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¿En qué momento pasas de ser un jugador de fútbol a ser un futbolista?
Capítulo perteneciente al libro Todavía Cruzado, publicado el 2019 por la editorial Planeta
A un Futbolista de la Católica lo invitan a un programa de televisión para una entrevista. Una de las que se autodenominan íntimas, con luces bajas, música sobria, con un entrevistador que cree estar vestido a la moda. Una en que el auspiciador del programa es una marca de relojes, entonces te regalan un reloj de pulsera, creyendo que todavía estamos en el siglo 20. Eso es lo íntimo en el mundo del fútbol y del periodismo futbolero. Eso es lo cercano, lo ameno, y a eso va el Futbolista de Católica. A él le parece un poco absurda la situación, pero sabe que le corresponde. Le pagan millones y tiene que hacer este tipo de cosas para que el hincha lo conozca, para promocionar la actividad. Habló alguna vez con gente del club, conversaron sobre la posibilidad de que se convirtiera en ídolo.
—No es algo de un día para otro, seguramente tú entendí cómo funciona esto —le dijeron—. O sea, es un proceso, es un proyecto que el club invierte para tener ídolos dentro de su plantel. La gente se identifica con los ídolos, hace que vayan al estadio solo a verlos a ellos, se compran sus camisetas. Después promocionamos los partidos con fotos de ustedes. Es una estrategia de marketing, de las más antiguas que se utilizan en el fútbol. Y te hemos visto a ti, Futbolista de la Católica, como un potencial ídolo. Obviamente no te vamos a obligar a tomar este camino, pero las ventajas que expondremos las consideramos ineludibles en tu decisión: alza de sueldo que puede ir aumentando año a año; pertenecer a la terna de capitanes del equipo; y protagonizar demandas de cualquier actor del club, ya sean futbolistas, funcionarios o hinchas, porque debido al valor simbólico que ahora incorporarás a tu ser, la sola presencia tuya en estas demandas puede hacer que tengan un resultado favorable. ¿Cómo lo ves? Firma acá, por favor —y le pasaron un papel con un lápiz que tiene el escudo de la Cato grabado en la tapa.
Después de entrenar en la mañana el Futbolista de la Católica se va a su casa, a almorzar. Pasa a buscar a su hija al jardín y en su condición de ídolo en construcción la gente lo reconoce, lo queda mirando, le dice hermano una fotito, aguante Católica. El Futbolista de la Católica saluda de vuelta, les dice aguante cabros, y toma a su hija.
—Papi, ¿qué es aguante?
—Es una palabra —le dice, y se ríe por la respuesta inconclusa. La hija se confunde y prefiere no seguir hablando del tema. La confusión y las palabras con significados difusos son muy características del fútbol. El Jugador de la Católica lo cree saber aunque no lo ha reflexionado. Lo intuye y se aprovecha de eso.
—Ensalada de porotos y carne, ¿te gusta?
—No —le responde su hija.
—No me importa, lo vas a comer igual.
El Futbolista de la Católica cree ser un buen padre. Gracias a que es futbolista, tiene horarios que le permiten estar con su hija, pasarla a buscar al mediodía al jardín que queda a la bajada de San Carlos de Apoquindo, el estadio de la Católica y lugar donde trabaja. En el jardín se encuentra con mamás que vienen del gimnasio y del Starbucks, que están en la hora de almuerzo de la oficina.
—Hueón, las mamás del jardín están pal pico —le dijo una vez otro futbolista de la Católica, un colega—. Yo creo que a unas tres o cuatro le puse bueno compadre.
El Futbolista de Católica sonrió esa vez pero pensó que no era real lo que le decía su compañero, porque el tres y el cuatro no son números tan grandes como para que no sepas si tuviste sexo con tres o cuatro, no es tan difícil contar cantidades más bien pequeñas. La soberbia de su compañero no lo intimida porque él sabe que podría tener sexo con varias de las mujeres que van a buscar a sus hijos al jardín. Incluso con alguna de las tías, que se ríen, que nos vemos mañana. No, mañana no voy a poder venir, concentro para el partido.
—Te vi el fin de semana, mi marido fascinado con cómo jugaron.
—¿Y tú? —preguntó una vez el Futbolista, coqueto.
—Yo también, si jugaron tan rebien.
