Tumgik
aloscuatrovientos · 11 years
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A los cuatro vientos; Capítulo: #6
Capítulo: #6
  — ¡Pero, papá! —gritó Sebastián ofuscado; sabía que sería inútil, pero la decisión de su padre le parecía injusta.
  — ¡Mira cómo escoñetaste el carro! ¡¿Es que no vas a madurar nunca?! —Su padre estaba muy enojado, tenía la cara roja y caminaba de un lado al otro en la biblioteca de la casa.
  — ¡Fue un accidente!
  — ¡Estabas borracho, coño! —El señor Doral se sentó en su silla y se masajeó las sienes, cerrando los ojos para tranquilizarse un poco—. Te comportas como un muchachito, y es así como te voy a tratar mientras viva bajo mi techo.
— ¡Tengo veintiséis años, papá! Coño, qué raya. ¡Carolina no tiene que pasar por esta huevoná!
  —Carolina es una mujer hecha y derecha que terminó su carrera, trabaja y está comprometida —Le dijo—. ¡Es que ni siquiera hay punto de comparación! ¡No sé qué pasa contigo! ¡¿Qué coño estás haciendo con tu vida, Sebastián?!
  — ¡Perdón por arruinar tu panorama de “familia perfecta”! —exclamó— Casi me mato como un bolsa y a ti nada más te importa el carro.
  —Yo no dije eso…
  —No, sólo que te importa más el coñazo en el carro que el coñazo que me llevé yo. No sé si lo has notado, pero tengo un brazo roto. —dijo con amargura.
  — ¿Y eso es culpa de quién? ¡Más razón me das! Necesitas límites, ¡estás fuera de control, y yo estoy muy viejo para estar atrás tuyo regañándote por todo!
  — ¡¿Y qué pretendes?! ¡¿Qué me quede todo el maldito día encerrado?! ¡Coño, qué ladilla!
  —No me interesa; que te dé toda la ladilla del mundo, pero no me sales más en las noches a beber con los amiguitos tuyos —le dijo—. Vas a controlar ese problema con la bebida sí o sí.
  — ¡No soy un alcohólico! —gritó por última vez y salió de la habitación dando un fuerte portazo.
                  La noche anterior Sebastián había salido con Armando y David a un bar, como de costumbre. Bebieron más de lo debido, puede que Sebastián incluso se haya excedido más que ellos, y, como fue él quien llevó el carro, entonces le tocaba manejar y dejar a cada uno en su casa. Todo iba bien, hasta que, casi llegando a su propia casa, un carro apareció de la nada (o eso dice él) y le chocó. Lo cierto es que, con la borrachera que cargaba, era muy difícil de creer lo que decía.
  —Me molesta que me trate así, mamá —dijo. Estaban su mamá y él acostados en su cama conversando—. Me trata como a un muchachito chiquito, y ya yo estoy grande para que esté castigando como cuando estaba en el liceo.
  —Cónchale, Sebas, pero tú sabes que él lo hace sólo porque te quiere; está muy preocupado por ti, aunque ahora creas que sólo quiere hacerte la vida miserable.
  —Es que no tiene nada de qué preocuparse, yo me sé cuidar solo. Viví tres años en Francia completamente solo, y mírame: estoy bien.
  —Sí, Sebastián, puede ser que tengas razón, pero no me puedes negar que tienes un problema con la bebida —Sebastián iba a decir algo, pero su mamá lo miró con las cejas alzadas como advertencia—. Yo soy tu mamá, a mí no me puedes decir mentiras; te conozco.
  —No tengo problemas con el alcohol, simplemente me gusta salir y ya está.
  —Una cosa es salir a disfrutar, a compartir con los amigos, y otra muy distinta es abusar de la bebida como tú lo haces —Le dijo ella, acariciando su cabello—. Yo sé, mi amor, que tu papá puede ser un poco estricto, pero es sólo por tu bien; él quiere que seas un hombre de provecho.
  —Él siempre ha sido así, mamá, no es ahora, no es por lo que acaba de pasar. Él siempre me subestima, siempre se anticipa a las cosas, es como si viviera preparado para decepcionarse de mí. Todos son buenos para él, menos yo.
  —Tú sabes que no es así. —dijo ella.
  —No, sí es así, y estoy harto de todo esto, es como si él creyera que mi única meta es vivir de su plata y ya, y no es así. Yo quiero hacer muchas cosas.
  —Entonces hazlas —dijo con ternura—, porque siempre desperdiciamos el tiempo cuando creemos que tenemos mucho —Ella espero una respuesta, pero él se quedó en silencio—. Puedes terminar de estudiar música aquí, o arte, o diseño, u otra carrera de tu preferencia; mientras seas feliz, a mí no me importa realmente qué hagas, ni cuántas carreras decidas probar, siempre y cuando encuentres tu vocación.
  —Necesito tiempo. —dijo en un leve susurro.
  — ¿Tiempo para qué? —inquirió— Sebastián…
  — ¿Qué?
  — ¿Pasó algo en Francia que no me hayas contado?
  —No.
  —Sé que me mientes, pero si no me quieres contar ahora… —Ella le dejó un beso en la frente y se levantó de la cama— Está bien, sé que, eventualmente, me contarás. —Él le sonrió y ella le devolvió la sonrisa, saliendo de la habitación para dejarlo solo.
  ¿Había pasado algo en Francia? ¡Había pasado de todo en Francia!
                    Se paró a las diez de la mañana y no había nadie en casa, como era habitual a esa hora. Se había despertado relativamente temprano (temprano para él) ese domingo porque, gracias al “castigo” de su papá, no había podido salir ese sábado. Era aburrido, pero le daba mucho tiempo para pensar, y mientras más pensaba, más se deprimía, más se arrepentía y reconsideraba muchas cosas.
  Fue a la cocina, se hizo un pan con queso (nunca le ha gustado el jamón), se sirvió un vaso de refresco y subió a su cuarto, a sumergirse de nuevo en el silencio. La cuestión es que Sebastián y el silencio no se llevan muy bien, así que, más rápido que inmediatamente, sacó un CD al azar y lo colocó en su equipo de música.
  Y “La fiesta del rey drama” de Americania comenzó a sonar.
  Luego de comer pensaba acostarse, pero no a dormir, sino a pensar, esa actividad que se había convertido en su pasatiempo esta semana de encierro. Le hacía tanta falta fumarse un cigarro, pero el último que le quedaba se lo había fumado ayer.
  Bufó. ¿Por qué tenía que ser él el único fumador de la casa?
  Estaba dispuesto a seguirse quejando mentalmente, pero el timbre comenzó a sonar, y al estar solo tenía que ser él quien abriera la puerta.
  —Es que hay que tener bolas para venir a joder un domingo en la mañana. —dijo para sí mismo mientras bajaba las escaleras.
  Abrió la puerta y se encontró con Samuel parado en el umbral.
  —Carolina no está. —dijo, y Samuel rodó los ojos con una pequeña sonrisa, porque no se podía carecer tanto de modales como él.
  —Sí, yo sé. ¿Puedo pasar?
  —Dale. —dijo, y se alejó de la puerta, dejando que Samuel entrara y la cerrara él mismo.
  — ¿Qué te pasó en el brazo?
  —Choqué el carro.
  — ¿Y estás bien? —inquirió un poco preocupado.
  —Sí, normal.
  Samuel se sentó en el mueble de la sala y Sebastián se quedó al pie de la escalera, mirándolo.
  — ¿Hablaste con ella? ¿Te dijo dónde está?
  —Sí, está en la peluquería.
