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Andrómeda escribe
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A veces me aburro y quiero un sitio donde escribir cosicas
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andromedaescribe · 2 years ago
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Me despierto con una extraña sensación de paz. A pesar de que habían trascurrido ya dos décadas desde el último ataque se me hacía extraño no tener que descansar en un duermevela por si el descendiente Ordoñez de turno hubiera planeado atacarme, algo que sucedía prácticamente todas las noches. Siempre tenían un plan, aunque fuera uno tan absurdo como atacarme en una taberna esperando que hubiera bebido demasiado y no fuera capaz de percibir cómo un hombre de dos metros se acercaba a mi barril con la mano en la espada. Era un odio ancestral, no recuerdo cuando empezó, ni por qué razón ¿qué ofensa habría cometido para merecer ese odio generacional? No lo recuerdo, quizá me lo merezca.
Recuerdo un intento en particular. Uno del que me salvé porque nuestra enemistad solo acababa de empezar y aún no conocían todas mis habilidades. El mismo que día que Roma murió yo reviví. En aquel entonces mis enemigos no se llamaban Ordoñez, su nombre familiar ha cambiado con los siglos. Solo el odio se mantiene. Me capturaron, me tenían a su merced y me dieron por muerto. Creyeron que las heridas que me habían infligido bastarían para matarme y, quizá si las hubieran mantenido durante el tiempo necesario para que me desangrara, hubieran tenido razón. Sin embargo, se confiaron. Roma caía y, por miedo a las hordas bárbaras, huyeron y yo entré en un estado de letargo mientras mis heridas sanaban. Cuando hubieron sanado completamente habían pasado tres meses y mis enemigos creían que su venganza, ya en aquel entonces, milenaria se había completado. No iba a ser yo quien les negara esa satisfacción. Cambié mi nombre, mi aspecto, mi acento, mi historia y busqué la paz. No la encontré, encontré a Ira, la mejor de las mujeres. Durante medio siglo, confiando que mis enemigos pensaban que ya habían vencido, me di la oportunidad de vivir, formé una familia con Ira. Tuvimos una hija, Ishtar. Llevó este nombre en honor a la primera diosa a la que recé y a la que volví a rezar para que acogiera a la luz de mis ojos de la misma forma que había hecho conmigo. Nuestra hija crecía despacio y eso inquietaba a Ira, pero para mí era la señal de que Ishtar había aceptado mi ofrenda y me habría concedido el don de pasar la eternidad junto a ella. Sabía que Ira moriría, pero una parte de ella viviría para siempre en nuestra hija.
Me confié, me permití ser feliz, empecé a ser descuidado y, un día, ellos se dieron cuenta de su error. No tardaron en encontrar mi hogar, en encontrar a mi luz y mis estrellas.
Ese día robaron mi eternidad y yo me vengué. Caí sobre su hogar como un demonio, como lo que era, como lo que habría sido sin el amor de mi familia. Torturé a cada Ordoñez que vi para que confesaran quien había empuñado la espada que me había arrebatado todo. Lo encontré y disfruté apagando su luz. Sin embargo, no pude ser como ellos, no pude matar a los niños y ellos crecieron para odiarme. Un odio nuevo, alimentado por el anterior y reforzado por mi venganza.
Los siguientes siglos continuaron como habían trascurrido tantos anteriormente. Ellos trataban de capturarme, de matarme. Yo escapaba. A veces tenía un año de tranquilidad, otras tan solo días u horas. Siempre volvían.
Llevo dos décadas de tranquilidad, pero no han sido tranquilas, no me lo he permitido. Cuando mataron a Ira e Ishtar quizá fracasaran en su misión, pero acabaron con mi vida. Desde ese momento nunca he vuelto a ser feliz, no cuando ellos pueden volver para arrebatármelo otra vez. Sin embargo, han pasado dos décadas desde el último intento, quizá se hayan olvidado de este estúpido duelo. No me confiaré.
Es tarde, puedo imaginarme a Ira preparando los aperos de labranza regañándome por no ayudarla. Todo era tan sencillo. El trabajo antes era puro, simple, natural. No recuerdo cuando decidí que debía adaptarme a los tiempos. Nunca se me había dado bien. Ahora tengo reuniones y juntas de trabajo y debo ir junto a mis compañeros a tabernas, al parecer las amistades son necesarias para ascender en este mundo. Se parece a la corte y eso me trae malos recuerdos. Recuerdos que me esfuerzo por olvidar.