Con eso le basta, no necesita nada más. Para el Jugador de la Católica no es necesario tener sexo, solo con esas pequeñas frases que le hacen entender que podría llegar al sexo con la tía del jardín ya es suficiente, ya resuelve las ganas de mantenerse atractivo. No necesita concretar, serían puros problemas.
Cuando se le acaban los porotos con carne se come los que dejó su hija desordenados por el plato. El club le obliga al Jugador de la Católica a comer ciertas cosas, carbohidratos, ensalada, carne, y lo van monitoreando para evitar lesiones y asegurar buenos rendimientos. ¿Cómo decirle a la hija que eso es lo que tiene que comer por su trabajo, por ser futbolista, y no es que realmente él quiera comer eso? Ahí va una ayuda para el periodista y su entrevista íntima. ¿Cómo le haces entender a tu hija que hay momentos que no puedes estar con ella, que el fin de semana hay un partido en Arica por ejemplo, todo el fin de semana en el viaje y no puedes aprovecharla? El Jugador de la Católica sabe que en su vida no hay drama, que tiene más tiempo y plata que la mayoría de los padres trabajadores, pero le sigue el juego al periodista, porque las luces bajas, el maquillaje, el ídolo, no hay que echarlo a perder.
—No es fácil hacer que lo entienda, pero de a poco se va acostumbrando —responde—. Esta profesión tiene cosas buenas y cosas malas. Una de las malas es perder los fines de semana, o si te toca seguir tu carrera en el extranjero, no es fácil llevarse a toda la familia. Pero también tiene sus buenas, como por ejemplo almorzar con tu hija un martes, que es algo que la mayoría de las personas no puede hacer.
—¿Te gustan los martes? —contrapregunta el periodista.
—Es un día que me agrada.
El estatus de ídolo pactado con el club parece solo palabrería, porque en el día a día todo seguía muy normal. Llegar, ponerse peto, trotar, reír. El problema viene cuando la contraparte no está satisfecha.
—Hay ciertas actitudes —le dice la gerencia—. Hay ciertas actitudes que no se corresponden con lo que un ídolo debería hacer. Y eso es lo que nos preocupa. Podemos tolerar que no se te vea en discotecas, podemos tolerar que tu esposa no sea famosa. De hecho lo toleramos —y la gerencia se toma su tiempo para pensar las palabras, mirando hacia la mesa de reuniones, moviendo un vaso de agua con gas—. Lo toleramos porque por un lado es poco claro qué es un ídolo, es una caracterización subjetiva que
se le da a un ente, en este caso tú. Eso lo sabemos, por lo tanto hay personas que pensarán, o creerán, más bien, que los ídolos son borrachos faranduleros amantes de la música electrónica. Bien. Hay otros que pensarán que los ídolos son personas con buen desempeño en la cancha, que corren, que dejan la vida. Bien también. Pero dentro de nuestros estudios sobre la percepción que tienen los hinchas de la Católica sobre los ídolos, unánimemente, esto quiere decir que todas las personas que entrevistamos dijeron lo mismo, unánimemente se opinó que los ídolos deben celebrar los goles con una vehemencia sobre el promedio. Mover los brazos fuerte hacia abajo, por ejemplo, o gritar o saltar o, en fin, destrabar sentimientos a través de alguna acción corporal. Hay dos ejemplos clásicos... —y la gerencia se apura en conectar un laptop para que todos vean las diapositivas de un PowerPoint—. Está el de Martín Palermo, que, como podemos ver en la imagen, salta con el hombro y el torso hacia adelante y embiste a un letrero de publicidad. También el de Marcelo Salas, que mueve sus dos manos con fuerza hacia los costados y luego se persigna, se arrodilla, empuña una mano en el corazón y con la otra apunta al cielo. Uno más grotesco, rupturista, y otro más pensado, clásico, de estética romántica. Ambos maravillosos. Sin embargo, analizando tus últimos dos goles podemos ver que en tu celebración no está ni la locura de Palermo, ni la estética de Salas, ni la pasión ni el desahogo que vemos en la hinchada. Entonces observamos que hay un distanciamiento entre las expectativas de la gente y lo que ella misma está viendo en cancha. Ese distanciamiento no lo podemos tolerar. Por lo mismo te pedimos que cambies tu actitud en la celebración de los goles, sino nos vamos a tener que ver obligados a terminar el acuerdo de proto-ídolo que firmamos hace un tiempo, ¿estamos?