  —Hmm…
  Se quedaron un rato en silencio, hasta que Sebastián habló de nuevo.
  —Ella se tarda mucho, ¿sabes?
  —Lo sé. —dijo, y rió un poco.
  —Si quieres subes conmigo. Digo, para que no estés aquí abajo solo y ladillado.
  —Ah, bueno. —Se levantó y siguió a Sebastián escaleras arriba hasta su cuarto, donde todavía se podía escuchar la música que había colocado anteriormente.
  —Siéntate donde quieras. —Le dijo, y Samuel se sentó en la silla del escritorio, donde estaba la laptop de Sebastián.
  Samuel se puso a mirar a su alrededor; era un cuarto muy grande, pintado de blanco, con varios cuadros, pósters y dibujos pegados a la pared. Tenía un equipo de música, un amplificador, y muchas guitarras. En el medio estaba la enorme cama (donde Sebastián ya estaba echado), luego había una puerta de madera, que asumió sería el baño, y un clóset.
  —Tienes muchas guitarras. —dijo.
  —De hecho, dos son bajos, no guitarras.
  —Bueno, yo de eso no sé nada.
  — ¿De “eso”? ¿De música, hablas? —inquirió con una mirada escéptica.
  —Sí, la verdad es que no tengo talento para eso.
  — ¿Y has probado tocar algún instrumento alguna vez?
  —No…
  — ¿Entonces cómo sabes que no tienes talento para esto?
  —No sé. O sea, no es que no me guste la música, porque sí me gusta, pero…
  — ¿Quieres que te enseñe algunos acordes?
  Samuel se le quedó mirando incrédulo, pero luego respondió.
  —Sí… sí, ¿por qué no?
  Sebastián se sentó en la cama y le hizo una seña para que hiciera lo mismo. Tomó una de las guitarras acústicas y se la dio a Samuel.
  —Agárrala así. —Le dijo, mostrándole cómo tomar la guitarra.
  Samuel se sentía torpe, pero Sebastián, a diferencia de lo que se hubiese esperado, tenía mucha paciencia, y le enseñó a tocar el inicio de una canción de rock que él no conocía.
  — ¡Dios, cómo me hace falta un cigarro! —exclamó Sebastián cuando se aburrieron de la guitarra.
  —Entonces fuma.
  —No tengo cigarros, Sherlock —dijo, y rodó los ojos—. Mi papá me tiene aquí como si fuese un prisionero y… bueno.
  — ¿Por lo del carro?
  —Sí.
  —Lástima —acotó—. Aunque, mejor así, ¿no? Evitas llenarte los pulmones de nicotina por un tiempo.
  —Ay, cállate.
  Samuel se echó a reír hasta que escuchó la puerta de entrada abrirse, y luego la voz de Carolina llamarlo.
  —Ya llegó, hablamos después.
  —Dale.
  —Y gracias por enseñarme más o menos cómo es eso de tocar guitarras.
  —Cuando quieras.
  Samuel le dio una palmada en el hombro y se levantó, saliendo de la habitación.
                    Ya era de noche, todos estaban en casa y su mamá estaba preparando la cena. Carolina y Samuel estaban por llegar, ya que ella lo invitó a cenar con ellos.
  Estaba sentado en la sala viendo televisión, esperando que estuviese la cena lista, cuando vio a Samuel y a Carolina entrar a la casa. Carolina se fue a ayudar a su mamá, y Samuel se sentó a su lado.
  — ¿Qué más? —inquirió Samuel.
  —Nada, aburrido.
  Sebastián se percató que Samuel se metió la mano en uno de los bolsillos de su pantalón, sacando una caja de cigarros, para dejársela después a él en la mano. Lo miró incrédulo, con una sonrisa en el rostro, mientras Samuel seguía mirando la televisión.
  —No tenías que traerme cigarros. —dijo.
  — ¿Es así como me agradeces?
  —Gracias, pero no tenías que hacerlo.
  —Quise hacerlo. —Le dijo, volteándose para sonreírle un poco.
  —Déjame decirte que, después de esto, te considero mi amigo.
  — ¡Pensé que ya éramos amigos! —exclamó dramáticamente— Digo, después que me vomitaste los zapatos…
  —Bueno, súper amigos, ¿va? —Samuel se echó a reír y asintió, viendo de reojo cómo Sebastián se guardaba la caja en el bolsillo.
  Ahora eran “súper amigos”.
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aloscuatrovientos · 11 years
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A los cuatro vientos; Capítulo: #5
Capítulo: #5
  Era increíble, pero un mes pasó más rápido de lo esperado; al parecer Mónica lo tenía todo listo y avisó a la familia en el último momento, prácticamente teniendo un pie en el avión.
  Sebastián (y el resto de su familia) estaba esa noche en una fiesta de despedida que les harían a su hermana, su cuñado y sus sobrinos. Había mucha gente: vecinos de su antigua casa de los que Sebastián ni siquiera se acuerda, amigos de sus padres, de su hermana, así como amigos y familiares de su cuñado.
Se sentía aburrido y un poco melancólico. Le daba tristeza tener que despedirse de su hermana, una persona que antes solía ver todos los días y que, ahora que regresó de Francia, se va del país. No era sencillo hacerse a la idea porque, sí, muchos amigos suyos habían dejado el país, incluso familiares más lejanos; él mismo se fue de Venezuela por tres años, pero ahora quien se iba era su hermana, aquella que en ocasiones también se tomaba la libertad de desarrollar con rol maternal con él y sus otros dos hermanos.
  Era difícil, sí, pero no la culpaba, y mucho menos iba a reclamarle, porque sabía que todo era para bien.
  —Me siento como uno de esos carajos de “Caracas: Ciudad de despedidas”. —Escuchó la voz de Samuel detrás de él, y no pudo evitar reírse ante el comentario.
  —“Barquisimeto: Ciudad de despedidas” y tal. —contestó mientras se volteaba para estar frente a él.
  —“Me iría demasiado.” —dijo, y comenzó a reírse.
  —Gafo —Le dijo, riéndose también—. Pero ¿sí te irías?
  —No —respondió, bebiendo de su copa—, me quedaría demasiado… al menos por ahora. No lo sé.
  —No se está mal afuera, te digo.
  —No, es que no es eso —negó—. Soy muy sentimental, creo.
  —O te dan miedo los cambios. —acotó.
  Samuel asintió y se quedó en silencio, como si eso hubiese matado la conversación.
  — ¡Sammy, te he estado buscando! —Llegó Carolina de repente, dándole un beso a su novio para después pasar un brazo por su cintura— Llegaste y te perdiste, naguará.
  —Estaba aquí, hablando con Sebastián.
  —Bueno, ven que te quiero presentar a unas personas —Le dijo, tomándolo de la mano antes de voltearse y hablarle a su hermano—. Y epa, Sebas, no vayas a estar bebiendo mucho. Te tengo pillado desde hace rato.
  Sebastián asintió, cambiando el semblante radicalmente a una mala cara; detestaba el acoso, detestaba que lo trataran como a un niño.
                    Con una mini-cava en la mano Sebastián salió por la puerta trasera, refugiándose en la oscuridad del patio justo en el banco que está entre las sombras. Frente a él estaban sus dos sobrinos y otros niños hijos de los invitados, todos jugando y haciendo ruido.