Me reúno con mis compañeros en la taberna, perdón, bar. Hay una mujer extraña junto a ellos, es bella, me recuerda a Ira así que intento no mirarla.
- Venga, os presento, Juan Pérez, ella es Nuria Ordoñez
Se me hiela la sangre, "Ordoñez", intento disimularlo. No puede ser una de ellos. Nunca envían mujeres. Sin embargo, no puedo relajarme. La saludo, sonrío y prosigo a ignorarla. Tampoco quiero humanizarla si resulta ser parte de esos demonios.
- y... Juan, ¿de dónde eres?
Su voz me revuelve el estómago, la voz de Ira. Mi primer instinto me llama a responderle la verdad, mi origen. Pero me esfuerzo por recordar que no es Ira quien pregunta, es otra, quizá una descendiente de quien la mató. Así que respondo tranquilamente.
- Soy del norte de Burgos, vine a Madrid por trabajo.
No me interesa qué responde, trato de girar la cabeza e introducirme en otra conversación. Ella sigue intentando entablar una conmigo y, al final, acabo cediendo.
A pesar de los siglos que han pasado desde su asesinato sigo recordando cada detalle, una de mis peores habilidades. Es ella. Su cabello, su olor, esa peca en el borde de los labios que tanto besé. Pero son sus ojos lo que hacen que me pierda, lo que hace que empiece a olvidar su posible relación con los demonios. Sus ojos del color de la miel, tan cándidos y llenos de bondad. Los ojos de Ira. Parece que los dioses se ríen en mi cara devolviéndome a mi amor con el apellido de quien me la robó.
Nuria comienza a venir a cada quedada que hacemos, se acerca a mi cada vez más. Yo la dejo. Me hace recordar a cuando era feliz. Cuando Ira alimentaba a los animales mientras Ishtar perseguía a los caballos, queriendo correr tanto como ellos.
- ¿Quieres venir a la galería? - Nuria me saca de la ensoñación.
- ¿Qué? perdona, estaba distraído ¿qué galería?
- Mi familia celebra una subasta todos los años en nuestra galería. Es un auténtico aburrimiento, pero si voy contigo quizá se haga llevadero.
No debería ir, puede que Nuria no sea un demonio, pero una subasta repleta de gente es el lugar perfecto para un ataque. Voy a responder que no puedo, dar cualquier excusa sobre que la semana que viene estoy muy liado, quizá tenga que ir a ver a mis padres. Entonces la miro a los ojos y veo a Ira. Ella me pide que vaya y yo nunca le dije que no, no empezaré ahora.
Me compro un traje específicamente para el evento, también compro flores. Ira adoraba las lilas, así que es lo que compro. Cuando voy a buscar a Nuria tiemblo como lo hacía cuando pedí la mano de Ira a su padre. Sale de su apartamento. Es preciosa. Cuando la saludo comienzo a llamarla por el nombre de mi esposa, pero me detengo antes de que sea perceptible. Ella parece interpretarlo como un tartamudeo por la impresión de su belleza y sonríe. Ve las flores y se sonroja.
- ¿Te había dicho que las lilas eran mis favoritas?
Sonrío. Se parece tanto a mi Ira que me cuesta pensar que no es ella. Ha pasado mucho tiempo desde el último ataque, quizá los dioses han decidido parar a los demonios y darme otra oportunidad. Creo que puedo volver a ser feliz.
Llegamos a la galería y Nuria se agarra de mi brazo mientras susurra "vamos allá, sin miedo". Su familia me intimida, es grande, adinerada, poderosa. Hace tiempo que he descartado que sean los demonios, pero una familia así puede ser peligrosa. Parecen poseer cuadros de todas las épocas de la humanidad. Nunca me ha interesado mucho el arte, así que no presto atención a las obras. Hasta que la veo. Es un paisaje rural. No obstante, el cuadro se centra en dos cuerpos, una mujer y una niña degolladas. Ira e Ishtar.