No es estar entre la espada y la pared ni mucho menos. Pero ésta es una nueva faceta para el Jugador de la Católica y aún le incomoda. Una faceta que también consta de ir a hacer clínicas de fútbol en barrios vulnerables o de visitar niños con alguna enfermedad que impacta dramáticamente en su salud. El periodista le pregunta sobre eso y el Jugador de la Católica reflexiona:
—Te hace dar cuenta no lo importante que es uno, sino el fútbol. Porque si no estuviera yo, estaría otro y quizás ese otro generaría esa misma admiración que uno ve que genera en estos niños. Porque yo antes era escéptico de lo que podían generar estas visitas. Un blanqueamiento de imagen de futbolistas y de los clubes, eso pensaba que era. Pero me di cuenta que no, que el hecho de compartir y que te vean como uno más, para ellos es muy bueno, los hace muy felices. Y nosotros, o por lo menos yo, me doy cuenta de lo importante que es esta profesión. Porque se ningunea.
—¿Se ningunea? —le preguntan.
—Sí, se ningunea, se dice que cómo los futbolistas ganan tanto, que no hacen nada, que ganan más que los doctores. Pero es una responsabilidad grande y es una responsabilidad efímera también. Ya en unos años voy a pasar a segundo plano y solo se van a acordar de mí porque tendré algún caso pendiente con la justicia o por los malos comentarios que haré en las transmisiones de los partidos o por lo feo y gordo que estoy, por lo mal que me tienen el alcohol y las drogas. Es así. Ahora soy el bueno y en unos años seré el acabado que está robando pantalla, que vende humo.
El periodista se tomó su tiempo para seguir con la entrevista. No esperaba una respuesta así, bien pensada, realista, y con palabras como efímero. Se sorprendió.
—Viejo, siempre te han gustado los relojes, ¿cierto?
El Viejo le responde que sí y que por qué le pregunta.
—Porque me regalaron uno en el programa que te dije, el que va a salir el jueves en la noche.
El Viejo tiene sentimientos, y le pasa que le da cosa que su hijo llegue y le regale cosas, no sabe, es raro nomás, no sabe por qué no le gusta. Pero por otro lado se siente bien, no por el consumo mismo de las cosas regaladas, sino porque se da cuenta que su hijo se preocupa, que no lo olvida.
—Está lindo el reloj, gracias.
—Adentro del reloj hay unas manecillas, como que hay otros relojes que marcan algo, no sé qué.
—La hora en otros países parece —les dice la mamá.
—Puede ser. Me gusta, es lindo.
—Pensaba que son medios inútiles los relojes ahora, como que me siento raro regalándote el reloj. Como me lo regalaron en el programa, se supone que lo regalado no se regala de nuevo.
—Lo regalado no se devuelve es el dicho —le responde su papá.
—Eso.
—No te preocupí, está lindo, gracias.
Es un domingo familiar, de sol.
—¿Te hiciste otro tatuaje?
—Sí, es la Camila.
—¿Te lo vas a besar como lo hacen los cabros ahora, pa los goles?
—No sé, puede ser. Tengo que celebrar mejor los goles.
—Sí po, harto fome que fue el del otro día, y eso que fue el del triunfo.
—Si, no sé, no me salió nomás po, viejo.
—¿Supongo que no te lo hiciste con el mismo de la virgen?
—No mami, me lo hice con otro que me lo recomendaron en la Católica. Un cabro bueno, atiende en Providencia y todo.
—Ya, qué bueno. No es de metía, pero tú salí en la tele, en el diario, con el tatuaje, y no se puede ver mal papito.
El Jugador de Católica se queda mirando el tatuaje.
—Cualquier cosa que necesiten me avisan nomás, ahora me van a subir el sueldo así que me dicen nomás. Me va a alcanzar para hartas cosas.
—Guárdela papito, que aquí hay muchos que se compran el sendo auto y en un par de años están en tercera y tienen que partir de cero, sin estudios ni nada.
El Jugador de la Católica no sabe cómo decir que ahora tiene un nuevo estatus, o que está en camino de llegar a esa condición. Le incomoda decir lo de ídolo, él cree que no se puede autodenominar así, que es algo que tienen que decir los demás, los hinchas o los periodistas.