  Sacó una cerveza de la cava y comenzó a beber con la mirada perdida; no había cosa en el mundo que le diera más rabia que la forma en que su familia lo trataba, de hecho, comenzaba a recordar por qué estuvo fuera por tres años. Nunca faltaba quien estuviese vigilándole la manera en que bebía en cualquier fiesta familiar, casi siempre había alguien ahí para quitarle la copa cuando, según ellos, ya había tenido suficiente. Y no es así, él no es un maldito borracho, es decir, puede que se exceda de vez en cuando, pero no es porque necesite ahogar penas en alcohol. A veces simplemente se deja llevar por la emoción, o el aburrimiento, que lo empuja del acantilado.
  —Qué raro: tú huyendo de la gente. —Escuchó a Samuel, quien le provocó un susto tal que lo hizo saltar un poco.
  —Los pocos días que llevo en Venezuela te han servido para descifrarme por completo, puedo ver. —dijo irónicamente, bebiendo luego de su cerveza.
  —Es un don —respondió, aún sabiendo que Sebastián no lo había dicho en serio—. ¿Me das una?
  —Agarra ahí, Sammy. —Le dijo, alcanzándole una lata.
  —Cállate.
  Sebastián sonrió burlesco, pero se quedó en silencio, mirando a los niños jugando en la grama.
  —No te ofendas, pero hay familiares tuyos que son burda de intensos. —mencionó Samuel después de varios minutos.
  —No me ofendo —Sonrió—; odio eso, pueden ser tan metiches…
  —Bueno, no lo dije en ese sentido.
  —Pero yo sí.
  Samuel seguía con la misma cerveza mientras Sebastián ya iba por la cuarta; las pasaba como agua. De alguna forma, Sebastián se sentía aceptado por Samuel (incluso si no era así), porque él no lo acosaba con la bebida, bien sea porque confíe en su autocontrol o porque no le importe; de cualquier forma agradecía la distancia que mantenía al no entrometerse en sus asuntos personales como los demás.
  —Carolina debe estarme buscando ya. Voy para adentro, ¿vienes?
  —No, me quedaré aquí un rato más.
  —Está bien —dijo, dándole una palmada en el hombro al levantarse—. Chao pues.
  Sebastián asintió en respuesta, abriendo otra lata cuando Samuel entró a la casa de nuevo.
                    El ratón lo estaba matando, no había dormido casi, pero ese día se iba su hermana, así que se levantó como pudo e hizo lo mejor posible para no exteriorizar el desastre que ocurría en su interior. Y sólo dios sabe cuánta fuerza de voluntad requirió para no vomitar en medio del aeropuerto.
  Todos se despidieron de su hermana, su cuñado y sus sobrinos, quedando él de último por decisión propia.
  —Te voy a extrañar tanto —Le dijo al oído a Mónica mientras la abrazaba muy fuerte—, en cuanto pueda iré a visitarlos y bonchar con ustedes por allá, ¿sí va?
  —Eres bienvenido; las puertas de nuestra casa siempre estarán abiertas para ti, tú lo sabes. —respondió ella, ya con el rostro empapado por la despedida.
  —Te quiero mucho, se me cuidan por allá. —Fue lo último que les dijo antes de soltarla y despedirse de Roberto y los niños.
  Volver a casa luego de eso fue difícil, pero lo agradeció enormemente cuando el estómago hizo de las suyas y lo obligó a correr al baño para vomitar.
  Bonita forma de comenzar el día.
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aloscuatrovientos · 11 years
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Ajá, ¿y el quinto capítulo? )':
Pronto C:
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aloscuatrovientos · 11 years
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Hola! desatrasando cuaderno, ahh me estoy enamorando de Sebastián!, podrá aparentar se rudo y que es el loquillo de la familia, pero presiento (solo divulgo) que va ser el más perdido en un futuro con Samuel (bahh aquí diciendo tonterías) pero me late chocolate que sí, lo mismo Samuel, como me lo imagino puede llegar a estar un poco confundido más adelante ( todo a futuro) sip, eso es todo, mujer espero subas prontico. Saludos
Ahhhh me alegro que te guste Sebastián, es mi favorito de escribir haha. Gracias por leer, y saludos a ti también. Espero pronto estar actualizando
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aloscuatrovientos · 11 years
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A los cuatro vientos; Capítulo: #4
Capítulo: #4
  Sebastián se levantó de la cama a las cuatro de la tarde, se había despertado a las once de la mañana pero, al no tener nada que hacer, decidió seguir acostado; con el tiempo se había acostumbrado a dormir sin sueño.
  Tenía el estómago revuelto y la cabeza le dolía un poco, nada fuera de lo común, nada que no pudiera soportar.
  Bajó las escaleras para encontrarse la casa sola, a excepción de la señora Marta, como siempre, así que se acercó a ella y la abrazó por la espalda.
— ¡Sebastián! —exclamó la señora dando un brinco.
  — ¿Qué pasó? —inquirió él, apoyando su barbilla sobre el hombro de la mujer.
  —Que me asustaste —dijo ella—. Estas no son horas de levantarse de la cama.
  —Anoche llegue tarde, salí con Samuel —dijo soltándola—, Carolina me lo pidió.
  —Samuel es un buen muchacho, quiere mucho a tu hermana. —acotó ella.
  Él asintió sin decir nada; Samuel en sí no le desagradaba, simplemente le gustaba fastidiarlo. Y no era un trato especial, él era así con prácticamente todos. El caso es que, desde la primera vez que lo vio, supo que sería divertido meterse con él; Samuel se veía tan serio y preocupado por mil y un cosas a la vez, Sebastián supo que era de ese tipo de personas que se van guardando las cosas hasta que, con el tiempo, explotan.
  Sabía que podía hacer de las suyas, podría decirle cualquier cosa y Samuel nunca reaccionaría, le importaba mucho encajar y llevarse bien con todos en la familia, y eso le decía que, en efecto, Samuel quería mucho a su hermana. Lo cómico del asunto, o por lo menos la parte divertida para la retorcida mente ociosa de Sebastián, era tratar de leer las expresiones que Samuel hacía ante cada una de sus palabras, era la ventana más cercana que tenía a su mente y sus pensamientos; estaba seguro que lo había acuchillado, por lo menos, siete veces en su imaginación.
  —En el horno hay pollo y arroz, y en la nevera está la ensalada —Le dijo Marta, sacándolo abruptamente de sus cavilaciones—. También te guardé dulce de lechosa, pero no te lo vayas a comer todo de una vez.
  —Qué bella, vale —dijo, dándole un sonoro beso en la mejilla a la señora—. No hay chef francés que pueda contigo, dígalo ahí. —La señora le sonrió y palmeó con suavidad sus mejillas antes de salir de la cocina.
  Sebastián se sirvió la comida y se sentó solo en la mesa a almorzar, como de costumbre; si su familia esperara por él para comer probablemente morirían de inanición. Y mientras comía, iba recordando poco a poco la noche anterior: el alcohol bajando súbitamente por su garganta quemando todo a su paso hasta llegarle al estómago, siempre era así, ya el ardor no era más que un picor leve hasta volverse inexistente con cada trago, pasando tan ligero como el agua. Recordó ese momento vergonzoso cuando vomitó en medio de la pista, cómo Samuel tuvo que ayudarlo a salir porque ni siquiera podía mantenerse bien de pie. Por primera vez Sebastián se sintió avergonzado, Samuel debía pensar que no era más que un vulgar borracho hijo de mamá y papá, porque a la final eso era lo que todos creían, eso era lo que todos pensaban detrás de esas sonrisas hipócritas al verlo así: patético, fracasado y dependiente.
  Suspiró, ¿qué más había hecho? Habían hablado, podía recordarlo: mantuvieron una conversación después que David y Armando los dejaran solos. Le contó sobre sus carreras incompletas, sobre Francia, le habló de…
  Y entonces palideció, ¿qué tanto le había dicho? ¿Le dijo la verdad? No podía recordarlo, su memoria estaba difusa y ruidosa, no podía pensar bien.
