la barra de amigos, los bailes espontáneos, las curdas cariñosas, la mateada en el patio. El piropo vergonzoso, las charlas que no sean de trabajo ni de estudio, la risa de la anécdota más idiota, el placer de estar en silencio con alguien más. Salgamos a hablar sin interlocutores, sin el parpadeo a un click de distancia, sin esa loca manía de contarte de esa chica por medio de un mail, sin el loco torrente de "encontrarnos" en el whatsapp, sin la locura de decirte "te extraño" y al verte ni registrarte, sin ese chat de celular silencioso. Salgamos a contar las novedades a los gritos, para recordarnos que tenemos voz, que podemos ver, tocar y sentir, respirar y reír... estamos a pasos de distancia pero a millones de ideas en el medio como para darnos cuenta. Salgamos de parranda sin horarios, sin preocupaciones, sin levantarse temprano. Sin cumplir con la condena de ser correcto, de no decirte lo que pienso para no contradecirte, de retirar de mis días la necesidad de saberte bien. Salgamos a entender por qué no salimos, por qué necesitamos revisar el mail cada día, por qué si nos cortan la luz se nos termina el día, por qué mientras escribo esto no lo hago. Salgamos de eso que no somos y volvamos a nosotros mismos, a los que andaban una tarde simplemente caminando sin ir a ninguna parte, sin la lastimosa pena de preguntar por qué. A la calle, a la vida. A disfrutar.
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Si las cosas se complican, si no hayas el rumbo, si sentís que el norte se hizo sur. Frená y respirá, congraciate con la cadencia de tus pies y date una vuelta por el barrio. Verás que quizás hay cosas que cambiaron, y otras que no. Que las chicas te siguen sonríendo y los autos no dejándote cruzar, que las nubes forman lindas figuras en el cielo cuando te detenés a mirar hacia arriba. Que un parque puede rodearte de paz. Y de color. De vida.
No todo es tan aletargado cuando salís de esas cuatro paredes que te rodean y no te dejan soltar el aire. No todo pasa por el monitor que te conecta al mundo. Los pies descalzos sí lo hacen. Respirá y contá, y mientras contás sentí tu cuerpo contando con vos a cada paso. Dejate llevar por ese ritmo. Pero cuidado al cruzar la esquina.
Es muy fácil perderse entre tanta distracción, no dejes que te pase. Zambullite en tu mundo de aire puro y andá sin más. Tal vez encuentres otro modo de ver las cosas.
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