—Pero está en tu nuevo contrato —le decía el Otro Jugador de la Católica, el que supuestamente tenía sexo con las mamás, con las mamitas que iban a buscar a sus hijos al jardín—. Ya no solo soi jugador de fútbol, hermano, soi un ídolo. Ya no podí hacerte el piola, tení que hablar con la prensa después de los partidos, sacarte fotos con cada loco que se pare y te pida la hueá. Es un paso brígido igual y ahora es tu vida dedicada al fútbol. Cuando te retirí vai a tener que hacer el curso de profe, o salir en la tele o en la radio hablando cuestiones, igual tú hablái bonito, te iría bien. Pero ni cagando podí volver a la feria hermano, el club tampoco lo va a permitir.
El Jugador de la Católica sabe todas las cosas que plantea su compañero, están en el contrato. Pero que se lo digan así, sin el lenguaje de abogados, sin las conjugaciones léase, estipúlese, refiérase, sino de frente, real, de hermano, es distinto.
De nuevo en la sala de reuniones. El Jugador de la Católica gira en la silla con ruedas, en la silla de escritorio. Llega la Gente de Marketing, vestida con buzos del club y sosteniendo carpetas.
—Buenísimo lo del tatuaje, y que haya sido iniciativa propia, demasiado bueno, increíble.
—Gracias.
—Sin embargo creemos que estamos débiles en redes sociales. Los otros ídolos del club están en 30, 40 mil seguidores en Twitter, más seguidores en Instagram y muchos más en Facebook. Así que tenemos un plan de redes para potenciarnos, porque estamos bajos en Instagram, en Facebook un poco mejor, pero no tenemos Twitter ni Snapchat, eso no puede ser. Para qué hablar de Tumblr, de Youtube, de Soundcloud, de Tagged, de Goodreads, además que no subes gifs, ni vines, ni links, no ocupas hashtags ni etiquetas. Por lo mismo pensamos que lo del tatuaje puede ser una gran oportunidad para dar un salto, el puntapié inicial para esta nueva era en que el Jugador de la Católica arrasará en redes sociales. Hay algunos tips que son demasiado importantes y que van a hacer que suba de manera increíble la cantidad de seguidores y likes en tus redes. Primero hashtag #loscruzados. Cada cosa que subas, hashtag #loscruzados. Segundo, después de cada triunfo tienes que subir una foto a Twitter, a Instagram y a Facebook, y poner, abro comillas, gran triunfo equipo, vamos por más, cierro comillas, y emojis: un círculo blanco, un círculo azul medio celeste, y un círculo blanco, en ese orden. Quizás ese emoji que es un brazo mostrando los bíceps, como haciendo fuerza. Eso lo tenemos que ver. Y ojalá una vez al mes poner algo polémico en contra de Cruzados o en contra del club, en contra de las sociedades anónimas o en contra de la ANFP —el jugador de Católica aún gira en su silla, haciendo medias lunas con su movimiento—. Con eso mucha gente te va a seguir, te van a retuitear, te van a compartir, quizás alguna entrevista en CNN o en Fox Sports. Y tu posicionamiento como ídolo, increíble, ¿estamos? Acá está Juan José que va a ver todo el tema de redes contigo. Sería bueno que se tomaran un café, ¿quieres un café? Hay de vainilla, cappuccino, frappuccino, moca, frutos del bosque. Para que vean todo el plan de redes, ¿qué más hay? Con chocolate, manjar, trufa. El de trufa es nuevo, está increíble.
—Acá está el café papito.
—Gracias viejita. El otro día en la Católica probé uno de trufa.
Ahí explica más o menos cómo era el café con trufa, medio espeso y muy dulce. No le había gustado.
—Ya no saben qué inventar —dice la mamá.
—Viejo, ¿saquémonos una fotito?
Después de terminarse el café se juntan todos y posan. El Jugador de la Católica saca el palito selfie. Todos se acurrucan hacia la mamá. Está la Camila también, que deja de jugar por ahí con un tablet. Se acomodan. Después le manda la foto a Juan José: “ponle el texto que querái, saludos”.
Vuelta de comerciales. El periodista mira a cámara y vuelve a poner su pierna izquierda encima de la derecha, a la altura del muslo. Introduce nuevamente la entrevista y se gira en noventa grados hacia el Jugador de Católica.