  De repente se le quitó el apetito.
                    Luego de darse un buen baño y arreglarse, bajó las escaleras, encontrándose con toda la familia reunida. Le pareció extraño, estaban todos: Su mamá, su papá, Alejandro, Viviana, Carolina, Mónica, Roberto y sus dos sobrinos, Paúl y Adrián, de siete y nueve años respectivamente.
  — ¡Epa, tripones! —exclamó cuando estuvo abajo, abriendo sus brazos para recibirlos— ¿Qué más? Naguará, ¡sí están grandes!
  Los niños lo abrazaron y le dijeron todo lo que había pasado en su ausencia, Paúl contándole que él y su hermano ahora estaban en karate, y Adrián preguntándole por los regalos que les había traído de Francia.
  —Pero es que tú no disimulas, vale —dijo riéndose, caminando hasta adentrarse por completo en la sala, viéndolos a todos con caras serias—. ¿Qué pasó? —inquirió serio al ver sus expresiones.
  —Estaba por darles una noticia —dijo Mónica, la única de todos que estaba de pie—, siéntate. —Y Sebastián se sentó, incapaz de contradecir a su hermana mayor.
  —Pero qué es, Mónica, habla de una vez. —incitó su madre.
  —No sé si se acuerdan que hace un año Roberto, los niños y yo nos fuimos de vacaciones a Canadá —comenzó—, estando allá estuvimos averiguando, viendo casas y…
  —Ya va, ¿se van a mudar? —preguntó Carolina.
  —Sí —admitió de una vez—, vimos una casa que nos gustó y la compramos. Roberto y yo ya tenemos trabajos allá, conseguimos un colegio espectacular para los chamos y… nada, pues, ya todo está listo, en un mes nos vamos.
  — Pero ¿tan pronto? ¿Por qué no nos dijeron nada antes? —preguntó su papá.
  —Porque queríamos estar completamente seguros, no decir una cosa y que después no se diera nada.
  La sala se quedó en silencio por un largo rato hasta que su madre intervino otra vez.
  —Pero van a estar solos allá —dijo—, toda su familia está aquí.
  —Yo sé, mami, pero es que de verdad ya no soportamos seguir viviendo aquí, uno vive asustado, no puede salir tranquilo a la calle, tienes que estar pila, mirando para todos lados porque cualquiera te puede hacer algo. Yo no quiero que mis chamos vivan bajo este ambiente, este estrés, este trauma tan maluco.
  —Pero, hija, tan lejos… —insistió su madre.
  —Hace dos meses secuestraron a la hija de mi vecina, estaba jugando en el frente de su casa y se la llevaron así, tranquilos, nadie se dio cuenta. Pudo ser Paúl, pudo ser Adrián; es que yo no puedo dormir tranquila ya, me da tanto miedo —dijo, sus ojos comenzando a humedecerse—. Ninguno de los vigilantes se dio cuenta, ¿y si estaban encompinchados? Uno ya no puede confiar ni es su propia sombra.
  Sebastián sintió un fuerte tirón en su estómago, era difícil, él apenas volvía de Francia y su hermana y sus sobrinos se irían el mes siguiente. Pero la entendía, entendía completamente su situación porque a él mismo, cuando llegó de Francia, lo que le dio fue dolor ver que las mejoras eran nulas, que Venezuela seguía siendo el mismo país “en vías de desarrollo” que había dejado.
  —Te voy a extrañar muchísimo —dijo él, levantándose para abrazarla con fuerza, rompiendo el incómodo silencio que se había formado—. A todos, los extrañaré mucho.
  Todo sea por una mejor vida, todo sea por dejar de sentirse vulnerables.
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aloscuatrovientos · 11 years
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A los cuatro vientos; Capítulo: #3
Capítulo: #3
  El lunes en la tarde Samuel salió temprano, ya que tuvo pocas consultas en el día, por lo que dejó que Andrés y Daniela cerraran el lugar. Iría a ver a Carolina, no harían nada especial, simplemente estaría con ella en su casa pasando el rato. Llevaba consigo el celular de Sebastián, esa mañana cuando salió a trabajar lo metió de una vez en su bolsillo, ya saben, para no tener que hacer luego el viaje de vuelta a su casa. El celular había sonado un par de veces en la madrugada pero en ningún momento se puso a mirar quién llamaba, no era de su incumbencia, el teléfono no era suyo.
  No sabía cómo reaccionaría Sebastián al ver que él tenía su celular, teniendo como referencia la manera en que lo ha tratado los últimos días, es posible que lo acuse de habérselo robado o algo peor; de él se esperaba cualquier cosa.
                  Al llegar a la casa de los Doral, la señora Marta le abrió la puerta y lo hizo pasar hasta la sala. La casa estaba sola, siempre era así durante el día; Mónica se casó hace años y vive junto a su esposo, al igual que Alejandro y Viviana, quienes viven juntos, pero se van a casar en unos meses, por lo que ahí sólo quedan Carolina, sus padres y Sebastián.
  Se sentó en el mueble, mirando hacia el patio a través de los enormes ventanales que iban desde el suelo hasta el techo en altura.
  —Hey…
  Volteó la cabeza y vio a Sebastián bajando las escaleras, estaba prendiendo un cigarro.
  —Hola —respondió, metiéndose la mano en el bolsillo para sacar el teléfono—. Ayer se te quedó el celular en mi carro.
  Sebastián camino hacia él con el cigarro en la boca y, sin mirarlo, tomó el teléfono y se lo guardó en el bolsillo trasero del pantalón.
  —Pensé que se me había perdido en el cine —dijo, mirándolo y sonriendo un poco—. Vamos a sentarnos afuera.
  — ¿Y Carolina? —inquirió confuso ante la amabilidad repentina de Sebastián.
  —Se está bañando. Vamos.
  Samuel se levantó del mueble y siguió a Sebastián hasta el patio. Ambos se sentaron en uno de los bancos de cemento que estaba debajo de los árboles.
  —Así que me fuiste a acusar con mi hermana porque, según tú, soy odioso contigo —comenzó Sebastián, dando una calada a su cigarro para después reírse—. Te pasaste de jevita.
  — ¿Cómo que jevita? Respeta, vale. —Samuel se iba a levantar pero Sebastián le puso una mano en el hombro, obligándolo a permanecer sentado.
  —No te pongas intenso, chico —Le dijo, la mirada fija en la grama—. Carolina quiere que seamos amiguitos, y por Caro hago lo que sea, así que esta noche vamos a salir con unos panas míos.
  — ¿Esta noche? Pero si es lunes.
  — ¿Y?
  —Hay gente que trabaja los días de semana, ¿sabes?
  —Ay, y te vas a morir por salir un lunes —Samuel se cruzó de brazos pero permaneció en silencio, dándole a entender a Sebastián que siguiera hablando—. En fin, envíame tu dirección, te voy a pasar buscando como a eso de las nueve. Ah, y procura irte bien vestido.
  — ¿Es un sitio formal al que vamos?
  Sebastián lo miró extrañado y dijo:
  —No, ¿por qué? —Samuel se quedó pensando y Sebastián se levantó—. Como sea, te dejo, nos vemos en la noche. —Le dio una palmada en la espalda y lo dejó solo en el patio.
  “¿Acaso me llamó mal vestido?” Fue lo que se quedó pensando Samuel al verlo entrar de nuevo a la casa.
                    A las seis de la tarde ya Samuel estaba volviendo a su apartamento, el que compartía con Matías, su hermano menor. Matías tiene veintitrés años y está por graduarse en ingeniería informática.