- Se llama vindicta.
Me susurra Nuria. Sus ojos cambian. Los cándidos ojos de Ira desaparecen y en su lugar encuentro maldad. Comienzo a darme cuenta de dónde me encuentro, todos los cuadros relatan mi historia, sus ataques.
- ¿Por qué?
Es lo único que puedo decir. Los demonios lo han vuelto a conseguir. Me han arrebatado la felicidad, aun cuando no quería volver a sentirla. Me dejo atar. Me clavan al suelo para que no escape. No intento hacerlo. No me queda energía. No quiero seguir pasando por esto.
- Tío Esteban, trae El Cuadro.
Reconozco al hombre, fue el último Ordoñez que me atacó... El penúltimo ahora. Vuelve a los 5 minutos con un cuadro cuyo protagonista me cuesta recordar. Mi viejo amigo. Nunca he entendido el odio ancestral de los demonios, ahora sé que son la estirpe de Enlil. Me merezco este castigo.
- Lo siento -La última descendiente de mi mejor amigo me mira con odio.
- No es suficiente. Debes confesar. Luego morirás.
Trato de recordar cada detalle de mi mayor crimen. Es difícil, llevo siglos olvidándolo. Sin embargo, el cuadro de Ira e Ishtar se cruza en mi mente y me impide pensar con claridad. Yo merezco el castigo, ellas eran inocentes. Me he arrepentido cada momento de mi larga vida de lo que le hice a Enlil, ellos lo llevan con orgullo.
- Quienes mataron a mi mujer e hija sin ningún arrepentimiento no merecen la confesión. Enlil la mereció, ustedes no. Sois demonios.
- Si nosotros somos demonios, tú eres el diablo. Ya que no confesarás, relataré tus crímenes. Luego morirás. Nuestros antepasados mataron a dos inocentes cegados por la venganza. Tú, Ilku, borracho de poder ordenaste arrestar a tu asesor más fiel, hiciste capturar a toda su familia y los mataste delante de sus ojos sin que él pudiera hacer nada. Todo porque creías que te traicionaría. Para tu desgracia uno de tus soldados tenía humanidad y salvó a uno de sus hijos. Enlil trabajó para ti hasta su muerte, pero entrenó a su hijo para matarte. El primer hijo de cada generación era cargado con el deber de vengar a nuestra familia. Después de la caída de Roma nos diste la posibilidad de devolverte el dolor que tú le habías infligido a Enlil tantos siglos atrás, pero mis antepasados no fueron capaces de torturar a dos inocentes. Les dieron una muerte rápida y benevolente, les liberaron de una vida con el diablo. Conservamos ese cuadro en un lugar destacado para recordarnos el límite que nunca deberemos volver a cruzar. No nos hace falta tu confesión, quizá te hubiera dado algo de simpatía cuando tus dioses te juzguen. Ahora, muere.
Nunca pensé que yo podía haber sido el villano de la historia. Siempre asumí que los asesinos eran descendientes de alguna monarquía rival a la que le había arrebatado el poder durante mis tiempos de rey. Enlil me había conocido antes de que los dioses me concedieran la inmortalidad, era el único ser en este planeta que conocía mi secreto. Yo había hecho todo lo posible por olvidarlo. Nuria llevaba razón, una vez obtuve el favor de los dioses me emborraché de poder. Primero me creí todopoderoso, agradecí a todo quien me había apoyado con más lujos de los que podían desear. Enlil no quería nada de eso, formó su familia y aceptó un puesto como mi asesor para poder seguir a mi lado. Como siempre había estado. No obstante, el subidón de poder no duró para siempre, empecé a ver enemigos en todas partes y Enlil tomó la peor parte. Fui cruel sin razón, demasiado cruel.
Ahora, pensando con retrospectiva, mis dioses no me concedieron la inmortalidad de mi hija como un don, sino como un castigo. Pensé que la tendría para siempre y, después, me la arrebataron. Un castigo divino. Ahora deberé enfrentarme a ellos y sé que Enlil estará allí para asegurarse de que la pena sea acorde al pecado.
A family has been trying and failing to kill you, an immortal, for many generations. In fact, it’s been going on for so long you forgot why they started hunting you in the first place.
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