—Cuéntame un poco de tu paso por Estados Unidos, la Major League Soccer: otra cultura, otro idioma, otra manera de vivir el fútbol.
El Futbolista intenta recordar cómo era, pensar en las reflexiones que había tenido con respecto a su vida en Estados Unidos. Antes de ponerse a hablar y dar una respuesta, el periodista lo interrumpe:
—Conociste a tu señora, sé que es un tema complicado, pero conociste a tu señora ahí. ¿Cómo es encontrar el amor en otro país? ¿Te sentías muy solo? ¿Cuánto de eso hay en esta nueva relación que formaste allá? ¿Cuánto influye la soledad?
Es raro, incómodo para el Jugador de la Católica responder esas preguntas, porque ni siquiera en su casa con sus padres ni con sus amigos habla mucho de estas cosas. Y ahora tiene que contarlo ahí, lleno de luces, frente a un extraño y muchos otros que están detrás de las cámaras. Además con pantallas gigantes que son parte del set y muestran fotos en mala calidad de él con su esposa rubia, que se sacó en alguna playa de la costa este. El Jugador siente que hay un esfuerzo por hacer todo lo menos ameno posible.
—Fue un momento muy particular —empieza diciendo—. Porque, a ver, yo me fui por esta idea típica dentro de los futbolistas que es asegurar el futuro. Son sueldos cuatro, cinco veces mayores a los que conseguía acá, y además también con toda la tranquilidad que significa no ser famoso. Uno acá gana menos y es una figura mucho más importante, a nivel de prensa, de la relevancia mediática que puede llegar a tener tu desempeño el fin de semana. Allá es poca la gente que le importa lo que hací. Yo dije, ya, me voy dos años, me hago sus buenas lucas, vuelvo a la Católica, sigo creciendo como futbolista y después veo cómo desarrollo mi carrera. Pero con esa idea. Porque si bien estaba siendo titular en la Católica, no era un jugador tan importante dentro del plantel, entonces esto era un plus dentro de mi carrera. Y bueno, la mamá de mi hija al principio muy entusiasmada con irse a Estados Unidos, así que nos fuimos los tres. Pero yo jugaba en el Columbus Crew, que es un equipo de Columbus, Ohio. Y Columbus es como que no, o sea, no es el glamour que podría tener Los Ángeles, o Nueva York o Miami o Las Vegas, que son como las típicas. O Washington, no sé, estoy nombrado ciudades nomás. Pero no era ninguna de esas. Y fue una desilusión para ella, para mi señora, porque fue asumir el rol clásico de la mujer, de quedarse en la casa, y ella me decía, yo no estoy para esto, no conozco a nadie, no sé el idioma, yo quiero estudiar.
El Jugador de la Católica para. Iba a seguir hablando, diciendo que empezó a salir con su nueva esposa cuando todavía estaba con la otra, pero ¿para qué? ¿Qué le importa al periodista? ¿Qué le importa que su esposa se haya aburrido, que se haya visto todas las temporadas de Sex and the City y que pensara qué chucha hago en Columbus, estoy en Estados Unidos pero en Columbus, qué mierda es esto?
—Entonces ella se devolvió a Chile y yo me quedé allá, porque cada uno tenía su propio plan y estando juntos no lo podíamos compatibilizar.
—Pero a veces el amor es más fuerte, se pueden superar esas diferencias, ¿por qué ustedes no pudieron? —pregunta el periodista.
Hijo de puta, piensa el Futbolista.
—No pensí que te estoy juzgando —sigue el periodista—, pero a mí me pasó que pude solucionar las diferencias con mi señora, tengo dos hijas maravillosas, ¿por qué alguien como tú no podría?