  Cuando Samuel entró al apartamento lo primero que vio fue a Matías sentado frente a la computadora, haciendo un trabajo, aparentemente.
  —Qué fue. —Cerró la puerta y dejó las llaves sobre la mesa del comedor.
  —Epa —Matías volteó un poco la cabeza para mirarlo y después centrar su atención de nuevo en el monitor de la computadora—. Mamá vino ahora, dejó un pasticho y otras cosas ahí.
  — ¿Y tú ya comiste?
  —No, te estaba esperando.
  — ¡Ay! Tan cuchi.
  — ¿Ya vas a empezar? —Samuel se empezó a reír y se fue a la cocina.
                    A las nueve ya Samuel estaba vestido y arreglado, simplemente esperando por Sebastián.
  —Eso, ¿y tú para dónde vas tan emperifollado? —inquirió Matías cuando lo vio.
  —Voy a salir con el hermano de Caro.
  — ¿En lunes?
  —Sí.
  — ¿Y para dónde van?
  —No sé, ese chamo es demasiado raro.
  —Bueno, que te diviertas. —Matías se regresó a su cuarto y Samuel se fue a sentar a la sala.
  Estaba por prender el televisor cuando su teléfono comenzó a vibrar.
  “Estoy afuera, sal.”
                    Estaban en una discoteca, Samuel ni siquiera sabía que las discotecas abrían los lunes, o más extraño aún, que se llenara de gente. La mayoría de las personas ahí eran sifrinos de todas las edades posibles, desde los muchachitos con cedulas falsas, hasta los treintañeros que se creen niños y viven aún de sus padres.
  Samuel no se sentía precisamente cómodo. Los amigos de Sebastián eran otros sifrinos más, pero unos agradables; el ambiente en general lo hacía sentir fuera de lugar.
  Los cuatro escogieron una mesa junto a la pared, de las que no tienen sillas sino un asiento semicircular rodeándola. De inmediato llegó una mesera y cada quién pidió algo de beber.
  —Samuel, ¿y tú qué haces? —Comenzó a hacer conversación Armando, uno de los amigos de Sebastián.
  —Soy nutricionista. —contestó sonriendo.
  —Qué interesante, vale. ¿Y tienes tu propio consultorio y todo?
  —Sí; mi amigo, su novia y yo tenemos un consultorio —respondió, tomando un sorbo de su bebida—. ¿Y ustedes qué hacen?
  —Bueno yo soy diseñador gráfico, David también. De hecho nos conocimos todos en la facultad de diseño.
  — ¿Estudiaste diseño? —inquirió, volteándose a ver a Sebastián.
  —Fue la primera carrera que abandoné. —dijo, alzando su vaso de whisky mientras sonreía, para después bebérselo todo.
  Eventualmente Armando y David se levantaron a dar una vuelta, se encontraron con unas amigas y se pusieron a bailar, dejando a Samuel y a Sebastián solos en la mesa. A Samuel le sorprendía la forma de beber de Sebastián, porque además de beber mucho también bebía muy rápido, pero decidió no hacer comentarios al respecto ya que eso no era problema suyo.
  — ¿Qué otras carreras abandonaste? —intentó retomar la conversación.
  —Diseño, artes y música.
  — ¿Por qué las abandonaste?
  —Diseño fue la que agarré cuando salí del liceo. La escogí porque bueno, a mí me gustaba dibujar y pensé que sería fino, pero después me di cuenta que no tanto, así que la dejé —dijo, Samuel notaba que ya se le empezaba a enredar la lengua—. Luego me fui a estudiar artes, creí que esta vez sí había escogido la correcta, pero de nuevo me equivoqué. Duré un año sin hacer nada hasta que decidí irme del país, hablé con mi papá y me mandó a Francia, y ahí comencé a estudiar música.
  — ¿Y sí te gusta la música?
  —Yo amo la música, creo que fue un error entrar a estudiar diseño y artes, a la final supe que esas carreras no me llenaban, que dibujar no era lo mío, ¿entiendes? —dijo, colocando una de sus manos en la pierna de Samuel.
  —Eso creo…
  —La gente cree que… que ajá, yo dejé las carreras porque soy un vago y que quiero es vivir a costillas de mi papá. Pero no, porque el tiempo que las estudié sí saqué muy buenas notas, yo soy un chamo que se aplica a lo que hace —dijo, con un típico tono de voz de borracho—. Es sólo que yo no voy a terminar una carrera que, a medio camino, descubro que me hace miserable sólo para tener un título. Eso es patético, no sé si me explico.
  — ¿Y por qué abandonaste música?
  Sebastián suspiró y cerró los ojos, Samuel pudo ver cómo se le frunció el ceño y, de repente, se recostó en su brazo, con la mano aún sobre su muslo.
  —Al poco tiempo de llegar a Francia conocí a alguien —comenzó—, una modelo de Chanel bellísima. Comenzamos a vernos, nos empatamos, ella se mudó conmigo… en fin, teníamos una relación estable, pues. Hace unos meses ella de repente me dejó, dijo que lo nuestro no iba a ningún lado, que estaba aburrida y que había alguien más, así que agarró sus peroles y se fue. Yo estaba enamorado de ella.
  Samuel rodeó sus hombros con uno de sus brazos intentado reconfortarlo.
  —Al final me mudé del apartamento yo también, no podía seguir viviendo ahí, todo me la recordaba. Intenté por unos meses seguir adelante, pero era difícil: imagínate ir por la calle y ver en una pared un póster gigantesco de tu ex, a quien aún quieres, ¿cuántas veces al día soportarías eso?
  —Por eso volviste a Venezuela. —acotó.
  —Sí, fue algo repentino: me levanté un día y dije “no puedo más”, así que agarré mis cosas, compré un boleto y… aquí estoy —suspiró—. No le digas esto a nadie, ni siquiera a Carolina, nadie de mi familia sabe de esto —Samuel asintió, dándole a entender que podía confiar en él—. Pero en fin, dile a la mesera que traiga otra botella.
  — ¿Tú estás loco? Si la que había aquí te la bebiste tú solo.
  —Dile que traiga otra.
  —No.
  —Anda. —insistió.
  —Que no, si quieres ve tú.
  —Como sea, ¿y Armando y David? —inquirió cambiando de tema.
  —Andan por ahí bailando, qué se yo.
  —Vamos a bailar. —dijo de repente, jalándolo del brazo.
  —Ve tú.
  —Vamos. —insistió.
  —No.
  —Párate.
  —No sé bailar.
  —No importa.
  —No quiero.
  —Ah pues, ¡párate y más nada! —Sebastián se levantó, se tambaleó un poco, y comenzó a jalarlo del brazo.
  —Chamo, ¿a ti nunca te han dicho que eres burda de insoportable?
  —Vamos a bailar.
  —Estás loco; no bailo con Carolina, mucho menos me voy poner a bailar contigo, payaso.
  —Ay, no seas bolsa.
  Diez minutos de insistencia después, Samuel descubrió que su fuerza de voluntad era poca y que Sebastián podía ser realmente fastidioso. A pasos tambaleantes (por parte de Sebastián) se fueron a la pista de baile, no estaba tan llena pero sí había gente. Samuel se quedó parado dejando que Sebastián bailara todo lo que quisiera, dedicándose simplemente a sostenerlo cuando se resbalaba. De repente, Sebastián se quedó estático, los ojos muy abiertos fijos a la nada, así que Samuel comenzó a asustarse, pero todo pasó cuando Sebastián se inclinó hacia el suelo, dejando un colorido vómito en el medio de la pista.