Después de comer los porotos con carne, dormir siesta y ver Peppa Pig en un smartphone, el Futbolista va a dejar a su hija a la casa de la mamá. Vuelve a su departamento y se masturba pensando en la tía del jardín, había quedado con ganas. Piensa que debería haber comido algo y después masturbarse, porque ahora ya se le hizo muy tarde, le puede caer pesado y entrenar mal mañana en la mañana. No fue una buena idea pero qué se le va a hacer, si cuando estaba manejando de vuelta se puso a pensar en la tía, en los joteos, en los joteos de ida y de vuelta. Después de eyacular le queda un momento de espacio sin llenar: muy tarde para comer pero muy temprano para irse a acostar. Se pone a ver videos de celebraciones de goles para ver si se le ocurría alguno y poder ser un buen ídolo. Ronaldo, Van Nistelrooy, Henry. El sistema le va sugiriendo videos y el Jugador de Católica piensa que está jugoso Youtube ese día: Los 5 mejores goles de arqueros, Los mejores cantos de barras coreanas, Especial jugadores que se les sale el miembro en un partido de fútbol. ¿Cómo no se ponen de los calzoncillos tipo shorcitos?, piensa el Jugador de la Católica. También piensa en llamar a su novia de Columbus por Skype. Lo piensa y lo hace. Le cuenta que el jueves va a salir una entrevista larga que le hicieron en la tele y que habló un poco de la relación que tenían ellos dos. Le pregunta si le interesaría verla, que después la van a subir a la página del canal en donde la dan.
A la novia le da risa que el Jugador de la Católica sea famoso en Chile: lo conoció como alguien piola, uno más de los raros que juegan soccer. La novia le dice que obvio que la vería, que a ella le ayudaría para practicar su español, que desde el tiempo que están viviendo lejos no tiene a nadie, que a veces se pone a ver los canales latinos, pero que son de un escándalo al que no está acostumbrada.
—Yo voy a ver el programa con mis papás y pienso que con mi hermana —le dice el Futbolista así, con un inglés formal, de Instituto Británico.
La novia le dice que bien, que no pierda la práctica. El Jugador de la Católica todavía tiene guardado el recorte de Las Últimas Noticias que dice Conozca a la gringa que enamoró al crack de la Cato. Se acuerda del recorte, que los amigos de ella se rieron mucho de que fuera más o menos famosa en un país raro, de que fuera un fenómeno de la globalización, de que señoras chilenas que están esperando a ser atendidas en un consultorio supieran más de ella que sus vecinos de Columbus.
En la misma reunión en que le dijeron al Futbolista de la Católica que tenía que hacer algo con las celebraciones de los goles, que tenían menos energía que Cabo Polonio...
—¿Por qué Cabo Polonio? —preguntó el Jugador.
—¿No hai ido? Filo, es una talla, es que es un pueblo uruguayo que no tiene luz.
—Ah, no lo cachaba.
En esa conversación, al final del diálogo, la Gente de la Gerencia le dijo que ya tenían todo agendado para que una de las entrevistas íntimas de la nueva temporada de Entrevistas Íntimas a Futbolistas se la hicieran a él.
—Es un gran paso —le dijeron— porque ningún futbolista de Católica en actividad ha sido entrevistado en este programa. Nosotros te ofrecimos, ellos aceptaron y ése es el gran paso, significa que estamos haciendo las cosas increíble, que nos estamos posicionado como uno de los grandes futbolistas del torneo local. Así que no todo son malas noticias, a ver si cambiamos un poco la carita.
El Jugador de Católica sonrió después de la provocación, porque qué vas a hacer, si te dicen que cambies la cara, la cambias nomás, no había ninguna buena razón para estar amargado. La única razón era que no le gustaba mucho el programa. Lo había visto antes, con jugadores invitados pelados o con el pelo mojado, y el Futbolista de la Católica es quisquilloso, no le gustan esas cosas. Rivarola, Zamorano, Salas con el pelo mojado, o en su defecto Suazo, Ítalo Díaz, Javier Margas con la cabeza rapada. ¿Cómo lo hacen para no resfriarse? Pensó en las cabezas de jugadores retirados mientras le explicaban la dinámica del programa, que tenía que llegar a las 3 de la tarde al estudio, que graban de 4 a 5.30 más o menos. Que esta era la pauta de preguntas, que mírala, que cualquier cosa que no quieras se saca, nosotros ya trabajamos en eso, ya sacamos varias, pero ahí se va negociando. Eso sí, no podemos sacarlas todas porque si no, no salimos, ¿estamos?
En el grupo de Whatsapp que tiene el Jugador con su familia se ponen de acuerdo para hacer un picoteo, pedir sushi y ver la entrevista juntos. Algunos de pollo que son los que le gustan a su papá y otros vegetarianos para la hermana, y sin pepino porfa. Está en eso, pidiendo el menú para 5, cambiando los sashimi por los rolls de pollo cuando la hermana le dice que no, que la reunión del colegio de la hija se le alargó, que unos niños habían meado cosas de otros niños y que el grupo de Whatsapp de los apoderados lo están usando para cosas que no corresponden a lo estrictamente académico, que están ofreciendo carteras importadas de China; todavía estoy acá. Ya, entonces unos sashimi en vez de los rolls vegetarianos. Gracias, hasta luego.
El Jugador de la Católica se pone a ordenar las cosas, acomodar sillones en frente de la tele y mover la mesa que tiene en el comedor, a ponerla a un lado de la tele para ir sacando la comida, las bebidas. Pero ahí lo llama su mamá y le dice que el viejo está enfermo, que no se siente bien, que por los cambios de temperatura se había entumido, que se había agarrado algo, que era mejor que se quedaran en la casa pero que igual iban a ver la entrevista, que la podían ir comentando. El Jugador, en vez de preocuparse por la salud de su papá, se preocupa por el sushi, que se va a echar a perder, y por la foto que le había prometido a Juan José, una foto a las redes con su familia viendo la entrevista. Uno no elige por qué preocuparse, se preocupa nomás, piensa el futbolista, pero se siente mal por preocuparse de lo pasajero, de los likes, del arroz que está puesto de una forma en que se ve lindo en vez de preocuparse por la salud de su papá. Y en eso está el periodista también, lo ve ahí en la tele buscando preocupaciones, siguiendo el drama de la persona detrás del personaje, de la persona detrás del futbolista.
—Cuando volviste a Chile —le dice el periodista en la tele— tomaste otro protagonismo en la Católica. Ya eres un referente, varias veces capitán del equipo. Y el medio, y la gente, y los mismos jugadores de tu equipo incluso, tus compañeros, esperan quizás algo distinto de ti, que te eches el equipo al hombro como se dice, que levantes anímicamente a tus compañeros cuando están golpeados. Y no solo eso, las fotos, las entrevistas, ¿cómo lo vives tú? ¿Qué ha cambiado de tu primera etapa como futbolista de Católica y esta segunda etapa?
El Jugador de la Católica de la tele lo piensa un poco, respira. El de la casa toma un roll con palitos, lo unta en un pocillo con salsa de soya, pero se le resbala, cae encima del pocillo y salta soya para el resto de la mesa. Susurra puta la hueá mientras toma un puñado de servilletas de una esquina de la mesa. El de la tele responde.
—Creo que pasé de ser un jugador de fútbol a ser un futbolista.
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Noches de medianoche #2
El siguiente texto pertenece al segundo número del fanzine Noches de Medianoche.
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Óscar Castro
Cuento incluido en la antología 7 Veces Lucero, publicado el 2016 por la editorial Los Libros de la Mujer Rota.
Me subí a la micro. Me puse a escuchar música. Se subió una señora con el pelo teñido, con bolsas, mirándome con ganas de ocupar el asiento. O sea, después de subirse, pasó la tarjeta, caminó hasta donde estaba yo y me empezó a mirar con ganas de ocupar el asiento. Igual lo hacía bien, era piola, miraba un poco y después, cuando yo la miraba de vuelta, ella miraba pa la ventana o pa otro lado, haciéndose la que no quiere molestar. Pero igual suspira, se queja. Pensé que igual ella se merecía más el asiento que yo. Es una cosa de merecimientos, no de quién paga más, como la mayoría de las cosas. Yo soy dueño del asiento, pero no lo vendo, sino que determino si es que yo me lo merezco más que ella. Y el merecimiento, para mí, en estos casos, se basa en una sola cosa: quién está más cansado. Ante esto, hago una suposición que me determina a mí, como joven buen mozo y esbelto que soy, como una persona que se cansa menos que las señoras. Que las señoras que seguramente tienen hijos, quizás nietos, que trabajan todo el día, que varias noches al mes duermen mal y que se despiertan temprano. Entonces, en un acto de bondad, pero más que de bondad, de justicia, me paro y le doy el asiento. Se lo doy, porque yo soy el dueño. Me paro y le pregunto ¿Señora?, mirándola a ella y después mirando el asiento. Ella me dice gracias y se sienta, poniendo sus bolsas encima de sus piernas y descansando un poco. Da un último suspiro, que es el paso de la incomodidad física hacia el descanso del cuerpo.