  — ¡Agh, qué asco! —exclamó Samuel— Vámonos de aquí es lo que es.
  —Armando, David…
  —Esos andan por ahí. Vámonos, que si te pasa algo Carolina seguro me va a echar la culpa. —Samuel lo tomó del brazo y comenzó a sacarlo de la pista.
  Después de comprar una botella de agua para que Sebastián se enjuagara la boca salieron, Sebastián arrastrándose detrás de Samuel completamente abrazado a él.
  —No camines tan rápido, me voy a caer. —balbuceó, aferrando sus dedos a la pretina del pantalón de Samuel por la parte de adelante.
  —Chamo, pero qué es, deja la manoseadera. —dijo Samuel, quitándose las manos de Sebastián de encima.
  —No seas gafo, ya quisieras tú.
  Samuel lo tomó del brazo y lo apoyó contra la puerta del carro, comenzando a buscar la llave del en los bolsillos del pantalón de Sebastián.
  —Naguará, no sé cómo te circula sangre por las venas con estos pantalones.
  —Y después el manoseador soy yo, ah.
  —Deja la mariquera, ayúdame a buscar la llave más bien.
  —Aquí están —Sebastián metió la mano en su bolsillo trasero y sacó la llave—. Móntate pues, te voy a dejar en tu casa.
  —Tú estás loco si crees que vas a manejar así, será para que nos matemos como los propios bolsas. Dame acá que yo manejo. —Le quitó la llave y lo obligó a sentarse en el asiento de copiloto—. Voy a llamar a un taxi para que me espere afuera de tu casa.
  —Vas a gastar en un taxi porque quieres, yo te puedo dejar tranquilito en tu apartamento. —dijo, cada vez haciéndosele más difícil hablar.
  —De pana, cállate. —Le dijo por último, Sebastián se alzó de hombros y se recostó por completo en el asiento mientras Samuel llamaba al taxi.
  Al llegar a la casa, Samuel vislumbró el carro del taxista justo afuera, así que estacionó el carro de Sebastián en el garaje, lo ayudó a bajarse y lo dejó en la puerta de su casa. Caminó hasta la salida, antes de montarse en el taxi miró hacia atrás, y vio que Sebastián ya había entrado a su casa.
  Camino al apartamento miró la hora en su teléfono, no podía creer que ya fuesen las dos de la mañana.
  —Dios. —murmuró.
  Estaba molido, mañana sería un día largo en el consultorio.
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aloscuatrovientos · 11 years
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A los cuatro vientos; Capítulo: #2
Capítulo: #2
  Samuel salió del consultorio temprano, era domingo así que solamente fue a revisar que todo estuviese en orden para luego cerrar. Ese día él y Carolina irían al cine, pero primero irían a comer, así que la buscaría temprano.
  Llegó a la casa de Carolina, tocó el timbre y esperó, pero nadie le abrió. Tocó otra vez, y otra, y otra, parecía no haber nadie en casa, así que la llamó a su celular.
  —Caro, estoy afuera de tu casa, ¿dónde estás? —Le preguntó, tocando el timbre una vez más.
—Yo estoy en la peluquería, pero ahí está la señora Marta y también está Sebas.
  —Cónchale, no creo, porque llevo rato tocando y nadie me abre la puerta.
  —Déjame llamar a la casa, de todos modos ya yo voy a salir de aquí.
  —Dale pues.
  Suspiró.
  Tocó un par de veces más y se sentó en las escaleras de la entrada, hasta que unos minutos después su teléfono volvió a sonar.
  —Nadie contesta —Le dijo ella—, creo que no hay nadie. Si quieres vas por ahí y yo te aviso cuando esté en la casa.
  —Bueno, entonces… —No pudo terminar lo que iba a decir, ya que el sonido de la puerta abriéndose lo interrumpió—. Ah no, mira, ya abrieron.
  —Está bien, nos vemos en un rato.
  Cuando Samuel volteó se encontró con Sebastián en pijama, tenía el cabello despeinado y lo miraba con aburrimiento. No le dijo nada, simplemente se hizo a un lado y lo dejó pasar.
  —Hola. —saludó Samuel, pero Sebastián lo ignoró y se fue a echar en el mueble de la sala de estar a ver televisión.
  Samuel asintió. Realmente no quería hablar con él, pero la tensión era tanta que juraba podía palparla, así que decidió romper el silencio al entrar a la sala y sentarse en uno de los muebles.
  — ¿Y la señora Marta?
  —En el mercado. —respondió, incapaz de despegar la vista de la televisión.
  No volvieron a hablar, o por lo menos Samuel no siguió insistiendo. De por sí la presentación entre ellos había sido hostil, al final terminó asumiendo que ellos no eran compatibles, y que era mejor llevar las cosas ligeras por el bien de su relación con Carolina; no quería llevarse mal con nadie de su familia.
  Veinte minutos después escuchó la puerta de entrada abrirse, y al voltear vio a la señora Marta entrar con un montón de bolsas. Se levantó del sofá con rapidez y llegó hasta la señora para quitarle las bolsas y llevarlas por ella hasta la cocina. Agradeció a Dios mentalmente que hubiese llegado Marta, ya que estaba seguro que esos veinte minutos solo con Sebastián fueron los más largos de su vida.
  Se quedó en la cocina conversando con la señora Marta mientras ésta comenzaba a preparar el almuerzo. Eran casi las doce del mediodía y Samuel se fijó que Sebastián aún estaba en pijama, probablemente había estado durmiendo cuando él estuvo tocando el timbre, y era más que obvio que no pretendía buscar un trabajo o comenzar a estudiar.
  Poco tiempo después llegó Carolina, él ni siquiera se dio cuenta hasta que ella lo abrazó por atrás y dejó un beso en su mejilla, haciéndolo estremecer en sorpresa. Carolina saludó a la señora Marta y luego lo tomó a él de la mano para llevarlo hacia el pasillo que conectaba todo el primer piso de la casa.
  —Amor… —comenzó.
  — ¿Dime?
  —Tú sabes que íbamos a ir los dos solos a almorzar y luego iríamos al cine, ¿verdad?
  —Sí… —afirmó, mirándola dubitativamente.
  —Bueno, es que cuando llegué vi a Sebas en la sala viendo televisión, se veía burda de aburrido y me dio cosita, así que lo invité, ¿no te importa? —inquirió al final.
  —No, vale, para nada —Sonrió para no morderse la lengua—. Mejor así.
                    Sebastián y Carolina juntos eran algo aparte, se metían en su propia burbuja, ni siquiera parecía que hubiesen estado lejos durante tres años. Él, por otro lado, se sentía como la lámpara del grupo, completamente excluido de las conversaciones y chistes internos de los hermanos, cosa que le dio tiempo para pensar. Él y Sebastián tenían la misma edad, sin embargo éste aparentaba ser incluso más joven que Carolina, no solamente por la inmadurez indiscutible que poseía, sino también físicamente; parecía alguien que apenas estaba por cumplir veintidós años, pero de cara, porque mentalmente se había estancado en los quince, pensó Samuel.
  En el almuerzo se dio cuenta que los hermanos realmente no parecían notar que él no formaba parte de la conversación, o en realidad no les importaba, y a él tampoco, ya que no era particularmente hablador.
  El viaje al cine sí fue un poco diferente, ya que en el carro todos iban en silencio: él manejando, Carolina retocando su maquillaje y, por el retrovisor, podía ver a Sebastián concentrado en su teléfono.
  Carolina y él ya habían comprado las entradas por la página del cine, ya que al ser domingo el sitio se llenaba. Sólo faltaba comprar la de Sebastián; por suerte, no tanta gente tenía el privilegio de comprar entradas de primera clase como ellos, así que no fue difícil conseguirle un asiento cercano a Sebastián.
  —Nosotros vamos a apartar los asientos y que Sebas vaya a comprar las cosas —Le dijo Carolina—. ¿Qué te provoca a ti?
  —Yo nada más quiero un refresco, lo que sea menos coca-cola. —Ella asintió y se volteó hacia Sebastián para decirle lo que él había pedido y lo que ella quería.
  Samuel y Carolina entraron a la sala para sentarse en sus puestos mientras Sebastián compraba las chucherías, quien llegó algunos minutos después con todo.
  —Aquí está lo que pidieron —dijo, repartiendo las cosas—: Cotufas, chocolate y nestea para Caro, y Coca-Cola para ti. —Le extendió las cosas a cada uno y tomó haciendo junto a Carolina.
  —Ay, Sebas, te equivocaste, a Samuel no le gusta la Coca-Cola. —Se apresuró ella.
  —No importa —dijo Samuel, estaba un noventa y nueve por ciento seguro que Sebastián lo había hecho apropósito, y no le daría el gusto de mostrarse afectado por eso—. La coca-cola no es mi preferida, pero igual puedo tomarla, no hay problema. —Sonrió, y seguido a eso le dio un sorbo a la bebida.
  —Te lo iba a cambiar pero como ya lo sopeteaste… —acotó Sebastián.
  —No importa. —repitió, mordiéndose la lengua para no decirle sus cuatro cosas.
  — ¡Shhh, ya va a empezar! —exclamó Carolina, y los tres se quedaron en silencio.
                    Samuel se estacionó y Sebastián salió rápidamente del carro para entrar a la casa, así que se quedó solo con Carolina.
  —Caro…
  — ¿Dime, mi amor?
  — ¿No te parece que a Sebastián no le agrado? —inquirió.
  — ¿Qué? No, chico, deben ser ideas tuyas —dijo ella mirándolo extrañada—. Sebas es un amor, a veces puede parecer un poco… tosco, pero así es él. Cuando lo conozcas mejor te darás cuenta.
  —Bueno es que él es un amor contigo porque eres su hermana —insistió—, pero te juro que desde el día que lo conocí se ha comportado con demasiada odiosidad.
  — ¿Sí? Ay, yo lo he visto muy normal, pero si quieres puedo hablar con él para ver qué pasa.
  —Pero no le vayas a decir que yo te dije todo eso, dile que fuiste tú la que lo notaste o una vaina así.
  — ¡Ah pues! —exclamó ella riéndose—. Sí va. ¿Vienes mañana?
  —Después de salir del consultorio.
  —Está bien —Ella se acercó a él, rodeó su cuello y lo besó en los labios como despedida—. Nos vemos mañana.
  Él la besó una vez más y se despidió de ella, partiendo después rumbo a su casa. El día siguiente era lunes, así que tendría que acostarse temprano.
  Estaba manejando tranquilamente cuando un sonido que provenía del asiento trasero lo asustó, se volteó para echar un vistazo y se dio cuenta de qué era.
  A Sebastián se le había quedado el celular en su carro.
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aloscuatrovientos · 11 years
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Hey, recuerden que si no tienen o no usan tumblr pueden darle like a la fanpage, ya que ahí es donde avisaré cuando suba :))
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aloscuatrovientos · 11 years
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Ya envié un comentario, pero no sé si se envió porque mi internet es un asquito. Me encanta, digo, puedo ver un poco a donde se dirige todo y que sea ambientado en Venezuela me hace sentir un calorcito de, ya sabes, ese que te da cuando lees sobre tu país. Sebastian y Samuel, me gustan mucho los nombres.
Bueno, ese calorcito es el que quiero provocar, así que ¡hurra! Me alegro mucho que hayas llegado aquí y que te haya gustado, espero seguirte viendo por estos lados, veyesa ~
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aloscuatrovientos · 11 years
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oh lala! me gusto bastante este inicio, se nota que sebastian será un piedra en el zapato de samuel...encantador el niño! me imagino que aqui el comenta será en el ask? anyway Saludos mujer!
Ah, me contenta que te haya gustado, Sebastián en particular se me hace divertido de escribir, así que me fascina que te parezca encantador. Y pues, la verdad es que pueden comentar por el ask o pueden comentar si rebloggean la entrada, sólo me interesa saber si les gusta la historia, no importa cómo me lo hagan saber haha. Gracias por comentar, besos
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aloscuatrovientos · 11 years
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A los cuatro vientos; Capítulo: #1
Capítulo: #1
  No sabe con certeza cómo pasó, fue tan rápido que se dio cuenta cuando el daño ya estaba hecho. Sebastián lo miraba como si quisiera matarlo, asumiendo que lo había hecho a propósito, pero no, Samuel no planeó derramar esa copa de vino sobre él. Fue un genuino accidente, y al ver que todos se quedaron en silencio, no pudo hacer nada más que sentirse increíblemente avergonzado.
  —Lo siento —dijo, mirando a Sebastián a los ojos—. No quise…
  —Como sea —Lo interrumpió Sebastián, con una mirada tan severa que casi pudo traspasar su piel—. De todos modos ya se me quitó el apetito. Buenas noches. —Se levantó rápidamente, movió la silla con rabia y salió del lugar dando grandes y sonoras zancadas hasta llegar a las escaleras. Todos lo siguieron con la mirada.
                  Ocho horas antes:
  —Bebé —Carolina llamó su atención al verlo distraído—, bebé.
  — ¿Hmm? ¿Dime? —preguntó reaccionado, volteando a verla.
  — ¿Tienes algo que hacer en la noche?
  —No, mi vida, ¿por qué? ¿Quieres salir a algún lado?
  —No —Sonrió ella—, es que mi hermano Sebastián llamó esta mañana de sorpresa y dijo que se regresaba a Venezuela hoy mismo, así que mis padres organizaron una cena esta noche para recibirlo y, pues, tienes que estar ahí. —Le dijo, acomodándole el cuello de la camisa al hablar.
  —Así que por fin podré conocer al famoso Sebastián —dijo sonriendo—, eso no me lo pierdo por nada.
  — ¡Buenísimo! —exclamó ella— La cena es a las siete, sé puntual —enfatizó—, y vente elegante.
  —Yo soy puntual —señaló él, recibiendo inmediatamente una mirada suspicaz por parte de ella—. Pero entiendo tu punto, llegaré temprano.
  —Bueno, pila pues, que te estaré llamando.
  Samuel y Carolina tenían ya dos años de noviazgo y, de unos meses para acá, la palabra “compromiso” se había nombrado por lo menos tres veces. Sus familias ya daban por sentado que se casarían eventualmente, y ellos parecían ya habituados a esa idea, imaginándose juntos en un futuro.
  Carolina es una chica bonita, coqueta y joven. Su cabello es castaño oscuro, liso y largo hasta la cintura; sus ojos son grandes, marrones y de pestañas largas, con facciones finas y labios gruesos; su piel es clara, y su estatura es de un metro con sesenta centímetros. Tiene veinticuatro años y hace casi un año se graduó de arquitecto. No es que trabajar sea específicamente necesario para ella (siendo que es hija de Alberto Doral, dueño de la cadena de hoteles Doral, los más prestigiosos de todo el país), pero una profesión nunca está demás.
  Los Doral son una familia que vienen amasando grandes cantidades de dinero desde que Antonio Doral, abuelo del señor Alberto, abrió una posada que nombró humildemente con su apellido; no contaban ellos con que eventualmente se convertiría en lo que es hoy.