Después de esto, pienso en las repercusiones que puede tener mi acción. La señora, tarde o temprano, va a tener, con señores y otras señoras, una conversación del tipo qué atroz la sociedad en la que vivimos hoy en día o, en su defecto, qué mala está la juventud. Uno de estos dos temas va a ser acompañado con té, café, galletas y algún pastel preparado por la más hacendosa del grupo de amigas. Ahí, en ése contexto, la señora va a decir mira, va a decir fíjate que a mí, y ya es más de una vez que me ha pasado, un cabro me dio el asiento en la micro. No todos son malos. Eso va a pasar. Y también va a pasar que algunas señoras, que van a estar conversando ahí con ella, no van a poder creer que haya alguien joven que haya hecho algo mínimamente bueno. Pero ella va a insistir: en serio, y no es primera vez que me pasa.
Estoy en la micro, previsualizando conversaciones de señoras y señores ajenos, cuando se sube una mina. Una mina que puede ser una loca. Una loca que conozco, que me cae bien. En verdá no solo yo la conozco, sino que nos conocemos, porque ella también me conoce. Eventualmente nos podríamos enamorar, pero eso no pasaría todavía. Primero tenemos que conocernos, porque solo hemos hablado un par de veces. Todavía no nos tenemos en Facebook, por ejemplo. Además, creo que todavía no se da cuenta de lo buen mozo y esbelto que soy. Entonces falta todavía para el enamoramiento. Yo me quiero enamorar, pero no sé si ella querrá. Y la micro, así como está, media llena, se da como ocasión para hablar. Obviamente no es el mejor lugar, todo está muy sobrio, muy incómodo, muy polvoriento. Pero como la oportunidad está, es real, hay que resolverla de alguna manera. Me puse a pensar, apurado, sobre de qué podemos hablar para concretar mis ganas de enamorarla.
Nos saludamos. Yo le dije hola, ¿cómo estái?, y ella sólo me dijo hola y me dio un beso en el cachete. Pero de esos que son cachete con cachete, sus labios apuntando hacia cualquier lado menos mi cara. Le pregunté por qué estaba arriba de la micro. Me dijo que iba a clases. Sin que me preguntara, yo le dije qué buena, que yo también iba a clases. Pa seguir la conversación le pregunté clases de qué tenía. No me respondió nada, sólo me miró con cara de deja de preguntar cosas porque ya me cansé de responder preguntas, me subo a una micro para moverme, no para que gente hermosa como tú me llene de preguntas.
Decidí contarle sobre un cuento que me leí. Es un cuento de Óscar Castro. Me dijo que no había leído nada de él. Le dije que es el que escribió La Vida Simplemente. Me dijo que buena, pero que no había leído La Vida Simplemente, porque, como me dijo antes, no ha leído nada de él. Pensé que ella estaba siendo un poco pesada conmigo. Me podría unir al grupo de señoras que pelan a los jóvenes. Yo diría que una me trató mal. Pésimo. Intentó decirme estúpido y preguntón. Pero, peor aún, ni siquiera me lo dijo.
Le dije que el cuento se trataba de un señor que tenía que matar a su caballo. Que era una situación límite, no le quedaba otra opción, pero que tuvo que hacerlo. Él amaba su caballo, pero aun así lo mató. Ella me dijo que qué pena, mientras veía su celular y tecleaba cosas. Le pregunté qué haría ella ante una situación así, si tuviera que deshacerse de algo que ama. Me dijo, tecleando su celular, que se desharía de él nomás, porque, como dije en el enunciado de la pregunta, a ella no le quedaría otra opción. Ahí caché que mi pregunta era muy estúpida.
Pensando qué hacer, me bajé de la micro. Me deshice de mí mismo ahí. Ya no existí más en esa micro. Pensé que podría haberle preguntado a la señora que cuándo se iban a juntar a comentar lo mala que estaba la juventud. O la sociedad actual o lo que quieran putear. Yo estaría feliz ahí, puteando a esa loca. Comiendo galletitas y pastelitos. Tomando tecito. Pero no. Solo estaba en la mitad de una calle inútil, esperando que de nuevo pase la micro, porque no me debería haber bajado ahí. Igual podría caminar hasta el metro, está como a 10 cuadras. Lo voy a pensar.
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