  Samuel, por otro lado, en un hombre carismático, buenmozo e inteligente. Su cabello es de un color claro, podría decirse rubio, y lo lleva corto; su piel es un poco más tostada que la de Carolina, dándole el tono de un leve bronceado; sus ojos son azules, y su estatura es de un metro con ochenta y dos centímetros. Tiene veintiséis años, es nutricionista y tiene su propio consultorio junto a su mejor amigo, Andrés, y la novia de éste, Daniela.
  El contraste económico entre Samuel y Carolina es notorio, pero a nadie en la familia Doral parece importarle que Samuel no sea precisamente de su mismo status social. No es que Samuel sea pobre, pero digamos que no tiene una casa en el este de Barquisimeto. Su familia es de clase media, pueden costearse uno que otro capricho, pero siempre sin exagerar.
  — ¿Y sí se graduó esta vez tu hermano? —inquirió Samuel, tratando de continuar la conversación mientras caminaban hacia el carro para ir a almorzar.
  —No, abandonó ésa también —contestó—. Dice que no es lo suyo, como las otras tres carreras que también abandonó.
  — ¿Qué piensa hacer ahora, entonces?
  —Lo que ha venido haciendo siempre, y lo que seguirá haciendo por el resto de su vida: vivir a costa de mi papá —suspiró—. Yo quiero mucho a mi hermano, pero es que él parece que nunca va a madurar, que no quiere crecer. Lo veo más preocupado por andar faranduleando que por lo que va a hacer con su vida.
  —Bueno, quizás algo de tiempo con su familia lo haga recapacitar un poco. —concluyó, abrochándose el cinturón de seguridad para comenzar a conducir.
                    La noche llegó más pronto de lo que Samuel había esperado, en un parpadeo se vio ya vestido y arreglado frente a la enorme puerta de la casa de los Doral.
  Tocó el timbre y en pocos segundos la señora del servicio le abrió la puerta, se saludaron y ella lo guio hasta la sala, donde estaba toda la familia reunida.
  A los primeros que distinguió sentados en el mueble a la izquierda fue a Mónica, la hija y hermana mayor, con treinta y seis años de edad, cabello corto, de color castaño oscuro (como todos en su familia), de piel clara y ojos marrones. Estaba sentada junto a su esposo, Roberto; y junto a ellos estaban Alejandro, hijo también de los Doral, de treinta y dos años de edad, y su novia, Viviana.
  En el sofá de enfrente estaba el señor Alberto y su esposa, la señora Teresa, los padres de los cuatro hermanos. El señor Alberto es un hombre pálido, alto y un poco pasado de peso; está calvo en la parte superior de su cabeza y a los lados su cabello está entre castaño y canoso. La señora Teresa, por otro lado, es una mujer con cabello oscuro también, su piel destaca ante la de su esposo, ya que pareciera estar bronceada. Es una mujer sumamente hermosa, de ojos verdes (los cuales sacó sólo uno de sus hijos: Alejandro), y muy poco se le nota la edad; es alta, casi de la misma estatura de su esposo, y muy coqueta y carismática (no por nada fue candidata del Miss Venezuela en el año 1970).
  Y ya en el sofá de la derecha había sólo dos personas: Carolina, luciendo hermosa como siempre, y un muchacho que desentonaba completamente con el vestir elegante de todos en la sala. Se trataba de Sebastián, evidentemente, alguien a quien sólo había visto un par de veces en fotos. Tenía un gran parecido con su hermano Alejandro, pero a diferencia de él, es más delgado y sus ojos son marrones, no verdes. El cabello lo llevaba un poco largo casi llegándole a la mandíbula, y estaba vestido como el propio rockero, completamente de negro desde sus zapatos converse, pasando por sus pantalones de jean y llegando a una franela con un logo grande en el frente que decía “The Ramones”.
  Sebastián lo miró de pies a cabeza con una ceja alzada, podía casi jurar que la sonrisa en sus labios era burlona, aunque no entendía por qué debería estarse burlando de él, si ni siquiera se conocían. Se convenció internamente que era sólo su imaginación y, luego de esos segundos en los que recorrió el lugar con la mirada, los saludó a todos y se sentó junto a su novia; se dio cuenta que era él el único que faltaba.
                    La cena estaba siendo un verdadero caos, al menos para él. Toda la familia parecía estar tranquila, todos disfrutando y comiendo, conversando tranquilamente, nadie parecía notar lo claramente sarcástico y ofensivo que Sebastián estaba siendo con él, no era que le importara, pero sin duda lo ponía incómodo. Estaba seguro que si no se tratase del hermano de su novia, hace rato lo hubiera enfrentado.
  —Entonces, Samuel, ¿a qué te dedicas? —preguntó por primera vez Sebastián, ya que anteriormente se había dedicado a interrumpirlo o dejarlo hablando solo.
  —Soy nutricionista. —contestó con una pequeña sonrisa cortés.
  —Oh, nutricionista —exclamó, llevándose su copa a la boca y bebiendo un poco de vino—. O sea que no pudiste entrar a la facultad de medicina, qué lástima. ¿Fue por tu promedio escolar? —dijo, aparentando pena e interés.
  —No —Samuel contuvo todas las ganas que tenía de romperle su cara de gafo, y simplemente empuñó sus manos debajo de la mesa—. Nunca me interesó entrar a la facultad de medicina.
  —Te entiendo, la medicina no es para todos, puede ser una carrera muy complicada. —acotó, pasando después a otro tema de conversación, sin darle oportunidad de refutar.
  Samuel respiró profundo, miró a su novia y tomó su mano bajo la mesa, buscando en esa acción un poco de calma. ¿Cuál era el problema de ese sujeto? ¿Acaso creía que no era lo suficientemente bueno para su hermana menor? Ni siquiera lo conocía, ese tipo no había pisado su casa en tres años por andar supuestamente estudiando música en Francia.
  — ¿Y tú? ¿Finalmente te graduaste en música? —inquirió Samuel varios minutos después, captando la atención de Sebastián, a pesar que ya sabía la respuesta.
  —No, me di cuenta que no era lo mío. —respondió con una falsa sonrisa.
  —Y tardaste tres años en notarlo… pero te entiendo, la música no es para todos, puede ser una carrera muy complicada. —Le dijo, citando casi textualmente sus mismas palabras.
  Sebastián lo miró serio y unos segundos después sonrió con hipocresía, dando por terminada la conversación.
                    No sabe con certeza cómo pasó, fue tan rápido que se dio cuenta cuando el daño ya estaba hecho. Sebastián lo miraba como si quisiera matarlo, asumiendo que lo había hecho a propósito, pero no, Samuel no planeó derramar esa copa de vino sobre él. Fue un genuino accidente, y al ver que todos se quedaron en silencio, no pudo hacer nada más que sentirse increíblemente avergonzado.
  —Lo siento —dijo, mirando a Sebastián a los ojos—. No quise…
  —Como sea —Lo interrumpió Sebastián, con una mirada tan severa que casi pudo traspasar su piel—. De todos modos ya se me quitó el apetito. Buenas noches. —Se levantó rápidamente, movió la silla con rabia y salió del lugar dando grandes y sonoras zancadas hasta llegar a las escaleras. Todos lo siguieron con la mirada.
  A estas alturas ya estaba seguro que no se llevarían bien.
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aloscuatrovientos · 11 years
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Pronto estaré subiendo los capítulos, mientras tanto pueden ir siguiendo la cuenta para que les aparezca en sus dash.
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